► “A mi
crítico le parece, sin embargo, poco. A todo trance quiere convertir mi esbozo
histórico sobre los orígenes del capitalismo en Europa occidental en una teoría
histórico-filosófica sobre la que se hallan sometidos fatalmente todos los
pueblos, cualesquiera que sean las circunstancias históricas que en ella
concurran.” – Karl
Marx, Carta a la redacción de “Los Anales de la Patria”, 1877.
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El mundo de la economía [Frag.] ✆ Miguel Cabrera & Yul Pérez
Plaza
Central, llamada Plaza Roja – Universidad de Carabobo,
Valencia
|
George I. García | Me ha sorprendido mucho la reciente publicación en esta
revista del artículo
“Marx sobre América Latina, revisión crítica de una
enunciación eurocentrada”, del profesor Hermann Güendel (Güendel, 2011). Sorprendido,
digo, no porque no conociera el tipo de crítica que se expresa en sus páginas,
sino por su enunciante, un hombre con una importante trayectoria de lucha
política y un compromiso por pensar desde la izquierda; si a esto sumamos que
es actualmente un referente académico en Costa Rica respecto a la tradición
marxista, sus apreciaciones sobre estos temas merecen una particular atención.
Pero, más allá de dicho artículo, el mito del Marx
eurocéntrico circula como lugar común en la academia de pos-Guerra Fría y se ha
acentuado conforme diversas corrientes pos y
decoloniales, siguiendo posiciones derivadas de Nietzsche y de
algunos posestructuralistas, por lo que han ido ganando espacio en las
universidades latinoamericanas. Varios autores, entre los que destaca Edward
Said, han insistido sobre esta interpretación, a pesar de que esta ha sido
reiteradamente rebatida desde hace más de dos décadas (Said, 1990).
Por ello, retomo aquí argumentos que, aunque ya no son
nuevos, parecieran sistemáticamente invisibilizados y marginados. Divido mi
alegato en tres partes: primeramente, me refiero a la periodización sobre la
producción teórica de Marx respecto al tema de las sociedades periféricas;
luego, me refiero a varios estereotipos reproducidos en dicho artículo respecto
a las concepciones de la historia en este teórico y finalmente, argumento en
favor de abordar el análisis de la historia mundial y latinoamericana desde las
bases establecidas por la concepción de la historia del “Marx maduro”. 1.
Karl Marx: rupturas y
continuidades
Güendel afirma que “todo discurso de conocimiento es una
enunciación específica que se realiza desde una perspectiva” (Güendel, 2011, p.
94). Sin embargo, el abordaje del artículo no se muestra consecuente con dicho
planteamiento: una enunciación se da siempre en un contexto sociohistórico
concreto, con uno o más enunciantes concretos y uno o más destinatarios
concretos. Al hablar de un “Marx” fuera de estos factores, se mistifica al
autor y se invisibilizan las condiciones de producción de sus enunciaciones,
así como las rupturas y contradicciones entre estas, suponiendo, por el
contrario, la estaticidad de su producción teórica. Es una visión deudataria de
la noción de sistema como construcción ideal; tal perspectiva, muy común en la
historiografía tradicional de la filosofía, funciona como un mecanismo
deshistorizador.
Así, el meollo de la crítica de Güendel, como en general de
quienes acusan a Marx de eurocéntrico, radica en una operación interpretativa,
según la cual, Marx ya había elaborado toda su concepción de la historia en La
ideología alemana, o cuando más en el Manifiesto comunista. Contra esta visión,
valga recordar que la composición del corpus de Marx ha sido interpretada de
varios modos a lo largo de los últimos 130 años; fue precisamente Engels quien
buscó unificar apuntes dispersos –algunos más elaborados, otros muy
preliminares— del ya difunto Marx, para crear “una obra orgánica y lo más
completa posible” (Musto, 2011, p. 22): los tomos 2 y 3 de El capital. Además,
sistematizó a través de libros como Anti-Dühring o Ludwig Feuerbach y El fin de
la filosofía clásica alemana, los que él consideraba eran los fundamentos del
método dialéctico y la visión comunista del mundo.
Posteriormente, la II Internacional (1889-1914) inventó el
“marxismo” sobre las bases de la lectura de Engels, pero a la vez la recargó de
cientificismo y de los rasgos más deterministas, utilizando ciertos aspectos de
las investigaciones de Marx a modo de ideología política. La tesis del derrumbe
inevitable del capitalismo se convirtió en el elemento central de esta
interpretación, a la vez que
las afirmaciones de
Marx, destinadas a delinear los principios dinámicos del capitalismo y, más en
general, a describir una tendencia de desarrollo, fueron transformadas en leyes
históricas universalmente válidas, de las cuales se podía inferir, hasta en sus
detalles, el curso de los acontecimientos (Musto, 2011, p. 25).
Hasta el día de hoy, la gran mayoría de quienes hablan sobre
Marx, o marxismo, lo hacen desde las coordenadas ideológicas planteadas por la
II Internacional, organización cuya importancia en la reivindicación de las
clases trabajadoras de antaño es, por lo demás, innegable.
A partir de discusiones políticas acaecidas posteriormente,
autores como Korsch y Althusser –el primero polemizando contra el cientificismo
de la II Internacional, el segundo en el marco de la desestalinización del marxismo
europeo— diferenciaron distintas fases en la obra de Marx1 . Dado el tema que
nos ocupa, no hace falta profundizar sobre estas propuestas específicas de periodización;
la del segundo, en particular, ha tenido mucha difusión en lengua castellana.
Para efectos de la relación de la producción teórica de Marx con América
Latina, ya en una introducción de 1972, Pedro Scaron –el célebre coordinador de
la traducción de El capital, llevada
a cabo por Siglo XXI— planteó una periodización respecto al tratamiento de Marx
sobre América Latina y otras zonas periféricas. Dicho autor encuentra tres
fases: la primera, entre 1847 y 1856, es la que traen a colación quienes califican
a Marx como colonialista, período durante el cual él y Engels “combinan el repudio moral a las atrocidades
del colonialismo con la más o menos velada justificación teórica del mismo”
(Marx y Engels, 1978, p. 6)2; es la época de los famosos artículos sobre la
India, así como de su valoración positiva de la invasión estadounidense hacia
territorios mexicanos.
Durante la segunda fase, entre 1856 y 1864, Marx y Engels
denunciaron los atropellos de las potencias colonialistas, y reivindicaron las
luchas de los pueblos colonizados. Según Scaron, en este período los autores de
marras no revisaron sus concepciones teóricas respecto a las relaciones entre
las potencias y el mundo colonial y semicolonial. Finalmente, la tercera fase
empieza en 1864 y se prolonga hasta la muerte de Marx. El evento determinante
sería la fundación de la I Internacional, a partir de la cual, el autor de El
capital, establece vínculos que le permiten una comprensión de primera mano de
las zonas periféricas (Marx y Engels, 1978, p. 7-9).
De modo similar, Enrique Dussel, otro teórico
latinoamericano a quien difícilmente podría acusarse de eurocéntrico, ha
sostenido la tesis de que solo a partir de los borradores luego conocidos como Grundrisse, llegó Marx a su concepción
definitiva, la cual estima fundamental para comprender a América Latina en el
sistema mundial 3 . Néstor Kohan coincide en observar un “viraje” en la teoría
de la historia de Marx, ya muy claramente en la década de 1860 (Kohan, 1998, p.
227-254), mientras que las recientes investigaciones de Kevin Anderson, basadas
en la revisión de la nueva edición de las obras completas de Marx y Engels,
indican que ya a partir de 1857 el primero había empezado a formular una
concepción multilineal de la historia, la cual no solamente desarrolló en los
Grundrisse, sino también en diversos artículos periodísticos. En este sentido,
los estudios de Anderson corregirían la periodización de Scaron, mostrando la
unidad teórica entre el segundo y el tercer período en esta.
Llama la atención que las fuertes críticas que hace Marx
contra la colonización (incluso en sus artículos de inicios del año1850 y
posteriores) no hayan sido objeto de los análisis pos y decoloniales, como sí
lo fueron sus observaciones de la primera fase. El entusiasmo con el que Marx
recibió, por ejemplo, las revueltas en la India y China en 1857 no tiene nada
que ver con el reciente estereotipo de “pensador eurocentrado”4 . Tampoco
parecieran enunciaciones eurocentradas las condenas de Marx en 1861 a la
intromisión británica, española y francesa en México. El artículo de Güendel,
con justa razón, cita fragmentos marxianos, que quince años atrás, habían
avalado la invasión estadounidense; sin embargo, no menciona textos en los que
el teórico alemán califica la intervención de esas tres potencias como “una de las empresas más monstruosas jamás
registradas en los anales de la historia internacional” (Marx y Engels,
1978, p. 256) e ironiza sobre las intenciones de estas, apuntando que “indudablemente el medio más original de fortalecer
a un gobierno [el mexicano, que les debía dinero, GG] consiste en el secuestro
de sus ingresos y territorios por la violencia” (Marx y Engels, 1978, p.
253).
La principal potencia europea –y mundial— por aquellos
tiempos, no aparece para el Marx de entonces, como una vanguardia a la que
hubieran de sometérsele las áreas periféricas, para beneficio y “progreso” de
estas. Por el contrario, denuncia a “la moderna diplomacia británica, con toda
su santurrona hipocresía, su furia desatada ante los débiles, su servilismo
ante los fuertes y su absoluto desprecio por el derecho de gentes” (Marx y
Engels, 1978, p. 271). Por supuesto, esta actitud de Marx contra las potencias
europeas, y a favor de un país periférico, no cuadra con los prejuicios
eurocéntricos que Güendel le atribuye a la totalidad de la obra de Marx; mucho
menos da para catalogarlo como “pensador del imperio británico” o “entusiasta
de la expansión imperial”5 .
Contrástese los anteriores ejemplos con el juicio del autor
costarricense:
Las características
estructurales de ese discurso están constituidas por lugares de enunciación
eurocéntricos que recogen, desde la diferencia de la posición imperial,
categorías de diferenciación con la región colonizada como lo son: raza, razón
y poder político, generando entonces un discurso saturado no de reflexión, sino
de prejuicios y ligerezas, productos de el desinterés (Güendel, 2011, p.
95).
Como se hace evidente, Güendel parte de la premisa de que
hay un discurso de Marx sobre América Latina, el cual se estructura desde el
eurocentrismo; pero para sostener esto, remite a textos anteriores a 1855 –los
atinentes a la invasión yanqui a territorios mexicanos— y al artículo sobre
Bolívar y Ponte, sobre el cual nos referiremos en el siguiente apartado.
O sea, deja por fuera unos dieciocho años de la mejor
producción intelectual de Marx, una omisión que no impide que el autor asegure
que “Marx nunca logrará entender, por
estar centrado en una enunciación categorialmente eurocentrada e imperial, los
significados reales de los procesos y los sujetos sobre la significación
histórica de América Latina” (Güendel, 2011, p. 101). 2.
Estereotipos
persistentes: linealidad, teleología, progreso
Güendel tiene sobrada razón al señalar que el texto de Marx
sobre Bolívar fue hecho de modo apresurado, y bajo un interés puramente
laboral. También señala muy acertadamente que, en dicho texto, Marx no aplicó
su método científico al análisis de la situación histórica latinoamericana, y
que posiblemente en Bolívar vio solo un aventurero al estilo de Napoleón III;
ciertamente el artículo del socialista alemán carece de simpatía alguna por la
figura de “El Libertador”. Con lo que no podemos concordar es con las razones
que Güendel le atribuye a tales yerros: este indica como motivos no solo al
eurocentrismo, sino a una exaltación de la raza, la razón y el poder político.
Más todavía, afirma que Marx siguió una filosofía especulativa de la historia6
, en el sentido que este explícitamente rechazó una y otra vez, como en el
fragmento que hemos citado aquí a modo de epígrafe.
¿Por qué Marx no se ocupó de América Latina? Primeramente,
no creo razonable desestimar las circunstancias biográficas: pasó la mayor
parte de su vida intentando descubrir la estructura de la economía capitalista,
mientras luchaba contra la pobreza y la enfermedad (la propia y de su familia),
a la vez que participaba decisivamente en política. Por ello, no solamente no
publicó sobre América Latina y otras zonas del mundo, sino que no terminó
siquiera su proyecto prioritario, El
capital, que era apenas la primera parte de una obra monumental de análisis
del mundo capitalista, proyectada en seis partes.7 Aún así, Marx dedicó una considerable cantidad
de tiempo en sus últimos años de vida a estudiar diversas sociedades premodernas
y no occidentales 8 ; dadas sus precarias condiciones de salud y su obsesividad
por hacer editar solo aquello que estimaba muy desarrollado; es comprensible
que no llegara a publicar nada al respecto. 9
Pero, más allá de estas consideraciones, la interpretación
planteada en el artículo del profesor Güendel sigue estereotipos que colocan a
Marx en la filosofía especulativa de la historia propia de la Ilustración o, en
el mejor de los casos, en el ambiente evolucionista del siglo XIX (algo así como
un Spencer obrerista), con ello invisibilizó la ruptura epistemológica que
introdujo la teoría de la historia de Marx. Así, Güendel cita con aprobación
–califica como “excelente” al estudio del que lo extrae— el siguiente
fragmento:
la influencia evolucionista
hace ver la historia como un conjunto de etapas progresivas en forma lineal…
pensaba erróneamente Marx que los procesos económicos estaban sujetos a ciclos
de progreso, es decir que el próximo siempre sería mejor al actual
(Güendel, 2011, p. 100).
El fragmento anterior logra sintetizar varios lugares
comunes de una interpretación apegada al mecanicismo de la II Internacional, al
que nos hemos referido páginas atrás. La visión de la historia como “etapas
progresivas en forma lineal”, donde “el próximo siempre sería mejor que el
actual” es una caricatura de la Guerra Fría, teniendo en cuenta que desde sus
textos tempranos, Marx le asignó una importancia fundamental a la praxis
humana, tal como se puede apreciar en sus Tesis sobre Feuerbach, pero también
en sus textos de análisis más coyunturales como El 18 brumario de Luis
Bonaparte. Si bien en esa primera fase tendió a pensar la historia de modo
lineal, no la veía como una fatalidad: el “progreso” debía ser conquistado por
los sujetos interesados en la transformación histórica. No admitía ninguna
predeterminación; lo que buscaba eran tendencias de la historia, que podrían
llevar a distintos desenlaces10. ¿Cuál progreso se puede encontrar en el paso
del esclavismo al feudalismo, este último mucho menos productivo que su
antecesor? ¿Cuántos siglos tardó Europa Occidental en pasar de un modo de
producción a otro?
Por ejemplo, en uno de sus artículos de 1853 sobre la India,
Marx dejó abierta la posibilidad de que la independencia de este país le
llegaría a permitir salir del estancamiento al que le estaba induciendo el
colonialismo británico:
Los indios no
cosecharán los frutos de los nuevos elementos sociales esparcidos entre ellos
por la burguesía británica, hasta que en la misma Gran Bretaña las clases dominantes
sean reemplazadas por el proletariado industrial, o hasta que los mismos
hindúes se hayan fortalecido suficientemente para liberarse totalmente del yugo
inglés. En cualquier caso, podemos esperar ver, en un período más o menos
remoto, la regeneración de ese gran e interesante país […] La profunda
hipocresía e inherente barbarie de la civilización burguesa queda revelada ante
nuestros ojos al dejar su hogar, donde asume formas respetables, para ir a las
colonias, donde va desnuda (Marx y Engels, 1979, p. 221)11.
No solo resulta imposible pensar desde una “diferencia
imperial” un pasaje como el anterior, sino que la historia aparece abierta a
distintas posibilidades de despliegue: en este caso, por la revolución
proletaria en el centro o por la revolución independentista en la periferia 12.
Pero, si ya para los textos del joven Marx es abusivo hablar
de una historia teleológica y de progreso necesario, en el caso del Marx
maduro, resulta de plano absurdo. ¿Dónde estaba su supuesto optimismo en la
inminencia del “progreso” socialista cuando cerró su Crítica al programa de
Gotha con un desilusionado “dixi et
salvavi animam meam”? La idea de progreso, ya de por sí problematizada por
la dialéctica marxiana que caracteriza los movimientos históricos desde el
desarrollo desigual, es explícitamente denunciada por Marx como ideología:
La llamada
presentación histórica del desarrollo se basa, como regla, en el hecho de que
la forma más reciente mira a las anteriores como pasos que llevan hacia ella, y
puesto que sólo raramente y bajo condiciones bastante específicas es capaz de
criticarse a sí misma –dejando de lado, por supuesto, los períodos históricos
que se presentan a sí mismos como tiempos de decadencia–, siempre las concibe
unilateralmente” (Marx, 1979 , p. 106).
Evidentemente, en 1848 Marx tenía como referente político
las luchas de las clases obreras industriales europeas, y no pensó las
contradicciones a nivel de sistema-mundo, pero esto fue cambiando en las
décadas posteriores. De una visión lineal de la historia, Marx pasó a través de
sus estudios sobre otros contextos no moderno-europeos, hacia su concepción
plurilineal de la historia: la de una totalidad concreta que ya guarda poca
similitud con la totalidad hegeliana. Sabemos, además, que Marx nunca pudo
escribir su tratado sobre las relaciones internacionales, con lo cual sin duda
hubiera delineado una teoría del sistema-mundo 13
Lejos de lo que sugerirían las posteriores simplificaciones
doctrinarias, Marx recabó y utilizó una gigantesca cantidad de materiales
empíricos, como se puede observar en textos como El capital o en sus Grundrisse,
lo cual no sugiere un método de proyección de principios a priori –o, menos
aún, de prejuicios— sobre su campo de estudios. ¿Para qué molestarse tanto en
estudiar la historia, si hubiera sido más fácil simplemente reiterar prejuicios
desde un “lugar de enunciación de superioridad racial, moral, intelectual”
(Güendel, 2011, p. 98)? La respuesta es muy sencilla: porque Marx, como
investigador, fue elaborando su método científico de aproximación a la historia
a lo largo de muchos años, y a partir de un estudio concienzudo de las fuentes
con las que contaba —además de la reflexión categorial, claro está—. Esto,
metodológicamente, no tiene nada que ver con las viejas filosofías
especulativas de la historia con las que lo asocia el artículo de Güendel.
Imputarle a Marx una visión “progresista” de la historia es tergiversar una
trayectoria de investigación que fue nutriéndose no solamente de nuevos
conocimientos empíricos, sino también de reformulaciones de la propia teoría a
lo largo de los años.
La explicación de Güendel acerca de la falta de estudios de
Marx sobre América Latina 14 recae en que “para
él, esta región del continente, al no denotar desarrollos capitalistas-industriales,
no aparece como significativa dentro del sistema de relaciones internacionales
que crea el capitalismo” (Güendel, 2011, p. 95)15. Sin embargo, aunque en
época de Marx, Rusia carecía de una industria significativa, ya entre 1858 y
1860 el futuro autor de El capital empezó a estudiar asiduamente la historia
rusa16. Por supuesto, no cabe alegar eurocentrismo en este interés: desde el
eurocentrismo los países eslavos no son europeos; con muchas dificultades lo
serían acaso antiguas potencias imperiales como Portugal y España17
De ese país no industrializado, lo que le llamó inicialmente
la atención a Marx fue una situación no típica de relaciones sociales
propiamente capitalistas: los movimientos de emancipación de los siervos, y la
posibilidad de que esos movimientos llevaran eventualmente a una revolución que no llevara al modo de producción
capitalista, ni tuviera que pasar por la “acumulación primitiva”, sino a
una forma de organización de gobierno comunitario. Este interés llevó a Marx a
aprender la lengua rusa a partir de 1869, así como a mantener una intensa
correspondencia con los populistas rusos 18.
En menor medida, estudió también los problemas en torno a la
emancipación nacional en Polonia y en
Irlanda. A la primera la exaltó como uno de los factores en la fundación de la
I Internacional 19; sobre Irlanda dice, en 1867, que lo que dicho país
necesitaba era: “1. Autogobierno e independencia de Inglaterra. 2. Revolución
agraria. […] 3. Aranceles de protección
frente a Inglaterra” (Marx y Engels, 1979, p. 486-487)20. Estamos hablando
de países no industriales; entonces, ¿realmente Marx era un evolucionista?
Incluso concediendo que lo haya sido antes de 1856, a partir de ese año tal
caracterización no tiene ningún sustento 21
Pero en el artículo que ha motivado esta réplica hay otra
afirmación tanto más grave: la de que Marx formuló su teoría desde un lugar de
superioridad racial. Por supuesto, esta afirmación sirve para completar el
perfil de un típico positivista del siglo XIX y negar la ruptura científica de
su concepción de la historia respecto a los consensos hegemónicos en la
intelectualidad europea decimonónica. Es, además, una interpretación que supone
a un Marx que nunca leyó a Hegel; es la caricatura del Marx que interpretaron
en la II Internacional y en el estalinismo.
Específicamente, esta afirmación de racismo muestra un
desconocimiento de la posición del Marx maduro respecto a los conflictos
étnicos de la segunda mitad del siglo XIX. Dicho sea de paso, y como recuerda
Ahmad, quienes se quejan del estilo poco delicado con el que Marx se refirió a
las sociedades premodernas y a las periféricas –en cuenta su artículo sobre
Bolívar22—, dejan de lado que tampoco tuvo palabras precisamente agradables
respecto a las burguesías europeas, ni a las potencias coloniales, ni a su
misma Alemania natal, ni al campesinado occidental23; también en alguna ocasión
afirmó que, en el capitalismo, las necesidades de los obreros industriales se
“animalizan”, lo cual no contradice que haya considerado al proletariado como
el sujeto revolucionario por excelencia en dicho modo de producción24. Es
inequívoco que el estilo de Marx no tiene que ver con que las sociedades a las
que se refería fueran o no europeas; las acusaciones de racismo contra Marx
provienen simplemente de una lectura sesgada – ideologizada, sin duda alguna—
de tales textos.
Hemos indicado que el socialista alemán apoyó las
insurrecciones de 1857 en China y la India contra el Imperio Británico; que se
alineó contra los ingleses a favor de los independentistas irlandeses, y que
notó con gran aprobación el carácter revolucionario de los pueblos ruso y
polaco. El reconocimiento de esos movimientos sociales, como factores de transformación,
no remite ni al eurocentrismo, ni a la linealidad, ni mucho menos a la
teleología; pero tampoco tiene nada que ver con temas raciales. Esto debería
quedar claro por un conocido pasaje de El
capital, donde Marx indica muy explícitamente que la esclavitud es
estrictamente una relación social, sin ningún fundamento más que histórico:
Un negro es un negro.
Sólo bajo determinadas condiciones se convierte en esclavo. Una máquina de
hilar algodón es una máquina de hilar algodón. Sólo bajo determinadas condiciones
se convierte en capital. […] El capital es una relación social de producción.
Es una relación histórica de producción (Marx, 2009, p. 957)25.
Este fragmento, originalmente publicado por Marx en 1849, y
autocitado en El capital,
precisamente en el capítulo sobre la colonización, indica el carácter de
producción sociohistórica de la sujeción étnica en las estructuras del
capitalismo: lo decisivo del racismo no radica en ninguna característica
fisiológica, como pretendía el racismo decimonónico. En el tercer tomo de El
capital no solo se reitera esta idea, sino que Marx se burla de las ideas
racistas de los esclavistas estadounidenses, comparándolas con las de los
burgueses que suponen normal que los asalariados tengan amos que los hagan
trabajar26: es decir, planteaba que la emancipación de los esclavos negros era
tan legítima y necesaria como la de los obreros de los países industriales.
Recordemos, finalmente, que desde inicios de la década de
1860, Marx apoyó sin reserva alguna a la lucha antiesclavista de la Guerra de
Secesión estadounidense. A inicios de 1865, en la carta que él mismo redactó,
la Internacional le expresó su apoyo al presidente Lincoln y a la causa
antiesclavista de la guerra, criticando a la vez la inacción de la clase obrera
norteña frente a la institución del esclavismo:
Mientras los
trabajadores, el verdadero poder político del Norte, permitieron que la
esclavitud profanase su propia república, mientras ante el negro, dominado y
vendido sin su consentimiento, presumieron de que la mayor prerrogativa del
trabajador de piel blanca era venderse y elegir su propio dueño, no fueron
capaces de alcanzar la verdadera libertad del trabajo, ni de apoyar a sus
hermanos europeos en su lucha por la emancipación, pero esta barrera al progreso
ha sido barrida por el mar rojo de la guerra civil (Citado en Anderson,
2010, accesado el 2 de agosto de 2013 en: http://marxismocritico.
com/2013/01/21/el-lincoln-de-spielberg/).
En síntesis, reducir a Karl Marx, particularmente después de
1856, a los lugares comunes de la hegemonía positivista-burguesa del siglo XIX
–eurocentrismo, elogio y acriticidad del imperio; ideología del progreso;
determinismo mecanicista; racismo—, o a una filosofía especulativa de la
historia, solo puede hacerse violentando
la integridad de su obra. Por el contrario, su concepción de la historia es
un medio indispensable –no completo, pero sí necesario— para comprender, y
eventualmente transformar, las asimetrías de nuestras sociedades periféricas.
Perspectivismo y
ciencia de la historia
Finalmente, creo importante referirme a algunas anotaciones
que pueden parecer marginales en el artículo de Güendel, pero que tienen una
gran importancia en cuanto a la epistemología de la que parten sus
valoraciones. Se afirma, por ejemplo, que “el
materialismo histórico marxista es un discurso de conocimiento que presupone
una interpretación particular del movimiento de la historia desde procesos
materiales que se dan en Europa, los cuales, simplemente son producto del mismo
lugar de enunciación: la diferencia imperial” (Güendel, 2011, p. 97).
Hemos visto ya que desde la segunda mitad de los cincuentas,
Marx no pretendió explicar la dinámica mundial desde el modelo de una Europa
“adelantada” a las demás regiones del mundo; pero en fragmentos como el
anterior, se asoma una perspectiva que,
ya desde su punto de partida, es ajena e incluso opuesta a la dialéctica
desarrollada por Marx. Es, efectivamente, el perspectivismo: una posición
epistemológica según la cual todo conocimiento está limitado por la parcialidad
de cada lugar, desde el cual los seres humanos producen sus conocimientos.
Desde este tipo de planteamiento, no puede existir un conocimiento de carácter
universal, sino solo conocimientos limitados a contextos sociohistóricos particulares.
El artículo de Güendel insiste en reducir los alcances de la
teoría de la historia de Marx –más bien entendida como una filosofía
especulativa de la historia—, sin diferenciar fases en la producción de este
autor, a “una enunciación categorialmente
eurocentrada e imperial”. Nótese que desde esta caracterización las categorías
de Marx serían per se eurocentradas, aunque esto no se argumenta más allá. De
ahí que, frente a ese supuesto eurocentrismo, Güendel afirme que “se requiere
entonces de una teoría integral de interpretación desde la especificidad de
esta ‘sección’ del mundo para dar cuenta de lo que significa y se logra a
través de los procesos revolucionarios regionales” (Güendel, 2011, p. 103).
Así planteado, resultaría que Latinoamérica es tan
particular que necesita de una teoría propia, y que no podría tampoco ser
aplicada a otras regiones del mundo. Contra un universalismo abstracto –el del
“Marx” descrito por Güendel—, habría que formular, según ese razonamiento, un
particularismo igualmente abstracto. En la teoría de la historia formulada por
Marx a partir de los Grundrisse, por
el contrario, aparece una solución bien diferente a dicho dilema, que remite a
la dialéctica de totalidad y parte. Retomemos como ejemplo el caso de la
esclavitud en América, al cual el profesor costarricense se refiere en dos
ocasiones para desestimar la capacidad explicativa de la teoría marxiana.
En este sentido, indica que
la aparente
contradicción económico-social del capitalismo europeo al imponer en América la
esclavitud, es decir, una forma precapitalista de relaciones de trabajo, nunca
es entendida por Marx sino como parte de la misma lógica de constitución del
capitalismo y el mercado mundial (Güendel, 2011, p. 96).
La sobrecrítica de Güendel busca aquí tirar al niño
saludable con el agua sucia: precisamente en un pasaje como el que cita al
respecto de este tema, se muestra una visión compleja de la historia, que nada
tiene que ver con la ideología de progreso que le imputa. Marx vio claramente
que el modo de producción capitalista coexiste con otros modos de producción y
formas sociales distintos a él, pero los subsume en su propia dinámica 27. O
sea, aunque lo condena por ello, el mismo Güendel muestra cómo Marx no piensa
la historia en términos de etapas que se suceden (como las filosofías
especulativas de la historia de carácter “progresista”), sino de un modo
complejo y dialécticamente contradictorio.
Esta articulación de modos de producción, categorizada en
los Grundrisse como formación económico-social, es la que permite aprehender
concretamente sociedades históricas sin ceder a un historicismo conceptualmente
vacío. En último término, el moderno sistema-mundo –una categoría asumida por
el artículo de Güendel— es una estructura de formaciones económico-sociales,
cuya totalización radica en el modo de producción capitalista: Immanuel
Wallerstein, quien ha apostado por la posibilidad de una ciencia de la
historia, es muy claro en cuanto a que lo fundamental de su aparato categorial
se lo debe a la teoría de la historia de Marx 28.
Volviendo al tema de la esclavitud, el artículo de Güendel
afirma que la revolución haitiana es ininterpretable por al teoría
eurocéntrica29.
Considero que esta afirmación es correcta, y ello habla
precisamente en favor del carácter no eurocéntrico de la teoría de Marx: ya en
1938, C.L.R. James había aplicado un aparato categorial marxiano para explicar
dicha revolución, y pocos años después Eric Williams, sin tratar directamente
sobre Haití, explicaba en su Capitalism
and Slavery el desarrollo capitalista del esclavismo en el Caribe británico
30. Más recientemente, Eduardo Grüner ha explicado la revolución haitiana, con
todo rigor historiográfico, desde una teoría de la lucha de clases en la
tradición de la teoría de la historia de Marx 31.
En la concepción marxiana de la historia, los conceptos se
hallan siempre en tensión con la particularidad del contexto histórico, y de
este depende la validez de dichos conceptos; así lo dicta el criterio
metodológico materialista32. Por ello, este enfoque ha sido sumamente
fructífero en un campo como la investigación histórica, donde la particularidad
es ineludible, y ha arrojado importantes explicaciones respecto a sociedades
del capitalismo central33, tanto como a las periféricas 34 o las
precapitalistas35. Difícilmente, se hubiera podido realizar investigación
empírica sobre contextos tan disímiles desde unos conceptos universales
abstractos (eurocéntricos); pero ciertamente no se hubiera podido explicar las
lógicas sociales correspondientes desde el particularismo abstracto que se
sigue de una visión perspectivista del conocimiento.
La visión de la historia del Marx maduro es necesaria,
precisamente, porque rompe con cualquier “-centrismo”, al desarrollar una
teoría de la totalidad concreta, esto es, compleja y mediatizada, donde las
particularidades no pueden ser reducidas a una universalidad abstracta. No
podría insistir aquí demasiado en que es la base, en términos contemporáneos, de
una teoría del sistema-mundo. Es una teoría de una totalidad que puede ser
conocida, aunque sea aproximativamente, y en la que la parcialidad del conocimiento
humano no implica una incapacidad de aprehender al objeto de conocimiento –pues
este no es un simple receptáculo pasivo de relaciones discursivas–, mientras
que, para el perspectivismo que insinúa el profesor Güendel, el conocimiento es
una operación enmarcada por los discursos que lo producen. Desde una concepción
perspectivista, todo conocimiento sería, en último término, ideología.
Así, si en los años noventas, Fredric Jameson observaba que
para el imaginario occidental era más verosímil imaginar el fin de la humanidad
que un cambio más modesto en las relaciones sociales, hoy, este tipo de epistemologías
sostiene que no se puede conocer la historia, o, más aún, que no se puede
conocer las estructuras del mundo en general. Desde esta concepción, de raíces
nietzscheano-weberianas, la historia se disuelve en discursos verosímiles –en
mera historiografía–; a pesar del populismo episté- mico que hoy acompaña a
estas posiciones, pareciera ser poco lo que puedan aportar a la explicación de
las relaciones profundas que estructuran eso que llamamos Latinoamérica. En
este sentido, muy poco se gana al cambiar a Marx por Nietzsche. 36
Adicionalmente, cuando el artículo de Güendel afirma que
“más que por condiciones estructurales económico-políticas, las condiciones
revolucionarias regionales están constituidas por cotidianidades disociadas
dentro de espacios-tiempos comunitarios y colectivos” (Güendel, 2011, p. 104),
primeramente hace una falsa contraposición entre lo estructural y lo cotidiano
(tanto la política como la economía tienen sus cotidianidades), y
posteriormente impone unilateralmente –de modo no dialéctico– el segundo
término sobre el primero, pasando a una visión que se enmarca en lo que el
fundamental teórico periférico Samir Amin ha denominado culturalismo 37. En último término, la negación de la posibilidad
de conceptualizar a Latinoamérica desde una teoría de la historia viene
aparejada con un fetichismo de la diferencia, en este caso de la diferencia
cultural 38.
Epílogo
El artículo del profesor Güendel basa el grueso de su
argumentación en interpretaciones de autores –Chavolla, Azocar, Fillipi— cuyas
lecturas de Marx parten de graves problemas metodológicos y teóricos. En cuanto
a lo metodológico, aíslan de su contexto textos del autor, para luego aventurar
desde esa lectura fragmentaria generalizaciones sobre su obra completa. En
cuanto a los de fondo, teóricos, coinciden en su lectura de Marx como un autor
no dialéctico: una interpretación rebatida desde las primeras décadas del siglo
pasado, y que no puede dar cuenta de la obra del socialista alemán, en
particular al contrastarse con textos como los Manuscritos
económico-filosóficos o los Grundrisse.
El Marx “imperial” y “eurocéntrico” del que habla el
artículo de Hermann Güendel, basado en dichos autores, es el de los manuales de
propaganda, tanto estalinista como anticomunista; no tiene nada que ver con el
investigador que desarrolló las categorías fundamentales para el estudio
científico de la historia. Si ya desde su juventud Marx fue un investigador
riguroso, su producción de madurez es en particular importante para comprender
América Latina en su relación con el sistema-mundo. Este, como indica Néstor
Kohan:
Es el Marx
imprescindible para ‘traducir’ y utilizar en nuestra actual América Latina, a
inicios del siglo XXI. No el seco, gris e inoperante de los manuales, sino
aquel apasionado político e investigador –sí, al mismo tiempo– que tiene la
suficiente lucidez como para volver sobre sus pisadas y reconfigurar su teoría
de la historia (Kohan, s.f., p. 238).
En este mismo sentido, uno de los principales filósofos
latinoamericanos de la liberación, quien ha realizado varios estudios de
primera mano sobre la producción marxiana, ha estimado que
La filosofía de la
liberación latinoamericana tiene mucho que aprender de Marx. La ‘ciencia’ de
Marx fue ‘Filosofía de la liberación’ del trabajo vivo alienado en el capital
como trabajo asalariado en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX. [/]
Hoy, nuestra ‘filosofía de la liberación’ debe ser también la ciencia del
trabajo vivo alienado de las clases, de los pueblos periféricos,
subdesarrollados, del llamado Tercer Mundo, que luchan en los procesos
nacionales y populares de liberación contra el capitalismo central y
periférico, a fines del siglo XX (Dussel, 1988, p. 310-311).
Pensar la transformación social en Latinoamérica implica un
trabajo muy arduo. Pero, ciertamente, será mucho más arduo si empezamos por
renunciar a los mejores aportes científicos con los que ya disponemos para
conocer nuestra realidad en el seno del sistema-mundo.
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Notas
1 Véase, por ejemplo, Korsch (2011, p. 37-45) y Althusser
(1972).
2 Énfasis del original. Es de notar que Güendel cita esta
antología, pero no prestó atención a esta periodización en su introducción, o
al menos no la mencionó.
3 Véase, por ejemplo, Dussel (1985), (1988) y (1990).
4 Al respecto puede consultarse Ahmad (2008), p. 228-230.
Sobre los abusos británicos en China, consúltese Marx y Engels (1979, XV, p.
232-235).
5 Estos epítetos los adopta de Arturo Chavolla en Güendel
(2011, p. 97).
6 Sobre el concepto de filosofía especulativa de la
historia, como un tipo específico en el campo de la filosofía de la historia,
consúltse Walsh (1968, p. 4-9).
7 Al respecto consúltese Mandel (1985, p. 25-26).
8 Consúltese Anderson (2010, p. 196-236). Riazanov, el gran
editor de la obra marxiana, no entendió la importancia de estas notas
suponiendo –desde una perspectiva eurocéntrica— que eran simple producto de una
“inexcusable pedantería” por parte de
Marx (Anderson, 2010, p. 197).
9 Véase Wheen (2000).
10 Por supuesto, en el Manifiesto
se plantea la revolución socialista como inminente. Esto se debe, por un lado,
a que de hecho los movimientos revolucionarios de 1848 podían ser percibidos en
el plazo inmediato como a punto de tomar el poder estatal en Europa central y
occidental; por otro, a que el interés del texto no era solamente científico,
sino que ante todo iba dirigido a militantes directamente implicados en esos
movimientos.
11 El énfasis es mío. El carácter novedoso de este modo de
abordar el problema del colonialismo en India ha sido recalcado por el célebre
historiador indio Irfan Habib. Véanse
sus Essays in Indian History. Towards a
Marxist Perception (1995, p. 14-58).
12 Véase
Nimtz, 2002, p. 65-80.
13 Véase
Wallerstein, 2001, p. 151-169.
14 Dicho sea de paso, Marx no habla de “América Latina” ni
de “latinoamericanos”, sino de procesos históricos específicos que hoy situamos
bajo estas denominaciones geográficas, de modo que las generalizaciones que
según Güendel se desprenden de los textos de Marx como “críticas a América
Latina” no fueron formuladas por Marx, sino que son extrapolaciones elaboradas
por este académico costarricense.
15 El énfasis es mío.
16 Véase Anderson, 2010, p. 52-56.
17 Véase Dussel, 2008, p. 190. Sobre la relación entre
“Europa” y las etnias eslavas, véase. Žižek, 2002, p. 11-20.
18 Véase Anderson, 2010, p. 196-197.
19 Véase Anderson, 2010, p. 64-67 y 124-138.
20 Énfasis del original.
21 Pero parece ser una interpretación actualmente muy
difundida. Recientemente de visita en Costa Rica, el teórico decolonial Ramón
Grosfoguel criticó de nuevo a Marx por considerarlo “etapista”. Para tal
efecto, indicaba que en El capital la
“acumulación originaria” es presentada como una etapa del pasado europeo, ya
superada. Su crítica se basa, curiosamente, en el concepto marxista (de David
Harvey) de acumulación por desposesión, para indicar el carácter estructural de
la “acumulación originaria”. Sin embargo, si hubiera leído el siguiente
capítulo (el XXV) hubiera podido observar cómo Marx teorizó sobre las
particularidades de la imposición del capitalismo en las colonias, de un modo
que no tiene nada de “etapista”, sino que remite a condiciones históricas distintas
a las europeas. De hecho, Marx rechazó explícitamente esa interpretación
“etapista”. Véase Dussel, 1990, p. 254. Grosfoguel termina por decir lo que ya
Marx había sostenido, pero pretendiendo haberlo “descolonizado”. Este tipo de
críticas denota una búsqueda constante de ciertos autores por criticar a Marx
desde ciertos prejuicios, sin haberlo leído suficientemente. Esta intervención
(con acceso el 16 de agosto de 2013) ha estado disponible en:
http://www.youtube. com/watch?v=jybdkb5wAT0&feature=youtu.be
22 Véase, por ejemplo, la cita de Azócar que presenta el
profesor Güendel, 2011, p. 99.
23 Véase Ahmad, 2008, p. 224-225.
24 Véase Marx, 2002, p. 110.
25 Énfasis del original.
26 Véase Marx, 2010, p. 493-494.
27 Véase Marx, 2009.
28 Véase
Wallerstein, 2004.
29 Véase
Güendel, 2011, p 104.
30 Véase
James, 1989 y Williams, 2011.
31 Véase Grüner, 2010.
32 Véase, Hobsbawn, 2004, p. 148-162.
33 En este sentido, valga recordar los trabajos de
historiadores como E.P. Thompson y Hobsbawm. Véase Kaye, 1989, p. 121-198.
34 Además de autores como los mencionados para el caso de la
esclavitud americana, es el caso de las interpretaciones de los historiadores
subalternistas indios durante los setentas y ochentas. Véase, Arnold, D. y
Hardiman, D, 1994.
35 Por ejemplo, en historiadores como Dobb, Hill y Hilton.
Véase Kaye, 1989, p. 23-120.
36 En contraste, nótese cómo Dussel ha enriquecido las
discusiones sobre la dependencia económica latinoamericana a partir de su
lectura del Marx maduro. Véase Dussel, 1988, p. 312-361.
37 Véase Amin, 2009.
38 Para el análisis y crítica de este tipo de
planteamientos, véase Grüner, 2002.
Este ensayo fue publicado
originalmente en el N° 70 de Praxis. Revista
de Filosofía, una de las publicaciones académicas de la Universidad
Nacional de Costa Rica.
► Texto en PDF: 20 pp.