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Karl Marx & William Shakespeare
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Sean Ledwith | Mientras el establishment político y cultural de Gran Bretaña se prepara para
regodearse en el 400 aniversario de la muerte de Shakespeare, una alternativa
adecuada para los socialistas sería considerar el notable papel que el poeta y
dramaturgo tuvo en el desarrollo de las ideas de Karl Marx. Antes de que caer
en la verborrea patriotera, rosa y sin sentido sobre el “Dulce Cisne de Avon”,
puede ser instructivo seguir la influencia del dramaturgo a lo largo de la
carrera intelectual de Marx, desde sus primeros movimientos en la disidencia
como un adolescente hasta la disección que hizo del capitalismo, ya madura,
contenida en El Capital.
La élite intentará, predeciblemente, promover una narrativa
de Shakespeare como un defensor apolítico y pintoresco de una “Alegre
Inglaterra”, desprovisto de cualquier mensaje de tipo radical o subversivo.
Marx, por el contrario, estuvo siempre atento al potencial disidente de una voz
singularmente dotada, que vivió en la cúspide de las transformaciones que
catapultaron a Inglaterra, en su modernidad temprana, desde el feudalismo hacia
la época capitalista.
Un respeto
sin límites
Paul Lafargue, el yerno de Marx, observó el efecto que tuvo
una gran mente en la otra:
“Su respeto [de Marx]
por Shakespeare no tenía límites: hizo un estudio detallado de sus obras y
conocía incluso al menos importante de sus personajes… Su familia entera tenía
un verdadero culto por el gran dramaturgo inglés; sus tres hijas se sabían de
memoria muchas de sus obras. Cuando después de 1848 quiso perfeccionar su
conocimiento del inglés, aunque ya lo sabía leer, buscó y clasificó todas las
expresiones originales de Shakespeare”.
El apodo familiar de Marx era el “Moro”, en referencia a
‘Otelo’. Una de sus actividades favoritas hacia el final de su vida eran las
reuniones del ‘Dogberry Club’, en la que los Marx solían representar escenas de
las obras de teatro.
En 1865, señaló a Shakespeare como uno de sus tres
escritores favoritos. Transmitió su amor por el dramaturgo a sus hijas, como
declaró Eleanor Marx:
“En cuanto a
Shakespeare, era algo así como la Biblia de nuestra casa, rara vez fuera de
nuestras manos o de nuestras palabras. Cuando tenía seis años ya me sabía
escenas y escenas de Shakespeare de memoria”.
Marx entendía plenamente que el genio indudable de
Shakespeare sólo podía ser totalmente comprendido en referencia a las
turbulencias económicas y políticas de las épocas de Tudor y Estuardo, en que
se generaron agitaciones que encuentraron paralelos en los tiempos de Marx – y
también en los nuestros. Muchas de las ocasiones en que utilizó a Shakespeare
para ilustrar alguna cuestión, resuenan hoy con tanta fuerza como en el siglo
XIX.
Condimentos
esenciales
Marx, probablemente, tuvo su primer acercamiento a
Shakespeare de forma muy significativa cuando era un hombre joven que cortejaba
a su futura esposa, Jenny Von Westphalen, en la Renania de la década de 1830.
El padre de Jenny era parte de la minoría progresista de la aristocracia
alemana, que se había radicalizado por las ideas de la Revolución Francesa,
exportadas a la zona por la ocupación napoleónica de las décadas previas.
Francis Wheen, biógrafo de Marx, lo describe:
“En sus largas
caminatas junto al barón, éste recitaba pasajes de Homero y de Shakespeare, que
su joven compañero aprendía de memoria – y utilizaba más tarde como condimentos
esenciales en sus propios escritos”.
Inspirado por estas conversaciones y por la lectura de
filósofos radicales y de socialistas utópicos, Marx comenzó a encontrarse con
la explotación cotidiana y la desigualdad en el curso de su carrera
periodística, después de su período universitario. En 1843 investigó la pobreza
en el distrito de Mosela, prestando especial atención a la forma en que la
recolección de ramas caídas que hacían los campesinos para juntar leña, estaba
siendo restringida por las nuevas leyes ideadas por los propietarios. El
episodio provocó sus pensamientos sobre la naturaleza de clase de la propiedad
privada y los límites de la fe liberal en la neutralidad de la ley.
Para ilustrar la avaricia de los ricos de Renania, Marx
utilizó una escena del célebre “El Mercader de Venecia”, en la que el
prestamista, Shylock, se enfrenta a Portia, uno de sus deudores. Marx introduce
el extracto:
“Hemos llegado a un
punto en el que el propietario del bosque, a cambio de un pedazo de madera,
obtiene lo que antes era un ser humano”.
Y luego, cita:
“Shylock. ‘¡Oh, sabio juez! — ¡Una sentencia! ¡Ven,
prepárate!
Porcia. ‘Espera un poco; hay algo más por ver. El contrato te otorga
expresamente una libra de su carne, pero ni una gota de su sangre. Toma
entonces tu escritura y corta una libra de su carne; pero si derramas una gota
de su sangre, tus bienes serán confiscados, conforme a las leyes de Venecia’.
Graciano. ‘¿Lo has oído, Shylock? ¡Oh, sabio y recto juez!’
Shylock. ‘¿Eso dice la ley?’
Porcia. ‘Puedes verla escrita por ti mismo’.
[W. Shakespeare, “El Mercader de Venecia”, Acto IV, Escena 1]
Y ustedes, también, deberían verlo escrito.
¿En qué se basa el
derecho que alegan al convertir en siervo vuestro al ladrón de leña? En el
dinero de la multa. Pero ya hemos demostrado que no tienen ningún derecho a ese
dinero. Ahora bien, ¿cuál es vuestro principio fundamental? Asegurar el interés
del propietario del bosque, aunque se hunda el mundo del derecho y de la
libertad.” [1]
El marxista
de Venecia
Para el joven Marx, Shylock ofrece una personificación literaria
del desalmado impulso a la acumulación que guió a la naciente clase capitalista
en la Europa de comienzos del siglo XIX. El enfrentamiento entre los humildes
recolectores de madera de Mosela y la avaricia de los propietarios se refleja
en la batalla legal entre Porcia y Shylock. En nuestros tiempos, la naturaleza
sesgada de la ley ha sido ilustrada en muchas ocasiones, sobre todo en la
escasez de financieros llevados a juicio por echar al suelo a la economía
mundial en el 2008.
Marx volvería a El
Mercader de Venecia para encapsular
la depravación del sistema en su obra posterior. En “El Capital”, publicado en 1867, utiliza las palabras de Shylock
para resumir la mentalidad de los dueños de las fábricas inglesas que
explotaban sin piedad el trabajo infantil, sin respiro, obligándolos a trabajar
hasta 12 horas diarias:
“Los obreros y los
inspectores de fábricas protestaron por razones higiénicas y morales, pero el
Capital contestó:‘Yo cargo con la
responsabilidad. Quiero la ley,la pena y el
cumplimiento del contrato.’El prestamista de
Venecia también es citado para tipificar la correspondiente falta de
preocupación por las necesidades alimenticias de estos niños de parte de los
primeros capitalistas ingleses:‘Sí, su torso,así dice el contrato’.“Ese aferrarse, propio
de Shylock, a la letra de la ley de 1844, en la parte que regulaba el trabajo
infantil, no hacía más que prologar la rebelión abierta contra la misma ley en
la medida en que regulaba el trabajo de ‘las personas jóvenes y mujeres’”.[2]
En la era post-Holocausto, esta obra ha adquirido un
carácter controversial debido a la perturbadora facilidad con la que una
interpretación de Shylock puede caer en el antisemitismo. Marx, sin embargo,
asimila la complejidad del personaje utilizándolo también, en El Capital, para representar tanto la
voz de los oprimidos como de los opresores.
Marx describe el efecto destructivo que tiene el nuevo
proceso de trabajo en el bienestar de los trabajadores, y enseguida cita las
palabras con que Shylock se refiere a los venecianos, como sus verdugos:
“Hemos visto cómo esta
contradicción absoluta entre las necesidades técnicas de la industria moderna y
el carácter social inherente a su forma capitalista, suprime toda estabilidad,
firmeza y seguridad en la situación vital del obrero, a quien amenaza
permanentemente con quitarle de las manos, junto al medio de trabajo, el medio
de subsistencia; con hacer superflua su función parcial, y con ésta, hacerlo a
él mismo superfluo”.
La confusión
universal
Otra obra de Shakespeare a
la que Marx hace referencia en numerosas ocasiones es “Timón de Atenas”, la
historia de un ermitaño misántropo en la antigua Grecia. Pocos años después de
escribir sobre la persecución de los recolectores de madera en la Gaceta
Renana, Marx impulsó otra revista, en París, conocida como los Anuarios
Franco-alemanes. Sus reflexiones sobre el efecto cada vez más corrosivo del
dinero en las relaciones humanas llevaron a Marx a prestar atención a esta obra
para subrayar el problema.
El protagonista lanza un feroz ataque contra el modo en que
los factores económicos le llevaron al pozo de la desesperación:
‘¿Oro? Amarillo,
brillante, precioso oro? No, dioses,
No soy un suplicante inactivo: ¡denme raíces, cielos claros!
Este oro podría volver blanco lo que es negro, justas las faltas,
Correcto lo incorrecto, noble lo vil, joven lo viejo, valiente lo cobarde.
¡Dioses! ¿y esto por qué? ¿Qué es esto, dioses?’
Marx proporciona su propio análisis del significado amplio
de las palabras de Timón:
“Shakespeare destaca
en el dinero, principalmente, dos cualidades:
1) el dinero es la deidad visible que se encarga de transformar todas las
cualidades generales y humanas en lo contrario de lo que son, la confusión
universal y la inversión de las cosas; por medio del dinero se une no lo
imposible;
2) es la prostituta universal, la alcahueta universal de los hombres y los
pueblos”. [3]
Una vez más, la crisis de 2008, las crecientes burbujas de
deuda y la especulación financiera que se habían acumulado en las economías
occidentales proporcionan la resonancia contemporánea del mensajes de ambos
autores. Hoy no es difícil imaginar a Timón lanzando sus palabras como abuso
poético contra Wall Street o contra los financieros de la ciudad de Londres.
Décadas después, Marx volvería a esta escena en El Capital, una vez más, desplegándola
como un ataque contundente a la forma en que el nexo del dinero va disolviendo
la dignidad del trabajo. Después de citar el mismo pasaje [de Timón de Atenas],
extrae el siguiente punto:
“Así como en el dinero
se ha extinguido toda diferencia cualitativa de las mercancías, él a su vez, en
su condición de nivelador radical, disuelve todas las diferencias. Pero el
dinero mismo es mercancía, un objeto exterior, capaz de convertirse en la
propiedad de cualquier individuo. El poder social se convierte así en poder
privado, perteneciente a un particular”.[4]
Valiente
ignorancia
Marx también encontró en el dramaturgo una útil fuente de
municiones para denunciar la estupidez de los gobernantes que reiteradamente
arrastraban a sus pueblos hacia el despilfarro de aventuras militares sin
sentido.
“Troilo y Crésida” es una de las llamadas “obras
problemáticas” en las que Shakespeare prescinde de las representaciones
convencionales de héroes y villanos, para reemplazarlos con inquietantes
narrativas de desilusión y duda. A lo largo de la obra, el personaje de
Tersites va haciendo observaciones cínicas sobre las equivocadas y beligerantes
ambiciones de la nobleza griega al librar la guerra de Troya.
En una carta a Engels, de 1848, Marx cita con aprobación un
comentario despectivo que hace Tersites sobre sus compañeros griegos:
Prefiero ser garrapata de oveja
que una ignorancia tan valiente’.
Tersites es un comentarista perspicaz, pero en definitiva,
ineficaz, de los grandiosos esquemas de la antigua aristocracia, y
comprensiblemente Marx lo encontró un protagonista preferible comparado con
asesinos bravucones como Héctor o Ajax.
Marx reconoció que una de las claves para el genio de
Shakespeare fue la apreciación del dramaturgo de la complejidad de la conducta
humana y la capacidad de cuestionar sutilmente la motivación de aquellos en el
poder:
“Una particularidad de
la tragedia inglesa, tan repulsiva a los sentimientos franceses que Voltaire
solía tratar a Shakespeare de borracho salvaje, es su peculiar mezcla entre lo
sublime y lo banal, lo terrible y lo ridículo, lo heroico y lo burlesco”.[5]
No es difícil imaginar a Tersites mirando las noticias en la
televisión y haciendo comentarios ácidos sobre cómo Cameron y Obama
justificaron el bombardeo de Irak o de Libia. Tersites fue una voz aislada y
disidente, en los márgenes de la sociedad; a diferencia de esto, Marx
desarrolló plenamente la noción de que sólo el poder colectivo de los oprimidos
podría poner fin a la locura del belicismo de la élite.
El viejo
topo
Por supuesto, sería absurdo presentar a Shakespeare como un
proto-socialista o negar que muchos de sus versos puedan citarse fácilmente en
el nombre de una agenda conservadora y reaccionaria. Sin embargo, si en un
futuro próximo se encuentran a sí mismos quejándose cuando Cameron o la Reina,
inevitablemente, hablen de “Esta bendita comarca, esta tierra, este reino, esta
Inglaterra”, noten que Marx se basó en “Hamlet” y en “El sueño de una noche de
verano” para describir el modo en que las fuerzas de cambio se preparan, lentas
pero seguras, para barrer con toda la clase dominante:
“En todas las
manifestaciones que provocan el desconcierto de la burguesía, de la
aristocracia y de los miserables profetas de la regresión, reconocemos a
nuestro valiente amigo, Robin Goodfellow [6], el
viejo topo capaz de cavar la tierra con tal rapidez, a ese digno zapador: la
Revolución”.
Notas
[1] Marx, “La ley sobre los robos de leña”, en
“Escritos de Juventud”, p. 277-278.
[2] Marx,
El
Capital, p. 347.
[3] Marx, “Manuscrito Económico-filosóficos de
1844”, en Escritos de Juventud, p. 643.
[4] Marx, “
El
Capital”, p. 161.
[5] Marx, “The War Debate in Parliament”, New
York Daily Tribune, 1854.
[6] Uno de los principales personajes de la obra
“El sueño de una noche de verano”, de Shakespeare.