► “[…]
porque las verdades de la realidad histórica son tan claras, tan evidentes, y
tan palpables, que tarde o temprano toda inteligencia honrada las comprende” – Fidel
Castro Ruz
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Friedrich Engels & Karl Marx ✆ João Pinheiro
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Luis Ricardo Leiva |
En estas líneas intentaremos explicar brevemente en qué consiste la
filosofía materialista, así como su significado histórico. Comencemos
desmintiendo el prejuicio que parece esconderse tras la palabra “materialista”.
Se suele creer que materialista es aquel que siente aversión por todo tipo de
valores morales y por todas las sutilezas nobles del alma, entre ellas, desde
luego la filosofía y el saber, inclinándose en favor de una vida libertina,
inundada de goces, placeres y posesiones materiales (autos, celulares y toda
clase de lujos).
Pero en filosofía los conceptos adquieren un significado muy
diferente al que solemos darles en la vida cotidiana. Materialista es
sencillamente aquella corriente filosófica que intenta explicar el mundo a
través del mundo mismo. En este sentido es que debemos comenzar a reconocer al
materialismo como la única filosofía científica en sentido estricto.
No es por ello casualidad que el mismo nacimiento de la
filosofía haya revestido esta forma. Los primeros filósofos, los jonios (Tales,
Anaximandro, Anaxímedes), fueron también los primeros que se atrevieron a
buscar una explicación racional del mundo; y esto significa, ante todo, el
prescindir de cualquier mito o idea fantástica para entender la realidad: “[…] concebir materialistamente la
naturaleza no es sino concebirla pura y simplemente tal y como se nos presenta,
sin aditamentos extraños, y esto hizo que en los filósofos griegos se
comprendiera, originariamente, por sí misma”. [1]
Más adelante, la filosofía se desdobló entre dos vertientes:
el idealismo filosófico (la contraparte del materialismo) asomó la cabeza por
vez primera sobre la historia. Pitágoras y Platón fueron sus representantes más
destacados. Toda concepción filosófica que se sitúe fuera del punto de vista
materialista, pese a la diversidad de formas que pueda revestir es, en
resumidas cuentas, idealismo filosófico. [2]
Dicha así la cosa resulta bastante simple. Si lo que se
pretende es explicar el fundamento del mundo por el mundo mismo, estamos en
presencia de una doctrina materialista; si recurrimos a fuerzas externas
sobrenaturales, mítico-religiosas o a la simple consciencia individual
subjetiva para encontrar el fundamento último y definitivo del mundo, somos idealistas.
No obstante, difícilmente encontraremos expresadas en las
distintas escuelas filosóficas tan clara y magnífica delimitación. Cualquier
filósofo podría presentar una teoría científico-materialista de la naturaleza,
y situarse en un punto inconfundiblemente idealista en el marco de su doctrina
social, para poner solo un ejemplo.
El materialismo como punto de vista científico capaz de
recrear un cuadro coherente del universo en el pensamiento, ha estado siempre
comprometido a los intereses de las clases progresistas y revolucionarias de
cada época. Esto es visible ya en la antigüedad clásica. Después de los jonios,
fueron materialistas pensadores de la talla de Leucipo, Demócrito, Anaxágoras,
Heráclito, Epicuro, entre otros.
Leucipo (quien hace más de 2000 años habría descubierto el
átomo) veía ya la generación del universo como el producto de la interacción de
fuerzas naturales actuantes desde toda la eternidad; [3] un principio
en líneas generales sagazmente acertado. Demócrito, continuador de su doctrina,
negaba la eternidad de los mundos y afirmaba la eternidad del universo, [4] pensaba
que todo estaba sujeto a la causalidad [5] y que, por tanto, podía
ser explicado racionalmente. Era partidario de la democracia esclavista, en
oposición a las abiertas ideas aristocráticas expresadas por Pitágoras o por
Platón, sólo para poner un par de ejemplos. De aquí que señale acertadamente
Engels a propósito del originario pensamiento filosófico griego:
Tenemos ya aquí, pues,
todo el originario y tosco materialismo, emanado de la naturaleza misma y que,
del modo más natural del mundo, considera en sus comienzos la unidad dentro de
la infinita variedad de los fenómenos de la naturaleza como algo evidente por
sí mismo, buscándola en algo corpóreo y concreto, en algo específico, como
Tales en el agua. [6]
Uno de los pensadores en el que las consecuencias sociales
salen a relucir con gran fuerza es Epicuro. Este filósofo fue también
desarrollador de las ideas atomísticas de Demócrito, sin embargo, centra la
especial atención de su saber en liberar a los hombres de la ignorancia,
conduciéndolos fuera de la infeliz condición a la cual tal estado los condena.
Su fin es lograr la ataraxia del pensamiento, identificando el mayor
de los males con el temor hacia los dioses en el que los sacerdotes educan a
los hombres, así como con el miedo a la muerte. El que los hombres se liberen
del temor a la muerte, parece ser el principio moral supremo para este
filósofo:
Acostúmbrate a pensar
que la muerte nada es para nosotros. Porque todo bien y mal reside en la
sensación, y la muerte es privación del sentir. Por lo tanto el recto
conocimiento de que nada es para nosotros la muerte hace dichosa la condición
mortal de nuestra vida, no porque le añada una duración ilimitada, sino porque
elimina el ansia de inmortalidad. [7]
De ahí que su discípulo el poeta Lucrecio lo catalogara como
“el libertador”:
Cuando en todo el
mundo la vida humana permanecía ante nuestros ojos deshonrosamente postrada y
aplastada bajo el peso de la religión, que desde las regiones del cielo
mostraban su cabeza amenazando desde lo alto a los mortales con su visión
espantosa, por vez primera un griego se atrevió a levantar de frente sus ojos
mortales, y fue el primero en hacerle frente; a él no lo agobiaron ni lo que dicen
de los dioses ni el rayo ni el cielo con su rugido amenazador, sino que más por
ello estimulan la capacidad penetrante de su mente, de manera que se empeña en
ser el primero en romper los apretados cerrojos de la naturaleza. Así pues, la
vívida fuerza de su mente triunfó y avanzó lejos, fuera de los muros llameantes
del mundo […] En consecuencia, la religión queda a nuestros pies pisoteada y a
nosotros, por contra, su victoria nos empareja con el cielo. [8]
Este pensamiento ejemplifica muy bien las consecuencias
implícitas al interior del materialismo; es en la finitud del ser humano donde
reside su propia grandeza, es en esta vida donde los hombres pueden y deben ser
felices; las perspectivas en una vida de ultratumba resultan más bien
aterradoras y sólo sirven para perturbar y atemorizar los corazones,
privándolos de su felicidad. En la religión el hombre se desvaloriza al poner
sobre él a un ser superior y todopoderoso que le obliga a servirle, se ve
obligado a renunciar a su propia vida terrenal en favor de una vida en el más
allá. Por el contrario, si prescindimos de esto, nos vemos obligados no a negar
la única vida con la cual contamos, sino a afirmarla.
Somos así capaces y tenemos el deber de cifrar nuestras
esperanzas sobre esta tierra y así luchar para transformarla y forjar un mundo
mejor y esperanzador. De aquí el optimismo inherente al materialismo. En
pensadores como Tales o Demócrito esto se traducía en su fe en la perfecta
cognoscibilidad del mundo, en Epicuro, en la capacidad del ser humano para
dirigirse a sí mismo.
Las dificultades para explicar satisfactoriamente los
procesos naturales, sociales y el pensamiento hicieron que poco a poco el
idealismo se impusiera sobre el materialismo.
Durante toda la Edad Media, las tendencias materialistas
desaparecieron casi por completo, se mantuvo viva la llama, por lo menos aunque
sea bajo formas místicas. Al final del periodo medieval, poco antes de alborear
la moderna sociedad burguesa, el materialismo irrumpía nuevamente con fuerza.
Hasta la misma teología se vio obligada en su momento a predicarlo, [9] la
Iglesia se dio cuenta rápidamente de la amenaza que esto significaba,
persiguiendo y condenando a las mentes más brillantes de este periodo.
Giordano Bruno ardió en la hoguera por defender la idea de
un universo infinito con múltiples mundos, algunos incluso habitados:
He aquí, pues, como
son los mundos y como es el cielo. El cielo es como lo vemos en torno a este
globo, el cual, no menos que los otros, es un astro luminoso y excelente […]
Ahora bien, estos son los mundos habitados y cultivados con sus animales […] y
cada uno de ellos no está menos compuesto de cuatro elementos que éste en que
nos encontramos. [10]
Los ideólogos de la naciente sociedad burguesa, en ese
momento revolucionaria, abrieron fuego por su parte contra el idealismo y el
catolicismo de la época, y el enconado debate sostenido por Hobbes y Gassendi
en torno a las meditaciones de Descartes son el mejor ejemplo de ello. [11] Así
hasta que llegamos por fin a los grandes materialistas franceses del siglo
XVIII (Condillac, Helvecio, La Metrie, Mandeville, Holbach, Diderot, etc.).
El gran mérito de todos estos pensadores fue el haber
desterrado, de una vez por todas, la necesidad de recurrir a imágenes
fantásticas para explicar la naturaleza; pudieron prescindir de “la hipótesis
de dios”. Sin embargo, ahí donde teorizaban acerca del ser humano, eran
idealistas, pues se mostraban incapaces de explicar los complejos procesos
históricos.
Mientras tanto, el antiguo método geométrico-deductivo se
mostraba cada vez más incapaz de explicar satisfactoriamente los problemas
propios planteados por la revolución de las ciencias naturales del siglo XVIII
y esto, a la par de los sucesos históricos, como la revolución francesa,
posibilitó el surgimiento dentro del idealismo alemán de un nuevo método: el
método dialéctico. Sin embargo, debido a su carácter idealista, este método,
era tan solo capaz de mostrar desfiguradamente los procesos
histórico-naturales.
Fueron Marx y Engels quienes superaron las limitaciones
tanto del antiguo materialismo como de la vieja dialéctica. De entonces acá, el
desarrollo de los conocimientos científicos ha ido obligando a la ciencia cada
vez más a afrontar dialécticamente todos sus problemas. Aun ahí donde los
científicos carecen de plena conciencia, en la práctica, los hechos les obligan
a adoptar una actitud dialéctico-materialista espontánea:
La filosofía se venga
póstumamente de las ciencias naturales por haber sido abandonada por ellas y,
sin embargo, los naturalistas habrían podido darse cuenta ya por los mismos
éxitos alcanzados por la filosofía en el terreno de las ciencias naturales que
había en toda ella algo que estaba por encima de sus ciencias, incluso en el
campo de su propia especialidad. [12]
Gracias al método dialéctico, podemos ofrecer una
explicación adecuada a la historia, al tiempo que comprenderla como un proceso
sometido a repetidos conflictos y eternas contradicciones:
La Dialéctica es la
teoría que muestra como los contrarios pueden y suelen ser (como devienen)
idénticos; en qué condiciones son idénticos, al transformarse unos en otros,
por qué el espíritu humano no debe entender estos contrarios como muertos,
rígidos, sino como vivos, condicionales, móviles, que se trasforman unos en
otros. [13]
La concepción materialista de la historia consiste en
explicar la realidad social del hombre partiendo de sus condiciones materiales
de vida, del modo en el cual aquellos producen y reproducen su existencia, [14] esto
significa que el resorte propulsor de los hechos históricos debe buscarse en el
desarrollo de las fuerzas productivas materiales en un modo de producción dado.
Antes de Marx y Engels, los filósofos explicaban la vida
social de los pueblos recurriendo a sus ideas políticas, jurídicas, filosóficas,
religiosas, etc. Sin embargo, no eran capaces de explicar a su vez cuál es el
origen de las distintas ideas que en cada época se han desarrollado. Marx y
Engels respondieron por vez primera a esta cuestión explicando que no es la
conciencia la que determinaba la vida, sino el ser social, cuyo fundamento se
contenía en la base económica, lo que determina la conciencia. [15]
La historia pudo por fin ser explicada racionalmente. Así,
los mejores frutos de la razón científica moderna desembocaron en la concepción
materialista del proletariado. Y no es casual que, llegado este punto, la
filosofía burguesa no tenga más remedio que romper resueltamente con la ciencia
para encausarse por los carriles del irracionalismo. El proletariado es la
primera clase oprimida en la historia que opone a sus opresores una más
avanzada concepción del mundo, capaz de explicar los hechos históricos
mostrando el más fiel reflejo de la realidad. Pero la burguesía no está
interesada en explicar el mundo tal y como es, sino en deformarlo.
Es por eso que tras la quiebra de la razón burguesa, incapaz
de confesar su fracaso (lo que la obligaría a decidirse en favor del
socialismo) no tiene más remedio que declarar la quiebra de la razón en
general. Y no deja de ser casualidad tampoco que para esto tenga que apoyarse
en problemas de tipo dialécticos, los cuales naturalmente se muestra incapaz de
solucionar.
Lenin ha explicado insuperablemente cómo, siendo mucho más
rico que la más refinada de las construcciones teóricas, el mundo material
escapa siempre a una aprehensión absoluta y definitiva por parte del
pensamiento, la verdad posee un carácter aproximativo; [16] pero es
este carácter aproximativo, que no deja de reconocer su base objetiva, lo que
precisamente hace avanzar al pensamiento humano. El pensamiento burgués, al
percatarse de este hecho, se apoya en él para negarle toda base objetiva al
conocimiento.
Son estos problemas de los cuales no siempre sabemos
cuidarnos. Así, por ejemplo, incurre en un craso error un colega, el cual
despojando la dialéctica de toda base objetiva, la vuelve sobre su antigua base
primitiva, incurriendo en una clara desviación hegeliano-reaccionaria, lanzando
el grito de “la vuelta a Hegel”; es decir, depurando la dialéctica de su sólida
base materialista. [17] Se trata de la misma vieja historia de
siempre. Es el fenómeno del fetichismo que reina sobre los intelectuales burgueses
y pequeñoburgueses que olvidan tener bien puestos los pies sobre la tierra.
Estos defectos han sido ya repetidamente vislumbrados y
corregidos por el marxismo:
Es la historia de
siempre. Primero, se reducen las cosas sensibles a abstracciones, y luego se
las quiere conocer por medio de los sentidos […] El empírico se entrega tan de
lleno al hábito de la experiencia empírica que hasta cuando maneja
abstracciones cree moverse en el campo de la experiencia sensible. [18]
Así, en la moderna filosofía burguesa tenemos: Heidegger y
la pregunta por el ser; y el positivismo con su aversión por todo edificio
sistemático de ideas, por toda “metafísica”, y su culto ciego por los hechos.
Creemos que con lo dicho el lector puede apreciar la esencia
revolucionaria del materialismo dialéctico, hay que mencionar finalmente que el
idealismo se presenta, por el contrario, generalmente al servicio de las clases
opresoras y reaccionarias, esto sobre todo debido a que significa una huida a
la realidad, cerrando las puertas a toda transformación revolucionaria del
mundo. Así, cuando proclama un reino trascendental más alto situado fuera de
los márgenes de esta tierra, generando un ánimo de esperanzadora resignación,
fe en un mundo ajeno o el retraimiento del individuo sobre su propio ser, o
presentándose como un agnosticismo, afirma la incapacidad de comprender el
mundo, de conocer las, según él inexistentes, leyes que gobiernan la historia y
esforzándose en animar el sentimiento de confort espiritual en el individuo
alejado de toda perspectiva de cambio social.
Tal es la esencia reaccionaria de la filosofía burguesa de
los últimos tiempos, la justificación y defensa directa o indirecta del orden
existente. Y esta es tal que sobresale incluso ahí donde es capaz de esbozar un
falso gesto de rebeldía (basta con que evoquemos el amor fati de
Nietzsche). Dejemos sentado, pues, para terminar, que la actividad filosófica
también entraña aquel choque de clases que Marx y Engels hace ya tiempos
descubrieron como la fuerza motriz de todo desarrollo histórico-social del
hombre, en la medida en que tampoco es ajena a él
Notas
[1] F. Engels: Dialéctica de la
naturaleza. Grijalbo, México, 1982, p. 168.
[2] Véase. K. Marx - F. Engels: Obras
escogidas, T. II. Ed. Progreso, Moscú, 1955, p. 367.
[3] Diógenes Laercio: Vidas y
opiniones de los filósofos más ilustres. Alianza editorial, Madrid, 2007,
p. 471.
[4] Ibíd., p. 477.
[5] Ibíd.
[6] F. Engels: Op. cit., p. 157.
[7] D. Laercio: Op. cit. , p.
560.
[8] Lucrecio: La naturaleza. Ed.
Gredos, Madrid, 2003, p. 125.
[9] “Ya el escolástico británico Duns Escoto
se preguntaba ‘si la materia podía pensar’”. C. Marx – F. Engels: OME,
T. VI. Ed. Crítica, Barcelona, 1978, p. 147.
[10] G. Bruno: Sobre el infinito universo
y los mundos. Aguilar, Buenos Aires, 1981, pp. 97-98.
[11] C. Marx - F. Engels. Op. cit. , p. 145.
[12] F.
Engels: Op. cit., p. 173.
[13] V. I. Lenin: Obras, T. XLII.
E.C.P., México, 1976, p. 106.
[14] F.
Engels: Anti-Dühring. Grijalbo, México, 1968, p. 264.
[15] A propósito del derecho y la religión,
Marx ha dicho: “No se olvide que el derecho carece de historia propia, como
carece también de ella la religión.” En: C. Marx – F. Engels: La
ideología alemana. Grijalbo, México, 1970, p. 73.
[16] V. I. Lenin: Obras, T. XVIII.
Ed. Progreso, Moscú, 1983, p. 134.
[17] Marlon J. López: “La ilustración y la
filosofía de Hegel”. Revista Prometea, N° 1, UES, julio-septiembre
2013, p. 73.
[18] F. Engels: Dialéctica de la
naturaleza. Ed. cit., p. 200.