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Mijaíl Bakunin ✆ Uluk Suçsuzer
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Albert Lladó | Este estudio trata de identificar las claves
que hicieron que las políticas de Bakunin y Marx se separaran hasta tal punto
de considerarse rivales, contrarias. Por qué el marxismo y el anarquismo no son
compatibles, por qué motivo Bakunin cree que Marx es un burgués más, por qué
razón la
Asociación Internacional de
Trabajadores, impulsada por Marx, es entendida, según qué postura, de forma
tan distinta. Estas son las preguntas que nos intentamos hacer aquí. Para ello, hemos creído oportuno leer la obra (que en
realidad es una selección de textos)
Eslavismo
y anarquía de Bakunin y, sobre todo, el artículo que éste dedica a Marx. En
Escrito contra Marx, redactado entre
noviembre y diciembre de 1872, podemos ver el pensamiento de la revolución
anarquista y las enormes diferencias, según el mismo autor, con otras formas de
pensamiento de carácter revolucionario o de izquierda radical. Pero tampoco
podemos dejar de lado en este estudio las constantes paradojas que parece tener
el pensamiento de Bakunin. ¿Cómo puede ser que quien elaboraba en 1865 un
programa casi anarquista para su sociedad secreta revolucionaria se dirigiese
sólo tres años antes al zar Alejandro II para pedirle que encabezara una
cruzada de los pueblos eslavos?
¿O cómo puede, quien pretende hacer de ideario
de la emancipación de la humanidad, caer constantemente en argumentos
xenófobos? A encontrar respuestas a estas y otras muchas preguntas nos ayudará
la introducción de Antonio Elorza que encontramos en el volumen de la Colección
Austral, de Espasa.1
Sin embargo, no podríamos, aún y así, entender el
pensamiento de Bakunin si no lo situamos dentro de un contexto histórico muy
determinado. Entre 1864 y 1867 Bakunin está en Italia y es allí donde sus
reflexiones 3 derivan hacia las organizaciones obreras y lo que, más tarde,
denominará revolución anarquista. Después del nuevo aplastamiento de la
insurrección polaca por las tropas del zar, no hay esperanzas para una
revolución eslava a corto plazo. El lugar de Bakunin está ahora en otro sitio.
Ha nacido, de manos de Marx, la Asociación
Internacional de los Trabajadores. El lenguaje de Bakunin, aunque ya apunta
a una destrucción inmediata del régimen político, es aún democrático. Su
esquema es el de liquidación social, […] en el que la libertad exige la
igualdad económica y social construyendo la sociedad de abajo a arriba y no
como hasta el momento. La centralidad del Estado deja paso a la del municipio.
El antiestatismo no ha sido llevado aún a sus últimas consecuencias.
Mijail Bakunin escribe este artículo entre noviembre y
diciembre de 1872. Las posturas se han radicalizado ya. Y la Internacional es
el centro de combate entre los partidarios de Marx y los de Bakunin. Las
diferencias son claras: Marx apuesta porque la asociación participe de las
cuestiones políticas y filosóficas del momento a través de un “socialismo
intelectual” mientras que Bakunin recuerda que la Alianza, sección de la
Internacional en Ginebra, rechaza la acción política.2
“La Alianza rechaza
toda acción política que no tenga por fin inmediato y directo el triunfo de los
trabajadores contra el capital.”
Aquí radica la concepción de Bakunin: se tiene que abolir
todo Estado y no hay que participar, como hace el Partido Demócrata Socialista
de los obreros alemanes de Liebknecht y Bebel, de la lucha por la conquista del
poder político. Además ese “intelectualismo” del socialismo de Marx no tiene
sentido para Bakunin. Para el pensador, Marx se dirige únicamente a los
trabajadores cultos o que, por su vanidad o ambición, aspiran a transformarse
en nuevos burgueses. La revolución, nos dice Bakunin, tiene que venir de la
flor del proletariado, entendiendo como tal a la gran masa, los millones de no civilizados
analfabetos que, por instinto y pasión, necesitan y quieren la igualdad
económica. A ellos, les llama canalla popular y por ellos, explica Bakunin, la
Internacional no puede tener ninguna referencia política ni religiosa. No se
puede declarar atea porque eso haría que no se uniera a la Asociación esta
canalla popular que aún está alienada y que únicamente se mueve por la igualdad
económica.
“Lo que en todas
partes quieren las masas es su emancipación económica inmediata, pues ahí
reside realmente para ellas toda la cuestión de la libertad… y las masas tiene
mil veces razón.”3
O sea, la Internacional tiene que ser simplemente la
asociación que permita la igualdad económica entre toda la masa oprimida por el
capital. Y es que la masa tiene la pasión instintiva de dicha igualdad
económica. Por eso, lo que hace Marx y Engels, según Bakunin, es un socialismo
científico donde la masa permanecerá oprimida de igual forma que en otro tipo
de gobierno. Es otra forma de dictadura, un nuevo despotismo donde se apuesta
por la esclavitud a favor de la unidad. Por este motivo, Bakunin no cesa de
insistir en los estatutos originales del a Asociación que dejan completamente
fuera la cuestión propiamente política. Política es así, para Bakunin,
exclusión. Primero hay que “liberar” a la masa, a la canalla popular, de la
opresión a la que está sometida por culpa del capital. Luego, a través de su
libertad, que decida si quiere ser atea.
Pero esta línea utópica revolucionaria que extraemos de
Bakunin contiene, por desgracia, otras reflexiones mucho menos esperanzadores.
Y es que utiliza su crítica a Marx para desplegar parte de la xenofobia que
persigue sus ideales. Bakunin acusa a Marx incesablemente de tener como
objetivo final construir un gran Estado pangermánico supuestamente popular. Y
es que Bakunin siempre se consideró a Francia como la causa sagrada del
socialismo revolucionario frente a la Alemania que, como el zarismo ruso, se
convierte en el gran adversario. De ahí surge su libro El imperio Knutogermánico y la revolución social, de comienzos de
1871. El Knut es un látigo de la
tiranía zarista y Bakunin ve a Bismark, y de alguna manera a Marx, como el
actual portador de dicho látigo. Pero, además, esa fobia a los alemanes se
incrementa con Marx porque Bakunin es, en realidad, profundamente antisemita.
“…Marx es judío…muchos
otros partidarios fanáticos, en su mayor parte también judíos.”4
Esta forma de recurrir al discurso xenófobo es el principio,
y si se quiere el final, de la ortodoxia que utiliza Bakunin en la
Internacional. Acaba de fundar sus pilares bajo la dimensión de su
antisemitismo, su antigermanismo y su aproximación, cada vez más evidente, a
las formas de pensar del nacionalismo ruso. Quien promulga un atiestatismo, una
unión universal de federaciones, utiliza como argumento la nacionalidad o el
origen como crítica. Veamos otro claro ejemplo:
“He dicho que los
judíos de la Europa oriental son los enemigos jurados de toda revolución
verdaderamente popular”5
Y es que para Bakunin la historia política tiene un cierto
paralelismo a la teoría de la evolución de Darwin: la raza latina representó
durante la historia la aristocracia, la raza eslava la canalla popular, como le
llama él, y la alemana a la burguesía. Marx, por tanto, no es más que otro
burgués contra el que hay que luchar, otro burgués que se ha inventado otra
forma de gobierno despótico y autoritario. Por tanto, la visión de Bakunin es
puramente dualista: él es el bueno, Marx es el malo. El proletariado, todo el
proletariado, contra la burguesía. Hay que ayudar a emancipar al pueblo y no
someterlo a otra dictadura. La emancipación sólo viene por la igualdad
económica y no por conjeturas filosóficas o políticas. La huelga es la mejor
gimnasia revolucionaria para la solidaridad entre obreros. La historia acabará
con el fin de las clases sociales, con el fin de la esclavitud.
No obstante, la ruptura total entre Marx y Bakunin se
produce ya en la Conferencia de Londres, dirigida por el mismo Marx, donde se
suscribe la prioridad de la acción política de la clase obrera y, por tanto, la
formación de partidos políticos. La respuesta no se hace esperar: en la Carta a los internacionales de Bolonia
Bakunin critica que en Londres no hay representación y que únicamente habla un
individuo, algo totalmente opuesto al federalismo internacionalista. Así, los
verdaderos adversarios se convierten en lo que proponen a los obreros
organizarse políticamente para hacer la revolución.
Bakunin, frente a la expulsión dictada por Marx en el
Congreso de la Haya, opta por retirarse de la militancia activa. Él ya ha había
teorizado. Ahora era cosa del proletariado. Sólo ellos podían llevar a cabo su
propia revolución para abolir las diferencias económicas. El 12 de octubre de
1873 se despedía de sus compañeros de la Federación del Jura.
Conclusiones
Bakunin y Marx fueron dos piezas claves del movimiento
obrero de finales del siglo XIX. De eso no cabe duda. No analizaremos aquí si
las diferencias fundamentales entre los dos pensadores fueron únicamente
ideológicas o tenían que ver más con sus caracteres ambiciosos y su obsesión
por liderar la revolución de las clases menos favorecidas. Pero, sin duda, el
anarquismo del pensador ruso choca literalmente, como hemos visto, en algunos
matices irreconciliables con el socialismo de Marx.
Para Bakunin la revolución, como ya anuncia el subtítulo de
este trabajo, ha de estar absenta de acción política. Como mínimo, no se ha de
producir en la Internacional, organización que únicamente se ha de ocupar de
acabar con el Capital y conseguir la igualdad económica para la masa, igualdad
que todo hombre, por instinto, quiere. Para Marx, el obrero tiene que
organizarse políticamente y ser ateo, para dejar de estar alienado por la
supraestructura.
Además Bakunin reprocha a Marx que su socialismo vaya
dirigido únicamente a obreros preparados y se olvide de los más humildes, de
los analfabetos, que merecen la misma igualdad económica que los demás. Para
Bakunin, Marx promulga un socialismo de burgueses y sus obreros no quieren la
igualdad sino convertirse, transformarse, en nuevos burgueses. A través de un
discurso que, demasiadas veces, se pierde en argumentaciones xenófobas, Bakunin
ataca a Marx por querer crear un nuevo Estado, igual de despótico que los
demás, igual de injusto.
Notas
1. BAKUNIN,Mijail. “Eslavismo
y anarquía”. Ed Espasa. Colección Austral. 1998, Madrid.
2. Ídem. Pág. 324.
3. Ídem. Pág.332.
4 Ídem. Pág. 51.
5 Ídem. Pág. 53.