Karl Marx ✆ Sara Almudhaf |
"científica" de su propia situación y la consciencia de las condiciones de su emancipación. Pero en un lapso de pocos años, el marxismo se transformó en un dogma impermeable al cambio y en un instrumento de dominación y disciplinamiento. Esta evolución, que comenzó en el seno de los partidos socialdemocráticos, fue consolidada y reforzada considerablemente por Vladimir I. Lenin y por la victoriosa Revolución de Octubre en Rusia. Las consecuencias teóricas y prácticas de este desarrollo han sido estudiadas exhaustivamente; por ello la ortodoxia soviética posterior a 1930 y las escuelas adscritas a ella --como la mayoría de las corrientes marxistas en el Tercer Mundo (3) -- no estarán en el centro del presente estudio.
Al lado de este "marxismo institucional" (Leszek Kolakowski), protegido por las armas y el prestigio de una potencia mundial, han existido variantes de un "marxismo crítico", opuesto a la ortodoxia moscovita, y del cual se esperaba hasta hace poco un pensamiento y una praxis genuinamente humanistas y emancipatorias y, simultáneamente, la readecuación de la doctrina original a la evolución del mundo contemporáneo. En este ensayo examinaré someramente porqué este marxismo crítico no ha estado a la altura de los tiempos y de los conocimientos científicos generados fuera de él. Es importante comprender porqué estas tendencias críticas, que experimentaron a partir de 1968 un breve pero intenso renacimiento, se agotaron bien pronto, tanto en su función teórico-analítica como en su dimensión ético-política. Mucho antes de 1989 y del actual florecimiento de las escuelas postmodernistas y afines, el llamado marxismo crítico había cesado de jugar un rol importante en las ciencias sociales. Las contribuciones científicamente heurísticas y relevantes --como las de la Escuela de Frankfurt-- se han dado prácticamente fuera de los presupuestos conceptuales y del horizonte de expectativas de todas las variantes del marxismo. En muchos campos del saber, desde la antropología hasta la estética, los aportes rescatables de marxistas se deben a un trabajo serio en la disciplina respectiva, que tiene bien poco que ver con una dimensión teórica inspirada realmente por el marxismo, por más que el investigador haga profesión de fe de la doctrina marxista. Por ello estas corrientes no serán consideradas en este ensayo, como tampoco, por razones de espacio, el llamado austro-marxismo, el existencialismo radicalizado de Jean-Paul Sartre, el eurocomunismo y el multifacético reformismo italiano.
Las similitudes entre el marxismo institucional y el crítico
El marxismo crítico ha sido denominado también "marxismo occidental" (4), lo cual es equívoco, puesto que esta calificación deja a un lado los aportes, muchas veces indispensables, provenientes de Europa Oriental y de la propia Unión Soviética. Una de las tesis centrales de este trabajo postula precisamente una considerable similitud entre todas las corrientes contestatarias y ciertos elementos fundamentales de aquel marxismo canonizado más tarde por la ortodoxia moscovita. Este ensayo pretende esclarecer la paradoja que se da en una posición que exhibe simultáneamente aspectos críticos y apologéticos, y cuyos ejemplos tempranos pueden observarse en la obra de Luxemburg, Trockij y Buxarin.
Rosa Luxemburg (1871-1919) fue una de las exponentes más notables de un marxismo independiente. Ya en 1904 censuró el "ultracentralismo brutal" contenido en la nueva concepción del partido de Lenin: ésta sería el intento de introducir la disciplina del cuartel, la fábrica y de los estamentos burocráticos al interior del partido socialdemocrático, dando como resultado una élite dirigente privilegiada y una masa de seguidores sometidos a la obediencia más estricta y separados para siempre de la cúpula decisoria. Como se sabe, ella mantuvo esta posición crítica con respecto al partido bolchevique después de la Revolución de Octubre de 1917 (5). Pero al mismo tiempo Luxemburg sostuvo como verdades indubitables algunos teoremas importantes del marxismo que ya entonces eran altamente controvertidos: la validez intangible de todos los pronósticos de Marx en torno al desarrollo de la economía capitalista, la polarización incesante de clases, la pauperización creciente del proletariado, la necesidad de subordinar las labores sindicales a las políticas, la inutilidad de toda labor parlamentaria (el sistema parlamentario como "cretinismo"), el carácter meramente "formal" de la burocracia "burguesa" (contrapuesto a la verdadera democracia socialista) y la obligación de impedir todo "reformismo pequeño-burgués" al estilo del despreciable Eduard Bernstein (6). Por otra parte, Rosa Luxemburg reiteró el tópico marxista de rechazar y combatir la organización federal de un Estado, los particularismos regionales y las peculiaridades históricas preburguesas y pre-industriales en cuanto reliquias singularmente odiosas del régimen "feudal"; el centralismo estatal de corte unitario constituiría uno de los grandes logros del capitalismo, que la revolución socialista debería profundizar a toda costa y que sería especialmente adecuado para países con varias nacionalidades como Rusia. Luxemburg se opuso tenazmente a la independencia de su patria, Polonia. Suponiendo que la evolución de Europa Occidental es obligatoria para el resto del mundo, calificó el Imperio Austro-Húngaro --esa sabia construcción de lealtades laxas, autonomías regionales y tolerancia hacia las distintas nacionalidades y razas-- como un fenómeno histórico "anómalo" (7).
También Lëv D. Trockij (1879-1940) criticó en 1904 acremente la concepción leninista del partido, posición de la cual Trockij abjuró definitivamente en 1917, cuando se plegó a la doctrina leninista en cuestiones de organización y cuando Lenin se adhirió, en lo esencial, a su teoría de la revolución permanente (8). De modo clarividente Trockij previó que el modelo leninista produciría dos efectos fatales: la élite de revolucionarios profesionales tomaría a su cargo la labor de "dirigir y educar" al proletariado y éste la de obedecer; el partido sustituiría la voluntad del proletariado, el comité central la del partido y el "dictador" la del comite central (9). Después de renunciar a este enfoque crítico, Trockij se convirtió --o volvió a ser-- un apologista de los tópicos más reaccionarios y de los métodos más duros del régimen soviético: con toda razón se lo ha llamado un precursor del stalinismo (10).
Trockij, el creador del Ejército Rojo, fue un genio de la organización y la estrategias militares; pero, en su calidad de Comisario del Pueblo para el Ejército y la Marina y Presidente del Soviet Supremo Militar, ordenó el 8 de agosto de 1918 la erección de "campos de concentración" no sólo para "saboteadores y oficiales contrarrevolucionarios", sino para los "parásitos sociales" y todo aquel opositor que saliese con vida de un juicio militar sumario (11). Esta actitud se inscribe en su vehemente rechazo a toda manifestación de rebeldía e insubordinación contra sus ideas y órdenes, aunque sea sólo en el campo intelectual; la historia posterior del trotskismo y de la IV Internacional (12) --una historia de mezquindades ridículas y escisiones pintorescas, que no aportó nada al florecimiento de un marxismo crítico-- tiene que ver probablemente con ese espíritu de intolerancia y sectarismo, por demás cercano a las tradiciones rusas y asiáticas más habituales de su tiempo. En este sentido no es de extrañar que Trockij haya defendido la utilización de cualesquiera medios para alcanzar determinados fines, con el argumento de que ello ha sido lo corriente a lo largo de la historia universal (13). Aparte de celebrar el rol progresista de la violencia política, Trockij compartió la difundida opinión de que los derechos humanos, la democracia representativa y el pluralismo ideológico constituirían meras formalidades con utilidad instrumental (14). Contra las fracciones de izquierda dentro del partido bolchevique y basado en la idea muy convencional de que el Hombre es perezoso por naturaleza, Trockij propuso (con cierto éxito) en 1920 la militarización de las relaciones laborales y de los sindicatos para conseguir la disciplina, el sacrificio y el sentido de jerarquías que sólo se da en el ejército, apoyado en este punto por su famoso adversario Nikolaj I. Buxarin (1888-1938), después de Lenin el teórico más destacado del partido (15).
En el exilio y tras experimentar en carne propia los rigores de pertenecer a la oposición, numerosos líderes comunistas, entre ellos Trockij, descubrieron y reconocieron tibiamente las bondades de la legalidad y la democracia burguesas, pero sin jamás admitir la propia responsabilidad en la edificación de un orden totalitario. En su análisis del stalinismo de 1936 Trockij afirmó que la Unión Soviética se había convertido en una sociedad dual: socialista con respecto a la propiedad de los medios de producción, pero "burguesa" en relación a los odiosos mecanismos de control y coerción. Lo "burgués" seguía encarnando lo negativo, mientras que lo "socialista" --contra toda la experiencia fáctica-- continuaba representando únicamente factores positivos. La concepción de que la Unión Soviética era un Estado socialista con "degeneraciones burocráticas", pero socialista al fin y al cabo, no ayudó ni a iluminar el pasado ni a construir un marxismo genuinamente crítico, y más bien contribuyó a seguir arrastrando y exaltando un legado pleno de errores y monstruosidades (16).
Por lo demás, Trockij y su adversario Buxarin impidieron el surgimiento de un pensamiento genuinamente crítico al repetir hasta el cansancio los lugares comunes de su entorno: para superar el periodo de transición al comunismo pleno hay que restablecer las jerarquías y los castigos e instaurar una especie de dictadura pedagógica (17) (donde la disciplina laboral es indispensable), mientras que el capitalismo se halla en medio de una crisis incurable, el mercado refleja la irremediable anarquía del orden burgués y la polarización de clases en los países capitalistas avanza sin cesar. La dictadura pedagógica se aviene con la visión tecnocrática que tenía la cúpula bolchevique en torno al funcionamiento de la sociedad: una élite de militares, políticos y gerentes es imprescindible porque la masa de los simples trabajadores no se percata de los complejos problemas asociados a los procesos productivos y administrativos de un Estado moderno.
La diferencia decisiva entre capitalismo y socialismo es vista por Trockij mediante el "lenguaje de las cifras"; éxitos en producción y productividad y otros factores cuantitativos determinarían cuál es el orden superior. En una de sus últimas obras (La revolución traicionada), que denota un cierto espíritu escéptico, Trockij aseveró que el socialismo no ganó su "derecho al triunfo" en las páginas de El capital de Marx, sino en un enorme territorio geográfico y por medio del "idioma del hierro, del cemento y de la electricidad" (18). De esta manera las metas normativas establecidas por la economía capitalista permanecieron vigentes en el imaginario comunista de todas las corrientes. Buxarin y el destacado economista Evgenij A. Preobrazenskij (1886-1937) --ambos pertenecían entonces a la fracción de izquierda-- pensaban en 1919 que el mundo y las sociedades humanas no ofrecerían resistencia seria a un cambio revolucionario inducido por aquéllos que conocen el rumbo de la historia y sus necesidades. Lo razonable sería un desarrollo basado esencialmente en el despliegue impetuoso de la técnica y en enormes proyectos de industrialización e infraestructura. Esta "alianza entre la ciencia (19) y la industria" estaría inextricablemente ligada a la pronta desaparición del dinero, el Estado, la burocracia y la administración de justicia (20): una utopía, en la cual también creyeron Marx y Engels. Trockij y Buxarin --como casi todos los marxistas rusos-- sostuvieron durante largo tiempo que las decisiones del partido comunista eran la encarnación de la verdad; ésta no se discernía a través del análisis teórico o el debate libre de puntos controvertidos, sino mediante las determinaciones del comité central (21). Según ellos (y miles de comunistas) no se podía tener razón fuera del partido. El éxito posterior del stalinismo estuvo garantizado desde un primer momento porque hasta sus adversarios más lúcidos creían que el partido personificaba una verdad histórica superior y una forma de organización política más perfecta que todas las inútiles construcciones de la democracia formal y burguesa. Aunque no se puede postular un nexo obligatorio de causa y efecto entre la concepción leninista del partido y el despotismo de Stalin, no hay duda de que la cultura política del autoritarismo de la Rusia presocialista y la idea de la verdad histórica incorporada en la rígida estructura del partido favorecieron el surgimiento y la consolidación de la dictadura stalinista (22). No es superfluo recordar que Lenin mismo coadyuvó a este resultado mediante su estricto control sobre toda actividad del partido bolchevique y su rechazo explícito a toda libertad de expresión y crítica en el seno del mismo, libertad que Lenin calificó tempranamente de oportunismo, eclecticismo y obscurantismo (23).
La universalidad de la modernización autoritaria
Es interesante mencionar, así sea de forma muy breve, que mucho antes de la asunción de Stalin al poder supremo las diferentes corrientes de oposición a la ortodoxia leninista --la "Oposición Obrera", los "Centralistas Democráticos", la "Verdad Obrera", las agrupaciones anarco-sindicalistas, los rebeldes de Kronstadt, el "Grupo de los 46"--, no aportaron ningún elemento que posteriormente fructificara un marxismo crítico o promoviese una cultura política genuinamente democrática. Estas tendencias personificaron ciertamente "la consciencia de la revolución" (24), puesto que ellas intentaron con todo candor transformar los ideales de 1917 en realidad: solidaridad inmediata entre todos los proletarios y revolucionarios, extinción paulatina del Estado y de sus instancias represivas, terminación de medidas coercitivas en lo relativo a la libertad de expresión y asociación, autonomía para las fracciones en el seno del partido, autonomía sindical y rechazo tanto de las degeneraciones burocráticas del gobierno como de la militarización en la esfera laboral. Pero se trataba de una oposición profundamente dividida, incapaz de actuar en la esfera político-institucional, interesada sobre todo en restaurar la libertad de acción del movimiento sindical y la validez de algunos derechos humanos masivamente pisoteados por el gobierno bolchevique. Eran grupos políticos inmersos completamente en la tradición histórico-cultural del autoritarismo (25), igual que sus oponentes; rehusaban con la misma vehemencia el pluralismo ideológico, la democracia "formal", las prácticas liberales y la economía de mercado. Su interés por la esfera teórica fue simplemente nula, aunque hay que reconocer que reavivaron un impulso loable por la conexión entre política y ética, que fructificó sin duda alguna la fuerte dimensión moral de la oposición soviética después de la Segunda Guerra mundial. Alrededor de 1960-1970 los marxistas disidentes en la Unión Soviética y en Europa Oriental también acariciaban objetivos muy modestos: la superación del dogmatismo y monismo neostalinistas, el respeto a opiniones divergentes en los campos del arte, la literatura y las ciencias, la reducción del centralismo burocrático, la introducción de elementos de mercado dentro de la economía planificada, la descentralización administrativa, el fin de la represión indiscriminada contra los disidentes, la reinstauración de la "legalidad socialista", un mejor reclutamiento de los gerentes de empresas y la autonomía efectiva de los países pequeños (26).
Las principales demandas de la oposición rusa alrededor de 1920-1924 consistían en (1) la industrialización masiva, (2) la colectivización de la agricultura y (3) la planificación exhaustiva, lo que conllevaba necesariamente la abolición del mercado y de los productores independientes. Posteriormente la ortodoxia stalinista hizo suyas estas demandas. En el plano de la teoría ésto significó la carencia de una consciencia crítica frente a los intentos de la modernización totalitaria estatista, que, después de todo, fue la constante en Rusia a partir del zar Pedro I el Grande: a nadie le sorprendió la mixtura de la tecnología occidental y el legado de la cultura política del autoritarismo. La adopción de elementos centrales del capitalismo alemán de guerra se combinó inextricablemente con el viejo mesianismo ruso y con formas secularizadas del milenarismo popular de aquellas tierras: la europeización de Rusia en el campo técnico-económico se conjugó con un retorno a modelos asiáticos de despotismo tradicional (27). El gran logro de la Rusia comunista fue la creación de un modelo relativamente estable (durante setenta años) que aunaba una modernización burocrática, decretada desde arriba y copiada de modelos foráneos, con una herencia socio-cultural signada por la carencia de elementos racionales, humanistas, liberales y democráticos. Precisamente el hecho de que nadie analizó teóricamente esta constelación y extrajo las consecuencias ético-políticas de la misma es uno de los factores para aseverar que nunca hubo un marxismo genuinamente crítico en la antigua Unión Soviética (28).
A partir de 1917 en Rusia y después de 1945 en Europa Oriental y en el Tercer Mundo ortodoxos y disidentes del marxismo aceptaron como obvio e inevitable un modelo de desarrollo que era, en el fondo, un sistema autoritario --cuando no totalitario-- de modernización, que mediante los conocidos procesos de la industrialización acelerada, la acumulación forzada de capital, la explotación inhumana de los productores independientes y los campesinos (29), la educación especializada y hasta las manipulaciones poblacionales (traslados coercitivos de enormes segmentos de varias etnias de una zona a otra), trató de alcanzar y superar la evolución de las naciones occidentales en un espacio muy breve de tiempo.
Lo que faltó a la teoría de los opositores marxistas antistalinistas fue una reflexión crítica en torno a una problemática central. La transferencia de recursos del sector presocialista (campesino y artesanal) al socialista (industrial y burocrático), es decir la "acumulación primaria socialista", representa una contradictio in adiecto según la doctrina primigenia de Karl Marx: la contaminación del "reino de la libertad" con los elementos alienantes y despóticos de regímenes presocialistas hace imposible la crítica y el distanciamiento con respecto a estos instrumentos y procesos, los disimula como algo ineludible (y relativamente innocuo) y los perpetúa así como fenómenos inherentes a todo orden socialista. El disciplinamiento de toda la población mediante el uso generoso de procedimientos represivos revigoriza las tradiciones más autoritarias del pasado. El capitalismo alemán de guerra representó para Vladimir I. Lenin, como se sabe, un dechado de virtudes digno de ser imitado en la Rusia soviética: todos los trabajadores deberían ser congregados en un solo organismo económico que trabajase con la precisión de un reloj, organismo que tendría que obedecer la voluntad unitaria de un único dirigente. Todos los obreros deberían ser empleados del Estado; el socialismo no sería otra cosa que un monopolio del capitalismo de Estado utilizado para el provecho de todo el pueblo (30). Lenin propugnó la utilización de los medios más represivos para alcanzar sus fines: aconsejó no arredrarse ante los "procedimientos bárbaros" de Pedro el Grande para luchar contra la "barbarie" (31), que era, en realidad, lo premoderno. Esta posición, que privilegia la centralización, los métodos militares y la burocracia en cuanto los mecanismos más eficientes de organización social, ha sido inmensamente popular en todos los partidos comunistas y en círculos de marxistas de toda laya; su inconveniente estriba en que se halla contrapuesta a las presuposiciones que Marx atribuyó a un régimen socialista: el acercamiento efectivo al "reino de la libertad", la terminación de los fenómenos de alienación y enajenación, la paulatina extinción del Estado, el libre desenvolvimiento del individuo libre de las coerciones sociales.
Todos estos elementos facilitaron indudablemente el advenimiento del stalinismo, máxime si este régimen conllevó el renacimiento de prácticas y valores asociados a lo que se ha llamado el asiatismo (32). La construción del socialismo en el seno de una sociedad que no estaba preparada para ello (33) ha tenido asimismo una relevancia considerable en la esfera de la teoría: no sólo no se promovió ningún impulso realmente crítico, sino que el Estado usó todos los medios a su alcance para transformar el marxismo en un instrumento legitimatorio del poder. Uno de los resultados de este proceso fue el continuado descenso del nivel teórico: en la obra de Lenin el ímpetu crítico y los elementos heurísticos son ya muy limitados si se los compara con aquellos de los padres fundadores del marxismo, y bajaron aun más hasta tocar fondo con Iosif V. Stalin (1879-1953), sus secuaces y cortesanos (34). De todas maneras los escritos de Stalin son muy interesantes para comprender las motivaciones, las metas y los intereses profanos de una buena parte de los marxistas hasta entrada la década de 1960 (35). En ellos aparecen algunos tópicos del marxismo institucional con toda claridad: el ensalzamiento del colectivismo y el vituperio del individualismo; la creación téorica como fabricación de contestaciones simples y fácilmente comprensibles a cuestiones predefinidas de tal modo que es posible una sola respuesta; exégesis de citas clásicas en un tedioso estilo de catecismo como principal trabajo intelectual; concepción maniqueísta del universo y del Hombre (lo "correcto" frente a lo "equivocado"); la investigación científica como recuperación y aplicación de verdades ya manifestadas ex cathedra por los clásicos y sus intérpretes autorizados; teoremas y postulados de los padres fundadores considerados como hechos empíricos comprobados; la dialéctica como una doctrina armonicista donde finalmente se diluyen todas las contradicciones (36). La transformación del marxismo en un saber legitimatorio ocurrió en una sociedad necesitada urgentemente de todo tipo de justificaciones. Se requería, por ejemplo, de una ideología que confirmara la validez de "leyes de hierro" de la evolución histórica para exculpar o encubrir los actos voluntaristas de los grandes dirigentes (que fueron decisivos para la Revolución de Octubre y la construcción de un orden técnicamente moderno bajo Stalin); se precisaba de una ideología compensatoria para velar la diferencia entre la realidad prosaica de cada día, plena de los más terribles sacrificios, y los postulados emancipatorios del marxismo original (37).
Karl Korsch ✆ A.d. |
Muy diferentes son los enfoques teóricos asociados a la memoria de Korsch y Lukács: se advierte inmediatamente otra atmósfera cultural, intelectualmente más densa y temáticamente más rica, lo que probablemente llevó a la denominación de marxismo occidental. La obra pionera de Karl Korsch (1886-1961) se originó en la crítica del marxismo institucional en cuanto saber instrumental, es decir en el intento de retornar al marxismo primigenio como impulso esencialmente crítico, ético y emancipatorio. Militó de modo destacado en el Partido Comunista de Alemania, lo que no impidió que tuviera desde un comienzo dificultades con la jefatura, que estaba más interesada en la manipulación de los afiliados que en la liberación de las masas. Su libro decisivo Marxismo y filosofía fue publicado en 1923, simultáneamente con la obra fundamental de Georg Lukács. Korsch fue expulsado del partido en 1926 y se convirtió en uno de los primeros marxistas independientes. El acuñó el término "marxismo crítico" y lo usó hasta la emigración (1933).
Los tres puntos de partida de Karl Korsch son substanciales porque fundamentaron el desarrollo de un marxismo opuesto a la ortodoxia moscovita. (A) Como todo fenómeno social y cultural, el marxismo está sujeto a sus propias premisas, a la historicidad y es, por ende, transitorio: no conforma una doctrina metafísica válida en todo tiempo y lugar (como lo suponía la vulgata socialdemocrática y la comunista), que sólo debe ser "aplicada" adecuadamente para descifrar el universo material y social. Más que aseveraciones concretas sobre temas específicos, el marxismo estaría conformado por una actitud crítica ante los problemas de la esfera social-histórica y no frente a temas de las ciencias naturales. El corpus central del marxismo no es, según Korsch, positivo sino crítico (38), y la versión soviética del mismo se reduciría a ser una ideología justificatoria para implementar en la Rusia feudal un desarrollo capitalista (39). El despliegue de los hechos históricos y las "necesidades" del movimiento comunista son factores que podrían explicar la involución del marxismo de una doctrina ético-revolucionaria a una teoría objetivista del desarrollo histórico obligatorio.
(B) La transformación del marxismo en un saber instrumental del poder fue posible porque Lenin y sus compañeros subordinaron el concepto de verdad bajo el criterio de eficacia político-partidaria, retornando además a doctrinas precríticas y pretranscendentales, es decir anteriores a Immanuel Kant en los campos de la gnoseología, la ética y ontología (40). Siguiendo las corrientes del positivismo burgués predominante, las leyes compulsivas del desarrollo histórico y la comprobación de hechos empírico-políticos fueron totalmente separadas de las cuestiones de moral y comportamiento práctico (41). El mérito de Korsch estriba en haber mostrado las consecuencias de una incipiente positivización del marxismo (que comenzó con Friedrich Engels), la que prescribe una dicotomía entre teoría y praxis, entre hechos y moral, dicotomía que fomenta el surgimiento de un saber legitimatorio del poder fáctico.
(C) Finalmente Korsch, siguiendo intuiciones de Eduard Bernstein, por quien no tuvo la más mínima simpatía, entrevió que hasta el marxismo original sufría bajo algunas concepciones dogmáticas y hasta peligrosas para la praxis: la normativa encarnada por Europa Occidental como modelo más o menos obligatorio de desarrollo técnico-económico y la excesiva importancia atribuida al Estado como agente de cambio, precisamente en el caso de revoluciones socialistas (42).
A partir de la emigración (1933), Korsch produjo poquísimo en el plano teórico y prácticamente nada que enriqueciera un marxismo crítico (43). En realidad fue inconsecuente con sus mejores ideas heterodoxas: enunció, pero no utilizó su teorema de que el marxismo y sus conocimientos estarían sometidos a una especie de relativismo histórico. Los textos de Korsch después de 1930 no exhiben un carácter heurístico y adecuado a la compleja realidad del capitalismo tardío; son análisis que aplican a una variedad de casos muy diferentes entre sí los mismos estereotipos convencionales que él censuraba con toda razón. Su intento incipiente de salvar un marxismo purificado de las deformaciones soviéticas no llegó a conformar un impulso teórico a la altura de la época y de sus propios postulados intelectuales (44). A Korsch le faltó (a) una interpretación global de su época basada en datos empíricos (como lo intentó Eduard Bernstein a fines del siglo XIX), (b) una visión crítica del progreso material y de los adelantos científico-técnicos (como lo ensayó la Escuela de Frankfurt con su crítica de la civilización industrial) y (c) un estudio enriquecido mediante elementos de psicología social en torno a los fenómenos que más le preocuparon, como el Estado, la burocracia y el partido.
Parte II - Desde György Lukács hasta Adam Schaff
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György Lukács ✆ Allan Macdonald |
Georg [György] Lukács (1885-1971), el "padre de todo revisionismo teóricamente serio posterior a Marx" (45), ha sido ciertamente el pensador más importante de esta corriente y su libro Historia y consciencia de clase el fruto más sólido e importante de la misma, no superado hasta hoy. Uno de los méritos principales de Lukács reside en haber iniciado la discusión en torno a la temática enajenación / alienación, básica en Marx, pero prácticamente abandonada por la socialdemocracia ©¤©¤ preocupada por cuestiones de estrategia política y la conquista del poder ©¤©¤ y por el comunismo triunfante en la Unión Soviética, donde tal fenómeno propio del capitalismo simplemente no podía darse. Lukács realizó un espléndido análisis de esta problemática, mostrando la complejidad de la misma e introduciendo en la discusión el concepto hegeliano de cosificación (46).
Inspirado por Max Weber, Lukács fue uno de los primeros marxistas en señalar los aspectos negativos que conllevan el progreso material y los procesos crecientes de racionalización, especialización, mecanización y despersonalización, responsables de la "destrucción de la totalidad" y la eliminación de la cultura genuina, por una parte, y productores de los fenómenos de cosificación, por otra. La atomización del individuo correspondería a la creciente irracionalidad de la totalidad social (47). Con este enfoque, que combina brillantemente las obras de juventud de Karl Marx con la sociología de Max Weber, Lukács inspiró la crítica de la técnica de Martin Heidegger y de la sociedad altamente industrializada realizada posteriormente por la Escuela de Frankfurt. La contribución del filósofo húngaro ha sido fundamental para todos aquellos pensadores que se consagraron al análisis de las consecuencias práctico-políticas del positivismo, empirismo y cientificismo. Pero lamentablemente Lukács no profundizó su enfoque: no diferenció, por ejemplo, entre una racionalidad instrumental --causante de la alienación-- y una razón global objetiva. El creyó que el proletariado revolucionario, como "idéntico sujeto-objeto" de la historia, y la simultánea estatización de los medios de producción cortarían la cadena de racionalización y cosificación de las sociedades no emancipadas. No se imaginó, por otra parte, que la racionalidad instrumental sería la prevaleciente en regímenes socialistas, donde se darían fenómenos de enajenación muy similares a los del capitalismo occidental (48). Después de la censura proveniente de la ortodoxia moscovita inmediatamente después de la publicación de su libro, Lukács no perseveró en esta interesantísima temática.
Es necesario consignar, sin embargo, que Lukács, prosiguiendo una posibilidad contenida en la obra de Marx y también en la de Weber, dilató el alcance y la significación de cosificación, identificándola con objetivación y racionalización sin más, es decir, con todo el campo de lo social y el de la producción humana. Como señaló Emilio Lamo de Espinosa: "[...] entonces toda objetivación es alienación, y, por supuesto, superar la alienación, bien es un mito, bien exige al mismo tiempo superar toda objetividad. [...] Con ello la alienación devenía una condición humana, de hecho la condición humana" (49). Toda sociedad capitalista es percibida como una totalidad cerrada, inescapable, inamovible; sólo sería posible criticarla y superarla desde una posición exterior y transcendente al orden capitalista. Según Lukács, ésto es dable desde la perspectiva del proletariado, pero esta suposición es frágil, ya que, por simple lógica, el proletariado no podría escapar a la acción niveladora del capitalismo tardío. Esperar la terminación de todo fenómeno de alienación por la revolución proletaria se asemeja mucho a esperar un milagro (como el mismo Lukács lo vio). Este enfoque que iguala objetivación con alienación fue llevado hasta el extremo, como se sabe, por la obra posterior de la Escuela de Frankfurt, y especialmente por Herbert Marcuse en su obra El hombre unidimensional.
En el mismo libro (Historia y consciencia de clase) Lukács llevó a cabo otra hazaña teórica. Fue el primer marxista en criticar al padre fundador Friedrich Engels y la progresiva positivización del marxismo, tanto en su variante socialdemocrática como en la comunista, señalando que el ámbito de aplicación del método marxista es exclusivamente el terreno histórico-social y no el campo de la naturaleza. Con ello se opuso a una transformación del marxismo en una ciencia universal de pretensiones ontológicas y metahistóricas, como lo propuso Engels en sus escritos El Anti-Dühring y La dialéctica de la naturaleza. Lukács demostró que Engels confundió la praxis socio-política con las actividades de la industria, el laboratorio y el experimento, las que carecerían de la interrelación mutua entre sujeto y objeto y de la unidad entre teoría y praxis. De acuerdo a Lukács la identificación entre el mundo natural y el social, entre la praxis humana y la esfera de la fábrica y el laboratorio contribuye a producir un saber instrumental-dominacional apoyado sobre las leyes aparentemente irreversibles del desarrollo histórico, cuyo correlato sería la dialéctica en cuanto mera tecnología de la lucha política. El igualar sociedad y naturaleza (o praxis y trabajo alienado) conduciría al dilema irresoluble entre fatalismo y voluntarismo, entre libertad y necesidad (50).
Lukács anticipó la crítica del positivismo realizada posteriormente por la Escuela de Frankfurt y otras corrientes humanistas al censurar la separación entre hechos y valores, entre teoría y praxis, entre política y ética que propugnaban destacados socialdemócratas y que luego pasó a ser la tendencia general de la ciencia social en Europa Oriental a partir de 1960. Este dualismo entre conocer y valorar reduce el rol de la razón al ámbito de la constatación empírico-experimental y elimina la jurisdición de la misma en los campos de la praxis (política y la ética), que dependen de juicios de valor y que bajo influencia positivista corren el peligro de caer en el decisionismo y el tecnicismo (51). En todo caso la concepción de Lukács, que incorpora la herencia hegeliana y los elementos antropológico-filosóficos del joven Marx, intenta una rehabilitación crítica del marxismo, que no puede ser utilizada fácilmente como instrumento de manipulación o dominación por los detentadores de la ortodoxia doctrinaria y que más bien es favorable a una consciencia crítica de una situación signada particularmente por los fenómenos de enajenación de la era moderna. Los "técnicos del poder" se opusieron frontalmente contra esta concepción que privilegia impulsos emancipatorios y que roza el existencialismo.
Lukács complementó este teorema con una audaz redefinición de marxismo ortodoxo: este último es sólo el método (los modelos dialécticos para conocer y reconstruir la realidad) y no la teoría (los resultados e interpretaciones de la investigación científica). Aun en el caso de que se demostrara la inexactitud de cada uno de los enunciados de Marx, un "marxista ortodoxo" podría desechar estas tesis de Marx, pero continuaría manteniendo la ortodoxia marxista si persiste en utilizar el materialismo dialéctico (52).
Precisamente esta diferenciación entre teoremas y análisis concretos realizados por la doctrina marxista, por un lado, y el método histórico-dialéctico, por otro, ha posibilitado exégesis y teorías marxistas de carácter heurístico e innovativo en nuestro tiempo, ya que la preservación dogmática de todas las aserciones y los vaticinios de Marx y Engels habría conducido a una total esterilidad teórica. Pero esta separación tan severa entre método general y resultados específicos es altamente problemática: presupone la existencia de un núcleo irreductible del marxismo, un conjunto de fundamentos, métodos y principios que permanece incólume ante los avatares de los tiempos y también frente a los progresos teóricos y gnoseológicos. Es improbable que existan estos cimientos genuinamente metafísicos, es decir fuera de toda contaminación física, histórica, concreta, y menos aun que éstos sean compatibles con el enfoque eminentemente histórico de Marx. Es difícil imaginarse un edificio metodológico que permanezca válido si los diagnósticos y pronósticos fundamentados en el mismo son continuamente desautorizados por los sucesos históricos concretos y el avance científico (53).
Es útil recordar que este enfoque fue precursor de la teoría --tan exitosa en Alemania y Francia entre 1960 y 1980 a partir de la escuela de Louis Althusser (con antecedentes en Maurice Merleau-Ponty) y del marxismo positivista que irradiaba la República Democrática Alemana (54)-- que discrimina entre un modo lógico y un modo histórico de comprender la evolución humana: mientras el primero, basado en los inalterables principios y modelos de la dialéctica materialista, persiste en su validez a través de las edades a causa de su carácter abstracto, purificado de los hechos y detalles aleatorios de la esfera empírica, el segundo puede producir fluidamente conocimientos, teoremas e hipótesis en torno a los asuntos humanos que pueden ser superados o refutados por el desarrollo efectivos de los mismos, sin que ésto afecte en lo más mínimo el modo lógico. Ninguna investigación de hechos puede determinar cuál es el necesario decurso de la historia, escribió Lukács; sólo la dialéctica es capaz de ello (55). El resultado de esta primacía de lo lógico sobre lo histórico es la devaluación de la historia en general y de la política en especial, lo que posee una inmejorable función de exculpación ideológica. Los principios doctrinarios, por ejemplo, son siempre correctos, aunque la praxis resultante de los mismos sea una desgracia para la población involucrada; los felices administradores de la doctrina verdadera no son responsables de todo error y horror que ocurra en la esfera subalterna --y efímera-- de los hechos profanos (56).
Lukács y el partido omnisciente
El anatema que la ortodoxia moscovita lanzó ya en 1923 contra Historia y consciencia de clase llevó a Lukács a abandonar inmediatamente y para siempre sus enfoques más prometedores y heurísticos. La autocensura que se impuso el pensador húngaro estaba destinada a no malquistarse con el partido comunista. Es indispensable mencionar este tedioso asunto porque reflejó una actitud muy generalizada entre intelectuales: para estos seres solitarios y problemáticos el partido representó una especie de hogar, un lugar de redención que les brindaba la solidaridad que el mundo exterior, hostil y enajenado, no podía ofrecer. El "sueño del Hombre total" y otros aspectos místico-existencialistas los empujaron hacia una esfera diferente a su propio talante, a una organización bien estructurada, con orientaciones y principios sólidos y quasi-eternos (57). Muchos años después (1957) Lukács reafirmó que ese hogar estaba iluminado por la "ciencia universal marxista", la que le habría dado para siempre "un contenido vital inquebrantable" (58). Desde su milagrosa conversión en 1918 Lukács nunca más fue turbado por la más mínima duda: la verdad absoluta estaba contenida en las obras de Marx, Engels y Lenin y en la praxis de los partidos comunistas de orientación moscovita.
Hasta para sus amigos íntimos el ingreso de Lukács al Partido Comunista de Hungría en diciembre de 1918 fue una total sorpresa, máxime si Lukács publicó en esos mismos días un apasionado artículo, en el que se distanció vehementemente del bolchevismo y sus aliados. De acuerdo a este curioso escrito no era dable esperar la eliminación de la lucha de clases de parte de los partidos comunistas, que habrían establecido un régimen inhumano, basado en la dictadura, el terror y el despotismo de la clase obrera. Lukács censuró abiertamente la "fundamentación metafísica del bolchevismo": la dicotomía entre una "realidad empírica inhumana" y una "voluntad ética utópica" no podría ser superada por la acción del partido, el que pretendía producir lo bueno a partir de lo malo y arribar a la verdad atravesando la mentira (59).
Como se sabe, desde su ingreso al partido Lukács perteneció a la cúpula dirigente; fue Comisario del Pueblo para Educación y Cultura y Comisario Político de una división del Ejército Rojo (1919), y en estas actividades se destacó por su fanatismo y por la utilización de cualesquiera medios para consolidar el efímero poder bolchevique en Hungría. El fundamento para esta curiosa conversión y para su rudeza en el ejercicio del poder reside en un axioma al cual se adhirió siempre y que trasluce una visión trágica de la vida: toda decisión es culpable. Sólo se podría elegir entre formas de aceptar la culpabilidad, y la única razonable sería "sacrificar el yo inferior en el altar de la idea superior" (60). El asesinato no está permitido, afirma Lukács, pero a veces hay que hacerlo --y entonces sería "trágicamente moral"-- para satisfacer la propia ética de dimensión histórica; el terrorista, por ejemplo, no sólo sacrifica su vida por el prójimo, sino también su pureza, su moralidad, su alma. Los comunistas toman a su cargo los pecados del mundo para redimir el mundo pecaminoso (61). De lo malo puede entonces surgir lo bueno, y la mentira puede engendrar la verdad. Todo esto tiene el cinismo de la clásica justificación de los medios a causa de los fines (62), pero ahora la violencia es legitimada mediante argumentos mesiánico-políticos: la monstruosidad del capitalismo exige para su eliminación el uso de métodos monstruosos. Poco después, en 1924, Lukács escribió que el Estado proletario constituiría el primer Estado en la historia que abiertamente admite ser un aparato de represión y un mero instrumento de la lucha de clases (63). Es superfluo decir que la ortodoxia soviética jamás aceptó la argumentación de Lukács: una cosa es practicar generosamente el terror revolucionario, y otra confesarlo públicamente y justificarlo por medio de teorías filosófico-teológicas. Por lo demás, este rigorismo intransigente es ciertamente trágico, pero en definitiva apolítico: Lukács --un místico existencialista-- estaba más interesado por la redención inmediata del mundo profano por medios apocalípticos (la revolución proletaria total) que por la esfera de la actuación política, que es el campo de lo aleatorio, los arreglos y las negociaciones.
La doctrina de Lukács se basa en un axioma hegeliano: la libertad no es más que el reconocimiento de la necesidad (64). El individuo actúa adecuadamente como ser social y "supera" la necesidad si la reconoce y se somete a ella: el único modo realista de liberarse del sacrificio que es la historia consiste en soportar esas rigurosidades voluntaria y conscientemente. Y la necesidad histórica está personificada en el partido, que es, a su vez, la mediatización correcta entre teoría y praxis, la "manifestación organizativa de la voluntad revolucionaria del proletariado" (65), la clase que lleva en su seno la racionalidad histórica superior y la emancipación del género humano. El partido es el "educador del proletariado hacia la revolución" y como tal "la primera encarnación del reino de la libertad", en el que predomina el espíritu de la fraternidad universal, pero --y aquí Lukács es más cínicamente realista-- ligado al "anhelo y a la capacidad de sacrificarse" (66). La mutua interacción entre partido y masas proletarias, entre voluntarismo y fatalismo, entre la regulación consciente de parte de la organización y la espontaneidad popular, produce, según Lukács, una mediatización infalible, una configuración visible y siempre correcta de la consciencia de clase proletaria anclada en el partido. La fuerza y la necesidad del partido se basan asimismo en que la consciencia de clase proletaria tiende a ser poco clara, lo que conlleva la justificación de una élite de revolucionarios profesionales (67). El instrumento se ha transformado en objetivo: la meta ya no es la mera organización de la libre voluntad de las masas proletarias como primer paso hacia el reino de la libertad, sino el reconocimiento de que el partido encarna sin más la razón y la verdad históricas. Y como depositario de ellas tiene pleno derecho a ser obedecido. Lukács hizo explícita esta situación cuando censuró la famosa frase de Rosa Luxemburg: "La libertad es siempre la libertad del que piensa en modo diferente", corrigiéndola en este sentido: "La libertad ha de estar al servicio del poder proletario, pero éste no debe servir a aquélla" (68). Las consecuencias de este principio son conocidas. El parlamento es considerado como un trampolín para la agitación revolucionaria, que debe ser abolido como inútil una vez consumada la revolución socialista; Lukács afirmó que la libertad de debate en los parlamentos burgueses servía sólo para confundir a los proletarios (69). La democracia resulta ser una mera formalidad sin importancia substancial. Ya que el decurso histórico garantiza el "hecho" de que el proletariado conforma la inmensa mayoría de la población, el triunfo político de éste último constituye una certeza científicamente asegurada, y, por lo tanto, las derrotas electorales de los partidos que lo representan no deben ser tomadas en serio: son incidentes temporales y transitorios en el plano formal, que no afectan el esencial (70).
El partido representa la razón histórica y actúa siempre de modo correcto, y por ello tiene el derecho de exigir absoluta obediencia a sus cuadros y a la población en general. Dentro del partido debe reinar, según Lukács, la disciplina política más severa, y en la fábrica la disciplina laboral más rígida, la que se traduciría por el aumento voluntario e incesante de la productividad y la producción (71). Al formular esta norma Lukács tuvo el mérito de haberse adelantado varios años a Stalin. El trabajo forzado y las purgas en el interior del partido en la joven Rusia Soviética aparecen, por lo tanto, como "un acto moral del partido comunista" y como "el salto del reino de la necesidad al reino de la libertad" (72). Durante la revolución húngara de 1956, Lukács, otra vez Ministro de Educación y Cultura, se pronunció contra la libertad de enseñanza y contra el pluralismo ideológico en los campos de la filosofía y la política (73). En 1957 sostuvo que Stalin había personificado la línea correcta después del fallecimiento de Lenin (74). En 1962 se pronunció contra la rehabilitación política de las víctimas de los infames procesos de Moscú de 1936-1938 (que Lukács llamó discretamente "juicios conceptuales"), admitiendo sólo una rehabilitación legal con respecto a las acusaciones de espionaje y sabotaje. Lukács reconoció que Stalin adoptó en gran parte la estrategia de Trockij, pero éste, en cuanto perdedor, habría recibido su justa condena histórica y jurídica (75).
Lo fatal de Lukács y de muchos marxistas críticos es el nexo de esta concepción del partido con una filosofía de la historia que privilegia el éxito material como criterio de verdad superior. De acuerdo a ella en la realidad no hay lugar para lo contingente y casual: lo que sucede tenía que haber ocurrido así y no de otra manera. Aquí no hay campo para decisiones libres, nacidas de sopesar situaciones conflictivas y problemáticas, sino comportamientos ineludibles e inevitables. Este determinismo impide una ética de responsabilidad personal y un talante razonable ante los fenómenos políticos, que están signados por lo aleatorio. Si por ejemplo un proyecto, una política o una tendencia dentro del partido fracasan o quedan en la minoría, ello significa que la verdad y la razón históricas están en otra parte. La historia universal es el juicio final (76): los triunfadores materiales son los detentadores de un derecho superior e ilimitado, y por ello pueden y deben obligar a la población a cualquier tipo de sacrificio.
La relevancia de discutir este asunto proviene del hecho de que este principio se ha aplicado positiva y generosamente a Stalin y a cualquier dictador o régimen que sepa preservar el poder durante algún tiempo. No puede existir, por lo tanto, una praxis socialista bien establecida que sea simultáneamente errónea: éso significaría que la teoría estaba equivocada. Lukács reconoció la praxis soviética y de los partidos moscovitas como la única legítima porque fue durante su vida una praxis tangiblemente exitosa. Se sometió gustoso a ella y abjuró de sus errores todas las veces que fue necesario a partir de 1923. Fueron muchas ocasiones, algunas probablemente indispensables para salvar la vida, como fue el caso durante su exilio en la Unión Soviética bajo Stalin y en los primeros años de la República Popular Húngara, y otras prescindibles, como su retorno al Partido Comunista Húngaro poco antes de su fallecimiento (77). El resultado ha sido realmente trágico: Lukács se distanció en forma irrevocable de su mejor obra y de sus ensayos más innovadores. "El más íntimo propósito de su propia teoría sólo pudo ser satisfecho mediante su autorretractación" (78).
Las consecuencias de todo ésto son evidentes: la pérdida de la dimensión crítica y la deformación de los impulsos éticos, precisamente en lo que se refiere a la vida interna de los partidos. Se disipa así la posibilidad de una instancia imbuida de espíritu científico para esclarecer la estrategia y corregir los errores de la organización y, al mismo tiempo, se frustra un horizonte moral para iluminar la actuación individual (79). Lukács se contentó con un teorema mediocre y falso al afirmar que el peor de los socialismos es más aceptable que el mejor de los capitalismos (80). Lukács se asemeja, escribió Theodor W. Adorno, a un prisionero que arrastra sus cadenas y se imagina que este ruido es la marcha del espíritu del mundo, es decir del progreso histórico (81).
Intentos críticos a partir del reformismo oficial
Durante mucho tiempo la ortodoxia moscovita había condenado y prohibido como "burguesas" variadas ramas del saber como la psicología, la cibernética, la sociología y la antropología (82). Pero desde 1960 estas disciplinas experimentaron un notable florecimiento que habría repugnado al joven Lukács: fueron purificadas metódicamente de todo elemento crítico y cuestionador del status quo y se transformaron en dóciles instrumentos del poder establecido. La formalización y positivización de las ciencias sociales en Europa Oriental, hecho que en Occidente fue calificado como una saludable desideologización de esas disciplinas, impidió que brote un marxismo genuinamente crítico; la sociología, por ejemplo, se convirtió en un saber apolítico, consagrado a compilar y sistematizar datos sobre la población, su estructura y sus hábitos, datos que las autoridades utilizaron para controlar, guiar y aprovechar mejor los llamados "recursos humanos" (83). La inmensa masa de estos estudios rendía un homenaje verbal al marxismo y a sus padres fundadores, para luego pasar rápidamente a los aspectos técnicos, entre los cuales sobresalía la preocupación por hallar leyes inexorables en todos los terrenos y por acomodarse al orden establecido, estimado como insuperable. La República Democrática Alemana se distinguió, por ejemplo, por la creación de la deóntica, una ética altamente formalizada y matematizada, totalmente exenta de juicios valorativos y críticos, dedicada a medir y mejorar el comportamiento humano en el lugar de estudio y trabajo, cuya presuposición básica era la concepción de la sociedad como un perfecto sistema cibernético de autorregulación permanente (84).
Estas inclinaciones apolíticas y acríticas, que harían las delicias de cualquier tecnócrata, no fueron ajenas a los intentos reformistas más atrevidos, como la "Primavera de Praga" de 1968. Aparte de los pocos literatos y filósofos que tuvieron entonces un papel destacado en el manejo de la cosa pública, aquel breve gobierno checoslovaco estuvo fuertemente influido por un grupo de funcionarios y ministros que poco antes había formulado el llamado Informe Richta (85). Un somero vistazo a las publicaciones pertinentes es revelador porque nos muestra el carácter tecnocrático de las preocupaciones de los reformistas checoslovacos y el aporte casi nulo a la conformación de un marxismo crítico. El futuro, principal tema de inquietud, es concebido exclusivamente de acuerdo a criterios técnico-económicos; la idea de un "socialismo democrático", que hizo famoso a este grupo, se reduce a una modernización acelerada de todos los sectores económicos relevantes y a la preservación (a) del monopolio del poder en manos de los comunistas y (b) de la propiedad estatal sobre los principales medios de producción. El modelo es, en el fondo, una economía socialista planificada, enriquecida con ciertos elementos de mercado y la vigencia de los derechos humanos (86). No hay lugar alguno para un pluralismo ideológico o de partidos, aunque se asevera que el partido debe cumplir una "misión humana"; precisamente en medio de la discusión sobre los derechos humanos se reafirma taxativamente que el principio de rendimiento debe configurar el criterio central de la vida ecnómica y social (87). Sería inútil buscar una sola mención a la temática de la enajenación en sociedades altamente industrializadas o una palabra crítica acerca de asuntos ecológicos o de los efectos negativos del progreso material. La argumentación, a trechos muy sofisticada, se concentra en cuestiones como (1) el financiamiento, la índole global y las élites portadoras del progreso tecnológico, por una parte, y (2) la necesaria investigación y mejor cualificación de cuadros para alcanzar la automatización de la esfera productiva, por otra (88).
Extrapolando la doctrina de los reformistas checoslovacos a otros grupos de marxistas heterodoxos en Europa Oriental y el Tercer Mundo, se puede concluir que la preocupación básica gira hasta hoy alrededor de una modernización acelerada, que garantice la llamada legalidad socialista y un mínimo de derechos humanos, pero que ante todo sirva para alcanzar el nivel de producción y consumo de Europa Occidental, el cual, mutatis mutandis, conserva su función de meta normativa digna de ser imitada y alcanzada a la brevedad posible. De ahí la indulgencia con que se juzga todo proceso de industrialización forzada --incluyendo específicamente el modelo stalinista--, ya que, como afirmó Lucio Colletti (*1924), la creación de la gran industria en Rusia habría poseído un inmenso "efecto liberador": los campesinos transformados en obreros de fábricas, los nómadas del Asia Central asentados en grandes aglomeraciones urbanas, la artesanía convertida en industria automatizada (89). Esta concepción incluye el tradicional desprecio por todas las tradiciones pre-industriales y por la esfera agraria (Marx: "la estupidez de la vida campesina") y la admiración concomitante por la modernidad citadina, por más mediocre que ésta resulte ser (90). Esta gran visión tecnocrática ha dejado de lado definitivamente los grandes temas del marxismo crítico --el saber apolítico como instrumento del poder, el incremento de los fenómenos de alienación en la época contemporánea, la unidad de teoría y praxis-- y se ha concentrado en tareas subalternas pero imprescindibles en la actualidad: investigación empírica en temas dictados por necesidades burocrático-administrativas, alta formalización del conocimiento y elaboración de técnicas eficientes en áreas bien delimitadas para consolidar los saberes dominacionales. Todas estas disciplinas rinden ciertamente un homenaje vacuo a la versión dogmática, ortodoxa y ramplona del marxismo que está vigente, para proclamar a continuación su verdadero objetivo: la ciencia debe ser "un instrumento de la planificación [...] y una palanca para el progreso" (91). La gnoseología y la epistemología en países socialistas, por ejemplo, se consagraron a demostrar matemáticamente la validez del más estricto determinismo histórico y de la teoría del reflejo (del modelo más elemental de base y superestructura); la dirección de estas investigaciones estaba, obviamente, en manos de los exégetas competentes del partido (92).
Los aportes de tenor más filosófico y político tampoco significaron una renovación genuinamente teórica del marxismo institucional y menos una contribución innovadora a los temas específicos que Korsch y Lukács señalaron en 1923. La brillante obra de Ernst Bloch (1885-1977) recupera la herencia teológica y mística del marxismo y se encuentra, por ende, alejada de toda inclinación positivista y tecnocrática, pero en ningún momento pone en duda ni las simplificaciones leninistas, ni la prácticas stalinistas, ni el desprecio de la ortodoxia moscovita por la "democracia formal" (93). En un plano muy diferente se halla la labor de Palmiro Togliatti (1893-1964), quien, hacia el final de su vida, propugnó un comunismo "civilizado", pragmático, exento de maximalismos y respetuoso de las peculiaridades nacionales; pero asimismo este esfuerzo no engendró ningún impulso teórico digno de mención (y menos aun donde se lo hubiera podido esperar, como ser una crítica de la mentalidad imperante en el interior del partido y de la tradicional cultura política del autoritarismo) (94). Este tipo de marxistas esclarecidos --entre los que se encuentran los integrantes del antiguo grupo yugoslavo "Praxis" (95)-- persistieron en lugares comunes de la doctrina oficial, tópicos desautorizados por el desarrollo histórico: percepción de aspectos negativos casi exclusivamente en el capitalismo azotado por severísimas crisis (96), polarización de clases y pauperización crecientes bajo el capitalismo (97), rechazo del parlamentarismo y del pluralismo ideológico y estatización de los medios de producción como panacea universal (98).
El análisis del llamado marxismo existencialista de Europa Oriental depara la misma decepción: bajo la pretensión de llevar a cabo una investigación realmente original e incorporar temas descuidados por el marxismo convencional, esta corriente de pensamiento reitera ideas y postulados totalmente convencionales bajo un ropaje que sólo en el ámbito gris del neostalinismo podía aparecer como una novedad. El filósofo checoslovaco Karel Kosík, por ejemplo, se propuso reconstruir la relación entre el individuo y el mundo moderno bajo la perspectiva de la "dialéctica" de ser y aspecto, esencia y existencia, consciencia e ideología, pero su farragoso texto jamás deja las etéreas esferas de la teoría más abstrusa y nunca desciende a los problemas específicos que atormentaban a las personas concretas en Europa Oriental. No hay duda de que esta temática fue mejor tratada por los poetas y los novelistas que por los pensadores desde cátedras bien pagadas. Las conclusiones de Kosík son notables: el Hombre "fundamenta y justifica su actividad cuando se percibe a sí mismo como instrumento de un poder suprapersonal", es decir cuando creyendo realizar sus intenciones, en el fondo ejecuta las leyes de hierro de la historia (99). Si alguien comete un asesinato por razones personales, lleva a cabo evidentemente un vulgar delito. Pero si el mismo acto es perpetrado en el marco de una "intención superior" y como instrumento de la "necesidad histórica", entonces se convierte en "venganza, justicia, juicio histórico, obligación civil, hecho heroico" (100) . A ésto no hay mucho que agregar.
Adam Schaff ✆ A.d. |
Lo que impidió que Schaff desarrollase un marxismo genuinamente crítico es una actitud apologética que compartió con Karel Kosík. El filósofo polaco aseveró que en las sociedades socialistas los intereses del individuo y los de la comunidad son esencialmente los mismos; Schaff nunca juzgó necesaria la presentación de pruebas empíricas para validar este postulado, pues las declaraciones oficiales acerca del desarrollo y los hechos básicos del régimen socialista poseerían la calidad de indubitables verdades reveladas. Al igual que la obra de Kosík, la de Schaff es altamente abstracta en el sentido de no se ocupa de los problemas cotidianos de los ciudadanos de carne y hueso en el socialismo realmente existente, sino de aseveraciones muy generales que jamás son contrastadas con la facticidad cotidiana. En los copiosos escritos de Schaff se buscaría vanamente una sola mención o ejemplo de los problemas cotidianos en la fábrica o la familia o una explicitación de la alienación en la vida política, social o laboral de la Polonia socialista; la tradición cultural autoritaria y el funcionamiento de la esfera político-institucional simplemente no existen como factores que atañen al "individuo" bajo el socialismo. Lo único concreto que se puede encontrar en la obra de Schaff es su condena sin reservas de la literatura de Franz Kafka (103) a causa de su acendrado pesimismo, que podría ser interpretado como una censura de regímenes colectivistas.
Las carencias del marxismo crítico
Pese a un comienzo brillante y promisorio con Karl Korsch y Georg Lukács, el llamado marxismo crítico no logró, en el fondo, superar las insuficiencias y los aspectos dogmáticos de la ortodoxia moscovita, la que, protegida por las armas de una potencia mundial, tenía a su favor ciertos factores nada despreciables: el prestigio de encarnar la herencia legítima de los padres fundadores, la hazaña de haber realizado la primera revolución socialista de la historia universal y el éxito material. Los pensadores adscritos a la corriente crítica exhibieron una especie de consciencia de culpabilidad frente a la ortodoxia soviética y preservaron una imagen embellecida del modelo iniciado en 1917, cuya función mistificadora les era bien conocida. Con la posible excepción de Korsch ninguno de ellos se atrevió, por ejemplo, a reconocer que la Revolución de Octubre había surgido de un golpe de Estado militar bastante convencional y que ni el proletariado ruso ni las condiciones socio-culturales y económicas de aquel país estaban maduras para un régimen socialista según la concepción original de Marx. Ninguno de ellos se atrevió asimismo a examinar la hipótesis de que el marxismo (y especialmente su versión leninista) no representaba, en el fondo, la doctrina del proletariado revolucionario, sino la ideología de los intelectuales que anhelaban imponer su propio dominio de clase, su conquista del poder para y por ellos, encubriendo este designio mediante una doctrina de la emancipación general del género humano (104).
Casi todos los marxistas críticos se han adherido al axioma de que un mal socialismo es preferible a un buen capitalismo. Esto se debe, entre otras causas, a una notable incompresión de la esfera político-institucional, que proviene del núcleo del marxismo primigenio. La creencia en las leyes inexorables de la historia, la mística revolucionaria de una misión superior y el odio al enemigo de clase han imposibilitado (1) el surgimiento de una genuina ética de responsabilidad individual y grupal, que se rija también por el principio de la proporcionalidad de los medios), (2) una apreciación cabal de los elementos mal llamados formales de la moderna democracia representativa y pluralista, (3) un reconocimiento de la legitimidad de los intereses inherentes a corrientes y partidos que no son los propios, y (4) la admisión de que la liberación del individuo no ocurre necesariamente por medio de la emancipación de la especie.
Desde el marxismo original se arrastran algunas insuficiencias para comprender el mundo contemporáneo, que no han sido subsanadas por los marxistas críticos. En el trabajo teórico la fuerte tendencia economicista y tecnicista ha conducido a una subvaloración casi permanente de las tradiciones culturales en cuanto factores históricos de primer rango; salvo Karl Korsch --y su aporte fue muy tangencial-- no se puede detectar una línea investigativa que hubiera tomado en serio el legado autoritario de Rusia, Europa Oriental y buena parte del Tercer Mundo como agente formativo en el seno de los partidos comunistas y de las nuevas burocracias establecidas con las revoluciones socialistas (105). El persistente desprecio de todo modelo democrático y la exaltación de la dictadura del proletariado como forma superior de organización social han minado las bases internas del movimiento obrero y de los grupos intelectuales, desde las cuales se hubiese podido mitigar las inclinaciones despóticas y las prácticas burocráticas que resultaron tan expandidas dentro de los partidos comunistas. La excesiva confianza en las leyes inexorables de la historia y la propensión a percibir en los grandes proyectos técnicos la solución de todos los problemas sociales --es decir: la unión de dogmatismo convencional con ilusiones tecnicistas-- impidieron advertir la relevancia de algunos de los fenómenos más importantes de la segunda mitad del siglo XX, como el nacionalismo y la religión, que fueron ignorados por casi todos los marxistas críticos. El sesgo tecnicista de todas las versiones del marxismo conlleva una sintomática equiparación entre la emancipación del género humano y el despliegue de las posibilidades de la tecnología, una confusión optimista propia de casi todos los pensadores del siglo XIX.
También el marxismo primigenio denotaba un fuerte eurocentrismo (106): en conjunción con los elementos anteriores, éste ha sido responsable por el abierto menosprecio dirigido hacia lo pre-industrial, lo premoderno, lo extra-europeo, y concomitantemente, hacia lo diverso y variopinto, que es lo que se resiste a la homogeneización industrial-moderna. Naciones pequeñas que no se dejan tragar por las grandes, grupos étnicos que se aferran a sus peculiaridades, instituciones curiosas que han crecido orgánicamente a lo largo de siglos, estructuras y estamentos sociales que no encajan en el esquema marxista y actividades culturales sin correspondencia explícita con los "fenómenos de clase" han sido desdeñadas u olvidadas por el marxismo crítico. Hasta un pensador tan lúcido como Georg Lukács aseveró, por ejemplo, que el Imperio Austro-Húngaro era una simple "cárcel de pueblos" (107) .
Una de las principales insuficiencias del marxismo crítico es su capacidad relativamente limitada de comprender la complejidad del mundo moderno de manera realista. Su posición simplista y a momentos moralista le impidió percibir las múltiples funciones que cumplen los medios generales y generalizables de la modernidad: el dinero y el poder. La identificación de éstos con las fuentes centrales de la alienación deja de lado los variados, razonables e imprescindibles roles que estos medios cumplen para hacer caminar las complicadas sociedades actuales. De ahí la ilusión de que la eliminación de la propiedad privada sobre los medios de producción terminaría pronta y definitivamente con la fuente principal de la enajenación, lo que resultó ser falso (108).
En la misma línea Marx y sus discípulos críticos sobrevaloraron las tareas que el Estado debía cumplir en la etapa socialista, una vez superado el modo capitalista de producción; no se imaginaron, sobre todo, que el aparato estatal podría reproducir y hasta magnificar el legado autoritario de muchas tradiciones culturales, creando una administración pública hipertrofiada y burocratizada, junto con una élite política munida de las prerrogativas más odiosas. Marx y los marxistas críticos no concibieron la posibilidad de un estrato altamente privilegiado a causa de su acceso al poder y de su control sobre la enorme burocracia (sin poseer los medios de producción en sentido legal), y, por lo tanto, no se preocuparon de medidas e instituciones que regulen y refrenen sus dilatadas potestades. Marx, Lenin y hasta los marxistas críticos creyeron que el socialismo y la estatización de los medios de producción traerían consigo "la administración de cosas" en lugar del "gobierno de las personas" (Friedrich Engels), pero no advirtieron que las cosas se administran siempre junto a hombres de carne y hueso y que cualquier administración (y con más razón una inmersa en un mundo complejo) significa el establecimiento de competencias, la creación de jerarquías, la especialización de roles y el surgimiento de privilegios. Esta necesaria diferenciación de grupos y estratos no concuerda con el esquema estático y relativamente simple que Marx propuso y que sus discípulos conservaron en lo fundamental: en los países altamente desarrollados no llegó a constituirse un proletariado revolucionario, consciente de su situación de clase inmensamente mayoritaria y de su misión histórica y revolucionaria, que tomara a su cargo la emancipación de la sociedad como totalidad. La consciencia de clase de los obreros en el capitalismo occidental resultó ser afín al reformismo socialdemocrático, puesto que sus ilusiones y esperanzas cotidianas no tenían como punto de referencia las nostalgias utópicas y milenaristas de los intelectuales marxistas. La postulada redención del mundo histórico-político se quedó así sin una clase socialmente mayoritaria que le sirva de sustrato material.
Finalmente el marxismo crítico no anticipó ni realizó aportes significativos a los debates de las últimas décadas. La discusión ecológica y demográfica, la investigación de la cultura de masas, las aporías de la civilización industrial, las diferencias entre trabajo, praxis e interacción, las contribuciones del psicoanálisis socio-político y los aspectos negativos asociados (1) a toda modernidad, (2) al igualitarismo excesivo y (3) al progreso material incesante, quedaron fuera del horizonte teórico del marxismo crítico, que por ello no ha logrado aprehender la complejidad del mundo contemporáneo.
Notas
(1) Cf. los estudios de carácter global: Iring Fetscher, Der Marxismus. Seine Geschichte in Dokumenten (El marxismo. Su historia en documentos), Munich: Piper 1967; Jean-Yves Calvez, Karl Marx. Darstellung und Kritik seines Denkens (Karl Marx. Presentación y crítica de su pensamiento), Olten/Freiburg: Walter 1964; Rafael Arrillaga Torréns, Dialéctica y marxismo. Utopía y realidad en el mundo actual, San Juan: Cultural Puertorriqueña 1989
(2) Pese a la crítica postmodernista, a lo recuperable corresponde también el aun fructífero análisis de Marx acerca de la diferencia entre valor de uso y valor de intercambio. Entre los muchos aspectos todavía válidos del opus marxista se encuentra, por ejemplo, la relevancia atribuida al vínculo entre pasión y verdad, esencial para el surgimiento y el avance del arte y la ciencia. Cf. Karl Marx, Nationalökonomie und Philosophie (Economía política y filosofía = Manuscritos de París), en: Marx, Die Frühschriften (Escritos tempranos), compilación de Siegfried Landshut, Stuttgart: Kröner 1964, p. 275
(3) A pesar de su importancia práctico-política, el marxismo en el Tercer Mundo no ha producido innovaciones teóricas que hayan fructificado efectivamente el corpus de la doctrina a nivel mundial. La relevancia del marxismo tercermundista ha estribado en la creación de una ideología autoritaria de modernización acelerada, adornada con elementos socialistas y nacionalistas.
(4) El término "marxismo occidental" fue acuñado probablemente por Maurice Merleau-Ponty en 1955 para denotar una corriente de pensamiento iniciada alrededor de 1923 por Georg Lukács y Karl Korsch y contrapuesta explícitamente a la ortodoxia moscovita. Cf. M. Merleau-Ponty, Les aventures de la dialectique, París: Gallimard 1955, p. 35 sqq.; Perry Anderson, Considerations on Western Marxism, Londres: New Left Books 1976; Neil MacInnes, The Western Marxists, New York: Library Press 1972
(5) Rosa Luxemburg, Organisationsfragen der russischen Sozialdemokratie (Cuestiones organizativas de la socialdemocracia rusa) [1904], en: Luxemburg, Schriften zur Theorie der Spontaneität (Escritos sobre la teoría de la espontaneidad), compilación de Susanne Hillmann, Reinbek: Rowohlt 1971, p. 71, 74 sq., 80.- Cf. sus observaciones ejemplarmente críticas acerca de la dictadura del partido bolchevique (heredero de las estrategias conspirativas de los jacobinos) en su obra póstuma: Die russiche Revolution (La revolución rusa), en: ibid., p. 171, 188
(6) Luxemburg, Die russische..., ibid., p. 191; Luxemburg, Sozialreform oder Revolution (Reforma social o revolution) [1897], in: Schriften..., op. cit. (nota 5), pp. 7-67, especialmente p. 36; Luxemburg, Massenstreik, Partei und Gewerkschaften (Huelga de masas, partido y sindicatos) [1906], en: ibid., p. 147
(7) Luxemburg, Organisationsfragen..., op. cit. (nota 5), p. 72; Die russische..., ibid., pp. 175-177.- Sobre la obra de Rosa Luxemburg cf. F. L. Carsten, Freiheit und Revolution: Rosa Luxemburg (Libertad y revolución: Rosa Luxemburg), en: Leopold Labedz (comp.), Der Revisionismus (El revisionismo), Colonia/Berlin: Kiepenheuer & Witsch 1966, pp. 68-95, especialmente pp. 78-81
(8) L. D. Trockij, Die permanente Revolution (La revolución permanente), Frankfurt: EVA 1971, p. 24 sq., 62 sq., 112, 123.- En esta obra Trockij sistematizó su concepción que sería particularmente popular en las periferias europeas, en tierras del Tercer Mundo y entre revolucionarios profesionales: la revolución socialista brotaría de modo más probable en aquellas sociedades subdesarrolladas que denotaran una mayor madurez político-ideológica que en las naciones económicamente más avanzadas. La "revolución democrático-burguesa" tendría lugar conjuntamente con la socialista y en un lapso temporal extremadamente breve. Aunque el triunfo definitivo de una revolución socialista estuviera ligado, según Trockij, a la expansión de la misma a las sociedades altamente industrializadas, el lugar para el estallido revolucionario se transladó a comunidades históricamente menos evolucionadas y se potenció el rol del factor subjetivo, es decir la función central y dirigente de la élite de revolucionarios-intelectuales.
(9) L. D. Trockij, Unsere politischen Aufgaben (Nuestras tareas políticas) [1904], en: Trockij, Schriften zur revolutionären Organisation (Escritos sobre la organización revolucionaria), compilación de Hartmut Mehringer, Reinbek: Rowohlt 1970, p. 68, 73 (teorema de la substitución de voluntades políticas).- No aporta mayores luces una obra situada dentro de la mejor fase del marxismo crítico: Umberto Cerroni / Lucio Magri / Monty Johnstone, Teoría marxista del partido político, Córdoba: Cuadernos de Pasado y Presente (# 7) 1971
(10) El título de un libro de Willy Huhn es tan preciso como lacónico: Trockij --der gescheiterte Stalin (Trockij-- el Stalin fracasado), Berlin/W: Kramer 1973. Cf. otras críticas a Trockij: N. Osinskij [Valerian V. Obolenskij], Zur Frage der "Militarisierung der Wirtschaft" (Sobre la cuestión de la "militarización de la economía") [1920], en: Frits Kool / Erwin Oberländer (comps.), Arbeiterdemokratie oder Parteidiktatur (Democracia de los trabajadores o dictadura del partido), Olten/Freiburg: Walter 1967, pp. 141-157 (vol. 2 de la excelente serie: Dokumente der Weltrevolution [Documentos de la revolución mundial], compilación de Herbert Lüthy); Robert Vincent Daniels, The Conscience of the Revolution. Communist Opposition in Soviet Russia, Cambridge: Harvard U.P. 1965, pp. 104, 108 sq., 121-124, 194, 224, 231, 240 (la obra más destacada y mejor documentada sobre esta temática); Jean-Jacques Marie, El trotskismo, Barcelona: Península 1972, p. 132 (acápite: "El trotskismo ¿no es un stalinismo al revés?"); Victor Serge, Erinnerungen eines Revolutionärs 1901-1941 (Recuerdos de un revolucionario), Wiener Neustadt: Räte-Verlag 1974, pp. 388-395 (sobre las simetrías entre el pensamiento trotskista y el stalinista).
(11) Willy Huhn, Trockij und die proletarische Revolution (Trockij y la revolución proletaria), en: Huhn, op. cit. (nota 10), p. 38 sq.- Es una de las primeras menciones explícitas en toda la historia al concepto de "campo de concentración".
(12) Sobre el desarrollo del trotskismo cf. el volumen bien documentado de Jean-Jacques Marie, op. cit. (nota 10), passim; la IV Internacional se ha destacado por sus curiosos ímpetus ortodoxo-puristas, declarando que es la única depositaria de la doctrina original marxista, y por su celo antirrevisionista, combatiendo todo lo que no es estrictamente trotskista. Cf. los documentos programáticos de la IV Internacional en: Günther Hillmann (comp.), Selbstkritik des Kommunismus. Texte der Opposition (Autocrítica del comunismo. Textos de la oposición), Reinbek: Rowohlt 1967, pp. 141-154
(13) L.D. Trockij, Terrorisme et communisme. L'Anti-Kautsky [1920], París: Union Générale d'Editions 1963, p. 28 y caps. II & III; en 1935 mantuvo esta posición, afirmando que la violencia es la ley histórica del progreso: Trockij, Préface à la deuxième édition anglaise, en: ibid., p. 314 sq.
(14) Trockij, Terrorisme, ibid., pp. 57-83, 99-107, 315
(15) Trockij, ibid., pp. 204 sq., 208-226.- En igual sentido: Nikolaj I. Buxarin, Ökonomik der Transformationsperiode (Economía del periodo de transformación) [1920], Reinbek: Rowohlt 1970, p. 110, 116 sq., 127, 155 sq.- Buxarin, que entonces era uno de los dirigentes de la fracción de izquierda, afirmó que la nueva disciplina militar hubiera sido bajo circunstancias capitalistas una especie de esclavismo, pero bajo un régimen socialista se convertía casi automáticamente en la "auto-organización de la clase proletaria"; la libertad de elegir sin coerciones el puesto laboral conformaría una reliquia del individualismo, la insolidaridad y la desorganización del capitalismo, y su supresión sería una conquista socialista (ibid., p. 156).- Sobre Buxarin cf. la bibliografía en: ibid., pp. 192-195; Sydney Heitman, Zwischen Lenin und Stalin: Nikolaj I. Buxarin (Entre Lenin y Stalin: Buxarin), en: Leopold Labedz (comp.), op. cit. (nota 7), pp. 96-114.
(16) L.D. Trockij, Verratene Revolution (Revolución traicionada) [1936], Frankfurt: Neue Kritik 1968, p. 56-58.- Sobre este punto cf. Barrington Moore, Soviet Politics ©¤©¤ The Dilemma of Power. The Role of Ideas in Social Change, New York: Harper & Row 1965, p. 97 sqq., 117 sqq., 402 sqq.
(17) Trockij, Terrorisme, op. cit. (nota 13), p. 290 sq.; Buxarin, op. cit. (nota 15), p. 9, 30-55, 114, 130; interesantes testimonios en: A. G. Löwy, Die Weltgeschichte ist das Weltgericht. Buxarin: Vision des Kommunismus (La historia universal es el Juicio Final. Buxarin: visión del comunismo), Viena etc.: Europa 1969, p. 154
(18) L.D. Trockij, Verratene Revolution, op. cit. (nota 16), p. 12. El mismo tenor posee una obra anterior de Trockij, cuando aun tenía plena plena confianza en el modelo soviético y no se había percatado de sus "degeneraciones burocráticas" [1924]: Kapitalismus oder Sozialismus? Eine Betrachtung der Sowjetwirtschaft und ihrer Entwicklungstendenzen (¿Capitalismo o socialismo? Observaciones sobre la economía soviética y sus tendencias de desarrollo), Berlin: Neuer Deutscher 1925, p. 20, 58
(19) Buxarin afirmó que la "ciencia proletaria" es per se superior a toda ciencia burguesa y que por eso los marxistas tendrían el derecho de exigir acatamiento a sus "verdades": N. I. Buxarin, El materialismo histórico, Madrid: Cenit 1933, p. 12
(20) N.I. Buxarin / E. A. Preobrazenskij, ABC du communisme [1919], París: Maspero 1971, t. I, p. 85 sq.; t. II, p. 119.- Siguiendo una postura muy expandida en aquellos tiempos y partidos, Buxarin y Preobrazenskij tomaron aspectos utópico-programáticos y afirmaciones teóricas de los clásicos como si fuesen fenómenos reales y empíricamente verificables. Sobre la considerable influencia ejercida en su día por el ABC del comunismo, cf. A. G. Löwy, op. cit. (nota 17), p. 125 sqq.
(21) En mayo de 1924, cuando los acontecimientos y su soberbia ya lo habían colocado en la oposición, Trockij afirmó que "no se puede tener razón contra el partido" y que el partido siempre la tiene porque es "el único instrumento que la historia concedió al proletariado para resolver sus problemas". L.D. Trockij, Discurso ante el XIII Congreso del PCR (B), en: Kostas Papaioannou, Marx et les marxistes, París: Flammarion 1972, p. 374. Testimonios similares (y escalofriantes) referidos a Buxarin en: ibid., p. 380; A. G. Löwy, op. cit. (nota 17), p. 281.- Un limitado elemento de autocrítica se encuentra en el opúsculo de N. I. Buxarin, Proletarische Revolution und Kultur (Revolución proletaria y cultura) [1923], Frankfurt: Makol 1971, p. 38, donde el autor reconoce que las tradiciones culturales rusas y sus aspectos retrógrados serían responsables parcialmente por las "degeneraciones" de la Revolución de Octubre.
(22) Cf. la obra clásica de Robert Vincent Daniels, op. cit. (nota 10), pp. 169, 179, 179, 221, 240, 304-311, 318; Paul Mattick, Der Leninismus und die Arbeiterbewegung des Westens (El leninismo y el movimiento obrero de Occidente), in: P. Mattick et al., Lenin. Revolution und Politik (Lenin. Revolución y política), Frankfurt: Suhrkamp 1970, pp. 7-45
(23) Vlamidir I. Lenin, Was tun? (¿Qué hacer?) [1902], en: Lenin, Werke (Obras), Berlin/RDA: Dietz 1960, t. V, p. 361 sqq.; cf. el excelente estudio de Kostas Papaioannou, L'idéologie froide. Essai sur le dépérissement du marxisme, París: Pauvert 1967, p. 43 sq., 61 sq.
(24) Así las denominó Roberto Vincent Daniels en su exhaustiva y dramática obra: op. cit. (nota 10), passim. Sobre estos grupos y su trágico destino cf. las excelentes compilaciones: Gottfried Mergner (comp.), Die russische Arbeiteropposition. Die Gewerkschaften in der Revolution (La oposición rusa de los trabajadores. Los sindicatos en la revolución), Reinbek: Rowohlt 1972; Günther Hillmann, op. cit. (nota 12), pp. 54-67; Frits Kool / Erwin Oberländer (comps.), op. cit. (nota 10), passim, especialmente: Oskar Anweiler, Einleitung. Um die Zukunft der Revolution (Introducción. Por el futuro de la revolución), en: ibid., pp. 11-80
(25) Por ello fue extraordinariamente fácil establecer un aparato altamente burocratizado y bastante eficiente, la policía secreta, encargada de combatir a enemigos políticos reales e imaginarios. En torno a este objetivo se puede constatar una sintomática unanimidad entre Lenin y Stalin, Buxarin y Trockij, la oposición de izquierda y las fracciones de derecha. Sólo hubo alguna controversia en torno a la aplicación de métodos y a la intensidad de las medidas represivas. Cf. Borys Lewytzkyj, Die rote Inquisition. Die Geschichte der sowjetischen Sicherheitsdienste (La inquisición roja. La historia de los servicios soviéticos de seguridad), Frankfurt: Societät 1967
(26) Tanto la oposición de la década de 1920 como la de 1960 no superó un reformismo muy modesto dentro del mismo sistema comunista: cf. Borys Lewytzkyj, Politische Opposition in der Sowjetunion 1960-1972. Analyse und Dokumentation (Oposición política en la Unión Soviética 1960-1972. Análisis y documentación), Munich: dtv 1972; Udo Bermbach / Franz Nuscheler (comps.), Sozialistischer Pluralismus. Texte zur Theorie und Praxis sozialistischer Gesellschaften (Pluralismo socialista. Textos sobre la teoría y la praxis de sociedades socialistas), Hamburgo: Hoffmann & Campe 1973, passim
(27) Cf. sobre esta temática: Emanuel Sarkysianz, Russland und der Messianismus des Orients (Rusia y el mesianismo oriental), Tübingen: Mohr-Siebeck 1955, p. 7, 138, 168; Richard Pipes, Russland vor der Revolution. Staat und Gesellschaft im Zarenreich (Rusia antes de la revolución. Estado y sociedad bajo el imperio zarista), Munich: dtv 1984, passim; Umberto Melotti, Marx y el Tercer Mundo, Buenos Aires: Amorrortu 1974.- En todas las variantes del marxismo crítico faltó una obra como estas, que interpretan hasta cuál grado el socialismo realmente existente preservó necesaria y conscientemente las tradiciones autoritarias y totalitarias de la época presocialista.
(28) Cf. algunas descripciones y reconstrucciones de la ideología oficial soviética antes de Gor'bacëv: Gustav A. Wetter / Wolfgang Leonhard, Sowjetideologie heute (Ideología soviética hoy), t. I: Dialektischer und historischer Materialismus (Materialismo dialéctico e histórico); t. II: Die politischen Lehren (Las doctrinas políticas), Frankfurt: Fischer 1970; Henri Chambre, Le marxisme en Union Soviétique, París: Seuil 1955
(29) En 1924 Evgenij A. Preobrazenskj, quien siempre perteneció a la oposición izquierdista dentro del Partido Comunista de Rusia (B), manifestó en el marco de su teorema de la "acumulación primaria socialista" cínica pero correctamente que los campesinos conformarían "las colonias" del proletariado industrial en explícita alusión al rol que jugaron las colonias de ultramar en el proceso de la acumulación capitalista primaria: E. A. Preobrazenskij, Die neue Ökonomik (La nueva economía) [1924/1926], Berlin/W: s.e. 1971, passim. Sobre esta discusión cf. Alexander Erlich, The Soviet Industrialization Debate 1924-1928, Cambridge: Harvard U.P. 1967, cap. II; Rossana Rossanda, Die sozialistischen Länder: ein Dilemma der westeuropäischen Linken (Los países socialistas: un dilema de las izquierdas de Europa Occidental), en: KURSBUCH (Berlin), Nº 30, diciembre de 1972, pp. 1-34.- Ya en 1920 Grigorij E. Zinov'ev (1883-1936), el gran dirigente de la fracción de izquierda, íntimo colaborador de Lenin y presidente de la Internacional Comunista, afirmó que las partes asiáticas de la Unión Soviética constituirían una especie de colonias para Rusia: G.E. Zinov'ev, Discours au Soviet de Petrograd du 17. IX. 1920, en: Kostas Papaioannou, Marx ..., op. cit. (nota 21), p. 345. (Otros testimonios de los más prominentes líderes bolcheviques sobre esta temática y con el mismo tenor en: ibid., pp. 342-349.) Lo mismo puede aplicarse a los países satélites de la Unión Soviética después de 1945: cf. Marc Paillet, Marx contre Marx. La société technobureaucratique, París: Denoël/Gonthier 1971, p. 151
(30) V. I . Lenin, Ursprünglicher Entwurf des Aufsatzes "Die nächsten Aufgaben der Sowjetmacht" (Esbozo original del ensayo "Las próximas tareas del poder soviético") [1918], en: Lenin, Für und wider die Bürokratie. Schriften und Briefe 1917-1923 (En favor y en contra de la burocracia. Escritos y cartas 1917-1923), compilación de Günther Hillmann, Reinbek: Rowohlt 1970, p. 24, 49; Lenin, Die drohende Katastrophe und wie man sie bekämpfen soll (La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla), en: Lenin, Werke, op. cit. (nota 23), t. 25, pp. 369-371.- Críticas a esta posición: Oskar Anweiler, op. cit. (nota 24), p. 51 (con testimonios de Lenin no incluidos en la edición oficial de sus obras completas); Paul Mattick, op. cit. (nota 22), pp. 22 sq., 44-46; R. V. Daniels, op. cit. (nota 10), pp. 83-86, 108, 460; Kostas Papaioannou, L'idéologie ..., op. cit. (nota 23), p. 52; Ulf Wolter, Grundlagen des Stalinismus. Die Entwicklung des Marxismus von einer Wissenchaft zur Ideologie (Fundamentos del stalinismo. El desarrollo del marxismo de una ciencia a una ideología), Berlin/W: Rotbuch 1975, pp. 83-94, 126
(31) V. I. Lenin, Werke, op. cit. (nota 23), t. 27, p. 333; otros testimonios similares de Lenin en: Kostas Papaioannou, Marx ..., op. cit. (nota 21), p. 314
(32) Sobre la restauración del despotismo oriental en la Unión Soviética por medio de Lenin y Stalin (a ello se debería la prohibición stalinista de discutir el modo asiático de producción) cf. la sugerente obra de Karl A. Wittfogel, Die orientalische Despotie. Eine vergleichende Untersuchung totaler Macht (El despotismo oriental. Una investigación comparada sobre el poder total), Frankfurt etc.: Ullstein 1977, p. VI, 189, 470 sq., 480, 545 sq.
(33) Testimonios de Marx y Engels sobre lo que sucedería si tiene lugar un intento prematuro de construir el socialismo en un medio que económica y culturalmente no está preparado para ello: Karl Marx / Friedrich Engels, Die russische Kommune. Kritik eines Mythos (La comuna rusa. Crítica de un mito), compilación de Maximilien Rubel, Munich: Hanser 1972, pp. 278-281, 319-325
(34) Andrej A. Zdanov (1896-1948), alto funcionario del partido y papa de la cultura soviética hasta su muerte, tuvo el mérito de haber aventajado holgadamente a Stalin en la producción de necedades. Por otra parte, no faltaron preclaros espíritus de Occidente que cantaron loas a Stalin de la manera más indigna, como Henri Barbusse, Pablo Neruda y Paul Eluard. Cf. los testimonios similares de Louis Aragon y otros representantes de la cultura francesa en: Kostas Papaioannou, Marx ..., op. cit. (nota 21), pp. 414-417
(35) Cf. dos buenas selecciones de las obras de Stalin, con interesantes prólogos de los compiladores: Iosif V. Stalin, Zu den Fragen des Leninismus (Sobre las cuestiones del leninismo), compilación de Hans-Peter Gente, Frankfurt: Fischer 1970; Stalin, Schriften zur Ideologie der Bürokratisierung (Escritos sobre la ideología de la burocratización), compilación de Günther Hillmann, Reinbek: Rowohlt 1970
(36) Cf. Lucio Colletti, Marxismus und Dialektik (Marxismo y dialéctica), Frankfurt etc.: Ullstein 1977, p. 12 sqq.; Heinrich Brinkmann, Stalin ©¤©¤ Theoretiker der Bürokratie (Stalin ©¤©¤ teórico de la burocracia), Giessen: Rotdruck 1971, p. 28 sq., 55 sqq., 61, 81
(37) Cf. Oskar Negt, Marxismus als Legitimationswissenschaft. Zur Genese der stalinistischen Philosophie (Marxismo como ciencia legitimatoria. Génesis de la filosofía stalinista), en: Abram M. Deborin / Nikolaj I. Buxarin, Kontroversen über dialektischen und mechanistischen Materialismus (Controversias sobre el materialismo dialéctico y mecanicista), Frankfurt: Suhrkamp 1969, pp. 7-48
(38) Karl Korsch, Why I am a Marxist [1934], en: ALTERNATIVE. ZEITSCHRIFT FÜR LITERATUR UND DISKUSSION (Berlin), vol. 8, Nº 41, abril de 1965, p. 69, 71; Karl Korsch, Marxismus und Philosophie (Marxismo y filosofía) [1923], compilación de Erich Gerlach, Frankfurt: EVA 1966, p. 34 sq. (sobre la aplicación de la concepción materialista de la historia a ésta misma).- Cf. el interesante ensayo de Erich Gerlach, Die Entwicklung des Marxismus von der revolutionären Philosophie zur wissenschaftlichen Theorie proletarischen Handelns bei Karl Korsch (La evolución del marxismo de la filosofía revolucionaria a la teoría científica de actuación proletaria en Karl Korsch), en: Korsch, Marxismus..., ibid., p. 12
(39) Karl Korsch, Zur Geschichte der marxistischen Ideologie in Russland (Sobre la historia de la ideología marxista en Rusia), en: DER GEGNER, vol. 1932, Nº 3, p. 9 sq.
(40) Karl Korsch, Der gegenwärtige Stand des Problems "Marxismus und Philosophie" (El estado actual del problema "marxismo y filosofía") [1930], en: Korsch, Marxismus ..., op. cit. (nota 38), p. 53 sqq.
(41) Korsch, Marxismus..., op. cit. (nota 38), p. 101 sq.; cf. también Iring Fetscher, Grundbegriffe des Marxismus (Conceptos básicos del marxismo), Hamburgo: Hoffmann & Campe 19767, pp. 18-22
(42) Korsch, Zehn Thesen über Marxismus heute (Diez tesis sobre el marxismo actual) [1950], en: ALTERNATIVE, op. cit. (nota 38), p. 89.- Este breve artículo es el último que escribió Korsch. En él se advierte un claro distanciamiento de Korsch con respecto a todo el corpus teórico del marxismo, pero también la nostalgia por una doctrina coherente del proletariado con el fin de superar el "capitalismo monopólico". Según Douglas Kellner, el investigador más destacado sobre la obra de Korsch, éste habría rechazado en sus últimos años una "armonía preestablecida entre la doctrina marxista y el propio movimiento proletario real"; Korsch habría impugnado la identificación forzosa del marxismo con la lucha de clases y las posiciones del proletariado. Marx y todas sus escuelas sucesorias habrían mantenido "una posición desastrosa" al pensar que los fenómenos contrarrevolucionarios (el imperialismo, el fascismo) representaban sólo "interrupciones" de la evolución histórica "normal" y que servían para acelerar el posterior advenimiento del socialismo. Douglas Kellner, El marxismo revolucionario de Karl Korsch, México: Premià 1981, p. 77 sq., 83; cf. también: Michael Buckmiller, Karl Korsch und das Problem der materialistischen Dialektik (Korsch y el problema de la dialéctica materialista), Hannover: Soak 1976, passim
(43) Sobre la vida y obra de Karl Korsch cf. Douglas Kellner (comp.), Karl Korsch: Revolutionary Theory, Austin/Londres: Texas U.P. 1977; el número monográfico, dedicado a Korsch, de TELOS, Nº 26, invierno de 1975/1976; Hedda Korsch, Reminiscences of Karl Korsch, en: NEW LEFT REVIEW (Londres), Nº 76, noviembre/diciembre de 1972, p. 34 sqq.; Wolfdietrich Rasch, Brechts marxistischer Lehrer (El maestro marxista de Brecht), in: ALTERNATIVE, op. cit. (nota 38), pp. 94-99; Andrew Arato / Paul Breines, El joven Lukács y los orígenes del marxismo occidental, México: FCE 1986, pp. 262-272; Claudio Pozzoli (comp.), Über Karl Korsch (Sobre Karl Korsch), en: ARBEITERBEWEGUNG: THEORIE UND GESCHICHTE (Movimiento obrero: teoría e historia), vol. I, Frankfurt: Fischer 1973; Michael Buckmiller, Marxismus als Realität (Marxismo como realidad), en: Pozzoli (comp.), ibid.
(44) Muy convencional es la obra de Karl Korsch, Die materialistische Geschichtsauffassung und andere Schriften (La concepción materialista de la historia y otros escritos), compilación de Erich Gerlach, Frankfurt: EVA 1971, e igualmente los pocos artículos que publicó hasta su muerte.- En su único libro aparecido después de 1933, Karl Marx [1938], Frankfurt: EVA 1967, Korsch reitera lugares comunes del marxismo institucional: la solución de todos los problemas residiría en la estatización de los medios privados de producción (ibid., p. 18); el mundo se encaminaría al socialismo / comunismo por medio de la lucha de clases y de los estadios histórico-evolutivos descritos (o más bien prescritos) por Engels (ibid. pp. 23-31, 42, 127, 165, 172-176, 193 sq., 198).- Desde muy temprano, Korsch propuso una dictadura sobre la vida privada de las personas y combatió la democracia formal, apoyando la fórmula tradicional de la dictadura del partido. Cf. Korsch, Der Standpunkt der materialistischen Geschichtsauffassung (El punto de vista de la concepción materialista de la historia), en: Korsch, Marxismus ..., op. cit. (nota 38), p. 161 sq.
(45) Günter Rohrmoser, Stillstand der Dialektik. Grundpositionen expliziter und impliziter Marxismuskritik (Detención de la dialéctica. Posiciones básicas de la crítica explícita e implícita del marxismo), en: MARXISMUS-STUDIEN, compilación de Iring Fetscher, vol. 5, Tübingen: Mohr-Siebeck 1968, p. 25; sobre la vida y obra de Lukács cf. el ensayo central de Morris Watnick, Relativismus und Klassenbewusstsein: Georg Lukács (Relativismo y consciencia de clase: Georg Lukács), en: Leopold Labedz (comp.), op. cit. (nota 7), pp. 189-221; Victor Zitta, Georg Lukács' Marxism: Alienation, Dialectics, Revolution. A Study in Utopia and Ideology, La Haya: Nijhoff 1964; Frank Benseler (comp.), Festschrift zum achtzigsten Geburtstag von Georg Lukács (Escritos de homenaje para el octogésimo cumpleaños de Georg Lukács), Neuwied/Berlin: Luchterhand 1965; George Lichtheim, Georg Lukács, Londres: Collins/Fontana 1970; Andrew Arato / Paul Breines, op. cit. (nota 43), passim; Fritz J. Raddatz, Georg Lukács, Reinbek: Rowohlt 1972; Michael Löwy, Pour une sociologie des intellectuels révolutionnaires: l'évolution politique de Lukács 1909-1929, París: P.U.F 1976; Werner Mittenzwei (comp.), Dialog und Kontroverse mit Georg Lukács (Diálogo y controversia con Georg Lukács), Berlin/RDA: Reclam 1975
(46) Georg Lukács, Geschichte und Klassenbewusstsein. Studien über marxistische Dialektik (Historia y consciencia de clase. Estudios sobre dialéctica materialista), Berlin: Malik 1923, pp. 94-228 [el libro fue escrito entre 1919 y 1922]; sobre esta temática cf. las obras de discípulos de Lukács: Lucien Goldmann, Dialektische Untersuchungen (Investigaciones dialécticas), Neuwied/Berlin: Luchterhand 1966, pp. 71-120; Tom Bottomore, Klassenbewusstsein und Sozialbewusstsein (Consciencia de clase y consciencia social), en: István Mészáros (comp.), Aspekte von Geschichte und Klassenbewusstsein (Aspectos de historia y consciencia de clase), Munich: List 1972, pp. 74-95; István Mészáros, Kontingentes und notwendiges Klassenbewusstsein (Consciencia de clase contingente y necesaria), en: ibid., pp. 124-182; Rodolf Schlesinger, Der historische Ort von Lukács' "Geschichte und Klassenbewusstsein" (El lugar histórico de "Historia y consciencia de clase" de Lukács), en: ibid., pp. 280-288; Leo Kofler, Der proletarische Bürger. Marxistischer oder ethischer Sozialismus? (El ciudadano proletario. ¿Socialismo marxista o ético?), Viena etc.: Europa 1964, pp. 31-65, 165-168, 200 sqq. (Leo Kofler, uno de los representantes más conspicuos del marxismo crítico en Alemania Occidental después de la Segunda Guerra mundial, creía --como la mayoría de sus correligionarios-- que el fenómeno de la alienación pertenece exclusivamente al ámbito económico y a sociedades capitalistas.)
(47) Lukács, ibid. (nota 46), p. 99 sq., 115.- Como se sabe, el libro de Lukács desató una impresionante ola de críticas y censuras de parte del marxismo oficial. Las más conocidas de ellas: Abram M. Deborin, Lukács und seine Kritik des Marxismus (Lukács y su crítica del marxismo) [1924], en: Deborin / Buxarin, op. cit. (nota 37), pp. 189-219; las diatribas de Grigorij Zinov'ev y otros altos funcionarios rusos y húngaros en el apéndice de: Georg Lukács, Schriften zur Ideologie und Politik (Escritos sobre ideología y política), compilación de Peter Ludz, Neuwied/Berlin: Luchterhand 1967, pp. 719-780
(48) Lukács, Geschichte..., op. cit. (nota 46), p. 164 sqq., 216; cf. N. de Feo, Weber y Lukács, Barcelona: Redondo 1972
(49) Emilio Lamo de Espinosa, La teoría de la cosificación. De Marx a la Escuela de Francfort, Madrid: Alianza 1981, p. 118; cf. pp. 120-123, 127 sq., 152 sq. (Se trata de una obra exhaustiva y con una excelente bibliografía sobre la temática). Cf. también Andrew Arato, Lukács' Theory of Reification, en: TELOS, vol. 11 (1972), Nº 25
(50) Lukács, Geschichte..., op. cit. (nota 46), pp. 33, 146-148.- Sobre esta temática cf. el exhaustivo ensayo de Ludwig Landgrebe, Das Problem der Dialektik (El problema de la dialéctica), en: MARXISMUS-STUDIEN, compilación de Iring Fetscher, vol. 3, Tübingen: Mohr-Siebeck 1960, p. 57 sq., 60; sobre las diferencias entre Marx y Engels y la significación teórica de éste último cf. Hartmut Mehringer / Gottfried Mergner (comps.), Debatte um Engels (Debate en torno a Engels), 2 vols., Reinbek: Rowohlt 1973; Maximilien Rubel, La légende de Marx ou Engels fondateur, en: ECONOMIES ET SOCIETES (Paris), vol. VI, Nº 12, diciembre de 1972, pp. 2189-2199; Alfred Schmidt, Der Begriff der Natur in der Lehre von Marx (El concepto de naturaleza en la doctrina de Marx), Frankfurt: EVA 1962; Giuseppe Prestipino, El pensamiento filosófico de Engels. Naturaleza y sociedad en la perspectiva histórica marxista, México: Siglo XXI 1977.- Como se sabe, I. V. Stalin (Zu den Fragen..., op. cit. [nota 35], p. 253, 261 sqq.) fue uno de los partidarios más entusiastas de la dialéctica de la naturaleza de Engels y de la identidad entre ciencias sociales y naturales.- En su momento muy celebrado, el libro del destacado científico de la República Democrática Alemana, Robert Havemann, Dialektik ohne Dogma? Naturwissenschaft und Weltanschauung (¿Dialéctica sin dogma? Ciencia natural y visión del mundo) [1962], Reinbek: Rowohlt 1962, no contiene ningún elemento filosófico o político digno de mención.
(51) Lukács, ibid., p. 33 sqq.; la crítica de Lukács se refiere a la famosa sentencia de Rudolf Hilferding: "La comprensión de la veracidad del marxismo no constituye de modo alguno un juicio valorativo y tampoco una guía para el comportamiento práctico. Porque una cosa es darse cuenta de una necesidad y otra muy diferente ponerse al servicio de dicha necesidad": R. Hilferding, Das Finanzkapital (El capital financiero) [1909], Berlin 1955, p. 4.- Muy semejante fue la crítica de Karl Korsch, Why..., op. cit. (nota 38), p. 72; cf. también Iring Fetscher, Karl Marx und der Marxismus. Von der Philosophie des Proletariats zur proletarischen Weltanschauung (Karl Marx y el marxismo. De la filosofía del proletariado a la ideología proletaria), Munich: Piper 1967, p. 124 sqq.
(52) Lukács, ibid., p. 13; es interesante mencionar que Lukács ya había formulado en años anteriores esta atrevida tesis en su importante trabajo: Taktik und Ethik (Táctica y ética) [1919], en: Lukács, Schriften ..., op. cit. (nota 47), p. 20
(53) Un discípulo de Lukács y partidario en Alemania Occidental de un socialismo ascético, Leo Kofler (op. cit. [nota 46], p. 81, 249), aseveró la existencia de ese núcleo metafísico del marxismo, igual que I. V. Stalin, Zu den Fragen ..., op. cit. (nota 35), p. 254 sqq.
(54) Maurice Merleau-Ponty, op. cit. (nota 4), p. 122, 124; Louis Althusser, Pour Marx, París 1965; Althusser / Etienne Balibar, Lire le Capital, Paris 1965, especialmente vol. I; Althusser, Escritos, Barcelona: Laia 1974, passim; Georg Klaus / Hans Schulze, Sinn, Gesetz und Fortschritt in der Geschichte (Sentido, ley y progreso en la historia), Berlin/RDA: Dietz 1967; Gerhard Bartsch / Herbert Crüger / Christian Zak, Geschichte als gesetzmässiger Prozess (Historia como proceso sujeto a leyes), Berlin/RDA 1976; Ernst Engelberg / Wolfgang Küttler, Formationstheorie und Geschichte (Teoría de las formaciones e historia), Berlin/RDA: Akademie 1978
(55) Lukács, Taktik und Ethik, op. cit. (nota 52), p. 22
(56) Sobre el anti-historicismo y anti-humanismo de Althusser cf. la brillante crítica de Alfred Schmidt, Geschichte und Struktur. Fragen einer marxistischen Historik (Historia y estructura. Cuestiones de una historiografía marxista), Munich: Hanser 1977, pp. 42-45, 58, 78-81, 139 sq.; Iring Fetscher, Grundbegriffe ..., op. cit. (nota 41), pp. 15-28
(57) Sobre el Lukács premarxista, de fuertes inclinaciones religiosas y existencialistas cf. Arato / Breines, op. cit. (nota 43), p. 21, 53, 133 sq; Lucien Goldmann, op. cit. (nota 46), pp. 173-183; Fritz J. Raddatz, op. cit. (nota 45), p. 14
(58) Lukács, Postscriptum 1957 zu: Mein Weg zu Marx (Postscriptum de 1957 a: "Mi camino a Marx"), en: Lukács, Schriften ..., op. cit. (nota 47), p. 657. Al mismo tiempo defendió a Stalin, afirmando: "Right or wrong, my party" (ibid., p. 649).- Cf. también Gian Enrico Rusconi, Teoría crítica de la sociedad, Barcelona: Martínez Roca 1969, p. 61
(59) Georg Lukács, Der Bolschewismus als moralisches Problem (El bolchevismo como problema moral) [1918], en: Lukács, Taktik und Ethik. Politische Aufsätze (Táctica y ética. Ensayos políticos), compilación de Jörg Kammler, Darmstadt: Luchterhand 1975, pp. 27-33 (Lukács creía entonces que la revolución sería la obra conjunta de socialdemócratas, socialistas y comunistas); versión inglesa en: SOCIAL RESEARCH, vol. 44, Nº 3, otoño de 1977, pp. 416-424.- Según Peter Ludz, compilador de sus obras, Lukács se negó en vida exitosa y terminantemente a la reimpresión de este interesante ensayo: P. Ludz, Vorwort (prólogo), en: Lukács, Schriften ..., op. cit. (nota 47), p. XII.- Crítica a Lukács: Arato / Breines, ibid., pp. 132-136; Lucien Goldmann, op. cit. (nota 46), p. 288; cf. los ensayos muy bien documentados: David Kettler, Marxismus und Kultur. Mannheim und Lukács in den ungarischen Revolutionen 1918/19 (Marxismo y cultura. Mannheim y Lukács en las revoluciones húngaras de 1918/19), Neuwied/Berlin: Luchterhand 1967, p. 28 sq.; Peter Ludz, Der Begriff der "demokratischen Diktatur" in der politischen Philosophie von Georg Lukács, en: Lukács, Schriften ..., ibid., p. XXXII sqq.
(60) Lukács, Taktik ..., op. cit. (nota 52), p. 10
(61) Ibid., p. 11.- Sobre esta espinosa problemática cf. Michel Löwy, Pour une sociologie des intellectuels révolutionnaires. L'évolution politique de Lukács 1909-1919, París: Presses Universitaires de France 1976, passim, y la exhaustiva biografía de Arpad Kadárkay, Georg Lukács, Valencia: Edicions Alfons el Magnànim 1994, passim
(62) Una de las más notables apologías del terror revolucionario y del uso de cualesquiera medios la realizó Maurice Merleau-Ponty, Humanismus und Terror (Humanismo y terror) [1947], Frankfurt: Suhrkamp 1966, vol. I, p. 11, 38.- No es de extrañar que uno de sus pocos biógrafos dedicara sólo escasas líneas a todo el pasado marxista de este filósofo: Xavier Tilliete et al., Merleau-Ponty ou la mesure de l'homme, París: Seghers 1970, p. 162 sq.
(63) Lukács, Lenin. Studie über den Zusammenhang seiner Gedanken (Lenin. Estudio sobre el contexto de sus pensamientos), Neuwied/Berlin: Luchterhand 1967, p. 66.- En el Epílogo (1967) a este escrito Lukács mantuvo todas sus posiciones, mostrando que nunca comprendió las implicaciones antidemocráticas e inhumanas (a) de la concepción leninista del partido, (b) de la tradición autoritaria en Rusia y (c) de las transformaciones económicas aceleradas (ibid., pp. 87-99).
(64) Lukács, Freie oder gelenkte Kunst? (¿Arte libre o guiado?), en: Lukács, Schriften ..., op. cit. (nota 47), p. 463.- La identificación de libertad con necesidad se halla en la obra de Georgij V. Plexanov (1856-1918), Zur Geschichtsphilosophie Hegels (Sobre la filosofía de la historia de Hegel) [1895], en: DAS ARGUMENT (Berlin), vol. 13, Nº 4/5 (= 65), agosto de 1971, p. 281. Esta identificación conformó uno de los pilares del marxismo ortodoxo moscovita hasta 1989 y constituye aun uno de los principios rectores del marxismo cubano y chino.
(65) Lukács, Die moralische Sendung der kommunistischen Partei (La misión moral del partido comunista), en: Lukács, Schriften ..., ibid., p. 138.- El punto de vista del proletariado sería el punto de vista del gran sujeto racional histórico por excelencia: Lucien Sebag, Marxismus und Strukturalismus (Marxismo y estructuralismo) [1964], Frankfurt: Suhrkamp 1967, pp. 89, 93, 117-277
(66) Lukács, ibid., p. 142
(67) Lukács, Taktik ..., op. cit. (nota 52), p. 34; Lukács, Lenin, op. cit. (nota 63), p. 25.- De acuerdo a Lukács, la Tercera Internacional era la "concepción leninista del partido a escala mundial" porque constituía la forma perfecta de organización socio-política (ibid., p. 56).
(68) Lukács, Geschichte ..., op. cit. (nota 46), p. 296.- Parafraseando a Engels añadió Lukács: "Mientras el proletariado requiera de un Estado, no lo usará para defender la libertad, sino para reprimir a sus enemigos" (ibid., p. 297).
(69) Lukács, Zur Frage des Parlamentarismus (Sobre la cuestión del parlamentarismo), en: Lukács, Schriften ..., op. cit. (nota 47), p. 128
(70) Lukács, Lenin, op. cit. (nota 63), p. 62.- La misma concepción de democracia formal vs. revolucionaria sostuvo Maurice Merleau-Ponty, Humanismus ..., op. cit. (nota 62), vol. I, p. 17. Un poco más adelante (p. 21), Merleau-Ponty atacó a Lukács porque éste último no habría sido consecuente en su impugnación de la democracia formal-burguesa.
(71) Lukács, Lenin, ibid., p. 33; Lukács, Die Rolle der Moral in der kommunistischen Produktion (La función de la moral en la producción comunista) [1919], en: Lukács, Schriften ..., op. cit. (nota 47), p. 79
(72) Lukács, Die Sendung ..., op. cit. (nota 65), p. 138, 141.- Se puede argumentar que desde sus llamadas Tesis de Blum (1928) Lukács se distanció de toda posición extremista y stalinista y que desde entonces fue un firme partidario de la legalidad socialista, lo que es verdad sólo parcialmente. Las Tesis de Blum y otros escritos posteriores se refieren a la política que el partido comunista debe emplear en sus relaciones con otros partidos y con el exterior; en tal sentido Lukács manifestó ser favorable a la coexistencia pacífica y a las alianzas con otras corrientes de izquierda. La Tesis de Blum no contienen ningún elemento teórico innovador o siquiera interesante y no rozan los asuntos mencionados aquí. Cf. Lukács, Thesen über die politische und wirtschaftliche Lage in Ungarn und über die Aufgaben der Kommunistischen Partei Ungarns [= Blum-Thesen] (Tesis sobre la situación económica y política en Hungría y las tareas del Partido Comunista de Hungría), en: Schriften ..., ibid., pp. 290-322; Lukács, Aristokratische und demokratische Weltanschauung (Visión aristocrática y democrática del mundo), en: ibid., pp. 404-433
(73) Interview der Redaktion von "Szabad Nép" mit Georg Lukács (Entrevista de "Szabad Nép" con Georg Lukács) [1956], en: Lukács, Schriften ..., ibid., p. 634 sq.
(74) Lukács, Postscriptum ..., op. cit. (nota 58), p. 646
(75) Lukács, Brief an Alberto Carocci (Carta a Alberto Carocci) [1962], en: Schriften ..., ibid., p. 661 sq.
(76) Lukács, Schicksalswende (Vuelta del destino) [1944], en: Schriften ..., ibid., p. 354.- Esta expresión de Friedrich Schiller la utilizó Nikolaj I. Buxarin en su alegato final durante los procesos de Moscú inmediatamente antes de ser condenado a muerte, reconociendo que la razón histórica estaba encarnada en el triunfo político-material de Stalin y que él (Buxarin) era en cuanto perdedor culpable de los cargos que le imputaban (aunque declinó una responsabilidad estrictamente legal). La verdad era idéntica al éxito. Esta aceptación ©¤©¤ más o menos voluntaria: éso era lo monstruoso ©¤©¤ de la principal incriminación otorgaba la razón a Stalin y su régimen y quebraba el núcleo racional y, sobre todo, moral de toda la oposición anti-stalinista. En aquellos procesos los acusados y los fiscales (las víctimas y los verdugos) trabajaban de consuno para establecer la anhelada certeza en torno a ciertos detalles de la reciente evolución histórica, certeza común a ambos bandos y considerada igualmente indispensable. Cf. N. I. Buxarin, Letztes Wort des Angeklagten Buxarin (Ultima palabra del acusado Buxarin) [1938], en: Deborin / Buxarin, op. cit. (nota 37), p. 280. Esta fue la interpretación de los procesos de Moscú que realizó Arthur Koestler en su genial novela Eclipse de sol, criticado severamente por Maurice Merleau-Ponty, Humanismus ..., op. cit. (nota 62), vol. II, p. 42 sqq., 69 sqq., quizá por haber acertado...
(77) Como se sabe, Lukács se "equivocó" apostando por la revolución húngara de 1956, pero consiguió que el partido generosamente le perdonara después de una autocrítica, y hasta recibió la más alta condecoración húngara en 1969, la "Orden de la Bandera Roja". Cf. Lichtheim, op. cit. (nota 45), p. 8.- Según otras fuentes, todas las retractaciones de Lukács fueron un ardid táctico al estilo de Galileo Galilei para salvarse de la Santa Inquisición: cf. Fritz J. Raddatz, op. cit. (nota 45), p. 70; Victor Serge, op. cit. (nota 10), p. 218; Kostas Axelos, Préface, en: Lukács, Histoire et conscience de classe, París: Minuit 1960, p. 5
(78) Jürgen Habermas, Theorie und Praxis. Sozialphilosophische Studien (Teoría y praxis. Estudios de filosofía social), Neuwied/Berlin: Luchterhand 1963, p. 322 sq.
(79) Según Maurice Merleau-Ponty, una constante autocensura de los intelectuales progresistas era inevitable, porque cualquier crítica de la Unión Soviética significaba una apología del capitalismo occidental. Cf. M. Merleau-Ponty, Humanismus ..., op. cit. (nota 62), t. II, p. 90
(80) Lukács, Die Deutschen ©¤©¤ eine Nation der Spätentwickler? Gespräch mit Adelbert Reif (Los alemanes ©¤©¤ ¿una nación de desarrollo tardío? Conversación con Adelbert Reif), en: Georg Lukács zum 13. April 1970 (Para Georg Lukács en el 13 de abril de 1970), Neuwied/Berlin: Luchterhand 1970, pp. 100-115 (serie AD LECTORES Nº 10); testimonios suplementarios de esta afirmanción en: István Eörsi, Das Recht des letzten Wortes (El derecho de la última palabra), en: Georg Lukács, Gelebtes Denken. Eine Autobiographie im Dialog (Pensamiento vivido. Una autobiografía en diálogo), Frankfurt: Suhrkamp 1980, p. 10 sq.
(81) Theodor W. Adorno, Erpresste Versöhnung: zu Georg Lukács' "Wider den missverstandenen Realismus" (Reconciliación extorsionada: sobre la obra de Lukács "Contra el realismo incomprendido"), en: Adorno, Noten zur Literatur II (Notas sobre literatura II), Frankfurt: Suhrkamp 1961, p. 185
(82) Kostas Papaioannou, Marx ..., op. cit. (nota 21), p. 396 (curiosos testimonios en torno a la "putrefacción de la ciencia burguesa": cibernética, psicoanálisis, etc.); Gabor Kiss, Marxismus als Soziologie (Marxismo como sociología), Reinbek: Rowohlt 1971, p. 107
(83) No fue la sociología teórica la que floreció, sino sus ramas "aprovechables" según los requerimientos del Estado: las sociologías del trabajo, la familia, el esparcimiento y la educación (cf. Gabor Kiss, ibid., pp. 157-193, 267-293); en los estudios sobre estratificación social se eliminó toda mención a la formación de élites y a conceptos definitorios de estamentos de índole incómoda como el prestigio y el acceso al poder (ibid., pp. 88-106, 174-201).
(84) Wolfgang Eichhorn, Wie ist Ethik als Wissenshaft möglich? (¿Cómo es posible la ética en cuanto ciencia?), Berlin/RDA: Verlag der Wissenshaften 1965; Franz Loeser, Deontik. Planung und Leitung der moralischen Entwicklung (Deóntica. Planificación y dirección del desarrollo moral), Berlin/RDA: Verlag der Wissenschaften 1966
(85) Cf. Radovan Richta et al., Richta-Report. Politische Ökonomie des 20. Jahrhunderts (El informe Richta. La economía política del siglo XX) [1966], Frankfurt: Makol 1971.- El marxismo-leninismo convencional de los partidos comunistas de Europa Oriental, mitigado por los aires de de moda en torno a una modernización tecnocrática, constituye el horizonte indubitable de la teoría y la praxis de esta agrupación.
(86) Radovan Richta et al., Technischer Fortschritt und industrielle Gesellschaft (Progreso técnico y sociedad industrial), Frankfurt: Makol 1972, pp. 12 sq., 21-24, 191-230
(87) Ibid., p. 23 sq., 208, 214-216, 226
(88) Ibid., pp. 36-72, 120-145, 147-190
(89) Lucio Colleti, Zur Stalin-Frage (Sobre la cuestión de Stalin) [1970], Berlin/W: Merve 1970, pp. 34-37.- En esta obra Colletti describe detalladamente las brutalidades del régimen stalinista, pero lo exculpa históricamente a causa de los logros modernizadores.
(90) Leo Kofler, op. cit. (nota 46), p. 146; Hans G. Helms, Fetisch Revolution. Marxismus und Bundesrepublik (Fetiche revolución. Marxismo y República Federal [de Alemania]), Neuwied/Berlin: Luchterhand 1969, p. 13; sobre el desprecio de Marx a los campesinos y las tradiciones campestres cf. Kostas Papaioannou, Marx ..., op. cit. (nota 21), p. 212
(91) Hans Jörg Sandkühler (comp.), Marxistische Wissenschaftstheorie. Studien zur Einführung in ihren Forschungsbereich (Epistemología marxista. Estudios introductorios al área investigativa), Frankfurt: Fischer/Athenäum 1975, pp. 4, 15; cf. también pp. 38, 110-148, 149-173
(92) Cf. Hans Jörg Sandkühler (comp.), Marxistische Erkenntnistheorie. Texte zu ihrem Forschungsstand in den sozialistischen Ländern (Gnoseología marxista. Textos sobre el nivel investigativo alcanzado en países socialistas), Stuttgart: Frommann-Holzboog 1973, pp. 59-98, 99-128-, 152-182
(93) Para la problemática aquí tratada es importante la compilación de ensayos de Ernst Bloch, Über Karl Marx (Sobre Karl Marx), Frankfurt: Suhrkamp 1968; en torno a Bloch cf. el volumen colectivo Über Ernst Bloch (Sobre Ernst Bloch), Frankfurt: Suhrkamp 1968, especialmente el artículo de Iring Fetscher, Ein grosser Einzelgänger (Un gran solitario), en: ibid., pp. 104-11 (con datos en torno a la influencia de Bloch sobre Georg Lukács y la Escuela de Frankfurt).
(94) Palmiro Togliatti, Reden und Schriften (Discursos y escritos), compilación de Claudio Pozzoli, Frankfurt: Fischer 1967; cf. sobre todo su testamento intelectual, llamado "Memorandum de Yalta": pp. 210-225
(95) La obra teóricamente más conspicua del grupo "Praxis" fue la de Mihailo Markovic, Dialektik der Praxis (Dialéctica de la praxis), Frankfurt: Suhrkamp 1968, que no aporta nada a las temáticas aquí tratadas. Lo mismo puede afirmarse de otro libro en su momento muy aplaudido, pero que es un compendio inofensivo en el mejor estilo del marxismo institucional: Predrag Vranicki, Geschichte des Marxismus (Historia del marxismo), 2 vols., Frankfurt: Suhrkamp 1972.- El grupo "Praxis" era mayoritariamente croata; Markovic (*1923), en cambio, se consagra actualmente a promover el nacionalismo pan-serbio más delirante.
(96) Según Leo Kofler, op. cit. (nota 46), pp. 199-205, fenómenos negativos como el burocratismo sólo se darían en los infiernos capitalistas. De acuerdo a Hans G. Helms, op. cit. (nota 90), p. 11, el peor socialismo denotaría rasgos más razonables que el mejor capitalismo.
(97) Kofler, ibid., pp. 178-182, 249-265; Helms, op. cit. (nota 90), p. 13 sqq.
(98) Helms, ibid., pp. 7, 13-23, 29; toda la labor de los partidos socialdemocráticos es descalificada por Helms por ser éstos "portadores límites de la dominación capitalista" (ibid., p. 7, 29).
(99) Karel Kosík, Die Dialektik des Konkreten. Eine Studie zur Problematik des Menschen und der Welt (La dialéctica de lo concreto. Un estudio sobre la problemática del Hombre y del mundo), Frankfurt: Fischer 1967, p. 230
(100) Ibid., p. 231.- Hay que considerar que este libro fue escrito poco antes de la "Primavera de Praga" y sin las presiones del régimen stalinista.
(101) Cf. Adam Schaff, Marx oder Sartre? Versuch einer Philosophie des Menschen (¿Marx o Sartre? Ensayo de una filosofía del Hombre), [1961], Frankfurt: Fischer 1966, p. 15, 23; Schaff, El marxismo al final del siglo, Barcelona: Ariel 1994.- Para una crítica ortodoxa a la combinación de marxismo y existencialismo cf. Roger Garaudy, Marxismus im 20. Jahrhundert (Marxismo en el siglo XX) [1966], Reinbek: Rowohlt 1969
(102) Adam Schaff, Marxismus und das menschliche Individuum (El marxismo y el individuo humano), Viena etc.: Europa 1965, p. 38 sq., 170; sobre la controversia entre Adam Schaff y Leszek Kolakowski cf. Z. A. Jordan, Marxistischer Revisionismus in Polen. Hintergrund, Wurzeln und Hauptströmungen (Revisionismo marxista en Polonia. Trasfondo, raíces y corrientes principales), en: MARXISMUS-STUDIEN, vol. 5, compilación de Iring Fetscher, Tübingen: Mohr-Siebeck 1968, pp. 85-129; Adam Schaff, Studien über den jungen Marx und ihre peinlichen Details (Estudios sobre el joven Marx y sus detalles penosos), en: Leopold Labedz (comp.), op. cit. (nota 7), pp. 273-294
(103) Schaff, Marxismus ..., ibid., p. 64 sq.
(104) György Konrád / Iván Szelényi, Die Intelligenz auf dem Weg zur Klassenmacht (La intelectualidad en camino al poder de clase), Frankfurt: Suhrkamp 1981, p. 111 sq.
(105) El marxismo crítico careció, por ejemplo, de una investigación empírica y documental en torno a los fenómenos burocrático-administrativos de la propia área geográfica y a los problemas de la vida cotidiana de sus ciudadanos. Cf. los tempranos estudios del medio académico occidental sobre esta temática: Alex Inkeles / Raymond A. Bauer, The Soviet Citizen. Daily Life in a Totalitarian Society, Cambridge: Harvard U.P. 1959; Merle Fainsod, How Russia is Ruled, Cambridge: Harvard U.P. 1961
(106) Sobre el etnocentrismo, sus claras manifestaciones en Marx y la defensa que hizo éste último de la "labor civilizadora" del imperialismo británico en India y otros países "atrasados" cf. Rudolf Bahro, Die Alternative. Zur Kritik des real existierenden Sozialismus (La alternativa. Crítica del socialismo realmente existente), Reinbek: Rowohlt 1980, p. 44 sqq.
(107) Lukács, Schicksalswende ...[1944], op. cit. (nota 76), p. 359.- Es interesante observar que a Lukács, ciudadano de ese Estado, no se le ocurrió semejante idea durante la existencia del Imperio Austro-Húngaro (es decir hasta octubre de 1918).
(108) Después de apartarse del marxismo, Karl August Wittfogel realizó su gran investigación sobre el despotismo oriental y las sociedades hidráulicas. El argumento central de Wittfogel (op. cit. [nota 32], pp. 379 sq., 470-480) es que el acceso al poder (y no la propiedad privada de los medios de producción) conforma en muchas naciones el criterio más importante para determinar su estratificación social; la definición de estadios evolutivos de acuerdo al régimen de propiedad privada sería válido sólo para Europa Occidental en ciertos periodos históricos. La estatización de los medios de producción no tendría, por consiguiente, el rol liberador que Marx le atribuye.
H.C.F. Mansilla |
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