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Karl Marx ✆ A.d.
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Kevin
B. Anderson | Con motivo de la celebración este año en
Estados Unidos del 150 aniversario de la Guerra de Secesión, se ha prestado una
especial atención a la resistencia afro-americana a la esclavitud y a los
abolicionistas radicales del Norte. Cada vez más se está admitiendo, incluso en
el Sur, que la supuesta “causa noble” de los confederados se basaba en la
defensa de la esclavitud. Sin embargo, hasta hoy, este país continúa negando
las dimensiones raciales y de clase de esta guerra. Igualmente se niegan,
incluso en la izquierda, las implicaciones revolucionarias de la guerra, no
sólo para los afro-americanos, sino también para la clase trabajadora blanca y
para el sistema económico y político americano en su conjunto. Al mismo tiempo,
persiste un gran desconocimiento de los escritos de Marx y Friedrich Engels
sobre la dialéctica de la raza y de la clase en la guerra civil americana, algo
que he intentado remediar en mi último libro
, Marx
at the Margins: On Nationalism, Ethnicity and Non-Western Societies1
Frantz Fanon: la
dialéctica de la raza, de la clase y de la revolución
Una feliz coincidencia hace que este año, 2011, se celebre
también el 100 aniversario de la revolución china de 1911 cuyo objetivo era la
lucha contra el imperialismo y el despotismo indígena, al tiempo que
reivindicaba la democracia y la emancipación de las mujeres. Más en relación
con el tema que aquí nos interesa, conmemoramos también este año una tercera
efeméride, el 50 aniversario de la muerte del gran revolucionario y filósofo
afro-caribeño, Frantz Fanon, quien, al igual que Marx, tiene cantidad de cosas
que decirnos hoy sobre la dialéctica
de la raza y de la clase. Escritor y
humanista radical, impregnado de los trabajos de Hegel y de Marx, Fanon esboza
una teoría de la violencia revolucionaria, a la vez que necesaria liberadora,
cuando es utilizada por grupos racialmente oprimidos. El intento de Fanon se
basaba en la experiencia de una de las luchas de liberación africana más
radicales, la Revolución argelina. En los años 1960, en Estados Unidos, este
mensaje de una revolución violenta sembró el pánico en algunos medios,
principalmente conservadores, mientras que en otros, principalmente radicales,
sobre todo en las comunidades negras, suscitaba admiración. En el espíritu de
esta época, impregnada del concepto de guerrilla de Mao Tse Tung, el mensaje de
Fanon atraía también a grupos como el de los Black Panthers.
Al mismo tiempo, este enfoque de la teoría sobre la
violencia de Fanon que constituía solamente un capítulo de su libro
principal, Los condenados de la tierra, oscureció el tema global de la
dialéctica humanista en la obra de Fanon. Porque en la magnífica conclusión
deLos condenados de la tierra, Fanon hacía un llamamiento al reconocimiento
mutuo y a la solidaridad entre las divisiones nacionales y raciales, entre las
naciones oprimidas y sus antiguos colonizadores. Lo hizo en una maravillosa
discusión dialéctica, en la que sostenía que los pueblos de África recién
independizados, durante tanto tiempo sometidos tanto a la opresión económica
como a la opresión racial, necesitaban desarrollar con más ahínco la conciencia
de sí mismos (self-consciousness), incluido el orgullo de su cultura y de su
historia (Fanon, sin embargo, siempre fue muy crítico con todo tipo de
opresión, patriarcal o cualquiera otra), a menudo tan despreciados por parte de
los colonizadores. Aunque esto suponía un llamamiento a los nacionalistas
negros de entonces, Fanon afirmaba en su argumentación dialéctica que esta
conciencia de sí mismos en modo alguno significaba que haya que replegarse
sobre sí mismo, ni como individuos ni como pueblo. Al contrario, afirmaba, que
la conciencia de sí – eso que Hegel hubiera llamado un factor singular o
particular – era lo que en condiciones revolucionarias nos puede hacer
evolucionar de lo particular a lo universal de la fraternidad humana.
Así expresaba Fanon, con ese magnífico lenguaje dialéctico
con que concluye Los condenados de la tierra:
“La conciencia de sí
no es cerrazón a la comunicación. La reflexión filosófica nos enseña, al
contrario, que es su garantía. La conciencia nacional, que no es el
nacionalismo, es la única que nos da dimensión internacional.”2
Esto puede resultar duro de entender, sobre todo en el
contexto actual de la izquierda de hoy – como por ejemplo, en el
libro Imperio de Hardt y Negri – para la que toda forma de conciencia
nacional tiende a ser rechazada como reaccionaria.
Marx a propósito de
Irlanda: clase, etnicidad y liberación nacional
Esta reflexión sin embargo sigue el pensamiento de Marx a
propósito de la raza, de la clase y del nacionalismo. Como traté de demostrar
en Marx at the Margins, muchas veces Marx analizaba la vía que lleva a la
conciencia de clase y a la revolución proletaria, no de manera directa sino
indirecta. Tomemos a los obreros británicos de los años 1860. Como justamente
observó Marx, en la década de 1860, éstos estaban tan impregnados de
condescendencia, en realidad de racismo, hacia los irlandeses – tanto con la
minoría irlandesa en el seno de la clase obrera británica, como con los
habitantes mismos de Irlanda, por entonces colonia británica – que llegaban a
identificarse a menudo con las clases dominantes británicas. Como escribió Marx
en una “circular confidencial” de la Primera Internacional el 1 de enero de
1870:
“En todos los grandes
centros industriales de Inglaterra existe un profundo antagonismo entre el
proletario inglés y el irlandés. El obrero medio inglés odia al irlandés, al
que considera como un rival que hace que bajen los salarios y el nivel de vida.
Siente una antipatía nacional y religiosa hacia él. Lo mira casi como a los
pobres blancos [poor whites] de los Estados meridionales de Norteamérica
miraban a los esclavos negros. La burguesía fomenta y conserva artificialmente
este antagonismo entre los proletarios dentro de la misma Inglaterra. Sabe que
en esta escisión del proletariado reside el auténtico secreto del mantenimiento
de su poderío”.
Nótese la comparación con las relaciones raciales en Estados
Unidos. ¿Esta situación – tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña – era
permanente, era una especie de “estructura subyacente”, como les gusta decir a
algunos intelectuales radicales?
Según Marx, no. Marx creía que una revolución irlandesa,
liberadora de este país del colonialismo, iba a superar esta situación, no sólo
liberando a Irlanda del colonialismo británico, sino también abriendo nuevas
posibilidades en el seno mismo de la propia Gran Bretaña. Marx oponía estos
argumentos a las críticas del anarquista Mickhail Bakunin, que atacaba el apoyo
que la Primera Internacional daba a los prisioneros políticos irlandeses, al
considerarlo una desviación de la luchas de clases. En una carta a Engels del
10 de diciembre de 1869, escribe Marx:
“Durante mucho tiempo
yo pensaba que era posible derrocar el régimen irlandés gracias a la influencia
de la clase obrera inglesa. Yo siempre defendí este punto de vista en el New
York Tribune. Investigaciones más profundas me han convencido ahora de lo
contrario. La clase obrera inglesa nunca va a hacer nada mientras no se libre
de Irlanda. La palanca debe accionarse en Irlanda. Por eso la cuestión
irlandesa es tan importante para el movimiento social en general” (MECW 43:
398).
Esta aspiración – a una conexión entre los movimientos
antiimperialistas y los movimientos obreros de los países imperialistas – fue
un punto crucial durante todo el siglo XIX y sigue siendo primordial hoy en
día.
Francia en los años
1960: del apoyo a las luchas de liberación nacional en las colonias a la
Revolución social en la metrópoli
Un ejemplo dramático de esta vinculación tuvo su
manifestación en los acontecimientos franceses de los años 1950 y 1960, cuando
los vietnamitas, y más tarde los argelinos, arrebataron su independencia al
colonialismo francés. En Francia, la Izquierda había sido derrotada en los años
1950 y tuvo que tragarse la amarga píldora del sistema político autoritario
instaurado mediante el golpe de Estado de Charles De Gaulle en 1958. Pero en
los 60, comenzaron a florecer nuevas redes que daban su apoyo a la revolución
argelina, surgidas dentro de una nueva generación y de jóvenes intelectuales
radicales como Jean-Paul Sartre. (Un ejemplo de ello es el prefacio de Sartre
a Los condenados de la tierra de Fanon). Se mantuvieron firmes
incluso ante la oleada de tentativas de asesinato (una contra Sartre); un
género de violencia al que la comunidad de inmigrantes argelinos en Francia
tuvo que enfrentarse de manera aun más brutal. Una vez que Argelia obtuvo la
independencia en 1962, Francia parecía volver a un régimen conservador durante
varios años. Pero de hecho, las nuevas mentalidades creadas por la revolución
argelina, así como la red francesa de apoyo a esta revolución, participaron en
la formación de una izquierda a la izquierda del Partido Comunista Francés
oportunista y reformista y tuvieron mucho que ver en la explosión de 1968, el
mayor levantamiento revolucionario en un país capitalista y desarrollado desde
principios del siglo XX.
(Es verdad que un tercermundismo acrítico acompañaba muchas
veces estas evoluciones; además, la red de apoyo a Argelia no era la única red
revolucionaria existente antes de 1968. Habría que mencionar aquí el grupo
“socialismo o barbarie”, incluso la “Internacional situacionista”, pero es
importante señalar que si tuviésemos que recopilar los escritos de estos dos
grupos sobre Argelia, o del movimiento anticolonialista en general, no darían
para más que para un panfleto muy corto. Más o menos es la misma situación que
la de las corrientes marxistas libertarias características de Estados Unidos,
como las inspiradas por C.L.R. James o por el humanismo-marxista de Raya
Dunayevskaya; este último grupo, en el que estoy implicado desde los años 70,
reaccionó sin embargo con seriedad a las cuestiones planteadas por lo
movimientos anticoloniales y antirracistas).
Marx y la guerra de
Secesión: aspiraciones democráticas y realidad económica
Durante la guerra civil americana, Marx escribió alguno de
sus más significativos textos sobre la raza y la clase. Aunque estos escritos
fueron objeto de una cierta curiosidad en Estados Unidos después de que W.E.B.
Du Bois los hubiera citado en Black Reconstruction en 1935, y que la
mayoría de estos escritos fueron traducidos en el libro Marx and Engels on
the Civil War in the United States de 1937 (por desgracia hoy agotado),
estos textos han sido menos discutidos de lo que se hubiera podido esperar.
Marx veía la guerra de Secesión como una segunda revolución
americana, con una dimensión socio-económica, pero también política. Así se
expresaba en el prefacio del Primer volumen de El Capital: “Así como la
guerra norteamericana por la Independencia, en el siglo XVIII, tocó a rebato
para la clase media de Europa, la guerra civil norteamericana del siglo XIX,
hizo otro tanto con la clase obrera europea”
3. Por supuesto que él veía la guerra
civil americana como una revolución burguesa y democrática más que como una
revolución comunista, pero también creía que podía ser precursora de una
revolución comunista en Europa. Y así sucedió con la Comuna de París, una
revolución radicalmente comunista que estalló en Europa pocos años después del
final de la guerra civil.
Como escribe Robin Blackburn en su reciente libro, An
Unfinished Revolution: Karl Marx and Abraham Lincoln (2002), en el
espíritu de Marx “deshacer el poder esclavista y liberar a los esclavos no
necesariamente destruirían el capitalismo, pero crearían condiciones mucho más
favorables para organizar y concienciar a los obreros, sean blancos o negros”
(p. 13). De ese modo, la guerra crearía nuevas posibilidades para la clase
obrera americana, negra y blanca. El libro de Blackburn contribuyó a poner de
nuevo a disposición algunos textos de Marx sobre la guerra americana.
La guerra de Secesión tenía además importantes
implicaciones, económicas pero también políticas, para Marx. Una victoria del
Norte, señala varias veces, habría consolidado lo que era, con todas las
reservas, una de las pocas repúblicas democráticas del mundo. Lo que se
produciría, no sólo por la derrota de los secesionistas reaccionarios del Sur,
sino también por la abolición de la esclavitud. Esta última medida daría lugar
a una paz formal para una parte importante de la población americana, al hacer
de esta democracia una realidad. (El derecho a voto de las mujeres, si bien
surgió en Estados Unidos en 1860, fue, por desgracia, postergado durante 60
años a causa de una escisión entre los partidarios del sufragio para los
hombres negros y las feministas).
Tampoco hay que olvidar que en 1861, prácticamente toda
Europa estaba dominada por monarquías o por regímenes militares; incluso países
con un parlamento fuerte, como Gran Bretaña, exigían requisitos de propiedad
para poder votar que excluían del sufragio a gran parte de la clase obrera y
buena parte de la clase media. Las clases dominantes de estas sociedades
tendían a despreciar “el experimento” americano del sufragio masculino
(blanco), aunque simpatizasen con los confederados.
La guerra civil tenía pues – escribe Marx – importantes
implicaciones económicas relativas a la tierra y a la propiedad. Dada la vasta
y continuamente creciente economía americana y de la proporción de esta
economía que se basaba en el trabajo de los esclavos, la emancipación de cuatro
millones de esclavos, sin compensación para sus “propietarios”, significaría,
en términos económicos, la mayor expropiación de propiedad privada en la
historia hasta entonces.
Otro aspecto económico era el de la propiedad de tierras en
el Sur. Marx participaba de la esperanza de los abolicionistas y de los
republicanos liberales – y de manera general de los socialistas – de que en el
Sur ocupado, las políticas de reconstrucción de la posguerra se encaminarían,
más allá de la creación de nuevos derechos políticos para los antiguos
esclavos, hacia una real revolución agraria que destruiría las antiguas
plantaciones esclavistas y redistribuiría las tierras. En el prefacio de 1867
a El Capital, por ejemplo, Marx hace alusión al programa de los
republicanos-radicales, un programa que prometía conceder 16 hectáreas (forty
acres) y una mula a los esclavos liberados. Se refería a Benjamin Wade, el
siguiente en la lista para convertirse en presidente de Estados Unidos si
hubiese prosperado, por parte de la mayoría republicana-radical del Senado, la
impugnación (impeachment) contra el obstruccionista y violento racista Andrew
Johnson, que fue el que sucedió a Abraham Lincoln en la presidencia en 1865
después del asesinato de éste último: “M. Wade, vicepresidente de los Estados
del Norte de América, declaró abiertamente en varios mítines políticos, que
después de la abolición de la esclavitud, estaba en la agenda la transformación
de las relaciones del capital y de la propiedad de la tierra” (Fowkes trans.,
p. 93). Este programa se archivó el año siguiente, después del fracaso del Senado
para destituir al reaccionario Johnson.
El apoyo crítico de
Marx al Norte
Marx apoyó firmemente al Norte, incluso desde el principio
de la guerra, cuando Lincoln aún se negaba a introducir en la agenda política
la abolición de la esclavitud. A pesar de estas deficiencias del Norte, Marx
insistía una y otra vez en que el Sur era totalmente reaccionario, al hacer del
“derecho” a tener esclavos uno de los principios fundamentales de su
Constitución. Al mismo tiempo, Marx emitía severas críticas públicas en contra
de Lincoln. El 30 de agosto, en un artículo para el Die Presse de
Viena, Marx atacó el rechazo de Lincoln de hacer de la abolición de la
esclavitud uno de los objetivos de la guerra, citando extensamente un artículo
del abolicionista radical Wendell Phillips. En un célebre discurso del verano
de 1862, Phillips había fustigado a Lincoln como “una mediocridad de primer
plano” (« first-rate second rate man »), que no ha sabido comprender
que Estados Unidos “nunca conocerá la paz… si la esclavitud no es aniquilada”.
Hay que señalar también que cuando la Primera Internacional
se fundó en 1864, se basaba en buena medida en las redes de obreros y
socialistas de toda Europa occidental que habían apoyado al Norte. Estas redes
movilizaron también a mucha gente a favor del Norte en los primeros años
cruciales de la guerra, cuando Gran Bretaña y Francia parecían amenazar con una
intervención al lado del Sur. En enero de 1865, después de que Lincoln no sólo
hubiese pronunciado la Proclamación de Emancipación, sino también reclutado
tropas negras en el ejército de la Unión, la Internacional envió un comunicado
a Lincoln, redactado por Marx, felicitándole por su amplia victoria en las
elecciones de 1864. Como Marx observaba en privado, esta victoria en las elecciones,
al contrario de la victoria de 1860, significaba un apoyo clamoroso a las
políticas de emancipación. El Gobierno americano establecía de este modo unas
relaciones con la Internacional yendo directamente a la clase obrera sin pasar
por los jefes del Gobierno británico cuya actitud era antagónica con la del
Norte. El embajador americano en la Corte de Saint James, Francis Adams, aceptó
recibir una delegación de 40 miembros de la Internacional que le entregaron el
comunicado en cuestión. A lo que se añade el hecho de que, después de haber
remitido el comunicado a Lincoln, Adams remitió, siguiendo sus instrucciones,
una importante y calurosa respuesta a la Internacional en nombre del Gobierno
americano. En la respuesta oficial de Adams se declaraba que “Estados Unidos
[…] puede contar con nuevas fuentes de estímulo, con vistas a perseverar en
este camino, del testimonio de los trabajadores de Europa, y que la actitud
nacional se ve favorecida por sus manifiestas ardientes simpatías” (reeditado
en Blackburn, An Unfinished Revolution, pp. 213-14).
Al año siguiente, cuando Johnson, el sucesor de Lincoln,
bloqueó el acceso a los derechos de ciudadanía a los antiguos esclavos, la
Internacional hizo pública otra declaración sobre la legalidad de la esclavitud
en Estados Unidos. El contundente comunicado de la Internacional al pueblo
americano del 28 de septiembre de 1865, es un texto que, desgraciadamente, no
tuvo gran repercusión. Se dirige directamente al pueblo americano, más allá de
su presidente Johnson. Y concluye con una advertencia concreta sobre el racismo
y la resistencia en Estados Unidos:
“Nos permitimos
también añadir una palabra de consejo para el futuro. Puesto que la injusticia
sufrida por una parte de vuestro pueblo ha producido consecuencias tan desoladoras,
parémosla. Que vuestros ciudadanos actuales sean declarados libres e iguales,
sin reservas. Si ustedes no les dan derechos civiles, mientras que ustedes
claman por los derechos del ciudadano, habrá una lucha por el futuro que podría
manchar vuestro país con la sangre de vuestro pueblo. Los ojos de Europa y del
mundo están fijos en vuestros esfuerzos de reconstrucción, y los enemigos están
preparados para dar el golpe de gracia a las instituciones republicanas en
cuanto encuentren la mínima brecha. Os prevenimos pues, en tanto que hermanos
en una misma causa común, para que retiréis cada cadena de las ramas de la
libertad; así vuestra victoria será completa”.
Aunque Marx no haya escrito este comunicado, es poco
probable que no estuviera de acuerdo con esta afirmación de la Internacional,
organización en la que su influencia política fue decisiva.
Raza, clase y guerra
civil en el Primer volumen de El Capital
El tema de la raza y de la clase, aplicado a la situación
específica a la que se enfrentan los trabajadores de Estados Unidos, aparece
regularmente en los escritos de Marx sobre la guerra civil. Asimismo
encontramos esta temática en un pasaje de El Capital, también
frecuentemente ignorado:
“En los Estados Unidos
de Norteamérica, todo movimiento obrero independiente estuvo sumido en la
parálisis mientras la esclavitud desfiguró una parte de la república. El
trabajo cuya piel es blanca no puede emanciparse allí donde se estigmatiza el
trabajo de piel negra. Pero de la muerte de la esclavitud surgió de inmediato
una vida nueva, remozada. El primer fruto de la guerra civil fue
la agitación por las ocho horas que, calzándose las botas de siete
leguas de la locomotora, avanzó a zancadas desde el Océano Atlántico hasta el
Pacífico, desde Nueva Inglaterra a California. El Congreso General del Trabajo,
reunido en Baltimore (16 de agosto de 1866) declara: “La primera y gran
necesidad del presente, para librar de la esclavitud capitalista al trabajo de
esta tierra, es la promulgación de una ley con arreglo a la cual las ocho horas
sean la jornada laboral normal en todos los Estados de la Unión norteamericana.
Estamos decididos a emplear todas nuestras fuerzas hasta alcanzar este glorioso
resultado”4.
Este pasaje es central en el capítulo VIII sobre “La jornada
laboral” en el que Marx, más que ninguna otra parte de El Capital, apunta
a las resistencias de la clase obrera. Los términos explícitos al respecto han
llamado poderosamente, con toda razón, la atención hasta el día de hoy: “El
trabajo cuya piel es blanca no puede emanciparse allí donde se estigmatiza el
trabajo de piel negra”. Menos son, sin embargo, los que han advertido la expresión
que se refiere a la lucha contra “la esclavitud capitalista” que Marx cita
cuando lo retoma en el primer Congreso nacional de los obreros americanos;
términos que cada vez se harán más raros a medida que los sindicatos se vayan
instituyendo y burocratizando.
A ello se añade el hecho de que, como ha demostrado Raya
Dunayevskaya en un trabajo sobre los escritos de Marx sobre la guerra civil que
los relaciona con su crítica más global de la economía política, Marx añadió el
capítulo sobre “La jornada laboral” – y la frase citada más arriba – en un
borrador más tardío de El Capital. Este añadido se hizo, afirma
Dunayevskaya, bajo la influencia directa de la guerra civil americana y el
apoyo masivo y firme al Norte surgido entre una parte de los trabajadores
británicos (este punto lo discutiremos más abajo). Como escribe Dunayevskaya,
al observar el impacto de la guerra civil americana en la estructura del primer
volumen de El Capital, «en tanto que teórico» Marx era «sensible a este
nuevo impulso de los trabajadores” lo que le llevó a la creación de nuevas
“categorías” teóricas (p. 89).
Los escritos
anteriores a la guerra civil sobre la esclavitud y el capitalismo
Marx abordó ocasionalmente los temas sobre la raza, la
esclavitud y el capitalismo mucho antes del Manifiesto Comunista. En una
carta fechada el 28 de diciembre de 1846 dirigida a Pavel Annekov, igualmente
conocido por su crítica a la versión del socialismo de Pierre-Joseph Proudhon,
Marx asocia la esclavitud con el capitalismo:
“La esclavitud directa
es el pivote de nuestro industrialismo actual al igual que la maquinaria, el
crédito, etc. Sin esclavitud no tendríais algodón, sin algodón no tendríais
industria moderna. Es la esclavitud la que ha dado valor a las colonias, son
las colonias las que han creado el comercio mundial, es el comercio mundial el
que constituye la condición necesaria de la gran industria mecánica. Antes de
la trata de negros, las colonias apenas daban al antiguo mundo algunos
productos y no cambiaba visiblemente la faz del mundo. Así pues, el esclavismo
es una categoría económica de primer orden”.
En otra crítica a Proudhon, también de esta época, Marx
ataca el tópico, por entonces de moda, según el cual los negros estarían
predestinados a la esclavitud. Y aunque no publicó mucho sobre la esclavitud en
el Nuevo Mundo antes del periodo de la guerra civil americana, hay al menos dos
indicaciones que prueban su profundo conocimiento así como su simpatía por la
causa abolicionista. Una de ellas se encuentra en el hecho de que, durante el
año 1850, Marx fue el corresponsal europeo más importante del New York
Daily Tribune, periódico abolicionista que, al parecer, él leía asiduamente.
El segundo indicio de este interés de Marx por la esclavitud
se encuentra en unos cuadernos de notas privados que empezaron a publicarse
sólo en las últimas décadas, en el marco de la edición en curso de
la Marx-Engels Gesamtausgabe o MEGA [Obras Completas de
Marx y Engels]. En estos cuadernos, que fueron ya publicados en la MEGA,
encontramos extractos y resúmenes, en una mezcla de alemán e inglés, de dos
libros sobre la esclavitud del abolicionista británico Thomas Buxton. En agosto de 1851, Marx leyó y
anotó The African Slave Trade (1839) y The Remedy; Being a
Sequel to the African Slave Trade (1840) de Buxton. Marx insiste
especialmente en estas notas en la conclusión de Buxton según la cual, a pesar
del hecho de que Gran Bretaña haya abolido primero la trata de negros (1807), y
después la misma esclavitud (1833), el mercado transatlántico de esclavos
continuó extendiéndose. Marx retoma de este modo los detalles de Buxton
relativos a la importante tasa de mortalidad durante la travesía del Atlántico,
incluyendo pasajes como éste: “la mortalidad que resulta del sistema aumenta
proporcionalmente a la expansión del tráfico que, comparado con el periodo de
antes de 1790, se ha duplicado cuantitativamente”. (MEGA IV/9, p. 496).
Esto se debía a que, como sugieren las notas de Marx al
texto de Buxton, a pesar de que la flota británica había arrestado a todos los
barcos de esclavos, la trata continuó clandestinamente sin que realmente
disminuyese el número de seres humanos transportados para hacerlos esclavos:
“hasta aquí el único cambio realizado es un cambio de pabellón bajo el que se
sigue realizando la trata”. (MEGA IV/9, p. 497). Además, las condiciones en los
barcos negreros se habían, imaginando que esto fuera posible, degrado aun más.
«Los esclavos ahora
están sujetos a mayores sufrimientos que los soportados en el pasado por el
modo en que son embarcados y ocultados, como mercancía de contrabando, cuando
un barco de esclavos entra en el puerto de Río de Janeiro y de La Habana como
si se tratara de un honrado comerciante que dispone abiertamente de su
mercancía. El número de seres humanos ahora víctimas de la trata de negros es
el doble de cuando (los abolicionistas) Wilberforce y Clarckson desempeñaban su
noble tarea; y cada individuo, de entre estas altísimas cifras, además de los
horrores padecidos en el pasado, tiene que sufrir el confinamiento en un exiguo
rincón del navío, donde los espacios son sacrificados en favor de la velocidad”
(MEGA IV/9, p. 497).
La atención que Marx presta aquí a los detalles muestra no
sólo su indignación moral ante la esclavitud, sino también su creciente
convicción de que la esclavitud era en aquella época una de las principales
característica del capitalismo global.
En sus notas, Marx aborda igualmente el debate planteado por
Buxton sobre los nefastos efectos de la trata de negros en la sociedad del
Oeste de África, donde la trata se impone tanto en el orden económico como en
el político. Como algunos mezquinos reyes o jefes africanos decían a los
esclavistas europeos: “Nosotros queremos tres cosas. Pólvora, municiones y
coñac; nosotros tenemos tres cosas para vender: hombres, mujeres y niños” (MEGA
IV/9, p. 499). Marx parece así aprobar la idea de Buxton según la cual
solamente concediendo a África otro tipo de desarrollo económico – sobre todo
sacando ventajas de la riqueza de su tierra – pueden superarse los efectos letales
de la esclavitud en la región del Oeste de África.
Raza, clase y
revolución en el sur de Estados Unidos
Un ejemplo claro de la visión de Marx sobre la raza, la
clase y la revolución en el Sur, lo encontramos en una carta dirigida a Engels
justo antes del desencadenamiento de la guerra civil. Escrita el 11 de enero de
1860, a propósito del ataque del abolicionista John Brown a un arsenal federal
en Harpers Ferry, Virginia, unas semanas antes, Marx proclama:
“En mi opinión, el
acontecimiento más memorable que tiene lugar en el mundo de hoy es, por un
lado, la movilización de los esclavos por la muerte de Brown y, por otro, el
movimiento de los esclavos en Rusia […] Acabo de ver en Tribune que
hay un levantamiento de esclavos en Misuri, por supuesto reprimido. Pero la
señal ya está dada”. (MECW 41, p. 4).
La expedición de Brown, que incluía abolicionistas negros y
blancos, fue un intento de provocar un levantamiento de esclavos en la región
de Harpers Ferry.
Marx escribió también sobre la conciencia social y política
de aquellos a los que llamaba “los pobres blancos” (poor whites) del Sur, ya
que, de hecho, de los 5 millones de sudistas blancos, solamente 300.000 poseían
esclavos. Cuando los Estados del Sur votaron por la secesión en 1861, lo que
provocó la guerra civil, Marx informaba de la manera como los votos, durante la
convención sobre la secesión, demostraban que inicialmente la mayoría de los
pobres blancos no apoyaban la secesión. En un artículo del 25 de octubre de
1861, “La guerra civil norte-americana”, Marx comparaba a los pobres blancos
del Sur con los plebeyos de la antigua Roma cuyos antagonismos de clase con la
aristocracia patricia se fueron amainando debido a las ventajas que los
plebeyos fueron recibiendo de las conquistas romanas. Refiriéndose a las
maniobras del Sur para la expansión hacia nuevos territorios donde el trabajo
esclavo predominaba, como se vio en la guerra mexicana de 1846, Marx afirmaba
que un proceso similar estaba viendo la luz en Estados Unidos:
«En resumen, el número
de los actuales esclavistas en el Sur de la Unión apenas alcanza 300.000, es
decir, una oligarquía muy exigua a la que se enfrentan millones de “pobres
blancos” cuya masa crece sin cesar en razón de la concentración de la propiedad
de tierras y cuyas condiciones son comparables a las de aquellos plebeyos
romanos en la época del declive definitivo de Roma. Sólo mediante la
adquisición –o la perspectiva de adquisición – de nuevos territorios, o
mediante expediciones de filibusteros es posible nivelar los intereses de estos
“pobres blancos” con los de los esclavistas y dar a su turbulenta necesidad de
actividad una dirección que no sea peligrosa, ya que así pueden tener el
espejismo de una esperanza de que también ellos pueden llagar a ser un día
propietarios de esclavos” (MECW 19: 40-41).
Como escribe August Nimtz en su Marx,Tocqueville an
Race in America (2003), “La anexión violenta del Norte de México a Estados
Unidos, a los ojos de Marx estaba clara. Trató de explicar la base material de
eso que más tarde se llamará la falsa conciencia de los pobres blancos sudistas
de antes de la guerra de Secesión y ofrece así una visión de cómo se establece
y mantiene la ideología dominante” (2003: 94). Es la necesidad de crear nuevos
estados esclavistas la que empujó al Sur a llevar a cabo la secesión en 1861
porque, según Marx, la oposición de Lincoln a crear nuevos estados esclavistas,
cuando aún no había abolido la esclavitud en los Estados esclavistas, era una
seria amenaza para el futuro del Sur en el sentido anteriormente evocado.
Pero la preocupación de Marx no era sólo explicar esta falsa
conciencia. Era también la de examinar la posibilidad de una nueva forma de
subjetividad revolucionaria que podía surgir de las profundidades del sistema
social del Sur, algo que durante cientos de años las clases dominantes se
empeñaban en impedir sin descanso: la posible alianza entre pobres blancos y
esclavos negros. La misma guerra podía revertir las antiguas relaciones
sociales en el Sur, permitiendo aparecer tales contradicciones sociales.
Los debates de Marx
con Engels y Lasalle
Como muy bien observó Marx, la guerra civil iba a abrir
también posibilidades revolucionarias para el Norte. Como se ha explicado
anteriormente, Marx escribió en El Capital sobre el nacimiento de un
movimiento obrero a raíz de la guerra. Además, cuando Lincoln trataba de
postergar la cuestión del esclavismo, desde el inicio de la guerra, Marx
escribía con la certeza de que la lógica de los acontecimientos iba, con el
correr del tiempo, a forzar al Norte no sólo a sostener la abolición de la
esclavitud, sino también a enrolar a regimientos negros y a conceder derechos
civiles plenos a los antiguos esclavos. En este sentido, la causa nordista era
del todo progresista y revolucionaria desde un principio, al menos
implícitamente.
Engels, por su parte, era menos optimista en cuanto a las
posibilidades de victoria del Norte, y menos aun de que adoptase políticas
revolucionarias. Sobre este punto, parece que compartía, al menos desde un
cierto punto de vista, la opinión de socialistas europeos como Ferdinand
Lasalle – a menudo blanco de las virulencias críticas de Marx que le acusaba
sobre todo de ser partidario del socialismo de Estado, o peor aun – en el
sentido de que el Norte carecía de radicalismo revolucionario y de una voluntad
real de combatir. Esto significaba que el Sur hubiera podido triunfar en esta guerra,
principalmente a causa de las indecisiones del Norte que contrastaban
fuertemente con la resuelta voluntad del Sur de combatir para defender sus
instituciones reaccionarias. En su debate con Marx, Engels apunta también al
hecho de que el cuerpo de oficiales sudistas estaba muy experimentado
militarmente, ya que la mayoría del cuerpo de oficiales americanos había
desertado del Norte por el Sur. Este debate, que se prosiguió durante varios
años en la correspondencia entre Marx y Engels, constituye, a mi entender, la
diferencia política más explícita en unas relaciones que duraron cuarenta años.
En el curso de uno de estos debates con Engels, Marx predice, en una carta
fechada el 7 de agosto de 1862, que “el Norte iba finalmente a guerrear en
serio y adoptar métodos revolucionarios” que incluirían el uso de tropas negras
que “iban a golpear duro sobre los nervios de los sudistas”
5.
Internacionalismo
proletario: los obreros británicos y la guerra civil americana
Una parte importante de los escritos de Marx sobre la guerra
civil retoma el tema al que se refería en la Conferencia inaugural de la
Primera Internacional, es decir, a la necesidad para la clase trabajadora de
“dominar por sí misma los misterios de la política internacional”, algo que más
tarde los marxistas llamarán el internacionalismo proletario. Desde el inicio
de la guerra se temía una intervención británica o francesa al lado del Sur, lo
que le hubiera ayudado considerablemente a asegurarse la victoria. Como Marx y
otros socialistas y sindicalistas habían visto, como las fuerzas conservadoras,
sobre todo las surgidas de la aristocracia terrateniente, intentaban avivar los
sentimientos de la población contra el Norte. En este sentido, uno de los
argumentos de estas corrientes conservadoras era el bloqueo de los puertos
sudistas por parte del Norte, que impedía la exportación de algodón y provocaba
una situación económica desastrosa para los obreros del textil de Manchester y
otros centros industriales.
En “La opinión pública inglesa”, un artículo publicado en
el New York Tribune el 11 de enero de 1862, Marx describe la manera
como las clases obreras británica e irlandesa se negaban a prestar atención a
los gritos de guerra de la clase dirigente británica, incluso después de que la
flota americana hubiese abordado un navío británico a bordo del cual se
encontraban dos diplomáticos confederados que se dirigían a Londres:
«Incluso en Manchester
el estado de ánimo de la clase obrera fue tan consciente de los sentimientos
que un intento aislado de convocar un mitin a favor de la guerra fue abandonado
apenas convocado (…). Dondequiera que tuvieran lugar reuniones públicas en
Inglaterra, en Escocia o en Irlanda, se protestó contra los violentos gritos de
guerra de la prensa y los sombríos proyectos del gobierno, declarándose por una
solución amistosa de las cuestiones en litigio (…) En las presentes
circunstancias, una gran parte de la clase obrera inglesa sufría directa y
severamente las consecuencias del bloqueo del Sur, mientras que otra parte
indirectamente estaba afectada por las restricciones del comercio americano
debidas – según se les contaba – a la política egoísta proteccionista de los
republicanos (…) En esas condiciones, la simple justicia exige rendir un
homenaje a la firme actitud de la clase obrera inglesa, y más cuanto aun cuando
se compara con el comportamiento hipócrita, jactancioso, cobarde e idiota del
oficial y ‘bienintencionado’ John Bull”.
En varias ocasiones Marx publicó artículos sobre los grandes
mítines de los obreros ingleses que sufrían la causa nordista, incluso sabiendo
que eso les costaba a corto plazo el puesto de trabajo en su propio país. Fue
uno de los mejores ejemplos en aquellas época –y en las posteriores – de
internacionalismo proletario. Como hemos mencionado más arriba, estos mítines
de apoyo al Norte en la guerra eran cruciales para la formación de las redes de
las que emergería la Primera Internacional. Marx lo resume brevemente en una
carta a Lion Philips, del 29 de noviembre de 1864; en ella se interesa por la
manera como las redes de los movimientos obreros europeos que apoyaban al Norte
– como apoyarían más tarde la insurrección polaca de 1863 – se fusionaron en
otoño de 1864 para formar la Primera Internacional:
“En septiembre los
obreros de París enviaron una delegación a los trabajadores de Londres para
confirmar su apoyo a Polonia. En esta ocasión se formó un Comité Internacional
de los Trabajadores. Lo que no deja de tener su importancia ya que (…) en
Londres la misma gente estaba a la cabeza (…) de un gigantesco mitin con (el
líder liberal británico John) Brigth en St. James’s Hall, para impedir la
guerra contra Estados Unidos” (MECW 42: 47).
En el mitin de St. James Hall, donde por otra parte se
celebró el congreso fundacional de la Primera Internacional, fue donde los
obreros británicos y otros apoyos del Norte se reunieron para denunciar una
serie de declaraciones belicistas de las clases dominantes contra el gobierno
americano.
En este contexto era muy natural que, aparte del discurso
inaugural redactado por Marx que subrayaba los principios generales, la primera
declaración pública de la recién fundada Primera Internacional fuera una carta
abierta de felicitación a Lincoln con ocasión de su reelección. En esta carta,
de enero de 1865, cuya respuesta por parte de la administración Lincoln ya
hemos citado más arriba, la Primera Internacional explicita los principios
internacionalistas que motivaron a los obreros británicos a apoyar al Norte a
pesar de las dificultades económicas: “Desde el principio de la lucha titánica
que lleva América, los obreros de Europa sienten instintivamente que la suerte
de su clase depende de la bandera estrellada. (…) Por eso soportaron con toda
paciencia los sufrimientos que les impuso la crisis del algodón y se opusieron
firmemente a la intervención a favor de la esclavitud que apoyaban sus clases
superiores; y un poco por toda Europa contribuyeron con su sangre a la causa
justa” (MECW 20: 19-20). El texto hace referencia al hecho de que Estados
Unidos era la mayor república democrática de entonces, pero también al hecho de
que una buena cantidad de inmigrantes, sobre todo alemanes, participaron
activamente en la guerra, a veces incluso en puestos de mando. La calurosa
respuesta de la administración Lincoln, antes citada, significó la primera gran
publicidad de la Internacional en la prensa inglesa.
La América de la guerra civil era una sociedad impregnada de
grandes impulsos revolucionarios. Entre otras cosas, esto provocó el
crecimiento de una rama de la Primera Internacional en la América de la
pos-guerra civil, uno de cuyos miembros fue el abolicionista radical Wendell
Phillips, el único abolicionista que pasó del abolicionismo al apoyo a los
obreros en el periodo de la reconstrucción. Y como ya sabemos, las fuerzas
reaccionarias, no solamente sudistas sino también los grandes capitalistas del
Norte, trabajaron conjuntamente para limitar el alcance de la reconstrucción,
asegurándose, por ejemplo, de que las 16 hectáreas y la mula nunca se
concedieran a los antiguos esclavos. Hacia 1876, a pesar de las esperanzas, en
adelante aniquiladas, ligadas a la fase de reconstrucción, un nuevo tipo de
opresión racial, caracterizado por una segregación forzosa y una violenta
represión, se instaló en el Sur. Ya sabemos cómo este sistema sobrevivió
durante casi un siglo, hasta la década de 1960.
Me gustaría terminar con una nota más general concerniente a
la visión global de Marx sobre la raza, la etnicidad y el nacionalismo y su
inserción en su marco dialéctico como en un todo, también en su crítica del
capital, con una cita de mi Marx at the Margins:
“Marx desarrolló una
teoría dialéctica del cambio social que no era ni unilineal ni exclusivamente
clasista. Al igual que su teoría del desarrollo social fue evolucionando hacia
una dirección más multilineal, su teoría de la revolución, con el correr de los
tiempos, empezó a centrarse cada vez más en la interrelación de la clase con la
etnicidad, la raza y el nacionalismo. Marx no era un filósofo de la diferencia
en el sentido posmoderno del término, en la medida en que la crítica de una
sola entidad englobante, el capital, era central en toda su empresa
intelectual. Pero centralidad no quiere decir univocidad o exclusividad. La
teoría de la madurez de Marx gira en torno a un concepto de la totalidad que no
sólo ofrece un lugar considerable a la singularidad y a la diferencia, sino que
puede también hacer que estas particularidades – la raza, la etnicidad y la
nacionalidad – sean determinantes para la totalidad” (p. 244
Notas
2 F. Fanon, Los condenados
de la tierra, Ed. FCE, Buenos Aires, 2007, p. 73
3 Marx, K. El Capital:
crítica de la economía política (1 vol.) Ed. y trad. de Pedro Scaron.
Editorial SIGLO XXI, Madrid (1978). p. 8.
5 En esta carta, el término que
Marx realmente utiliza es “nigger-regiment“, un eufemismo en inglés en una
carta escrita en alemán. Parece que aquí está utilizando un término muy racista
(ampliamente reconocido como tal, incluso en aquella época) en una argumentación
cuyo punto principal era fuertemente anti-racista. Tal uso de eufemismos
aparece algunas otras veces en los escritos de Marx, incluidos en artículos
publicados. Sólo en un caso, sin embargo, parece haber utilizado el término con
un sentido peyorativo. Lo hizo en un ataque contra la actitud de Lassalle
ante la Guerra Civil: en una carta a Engels del 30 de julio 1862 Marx se
refirió con este término a la piel morena de Lasalle (aunque este también era
el caso del mismo Marx) para denunciar la actitud condescendiente de Lassalle
hacia la causa del Norte.
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Kevin B. Anderson |
Kevin B. Anderson es profesor de sociología, ciencias políticas y estudios feministas en la Universidad de Santa Barbara, California. Sus escritos tratan de Marx, Hegel, la escuela de Fráncfort, Foucault y el debate sobre el orientalismo. Sus libros más recientes: Foucault and the Iranian Revolution (con Janet Afary, 2005) y Marx at the Margins (2010).Este artículo está inspirado en las conferencias dadas en septiembre y octubre de 2011 en la Universidad Loyola de Chicago, en la biblioteca Niebly-Proctor Marxist d’Oaklend, en el Foro Brecht de Nueva York y en la West Coast Marxist-Humanists de los Ángeles y es miembro de la organización Marxista-Humanista Internacional
Traducción
del inglés por José Mª Fernández Criado
>> Texto en PDF | 15 págs.
Guerra y emancipación | Abraham
Lincoln & Karl Marx
Presentación de Robin
Blackburn, Andrés de Francisco | Traducción de Antonio Lastra, Andrés de
Francisco y Javier Alcoriza
Marx y Lincoln mantuvieron
correspondencia al final de la Guerra Civil estadounidense. Aunque los
separaban más cosas aparte del Atlántico, coincidían en la causa de los
trabajadores libres y en la urgente necesidad de acabar con la esclavitud.
Estos escritos señalan el importante papel de los comunistas internacionales en
oposición al reconocimiento europeo de la Confederación. Frente a la presuntuosa
opinión del Londres liberal de su tiempo, que afirmaba que el verdadero motivo
del conflicto eran los aranceles, Marx sabía que la crisis tenía que ver con la
esclavitud. Era consciente de que el capitalismo podía fácilmente apoyar e
incluso prosperar a costa de ésta y otras formas de servidumbre humana. Sus
numerosos escritos sobre la Guerra Civil, lejos de propugnar un socialismo de
raza blanca, demuestran una intención universalista: «sólo el rescate de una
raza encadenada llevaría a la reconstrucción de un mundo social».
Poco después, los ideales del
comunismo atrajeron a miles de adeptos por todo EE.UU., y la Asociación
Internacional de Trabajadores trató de radicalizar la revolución inacabada de
Lincoln promoviendo los derechos de los trabajadores blancos y negros, nativos
y extranjeros, contribuyendo a una crítica profunda de los magnates que se
enriquecieron con la Guerra, e inspirando una extraordinaria serie de huelgas y
luchas de clase en las décadas siguientes.