- Conferencia pronunciada en la Universidad Sverlov el 11
de junio de 1919, donde se analizan de forma introductoria sobre la concepción
del Estado, cuál es su origen, y cuál debe ser la actitud de los partidos
comunistas hacia el mismo
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Lenin ✆ Gerásimo
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Lenin | Camaradas,
el tema de la charla de hoy, de acuerdo con el plan trazado por ustedes que me
ha sido comunicado, es el Estado. Ignoro hasta qué punto están ustedes al tanto
de este tema. Si no me equivoco, sus cursos acaban de iniciarse, y por primera
vez abordarán sistemáticamente este tema. De ser así, puede muy bien ocurrir
que en la primera conferencia sobre este tema tan difícil yo no consiga que mi
exposición sea suficientemente clara y comprensible para muchos de mis oyentes.
En tal caso, les ruego que no se preocupen, porque el problema del Estado es
uno de los más complicados y difíciles, tal vez aquel en el que más confusión
sembraron los eruditos, escritores y filósofos burgueses. No cabe esperar, por
lo tanto, que se pueda llegar a una comprensión profunda del tema con una breve
charla, en una sola sesión. Después de la primera charla sobre este tema,
deberán tomar nota de los pasajes que no hayan entendido o que no les resulten
claros, para volver sobre ellos dos, tres y cuatro veces, a fin de que más
tarde se pueda completar y aclarar lo que no hayan entendido, tanto mediante la
lectura como mediante diversas charlas y conferencias. Espero que podamos
volver a reunirnos y que podremos entonces intercambiar opiniones sobre todos los
puntos complementarios y ver qué es lo que ha quedado más oscuro. Espero
también, que además de las charlas y conferencias dedicarán algún tiempo a
leer, por lo menos, algunas de las obras más importantes de Marx y Engels. No
cabe duda de que estas
obras, las más importantes, han de encontrarse en la
lista de libros recomendados y en los manuales que están disponibles en la
biblioteca de ustedes para los estudiantes, de la escuela del Soviet y del
partido; y aunque, una vez más, algunos de ustedes se sientan al principio,
desanimados por la dificultad de la exposición, vuelvo a advertirles que no
deben preocuparse por ello; lo que no resulta claro a la primera lectura, será
claro a la segunda lectura, o cuando posteriormente enfoquen el problema desde
otro ángulo algo diferente. Porque, lo repito una vez más, el problema es tan
complejo y ha sido tan embrollado por los eruditos y escritores burgueses, que
quien desee estudiarlo seriamente y llegar a dominarlo por cuenta propia, debe
abordarlo varias veces, volver sobre él una y otra vez y considerarlo desde
varios ángulos, para poder llegar a una comprensión clara y definida de él.
Porque es un problema tan fundamental, tan básico en toda política y porque, no
sólo en tiempos tan turbulentos y revolucionarios como los que vivimos, sino
incluso en los más pacíficos, se encontrarán con él todos los días en cualquier
periódico, a propósito de cualquier asunto económico o político, será tanto más
fácil volver sobre él. Todos los días, por uno u otro motivo, volverán ustedes
a la pregunta: ¿que es el Estado, cuál es su naturaleza, cuál es su
significación y cuál es la actitud de nuestro partido, el partido que lucha por
el derrocamiento del capitalismo, el partido comunista, cuál es su actitud
hacia el Estado? Y lo más importante es que, como resultado de las lecturas que
realicen, como resultado de las charlas y conferencias que escuchen sobre el
Estado, adquirirán la capacidad de enfocar este problema por sí mismos, ya que
se enfrentarán con él en los más diversos motivos, en relación con las
cuestiones más triviales, en los contextos más inesperados, y en discusiones y
debates con adversarios. Y sólo cuando aprendan a orientarse por sí mismos en
este problema sólo entonces podrán considerarse lo bastante firmes en sus
convicciones y capaces para defenderlas con éxito contra cualquiera y en
cualquier momento.
Luego de estas breves consideraciones, pasaré a tratar el
problema en sí: qué es el Estado, cómo surgió y fundamentalmente, cuál debe ser
la actitud hacia el Estado del partido de la clase obrera, que lucha por el
total derrocamiento del capitalismo, el partido de los comunistas.
Ya he dicho que difícilmente se encontrará otro problema en
que deliberada e inconcientemente, hayan sembrado tanta confusión los representantes
de la ciencia, la filosofía, la jurisprudencia, la economía política y el
periodismo burgueses como en el problema del Estado. Todavía hoy es confundido
muy a menudo con problemas religiosos; no sólo por los representantes de
doctrinas religiosas (es completamente natural esperarlo de ellos), sino
incluso personas que se consideran libres de prejuicios religiosos confunden
muy a menudo la cuestión especifica del Estado con problemas religiosos y
tratan de elaborar una doctrina —con frecuencia muy compleja, con un enfoque y
una argumentación ideológicos y filosóficos— que pretende que el Estado es algo
divino, algo sobrenatural, cierta fuerza, en virtud de la cual ha vivido la
humanidad, que confiere, o puede conferir a los hombres, o que contiene en sí
algo que no es propio del hombre, sino que le es dado de fuera: una fuerza de
origen divino. Y hay que decir que esta doctrina está tan estrechamente
vinculada a los intereses de las clases explotadoras —de los terratenientes y
los capitalistas—, sirve tan bien sus intereses, impregnó tan profundamente
todas las costumbres, las concepciones, la ciencia de los señores
representantes de la burguesía, que se encontrarán ustedes con vestigios de
ella a cada paso, incluso en la concepción del Estado que tienen los
mencheviques y eseristas, quienes rechazan indignados la idea de que se hallan
bajo el influjo de prejuicios religiosos y están convencidos de que pueden
considerar el Estado con serenidad. Este problema ha sido tan embrollado y
complicado porque afecta más que cualquier otro (cediendo lugar a este respecto
solo a los fundamentos de la ciencia económica) los intereses de las clases
dominantes. La teoría del Estado sirve para justificar los privilegios
sociales, la existencia de la explotación, la existencia del capitalismo, razón
por la cual sería el mayor de los errores esperar imparcialidad en este
problema, abordarlo en la creencia de que quienes pretenden ser científicos
puedan brindarles a ustedes una concepción puramente científica del asunto.
Cuando se hayan familiarizado con el problema del Estado, con la doctrina del
Estado y con la teoría del Estado, y lo hayan profundizado suficientemente,
descubrirán siempre la lucha entre clases diferentes, una lucha que se refleja
o se expresa en un conflicto entre concepciones sobre el Estado, en la
apreciación del papel y de la significación del Estado.
Para abordar este problema del modo más científico, hay que
echar, por lo menos, una rápida mirada a la historia del Estado, a su
surgimiento y evolución. Lo más seguro, cuando se trata de un problema de
ciencia social, y lo más necesario para adquirir realmente el hábito de enfocar
este problema en forma correcta, sin perdernos en un cúmulo de detalles o en la
inmensa variedad de opiniones contradictorias; lo más importante para abordar
el problema científicamente, es no olvidar el nexo histórico fundamental,
analizar cada problema desde el punto de vista de cómo surgió en la historia el
fenómeno dado y cuáles fueron las principales etapas de su desarrollo y, desde
el punto de vista de su desarrollo, examinar en qué se ha convertido hoy.
Espero que al estudiar este problema del Estado se
familiarizarán con la obra de Engels El origen de la familia, la propiedad
privada y el Estado. Se trata de una de las obras fundamentales del socialismo
moderno, cada una de cuyas frases puede aceptarse con plena confianza, en la
seguridad de que no ha sido escrita al azar, sino que se basa en una abundante
documentación histórica y política. Sin duda, no todas las partes de esta obra
están expuestas en forma igualmente accesible y comprensible; algunas de ellas
suponen un lector que ya posea ciertos conocimientos de historia y de economía.
Pero vuelvo a repetirles que no deben preocuparse si al leer esta obra no la
entienden inmediatamente. Esto le sucede a casi todo el mundo. Pero releyéndola
más tarde, cuando estén interesados en el problema, lograrán entenderla en su
mayor parte, si no en su totalidad. Cito este libro de Engels porque en él se
hace un enfoque correcto del problema en el sentido mencionado. Comienza con un
esbozo histórico de los orígenes del Estado.
Para tratar debidamente este problema, lo mismo que
cualquier otro —por ejemplo el de los orígenes del capitalismo, la explotación
del hombre por el hombre, el del socialismo, cómo surgió el socialismo, qué
condiciones lo engendraron—, cualquiera de estos problemas sólo puede ser
enfocado con seguridad y confianza si se echa una mirada a la historia de su
desarrollo en conjunto. En relación con este problema hay que tener presente,
ante todo, que no siempre existió el Estado. Hubo un tiempo en que no había
Estado. Este aparece en el lugar y momento en que surge la división de la
sociedad en clases, cuando aparecen los explotadores y los explotados.
Antes de que surgiera la primera forma de explotación del
hombre por el hombre, la primera forma de la división en clases —propietarios
de esclavos y esclavos—, existía la familia patriarcal o, como a veces se la
llama, la familia del clan (clan: gens; en ese entonces vivían juntas las
personas de un mismo linaje u origen). En la vida de muchos pueblos primitivos
subsisten huellas muy definidas de aquellos tiempos primitivos, y si se toma
cualquier obra sobre la cultura primitiva, se tropezará con descripciones, indicaciones
y reminiscencias más o menos precisas del hecho de que hubo una época más o
menos similar a un comunismo primitivo, en la que aún no existía la división de
la sociedad en esclavistas y esclavos. En esa época no existía el Estado, no
había ningún aparato especial para el empleo sistemático de la fuerza y el
sometimiento del pueblo por la fuerza. Ese aparato es lo que se llama Estado.
En la sociedad primitiva, cuando la gente vivía en pequeños
grupos familiares y aún se hallaba en las etapas más bajas del desarrollo, en
condiciones cercanas al salvajismo —época separada por varios miles de años de
la moderna sociedad humana civilizada—, no se observan aún indicios de la
existencia del Estado. Nos encontramos con el predominio de la costumbre, la
autoridad, el respeto, el poder de que gozaban los ancianos del clan; nos
encontramos con que a veces este poder era reconocido a las mujeres —la
posición de las mujeres, entonces, no se parecía a la de opresión y falta de
derechos de las mujeres de hoy—, pero en ninguna parte encontramos una
categoría especial de individuos diferenciados que gobiernen a los otros y que,
en aras y con el fin de gobernar, dispongan sistemática y permanentemente de
cierto aparato de coerción, de un aparato de violencia, tal como el que
representan actualmente, como todos saben, los grupos especiales de hombres
armados, las cárceles y demás medios para someter por la fuerza la voluntad de
otros, todo lo que constituye la esencia del Estado.
Si dejamos de lado las llamadas doctrinas religiosas, las
sutilezas, los argumentos filosóficos y las diversas opiniones erigidas por los
eruditos burgueses, y procuramos llegar a la verdadera esencia del asunto,
veremos que el Estado es en realidad un aparato de gobierno, separado de la
sociedad humana. Cuando aparece un grupo especial de hombres de esta clase,
dedicados exclusivamente a gobernar y que para gobernar necesitan de un aparato
especial de coerción para someter la voluntad de otros por la fuerza —cárceles,
grupos especiales de hombres, ejércitos, etc. —, es cuando aparece el Estado.
Pero hubo un tiempo en que no existía el Estado, en que los
vínculos generales, la sociedad misma, la disciplina y organización del trabajo
se mantenían por la fuerza de la costumbre y la tradición, por la autoridad y
el respeto de que gozaban los ancianos del clan o las mujeres —quienes en
aquellos tiempos, no sólo gozaban de una posición social igual a la de los
hombres, sino que, no pocas veces, gozaban incluso de una posición social
superior—, y en que no había una categoría especial de personas que se
especializaban en gobernar. La historia demuestra que el Estado, como aparato
especial para la coerción de los hombres, surge solamente donde y cuando
aparece la división de la sociedad en clases, o sea, la división en grupos de
personas, algunas de las cuales se apropian permanentemente del trabajo ajeno,
donde unos explotan a otros.
Y esta división de la sociedad en clases, a través de la
historia, es lo que debemos tener siempre presente con toda claridad, como un
hecho fundamental. El desarrollo de todas las sociedades humanas a lo largo de
miles de años, en todos los países sin excepción, nos revela una sujeción
general a leyes, una regularidad y consecuencia; de modo que tenemos, primero,
una sociedad sin clases, la sociedad originaria, patriarcal, primitiva, en la
que no existían aristócratas; luego una sociedad basada en la esclavitud, una
sociedad esclavista. Toda la Europa moderna y civilizada pasó por esa etapa: la
esclavitud reinó soberana hace dos mil años. Por esa etapa pasó también la gran
mayoría de los pueblos de otros lugares del mundo. Todavía hoy se conservan
rastros de la esclavitud entre los pueblos menos desarrollados; en África, por
ejemplo, persiste todavía en la actualidad la institución de la esclavitud. La
división en propietarios de esclavos y esclavos fue la primera división de
clases importante. El primer grupo no sólo poseía todos los medios de
producción —la tierra y las herramientas, por muy primitivas que fueran en
aquellos tiempos—, sino que poseía también los hombres. Este grupo era conocido
como el de los propietarios de esclavos, mientras que los que trabajaban y
suministraban trabajo a otros eran conocidos como esclavos.
Esta forma fue seguida en la historia por otra: el
feudalismo. En la gran mayoría de los países, la esclavitud, en el curso de su
desarrollo, evolucionó hacia la servidumbre. La división fundamental de la
sociedad era: los terratenientes propietarios de siervos, y los campesinos
siervos. Cambió la forma de las relaciones entre los hombres. Los poseedores de
esclavos consideraban a los esclavos como su propiedad; la ley confirmaba este
concepto y consideraba al esclavo como un objeto que pertenecía íntegramente al
propietario de esclavos. Por lo que se refiere al campesino siervo, subsistía
la opresión de clase y la dependencia, pero no se consideraba que los
campesinos fueran un objeto de propiedad del terrateniente propietario de
siervos; éste sólo tenía derecho a apropiarse de su trabajo, a obligarlos a
ejecutar ciertos servicios. En la práctica, como todos ustedes saben, la
servidumbre, sobre todo en Rusia, donde subsistió durante más tiempo y revistió
las formas más brutales, no se diferenciaba en nada de la esclavitud.
Más tarde, con el desarrollo del comercio, la aparición del
mercado mundial y el desarrollo de la circulación monetaria, dentro de la
sociedad feudal surgió una nueva clase, la clase capitalista. De la mercancía,
el intercambio de mercancías y la aparición del poder del dinero, surgió el
poder del capital. Durante el siglo XVIII, o mejor dicho desde fines del siglo
XVIII y durante el siglo XIX, estallaron revoluciones en todo el mundo. El
feudalismo fue abolido en todos los países de Europa Occidental. Rusia fue el
último país donde ocurrió esto. En 1861 se produjo también en Rusia un cambio
radical; como consecuencia de ello, una forma de sociedad fue remplazada por
otra: el feudalismo fue remplazado por el capitalismo, bajo el cual siguió
existiendo la división en clases, así como diversas huellas y supervivencias
del régimen de servidumbre, pero fundamentalmente la división en clases asumió
una forma diferente.
Los dueños del capital, los dueños de la tierra y los dueños
de las fábricas constituían y siguen constituyendo, en todos los países
capitalistas, una insignificante minoría de la población, que gobierna
totalmente el trabajo de todo el pueblo, y, por consiguiente, gobierna, oprime
y explota a toda la masa de trabajadores, la mayoría de los cuales son
proletarios, trabajadores asalariados, que se ganan la vida en el proceso de
producción, sólo vendiendo su mano de obra, su fuerza de trabajo. Con el paso
al capitalismo, los campesinos, que habían sido divididos y oprimidos bajo el
feudalismo, se convirtieron, en parte (la mayoría) en proletarios, y en parte
(la minoría) en campesinos ricos, quienes a su vez contrataron trabajadores y
constituyeron la burguesia rural.
Este hecho fundamental —el paso de la sociedad, de las
formas primitivas de esclavitud al feudalismo, y por último al capitalismo— es
el que deben ustedes tener siempre presente, ya que sólo recordando este hecho
fundamental, encuadrando todas las doctrinas políticas en este marco
fundamental, estarán en condiciones de valorar debidamente esas doctrinas y
comprender qué se proponen. Pues cada uno de estos grandes periodos de la
historia de la humanidad —el esclavista, el feudal y el capitalista— abarca
decenas y centenares de siglos, y presenta una cantidad tal de formas
políticas, una variedad tal de doctrinas políticas, opiniones y revoluciones,
que sólo podremos llegar a comprender esta enorme diversidad y esta inmensa
variedad —especialmente en relación con las doctrinas políticas, filosóficas y
otras de los eruditos y políticos burgueses—, si sabemos aferrarnos firmemente,
como a un hilo orientador fundamental, a esta división de la sociedad en
clases, a esos cambios de las formas de la dominación de clases, y si
analizamos, desde este punto de vista, todos los problemas sociales
(económicos, políticos, espirituales, religiosos, etc.).
Si ustedes consideran el Estado desde el punto de vista de
esta división fundamental, verán que antes de la división de la sociedad en
clases, como ya lo he dicho, no existía ningún Estado. Pero cuando surge y se
afianza la división de la sociedad en clases, cuando surge la sociedad de
clases, también surge y se afianza el Estado. La historia de la humanidad
conoce decenas y cientos de países que han pasado o están pasando en la
actualidad por la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo. En cada uno de
ellos, pese a los enormes cambios históricos que han tenido lugar, pese a todas
las vicisitudes políticas y a todas las revoluciones relacionadas con este
desarrollo de la humanidad y con la transición de la esclavitud al capitalismo,
pasando por el feudalismo, y hasta llegar a la actual lucha mundial contra el
capitalismo, ustedes percibirán siempre el surgimiento del Estado. Este ha sido
siempre determinado aparato al margen de la sociedad y consistente en un grupo
de personas dedicadas exclusiva o casi exclusivamente o principalmente a
gobernar. Los hombres se dividen en gobernados y en especialistas en gobernar,
que se colocan por encima de la sociedad y son llamados gobernantes,
representantes del Estado. Este aparato, este grupo de personas que gobiernan a
otros, se apodera siempre de ciertos medios de coerción, de violencia física,
ya sea que esta violencia sobre los hombres se exprese en la maza primitiva o
en tipos más perfeccionados de armas, en la época de la esclavitud, o en las
armas de fuego inventadas en la Edad Media o, por último, en las armas
modernas, que en el siglo XX son verdaderas maravillas de la técnica y se basan
íntegramente en los últimos logros de la tecnología moderna. Los métodos de
violencia cambiaron, pero dondequiera existió un Estado, existió en cada
sociedad, un grupo de personas que gobernaban, mandaban, dominaban, y que, para
conservar su poder, disponían de un aparato de coerción física, de un aparato
de violencia, con las armas que correspondían al nivel técnico de la época
dada. Y sólo examinando estos fenómenos generales, preguntándonos por qué no
existió ningún Estado cuando no había clases, cuando no había explotadores y
explotados, y por que apareció cuando aparecieron las clases; sólo así
encontraremos una respuesta definida a la pregunta de cuál es la esencia y la
significación del Estado.
El Estado es una máquina para mantener la dominación de una
clase sobre otra. Cuando no existían clases en la sociedad, cuando, antes de la
época de la esclavitud, los hombres trabajaban en condiciones primitivas de
mayor igualdad, en condiciones en que la productividad del trabajo era todavía
muy baja y cuando el hombre primitivo apenas podía conseguir con dificultad los
medios indispensables para la existencia más tosca y primitiva, entonces no
surgió, ni podía surgir, un grupo especial de hombres separados especialmente
para gobernar y dominar al resto de la sociedad. Sólo cuando apareció la
primera forma de la división de la sociedad en clases, cuando apareció la
esclavitud, cuando una clase determinada de hombres, al concentrarse en las
formas más rudimentarias del trabajo agrícola, pudo producir cierto excedente,
y cuando este excedente no resultó absolutamente necesario para la más mísera
existencia del esclavo y pasó a manos del propietario de esclavos, cuando de
este modo quedó asegurada la existencia de la clase de los propietarios de
esclavos, entonces, para que ésta pudiera afianzarse era necesario que
apareciera un Estado.
Y apareció el Estado esclavista, un aparato que dio poder a
los propietarios de esclavos y les permitió gobernar a los esclavos. La
sociedad y el Estado eran entonces mucho más reducidos que en la actualidad,
poseían medios de comunicación incomparablemente más rudimentarios; no existían
entonces los modernos medios de comunicación. Las montañas, los ríos y los
mares eran obstáculos incomparablemente mayores que hoy, y el Estado se formó
dentro de límites geográficos mucho más estrechos. Un aparato estatal
técnicamente débil servía a un Estado confinado dentro de límites relativamente
estrechos y con una esfera de acción limitada. Pero, de cualquier modo, existía
un aparato que obligaba a los esclavos a permanecer en la esclavitud, que
mantenía a una parte de la sociedad sojuzgada y oprimida por la otra. Es
imposible obligar a la mayor parte de la sociedad a trabajar en forma
sistemática para la otra parte de la sociedad sin un aparato permanente de
coerción. Mientras no existieron clases, no hubo un aparato de este tipo.
Cuando aparecieron las clases, siempre y en todas partes, a medida que la
división crecía y se consolidaba, aparecía también una institución especial: el
Estado. Las formas de Estado eran en extremo variadas. Ya durante el período de
la esclavitud encontramos diversas formas de Estado en los países más
adelantados, más cultos y civilizados de la época, por ejemplo en la antigua
Grecia y en la antigua Roma, que se basaban íntegramente en la esclavitud. Ya
había surgido en aquel tiempo una diferencia entre monarquía y república, entre
aristocracia y democracia. La monarquía es el poder de una sola persona, la
república es la ausencia de autoridades no elegidas; la aristocracia es el
poder de una minoría relativamente pequeña, la democracia el poder del pueblo
(democracia en griego, significa literalmente poder del pueblo). Todas estas
diferencias surgieron en la época de la esclavitud. A pesar de estas
diferencias, el Estado de la época esclavista era un Estado esclavista, ya se
tratara de una monarquía o de una república, aristocrática o democrática.
En todos los cursos de historia de la antigüedad, al
escuchar la conferencia sobre este tema, les hablarán de la lucha librada entre
los Estados monárquicos y los republicanos. Pero el hecho fundamental es que
los esclavos no eran considerados seres humanos; no sólo no se los consideraba
ciudadanos, sino que ni siquiera se los consideraba seres humanos. El derecho
romano los consideraba como bienes. La ley sobre el homicidio, para no
mencionar otras leyes de protección de la persona, no amparaba a los esclavos.
Defendía sólo a los propietarios de esclavos, los únicos que eran reconocidos
como ciudadanos con plenos derechos. Lo mismo daba que gobernara una monarquía
o una república: tanto una como otra eran una república de los propietarios de
esclavos o una monarquía de los propietarios de esclavos. Estos gozaban de
todos los derechos, mientras que los esclavos, ante la ley, eran bienes; y
contra el esclavo no sólo podía perpetrarse cualquier tipo de violencia, sino
que incluso matar a un esclavo no era considerado delito. Las repúblicas
esclavistas diferían en su organización interna: había repúblicas
aristocráticas y repúblicas democráticas. En la república aristocrática
participaba en las elecciones un reducido número de privilegiados; en la
republica democrática participaban todos, pero siempre todos los propietarios
de esclavos, todos, menos los esclavos. Debe tenerse en cuenta este hecho
fundamental, pues arroja más luz que ningún otro sobre el problema del Estado,
y pone claramente de manifiesto la naturaleza del Estado.
El Estado es una máquina para que una clase reprima a otra,
una máquina para el sometimiento a una clase de otras clases, subordinadas.
Esta máquina puede presentar diversas formas. El Estado esclavista podía ser
una monarquía, una república aristocrática e incluso una república democrática.
En realidad, las formas de gobierno variaban extraordinariamente, pero su
esencia era siempre la misma: los esclavos no gozaban de ningún derecho y
seguían siendo una clase oprimida; no se los consideraba seres humanos. Nos
encontramos con lo mismo en el Estado feudal.
El cambio en la forma de explotación trasformó el Estado
esclavista en Estado feudal. Esto tuvo una enorme importancia. En la sociedad
esclavista, el esclavo no gozaba de ningún derecho y no era considerado un ser
humano; en la sociedad feudal, el campesino se hallaba sujeto a la tierra. El
principal rasgo de la servidumbre era que a los campesinos (y en aquel tiempo
los campesinos constituían la mayoría, pues la población urbana era todavía muy
poco desarrollada) se los consideraba sujetos a la tierra: de ahí se deriva
este concepto mismo (la servidumbre). El campesino podía trabajar cierto número
de días para si mismo en la parcela que le asignaba el señor feudal; los demás
días el campesino siervo trabajaba para su señor. Subsistía la esencia de la
sociedad de clases: la sociedad se basaba en la explotación de clase. Sólo los
propietarios de la tierra gozaban de plenos derechos; los campesinos no tenían
ningún derecho. En la práctica su situación no difería mucho de la situación de
los esclavos en el Estado esclavista. Sin embargo, se había abierto un camino más
amplio para su emancipación, para la emancipación de los campesinos, ya que el
campesino siervo no era considerado propiedad directa del señor feudal. Podía
trabajar una parte de su tiempo en su propia parcela; podía, por así decirlo,
ser, hasta cierto punto, dueño de sí mismo; y al ampliarse las posibilidades de
desarrollo del intercambio y de las relaciones comerciales, el sistema feudal
se fue desintegrando progresivamente y se fueron ampliando progresivamente las
posibilidades de emancipación del campesinado. La sociedad feudal fue siempre
más compleja que la sociedad esclavista. Había un importante factor de
desarrollo del comercio y la industria, cosa que, incluso en esa época, condujo
al capitalismo. El feudalismo predominaba en la Edad Media. Y también aquí
diferían las formas del Estado; también aquí encontramos la monarquía y la
república, aunque esta última se manifestaba mucho más débilmente. Pero siempre
se consideraba al señor feudal como el único gobernante. Los campesinos siervos
carecían totalmente de derechos políticos.
Ni bajo la esclavitud ni bajo el feudalismo podía una
reducida minoría de personas dominar a la enorme mayoría sin recurrir a la
coerción. La historia está llena de constantes intentos de las clases oprimidas
por librarse de la opresión. La historia de la esclavitud nos habla de guerras
de emancipación de los esclavos que duraron décadas enteras. El nombre de
“espartaquistas”, entre paréntesis, que han adoptado ahora los comunistas
alemanes —el único partido alemán que realmente lucha contra el yugo del
capitalismo—, lo adoptaron debido a que Espartaco fue el héroe más destacado de
una de las más grandes sublevaciones de esclavos que tuvo lugar hace unos dos
mil años. Durante varios años el Imperio romano, que parecía omnipotente y que
se apoyaba por entero en la esclavitud, sufrió los golpes y sacudidas de un
extenso levantamiento de esclavos, armados y agrupados en un vasto ejército,
bajo la dirección de Espartaco. Al fin y al cabo fueron derrotados, capturados
y torturados por los propietarios de esclavos. Guerras civiles como éstas
jalonan toda la historia de la sociedad de clases. Lo que acabo de señalar es
un ejemplo de la más importante de estas guerras civiles en la época de la
esclavitud. Del mismo modo, toda la época del feudalismo se halla jalonada por
constantes sublevaciones de los campesinos. En Alemania, por ejemplo, en la
Edad Media, la lucha entre las dos clases —terratenientes y siervos— asumió
amplias proporciones y se trasformó en una guerra civil de los campesinos
contra los terratenientes. Todos ustedes conocen ejemplos similares de
constantes levantamientos de los campesinos contra los terratenientes feudales
en Rusia.
Para mantener su dominación y asegurar su poder, los señores
feudales necesitaban de un aparato con el cual pudiesen sojuzgar a una enorme
cantidad de personas y someterlas a ciertas leyes y normas; y todas esas leyes,
en lo fundamental, se reducían a una sola cosa: el mantenimiento del poder de
los señores feudales sobre los campesinos siervos. Tal era el Estado feudal,
que en Rusia, por ejemplo, o en los países asiáticos muy atrasados (en los que
aún impera el feudalismo) difería en su forma: era una república o una
monarquía. Cuando el Estado era una monarquía se reconocía el poder de un individuo;
cuando era una república, en uno u otro grado se reconocía la participación de
representantes electos de la sociedad terrateniente; esto sucedía en la
sociedad feudal. La sociedad feudal representaba una división en clases en la
que la inmensa mayoría —los campesinos siervos— estaba totalmente sometida a
una insignificante minoría, a los terratenientes, dueños de la tierra.
El desarrollo del comercio, el desarrollo del intercambio de
mercancías, condujeron a la formación de una nueva clase, la de los
capitalistas. El capital se conformo como tal al final de la Edad Media,
cuando, después del descubrimiento de América, el comercio mundial adquirió un
desarrollo enorme, cuando aumentó la cantidad de metales preciosos, cuando la
plata y el oro se convirtieron en medios de cambio, cuando la circulación
monetaria permitió a ciertos individuos acumular enormes riquezas. La plata y
el oro fueron reconocidos como riqueza en todo el mundo. Declinó el poder
económico de la clase terrateniente y creció el poder de la nueva clase, los
representantes del capital. La sociedad se reorganizó de tal modo, que todos
los ciudadanos parecían ser iguales, desapareció la vieja división en
propietarios de esclavos y esclavos, y todos los individuos fueron considerados
iguales ante la ley, independientemente del capital que poseyeran
(propietarios de tierras o pobres hombres sin más propiedad que su fuerza de
trabajo, todos eran iguales ante la ley). La ley protege a todos por igual;
protege la propiedad de los que la tienen, contra los ataques de las masas que,
al no poseer ninguna propiedad, al no poseer más que su fuerza de trabajo, se
empobrecen y arruinan poco a poco y se convierten en proletarios. Tal es la
sociedad capitalista.
No puedo detenerme a analizarlo en detalle. Ya volverán
ustedes a ello cuando estudien el programa del partido: tendrán entonces una
descripción de la sociedad capitalista. Esta sociedad fue avanzando contra la
servidumbre, contra el viejo régimen feudal, bajo la consigna de la libertad.
Pero era la libertad para los propietarios. Y cuando se desintegró el
feudalismo, cosa que ocurrió a fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX
—en Rusia ocurrió más tarde que en otros países, en 1861—, el Estado feudal fue
desplazado por el Estado capitalista, que proclama como consigna la libertad
para todo el pueblo, que afirma que expresa la voluntad de todo el pueblo y
niega ser un Estado de clase. Y en este punto se entabló una lucha entre los
socialistas, que bregan por la libertad de todo el pueblo, y el Estado
capitalista, lucha que condujo hoy a la creación de la República Socialista
Soviética y que se está extendiendo al mundo entero.
Para comprender la lucha iniciada contra el capital mundial,
para entender la esencia del Estado capitalista, debemos recordar que cuando
ascendió el Estado capitalista contra el Estado feudal, entró en la lucha bajo
la consigna de la libertad. La abolición del feudalismo significó la libertad
para los representantes del Estado capitalista y sirvió a sus fines, puesto que
la servidumbre se derrumbaba y los campesinos tenían la posibilidad de poseer
en plena propiedad la tierra adquirida por ellos mediante un rescate o, en
parte por el pago de un tributo; esto no interesaba al Estado; protegía la
propiedad sin importarle su origen, pues el Estado se basaba en la propiedad
privada. En todos los Estados civilizados modernos los campesinos se
convirtieron en propietarios privados. Incluso cuando el terrateniente cedía
parte de sus tierras a los campesinos, el Estado protegía la propiedad privada,
resarciendo al terrateniente con una indemnización, permitiéndole obtener
dinero por la tierra. El Estado, por así decirlo, declaraba que ampararía
totalmente la propiedad privada y le otorgaba toda clase de apoyo y protección.
El Estado reconocía los derechos de propiedad de todo comerciante, fabricante e
industrial. Y esta sociedad, basada en la propiedad privada, en el poder del
capital, en la sujeción total de los obreros desposeídos y las masas
trabajadoras del campesinado proclamaba que su régimen se basaba en la
libertad. Al luchar contra el feudalismo, proclamó la libertad de propiedad y
se sentía especialmente orgullosa de que el Estado hubiese dejado de ser,
supuestamente, un Estado de clase.
Con todo, el Estado seguía siendo una máquina que ayudaba a
los capitalistas a mantener sometidos a los campesinos pobres y a la clase
obrera, aunque en su apariencia exterior fuese libre. Proclamaba el sufragio
universal y, por intermedio de sus defensores, predicadores, eruditos y
filosófos, que no era un Estado de clase. Incluso ahora, cuando las repúblicas
socialistas soviéticas han comenzado a combatir el Estado, nos acusan de ser
violadores de la libertad y de erigir un Estado basado en la coerción, en la
represión de unos por otros, mientras que ellos representan un Estado de todo
el pueblo, un Estado democrático. Y este problema, el problema del Estado, es
ahora, cuando ha comenzado la revolución socialista mundial y cuando la
revolución triunfa en algunos países, cuando la lucha contra el capital mundial
se ha agudizado en extremo, un problema que ha adquirido la mayor importancia y
puede decirse que se ha convertido en el problema más candente, en el foco de
todos los problemas políticos y de todas las polémicas políticas del presente.
Cualquiera sea el partido que tomemos en Rusia o en
cualquiera de los países más civilizados, vemos que casi todas las polémicas,
discrepancias y opiniones políticas giran ahora en torno de la concepción del
Estado. ¿Es el Estado, en un país capitalista, en una república democrática
—especialmente en repúblicas como Suiza o Norteamérica—, en las repúblicas
democráticas más libres, la expresión de la voluntad popular, la resultante de
la decisión general del pueblo, la expresión de la voluntad nacional, etc., o
el Estado es una máquina que permite a los capitalistas de esos países
conservar su poder sobre la clase obrera y el campesinado? Este es el problema
fundamental en torno del cual giran todas las polémicas políticas en el mundo
entero. ¿Qué se dice sobre el bolchevismo? La prensa burguesa lanza denuestos
contra los bolcheviques. No encontrarán un solo periódico que no repita la
acusación en boga de que los bolcheviques violan la soberanía del pueblo. Si
nuestros mencheviques y eseristas, en su simpleza de espíritu (y quizá no sea
simpleza, o quizá sea esa simpleza de la que dice el proverbio que es peor que
la ruindad) piensan que han inventado y descubierto la acusación de que los
bolcheviques han violado la libertad y la soberanía del pueblo, se equivocan en
la forma más ridícula. Hoy, todos los periódicos más ricos de los países más
ricos, que gastan decenas de millones en su difusión y diseminan mentiras
burguesas y la política imperialista en decenas de millones de ejemplares,
todos esos periódicos repiten esos argumentos y acusaciones fundamentales
contra el bolchevismo, a saber: que Norteamérica, Inglaterra y Suiza son
Estados avanzados, basados en la soberanía del pueblo, mientras que la
república bolchevique es un Estado de bandidos en el que no se conoce la
libertad y que los bolcheviques son violadores de la idea de la soberanía del
pueblo e incluso llegaron al extremo de disolver la Asamblea Constituyente.
Estas terribles acusaciones contra los bolcheviques se repiten en todo el
mundo. Estas acusaciones nos conducen directamente a la pregunta: ¿que es el
Estado? Para comprender estas acusaciones, para poder estudiarlas y adoptar
hacia ellas una actitud plenamente conciente, y no examinarlas basándose en
rumores, sino en una firme opinión propia, debemos tener una clara idea de lo
que es el Estado. Tenemos ante nosotros Estados capitalistas de todo tipo y
todas las teorías que en su defensa se elaboraron antes de la guerra. Para
responder correctamente a la pregunta, debemos examinar con un enfoque crítico
todas estas teorías y concepciones.
Ya les he aconsejado que recurran al libro de Engels El
origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. En él se dice que todo
Estado en el que existe la propiedad privada de la tierra y los medios de producción,
en el que domina el capital, por democrático que sea, es un Estado capitalista,
una máquina en manos de los capitalistas para el sojuzgamiento de la clase
obrera y los campesinos pobres. Y el sufragio universal, la Asamblea
Constituyente o el Parlamento son meramente una forma, una especie de pagaré,
que no cambia la esencia del asunto.
Las formas de dominación del Estado pueden variar: el
capital manifiesta su poder de un modo donde existe una forma y de otro donde
existe otra forma, pero el poder está siempre, esencialmente, en manos del
capital, ya sea que exista o no el voto restringido u otros derechos, ya sea
que se trate de una república democrática o no; en realidad, cuanto más
democrática es, más burda y cinica es la dominación del capitalismo. Una de las
repúblicas más democráticas del mundo es Estados Unidos de Norteamérica, y sin
embargo, en ninguna parte (y quienes hayan estado allí después de 1905
probablemente lo saben) es tan crudo y tan abiertamente corrompido como en
Norteamérica el poder del capital, el poder de un puñado de multimillonarios
sobre toda la sociedad. El capital, una vez que existe, domina la sociedad
entera, y ninguna república democrática, ningún derecho electoral pueden
cambiar la esencia del asunto.
La república democrática y el sufragio universal
representaron un enorme progreso comparado con el feudalismo: permitieron al
proletariado lograr su actual unidad y solidaridad y formar esas filas
compactas y disciplinadas que libran una lucha sistemática contra el capital.
No existió nada ni siquiera parecido a esto entre los campesinos siervos y ni
que hablar ya entre los esclavos. Los esclavos, como sabemos se sublevaron, se
amotinaron e iniciaron guerras civiles, pero no podían llegar a crear una
mayoría consciente y partidos que dirigieran la lucha; no podían comprender
claramente cuáles eran sus objetivos, e incluso en los momentos más
revolucionarios de la historia fueron siempre peones en manos de las clases
dominantes. La república burguesa, el Parlamento, el sufragio universal, todo
ello constituye un inmenso progreso desde el punto de vista del desarrollo
mundial de la sociedad. La humanidad avanzó hacia el capitalismo y fue el
capitalismo solamente, lo que, gracias a la cultura urbana, permitió a la clase
oprimida de los proletarios adquirir conciencia de si misma y crear el
movimiento obrero mundial, los millones de obreros organizados en partidos en
el mundo entero; los partidos socialistas que dirigen concientemente la lucha
de las masas. Sin parlamentarismo, sin un sistema electoral, habría sido
imposible este desarrollo de la clase obrera. Es por ello que todas estas cosas
adquirieron una importancia tan grande a los ojos de las grandes masas del
pueblo. Es por ello que parece tan difícil un cambio radical. No son sólo los
hipócritas concientes, los sabios y los curas quienes sostienen y defienden la
mentira burguesa de que el Estado es libre y que tiene por misión defender los
intereses de todos; lo mismo hacen muchísimas personas atadas sinceramente a
los viejos prejuicios y que no pueden entender la transición de la sociedad
antigua, capitalista, al socialismo. Y no sólo las personas que dependen
directamente de la burguesía, no sólo quienes viven bajo el yugo del capital o
sobornados por el capital (hay gran cantidad de científicos, artistas,
sacerdotes, etc., de todo tipo al servicio del capital), sino incluso personas
simplemente influidas por el prejuicio de la libertad burguesa, se han
movilizado contra el bolchevismo en el mundo entero, porque cuando fue fundada
la República Soviética rechazó estas mentiras burguesas y declaró abiertamente:
ustedes dicen que su Estado es libre, cuando en realidad, mientras exista la
propiedad privada, el Estado de ustedes, aunque sea una república democrática,
no es más que una máquina en manos de los capitalistas para reprimir a los
obreros, y mientras más libre es el Estado, con mayor claridad se manifiesta
esto. Ejemplos de ello nos los brindan Suiza en Europa, y Estados Unidos en
América. En ninguna parte domina el capital en forma tan cínica e implacable y
en ninguna parte su dominación es tan ostensible como en estos países, a pesar
de tratarse de repúblicas democráticas, por muy bellamente que se las pin te y
por mucho que en ellas se hable de democracia del trabajo y de igualdad de
todos los ciudadanos. El hecho es que en Suiza y en Norteamérica domina el
capital, y cualquier intento de los obreros por lograr la menor mejora efectiva
de su situación, provoca inmediatamente la guerra civil. En estos países hay
pocos soldados, un ejército regular pequeño —Suiza cuenta con una milicia y todos los ciudadanos suizos tienen un fusil en
su casa, mientras que en Estados Unidos, hasta hace poco, no existía un
ejército regular—, de modo que cuando estalla una huelga, la burguesía se arma,
contrata soldados y reprime la huelga; en ninguna parte la represión del
movimiento obrero es tan cruel y feroz como en Suiza y en Estados Unidos, y en
ninguna parte se manifiesta con tanta fuerza como en estos países la influencia
del capital sobre el Parlamento. La fuerza del capital lo es todo, la Bolsa es
todo, mientras que el Parlamento y las elecciones no son más que muñecos,
marionetas. . . Pero los obreros van abriendo cada vez más los ojos y la idea
del poder soviético va extendiéndose cada vez más. Sobre todo después de la
sangrienta matanza por la que acabamos de pasar. La clase obrera advierte cada
vez más la necesidad de luchar implacablemente contra los capitalistas.
Cualquiera sea la forma con que se encubra una república,
por democrática que sea, si es una república burguesa, si conserva la propiedad
privada de la tierra, de las fábricas, si el capital privado mantiene a toda la
sociedad en la esclavitud asalariada, es decir, si la república no lleva a la
práctica lo que se proclama en el programa de nuestro partido y en la
Constitución soviética, entonces ese Estado es una máquina para que unos
repriman a otros. Y debemos poner esta máquina en manos de la clase que habrá
de derrocar el poder del capital. Debemos rechazar todos los viejos prejuicios
acerca de que el Estado significa la igualdad universal; pues esto es un
fraude: mientras exista explotación no podrá existir igualdad. El terrateniente
no puede ser igual al obrero, ni el hombre hambriento igual al saciado. La
máquina, llamada Estado, y ante la que los hombres se inclinaban con
supersticiosa veneración, porque creían en el viejo cuento de que significa el
Poder de todo el pueblo, el proletariado la rechaza y afirma: es una mentira
burguesa. Nosotros hemos arrancado a los capitalistas esta máquina y nos hemos
apoderado de ella. Utilizaremos esa máquina, o garrote, para liquidar toda
explotación; y cuando toda posibilidad de explotación haya desaparecido del
mundo, cuando ya no haya propietarios de tierras ni propietarios de fábricas, y
cuando no exista ya una situación en la que unos están saciados mientras otros
padecen hambre, sólo cuando haya desaparecido por completo la posibilidad de
esto, relegaremos esta máquina a la basura. Entonces no existirá Estado ni
explotación. Tal es el punto de vista de nuestro partido comunista. Espero que
volvamos a este tema en futuras conferencias, volveremos a él una y otra vez.