Pablo Pérez | Uno de los principales legados del análisis
de Marx del capitalismo es el concepto de conciencia de clase. En su conocida
obra Miseria de la Filosofía (1978
[1847]), Marx analizó la condición de la clase obrera inglesa de 1840 señalando
que:
“En un comienzo, las
condiciones económicas habían transformado la masa del país en trabajadores. La
dominación del capital ha creado en esta masa una situación común, intereses
comunes. Así, esta masa viene a ser ya una clase frente al capital, pero
todavía no una clase para sí misma. En la lucha, de la cual hemos señalado
algunas fases, esta masa se reúne, constituyéndose en clase para sí misma. Los
intereses que defienden llegan a ser intereses de clase. Pero la lucha de
clases es una lucha política de clases” (p. 218).
A partir de tal idea, el análisis marxista de las clases
ubicó la idea de conciencia de clases en el eje de su reflexión. A través de
tal concepto, tanto Marx como posteriores marxistas trataron de describir los
mecanismos por medio de los cuales una clase, la clase trabajadora, toma
conciencia de sus intereses y actúa en contra de los intereses de otra clase,
la burguesía. En otras palabras, y siguiendo la terminología marxista clásica,
la conciencia de clase representa el mecanismo a través del cual una clase pasa
de ser una clase en sí a una clase para sí. Sobre esta base, el mismo
Marx señaló cómo la presencia o ausencia de conciencia de clase determinaba las
posibilidades que tenía una clase social de convertirse en una fuerza social.
1. Introducción
En
El 18 Brumario de Luis Bonaparte,
Marx (1978 [1852]) afirmó, por ejemplo, cómo los campesinos franceses de
mediados del siglo XIX estaban imposibilitados de convertirse en una clase para
sí en virtud de las dificultades que tenían los miembros de dicha clase (los campesinos
individuales) para generar una conciencia de clase común. En sociología diversos analistas han enfatizado la
importancia que tiene la conciencia de clase, estudiando así el modo en que se
ella se estructura en las sociedades capitalistas avanzadas (Ayalon et al.
1987; Buttel and Flinn, 1979; Giddens, 1973; Mann, 1973; Marshall et al., 1988;
Vallas, 1987; Vanneman and Weber Cannon, 1987; Wallace and Junisbai, 2004;
Wright, 1985, 1997; Zingraff and Schulman, 1984). A pesar de su relevancia
analítica, el estudio de la conciencia de clase se ha sido más bien escaso en
las últimas décadas. En América Latina, por ejemplo, el estudio de la
conciencia de clase ha estado reducido a unas pocas investigaciones
desarrolladas décadas atrás (Di Tella et al., 1967) y, más recientemente, a una
serie de investigaciones enfocadas en el desarrollo de culturas obreras (cf.
Bizberg 1982; Maceira, 2009; Martínez de la O, et. Al, 1997) o en el análisis
de patrones más generales de la conciencia de clase (Pérez, 2013). Para muchos,
esta escasez de investigación empírica reciente se explica por la manera en que
durante las últimas décadas la idea de “clase social” dejó de ser relevante
para el análisis sociológico. Esta supuesta falta de relevancia de la clase
social ha contrastado enormemente, sin embargo, con los altos y persistentes
niveles de desigualdad social observados en Latinoamérica. Tales niveles
hicieron de la región una de las más desiguales del mundo (CEPAL, 2013).
Estas condiciones han hecho que el análisis de clase y del
conflicto de clase tenga un renovado impulso en la región –para un análisis del
caso de Chile ver, por ejemplo, Pérez (2013). Sin embargo, para que dicho
impulso sea fructífero es necesario superar algunas falencias metodológicas y
conceptuales, las cuales han socavado la investigación empírica sobre tales
fenómenos en América Latina. Uno de los principales problemas tiene relación con
el concepto de conciencia de clase. A pesar de su importancia analítica no
existe acuerdo sobre cómo definir la conciencia de clase ni, menos aún, sobre
como estudiarla empíricamente.
En este artículo se pretende dar un primer paso para la superación
de dicho problema. A partir de una revisión de dos de las perspectivas más
influyentes en el estudio de la conciencia de clase (la perspectiva
“estructural” representada por los trabajos de Erik O. Wright y el enfoque
“procesual” heredado de la obra de Edward P. Thompson), en este artículo se
busca proponer una definición de la conciencia de clase que permita ubicar tal concepto
en el centro del análisis de la desigualdad social y de los conflictos
políticos que emergen de ella. Tal como se detalla a lo largo de este artículo,
el estudio de la conciencia de clase puede ser fructífero si se integran
algunos de los elementos centrales de ambos enfoques. Tal integración nos
permite entender la conciencia de clase como aquellas características de la subjetividad
de las personas que son el resultado del proceso a través del cual ellas, en
tanto miembros de una clase social, construyen su identidad de clase y toman conciencia
de sus intereses de clases. Una definición como ésta hace necesaria no sólo la integración
de diversas perspectivas de análisis –por ejemplo, la perspectiva histórica enfocada
en el análisis de la formación de clases y la perspectiva estructural enfocada
en la manera en que la estructura de clases delimita los intereses de clase–.
Junto con esto, la definición propuesta en este artículo hace necesaria la
integración de metodologías cuantitativas y cualitativas a fin de generar
agendas de investigación capaces de abarcar todas las dimensiones involucradas
en el concepto de conciencia de clase.
Antes de presentar en detalle la propuesta de definición del
concepto de conciencia de clase (sección 3), así como sus posibles aplicaciones
empíricas (sección 4), la siguiente sección presenta las características
principales de los dos enfoques más influyentes en el estudio contemporáneo de
la conciencia de clase: el enfoque estructural y el enfoque procesual.
2. Dos enfoques para
estudiar la conciencia de clase
2.1. El enfoque
estructural de la conciencia de clase
La perspectiva “estructural” del análisis de clase –comúnmente
asociada a los trabajaos de Erik Olin Wright (1985, 1997)– ha sido una de las
más influyentes en los debates sociológicos de las últimas décadas (Crompton,
1993: 58). Desde esta, la conciencia de clase es entendida como el resultado de
una estructura de clases objetiva basada en relaciones de explotación. El principio
básico es que la conciencia de clase se refiere al reconocimiento que hacen los
individuos de sus intereses de clase definidos objetivamente por su posición de
clase. Según Wright (1985), la estructura de clases de las sociedades capitalistas
contemporáneas está definida por la existencia de diversas posiciones de clase
que no pueden ser clasificadas simplemente como parte de la burguesía o del
proletariado (ellas son las posiciones típicamente definidas como de “clase
media”). En el análisis de Wright, tanto las posiciones polarizadas (burguesía
y proletariado) como aquéllas de clase media se diferencian entre sí a partir
de los diversos mecanismos de explotación existentes en las actuales
formaciones sociales capitalistas, es decir, en las sociedades concretas
derivadas de la interconexión de diferentes modos de producción (1985: 8-12).
A fin de explicar los diferentes mecanismos de explotación
existentes en las sociedades contemporáneas, Wright hace uso del modelo básico
desarrollado por John Roemer (1986). En un intento por superar la teoría
marxista clásica del valor-trabajo, Roemer afirma que la explotación denota el
resultado de un tipo específico de relación económica, a saber, aquéllas en las
que las diferencia de riqueza se derivan de la distribución desigual de
derechos de propiedad sobre recursos productivos (1986: 84-87). Sobre la base
de esta idea, Roemer señala que las clases sociales emergen ahí donde existe un
mercado del trabajo que permite que los agentes se relacionen entre sí en
virtud de su dotación desigual de recursos productivos. Tal dotación desigual
de recursos permite que los agentes puedan maximizar su bienestar estableciendo
diferentes relaciones con los medios de producción: “ellos pueden trabajar su
propio taller, contratar fuerza de trabajo, vender fuerza de trabajo, o hacer
alguna combinación de todos ellos” (1986: 88). Al hacer eso, aquéllos que
desarrollan la misma estrategia de mercado deben ser ubicados, según Roemer, en
la misma clase –es decir como capitalistas, pequeños capitalistas, pequeños burgueses,
proletarios mixtos, o proletarios–.
A partir de estas ideas, y luego de una reformulación de la
tipología de explotaciones expuesta por Roemer, Wright (1985) afirma que el
análisis de Marx de la explotación representa el ejemplo prototípico de un tipo
de explotación: la explotación
capitalista (1985: cap. 3). Este tipo de explotación está basada en la
desigual posesión del recurso productivo “medios de producción” y crea
mecanismos de explotación definidos por la extracción de plusvalía a través del
intercambio de mercado de fuerza de trabajo. Para Wright, éste es el mecanismo
de explotación central de las sociedades capitalistas contemporáneas. Pero no
es el único. Junto con él existen otras formas de explotación que funcionan
como fuentes complementarias de extracción de plusvalía, cuyo desarrollo puede
ser observado no al nivel de abstracción del “modo de producción”, sino más bien
al nivel de las “formaciones sociales”. El primero de estos tipos de
explotación es lo que Wright define como
explotación estatista-burocrática. Ésta se refiere a la extracción de
plusvalía derivada del control desigual de los “bienes de organización”. Por su
parte, el segundo mecanismo complementario de explotación es la explotación por bienes de cualificaciones,
la cual se basa en el control desigual del recurso productivo “cualificaciones”
(las cuales toman forma de “credenciales” en el mercado del trabajo).
La inclusión de criterios complementarios de explotación
significa un reconocimiento explícito por parte de Wright de otras formas de
desigualdad que transcienden la clásica distinción marxista derivada de la
desigual posesión de medios de producción. Diversos autores no marxistas han
planteado, por ejemplo, la importancia de lo que Wright llama “bienes de
organización” para definir posiciones de clase diferentes a la burguesía y el proletariado.
Según este tipo de análisis, tales bienes de organización determinan el rol central
ocupado por los “managers” y gerentes en el capitalismo avanzado, como
resultado de la separación entre “propiedad” y “control” (ver, por ejemplo,
Berle and Means, [1932] 1968; Dahrendorf, 1959). De modo similar, varios analistas
han enfatizado el rol primordial jugado por las “cualificaciones” y las
“credenciales” en la estructura de clases de las sociedades contemporáneas.
Así, por ejemplo, mientras los teóricos de la “Nueva clase” (New Class)
(Gouldner, 1979; Szelenyi and Martin, 1988) afirmaron que las cualificaciones
llegaron a ser la fuente principal de las divisiones de clase en las sociedades
post-capitalistas (es decir, en los socialismos reales), otros han afirmado que
las cualificaciones se han convertido en una fuente de distinción de clase
central en el capitalismo avanzado una vez que ellas tomaron la forma de
“credenciales” que restringen el acceso a posiciones valoradas en el mercado
del trabajo (Parkin, 1979).
Considerando este tipo de discusiones, Wright propone los
elementos centrales para analizar la estructura de clases contemporánea y, más
importante aún, para estudiar la manera en que tal estructura determina
variaciones en la conciencia de clase que permitan explicar el conflicto social
en las sociedades capitalistas contemporáneas. A partir de los tres mecanismos
de explotación ya señalados –explotación basada en la propiedad de medios de producción,
bienes de organización y cualificaciones/credenciales– Wright señala que la estructura
de clases contemporánea consta de posiciones de clase polarizadas y no polarizadas.
Entre las primeras, él identifica a la burguesía y proletariado. Ellas son las
clases “centrales” del capitalismo porque encarnan los mecanismos básicos de
explotación capitalista y, consecuentemente, los dos principales polos de la
lucha política de clases. Por otro lado, las clases no polarizadas representan
un conjunto de posiciones de “clase media” que son definidas por Wright como
“posiciones contradictorias de clase” en la medida en que su posición en las
relaciones de explotación –y como consecuencia de ello, su posición en la lucha
política de clases– no es claramente identificable como en el caso de las
clases polares. En efecto, estas posiciones contradictorias representan clases
que no son ni explotadas ni explotadoras (por ejemplo, la pequeña burguesía) y
clases que son explotadas y explotadoras a la vez. Los asalariados altamente
calificados (los profesionales, por ejemplo) son, según Wright, un buen ejemplo
de esto: ellos “están capitalistamente explotados, pues carecen de bienes de
capital, pero son de igual modo explotadores de cualificaciones” (1985: 87).
A través de esta caracterización de los mecanismos de
explotación observados en las formaciones
sociales capitalistas contemporáneas, Wright define la base objetiva de los intereses
de clase que dan forma a la conciencia de clase (la cual refiere, en términos
generales, al reconocimiento que hacen los individuos de tales intereses). ¿Qué
son los intereses de clase según Wright? Para él (Wright, 1989), los intereses
de clase denotan un tipo específico de intereses
materiales derivados de las relaciones de producción. Los intereses de
clase refieren, en efecto, a los intereses
instrumentales a través de los cuales los individuos buscan mejorar su posición
económica. La idea básica detrás de este argumento es que todas las personas,
más allá de su clase social, tienen un interés en mejorar su bienestar
económico –por eso sus intereses intrínsecos son esenciales iguales –. Lo que
no es igual, sin embargo, es la manera en la cual los miembros de distintas
clases pueden mejorar su bienestar material. Dado que las personas tienen
diferentes medios para realizar tales intereses intrínsecos –por ejemplo, ellos
tienen diferente dotación de recursos productivos tales como medios de
producción, cualificaciones y bienes de organización– ellas desarrollan
diferentes estrategias –por ejemplo, vender su fuerza de trabajo o contratar
fuerza de trabajo ajena– las cuales dan origen no sólo a niveles desiguales de
bienestar material, sino también a intereses instrumentales diferentes y
antagónicos.
En virtud de eso, Wright señala que si los trabajadores
(tanto como individuos y como miembros de una clase) deben establecer
estrategias diferentes a la de los capitalistas para asegurar su bienestar
material, la afirmación de que los trabajadores tienen un interés en el socialismo
(y los capitalistas uno opuesto a él) significa que el socialismo “constituye
una reorganización de la sociedad en la cual el bienestar de los trabajadores
se vería mejorado mientras que el de los capitalistas se vería empeorado” (1989:
281). La idea de bienestar económico no se debe asimilar directamente, según
Wright, con los conceptos de ingreso o consumo. Más bien, el bienestar
económico o material denota el paquete total de trabajoingreso- ocio disponible
para una persona. Por eso, decir que las personas de una clase tienen un
interés “objetivo” en aumentar su bienestar material significa que, manteniendo
todo lo demás igual, ellas tienen un interés objetivo en tener mejores
compensaciones (trade-offs) en términos
de la relación trabajo-ingreso-ocio. Junto con esto, Wright señala que las
relaciones de producción no sólo distribuyen desiguales niveles de bienestar
material. “Ellas también distribuyen una forma de poder fundamental: el control
sobre el plus-trabajo” (1989: 282), es decir, aquélla parte del producto total
que sobra después de que todos los costes de producción han sido compensados.
Por eso, tal como en el caso del bienestar material, los intereses de clase
asociados al poder económico están basados no sólo en el resultado de las relaciones
de producción (es decir, más o menos poder económico en manos de una clase), sino
también en los mecanismos subyacentes que determinan el acceso al plus-trabajo
que permite la acumulación de capital y la concentración de poder en manos de
una clase, en desmedro de otra.
En el análisis de Wright, estos dos tipos de intereses
materiales –aquéllos relacionados al bienestar material y al poder económico–
se encuentran unidos a través de concepto de explotación. La explotación define un conjunto de mecanismos (por
ejemplo, extracción de plusvalía y apropiación del trabajo ajeno) que explican
cómo el bienestar económico y el poder económico siguen pautas de clase. Por
eso Wright señala que cuando decimos que lo que los miembros de una clase
tienen en común son sus intereses materiales, en el fondo estamos diciendo “que
ellos tienen intereses comunes con respecto al proceso de explotación” (1989:
284).
Esta descripción de los intereses de clase es central para
entender cómo se define la conciencia de clase desde la perspectiva estructural
de las clases desarrollada por Wright. Como se señaló anteriormente, el
elemento clave de la conciencia de clase es, desde este enfoque, el
reconocimiento que hacen los individuos de tales intereses de clase objetivos.
Por eso, en vez de preocuparse por la emergencia de algún tipo de identidad
compartida por los miembros de una clase (tal como lo hace el enfoque procesual
analizado más adelante), el enfoque estructural está más preocupado del
problema de los intereses materiales y su reconocimiento por parte de los
miembros de una clase (Wright, 1997: 495). En base a eso, el concepto de
conciencia de clase denota “aquellos aspectos de la subjetividad de una persona
que son discursivamente accesibles a la propia percepción del individuo” (1997:
383). Según Wright, esta conciencia tiene un carácter “de clase” cuando se
cumplen dos condiciones. Primero, las creencias en cuestión necesitan tener un contenido sustancial de clase tal como ocurre, por ejemplo,
con la creencia en el carácter “necesario” de la propiedad privada por parte de
la clase capitalista (la propiedad de los medios de producción es, en efecto,
una característica distintiva del capitalismo). Segundo, aquellos aspectos de
la conciencia con carácter de clase deben tener efectos tanto en la manera en
que los sujetos operan en las relaciones de clase como en las relaciones de
clase mismas (en el caso del ejemplo recién dado, la afirmación del carácter
necesario de la propiedad privada permite a la clase capitalista no sólo
existir como clase, sino que también establecer límites y sanciones a quienes
intentan pasar a llevar tal relación fundante del capitalismo).
A partir de esta definición, Wright destaca dos
características esenciales de la conciencia de clase. En primer lugar, la
conciencia de clase es vista como un concepto de nivel micro o, lo que es lo mismo, como un atributo que es poseído por individuos
(es decir, por los miembros de una clase) antes que por colectividades (las
clases). En segundo lugar, esta definición de la conciencia de clase es usada
por Wright para designar todos los elementos subjetivos pertinentes a la clase,
más allá de su “fidelidad” con determinado tipo de intereses reales de clase. Ambas
características enfatizadas por Wright hacen de su concepto de conciencia de clase
algo totalmente distinto al planteado por marxistas como Lukács (1971[1922]). A
diferencia de Lukács, la conciencia de clase es ahora definida como algo
“ubicado” al nivel de los individuos. Más importante aún, dicha definición de
conciencia de clase no denota ningún tipo de argumento contrafáctico desde el
cual se asume, tal como lo hace Lukács, que la clase trabajadora puede tener
conciencia de clase sólo si los
trabajadores individuales fueran racionales y plenamente conscientes de sus
intereses históricos. Al rechazar tal tipo de explicaciones contrafácticas,
Wright no sólo supera algunos problemas conceptuales realizados por él mismo
sobre este punto (cf. Wright, 1978), sino que también uno de los principales
problemas del análisis marxista de los intereses de clase, a saber, la
existencia de explicaciones contrafácticas (Bertilsson y Eyerman, 1979).
Esta reformulación del concepto de conciencia de clase
también ha sido fructífera en términos de la investigación empírica
cuantitativa. En efecto, a partir de los análisis de Wright han surgido
diversas investigaciones en las que se ha tratado de analizar la manera en que
la posición de clase determina variaciones significativas en la conciencia de
clase de los sujetos (cf. Jones, 2001; Pérez, 2013; Wallace y Junisbai, 2004;
Western, 1999; Wright, 1997). Todas estas investigaciones han hecho uso de
metodología cuantitativa estándar para medir a gran escala, tanto en un solo
país como en términos comparados, los niveles de polarización de clase
asociados a variaciones en actitudes típicamente medidas en escalas de Likert o
a partir de otro tipo de índices e indicadores. En general, todas estas
investigaciones han mostrado que incluso en contextos marcados por la ausencia
de partidos políticos de izquierda con discursos de clase fuertes (por ejemplo,
Estado Unidos) los sujetos de clase trabajadora tienen actitudes más
“pro-obreras” –es decir, apoyan más fuertemente el rol de los sindicatos o la
limitación del poder de las empresas – que los miembros de la clase capitalista.
En este sentido, el enfoque estructural de la conciencia de clase desarrollado
por Wright ha demostrado ser exitoso como fuente de investigaciones empíricas.
Sin embargo, dicho enfoque ha sido criticado por su
insistencia en medir cuantitativamente un concepto tan complejo y esencialmente
difícil de cuantificar como la conciencia de clase (Fantasia, 1986; Marshall,
1983). Según este tipo de críticas, el desarrollo de la conciencia de clase
supone un proceso de creación colectiva que no puede ser aprehendido por cuestionarios
o encuestas, sino que sólo por metodologías de tipo cualitativo que supongan el
contacto directo con los agentes creadores de tales procesos. De modo similar,
algunos han criticado la definición “individualista” de la conciencia de clase
planteada por Wright en virtud de que ella no establece claramente cómo y bajo
qué condiciones un sujeto con “altos niveles” de conciencia de clase actuará,
como parte de un clase colectivamente organizada, en defensa de sus intereses
de clase (Marshall et al., 1988: 191-194). Finalmente, algunos han señalado que
aún cuando la base del enfoque estructuralista de clases, a saber, la posición
de clase, sea definida en términos de relaciones de explotación y de los
intereses materiales derivados de ellas, dicho enfoque estructural no establece
claramente la conexión que existe entre tales intereses de clase objetivos y la
conciencia de clase. En otras palabras, en el análisis de Wright no hay
reflexión sobre el proceso a través del cual los trabajadores, en tanto
miembros de la clase trabajadora, desarrollan sus visiones de mundo y sus “experiencias
vividas” que determinarán finalmente el modo en que ellos den forma a sus intereses
de clase (Brenner, 1989: 190). La necesidad de considerar dichas experiencias
de clase en el estudio de la conciencia de clase es, en efecto, el punto de
partida del enfoque procesual presentado a continuación.
2.2. El análisis
procesual de la conciencia de clase
Los elementos centrales del enfoque procesual de la
conciencia de clase están representados fundamentalmente por el trabajo
fundacional del historiador inglés Edward P. Thompson (1966). En La formación de la clase obrera en
Inglaterra Thompson comienza su análisis del desarrollo histórico de la
clase obrera inglesa afirmando una particular definición del concepto de clase
social. En el Prefacio a dicha obra, Thompson establece que la clase es un “fenómeno histórico que unifica una serie de
sucesos dispares y aparentemente desconectados referidos tanto a la materia
prima de la experiencia como a la conciencia” (1966: 9). A partir de eso,
Thompson afirma que la clase es un fenómeno histórico: “Yo no veo la clase como
una ‘estructura’, ni siquiera como una ‘categoría’, sino como algo que tiene lugar de hecho (y que se puede demostrar que ha ocurrido) en
las relaciones humanas” (Ibíd.) Esto implica, según Thompson, que la noción de
clase supone al mismo tiempo una relación
histórica que está encarnada en personas reales y contextos reales. En
consecuencia, la clase cobra existencia histórica sólo cuando las personas,
como resultado de sus experiencias comunes y compartidas, articulan la
identidad de sus intereses tanto entre sí como en contraposición a otras
personas cuyos intereses son diferentes y opuestos al de ellos.
Lo que es importante en la definición de Thompson es que
estas experiencias de clase no son el
resultado de cualquier tipo de relación social. Más bien, ellas surgen en gran
medida a partir de un tipo específico de relaciones, a saber: las relaciones de
producción en las cuales las personas entran involuntariamente. A partir de
eso, Thompson señala que la conciencia de clase se refiere a la definición
cultural que los sujetos hacen de dichas experiencias económico-productivas:
“La conciencia de clase es la forma en que se expresan estas experiencias en
términos culturales: encarnadas en tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas
institucionales” (1966: 10). Así, mientras la idea de experiencia siempre
aparece – debido al “origen económico”– como delimitada por mecanismos
estructurales, la conciencia de clase presenta características más inciertas. En
otras palabras, aunque existe una evidente lógica en las respuestas (por
ejemplo, en el tipo de conciencia) de ciertos grupos ocupacionales, Thompson
niega que exista alguna ley de determinación estructural que permita anticipar
las pautas de desarrollo de la conciencia de clase.
Sobre la base de este marco analítico, Thompson rechaza
enfáticamente aquellas teorías que definen a las clases sociales como una
“cosa” objetiva desde la cual se puede deducir algún tipo “correcto” de
conciencia de clase, luego de que tal “cosa” llegase a ser consciente de su posición
y sus intereses reales. Desde la perspectiva procesual de Thompson esta
definición estructuralista niega el hecho de que la clase es una relación y,
como consecuencia de ello, se olvida del hecho de que la existencia de las
clases es siempre un fenómeno histórico; es decir, del hecho de que una clase
se vuelve realidad a través de un proceso
en el cual las personas que la componen definen histórica y culturalmente sus
experiencias de clase. De ahí que las clases no existan por fuera de la
historia, ni en un momento específico de ella, sino que en la historia misma.
Como señala Thompson: si nosotros quisiéramos analizar las clases como un fenómeno
estático –es decir, en un punto determinado de la historia-, no observaríamos clases
sino una multitud de individuos con una multitud de experiencias. “Pero si observamos
a esos hombres a lo largo de un periodo suficiente de cambio social, observaremos
pautas en sus relaciones, sus ideas y sus instituciones. La clase la definen
los hombres mientras viven su propia historia, y al fin y al cabo ésta es su
única definición” (1966: 11).
Tanto este historicismo como el énfasis en la noción de experiencia de clase tienen importantes consecuencias
en la investigación empírica de la conciencia de clase. Ellos son, en efecto,
la razón por la cual el mismo Thompson presenta su análisis de la formación de
clase obrera en Inglaterra como una colección narrativa de eventos históricos
tan diversos como las tradiciones populares que influenciaron las agitaciones
Jacobinas de la década de 1790; las experiencias de los trabajadores y
artesanos durante la llegada de la Revolución Industrial; las influencias de la
Iglesia Metodista en la manera en que ellos recibieron los cambios derivados de
tal revolución; así como el impacto del Radicalismo en los desarrollos posteriores de las organizaciones obreras en
la década de 1820. Todos estos hechos narrados en La formación de la clase obrera en Inglaterra configuraron, según Thompson,
un escenario en el cual la clase obrera inglesa experimentó altos niveles de
represión política (como consecuencia del proceso contra-revolucionario
iniciado a comienzos del siglo XIX) y explotación económica (como consecuencia
de la revolución industrial). Esta confluencia de represión política y
explotación económica es central para entender la emergencia de la conciencia
de clase trabajadora que dio vida a dicha clase. En efecto, la existencia
política de la clase trabajadora fue posible solamente después de que los
trabajadores, en el curso de sus luchas en contra de la naciente burguesía
industrial, se vieran a sí mismos como una clase unida, con intereses y cultura
comunes opuestos a los de la clase dominante.
En este sentido es que Thompson argumenta que la existencia
política de la clase trabajadora tiene que ser vista como la continuación de un
proceso de larga data –particularmente, como un proceso que comenzó con los
primeros intentos revolucionarios inspirados en los radicales franceses y que fue
seguido de una manera reformulada por agentes tan diversos como los Metodistas y los Radicales de clase media
(artesanos) durante las primeras décadas del siglo XIX–. En efecto, la
influencia de los Radicales fue, según Thompson, decisiva para la conformación
histórica de la clase trabajadora. Por medio de los discursos radicales de intelectuales
y artesanos las “personas comunes” pudieron definir discursivamente como clase las experiencias vividas y
sentidas en los primeros años del siglo XIX. Así, ya a finales la década de 1820, y luego de un lento
proceso cultural de creación de un sentido de identidad, es posible hablar de una conciencia de clase trabajadora
a través de la cual los trabajadores tuvieron conciencia de sus intereses
colectivos de clase (1966: 711). A partir de entonces, los trabajadores
ingleses dejaron de ser individuos aislados para convertirse en una clase social.
Como se ve, el análisis procesual de Thompson enfatiza una
particular definición de la conciencia de clase que permite estudiarla a partir
de la idea de formación de clase –es
decir, a partir del proceso a través del cual una clase se convierte en un
actor con una identidad definida que es consciente de sus intereses colectivos
de clase–. A partir de esta idea general, diversos investigadores han seguido
la obra de Thompson a fin de estudiar cómo ha operado el proceso de formación
de clase en distintos contextos socioculturales y cómo dicho proceso determina
ciertos resultados en desmedro de otros –por ejemplo, la aparición de una clase
trabajadora “revolucionaria” en contraposición a una “reformista” (cf.
Biernacki, 1995; Calhoun, 1982; Fantasia, 1988; Sewell, 1980; Steinberg,
1999)–. Naturalmente, todas estas investigaciones son de corte histórico y/o
cualitativo en la medida en que su foco central está puesto en el análisis de
procesos y relaciones sociales, antes que en la identificación de “pautas” de
conciencia de clase derivadas una estructura de clases preconcebida.
Por ejemplo, en su comparación de los movimientos obreros
alemanes e ingleses del siglo XIX, el sociólogo Richard Biernacki (1995)
enfatiza una lectura “culturalista” de la formación de clases, mostrando que
una de las categorías discursivas más utilizadas por ambos movimientos obreros,
la idea de “trabajo”, estuvo fuertemente determinada por prácticas culturales
que definieron no sólo lo que el movimiento obrero de cada país consideró como “explotación”
(en tanto expropiación de ese “trabajo”), sino también la manera en que ellos se
organizaron en sindicatos para contrarrestar tales niveles de explotación. De
manera similar, al analizar la formación de la clase trabajadora francesa,
William H. Sewell (1980) señala que detrás de la consolidación de los ideales
socialistas en el movimiento obrero francés del siglo XIX se encuentran una
serie de prácticas, experiencias y discursos heredados de las comunidades
corporativas de artesanos existentes en el “antiguo régimen”.
Según Sewell, la reapropiación revolucionaria de tales
prácticas y discursos antiguos le permitió a los trabajadores resistir y
contrarrestar, en pleno siglo XIX, las ambigüedades del discurso dominante
derivado de la Ilustración (particularmente, el carácter “irrealizable” de los
ideales de libertad, igualdad y fraternidad). Tal como Sewell y Thompson, Rick
Fantasia (1986) mostró, en su análisis del movimiento sindical norteamericano
de la década de 1980, que la conciencia de clase de los trabajadores sólo se
materializa cuando ellos construyen una “cultura de solidaridad” que emerge en
diversas prácticas de lucha tan diversas como huelgas y movilizaciones de nivel
“micro” (por ejemplo, en movilizaciones a nivel de fábrica destinadas a superar
problemas específicos de los trabajadores).
A pesar del carácter fructífero de este tipo de investigaciones,
el marco de análisis derivado de la obra de Thompson ha sido criticado desde
diversos ángulos. Por ejemplo, Ira Katznelson (1986) señala que el análisis de
Thompson depende mucho de una visión teleológica de la formación de clases. El
problema de esta visión teleológica es que la formación de la clase trabajadora
inglesa es vista como si de antemano tuviese un final predeterminado. Así, una
vez que existen ciertas condiciones externas que posibilitan la emergencia de
la clase trabajadora, desde el marco analítico de Thompson se asume que ella comienza
a “hacerse a sí” para terminar siendo inevitablemente
una fuerza revolucionaria. Consecuentemente, otros posibles resultados de
dicho proceso –por ejemplo, la emergencia de una clase no revolucionaria– no son
considerados como una alternativa real de desarrollo (1986: 21).
Al igual que Katznelson, Sewell (1990) ha criticado una de
las ideas básicas de Thompson, a saber: su concepto de experiencia. Para Thompson, la importancia de la experiencia radica
en que ella es el mecanismo de medicación entre las relaciones de producción y
la conciencia de clase o, puesto de otro modo, entre los conceptos marxistas de
clase en sí y clase para sí. El problema, según Sewell, es que el concepto de
experiencia desarrollado por Thompson abarca los términos que él misma supone
mediar. En efecto, ¿pueden las relaciones de producción o la conciencia existir
fuera de la experiencia? Para Sewell la respuesta es “no” (1990: 59). Por eso
la experiencia no puede ocupar un rol mediador en la formación de clase – la
formación de clases es experiencia en sí misma–. Como resultado de ello, Sewell
señala que Thompson ocupa la idea de experiencia no como mediación entre la
conciencia y las relaciones de producción, sino que más bien como el medio a
través del cual las estructuras – esas que el mismo Thompson rechaza– son
realizadas. En otras palabras, “Thompson implícitamente afirma lo que él niega:
que la clase está, de hecho, presente en la estructura económica
independientemente de la conciencia o falta de conciencia de los trabajadores.
Si la experiencia de los trabajadores produce conciencia de clase antes que
otro tipo de conciencia es porque sus experiencias son experiencias de clase”
(p. 56). Esta crítica está directamente relacionada con otros cuestionamientos
que rechazan la falta de análisis, por parte de Thompson, de los determinantes
“estructurales” de las clases. Según estas críticas, dicha falta de análisis
llevó a Thompson a usar definiciones extremadamente ambiguas de “clase
trabajadora”, incluyendo dentro de la noción “trabajador” no sólo a obreros,
sino que también a artesanos y auto-empleados (Curry y Harwell, 1965: 694). Más
importante aún, el rechazo a un análisis estructural de las clases hizo que
Thompson incluyera la idea de “conciencia de clase” dentro de la definición
misma de “posición de clase” (Cohen, 1978: 73), afirmando implícitamente así
que no hay clase cuando no hay conciencia de clase.
Finalmente, algunos autores han señalado que las
pretensiones “universalistas” del análisis de Thompson –por ejemplo su afán por
otorgar a la clase obrera inglesa el canon de “modelo” para el análisis de
otras formaciones de clase– esconden, en realidad, una lectura del desarrollo
social fuertemente anclada en el marxismo clásico. Según estos críticos, tal anclaje impide reconocer algunas de las falencias centrales
de la teoría marxista clásica, tales como su interpretación naturalista de la
historia basada en la supuesta relación lineal entre industrialización,
proletarización y el nacimiento de una clase revolucionaria (Somers, 1997), así
como su (falso) universalismo basado en el uso de categorías como “clase
trabajadora” que exaltan lo masculino y “público” en desmedro de lo femenino y
“privado” (Rose, 1997; Scott, 1995; Stedman Jones, 1995). Aunque interesantes,
este último tipo de críticas han sin embargo oscurecido las posibilidades
reales para la investigación empírica de la conciencia de clase. Dichas
críticas no sólo rechazan un marco de análisis marxista sin proponer uno alternativo
que dé cuenta de la lucha de clases y del cambio histórico derivado de ella. Al
mismo tiempo, y tal como ha sido señalado por John Hall (1997: 15), dicho
rechazo de los elementos “totalizantes” y “esencialistas” del marxismo clásico
ha devenido en un discursivismo y un historicismo ateórico, los cuales no han
significado una mejora en nuestracomprensión de los procesos de formación de
clases.
Es por esto que los desarrollos analíticos más atractivos
para el análisis de la formación y la conciencia de clases deberían ser
encontrados en otro lado. Ellos podrían ser encontrados, por ejemplo, en
análisis como el de Marc W. Steinberg (1999). A partir su estudio de diversos
sectores de la clase obrera inglesa del siglo XIX, Steinberg señala que los
discursos políticos utilizados por los obreros en sus luchas contra la clase
dominante no deben ser entendidos como la “fuente” de la realidad experimentada
por ellos (tal como lo dirían las posturas discursivistas).
El discurso, en este sentido, no “construyó” las realidades vividas y sentidas
por la clase obrera inglesa. Más bien, señala Steinberg, los discursos
producidos por la clase obrera sirvieron como un instrumento mediador a través
de la cual los trabajadores y trabajadoras estructuraron sus vivencias en el
mundo y, de ese modo, su conciencia de
clase. En efecto, Steinberg afirma que los obreros ingleses del siglo XIX
desarrollaron sus visionesde mundo a través de discursos que les fueron útiles
para generar un poder colectivo de clase. Ello no implica que el discurso en sí
mismo haya sido el generador tales realidades “objetivas” (el discurso siempre
está anclado a una realidad material que lo trasciende y lo antecede). En base
a esto Steinberg asevera: “Gracias a que el discurso está anclado a realidades
materiales que existen fuera de su
propio collage de significados es que algunas personas [los obreros en este
caso] pueden tomar ventajas dentro de él” (p. 16).
3. Definiendo la
conciencia de clase: una propuesta
A partir de las perspectivas de análisis revisadas en el
punto anterior es posible establecer una definición de la conciencia de clase
que sea adecuada tanto en términos conceptuales como en términos de la
investigación empírica. Para ello, resulta fundamental tomar en cuenta algunos
elementos centrales de los enfoques estructurales y procesuales. Ambos enfatizan
diferentes dimensiones de la conciencia de clase que pueden ser útiles para el desarrollo
de un estudio más elaborado de la desigualdad de clases y de la manera en que ella
determina efectos sobre la conciencia de los sujetos. Por ejemplo, mientras el
enfoque estructural enfatiza una definición de la conciencia de clase en tanto
“conciencia de los intereses de clase”,
el enfoque procesual enfatiza una definición de la conciencia de clase en tanto
identidad de clase. Tal énfasis hace
que cada enfoque destaque diferentes determinantes de la conciencia de clase
(Wright, 1997: 492-496). Mientras el enfoque estructural afirma que la
conciencia de clase está, en tanto conciencia de los intereses de clase,
determinada fundamentalmente por la posición de las personas en las relaciones
de explotación (es decir, por su posición
de clase), el enfoque procesual señala que la conciencia de clase, en tanto
identidad de clase, está determinada por aspectos temporales de más largo
alcance tales como las experiencias de
clase a la cual las personas están expuestas a lo largo de sus vidas.
A partir de esto se puede afirmar que la conciencia de clase
posee dos dimensiones centrales. Estas dimensiones son: 1) identidad de clase o el reconocimiento que las personas hacen de sí
mismos como miembros de una clase a partir de la identificación de una
situación de clase común, y 2) intereses
de clase, es decir, los intereses que tienen los miembros de una clase en relación
a las relaciones de explotación y las consecuencias sociales que ellas generan
(por ejemplo, la emergencia de situaciones de desigualdad material y de poder
entre clases sociales). Ambas dimensiones de la conciencia de clases han sido
descritas, aunque de manera un poco diferente, en algunos análisis
desarrollados hace algunas décadas atrás. En su conocida operacionalización del
concepto de conciencia de clase, Michael Mann (1973: 13) afirma, por ejemplo,
que en las sociedades capitalistas contemporáneas la conciencia de clase trabajadora
tiene que ser estudiada a partir de la distinción entre cuatro elementos implicados
en ella. Estos elementos son: 1) identidad de clase, es decir, la definición
que los sujetos hacen de sí mismos como miembros de una clase que ocupan, junto
a otros miembros de esa clase, un rol distintivo en las relaciones productivas;
2) oposición de clase, o sea, la percepción
que los miembros la clase trabajadora tienen del capitalismo y sus agentes en tanto
oponentes a sus intereses de clase; 3) totalidad de clase, es decir, el
reconocimiento de que los dos elementos definidos previamente definen tanto la
situación de uno mismo en la sociedad como la situación de la sociedad en
general; y 4) la concepción de una
sociedad alternativa que se puede conseguir a partir de la lucha contra los
oponentes de clase. Para Mann, una conciencia de clase verdaderamente
revolucionaria –en el sentido marxista del término– puede ser vista sólo en la
combinación de estos cuatro elementos.
De modo similar, y sobre la base de argumentos ligeramente
diferentes, otros analistas (cf. Giddens, 1973; Hazelrigg y Lopreato, 1972) han
señalado que en las sociedades capitalistas avanzadas existen varios niveles en
la conciencia de clase trabajadora, entre los cuales la “identidad de clase”
representa el momento más básico y el estado de “conciencia revolucionaria”
denota el más avanzado y el más difícil de conseguir. En términos generales, la
diferenciación de estos estados o niveles de la conciencia de clase permite
aceptar la posibilidad de analizar empíricamente la conciencia de clase sin
depender necesariamente de la existencia empírica de una conciencia
revolucionaria. En otras palabras, tal diferenciación permite analizar la
conciencia de clase en sus niveles primarios de desarrollo o en contextos en
donde el conflicto entre clases no es necesariamente explícito.
En todas estas definiciones se puede observar que más allá
del número de “niveles” afirmados como elementos de la conciencia de clase, la
identidad y los intereses de clase representan los dos grandes componentes de
dicho concepto. Siguiendo el análisis de Mann, por ejemplo, se debería decir
que mientras el componente “identidad de clase” está claramente delimitado en
el nivel 1 (definido por Mann precisamente como identidad de clase), el componente definido como “intereses de clase” está representado
por los niveles 2 (oposición de clase),
3 (totalidad de clase) y 4 (concepción de una sociedad alternativa).
Es decir, los intereses de clases podrían ser entendidos como la suma de los
intereses oposicionales de clase, los intereses
totalizadores de clase (los cuales indican que la situación particular de
una clase es el resultado relaciones de clase más generales que trascienden los
límites de esa clase en particular) y los intereses de cambio social, los
cuales determinarían la necesidad que tiene una clase de generar una sociedad
alternativa, es decir, de transformar el estado de cosas actual (o de
mantenerlo, para el caso de la clase capitalista) con el fin de desarrollar
prácticamente sus intereses colectivos de clase.
Como se ve, las dos dimensiones de la conciencia de clase
enfatizadas por las perspectivas procesual y estructural representan dos
elementos centrales del concepto de conciencia de clase. Por ello es que la
integración de ambos enfoques parece ser promisoria y necesaria, tal como ha
sido señalado por algunas investigaciones empíricas recientes (Pérez, 2013;
Wallace y Junisbai, 2004). En efecto, además de lo ya señalado, ambos enfoques
son buenos complementos en la medida en que las limitaciones de un enfoque
parecen ser la virtudes del otro. El enfoque estructural, por ejemplo, enfatiza
correctamente la necesidad de definir el concepto de clase como algo objetivo
que existe independientemente de los individuos piensan de él. En este sentido,
tal preocupación por la determinación estructural de las clases (así como de
las relaciones de explotación que dan origen a ellas) es necesaria para evitar alguno
de los problemas asociados al análisis de Thompson –en especial el problema de colapsar
en la misma definición los conceptos de posición de clase y de conciencia de
clase–.
Por su parte, el enfoque procesual nos puede aportar una
visión complejizada y “desde abajo” de
la manera en que se configura la conciencia de clase en determinado momento de
la historia. En efecto, a pesar de la insistencia de Wright por evitar
definiciones contrafácticas de la conciencia de clase, uno de los riesgos
principales de la perspectiva estructural de las clases dice relación con el
problema de la imputación, es decir, el
problema asociado a quién define cuáles son los intereses de determinada clase
social. Por ejemplo, ¿quién define los intereses de la clase trabajadora? ¿El
investigador que define “desde afuera” tales intereses y que luego analiza la
correspondencia ente ellos y las respuestas de los encuestados? Claramente,
ésta no parece ser la mejor estrategia, especialmente porque este es un riesgo que
se corre en todo tipo de investigación cuantitativa (por ejemplo, todas
aquéllas que definen cierto tipo de respuestas como “pro-obreras” o
“pro-capitalistas”), y del cual está parcialmente liberada la investigación
cualitativa (en especial la de tipo inductivo, o sea, aquélla que deja que los
datos “le hablen” al investigador).
Este tipo de problemas puede ser superado a través del
desarrollo una agenda de investigación que no niegue las virtudes del análisis
cuantitativo, sino que sea capaz de combinar tal tipo de investigación con un
análisis cualitativo e inductivo enfocado en el proceso a través del cual los
miembros de una clase construyen su identidad y sus intereses de clase. En
efecto, negar la utilizad de la investigación cuantitativa en el estudio de la conciencia
de clase sería sumamente perjudicial para el análisis de clase. La
investigación cuantitativa es esencial en virtud de su capacidad para
entregarnos información capaz de representar poblaciones amplias que no pueden
ser estudiadas a través de metodologías cualitativas. Sin embargo, para que la
información entregada por ella tenga sentido es necesario que sus resultados
sean complementados por la investigación cualitativa. ¿Cómo podría ser posible,
entonces, combinar ambos tipos análisis? Un buen punto de partida es desarrollar
una definición de la conciencia de clase que recoja los elementos centrales de
las perspectivas analizadas en detalle a lo largo de este artículo. Tal tarea
es, de hecho, el objetivo final de este artículo. A partir de los elementos
enfatizados por la perspectivas estructural y procesual de las clases, la
conciencia de clase puede ser entendida como aquéllas características de la
subjetividad de las personas que son el resultado del proceso a través del cual
ellas, en tanto miembros de una clase social, construyen su identidad de
clase y toman conciencia de sus
intereses de clases. Como ya se señaló anteriormente, la identidad de clase
denota el reconocimiento que las personas hacen de sí mismos como miembros de una
clase a partir de la identificación de una situación de clase común. Por su
parte, los intereses de clase dan cuenta de aquellos intereses que tienen los
miembros de una clase en relación a las relaciones de explotación y las
consecuencias sociales que ellas generan. Tanto la identidad como los intereses
de clase son una creación colectiva (tal como señala el enfoque procesual) que
se encuentra, sin embargo, estructuralmente constreñida por las relaciones de
producción y explotación que son el soporte estructural de las clases (tal como
señala el enfoque estructural). En otras palabras, y siguiendo la terminología
sociológica convencional, la conciencia de clase debe ser entendida como el
resultado del proceso más general de formación de clases. Este resultado se
expresa en la existencia de identidades e intereses de clase desiguales y
antagónicos, derivados tanto de la posición actual de los individuos en las
relaciones de producción (como sostiene la perspectiva estructural) como de sus
experiencias vividas de clase (tal como señala el enfoque procesual).
4. Observaciones
finales: una agenda de investigación posible
Sobre la base de una definición como ésta se abren una serie
de oportunidades para la investigación empírica de la conciencia de clase y de
los conflictos de clases en las sociedades capitalistas contemporáneas. Por
ejemplo, una definición como ésta implica considerar la posición de clase de
los individuos, es decir su posición actual en la estructura de clases, y sus
experiencias vividas de clase como los determinantes fundamentales de la conciencia
de clase. Tanto la posición de clase como las experiencias históricas de clase
indican, en efecto, los mecanismos a través de los cuales la desigualdad de
clase define variaciones en la conciencia sociopolítica y, eventualmente,
diferentes posiciones políticas en el marco de conflictos de clase concretos
(Pérez, 2013). Este tipo de investigaciones requiere, como ya se señaló, la
necesaria conexión de metodologías cuantitativas y cualitativas. Mientras la primera
nos puede entregar información sobre las pautas generales de la conciencia de
clase derivada de la estructura de clases o de los orígenes de clase de los
individuos, la investigación cualitativa nos puede clarificar los mecanismos
históricos, ligados a las experiencias de clase que definen las características
de una formación de clases determinada, que explican por qué tales pautas
observadas actualmente tienen determinada forma y no otra.
Para que tales esfuerzos sean fructíferos es sumamente
necesario que la investigación de la conciencia de clase trascienda los límites
de una clase en particular (por ejemplo, la clase trabajadora). Siguiendo el
énfasis dado por Marx a la lucha de clases, parece claro que la única manera de
entender cómo una clase (la clase trabajadora, por ejemplo) articula su identidad
y sus intereses de clases es prestando atención a sus relaciones con otras clases (por ejemplo, la clase capitalista).
Esto se hace mucho más necesario si consideramos que, tal como señala Jeffrey
Haydu (2008) en su análisis de la formación de clase capitalista en Estados
Unidos, el estudio de la formación de clases se ha enfocado casi exclusivamente
en la clase trabajadora, dejando fuera del análisis lo que pasa “al otro lado
del campo de juego”. Con ello, no sólo no se examina lo que pasa con los
tradicionales oponentes de la clase trabajadora. También se privilegia la
descripción densa de una sola clase (lo que ha dado origen, por cierto, a
trabajos magistrales como el de E. P. Thompson) al precio de abandonar un
análisis de las relaciones de clase
que determinan, a fin de cuentas, las pautas de variación social observadas a
lo largo de la historia.
La importancia del estudio de las relaciones de clase ha
sido enfatizada recientemente por diversos sociólogos preocupados de la manera
en que el conflicto de clases determina transformaciones en los regímenes
políticos o en la forma en que se estructuran los regímenes de bienestar (cf.
Esping-Andersen, 1990; Korpi, 2006, 2008). Walter Korpi (2008), por ejemplo, ha
demostrado que los niveles de “generosidad” de los estados de bienestar de las
naciones industrializadas (por ejemplo, en qué medida dichos regímenes aseguran
derechos sociales desmercantilizados para su población) dependen
fundamentalmente de la capacidad política que tenga la clase trabajadora para
presionar por ellos. La idea básica de su análisis, tradicionalmente conocido
como el enfoque de “los recursos de poder” (power
resources approach) ha sido utilizada también para explicar por qué ciertos
regímenes en América Latina garantizan mayores derechos sociales que otros
(Huber y Stephens, 2012). En los últimos años, y ante la aparición de una serie
de estudios que han enfatizado el rol jugado por la clase capitalista o la
clase media en favor de la extensión de derechos sociales (cf. Baldwin, 1990;
Hall y Soskice, 2001; Swenson, 2002), Walter Korpi (2006) ha señalado acertadamente
la necesidad de desarrollar un renovado marco de análisis. Éste debería incluir no sólo la influencia que la acción de una clase (la
clase trabajadora, por ejemplo) tiene sobre el estado o el régimen político,
sino también la manera en que dicha acción genera cambios o concesiones en los
intereses de otras clases (la clase capitalista o la clase media, por ejemplo).
En otras palabras, este marco de análisis debería enfocarse no en los intereses
de una sola clase, sino más bien en las relaciones
de clase (Korpi, 2006: 206).
En el marco de este tipo de discusiones, un análisis de la
conciencia tal como el propuesto acá de clase resulta de suma importancia. Dicho
análisis podría clarificar, por ejemplo, cuáles son los intereses clase de los
distintos actores involucrados en los conflictos políticos en torno a la
crítica o defensa del proyecto neoliberal (en particular en torno a sus
expresiones más concretas, como lo son la privatización y mercantilización de
derechos sociales). Más importante aún, un análisis como el acá propuesto
podría ayudar a explicar, bajo el marco de investigaciones comparativas
enfocadas en la formación de clases, por qué en ciertos países o regiones de un
mismo país la clase trabajadora parece tener niveles de conciencia más elevados
que en otras regiones o países. En efecto, dicho análisis podría entregar luces
acerca del modo en que fenómenos históricos recientes en América Latina –por ejemplo,
las dictaduras y las transformaciones neoliberales– determinaron la emergencia
de condiciones para la formación de clases que favorecieron la capacidad
política de algunas clases y perjudicaron de sobremanera las capacidades de
otras.
El ejemplo más palpable de estas pautas desiguales de
formación de clases es, tal vez, el caso de Chile. Ahí, la profundidad de la
transformación neoliberal, así como el grado extremo de la represión
dictatorial, determinó la aparición de una clase capitalista extremadamente fuerte,
con altos grados de cohesión interna y altamente clara en sus intereses,
mientras que al mismo tiempo destruyó tanto a las organizaciones tradicionales
de clase trabajadora como sus vínculos con partidos y organizaciones de
izquierda (Barret, 2001; Drake, 2003). Dicha trayectoria divergente entre la
clase capitalista y la clase trabajadora chilena puede explicar por qué el
movimiento sindical chileno parece estar ubicado en la retaguardia del actual proceso
de movilización anti-neoliberal observado en el país desde 2011. En este
sentido es que una investigación de la conciencia de clase tendría que tratar
de indicar en qué medida tales movilizaciones (observadas fundamentalmente en
torno a la temática de la educación y los derechos sociales) pueden ser vistas
como la expresión desencajada de un malestar de clase trabajadora. Ante la
imposibilidad práctica de organizarse en torno a organizaciones tradicionales
de clase –los sindicatos, por ejemplo, están fuertemente limitados por el
código laboral chileno impuesto en dictadura y aún vigente– es probable que
este malestar de clase trabajadora haya tenido que recurrir a otras formas de
organización social que trascienden la esfera de la producción (Pérez, 2012). A
partir de lo señalado por Thompson, es probable que tales respuestas colectivas
de la clase trabajadora sean la expresión de un proceso mayor de formación de
clase. Ante esto, sólo la investigación empírica puede entregarnos luces sobre la
manera en que dicho proceso puede, o no, consolidarse con la aparición de una
clase trabajadora organizada capaz de defender sus intereses colectivos.
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