► Introducción a la edición del libro
Formaciones económicas precapitalistas, también
conocido como
Formas de propiedad
precapitalistas o ‘
Formen’
David García Colín
Carrillo | La publicación por nuestros camaradas
bolivianos de Formaciones económicas
precapitalistas constituye un valioso esfuerzo para difundir la
verdadera profundidad de la teoría marxista de la historia y, específicamente,
para dotar de herramientas que permitan a los estudiosos de los pueblos
originarios de América comprender mejor nuestro pasado; sobre todo a las nuevas
generaciones de luchadores por la independencia económica y política de
nuestros pueblos, es decir a los luchadores por el socialismo, dotarlos de la
mejor arma teórica por nuestra emancipación: el arma del marxismo
revolucionario. Formas de propiedad
precapitalistas es un texto póstumo de Marx que forma parte de sus
escritos preparatorios para su Contribución
a la crítica de la economía política (publicada en 1859), es en
este último texto donde Marx expone en su forma más acabada su teoría
materialista de la historia estableciendo que:
En la producción social de su
vida, los hombres contraen determinadas relaciones necesarias e independientes
de su voluntad, relaciones de producción, que corresponden a una determinada
fase de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas
relaciones de producción forman la estructura económica de la sociedad, la base
real sobre la que se levanta la estructura jurídica y política y a la que
corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de
la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual
en general. No es la conciencia del hombre la que determina sus ser, sino, por
el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una
determinada fase de desarrollo, las fuerzas productivas materiales de la
sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes,
o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto con las relaciones de
propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo
de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas. Y
se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica, se
revoluciona, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida
sobre ella[1].
Si bien aquí encontramos en su forma más cristalina la esencia de la
teoría histórica marxista, es en Formas de propiedad precapitalistas,
entre otros textos de Marx tales como en sus estudios sobre la India (“La
dominación británica en la India”), donde encontramos elementos de suma
relevancia para comprender en toda su cabalidad la complejidad de la visión
histórica de Marx, especialmente en lo que se refiere a modos de producción
precapitalistas que desafían la visión lineal con la que no pocas veces se ha
simplificado o caricaturizado al pensamiento de Marx. Es en estos textos donde
podemos encontrar su esbozo de un modo de producción distinto y peculiar tanto
al esclavismo como al feudalismo, un esbozo que demuestra que Marx no era un
pensador que se encasillaba en esquemas preestablecidos.
Si bien estamos ante un borrador, se trata de un borrador hecho por un
genio; si bien el lenguaje puede ser oscuro, pesado y, en ocasiones,
reiterativo, estos escritos muestran al laboratorio de ideas de Marx en acción,
su pensamiento genial escudriñando recovecos de la historia y alumbrando
diferentes formas de producción, formas de propiedad; no cabe duda que muchos
de los productos de este laboratorio, que nos siguen sorprendiendo por su
frescura y riqueza, son hipótesis geniales que puede arrojar luz a aspectos
enigmáticos de la historia.
Mientras que la visión simplista de la teoría de Marx señala que el
proceso de desarrollo histórico pasa por etapas predeterminadas que van del
comunismo primitivo, directamente al esclavismo, luego al feudalismo para
llegar al capitalismo; Marx analiza en este texto formas de propiedad y modos
de producción que se salen de estos marcos estrechos, así el Modo de Producción
Asiático constituye una guía para explicar la mayor parte de civilizaciones
antiguas: la mesopotámica, la egipcia, la india, la china, la mesoamericana y
la Inca (junto con su antecesor Wari). Las primeras civilizaciones no fueron
esclavistas ni feudales sino tributarias, escapan al esquema clásico con el que
se ha querido explicar la historia desde un punto de vista lineal y mecánico.
Si bien Marx no desarrolla el estudio de este modo de producción, y Engels no
lo retoma en su libro El origen de la familia la propiedad privada y el
Estado – ello se debe, creemos, a que Engels estaba interesado en estudiar
la línea histórica que lleva al capitalismo- sus estudios sobre el modo de
producción asiático son de suma relevancia para comprender a las primeras
civilizaciones y, especialmente, a las culturas mesoamericanas, por ello
enfocaremos nuestra atención, sobre todo, a este modo de producción.
En “Formas de propiedad precapitalista” Marx realiza un análisis de las
formas de propiedad que antecedieron al capitalismo para, por una parte,
establecer los aspectos comunes de estas formas como, por otra, lo que tiene de
específica la relación trabajo asalariado-capital. Las formas de
propiedad precapitalistas tienen en común una cierta unidad del productor con
sus medios de trabajo, especialmente la unidad entre el trabajador y la tierra
como objeto y medio de trabajo primigenio. Esta unidad del trabajador con la
tierra –como extensión de su propia objetividad- va disolviéndose gradualmente
con el desarrollo del comercio y con la división de la agricultura y la
manufactura, es decir, con la división social del trabajo. Marx insiste
redundantemente en este aspecto de las formas de propiedad
precapitalista. La primera forma de propiedad es la propiedad colectiva
de la tribu: “(…) como podemos suponer que el pastoreo, y en general, en
nomadismo, fue la primera forma de modo de existencia, no que la tribu se
asentaba en una determinada residencia, sino que pastaba aquello que se
encontraba (a menos que sea en un medio natural especialmente fértil (…) la
comunidad tribal, la comunidad natural, no aparece como resultado, sino como
premisa de la apropiación (temporal) y del disfrute comunes de la tierra.[2]”
La primera forma de propiedad
La propiedad común de la tierra fue la base de la producción humana
durante la mayor parte de la historia de la humanidad, es decir, desde la
aparición del género homo -hace unos 150 mil o 200 mil años- hasta hace unos 5
mil años, en donde los grupos humanos subsistían de la caza y la recolección.
Aunque Marx no conocía todo lo que ahora sabemos sobre el modo de vida de los
pueblos cazadores recolectores llama la atención la genial hipótesis de Marx,
dada como de pasada, acerca del sedentarismo prehistórico; efectivamente, ahora
sabemos que existen pueblos cazadores recolectores que, sin haber abandonado su
modo de subsistencia, han podido ser sedentarios en función de nichos
ecológicos especialmente benévolos (por ejemplo los Kwakiult de la isla
de Vancouver o los natufienses prehistóricos de Oriente Medio). Igualmente
geniales resultan las observaciones que hace Marx acerca del origen del
lenguaje: “El lenguaje como producto de un individuo es un absurdo. Pero no lo
es menos [la] propiedad. El lenguaje mismo es producto de una comunidad, al
igual que en otro aspecto es, incluso, la existencia misma de la comunidad, la
existencia de ésta en su propio lenguaje.[3]” El
texto está salpicado de estas observaciones geniales y profundas.
Propiedad de la tierra por mediación de la
comunidad
Aún con el descubrimiento de la agricultura y la
ganadería la tierra, en general, sigue siendo, como dice Marx: “(…) el gran
laboratorio, el arsenal que suministra tanto el medio, como el material de
trabajo y la residencia, la base de la comunidad.[4]”
En estas sociedades la propiedad común de la tierra no se contradice con la
posesión individual de los medios de consumo –propiedad individual en la que
algunos antropólogos han querido refutar la existencia del comunismo primitivo-
“[…] la propiedad de la tierra aparece como propiedad común, en la que el
individuo es solamente poseedor y no existe propiedad privada sobre la tierra
[…][5]”. La
propiedad existe como propiedad común.
Con el desarrollo de la agricultura y la ganadería, con el impulso de la
guerra como medio para extender los cotos de caza, recolección, labranza o
pastoreo; con el desarrollo de un cierto comercio, la tribu va
diferenciándose socialmente, va diluyéndose; aparece entonces la propiedad
privada de la tierra o, por lo menos, la sesión temporal para el trabajo y usufructo
de la tierra a unidades familiares. Tal fue el caso de las tribus bárbaras
germánicas que trabajaban la tierra en unidades familiares más o menos
dispersas manteniéndose la unidad tribal para efectos de guerra y defensa, las
tribus ya están internamente diferenciadas en jerarquías pero aún no existe el
Estado. En este tipo de sociedades tribales –en donde la explotación de
la tierra ha sido cedida a unidades familiares- “la propiedad comunal sólo [se
da] como complemento de la propiedad individual, pero ésta, como la base y la
comunidad en general, no tiene existencia de por sí fuera de la reunión de los
miembros de la comuna y de su agrupación para fines comunes […][6]”.
Las jefaturas contienen los gérmenes de la civilización: cuando el jefe
ha acumulado los medios materiales para exigir y hacer cumplir los tributos,
cuando el jefe se acompaña de una corte palaciega y las comunidades tributarias
no pueden huir (porque el reino está ecológicamente circunscrito o porque su
modo de vida ya depende de sistemas de regadío que hace más ventajoso someterse
que regresar a una producción independiente, etc.), cuando el Jefe y su corte
puede justificar sus estatus mediante la organización de obras estatales – la
mayor de la veces de irrigación- surge el Estado. El pueblo Bunyoro es un
ejemplo de tribu a punto de convertirse en reino tributario. Como hemos señalado,
las primeras civilizaciones eran de tipo tributario (o despotismo asiático como
las llamaba Marx).
La importancia del despotismo asiático para
comprender las culturas precolombinas.
En el modo de producción tributario (o “despotismo asiático”) el Estado,
como un todo, se erige como gran terrateniente expoliando a las comunidades
aldeanas por medio del tributo en trabajo o en especie. En estas sociedades la
propiedad privada de la tierra, en sentido general, no existe o no es la forma
dominante de propiedad. Las comunidades aldeanas siguen conservando la
propiedad colectiva de la tierra pero éstas son explotadas por el Estado y una
casta privilegiada –el estado como gran terrateniente- cuya existencia se
justifica porque se encarga de organizar a las dispersas comunidades en la
realización de obras públicas tales como canales de riego, centros
ceremoniales, etc. En las sociedades tributarias el comercio era,
fundamentalmente, monopolio estatal, estaba poco desarrollado y la riqueza era
acaparada por la burocracia estatal mientras que, por otra parte, las
comunidades seguían viviendo bajo relaciones clánicas o tribales casi idénticas
al comunismo primitivo. Hasta aquí la propiedad individual de la tierra, cuando
ésta existe, se da por mediación de la colectividad y en virtud de la
colectividad, ya sea ésta representada por la tribu o el Estado.
El régimen de jerarquías sociales puede adquirir contornos
extremos –sobre todo ahí donde existe un lento desarrollo de fuerzas
productivas y un exiguo comercio como fue el caso del feudalismo-, es sabido
que entre los aztecas la enseñanza estaba dividida por castas, los hijos de los
nobles iban al Calmecac donde se les enseñaba para ser miembros de la élite
(gobernantes, sacerdotes, astrónomos) y el Tepochcalli donde estudiaba los
macehualtzin o pueblo raso; incluso existían altepetl (pueblos, etnias) que se
especializaban en la manufactura de artículos de lujo para la nobleza. Dice
Marx que “Las tribus por linajes preceden en el tiempo y son desplazadas en
casi todas partes por éstas. Su forma más extrema y rigurosa es la institución
de las castas, en que cada una se haya separada de la otra, sin derecho mutuo
de matrimonio y completamente distintas en cuanto a la dignidad; cada una de
ellas con una profesión exclusiva e inmutable.[7]”
Hasta qué punto la estructura social del imperio azteca se ajusta a este
modo de producción lo sugiere el códice Mendoza que enlista no menos de 371
pueblos que tributaban al Tlatoani Moctezuma. Los estudios posteriores sugieren
la existencia de más de 400 pueblos tributarios. Dice Roger Bartra que el
códice constituye una “verdadera radiografía de la economía azteca[8]”.
La lista de productos tributados incluyen artículos suntuarios (penachos,
artículos de oro, cobre y jade), vestimentas para los guerreros y la realeza;
herramientas, plumas, pieles, cerámica, cestas y vasijas; la mayor parte del
tributo lo constituían grandes cosechas de maíz, frijoles, chía y huauhtli, traídos
de todos los confines del imperio. Otra parte importante del tributo lo era la
fuerza de trabajo necesaria para la construcción, ampliación y remodelación de
los templos y obras públicas. En general la propiedad de la tierra pertenecía a
las comunidades por medio del calpulli aunque con los aztecas ya encontramos
hasta cierto punto la existencia de la propiedad privada de la tierra en cierta
parte de la nobleza. Para el aseguramiento del flujo de todo este plustrabajo
desde las aldeas hasta la cúspide de la pirámide social se requería toda una
estructura burocrática adicta al soberano y un ejército que mantuviera
sometidas a las comunidades. Las guerras aseguraban el tributo, las imponentes
obras públicas fungían como medios de legitimación de la casta dominante y
formas de propaganda política, mientras que el sacrificio constituía un medio
de control y sometimiento social.
Los antecedentes del imperio Incaico, así mismo, parecen confirmar la
hipótesis tirbutaria. Para satisfacer las necesidades de irrigación de una
población en crecimiento, alrededor del año 200 a.C., se desarrolló un complejo
sistema de regadío que tendió a la formación de una serie de Estados o
protoestados –quizá el equivalente Olmeca de las culturas sudamericanas- más o
menos independientes y con cierta unidad cultural (cultura Chavín); dos de
estos Estados o protoestados fueron la cultura Moche y la Nazca. Luego de
la decadencia de estas culturas, el dominio de las etnias cuzqueñas frente a la
confederación Chanca en el año de 1438 dio como resultado el surgimiento del
imperio Inca –la hipótesis de Marx, señalada en “Formas de propiedad
precapitalista”, acerca del surgimiento de la civilización Inca como producto
de la guerra parece ser correcta- creando uno de los imperios tributarios más
grandes de la historia, abarcó más de 2 millones de kilómetros cuadrados.
No cabe duda que la sociedad Inca se basaba en la tributación en trabajo
de comunidades que por base seguían siendo étnicas y tribales. La base de
la pirámide tributaria Inca estaba en el Ayllu –equivalente, al parecer, al
altepetl mexica- o comunidad étnica agraria basada en los lazos de parentesco
(en general, por línea matrilineal, además de ser exogámica), cada comunidad
poseía tierras en común (equivalente del calpulli azteca) y ganado, unidades
familiares podían poseer en usufructo tierras y ganado como cesión de
parte del Ayllu; los miembros del Ayllu debían entregar tributo en trabajo para
la construcción y mantenimiento de los canales y construcciones estatales, el tributo
en trabajo también incluía la obligación de trabajar en las tierras estatales,
los cuidados de los rebaños estatales, la prestación de servicios en el
ejército y la producción artesana; estos trabajos eran dirigidos por el Curaca
o jefe que a su vez dependía de las órdenes de un virrey (Suyuyuc Apu) -que
administraba una de las 4 regiones o territorios (llamados Suyos) en los que
estaba dividido administrativamente el imperio- y de una casta noble (Panacas,
sumo sacerdote, la cúpula militar); en la punta de la pirámide estaba el Inca
–descendiente directo de Dios- su esposa (La Coya –más las concubinas del rey-)
y el hijo heredero (Auqui). Los registros de los tributos y los censos de
población eran tomados por el Quipucamayoc en un sistema de notación llamado
Quipu (cordeles de colores anudados en forma precisa). El sistema de control
social y contabilidad parece no tener parangón entre los pueblos prehispánicos
del continente.
Parece ser que el Modo de producción asiático o tributario fue un
callejón histórico. El lento desarrollo de sus fuerzas productivas no estaba en
proporción con su gran riqueza cultural. Es verdad que podemos encontrar en su
seno una lenta evolución de las técnicas productivas e incluso bosquejos de
nuevas relaciones de propiedad –por ejemplo el progreso de la “tala y quema” de
los olmecas a las “chinampas” de los toltecas y mexicas, e incluso formas de
relación feudal y esclavista que nunca fueron dominantes- pero estos
cambios cuantitativos no llegaron al punto de dar un salto decisivo de
cualidad; por ello la “Muralla china” como la ciudadela mesoamericana, además
de lo sucedido en la India, sólo dejaron su lugar a otro modo de producción por
medio de la acción disolvente del capitalismo. Apenas a principios del siglo XX
vimos la caída de la Dinastía Manchú derrocada por la Revolución China de 1911.
En las sociedades tributarias la base comunista de producción no contiene, al
menos no de forma decisiva, a alguna clase social que fuera portadora de algún
otro modo de producción que pudiera sustituir al anterior. Por ello vemos que
estas sociedades están caracterizadas por colapsos repentinos o golpes
dinásticos que no dan lugar a sociedades cualitativamente diferentes y donde el
desarrollo histórico, desde el punto de vista de las fuerzas productivas, es
tan lento –midiéndose en cientos y miles de años-que se parece más al
estancamiento. Marx trata de explicar este estancamiento en virtud de que
“el individuo no es [aquí] independiente frente a la comunidad; de que el self-sustaining
[que se basta a sí mismo] círculo de la producción es la unidad de la
agricultura y la manufactura manual[9]”.
Efectivamente, el artesanado y la manufactura –como el comercio-dependen, en
general, del templo del faraón o del tlatoani, trabajan para él y no tienen
ninguna independencia económica. A pesar de lo anteriormente dicho sería
interesante rastrear lo que parecen ser orígenes tributarios de la civilización
fenicia porque probablemente aquí tengamos un ejemplo de un Modo de producción
Asiático a punto de convertirse a un modo de producción esclavista.
La novedad con los griegos
La novedad con los griegos, especialmente los atenienses –con respecto a
las sociedades tributarias- está en la independencia del comercio y la
manufactura con respecto al templo, en la generalización de la esclavitud que
sustituye al trabajo tributario de las comunidades; todo lo anterior imposible
sin un desarrollo comercial de tal magnitud que disolvió totalmente a la
estructura clánica y, nos parece, este desarrollo comercial no se hubiera
catapultado sin la demanda de cereales de oriente –ya que Grecia era de una
pobre producción agrícola que, si bien producía los cereales, viñas y olivos,
propios de la agricultura mediterránea, no se correspondía con la expansión
de su desarrollo comercial- y sin la exportación a oriente de cerámica,
textiles, manufactura en metales, madera, etc. Sin embargo, aún con el
desarrollo del comercio la unidad del productor con la tierra y con sus
instrumentos de trabajo artesanales no ha sido rota, tan es así que aunque en
Grecia antigua el desarrollo del comercio llegó a suministrar el 50% de
la riqueza una buena parte de ésta provenía de la producción agricultura y la
manufactura artesanal –además del trabajo esclavo en las minas-.
Como en el caso fenicio, las condiciones geográficas determinaron que el
transporte marítimo fuera más sencillo que el terrestre –con las más de dos mil
islas que contiene el mar Egeo el transporte por tierra es inútil- y
determinaron, también, que la pobreza relativa del suelo griego estimulara
otras actividades como la minería; ello dio el marco para el desarrollo del
comercio y un estímulo para la producción basada en el trabajo esclavo incluso
en la manufactura. El legado del hierro –“cortesía” de los sumerios y egipcios-
posibilitó que los artesanos griegos se independizaran del templo, del rey y
del faraón, creando individuos con un criterio propio y un arraigado
sentimiento de individualidad. El comercio y el contacto con otras culturas
rompieron los estrechos horizontes aldeanos de los griegos originales. La
generalización de la esclavitud en labores productivas –dominante por primera
vez en la historia -permitió la creación sin precedentes de una masa de
ciudadanos libres que se dedicaron a la política, el arte, la filosofía y la
cultura. Con la esclavitud se ensancharon, la división social del trabajo, la
riqueza de las relaciones sociales y horizontes intelectuales, creando nuevas
clases de artesanos, navegantes y comerciantes.
Feudalismo: negación de la negación
El feudalismo –al menos en Europa occidental- parece un retroceso con
respecto al florecimiento comercial y cultural del esclavismo antiguo y por sus
formas parece un retorno al despotismo asiático; incluso la gran ciudad de
Cusco o la Gran Tenochtitlan se presentan mucho más grandes, populosas e
imponente que las ciudades medievales en Europa. Sin embargo las formas
similares ocultan relaciones de producción y de propiedad diferentes: en el
feudalismo las relaciones tribales y consanguíneas han sido disueltas o no
juegan un papel determinante, las comunidades no se agrupan por etnias sino por
territorios o feudos –por más que el Altepelt azteca o Ayllu Inca también se
dividieran administrativamente por territorios o feudos- el siervo pertenece a
la tierra y la tierra al Rey, el Tlatoani no es propietario formal de la tierra
–que sigue siendo formalmente de la comunidad por medio del Estado-, ésta es
trabajada por comunidades emparentadas y no por siervos; además instrumentos de
trabajo más avanzados –de hierro en vez de piedra- permiten al siervo una mayor
productividad (y a los gremios incubar relaciones de producción capitalistas) y
con ello depender menos de los sistemas de regadío que legitimaban al Tlatoani,
la legitimación del rey y los señores feudales no depende tanto de las obras
estatales sino de su relación de propiedad para con la tierra; así la
diferencia fundamental está en la propiedad privada de la tierra que nunca jugó
un papel dominante en las civilizaciones tributarias; finalmente, si bien la
Gran Tenochtitlan o Cusco podían ser más grandes que las típicas ciudades
medievales, el feudalismo europeo como entidad cultural – evidentemente una
unidad dispersa y fragmentada- abarcó un territorio mucho más amplio (cerca de
10 millones de kilómetros cuadrados frente a los 2 millones del imperio
Inca).
Aspectos comunes de las formas precapitalistas de
producción
A pesar de todo, en los modos de producción precapitalista, la unidad
ingenua con la tierra como objeto y medio del trabajo no se diluye del todo y
por ello los horizontes del individuo, de la producción y de la sociedad están
encorsetados; desde el punto de vista de la relación con la tierra y con los
medios de trabajo existe, de acuerdo con Marx, poco desarrollo desde la
comunidad primitiva al feudalismo: “El desarrollo de la esclavitud, la
concentración de la propiedad de la tierra, el cambio, el régimen de conquista,
la conquista […] todos estos elementos aparecieron hasta cierto punto como
compatibles con la base y, en parte, sólo parecieron ampliarla inocuamente y,
en parte, brotar de ella como meros abusos. Aquí, pueden darse grandes
desarrollos dentro de un determinado círculo. Los individuos pueden parecer
grandes. Pero no cabe pensar, aquí, en un desarrollo libre ni del individuo ni
de la sociedad, ya que tal desarrollo se halla en contradicción con la
relación originaria.[10]” El
artesano sigue siendo dueño de sus medios de producción, el campesino sigue
estando atado a la tierra, incluso el esclavo constituye la extensión del
ganado y de los instrumentos de trabajo (es in intrumentum vocale como señalaba
Aristóteles).
El capitalismo como el disolvente universal y el
comunismo como la reconciliación del trabajador con el producto de su trabajo.
El capitalismo rompe esa unidad originaria entre el trabajador, la
tierra y sus medios de producción, lo hace separando brutalmente al trabajador
de sus condiciones de trabajo, concentrando éstas en manos del capital; lo hace
convirtiendo los valores de uso en valores de cambio, de bienes para el consumo
inmediato en bienes para el intercambio, creando un mercado interno, único
medio mediante el cual el trabajador puede obtener sus medios de vida; lo hace
desarrollando las fuerzas productivas que en abstracto hacen posible la
liberación y el desarrollo pleno del trabajador, pero que en el marco del
capitalismo (en concreto) la liberación del trabajador –de la servidumbre
feudal y de los medios de producción artesanales- significa explotación y
alienación. El capitalismo ha subvertido las anteriores formas de propiedad
–formas en las que el trabajador y su medio de trabajo no se hallaban
separados, por más que el trabajador fuera esclavo o siervo- para concentrar la
propiedad del capital dinero y el capital mercancía en manos de unos cuantos y
para convertir a los productos del trabajo en amos y señores del trabajador (la
alienación consiste en el sometimiento del trabajador a los productos de su
propio trabajo). El análisis más profundo sobre este proceso se encuentra en la
“acumulación originaria del capital” expuesta por Marx en el Tomo I de El
Capital. Pero la forma de propiedad capitalista- que convierte en no poseedor
al trabajador y en poseedor absoluto al no trabajador- contiene el germen de
nuevas formas de propiedad que deben establecerse para eliminar las
contradicciones que desgarran al sistema capitalista. El trabajador colectivo
debe convertirse en propietario colectivo de los medios de producción y el no
trabajador (propietario privado) que posee esos medios sociales de producción
debe ser expropiado. La relación social de producción se armoniza con la
propiedad social de los medios de producción; desde el punto de vista de la
propiedad el comunismo parece un regreso al comunismo primitivo, pero desde el
punto de vista del medio, el objeto y los instrumentos de trabajo, media un
abismo. Ahora el comunismo no establece una relación ingenua y directa con la
tierra sino una relación consciente y madura con fuerzas productivas que median
y transforman la relación con la naturaleza. En el comunismo primitivo, dice
Marx la tierra, es la extensión objetiva de la subjetividad del trabajador; en
el comunismo que surge del capitalismo –obviando el socialismo como etapa
transitoria- la extensión del trabajador es la tecnología; por ello la relación
no puede ser ingenua –o al menos no tanto- sino consciente y
soberana.
Conclusiones preliminares
El materialismo histórico es un instrumento teórico científico para el
estudio del desarrollo histórico pero no es una bola de cristal ni un esquema
dogmático, si se concibe como una herramienta para el análisis concreto (y lo
concreto, como decía Hegel, es la síntesis de múltiples determinaciones)
resulta evidente la insuficiencia del esquema escolar que reduce la teoría de
Marx a la repetición hueca de la sucesión de modos de producción. Durante la
época de Stalin los manuales soviéticos pretendían encorsetar en ese esquema
dogmático a sociedades que no se ajustaban a esos moldes, así los “profesores
rojos” se esforzaban por explicar la China de la antigüedad o a las culturas
mesoamericanas en los marcos del feudalismo o el esclavismo –ya que no había
más modos de producción para explicar la historia- omitiendo de su análisis los
datos que contradecían sus esquemas; pero fue Marx quien dio la clave para
analizar a ricas civilizaciones que no se encaminaron por el cauce histórico
que lleva al capitalismo; como hemos señalado en otros artículos (véase “La
rama histórica que nos lleva al capitalismo, occidente un retoño de oriente”,
en www.marxist.com), la rama histórica que nos lleva al capitalismo comenzó por
un brote marginal (por lo menos alimentado culturalmente y comercialmente por
civilizaciones tributarias, pero no surgido de éstas; quizá los fenicios son el
único caso donde el esclavismo surgió de las contradicciones de las
civilizaciones tributarias) a las sociedades tributarias: el esclavismo antiguo
de los griegos; pero este brote, marginal en un inicio, no puede explicar por
sí mismo a las primeras civilizaciones de la historia las cuales se
desarrollaron al margen de relaciones de producción esclavistas (y si las
contenían no eran decisivas). Así, los esbozos de Marx acerca de las formas de
propiedad precapitalistas nos orientan hacia una visión no lineal de la
historia, a una concepción multilineal, como la de un árbol del que surgen
muchas ramas. Si bien es evidente que el sistema capitalista abrió una brecha
histórica cuyo cause terminó por quebrar o incorporar como brazos tributarios
al resto de formas precapitalistas, que terminó por subsumir en su lógica a
todas las formas anteriores de producción y propiedad, es fundamental no perder
de vista que la historia no fue nunca un árbol de una sola rama. Por otra
parte, la ruptura radical que el capitalismo ha hecho de los regionalismos y
provincialismos -con su mercado mundial y su interconexión global- pone, al
mismo tiempo, sobre la palestra la necesidad de una lucha global y mundial
contra el capital. Así mismo las formas de propiedad capitalistas, con su
respectiva configuración de la personalidad y la subjetividad, se convierten en
un obstáculo para el desarrollo de las fuerzas productivas, para nuevas y más
humanas relaciones de producción. Ojalá que la publicación de estos textos
póstumos de Marx sirvan para contribuir a una mejor comprensión de la historia
de la humanidad y a la lucha por mejores formas de relaciones humanas, mejores
formas que, como Marx nos enseñó, sólo pueden alcanzarse derrocando al
capitalismo e instaurando una sociedad socialista a nivel mundial.
Notas
[1] Carlos Marx, Prologo de la contribución a la
crítica de la economía política, en K. Marx, F. Engels Obras Escogidas
en tres tomos, Tomo I, Progreso, Moscú, 1976, pp. 517-518.
[2] Marx, C. Formas de propiedad precapitalistas, Ediciones de
Cultura Popular, México, 1977, p 9.
[3] Ibid. pp. 42-43.
[4]Ibid. p. 10.
[5] Ibid. p. 32
[6] Ibid, pp. 32-33.
[7] Ibid, p. 23.
[8] Bartra R. El modo de producción asiático, p. 220.
[9] Marx, C. Formas de propiedad precapitalistas, p.34.
[10]Ibid, p. 35.