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José Carlos Mariátegui ✆ Emilio Pettoruti [Quedó inconcluso en Frascati]
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Rafael Ojeda | A
veces la teoría suele encubrir las vicisitudes político-biográficas, ocultando
que tras un corpus determinado de ideas, se encuentran vidas en perpetua
tensión, existencias ubicadas en el centro de sus propias epopeyas personales,
para, en algunos casos, traspasar todas las limitaciones individuales, sociales
y contextuales para hacerse figuras referenciales del período histórico que les
tocó vivir. Un ejemplo típico es José Carlos Mariátegui.
Un pensador fundacional si queremos rastrear ese quiebre
producido en la conflictiva imagen moderna que tendremos luego del país, ante
la emergencia de sujetos revolucionarios y sociales nuevos, que irán
reconfigurando las dimensiones socioculturales-políticas del Perú hacia una
cartografía más “integral” del espectro nacional. Un ideólogo que luego de
1925, recuperado ya del mal que le había hecho perder una de sus piernas,
postrándolo en una silla de ruedas, había podido dedicar algo de su tiempo,
dividido entre su labor editorial, acción periodística y praxis política, para
publicar dos libros disímiles entre sí, pero de una importancia documental y
biográfica enorme, si consideramos que fueron los dos únicos libros que
Mariátegui pudo publicar en vida, pues el resto de su obra será de edición
póstuma.
La escena contemporánea, publicado en noviembre de 1925
organizaba textos e ideas de la serie de artículos que bajo el título de
“Figuras y aspectos de la vida mundial”, aparecieron en la revista Variedades y Mundial.
En tanto los
7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, editado
exactamente tres años después del primero, en noviembre de 1928, reunió y
desarrolló las vetas de investigación de sus textos de la sección “Peruanicemos
al Perú”
[1],
de la revista Mundial, además de otros referidos a la realidad
nacional publicados en Amauta. Libros de real importancia para entender la
época y el contexto en el que fueron escritos, y de qué manera estos afanes
intelectuales podrían seguir incidiendo en las formas políticas de abordaje
sociocultural en el Perú.
Estaciones y
encrucijada mariateguiana
Se coincida o no con su corpus ideológico y político, y la
actualidad que pueda seguir teniendo o no sus ideas, Mariátegui ha sido uno de
los pensadores peruanos más importantes, si consideramos la resonancia mundial
que con el paso de los años fueron alcanzando sus principales presupuestos
teóricos. Algo que en él se vislumbra también en esa tensión existente entre su
postura cosmopolita, intelectualizante e internacionalista de La escena
contemporánea; y su posterior intento por dar una interpretación global del Perú,
en sus 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, como el
esfuerzo más interesante de esta parte del continente por forjar un socialismo
que no sea calco ni copia, sino “creación heroica” para tierras peruanas y
latinoamericanas.
Tensión que será ratificada tras la aparición de Defensa
del Marxismo (1934) y El alma matinal y otras estaciones del hombre
de hoy(1950), libros que, sumados a La novela y la vida (1955), serán
los únicos que José Carlos dejaría semi organizados antes de su muerte acaecida
en 1930. Pues, los volúmenes que aparecerán luego, serán el resultado de la
recopilación, ordenamiento y edición temática de una cantidad considerable de
textos suyos, desperdigados en importantes revistas limeñas y extranjeras de la
época. Ordenamiento que dará origen a El artista y la época, Signos y
obras e Historia de la crisis mundial
[2], libros
que corroboran sus inaugurales inquietudes internacionalistas. En tanto,
volúmenes como Peruanicemos al Perú, o Ideología y política, a
los que tal vez debemos añadir Temas de nuestra América, ante esa
fuerte incidencia anticolonial allí incluida, solo aparecieron para reforzar
esa actitud nacionalista que Mariátegui había inspirado con los 7 Ensayos.
Lo cierto es que Ideología y política, libro que
pudo ser la única obra orgánicamente pensada y concebida por él, que, de ser
prevista como el octavo de sus 7 ensayos, debido a que se fue extendiendo
en demasía, terminó por adquirir autonomía en una proyectada obra
independiente, que originalmente -de no haberse extraviado- debió titularse,
según lo anunciara, Ideología y política en el Perú,al tener como foco de
análisis la evolución política e ideológica del país, sus repercusiones
nacionales y la crítica de su desenvolvimiento político y social. Una pérdida
irreparable, más aún si consideramos lo vano que resultaron los esfuerzos del
último período de su vida, mayores aún debido a su endeble salud, desmejorada
más por la urgencia que le imponía la perentoria necesidad de culminar sus
obras, pues, José Carlos anunciaba tenerlo ya avanzado en la advertencia a sus 7
Ensayos. El texto final de este proyectado libro, presumiblemente se “perdió” o
fue perdido por César Falcón, antes de su publicación en España
[3].
En tanto la edición que conocemos de Ideología y política fue un
intento “parcial e Imperfecto” por reconstruir esta obra lamentablemente desaparecida
para siempre.
Dualismo hermenéutico
o mirada (entre)nacional
Tal vez las inquietudes resumen la coherencia de Mariátegui
giren en torno a dos campos específicos de su pensamiento. Espacios de
investigación entre los que se desplazó en su “aprendizaje”
ideológico-sociológico-político peruano, derivados de esa dicotomía teórica
planteada en sus disquicisiones entre lo internacional y lo nacional, como un
intento de resolver una visión en la que se oponen sus concepciones sociales,
que, producto de la evolución de su pensamiento, en un plano lineal de
disquisiciones, que, a decir de algunos, podrían excluirse. Evidenciándose así
aquellas contradicciones que lo llevarían desde un internacionalismo socialista
proletario, hacia un nacionalismo populista agrarista, que mostrarían el
aparente conflicto entre un Mariátegui marxista, que plantea la centralidad del
proletariado en el camino hacia una sociedad socialista y justa; enfrentado a
otro Mariátegui “nacionalista”, que toma partido por los indígenas como sujeto
de transformación social, acusado de desviacionista y juzgado y condenado como
populista por la ortodoxia estalinista e internacionalista de la Komintern
[4].
No obstante ello, lo que se sacrifica al recaer en
polarizaciones de este tipo, polarizaciones ideologizadas por la tradición y
que han ido colmándonos de preconceptos o prejuicios de reflexión -al
presentarse el nacionalismo como pasatista y anacrónico, en tanto el
internacionalismo es visto como progresista y contemporáneo-, es aquella
conexión con la complejidad de lo real, ante la aparente tendencia unificadora
que está rigiendo al mundo contemporáneo. Tendencia que ha sido ideológicamente
exacerbada por el discurso globalista del capitalismo, cuyo ideal progresista,
en el internacionalismo socialista, ha deparado una visión políticamente
liberadora, pero desligada aún de las realidades nacionales y culturales, como
vacíos teóricos o espacios de reflexión que pensadores latinoamericanos, como
Mariátegui, desde sus especificidades contextuales y lugares de enunciación,
han ayudado a definir.
Por ello, para poder asir la originalidad y el real aporte del pensamiento de
José Carlos, es necesario trazar en Mariátegui una cierta complementariedad,
unificada en torno a la aplicabilidad de sus presupuestos a una realidad
cambiante y múltiple -pese a que en los años veinte eso no era aún tan
visible-, debido a una simultaneidad historicista que hace que en un solo país
convivan diversos estadios de desarrollo social y cultural en pugna, entre lo
occidental y lo nacional, entre lo andino y lo criollo, lo feudal y lo
republicano. Y entender a aquel que en 1927 nos dejara un claro testimonio de
los inicios de su orientación ideológica, en su archiconocida carta
autobiográfica dirigida al argentino Samuel Glusberg, director de la revista La
Vida literaria, de Buenos Aires, en la que ubica en 1918 su resuelta
orientación hacia el socialismo -aunque David Sobrevilla sitúa en 1924 el logro
de su claridad teórica marxista. Un Mariátegui ya distante del joven que
firmaba como Juan Croniqueur, y que -al amparo de Colónida y
Valdelomar- era un refinado poeta y dramaturgo, además de un autor de artículos
de ocasiones, en los diarios La Prensa y El Tiempo, etapa que el
mismo juzgará luego como su “edad de piedra”. Y cuya experiencia europea, entre
1919 y 1923, a decir de él, le sirvieron para consolidar sus compromisos
políticos y pasiones sociales.
La peruanidad como
experiencia modernizadora
La modernidad en el Perú no solo significó un cambio
geopolítico, y la reconfiguración económico-social del país. Pasoque Sinesio
López ha llamado el tránsito de “una sociedad cerrada de señores a una sociedad
de ciudadanos”, sino que el país sefue transformando con ese cambio
de perspectivas en la relación existente entre los gobernantes y los
gobernados, tensiones en la que se fue gestando, de a pocos, la idea de
ese nuevo Perú que dio origen a los intentos cimeros por
concretar una noción de peruanidad y de realidad nacional.
Por lo que, ante tantas evidencias, es necesario esbozar un
corpus teórico que metodológicamente nos salve de las malas interpretaciones,
al abordar conceptos de larga tradición en las disquisiciones
ideológico-políticas, pero que no eluda enfrentar también el desfase funcional
en el que han caído muchos conceptos caros a la modernidad. Ante una idea que
nos debe confrontar, necesariamente, con sus significantes conceptualmente más
cotidianos: aquello que nos permite entender esto, como nociones, más bien de
posicionamiento territorial, como espacios de enunciación entre el espectador
implicado en la realidad descrita y de la que forma parte, y la del
comentarista desconectado en su otredad, pero proyectado en ella para
interpretarla.
Al ubicar el nacionalismo, en el mismo plano del
provincianismo y del regionalismo, como capítulos pretéritos de la historia
contemporánea, Mariátegui enseña “que la nación no es una abstracción, no es un
mito; pero que la civilización, la humanidad, tampoco lo son”. Y no obstante
calificar al nacionalismo como una cara del “extenso fenómeno reaccionario,
llamado sucesiva o simultáneamente, chauvinismo, fascismo, imperialismo, etc.”
opone a esto la complementariedad de las dos tendencias
[5],
en la actitud hermenéutica de la realidad nacional que persigue la
interpretación en sus 7 Ensayos...
Contrariamente a lo que se suele pensar no ha sido los 7
Ensayos de interpretación de la realidad peruana el primer intento global,
orgánico y moderno por representar la realidad nacional, con pretensiones de
asirla en su real complejidad. Pues -como diría Karen Sanders-, pese a que podemos
rastrear antecedentes dispersos en Pájinas libres y Horas de
lucha, de Manuel Gonzáles Prada, esto se concreta recién en El Perú
contemporáneo, obra de Francisco García Calderón, escrita en Francia y
publicada en francés en 1907, y en los artículos que bajo el nombre de
“Realidad Nacional”, publicara Víctor Andrés Belaúnde, entre 1917 y 1918
[6].
Pero ni siquiera los conceptos escapan al drama histórico, y
paradójicamente, El Perú contemporáneo, leído y comprendido por pocos en
nuestro país, pese a que era, en cierto sentido, un libro inaugural, y no
obstante el éxito que había alcanzado en Francia, en solo unas décadas fue
envejeciendo, perdiendo contemporaneidad, debido a que su representación del
Perú había perdido el tono frente a los cambios sociales, y ante la emergencia
de un nuevo sujeto histórico que acababa con uno de los conceptos fuerza del
extenso estudio del El Perú contemporáneo: la idea de raza.
Descuidando al elemento indígena y campesino en sus reflexiones sociales, pues,
como le reprochará luego Sánchez: en un país en el que el indio le ha dado el
tono fundamental a la nación, prescindir de él en las reflexiones sociales
resultaba inverosímil
[7].
Algo que hacía más contemporáneo a las reflexiones de Mariátegui y a las de
otros de la generación centenario.
Todo esto, al significar avances en la conformación de una
noción de comunidad nacional, con el Perú desplazándose desde la hegemonía
cerrada de la oligarquía de comienzos del siglo XX, de raíces coloniales y
premodernas; hacia la frágil democracia de masas de los setentas y ochentas, a
partir, de una vía económico-etnocultural, sugerida por Mariátegui, y que
contradictoriamente se verá mejor reflejada en la estropeada Reforma Agraria y
en la política de afirmación y reconocimiento cultural desplegada durante el
gobierno militar de Velasco Alvarado, nos habla de esa particular gesta que significó
enfrentar el problema nacional en términos económicos y etnoculturales para
intentar saldarlos.
La modernidad como
tragedia del desarrollo
Ha sido Karl Marx, quien en la “Introducción” a su libro El
Dieciocho de Brumario de Luis Bonaparte ha escrito: “Hegel dice en alguna
parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se
producen, como si dijéramos, dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como
tragedia y otra vez como comedia”
[8].
Tal vez por ello, Mariátegui como un pensador moderno mediatizado por sus
ideales socialistas y marxistas, fue entendiendo la independencia como un
proceso de aceleración de la asimilación de la cultura europea. Es decir, un
proceso de occidentalización contradictoriamente recolonizador o
neocolonialista, pues la modernización implicaba el industrialismo como un
modelo de desarrollo
[9] que,
sin quererlo sustentaba una lógica colonial, regida por la retórica
salvacionista de la modernidad eurocéntrica. Una modernidad auspiciada por ese
ideal fáustico descrito por Marshall Berman como la “tragedia del desarrollo”,
debido a las potencialidades creativas y destructivas que alberga la vida
moderna, donde el iluminismo se presentaba, en América Latina, como un
paradigma políticamente emancipatorio y epistemológica y económicamente
colonialista.
José Carlos Mariátegui ha planteado el mito de la modernidad como la “razón”,
razón que ha extirpado del alma de la civilización burguesa los residuos de sus
antiguos mitos
[10].
Mas, esa razón moderna, sustentada por el mito del desarrollo y el mito del
progreso, como visiones de una direccionalidad que le ha dado a la civilización
occidental la base teórica de su unidireccionalidad historicista, haciéndole
ver el carácter monocausal del mundo, en nuestro país se presentó como un
tránsito alucinado e ilusoriamente independentista, más que industrializador,
debido a las asimetrías que fue generando en nuestra compleja trama social,
dual y de rezagos coloniales, movilizada por una oligarquía terrateniente, que
ante el debacle de su estilo de vida, se convirtió en una casta financiera
antes que productora o industrial. Lo cual siguió colisionando con el olvido en
el que estaban sumidos la grandes mayorías poblacionales, transformadas en
“minorías sociales” no incluidas en los proyectos “nacionales” de país, lo que
le daba al Perú, en vez de características de “comunidad imaginada”, ante el
carácter impositivo y políticamente programático de los “relatos de dominio
colectivo”, las de una “comunidad inventada” en su artificialidad nacional.
Mariátegui, ante la conciencia de una diversidad
antropológica e histórica en el país, vio al Perú como una nación en formación,
ante la idea de una nacionalidad en gestión, que fue redefiniendo una noción de
peruanidad para los tiempos modernos. Y pese a que había escrito en un texto de
1924, que “la conquista española que destruyó al Perú autóctono, frustró la
única peruanidad que ha existido” en el Perú
[11],
agregando que “la peruanidad, profusamente insinuada es un mito”, y que la
realidad nacional es menos independiente de la civilización occidental, de lo
que creen los nacionalistas, vio al Perú como una entidad que debe constituirse
para ser reconocida en sus especificidades como un todo social identificable,
abrazando un proyecto de inclusión moderno visible en aquella antológica frase
de sus textos peruanistas, en los que sugiere que el progreso del Perú no
será peruano, si no significa el bienestar de las grandes masas peruanas que en
sus cuatro quintas son indígenas y campesinas.
Llevado al campo cultural, estas tesis, que inciden en los
debates contemporáneos en torno a la interculturalidad y el reconocimiento,
abren también el espectro teórico de lo social hacia una noción posmoderna de
la diferencia, que a partir de la emergencia de sensibilidades antropológicas
nuevas, nos confronta con el vértigo ante la diversidad, de los autores
modernos. Donde la modernidad, al pretender instaurarse en sociedades
periféricas complejas como la nuestra, experimentaba también esa
discronía generalizada, que impedía que exista esa visión uniforme y de conjunto
de las cosas, que descubriera Jean-François Lyotard ante el adviento de lo que
el llamara condición posmoderna.
Allí, la razón instrumental y su desconfianza se impuso, no
como desagregación a la modernidad, como modelo que se juzga así mismo como más
eficaz, determinando su hegemonía eurocentrada y monocultural sobre la
diferencia americana y la del resto del mundo, sino como una conciencia de lo
preexistente a la modernidad, y como una multiplicidad desencubierta de
simultaneidades heterogéneas, que ya no pueden ser sumidas en el espacio de la
razón universal y el ordenamiento occidental del mundo, por su pronunciado
“primitivismo” que ante las evidencias se han hecho incontrolables, para el
proyecto de orden que ha articulado la modernidad para poder seguir
autososteneniéndose, en un período cambios estructurales como el nuestro. Lo
que ha despertado contradicciones no concebibles en los países de altos niveles
de desarrollo, como ejes de una racionalidad eurocéntrica, sustentada en el
discurso moderno y universalista cartesianismo-hegeliano-marxista-weberiano en
general, y epistemológicamente iluminista.
La generación de Mariátegui ha sido una generación
antipositivista, como reacción, pues le tocó madurar en un medio de
contradicciones y crisis sociales, políticas y culturales, que los llevó
a afrontar los traumas culturales de la primera gran guerra mundial, además de
los augurios románticos de la revolución bolchevique de octubre; los cuales
sumados a los problemas estrictamente regionales y nacionales, entre tránsitos
y anomalías que fueron determinando las especificidades de una época que
empezaba a ser desbordada por nuevos sujetos sociales.
Todo esto fue delineando un contexto en el que José Carlos
emergía como uno de los productos más representativos de la crisis de su
tiempo. Como un pensador fronterizo, ubicado en el centro nodal de varios
extremos, y que, pese al entorno difícil que le tocó vivir, pretendió articular
las contradicciones sociales, políticas, étnicas, sociales y culturales, que la
crisis nacional e internacional estaba imponiendo en las racionalidades
alternativas de las periferias del mundo: lugares que fueron experimentando el
doble embate de lo general y lo particular, como tendencia de aceleración y
desaceleración social, concebida antes, como ahora, en términos de desarrollo.
Europa y el
cosmopolitismo
Es probable que su condición de pensador periférico le haya
hecho decir que su mejor aprendizaje lo había hecho en Europa, dándonos una
pista para la reconstrucción de su derrotero intelectual, pues, entre 1919 e
inicios de 1923, su experiencia en el viejo continente había sido esencial para
su formación política. Allí Mariátegui se detendrá en el estudio del ascenso
del socialismo y el advenimiento del fascismo, y de manera muy especial en el
análisis de la crisis mundial, cuyos resultados integrarán el temario del ciclo
de conferencias que dictará en la Universidad Popular Manuel González Prada, y
que luego serán reunidas en su libro Historia de la crisis mundial.
Pero existieron también hechos que marcaron profundamente su
formación teórica, sobre todo en Italia, donde en 1921 asistió al Congreso
Socialista de Livorno, y en 1922 al Congreso Internacional de Génova, viaje en
él que se notarán los primeros influjos de Benedetto Croce y Piero Gobetti,
además de marxistas originales como, Labriola y Antonio Gramsci. Para después,
en Francia, conocer a Henri Barbusse, documentarse sobre Georges Sorel, y pasar
luego a Alemania y Hungría, donde conocerá in situ, los diversos
conflictos y síntomas del proceso político europeo de entreguerras.
Quizás, por ello, sea más acertado leerlo a partir de la
clasificación que él propusiera en “El proceso de la literatura” incluido en
los 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana, en el que
divide la literatura entre un período colonial, uno cosmopolita y otro
nacional. Y ubicarlo en la tensión existente entre lo cosmopolita y lo
nacional. Como suspendido entre dos realidades aún inconciliables, en una
suerte de aventura hermenéutica de interpretación nacional desde lo
internacional, en un esfuerzo que le permitió desde Lima, vislumbrar la
experiencia de la alteridad andina. En una encrucijada, entre dos modernidades,
una independentista y otra industrializadora, entre dos sujetos: el indígena y
el proletario, en un dilema socialista, que lo ubicaba entre su espíritu
“europeísta” cercano a la internacional, y su identificación con las mayorías
etnoculturales excluidas, representadas por sectores indígenas como elementos
imprescindibles para la formación de una idea de nación y nacionalidad: una
nacionalidad que él veía aún en proceso.
La nacionalidad como
ficción de multiplicidad en síntesis
La conciencia de enfrentar esa dualidad histórica nacida de
la conquista, hizo que Mariátegui generara un corpus ideológico que lo irá
distanciando de sus iniciales inficiones internacionalistas, decidiéndose
encarar la crisis que sometía al país oficial, desbordado ya ante el embate de
sensibilidades nuevas, en el que las contradicciones habían generado una
compleja trama social que nos reservaba una cartografía multidimensional y de
tiempos fracturados. Donde la transversalidad de lo premoderno y moderno habían
originado realidades que se traspasaban en su eficacia conservadora, cuando en
las urbes el sujeto trabajador nos refería al proletariado, en tanto en el
campo el indígena, trabajador de la tierra, estaba ubicado en la condición
feudal de siervo.
Y, pese a haber escrito que su mejor aprendizaje lo había
hecho en Europa, y que “no hay salvación para Indo-América sin la ciencia y el
pensamiento europeos u occidentales” -afirmación que se encuentra en la
advertencia a los 7 Ensayos-, al detener su mirada sobre el carácter de
excepción de la realidad peruana, Mariátegui pudo encontrar las vías
renovadoras para una interpretación sincrética de lo nacional, anunciando una
inquietud por un pensar no colonial, que en sus 7 Ensayos… a partir
de una revisión económica, etnocultural, educacional, religiosa y literaria del
país, indagará en una “esencia” pretendidamente más estable de lo nacional,
catalizadora de lo que llamará, en el fragor de su polémica con Sánchez, un “Perú
integral”. Siendo éste el esfuerzo orgánico más audaz, de principios del
siglo XX, por cimentar una visión global y sistemática de la realidad
peruana en su conjunto.
De allí que, en el itinerario de la gesta de la conciencia
nacional, Mariátegui aparece como un autor fundamental, si deseamos
reconstruir los derroteros políticos y sociales seguidos por una “sensibilidad”
ubicada en el tránsito que media entre la generación novecentista, de García
Calderón, Riva Agüero y Belaunde; y la de la Reforma Universitaria, de
Porras Barrenechea, Haya de la Torre, Jorge Basadre y Luis Alberto Sánchez.
Autores que, como parte de un período de cambios visibles, desde el que se fue
desprendiendo un creciente nacionalismo, vieron surgir los primeros alegatos de
una noción de identidad nacional, en un país que batallaba por
reconstruirse, tras el desastre que le había significado la guerra con Chile,
como tragedia y vía crucis en pos de un acceso inclusivo a la modernidad desde
nuestra periferia Latinoamericana.
Centralidad y
descentramiento de los sujetos sociales
José Carlos estaba convencido de que el instrumento de la
revolución socialista era el proletariado industrial urbano, y, a partir de
1923, al asumir la dirección de la revista Claridad, que de ser bajo la
dirección de Haya de la Torre, el “órgano de la juventud libre del Perú”, bajo
su patrocinio pasó a ser el “vocero de la federación obrera local de
Lima”, se va refrendando su cercanía al movimiento obrero nacional. Una
filiación confirmada en el hecho de que junto a Julio Portocarrero, en 1929,
había organizado la Confederación General de Trabajadores del Perú (CGTP).
Mas, no obstante su manifiesta actividad obrerista, en él se
expresa, por primera vez en América Latina, la idea de descentrar el sujeto
histórico y revolucionario marxista, e incluir el problema indígena y campesino
en sus reflexiones políticas y sociales. Tesis en la que residirá la
originalidad de su corpus teórico interpretativo, escribiendo en sus 7
ensayos: “La nueva generación peruana siente y sabe que el progreso del
Perú será ficticio, o por lo menos no será peruano, mientras no constituya la
obra y no signifique el bienestar de la masa peruana que en sus cuatro quintas
partes es indígena y campesina”
[12].
mostrándonos su especial cercanía a este sector laboral de la capital, que le
permitió reformular el marxismo y adaptarlo a la realidad peruana.
Por ello fue tachado de “populista” por sectores cercanos a
la Tercera internacional, que como Mirochevski, afirmaban que Mariátegui no
había entendido el papel histórico del proletariado y su hegemonía dentro del
movimiento revolucionario. Siendo esto suficiente para que fuera acusado, por
los ortodoxos de la Komintern, de confusionista, llegando incluso a combatirse
el movimiento que empezaba a gestarse en torno suyo llamándolo despectivamente
“amautismo”. Lo cual explica el por qué tras su muerte, acaecida en abril de
1930, se desplegó sobre él una campaña de ocultamiento que sólo terminará en la
década del 40.
Es esta presunción de aquella multiplicidad cultural, la que
lo llevará a intuir la idea de los espacios revolucionarios múltiples, ante la
alianza tácita entre obreros e indígenas-campesinos, además de las incidencias
de su apoyo a los estudiantes durante las luchas por la Reforma Universitaria,
desde el diario La Razón, y su filiación con las vanguardias
intelectuales, artísticas y hasta feministas que formaron parte del grupo Amauta, que
él aglutinara en su dinámica social. Intuición que, pese a descuidar otros
factores sociales y grupos etnoculturales -como los amazónicos o lo afro
[13],
por ejemplo-, lo llevará a reconocerse en sus afanes por erigir un marxismo
para tierras americanas. Inquietud valiosísima, sobre todo si consideramos que
él no pudo conocer los textos que Marx escribiera sobre los modos de producción
no capitalistas.
Mas, pese a haber preconizado un sujeto urgente en su
concepción de la multidimensionalidad de los tiempos históricos peruanos, ante
la evidencia de un colonialismo supérstite en nuestra república, sobre todo
manifiesto en las asimétricas relaciones entre el campo y la ciudad, Mariátegui
pudo esbozar las vías hacia un multicentrismo revolucionario, que su vida
breve, pero intensa, no le permitió definir con claridad. En un corpus
ideológico que con sus limitaciones pudo entrever las pautas teóricas que
décadas después servirán para la comprensión de las nuevas cartografías de una
modernidad fracturada y posmodernizada en sus circunstancias. Ante la
emergencia de nuevos sujetos sociales y revolucionarios, que, con el paso de
los años, irán dando las pautas teóricas para comprender una nueva dimensión de
la realidad peruana. Una realidad más heterogénea, multicultural e inestable,
desde donde se fueron desprendiendo, algunos rudimentos de lo diferencial y
múltiple, que en la noción de pluralidad de los “movimientos sociales”, dará
origen a nuevas teorías políticas o “micropolíticas”, enmarcadas dentro del
posmarxismo o de los paradigmas políticos del posmodernismo.
Heterogeneización y
lo cholo como esencialismo ultramoderno
Todo esto refuerza la sensación de que estamos atravesando
un período de espinosas transformaciones, regidas por una lógica de
desplazamientos cíclicos, y caracterizada -para decirlo de manera
espengleriana, y como le hubiese gustado a Mariátegui- por sucesivos procesos
de auge y decadencia civilizacional de Occidente. Pero esta vez dirigida, tras
la caída del mito del desarrollo, hacia un proceso de relativización cultural
que está determinando una cartografía menos universalista y más cosmopolita de
reflexión, teóricamente menos hegeliana y más kantiana, en un período de
inestabilidades, turbulencias y tránsitos, en el que se debaten, en tensión
simultanea, fuerzas contrapuestas de homogeneización y heterogeneización.
Este proceso, en el Perú, nos está dando la sensación de que
estamos en el vórtice de la crisis, lo que nos está obligando a tomar medidas
urgentes y replantear los marcos teóricos-conceptuales que hasta ahora nos
habían servido para explicar nuestra realidad, en pos de hallar soluciones
teórico-empíricas eficaces, que nos permitan escapar de la zona de
turbulencias.
Es en este contexto, en el que surge una pregunta que es
fundamental ¿Cómo entender, a poco más de ochenta años de su partida, que ideas
de la magnitud de las de Mariátegui, hayan podido envejecer hasta el punto de
resultar inaplicables a toda la realidad y ser canceladas? Sobre todo si
consideramos que en todos estos años la sociedad peruana ha experimentado
también estos cambios dramáticos, producto de los conflictos generados por la
crisis económico-política y los desplazamientos migratorios que han
reconfigurado y desbordado la ciudad, en un cambio cívico y aparentemente
inclusivo, en el que los gobernados -luego de lo que Matos Mar ha calificado
como “desborde popular y crisis del Estado”-, tras el boom de la
economía informal, habrían pasado a ser, de objetos de poder a sujetos de
poder, debido a interpretaciones ciudadanas limeñocéntricas, que auspician el
mestizaje y lo cholo, como un discurso hegemónico y aglutinante de la
peruanidad, discurso que ha ido invisibilizando el elemento indígena y
campesino en las reflexiones sociales.
De ahí que un libro como los 7 ensayos, pese a aquella
provisionalidad ya prevista por él, que consideraba que ninguno de sus ensayos
estaba acabado, y afirmaba que “no lo estarán mientras viva, piense y tenga
algo que añadir a lo por mí escrito, vivido y pensado”
[14],
pudo incidir, a partir de la idea matriz de que el problema del indio es el
problema del Perú, en la subalternización colonial que se le ha impuesto a
todas las diferencias, ante un colonialismo supérstite como raíz de la marginación,
del encubrimiento de las especificidades y de todos los conflictos nacionales
agudizados hoy por el impacto brutal que la globalización está teniendo en la
noción Estado-nacional y en la democracia representativa de los países del
tercer mundo.
Una intuición valiosa, pues el pensarse la idea de nación,
como una “comunidad imaginada”
[15] o
ficción enmarcada en su multiplicidad concreta, colisionará con algo que
después se irá consolidando como un nuevo pretexto reduccionista y
homogeneizante, en la idea de identidad nacional, ante una nueva entidad
híbrida, encarnada por el mestizaje en lo cholo. Donde el mestizo, como grupo
social independiente y estable, y la idea de mestizaje, fue evidenciando un
novísimo proceso lineal y modernista en el que la historia del Perú se fue
desplazando, desde la polarización étnica y cultural existente entre criollos e
indios del siglo XIX, hacia una entidad intermedia, mestiza, en el
acriollamiento y la cholificación general del Perú del siglo XX, planteada por
Quijano y Nugent.
Una Entidad que al pretender ser impuesta como sujeto
histórico “omniabarcante”, en una noción idílica de identidad nacional, ya
esbozada y anticipada por Luis Alberto Sánchez y Uriel García, no terminará de
desligarse del vicio reduccionista y estandarizante visible en la sonada
“polémica del indigenismo”, como principio político, o como una lógica de
uniformización totalitaria por lo totalizante, que parece seguir determinando
las vías de razonamiento en los actuales debates sobre el racismo en nuestra
patria, donde la idea de lo cholo, como un nuevo esencialismo -adverso a lo
planteado por Mariátegui-, es presentado como la panacea homogeneizante que
cura todos los antagonismos y males sociales, y destierra el racismo para
siempre.
Realidades e
irrealidades de los 7 Ensayos
Lo cierto es que, a la luz de las múltiples discusiones y
pese a los orígenes extraacadémicos que lo gestaron, con el paso de los años,
los 7 ensayos de interpretación de la realidad… se fue convirtiendo
en un clásico de las ciencias sociales peruanas. Ejerciendo la influencia que
ningún otro libro ha ejercido en el pensamiento social desplegado en el país.
Con una cualidad que reside en el hecho de haber estudiado, procesado y
diagnosticado aspectos tan variados y disímiles de la realidad nacional que le
fueron permitiendo concretar una noción crítica, nueva y moderna de país. Una
visión que hoy, ante la evidencia de que el Perú alberga en su interior muchos
Perú(s), incluido el Perú de Mariátegui, irá definiendo las vías alternativas
para la gestión de una idea de multiplicidad y nacionalidad, aún pendiente y no
prevista por generaciones anteriores a la suya.
Y pese a que sus agudos diagnósticos sobre la realidad
peruana tal vez no nos puedan ayudar a resolver ninguno de nuestros actuales
problemas, el retorno a ellos nos permitirá ver todos los problemas que, en
nuestro empeño por insertarnos en la modernidad, desde la periferia americana,
hemos dejado sin resolver. Problemas que ahora constituyen un doble reto, ante
un proceso análogo de hipermodernización
[16] social.
El reto de integrar a los sectores excluidos, tratados por Mariátegui, a
nuestros proyectos políticos de país -lo que implica una política de
reconocimiento y de comunicación intercultural-, y el de insertarnos con ellos
al nuevo orden mundializado, interconectado y ciberespacial, que ahora nos
detiene.
Tal vez por ello, la proeza intelectual de José Carlos
Mariátegui -proeza que su muerte prematura lamentablemente terminó por
frustrar-, se presenta como paradigmática. Una ejemplaridad sustentada en su
incidencia en esa heterogeneidad de sujetos múltiples y especificidades
etnoculturales que, producto del auge global e híbrido, estamos tentados a
olvidar; pero que, ante una eclosión cultural que paulatinamente está
desocultando, nuevamente, lo que los zapatistas llaman “el corazón olvidado de
la patria”, es decir, el elemento indígena y su condición de marginación
étnico-económico-social-cultural
[17],
podría servirnos para enfrentar –debido al ocultamiento que se ha hecho,
durante todos estos años, del ensanchamiento de la brecha entre lo indio y lo
blanco, lo urbano y lo rural, o entre pobres y ricos-, los fantasmas presentes
del encubrimiento, el ocultamiento, la marginación y el olvido: fantasmas de un
“pasado” que se resiste a pasar.
En tanto, el entorno social y simbólico continúa siendo
problemático ante la sensación de vaguedad y parálisis en todas las áreas del
pensamiento, ante un intento de renovar y sostener lo esencial que es la vida,
en una cultura de lo efímero en la que todo tiende al prematuro desfase, y en
la que el Otro se ve invisibilizado o condenado a solo ser pasado. Como un
artículo de museo, invariable y negociable, en un mundo desbocado y
multidimensional en el que solo algunos se atreven a ir en pos de un
pensamiento auténtico, descentrado y desprejuiciado, en el que la búsqueda de
una conciencia nueva, que nos libere de todos los lastres y complejos
coloniales, para los que habitamos en el lado sur del planeta, sea el nuevo norte
migratorio...
Notas
[1] La
sección “Peruanicemos al Perú”, inaugurada en la revista Mundial por
Gastón Roger; a partir de 1925, manteniendo el título original, pasará a manos
de José Carlos Mariátegui, cuyos artículos serán luego compilados en el libro
del mismo nombrePeruanicemos al Perú, publicado póstumamente.
[2] Volumen
producto de los apuntes y notas de las conferencias dictadas en la Universidad
Popular Manuel González Prada.
[3] El
libro, según refiere Ricardo Martínez de la Torre, fue enviado a periódicamente
a Madrid para su publicación en la editorial Historia Nueva, dirigida por César
Falcón, pero el editor César Falcón nunca acusó recibo de los originales que se
perdieron definitivamente. Ver “Advertencia” y “Prólogo”, en Ideología
y política. Lima: Amauta, 1979. Y el intento de descargo a César Falcón,
escrito por Jorge Falcón, en “El libro perdido de Mariátegui”, Falcón, Jorge. El
hombre en su Acción. Lima: Hora del Hombre, 1882. pp. 197-223.
[4] Véase
Flores Galindo, Alberto. La agonía de Mariátegui. La polémica con la
Komintern. Lima: DESCO, 1980.
[5] “La
evidencia de la realidad nacional no contraría, no confuta la evidencia de la
realidad internacional. La incapacidad de comprender y admitir esta segunda y
superior realidad es una simple miopía, es una limitación orgánica. Las
inteligencias envejecidas, mecanizadas en la contemplación de la antigua
perspectiva nacional, no saben distinguir la nueva, la vasta, la compleja
perspectiva internacional. La repudian y la niegan porque no pueden adaptarse a
ella”, en Mariátegui, José Carlos. El alma matinal. Lima: Amauta,
1970. p.50.
[6] Estos
artículos integrarán luego el libro Meditaciones peruanas, de Víctor
Andrés Belaúnde, publicado en 1932.
[7] Véase
el prólogo de Luis Alberto Sánchez a la primera edición en castellano de El
Perú contemporáneo, Lima: Banco Internacional del Perú, 1981. p. XXV.
[8] Marx,
Karl. El 18 de Brumario de Luis Bonaparte. Barcelona: Ediciones Ariel,
1971. p. 11.
[9] “El
desarrollo del país ha dependido directamente de este proceso de asimilación.
El industrialismo, el maquinismo, todos los resortes materiales del progreso
nos han llegado de fuera (…) Cuando se ha debilitado nuestro contacto con el
extranjero, la vida nacional se ha deprimido”. Mariátegui, José Carlos. Peruanicemos
el Perú. Lima: Amauta 1975. p. 27.
[10] Ver
Mariátegui, José Carlos, El Alma Matinal, Lima: Amauta, 1970. p.
18.
[11] Peruanicemos
el Perú. Ob. cit. p.26.
[12] Mariátegui,
José Carlos. 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana. Lima:
Horizonte. 1991. p. 56.
[13] Mucho
se ha hablado también de su desdén por lo afroperuano y por lo chino, pero como
lo he afirmado en otro lugar, no solo Mariátegui -pues ya se ha hecho casi un
tópico, acusarlo de racista-, sino todos los defensores aurorales del
indigenismo, incluso antes de González Prada, asociaban lo afro al aparato de
dominación colonial, por su cercana identificación con los intereses de sus
patrones españoles, y no con los de sus pares subalternos: los indígenas. Una
relación de identificación que derivó en el consubstanciamiento de lo
“negroide” con la cultura criolla. Algo de lo que aún hoy, hay testimonios en
la tradición limeña.
[14] En
“Advertencia” de los 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana.
Ob Cit.
[15] Véase
Anderson, Benedict. Comunidades imaginadas. Buenos Aires: Fondo de
Cultura Económica, 1993.
[16] Para
una explicación breve de este proceso, puede verse Ojeda, Rafael. “Conflictos
de la Heterogeneidad: pensar el Perú en perspectiva posmoderna”, Wayra, Año
IV, N°7, Uppsala, 2008, p. 58.
[17] Lo
que para los indígenas andinos implica encubrimiento, debido a que están
subsumidos por el discurso de la integración y la transculturación, para los
indígenas amazónicos implica invisibilización, debido a que estos, para el
espacio simbólico peruano y las políticas nacionales concretas, hace mucho que
han dejado de existir.
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