- “Jamás olvidaremos que los trabajadores de todos los
países son nuestros amigos y los déspotas de todos los países nuestros
enemigos.” | Primer Manifiesto del Consejo
General de la Iº Internacional sobre la Guerra Franco-Alemana, 19 de julio de
1870
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Karl Marx ✆ Rudolf Herrmann
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Nicolás González
Varela | En las revoluciones burguesas europeas de
1848-1849, que removieron e hicieron salir al escenario de la Historia a muchas
nacionalidades oprimidas, resultaba característico que, siempre que el
movimiento ucraniano se incrementaba en fuerza y voz, lo declarasen de
inmediato como “invención” de cualquier “potencia foránea” o del mismísimo
maquiavélico Metternich; incluso en la Rusia prerrevolucionaria se consideró
entre los socialdemócratas que la cuestión nacional ucraniana era una “quimera”
o bien de Bismarck, o bien del “Estado Mayor alemán”, o incluso del Vaticano.
Ucrania era una falsa tierra irredenta. En la prensa burguesa revolucionaria se
etiquetaba a los ucranianos como un pueblo ahistórico, contrarrevolucionario de
“campesinos y popes”. Cuando en 1890 Engels escribió en Ginebra para el
diario Sotsialdemokrat ruso
su estudio sobre “La política exterior
del Zarismo” (por cierto, puesta en el Index por
Stalin), los editores Vera Zasulich y el padre del Marxismo ruso, Plejanov
protestaron escandalizados contra un pasaje en el cual Engels designaba a los
ucranianos como nacionalidad “especial,
diferente de los rusos” y que habían sido anexionados “por la fuerza” en 1772. El marxismo ruso ortodoxo, del cual
evolucionó el nacionalbolchevismo stalinista, consideraba a los ucranófilos
(antiguos “rutenos” bajo la nobleza polaca y el zarismo) con desprecio y
hostilidad. No era raro que entre 1918-1919 el Ejército Rojo fusilara a gente
en Ucrania