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Fragmento del mural 'Detroit industry' ✆ Diego Rivera
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Raniero Panzieri (1972) | Es algo bien conocido que para Marx la cooperación simple aparece
históricamente al comienzo del proceso del desarrollo del modo capitalista de
producción. Pero esta figura básica de cooperación es tan sólo una forma
particular de
la cooperación que constituye la forma
fundamental de
la producción capitalista 2. «La forma
capitalista presupone desde un principio al asalariado libre que vende su
fuerza de trabajo al capital» 3. Pero el trabajador, como propietario y vendedor de su fuerza de
trabajo, entra en relación con el capital sólo en tanto que individuo;
la cooperación, la relación mutua entre trabajadores, «… no comienza sino en el proceso de
trabajo, pero en el proceso laboral ya han dejado de pertenecerse a sí mismos.
Al ingresar a ese proceso, el capital se los ha incorporado. En cuanto
cooperadores, en cuanto miembros de un organismo laborante, ellos mismos no son
más que un modo particular de existencia del capital. La fuerza productiva que
desarrolla el obrero como obrero social es, por consiguiente, fuerza productiva
del capital. La fuerza productiva social del trabajo se desarrolla
gratuitamente no bien se pone a los obreros en determinadas condiciones, que es
precisamente lo que hace el capital. Como la fuerza productiva social del
trabajo no le cuesta nada al capital, como, por otra parte, el obrero no la
desarrolla antes que su trabajo mismo pertenezca al capitalista, esa fuerza
productiva aparece como si el capital la poseyera por naturaleza, como su
fuerza productiva inmanente» 4.
El proceso productivo capitalista se desarrolla a través de sus
diversas fases históricas como un proceso de desarrollo de la división del
trabajo y el terreno básico de este proceso es la fábrica:
«Es un producto de la división
manufacturera del trabajo el que las potencias intelectuales del proceso
material de la producción se les contrapongan como propiedad ajena y poder que
los domina. Este proceso de escisión comienza en la cooperación simple, en la
que el capitalista, frente a los obreros individuales, representa la unidad y
la voluntad del cuerpo social de trabajo. Se desarrolla en la manufactura, la
cual mutila al trabajador haciendo de él un obrero parcial. Se consuma en la
gran industria, que separa del trabajo a la ciencia, como potencia productiva
autónoma, y la compele a servir al capital» 5.
El desarrollo de la tecnología tiene lugar dentro de este proceso
capitalista que va de la manufactura a la fábrica. Aunque el trabajo se halla
dividido en parcelas, la manufactura aún se basa en la destreza artesanal, y ya
que «el mecanismo colectivo que
funciona en ella [la
manufactura] no posee un esqueleto objetivo,
independiente de obreros mismos, el capital debe luchar sin pausa contra la
insubordinación de éstos». La manufactura tiene así una «estrecha base técnica» que
entra «en contradicción con las
necesidades de producción» generadas por
ella misma 6.
La introducción de la maquinaria a gran escala marca la transición
de la manufactura a la industria a gran escala. Esta transición significa que
«[S]e suprime así, por una
parte, el fundamento técnico de la anexión del obrero a una función parcial»,
y «caen, por otra parte, las
barreras que ese mismo principio oponía aún a la dominación del capital» 7. La tecnología incorporada en el sistema capitalista, destruye por una parte el viejo sistema
de la división del trabajo y lo consolida sistemática mente,
“de una forma más odiosa”,
como un medio de explotación de la fuerza de trabajo:
«La especialidad vitalicia de manejar
una herramienta parcial se convierte en la especialidad vitalicia de servir a
una máquina parcial. […] De esta suerte, no sólo se reducen considerablemente
los costos necesarios para la reproducción del obrero, sino que a la vez se
consuma su desvalida dependencia respecto al conjunto fabril; respecto al
capitalista, pues» 8.
El progreso tecnológico aparece como un modo de existencia del
capital, como su desarrollo:
«Hasta el hecho de que el trabajo sea
más fácil se convierte en medio de tortura, puesto que la máquina no libera del
trabajo al obrero, sino de contenido a su trabajo. Un rasgo común de toda la
producción capitalista, en tanto no se trata sólo de proceso de trabajo, sino a
la vez de proceso de valorización del capital, es que no es el obrero quien
emplea a la condición de trabajo, sino, a la inversa, la condición de trabajo
al obrero. Pero sólo con la maquinaria ese trastocamiento adquiere una realidad
técnicamente tangible. Mediante su transformación en autómata, el medio de
trabajo se enfrenta al obrero, durante el proceso mismo de trabajo, como
capital, como trabajo inanimado que domina y succiona la fuerza de trabajo
vivo» 9.
La fábrica automática establece potencialmente la dominación de los
productores asociados sobre el proceso de trabajo. Pero en la utilización
capitalista de la máquina en la fábrica moderna «es el autómata mismo el sujeto, y los obreros sólo se
coordinan como órganos conscientes anejos a los órganos inconscientes de aquél,
quedando subordinados con éstos a la fuerza motriz central» 10.
Se puede entonces concluir, entre otras cosas: primero, que el uso
capitalista de la máquinano es, por decirlo así, una mera
distorsión, una desviación de algún desarrollo “objetivo” que es en sí mismo racional, sino que
el capital ha determinado el desarrollo tecnológico;
segundo, que «la ciencia, ante
las descomunales fuerzas naturales y el trabajo masivo social» que
«están corporificados en el
sistema fundado en las máquinas y que forman, con éste, el poder del ‘patrón’
(master)» 11. Así, frente al trabajador
individual “alienado”,
el desarrollo tecnológico se presenta como un desarrollo del capitalismo: como
capital y «en cuanto tal el autómata posee en el
capitalista conciencia y voluntad» 12. En la mente del patrón, «la
maquinaria y el monopolio que ejerce sobre la misma están inextricablemente
ligados» 13. El proceso de industrialización en tanto alcanza niveles cada
vez más avanzados de progreso tecnológico, coincide con un continuo crecimiento
de laautoridad capitalista. Ya que los medios
de producción, contrapuestos al trabajador, crecen en volumen, la necesidad del
capitalista de aumentar su control también crece. El plancapitalista
constituye la figura ideal con la que «[L]a
conexión entre sus trabajos se les enfrenta idealmente como plan, prácticamente
como autoridad del capitalista, como poder de una voluntad ajena que somete a
su objetivo la actividad de ellos» 14. Así, al desarrollo de la cooperación, del proceso de trabajo social,
le corresponde –bajo la dominación capitalista– el desarrollo de la
planificación como despotismo. En la fábrica, el
capital impone su poder a un nivel cada vez mayor, “como si fuese un legislador privado”. Su
despotismo es su planificación, una «caricatura
capitalista de la regulación social del proceso laboral» 15.
Transformaciones técnicas y organizativas del capitalismo e
interpretaciones objetivistas de lo mismo
El análisis de Marx acerca
de la división del trabajo, en el conjunto de la industria a gran escala bajo
dominación capitalista, ofrece una metodología válida para refutar las diversas
ideologías “objetivistas”
que de nuevo florecen en el terreno del progreso tecnológico (en especial,
relacionadas con la fase de automatización y robotización). El desarrollo
capitalista de la tecnología supone la aparición de unas formas cada vez más
sofisticadas de integración, un crecimiento continuo del control capitalista.
El factor elemental de este proceso es el continuo crecimiento del capital constante
respecto al capital variable. En el capitalismo contemporáneo, la planificación
capitalista crece enormemente con la transición a las formas monopólicas y
oligopólicas, lo cual supone la progresiva extensión de la planificación desde
la fábrica al mercado y a la esfera social exterior.
No existe ningún factor oculto, “objetivo”, inherente a las características del
desarrollo tecnológico o planificación en la sociedad capitalista actual que
pueda a su vez garantizar la transformación automática o el derrumbamiento “necesario” de las relaciones
existentes. Las nuevas “bases
técnicas”, progresivamen te alcanzadas en el proceso productivo,
dotan al capitalismo de nuevas posibilida des para la consolidación de su poder. Esto no significa,
por supuesto, que las posibilidades de colapso del sistema no crecen al mismo
tiempo, pero estas posibilidades coinciden con el carácter subversivo que la “insubordinación” de la clase
obrera tiende a asumir de cara al “marco
objetivo” cada vez más independiente del mecanismo capitalista.
A todas luces, los aspectos más interesantes de las ideologías “objetivistas”, “economicistas”, tienen que
ver con los problemas del desarrollo tecnológico y de la organización
productiva. No nos referimos con ello a las ideologías del capitalismo tardío(neocapitalistiche) sino a las posiciones
manifiestas del movimiento obrero y a su problematización teórica. En oposición
a las viejas cristalizaciones ideológicas de la acción sindical, los procesos
de renovación de los sindicatos de clase se han basado en un reconocimiento de
las “nuevas realidades”
del capitalismo contemporáneo. Pero la atención que se ha prestado
correctamente al presente tecnológico y a la fase económica –con toda una serie
de posiciones y análisis–, se desvían hacia una representación de tales
modificaciones como si sucediesen de una manera “pura”, idealizada, arrancada de toda conexión
concreta con los elementos generales y determinantes (poder) de la organización
capitalista 16. La racionalización, con su parcelación extrema del trabajo, su “vaciamiento” del trabajo
obrero, se percibe como una fase de tránsito –una “dolorosa” pero necesaria transición a la etapa
que “agrupe de nuevo y con un
sentido unitario a los trabajos atomizados”. Se reconoce con
ambigüedad que la utilización del trabajo vivo en la producción y el
correspondiente crecimiento del capital constante empujan en la dirección de
una continuidad ininterrumpida del ciclo, mientras que «los lazos de la interdependencia externa
e interna aumentan: como si en la unidad productiva, el puesto de trabajo y el
trabajador individual sólo se pudieran contemplar como parte de un todo
orgánicamente integrado, así también en el exterior cada unidad productiva
individual y su comportamiento tienen lazos más fuertes de interdependencia con
el orden económico total»17.
Las nuevas características asumidas por la organización
capitalista se confunden entonces con los análisis para desarrollar una “racionalidad” objetiva. Así
por ejemplo, se subraya la función “racional”,
positiva, de los Métodos de Medida del Tiempo de modo que “¡al estudiar los tiempos, el técnico se
ve obligado a estudiar los métodos!” 18. De nuevo se ha olvidado que –en
la gran empresa moderna “con
una producción planificada conseguida a través del flujo continuo”–
“la no correspondencia de un
trabajador o un grupo de trabajadores con lo que se pide de ellos sobre la base
de las previsiones establecidas en el plan de producción empresarial”19, tiene un enorme potencial destructivo. En vez de ello, lo que se
explica hasta la náusea es la necesidad (“racional”,
por supuesto) de la denominada “relación
moral entre empresarios y trabajadores, relación que constituye la condición
previa y el propósito de las escuelas de ‘relaciones humanas’, precisamente
porque sólo sobre esta base se establecerse la colaboración”. Así,
“la producción integrada debe
estar acoplada mediante una integración del trabajador con la empresa, y esta
integración debe ser voluntaria, ya que no se puede conseguir ninguna
constricción o disciplina de los hombres a menos que renuncien a su libertad,
por ejemplo, para producir un poco menos un día y un poco más otro día”,
etc., etc. 20 De esa manera, “la razón por la que este movimiento [de ‘relaciones humanas’] puede
desaparecer estriba en que pueda absorberse la parte válida de sus ideas”
–¡aunque, por supuesto, los sindicatos deben intervenir para “destruir las formas perjudiciales de
‘compañerismo’ estrechamente ligadas con tales ‘relaciones humanas’”! 21. Así pues, se acepta la sustancia de los procesos de integración:
parece que éstos suponen una necesidad intrínseca que procede de forma
inevitable del carácter “moderno”de
la producción. Se nos recuerda que ciertas “distorsiones”
que el capitalista utiliza inyectándolas en esos procesos han de ser correctas.
Incluso la organización “funcional”
de la producción se concibe dentro de este marco en su forma tecnológica “sublimada”, como un salto
adelante más allá de la jerarquización característica de las anteriores fases
de la mecanización. Ni siquiera se sospecha que el capitalismo puede utilizar
las nuevas “bases técnicas”
ofrecidas por el tránsito desde las etapas previas a ésta de alta mecanización
(y automatización) para perpetuar y consolidar la estructura autoritaria de la organización industrial:
por supuesto, todo el proceso de industrialización aparece dominado por la
fatalidad “tecnológica”
que conduce a la liberación del hombre de esas “limitaciones impuestas por el entorno y por sus capacidades
físicas”. Por otra parte se percibe la “racionalización administrativa” y el enorme
crecimiento de las “funciones
de organización externas” en su “forma”
puramente “técnica”. La relación existente entre estos desarrollos
y los procesos y contradicciones del capitalismo contemporáneo (su requerimiento
de cada vez más medios complejos para cumplir e imponer su planificación) o la concreta
realidad histórica en la cual el movimiento de la clase obrera se encuentra
viviendo y luchando (el cotidiano “uso
capitalista” de la maquinaria y la organización) –todo ello se
ignora en favor de una imagen tecnológica idílica.
Una perspectiva “objetiva”
de las nuevas formas de organización tecnológica da lugar a serias distorsiones
de la naturaleza del empleo en la industria moderna. Existe una tendencia a
apreciar la desaparición de las funciones parceladas y a establecer nuevas
tareas de carácter unitario, que abrigan supuesta mente mayor responsabilidad,
a adoptar decisiones y una multiplicidad de destrezas técnicas 22. El desarrollo de técnicas y funciones relacionadas con la
gestión se aísla del contexto social concreto en que se ocurre, esto es, de la
centralización creciente del poder capitalista y así se comprende cómo la base
para nuevas categorías de trabajadores (técnicos, “intelectuales productivos”) que aportarán “con naturalidad” –como un
reflejo directo de sus nuevas categorías profesionales– una solución a las
contradicciones “entre las
características y los requisitos de las fuerzas productivas y las relaciones de
producción” 23. El choque entre las fuerzas productivas y las relaciones de
producción aparece aquí como una “no-correspondencia”
técnica: por ejemplo, «al
elegir la mejor combinación de los factores específicos de la producción (algo
que ahora incluso se puede lograr con métodos más válidos desde el punto de
vista objetivo)» el ‘nuevo tipo’ de trabajadores se ven «obligados a desechar las soluciones más
válidas desde una perspectiva objetiva para respetar los límites impuestos por
los intereses personales» 24. Y es cierto que desde esta perspectiva ¡«la hoz y el martillo… sólo pueden ser un
símbolo del trabajo humano actual desde un punto de vista ideal”!» 25.
Todo esto tiene por supuesto un impacto directo en la forma de
concebir la lucha de clases y en la manera en que los protagonistas actuales la
perciben. La realidad de las luchas actuales muestra los diferentes niveles de
trabajadores creados por la actual organización de la gran industria, que
además tienden a converger con las demandas de autogestión (self-management). Esto
funciona sin explicitar que se trata de un proceso que tiene lugar sobre una
base de factores objetivos, representados precisamente por las diversas
modalidades en que se sitúa a los trabajadores en el proceso productivo, a los
diversos tipos de relación de la producción y la organización, etc. Pero se
confunde e incluso se niega el elemento específico del proceso de recomposición
unitario, el cual no se puede asumir sin la conexión entre los elementos
tecnológicos y políticoorganizativos (poder) en el proceso productivo
capitalista. El nivel de clase expresa por sí mismo no tanto
un progreso como una ruptura, no una “revelación”
de la oculta racionalidad inherente al moderno proceso productivo, sino la
construcción de una racionalidad radicalmente nueva y contrapuesta respecto a
la racionalidad practicada por el capitalismo. Lo que caracteriza los procesos
en los que los trabajadores adquieren conciencia de clase en la gran industria
(como los que se estudian en este número de los Quaderni
Rossi) no es en la actualidad “la
simple demanda de ampliación de la personalidad en el trabajo, sino una demanda
estructuralmente motivada para ejercer el poder político y económico en la
empresa, y a través de ella en la sociedad” 26. Por consiguiente, los factores antes mencionados que “objetivamente” caracterizan
los diversos estratos de trabajadores en el proceso productivo tienen en efecto
alguna importancia a la hora de formar una conciencia “colectiva”, por parte de los
trabajadores, de lo que los factores de producción implican en términos
políticos. Pero estos factores relativos a la formación de una fuerza unitaria
y disruptiva tienden a invertir cada aspecto de la realidad
tecnológica-organizativa y de la propiedad privada de la empresa capitalista en
el día de hoy.
Integración y equilibrio del sistema
Es obvio que el hecho de ratificar simplemente la racionalización
de los procesos (entendidos como la totalidad de las técnicas productivas
cultivadas en el marco del capitalismo) supone olvidar que es precisamente el “despotismo” capitalista el
que adopta la forma de racionalidad tecnológica. En la práctica capitalista no
son las máquinas, sino más bien los “métodos”,
las técnicas organizativas, etc., los que se hallan incorporados al capital y
se enfrentan a los trabajadores como capital: como una “racionalidad” ajena. La “planificación” capitalista
presupone la planificación del trabajo vivo, y cuanto más se esfuerza por
presentarse a sí misma como un sistema de reglas cerrado y perfectamente
racional, tanto más abstracta y parcial resulta, preparada para su utilización
exclusiva en el seno de un tipo de dominación jerárquica. No tanto la “racionalidad”, sino el control; no tanto la programación
técnica, sino un esquema para el dominio de los productores, pueden asegurar una
relación adecuada a los procesos tecno-económicos globales.
De hecho, en el marco de un estudio “técnico”, pseudo-científico, de los nuevos
problemas y contradicciones que afectan a las empresas capitalistas en la
actualidad, es posible encontrar soluciones que son incluso más “avanzadas” que los nuevos
desequilibrios, sin alterar por ello la sustancia de la alienación, y que
además garantizan el mantenimiento de la estabilidad del sistema.
En realidad
las ideologías sociológicas y organizacionales del capitalismo contemporáneo
ponen de manifiesto varias fases –del taylorismo al fordismo y por último el
desarrollo de técnicas de integración, ingeniería humana, relaciones humanas,
regulación de las comunicaciones, etc. 27– precisamente en un intento cada vez más sofisticado y complejo
de adaptar la planificación del trabajo vivo a los estadios progresivamente
alcanzados, mediante el continuo crecimiento del capital constante por los
requisitos de la planificación productiva 28. Es evidente en este contexto que las técnicas de información
designadas para neutralizar la protesta de la clase obrera y que proceden
directamente del carácter “total”
que los procesos de alienación asumen en la fábrica racionalizada, tienden a
adquirir una importancia cada vez mayor. Es natural que los análisis concretos
se hallen enfrentados con situaciones que pueden ser del todo distintas entre
sí, que dependen desde este punto de vista de una considerable cantidad de
factores específicos (disparidades en el desarrollo tecnológico, métodos
subjetivos diferentes en la gestión capitalista, etc.). Pero el aspecto que
queremos subrayar aquí insiste en que con la utilización de las técnicas “informacionales” como la
manipulación de las actitudes de la clase obrera, el capitalismo posee inmensos
márgenes para la “concesión”
(o mejor dicho, “estabilización”).
Es imposible definir el límite tras el cual la “información” que afecta a todo el proceso
productivo deja de ser un hecho de estabilización para el poder del capital. Lo
que es cierto es que las técnicas de información tienden, en la situación más
compleja en que se halla la empresa capitalista contemporánea, a restaurar el “encanto” (satisfacción) del
trabajo el cual ya denunciaba el Manifiesto Comunista 29.
La propagación de las técnicas de información y su campo de
aplicación, igual que la difusión de la esfera de las decisiones técnicas 30, encaja a la perfección en la caricatura de una regulación social
de la producción. Es por tanto necesario subrayar que la “conciencia productiva” no
supone una transformación del sistema, que la participación de los trabajadores
en el “plan funcional”
del capitalismo es un factor de integración –de alienación, por decirlo de
algún modo– en los límites extremos del sistema. Pero también es cierto que
este desarrollo de los “factores
estabilizadores” del capitalismo tardío representa una condición
que, en lo concerniente a la acción de la clase obrera, hace que el
derrocamiento del orden capitalista sea cada vez más necesario. La lucha de la
clase obrera se presenta por tanto como la necesidad de una oposición global al
plan capitalista, donde el factor esencial es consciente —permítasenos decir
dialécticamente consciente— de la unidad de los momentos “técnicos” y “despóticos” en la actual
organización de la producción. La relación que tiene la acción revolucionaria
con respecto a la racionalidad “tecnológica”
es de “comprenderla”
pero no para reconocerla y exaltarla, sino más bien para someterla a un nuevo
uso: el uso socialista de las máquinas 31.
Salarios y esclavitud política
Con la moderna organización de la producción aumentan “en teoría” las posibilidades
de la clase obrera para controlar y dirigir la producción, pero “en la práctica” –mediante la
cada vez más rígida centralización de las decisiones de control– se intensifica
la alienación. En consecuencia, la lucha de clase proletaria, cualquier lucha de clase, tiende a
proponer una destrucción política del sistema. Y el agente de
esta destrucción no es el conflicto entre las demandas “racionales” implícitas en las
nuevas técnicas y la utilización capitalista de ellas, sino la oposición de una
colectividad proletaria que reclama la subordinación de los procesos
productivos a las fuerzas sociales. No se puede afirmar que exista continuidad
en el salto revolucionario, en el orden del desarrollo tecno-económico: la
acción de la clase obrera cuestiona los fundamentos mismos del sistema, y todas
sus repercusiones y aspectos a cualquier nivel.
Es obvio que el progreso tecnológico se halla profundamente
implantado en el proceso capitalista: Engels hablaba
de «descubrimientos e inventos
que se sobreponían uno a otro en una proporción siempre en aumento»
y de un «rendimiento del
trabajo humano que va creciendo día tras día en proporciones antes insospechadas» 32. Pero mientrasEngels deducía de este proceso «la división de la sociedad entre una
pequeña e inmensamente rica clase y una gran clase de trabajadores asalariados
sin propiedad», Marx previó un incremento no sólo del salario
nominal sino también del salario real: «si
los ingresos de los trabajadores aumentan con el rápido crecimiento del
capital, el abismo que separa a los trabajadores del capitalista aumentan al
mismo tiempo, y el poder del capital sobre el trabajo, la dependencia del
trabajo respecto al capital, aumenta igualmente y en la misma proporción».
Así pues, cuanto más rápido sea el crecimiento del capital, más mejorará la
situación material de la clase trabajadora. Y
cuanto más ligado esté el salario al crecimiento del capital, más directa será
la dependencia del trabajador respecto al capital.
«Que el decir que la condición más favorable
para el trabajo asalariado es el incremento más rápido posible del capital
productivo, sólo significa que cuanto más rápidamente la clase obrera aumenta y
acrecienta el poder enemigo, la riqueza ajena que la domina, tanto mejores
serán las condiciones en que podrá seguir laborando por el incremento de la
riqueza burguesa, por el acrecentamiento del poder del capital, contenta con
forjar ella misma las cadenas de oro con las que le arrastra a remolque la
burguesía» 33.
Por otra parte el mismo Engels reconoció
en la Crítica al Programa de Erfurt que «el sistema de trabajo asalariado es por
tanto un sistema de esclavitud que aumenta su severidad de forma inconmensurable
con el desarrollo de las fuerzas sociales productivas del trabajo,
independientemente de si el trabajo está mejor o peor pagado» 34. Lenin recalcó este
aspecto del marxismo, «La
teoría de Marx, que reconoce que el rápido crecimiento de la riqueza, el
extenso desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo y su socialización, y
la mejora en la posición del trabajador, se hizo cargo de esta perspectiva de
la acumulación desde la literatura de los economistas clásicos» 35.
Marx también escribió sobre la progresiva ampliación del abismo
social existente
entre trabajadores y capitalistas, en la fórmula de un –declinante– salario
relativo. Pero es obvio que este concepto implica un factor de
conciencia política, puesto que la conciencia de que la mejora de las
condiciones materiales, el crecimiento de salarios reales y nominales,
corresponde a una intensificación de la dependencia política. La
denominada inevitabilidad de la transición al socialismo no se sitúa en el
plano del conflicto material, más bien –precisamente sobre la base del
desarrollo económico del capitalismo– se refiere a la “intolerabilidad” de la
escisión social y sólo se puede manifestar como la adquisición de conciencia
política. Pero por esta misma razón la clase obrera, al destruir el sistema,
genera una negación de toda la organización en la que el desarrollo capitalista
se expresa, y en primer lugar y ante todo, en la tecnología por cuanto está
ligada a la productividad.
La ruptura, la sustitución del mecanismo salario/productividad, se
puede pues generar por una demanda general de aumento del nivel salarial. Es
obvio que la acción que trata de sustituir las desigualdades salariales
constituye un aspecto de la sustitución de esa
relación; por sí misma no garantiza en absoluto una destrucción del sistema,
sino que meramente “encadena
con oro más brillante” a toda la clase obrera. Sólo al atacar la
raíz de los procesos de alienación y aislar la creciente dependencia
política respecto
al capital, es posible formular una verdadera acción general de clase 36. En otras palabras, la fuerza subversiva de la clase obrera, su
capacidad revolucionaria aparece (potencialmente) más fuerte precisamente en
los momentos de desarrollo del capitalismo, donde la preponderancia abrumadora
del capital constante sobre el trabajo vivo, junto a la racionalidad inserta en
el primero, enfrenta a la clase obrera con el problema de su esclavización
política. Por otra parte, la creciente dependencia del conjunto de procesos
sociales “externos”
respecto al plan capitalista, tal y como éste se manifiesta primero a nivel
empresarial, sirve para hablar de la lógica elemental del desarrollo
capitalista. Es bien sabido que Marx en más
de una ocasión subrayó dicha proliferación en contraste crecimiento con la raíz
del poder capitalista: incluso a la larga, la división del trabajo en la
fábrica tiende a coincidir con la división social del trabajo –que por supuesto
no se debe percibir de una manera crudamente economicista.
Consumo y tiempo
libre
El “objetivismo”
acepta la “racionalidad”
del capitalismo a nivel empresarial y dirime la lucha dentro de las estructuras
y los momentos de desarrollo, pero tiende a acentuar el valor de la acción en
la esfera externa de los salarios y el consumo. Las consecuencias de esto (con
la indagación “dialéctica”
a alto nivel, dentro del marco del sistema, entre capital y trabajo) están
exagerando la acción a nivel estatal, una distinción/separación entre los
movimientos sindicales y políticos, etc. De este modo, incluso en las discusiones
más serias y “puestas al día”
(que en Italia tienen hoy lugar ante todo en el ámbito de los sindicatos de
clase) uno acaba por encontrar una simple confirmación, en formato más crítico
y moderno, de las viejas concepciones “democráticas”
de la lucha de la clase obrera. Toda la labor de investigación, toda la
adaptación de la acción sindical a los modos de desarrollo del capitalismo, el
riesgo arrinconado en una mera ratificación de las viejas posiciones,
enriquecido por un nuevo contenido, pero de una manera mistificada. De este
modo, «la acción autónoma de
amplias masas viene a definirse sólo como consecuencia de las decisiones
adoptadas por los dirigentes, nunca anticipándose a ellas» 37.
Mientras los procesos intrínsecos de acumulación capitalista son
cada vez más determinantes en términos globales, tanto “interna” como “externamente” (al nivel de la
fábrica
y de la sociedad en general), las diversas posiciones que de nuevo aparecen
desde la matriz keynesiana (incluso dentro del movimiento en el mundo obrero)
representan ideologías genuinas, un reflejo de los desarrollos del capitalismo
tardío. El peligro detectado por Marx aún
sigue siendo –e incluso más que antes– válido contra ellos: «La esfera de la circulación o del
intercambio de mercancías, dentro de cuyos límites se efectúa la compra y la
venta de la fuerza de trabajo, era, en realidad, un verdadero Edén de los
derechos humanos innatos» 38. No por nada el “próspero”
consumo que la clase obrera debería proponer se contrapone al consumo “impuesto” por el capitalismo;
y no por nada un aumento general de los salarios, esto es la ratificación de la
esclavitud capitalista, presentó como un “atractivo”
para el trabajador como “ser
humano” (¡dentro del sistema!) que demanda el reconocimiento y
afirmación de su dignidad 39.
Incluso la invocación de las necesidades sociales (cultura, salud)
como contrarias al abanico del consumo impuesto por el capitalismo, no tiene
sentido sin una refutación de la racionalización capitalista y una demanda de
la clase obrera por asumir el control y la autogestión en la esfera de la
producción 40. No tiene sentido desear un consumo cultural creciente si no se
puede considerar factible para el individuo actualizar esta cultura
precisamente en su actividad creativa; en otras palabras, en el proceso de
trabajo por excelencia. Un consumo individual está enteramente condicionado por
su posición en la actividad productiva. Sus necesidades “esenciales” (cultura y salud)
son, se definen y se afirman en el rechazo de las reglas del trabajo, en la
adquisición de una conciencia por parte de la clase trabajadora del significado
que tiene el papel del trabajo. La representación de la alienación bajo el
capitalismo como alienación del consumidor es, al menos, una de las más
ridículas y extendidas ideologías del presente.
Es significativo que estas posiciones “revisionistas” se refieran, y distorsionen, a la
concepción marxiana del tiempo libre, su relación con el tiempo laboral y su
lugar en la perspectiva de una sociedad comunista. En otras palabras, existe
una tendencia sobre la base de una interpretación “economicista” de identificar la libertad
comunista del pensamiento de Marx con la
expansión del tiempo libre sobre la base de una mayor planificación objetiva y
racionalizada de los procesos de producción 41. En realidad, para Marx el tiempo libre, entendido como la
actividad mental y social libre de los individuos, no coincide en absoluto con
la reducción del día de trabajo. Presupone una transformación radical de las
condiciones del trabajo humano, la abolición del trabajo asalariado y la
regulación social del proceso de trabajo. En otras palabras, presupone el
derrumbamiento total de la relación capitalista entre el despotismo y la
racionalidad, por la formación de una sociedad administrada por productores
libres en la cual –con la abolición de la producción por la producción– el
desarrollo planificado, el plan mismo, la racionalidad y la tecnología estarán
sometidos al control permanente de las fueras sociales, será así capaz (y sólo
así) de convertirse en una “necesidad
vital” humana. Superar la división del trabajo, como un objetivo
del proceso social y de la lucha de clases, no significa un paso adelante en el
“ámbito del tiempo libre”,
sino la consecución de una dominación de las fuerzas sociales sobre la esfera
de la producción. El desarrollo completo del hombre y de sus capacidades
físicas e intelectuales (que a tantas críticas “humanistas” de la sociedad industrial les gusta
invocar) aparecen como una mistificación si se representan como un “disfrute del tiempo libre”,
como una “versatilidad”
abstracta, etc., independientemente de la relación del hombre con el proceso de
producción y de la reapropiación del trabajador, del producto y del contenido
del trabajo en una sociedad de productores libremente asociados 42.
El control de los
trabajadores en una perspectiva revolucionaria
Las “nuevas”
demandas de la clase trabajadora que caracterizan las luchas sindicales
(estudiadas en este mismo número de los Quaderni Rossi), no deparan
directamente un contenido político revolucionario, ni implican un desarrollo
automático en esa dirección. Sin embargo, su significación no se puede
despreciar, ni tampoco su valor, en tanto constituyen una adaptación a los
modernos procesos tecnológicos y organizativos en la fábrica moderna –condición
previa de una “sistematización”
de las relaciones laborales en general y a un mayor nivel. Contienen indicadores
de desarrollo relativos
a la lucha de la clase obrera como un todo y a su valor político. Sin embargo, tales
indicadores no proceden de la nada o se añaden simplemente a tales demandas,
demandas no obstante distintas y más “avanzadas”
que bien pueden compararse con los objetivos tradicionales. Los contratos que
gobiernan el ritmo y el tiempo del trabajo, la fuerza de trabajo, la relación
entre salarios y productividad, etc., tenderán obviamente a oponerse al capital
dentro del mecanismo de acumulación y al nivel de sus “factores de estabilización”.
El hecho de que tales contratos se extienden pari passu con la lucha de los núcleos de
la clase obrera en las empresas más sólidamente desarrolladas es una
confirmación de su naturaleza subversiva y su carácter de vanguardia. El
intento de utilizarlos para los propósitos de una lucha general que se
circunscribe a los salarios es sólo una ilusión para buscar una nueva y vasta
unidad de la acción de clase. En este sentido, lo que se consiga en la práctica
será precisamente lo que según se afirma es el propósito a evitar, esto es, un
retroceso a situaciones de aislamiento dentro de la empresa, una inevitable
consecuencia de la malversación de los elementos potenciales de la lucha
política. La línea a seguir que se puede identificar de forma objetiva como una
hipótesis–guía no obstante válida, reside en el fortalecimiento y expansión de
las demandas de autogestión. Ya que las demandas de autogestión no se
establecen sólo como demandas de participación “cognitiva”, sino que afectan a la concreta
relación de racionalización/jerarquía/poder, no permanecen confinadas en el ámbito
de la empresa. En vez de eso, se dirigen directamente contra el “despotismo” que el capital
proyecta y ejerce sobre la sociedad como un todo, a todos los niveles y se
expresan como la necesidad para un derrocamiento total del sistema, por los
efectos de una prise de conscience global y una lucha general de
la clase trabajadora como tal.
Consideramos que, de forma práctica e inmediata, esta línea se
puede expresar en la demanda del control obrero. Sin embargo, hacen falta
algunas aclaraciones. El lema “control
obrero” ha de juzgarse ahora como algo ambiguo, asimilable a una
posición centrista que atenúa las demandas revolucionarias convocadas en la
lucha o las concilia con la línea tradicional del parlamentarismo nacional
democrático. Y es verdad que ahí existen señales de una utilización del lema en
tal sentido. Por ejemplo, la referencia al control obrero es voluntaria y
ambigua cuando lo que se quiere decir con ello es la continuación o el
restablecimiento de la teoría y la práctica de los Consigli
di Gestione (Consejos
de Gestión)43. En el movimiento de los Consigli
di Gestione, una auténtica demanda del control obrero se ve
subordinada hasta la absoluta aniquilación por el elemento “colaboracionista” ligado a
las ideologías de la reconstrucción nacional y por un enfoque que
instrumentalizó el movimiento real con el propósito de un proyecto electoral
institucional. Se puede percibir la misma ambigüedad al proponer la línea del
control obrero como una alternativa “aceptable”,
como un “antídoto”
del extremismo de una autogestión total de los trabajadores. Es obvio que una
formulación no mistificada del control obrero tiene sentido social en relación
a un objetivo de la ruptura revolucionaria y a una perspectiva de autogestión
socialista. En este marco, el control obrero expresa la necesidad que existe de
salvar el abismo entre las demandas más avanzadas de la clase trabajadora a
nivel sindical y la perspectiva estratégica. Así representa en una versión no
mistificada, o más bien puede representar, una línea política que supone una
alternativa enfrentada a las propuestas habituales establecidas por los
partidos de la clase trabajadora.
Obviamente esta línea del control de los trabajadores se propone a
priori como un factor que puede acelerar la escala temporal de la lucha de
clases total, como un instrumento político para la consecución de una escala
temporal “acortada”
en las brechas revolucionarias. Lejos de la posibilidad de presentarle como un
sustituto de la conquista del poder político, el control obrero ha de
constituir pues una fase de máxima presión sobre el poder
capitalista (como una amenaza explícita dirigida a la raíz del sistema.) Por
consiguiente, el control obrero se ha de contemplar como una preparación ante
situaciones de “poder dual”
en conexión con una conquista política total del poder. No hay motivo para
insistir en las razones de rechazar el control obrero aquí y ahora como una
propuesta política general. Lo que importa realmente es que una polémica contra
los eslóganes no debería servir como una excusa para evadir los problemas
políticos generales dictados por las luchas obreras; y que concretamente uno
debería esforzarse en reconstruir, sobre la base de tales lucha, una
perspectiva política nueva que esté asegurada contra la degeneración
“sindicalista” de la actividad de la clase obrera y su reabsorción en el
desarrollo capitalista.
Notas
a.- «La producción del plusvalor relativo, pues, supone un modo
de producción específicamente capitalista, que con sus
métodos, medios y condiciones sólo surge y se desenvuelve, de manera
espontánea, sobre el fundamento de la subsunción formal del trabajo en el
capital. En lugar de la subsunción formal, hace su entrada en escena la
subsunción real del trabajo en el capital.» Karl Marx, El
Capital. Crítica de la economía política. Libro primero, volumen 2, p.
618. Madrid, Siglo XXI Editores, 6ª ed. Trad. Pedro Scaron.
b.- Karl Marx, El Capital. Libro I, Capítulo VI
(inédito), Madrid, Siglo XXI, 12ª ed., 1981, pp. 54 y ss.
c.- Últimamente han aparecido testimonios escritos en recuerdo de
su figura y su vida tempranamente truncada. Destaca el libro de Paolo
Ferrero (ed.), Raniero Panzieri un uomo di frontiera, Milán/Roma, Ed. Punto Rosso,
2005.
d.- Como puede comprobarse en Karl Marx, El
Capital, libros
segundo y tercero. Hay versión castellana en Siglo XXI editores, Madrid,
1976. La importancia de todo ello fue mencionada sistemáticamente por Mario
Tronti en “El Plan del Capital” (Obreros
y Capital. Madrid,
Akal, 2001, pp. 64-89. Su título original era “El Capital Social”, Quaderni
Rossi, nº 3, 1963).
e.- Véase nota anterior.
f.- Toni Negri: Dominio y sabotaje, Barcelona, El Viejo Topo, 1979.
Véase por ejemplo esta cita: «El capital ha aceptado muchas veces que la
lucha obrera fuese el motor del desarrollo, e incluso que la autovalorización
proletaria dictase las motivaciones del desarrollo; lo que sí se ha visto
siempre obligado a cancelar es el significado antagonístico, pero no la
realidad, del movimiento obrero. En el límite, y paradójicamente, se podría
decir que para el capital no hay estabilización política eficaz (es decir,
posibilidad de imponer su ley y su explotación en la dimensión de una
reproducción ampliada del beneficio) si no es en la medida en que se dan
posibilidades de reestructuración a partir del Movimiento proletario. El
interés proletario se mueve en otra dirección. La de captar críticamente
el nexo existente entre estabilización y reestructuración, y atacarlo. Destruir
esta relación en un proyecto de desestabilización y, conjuntamente, de
desestructuración, representa el interés obrero.», p. 25.
—————————
1.- Raniero Panzieri, “Sull’uso capitalistico delle macchine nel
neocapitalismo” en Quaderni Rossi (Cuadernos Rojos) y reimpresa en La
ripresa del marxismo-leninismo en Italia (La reactivación del
marxismo-leninismo en Italia, Milán,
Edit. Sapere Edizione, Milán, 1972). [La presente traducción del inglés,
de Mario Domínguez Sánchez, procede de: Raniero Panzieri: “The Capitalist
Use of Machinery: Marx Versus the ‘Objetivists’”, en Phil Slater (ed.): Outlines
of a Critique of Technology. Londres, Ink
Link, Humanities Press-Atlantic Highlands, 1980, pp. 39-68. N. del T.].
2.- Karl Marx, El Capital. Crítica de la economía
política. Libro
primero, volumen 2, p. 408. Madrid, Siglo XXI Editores, 6ª ed. Trad. Pedro
Scaron.
3.- Ibíd. p. 406.
4.- Ibíd. p. 405.
5.- Ibíd. p. 440.
6.- Ibíd. pp. 447-448.
7.- Ibíd. p. 449.
8.- Ibíd. p. 515.
9.- Ibíd. p. 516.
10.- Ibíd. p. 511.
11.- Ibíd. p. 516.
12.- Ibíd. p. 491.
13.- Ibíd. p. 516.
14.- Ibíd. p. 403.
15.- Ibíd. p. 517.
16.- Es habitual, en nuestra opinión, citar los documentos
incipientes del “cambio” sindical, ya que el debate continúa
desarrollándose sobre su base: I lavoratori e il progresso técnico (Los
trabajadores y el progreso técnico) (Actas de la Conferencia
sobre “Cambios técnicos y organizativos y modificaciones de la relación
laboral en las fábricas italianas”, realizadas por el Instituto Antonio
Gramsci de Roma en junio y julio de 1956), y S. Leonardi, Progresso
tecnico e rapporti di lavoro (Progreso técnico y relaciones laborales), Turín 1957. Tomamos como
referencia básica el trabajo de Leonardi, quien amplía y desarrolla el
ensayo que presentó en la Conferencia del Instituto Gramsci. Para
desarrollos más recientes de la discusión, véanse los ensayos
y contribuciones al reciente Congreso sobre “Progreso tecnológico y
sociedad italiana”, citados a continuación. Véase también la encuesta de
Dino de Palma en el número actual de los Quaderni Rossi (Cuadernos Rojos).
En estas notas, omitimos cualquier referencia a la vasta literatura
existente sobre los temas en cuestión (ya sea de inspiración tardo-capitalista
o marxista) y pretendemos aludir tan sólo al debate en curso en el seno de
nuestro movimiento sindicalista.
17.- Progresso tecnico e rapporti di lavoro
(Progreso técnico y relaciones laborales),Turín 1957, p. 93; véase
también pp. 35, 46, 55 y ss.
18.- Ibíd. p. 48.
19.- Ibíd. p. 50. “La simple
demora o ausencia de un único trabajador, o incluso una merma en su producción,
puede verse reflejada en una línea entera de máquinas”, etc. (Ibíd. pp. 50
y ss.).
20.- Ibíd. pp. 50 y ss.
21.- Ibíd. p. 52
22.- Ibíd. pp. 55 y ss.
23.- Ibíd. pp. 82 y ss. Sobre la
“alienación total” de los “intelectuales productivos”, véase no obstante las
observaciones de Pino Tagliazzucchi, realmente perspicaces y que van al
grano, en “Aspetti della condicione impiegatizia nell’industria
moderna” (Aspectos de las condiciones utilizadas en la industria moderna, Sindacato
Moderno, febrero-marzo 1961, pp. 53 y ss.
24.- Progresso tecnico e rapporti di lavoro
(Progreso técnico y relaciones laborales),Turín 1957, pp. 81 y ss.
25.- Ibíd. p. 67.
26.- R. Alquati, “Documenti sulla lotta di clase alla Fiat”
(Documentos sobre la lucha de clases en Fiat), Quaderni
Rossi, nº 1.
27.- Véase N. Mitrani, “Ambiguité de la technocratie” (Ambigüedad
de la tecnocracia),Cahiers
Internationaux de Sociologie, vol. XXX, p. 111.
28.- Franco Momigliano ha señalado correctamente que «en el marco
del proceso productivo global la fábrica moderna no excluye cada vez más a
los trabajadores de toda participación consciente en el proceso actual de
diseño y planificación racional de la producción; precisa además que los
trabajadores, subordinados a la nueva racionalidad, personifiquen al mismo tiempo
el momento ‘anti-racional’, que corresponde a la vieja filosofía empírica
del ‘arreglárselas’. De este modo, –paradójicamente– se explota
racionalmente la propia resistencia de la clase trabajadora». (F. Momigliano,
“Il sindicato nella fabbrica moderna” (El sindicato en la fábrica
moderna), Passato e Presente, nº 15, pp. 20 y ss.).
29.- «Más aún, cuanto más se desenvuelven la maquinaria y la
división del trabajo, más aumenta la cantidad de trabajo. El
creciente empleo de las máquinas y la división del trabajo quitan al
trabajo del proletario todo carácter propio y le hacen perder con ello
todo atractivo para el obrero. Este se convierte en un simple apéndice de la
máquina», Karl Marx y Friedrich Engels, Manifiesto
comunista, Obras Escogidas en 3 volúmenes, vol. 1, Moscú, Edit.
Progreso, 1974, p. 117.
30.- De la forma en que una administración capitalista más
racional precisa de la participación “democrática” de los
trabajadores, véase el muy importante libro de S. Melman, Decision-Making
and Productivity (Toma
de decisiones y productividad), Oxford, 1958.
31.- Los más recientes desarrollos de la investigación económica y
técnica en la Unión Soviética plantean un carácter ambiguo: el llamamiento
a la autonomía de la investigación representa indudablemente una ruptura respecto
al tosco voluntarismo estalinista de la planificación; sin embargo, el
desarrollo de los procesos “racionales”, con independencia del control social
de la producción, parece más bien representar (¿hasta qué punto ya en la
actualidad y hasta qué punto una posibilidad futura?) la precondición y la
base para nuevos desarrollos de los viejos procesos de burocratización. Pero no
perder de vista la característica distintiva de la planificación soviética
comparada con el plan capitalista: el elemento despótico, autoritario, de la
organización productiva surge dentro de las relaciones
capitalistas, sobrevive en economías planificadas de
tipo burocrático. Las burocracias, en su relación con la clase
trabajadora, no pueden apelar únicamente a la racionalidad objetiva; han de
interpelar a la misma clase trabajadora. Por así decirlo, la desaparición
del elemento básico, el de la propiedad privada, priva a la
organización burocrática de su propia base. Por consiguiente, en la URSS y
las democracias populares, las contradicciones se manifiestan de forma
diferente, y el despotismo presenta un carácter más precario que orgánico. Esto
no significa, por supuesto, que sus manifestaciones no puedan asumir
formas tan toscas como las de la sociedad capitalista; véase las influyentes
observaciones de Rodolfo Morandi en “Analisi dell’economia regolata”
(Análisis de la economía regulada) (1942) y “Criteri
organizzativi dell’economia collettiva” (Criterios organizativos de la
economía colectiva) (1944), reeditadas en Lotta di Popolo (Lucha del pueblo) Turín, 1958. La exclusión del
elemento de la propiedad y el mero estudio del aspecto autoritario-burocrático
o de la alienación técnica (o ambos) están, como sabe cualquiera, en el
centro de una por ahora ilimitada literatura ideológica neocapitalista y
neoreformista; de cuyo análisis se ocupará uno de nuestros Quaderni
Rossi.
32.- Véase F. Engels, “Introducción a K. Marx Trabajo
asalariado y capital”, edición de 1891 en: K. Marx y F. Engels, Obras Escogidas en 3 volúmenes, vol. 1, Moscú,
Edit. Progreso, 1974, p. 153.
33.- K. Marx, Trabajo asalariado y capital,
en Karl Marx y Friedrich Engels, Obras Escogidas en 3 volúmenes, vol. 1, Moscú,
Edit. Progreso, 1974, pp. 171 y ss.
34.- [El citado texto de Engels es el de “Una crítica del borrador
del programa socialdemócrata de 1891”, que se puede encontrar en K. Marx y
F. Engels, Obras Escogidas en 3 volúmenes, vol. 3, Moscú,
Edit. Progreso, 1974, pp. 450 y ss. Sin embargo, el pasaje que cita
Panzieri no pertenece de hecho a Engels, sino que se ha extraído de laCrítica del Programa de Gotha de K. Marx, Madrid,
Ricardo Aguilera Editor, 1971. N. del T.]
35.- V.I. Lenin (1897), “Para una caracterización del romanticismo
económico”, Obras Completas vol II., Buenos Aires,
Editorial Cartago, 1969, p. 80.
36.- Véase el debate actual en Politica ed Economia, con
artículos de Garavini, Tato, Napoleoni, etc.
37.- R. Spesso, “Il potere contrattuale dei lavoratori e la
‘razionalizzazione’ del monopolio” (El poder contractual de los
trabajadores y la ‘racionalización’ del monopolio), Politica
ed Economia, noviembre de 1960, p. 10. Las posiciones manifestadas
por Momigliano merecen una consideración especial; evoca correctamente que
la consideración de los “instrumentos para la organización y
racionalización del mundo moderno” deben constituir para los sindicatos una
precondición “para descubrir las con diciones de una competencia y una
capacidad hegemónica de la clase trabajadora” (“Il sindicato nella fabbrica
moderna” [El sindicato en la fábrica moderna], pp. 20 y ss.). Y en
múltiples ocasiones ha insistido en la necesidad de la clase obrera de
reconquistar, por estos medios, una verdadera y completa autonomía
enfrentada con el capital. Pero es difícil comprender cómo puede
reconciliar tales tesis y demandas con su ratificación del “terreno
institucional específico” del sindicato, que le lleva a rechazar el
reconocimiento de que la acción misma tiene el carácter de una destructiva
tensión creciente respecto al sistema: véase F. Momigliano, “Struttura
delle retribuzioni e funzioni del Sindacato” (Estructura de las retribuciones y
funciones del sindicato), Problemi del Socialismo,
junio de 1961, p. 633; véase también, del mismo Modigliano, “Una tematica
sindacale moderna” (Una temática sindical moderna),Passato e Presente, nº 13, y su informe al Congreso
en “Progreso tecnológico y sociedad italiana” (Milán, junio de 1960),
sobre el tema de los “Trabajadores y sindicatos enfrentados a las
transformaciones del proceso productivo en la industria italiana”.
38.- Karl Marx, El Capital. Crítica de la economía
política. Libro
primero, volumen 1, p. 214. Madrid, Siglo XXI Editores, 6ª ed. Trad. Pedro Scaron.
39.- Véase A. Tato, “Ordinare la struttura della retribuzione
secondo la lógica e i fini del sindicato” (Ordenar la estructura de
la retribución según la lógica y los fines del sindicato),Politica ed Economia, febrero-marzo de 1961, pp. 11 y
ss. La creciente incidencia social en la esfera de la producción se ve,
obviamente, acentuada en toda investigación marxista. Como otros
autores, Paul Sweezy ofrece una demostración de esto mismo que en muchos
sentidos aún es válida en la actualidad: véase P. Sweezy, La teoría del desarrollo capitalista, 1942, reeditada en Nueva York
en 1968, (FCE, México, 1969), en particular las páginas 239 y 270 ss.
Sweezy rememora el siguiente pasaje de Reforma o Revolución de Rosa Luxemburgo: «’El
control social’… lejos de ser… una reducción de la propiedad capitalista…
es, por el contrario, una protección de dicha propiedad. O, expresado desde una
perspectiva económica, no es una amenaza a la explotación capitalista, sino
sencillamente la regulación de esta explotación» (Rosa Luxemburgo, 1976, Obras
Escogidas, Tomo 1, “Reforma o Revolución”, introducción de Mary-Alice
Waters, Bogotá, Editorial Pluma). Para las leyes inglesas de la limitación
de las horas de trabajo, véase K. Marx, El Capital, ibíd., pp. 277 y ss.
40.- «Desear un… consumo cultural aumentado no tiene sentido si
uno no puede considerarlo factible precisamente en su actividad creativa,
en otra palabras par excellenceen el proceso
de trabajo… Un consumo individual está en sí mismo totalmente condicionado
por su posición en la actividad productiva… Sus ‘necesidades esenciales’
(cultura, salud) surgen de, están definidas, impuestas, en el rechazo de
las ‘reglas del trabajo’, en la adquisición de una conciencia de
clase obrera del
significado y el papel del trabajo». (“Il potere contrattuale dei
lavoratori e la ‘razionalizzazione’ del monopolio” (El poder contractual de
los trabajadores y la ‘racionalización’ del monopolio), Politica
ed Economia, noviembre de 1960, pp. 9 y ss.). La representación
de la alienación en el capitalismo tardío como alienación del consumidor
es a la vez uno de las más ridículos y difundidas ideologías del presente.
41.- Véase Paul Cardan, The meaning of Socialism (El significado
del socialismo), Solidarity Panflet nº 6; debería no
obstante quedar claro que Cardan alude a este tipo de interpretación para
expresar un motivo revolucionario en la oposición polémica al marxismo.
[Paul Cardan es el seudónimo de Cornelius Castoriadis. N. del T.]
42.- La representación de la sociedad comunista como una sociedad
de “abundancia” de bienes (incluso no sólo materiales) y de “tiempo libre”
está muy extendida en la ideología soviética, y constituye obviamente el
resultado de negar cualquier regulación social efectiva de los procesos
laborales. “Las ilusiones ‘tecnológicas’ intervienen en la actualidad para
sostener tal ideología, por ejemplo en R. Strumilin (On
the Road to Communism) (Camino al comunismo), Moscú, 1959), “que al
encauzar funciones en los procesos de producción” se ven identificadas con
el control “técnico”, con el “contenido altamente intelectual” del trabajo
hecho posible gracias al “desarrollo de la tecnología con sus maravillosos
mecanismos automáticos y máquinas electrónicas que ‘piensan’”. Por
consiguiente, la automatización hará posible alcanzar una verdadera sociedad
“opulenta” de consumidores de “tiempo libre”; ¡véase antes la nota 30!
Como ejemplo de la deformación típica de los textos de Marx sobre
este aspecto, véase G. Friedmann, Industrial Society (Sociedad industrial), New York 1955, ¡donde la
reapropiación que realiza el trabajador del producto y del contenido mismo
de trabajo se identifica con “el control psico-fisiológico del trabajo”!
43.- [Los Consigli di Gestione (Consejos de Gestión) se
establecieron para mantener las empresas durante los últimos meses de
la guerra, y la Resistencia se extendió sobre todo por el norte de Italia.
Reconocida por todos los partidos antifascistas el 25 de abril de 1945,
fueron durante la mayor parte órganos de la colaboración de clases, y como tal
se consideraron por parte de los principales partidos de clase
trabajadora. El movimiento alcanzó su cima cuando se convocó un consejo
nacional en noviembre de 1947, y fue brevemente desviado hacia la
izquierda gracias a un giro por parte del Partido Comunista. Tras esto,
declinó con rapidez. [N. del T.]
El texto en PDF que ofrecemos
seguidamente incluye un estudio de Mario Domínguez Sánchez titulado “Raniero Panzieri: una crítica de la
tecnología”