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Lenin ✆ Mosaico en la ciudad de Sochi
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Rolando Astarita | En
la izquierda está muy generalizada la idea de que la mayoría de los países de
América Latina, a excepción de Cuba, y tal vez Venezuela, mantiene una relación
de tipo semicolonial, o neocolonial, con las grandes potencias, EEUU en primer
lugar. Y que por este motivo, es necesario luchar por realizar la tarea
histórica de la liberación nacional, o “la segunda independencia”. En
contraposición a esta postura, desde hace años sostengo que países como
Argentina, México o Chile, no son semicolonias, y que no está planteada, como
demanda pendiente, la liberación nacional. Esta postura conecta con la
distinción de Lenin entre países dependientes, por un lado, y países coloniales
y semicoloniales; y su noción del contenido de la liberación nacional. En
términos generales, podemos decir que se trata de un enfoque muy minoritario en
la izquierda, aunque ya ha sido avanzado por diferentes marxistas. Entre ellos,
por Dabat y Lorenzano (1984); por mi parte, he desarrollado estas ideas en Economía política de la dependencia y el
subdesarrollo (UNQ, 2010), y en los años 1990, en la revista Debate
Marxista.
En lo que sigue presento primero la postura de Lenin; la
comparo luego con la interpretación instalada en la izquierda, según fue
presentada por Milcíades Peña; en tercer lugar, argumento por qué es superior
el enfoque leninista, y las consecuencias que se
derivan para un programa
socialista en los países dependientes.
Países dependientes y
coloniales
Lenin consideraba -comienzos del siglo XX- que había tres
tipos fundamentales de países atrasados: los dependientes, las colonias y las
semicolonias. Los primeros, según Lenin, eran políticamente independientes,
pero dependientes económicamente de los países más ricos, y del capital
financiero. Entraban en esta categoría naciones como Argentina, Serbia,
Bulgaria, Rumania, Grecia, Portugal y hasta Rusia. “No sólo los pequeños
Estados, sino aun Rusia, por ejemplo, es enteramente dependiente,
económicamente, del poder del capital financiero de los países burgueses ricos”
(Lenin, 1914). También consideraba que EEUU había sido una “colonia económica”
de Europa en el siglo XIX. A pesar de lo escueto de las referencias, pareciera
que consideraba que los países dependientes eran explotados por los países
ricos, aunque no especificaba el mecanismo. En algunos pasajes los
caracterizaba como “colonias económicas” de los países imperialistas.
Argentina, por ejemplo, era una “colonia comercial” de Inglaterra, y Portugal
un “vasallo”, aunque ambos conservaran su independencia (Lenin, 1916).
Los países coloniales, en cambio, estaban sojuzgados por
vías político-militares, y esta coerción de tipo no económico determinaba la
extracción del excedente. Esto es, la explotación se realizaba mediante la
imposición, por vía de la fuerza y la violencia directa, de un gobierno
directamente vasallo de la metrópoli colonizadora. Este sistema colonial
permitía la transferencia de recursos, como materias primas, desde las
periferias al centro, así como la apertura de mercados para la sobreproducción
crónica que, según Lenin, existía en los países adelantados. Por eso, implicaba
la imposición de una minoría extranjera sobre la población nativa, a partir de
una relación de fuerza.
En este respecto, el libro de Hobson, Imperialism: A Study, -que cita Lenin en
su conocido folleto “El imperialismo,
fase superior del capitalismo”-, es muy claro sobre el significado de la
relación colonial. La ocupación de las colonias, según Hobson, era llevada
adelante por una minoría de funcionarios, comerciantes, organizadores
industriales, asentada en el poder militar, y ejercía su poder económico y
político sobre grandes masas de población a las que consideraba inferiores e
incapaces de autogobernarse política o económicamente. La explotación podía
darse por medio del uso compulsivo de mano de obra (portadores de cargas en
África, trabajadores de plantaciones, etcétera); economía de trata, que
consistía en el monopolio comercial del país dominante sobre los monocultivos;
impuestos a los campesinos y artesanos y acaparamiento de tierra por parte de
los colonos. A las clases burguesas o pequeño burguesas nativas -comerciantes y
artesanos- no se les permitía tomar decisiones políticas, económicas o
diplomáticas con un mínimo de autonomía. La sociedad nativa era dominada por un
aparato militar, político y administrativo importado y mantenido con una
violencia que podía llegar al etnocidio (Hobson, 1902). Precisemos que
Hobson era un liberal, que buscaba reformar el sistema, en tanto Lenin pensaba
que la lucha contra el imperialismo era inseparable de la lucha revolucionaria
por acabar con el capitalismo. Pero la descripción hobsoniana del dominio
colonial es, en lo básico, mantenida por Lenin (también la importancia que daba
Hobson al capital financiero).
Lo importante aquí es que al estar sometidas a la extracción
violenta del excedente, las colonias no podían formar una unidad autónoma. Una
idea que es consustancial a la relación colonial, y ha sido destacada por
autores posteriores. Por ejemplo Sonntag (1988), refiriéndose a las colonias en
América Latina, escribía: “Hasta que conquistan la independencia política y se
constituyen nuevamente en formaciones sociales propias, (las colonias) forman
una unidad con la respectiva llamada madre patria… La acumulación de capital en
ella era unitaria: el capital acumulado revertía mayormente a la economía del
poder colonial que separaba de ello un mínimo para los costos de reproducción
sociopolítica de la colonia” (p. 148). Agregaba que los instrumentos de
acumulación en la colonia consistían en relaciones de producción o formas de
organización social del trabajo no capitalistas: esclavismo, encomienda, formas
de servidumbre feudal. Lo cual significaba que en la economía del poder
colonial – colonia existía lo que se conoce como acumulación originaria (p.
149). En síntesis, la no constitución de una unidad autónoma –relativamente
autónoma- parece central en rol que da Lenin a la autodeterminación nacional,
esto es, al derecho a la constitución como Estado nacional.
Las semicolonias,
transición a la colonia
Como adelantamos, Lenin distinguía una tercera categoría de
países, los semicoloniales. La semicolonia erauna forma transicional hacia la
colonia, ya que, a pesar de ser formalmente independientes, las potencias
ejercían sobre esos países una injerencia directa, de tipo colonial. Los casos
típicos eran, hacia 1915, China, Turquía y Persia, a los cuales las potencias
habían impuesto obligaciones por medio de la violencia militar o la
semi-ocupación. Por ejemplo, Gran Bretaña había obligado a China a firmar, en
1842, el tratado de Nankin, por el cual los chinos debieron liberar sus
puertos, fijar un tope a los derechos aduaneros de importación y permitir que
los extranjeros tuvieran áreas residenciales y comerciales fuera de la justicia
local. Más tarde, China fue obligada a conceder nuevos derechos de navegación
fluvial, privilegios comerciales y a permitir la fundación de más factorías
extranjeras a Francia, Gran Bretaña, Alemania, Rusia y Japón. Las potencias
tenían estacionadas tropas y barcos, y sus zonas estaban bajo administradores
propios. Persia y Turquía también estuvieron ocupadas parcialmente por tropas
extranjeras; Persia había sido dividida en zonas de influencia, que
correspondían a Gran Bretaña y Rusia, en 1907. En cuanto a Turquía, Gran
Bretaña dominaba su Estado, y en 1920 las tropas inglesas llegaron a ocupar
Constantinopla. Aunque Lenin no lo menciona, también deberíamos considerar
semicolonias, a principios de siglo XX, a Panamá, Nicaragua, Cuba, Haití y
República Dominicana, sobre los cuales EEUU tenía injerencia directa, muchas
veces vía intervenciones militares. En cualquier caso, es inherente a este tipo
de relación la ausencia del derecho a la autodeterminación del país sometido.
La liberación
nacional
El significado de la demanda de liberación nacional deriva
de la naturaleza de la relación colonial o semicolonial, ya que se trata de
obtener el derecho a la autodeterminación política y “a la existencia de un
Estado separado” (Lenin, 1916). Por eso, es una demanda democrático-burguesa,
del mismo tenor que otras reivindicaciones democráticas; por ejemplo, el
derecho al voto, o al divorcio. La autodeterminación constituye un derecho
formal, pero de consecuencias económicas, ya que la constitución de un Estado
independiente termina con el pillaje y el robo del país sometido por medios extraeconómicos.
Por eso también, la autodeterminación genera mejores condiciones para el
desarrollo capitalista (Lenin, 1916). Un país que deja de ser colonia, o
semicolonia, y se constituye como Estado autónomo pasa así al estatus de
“dependiente”. Esto implica que el Estado tiene jurisdicción sobre su
territorio: “En el momento en que una colonia ha luchado y conquistado su
independencia política, se constituye nuevamente en una formación social
propia” (Sonntag p. 151). Sonntag sostiene que después de la independencia se
continúa acumulando capital para la economía dominante (o las economías
dominantes), pero también “debe iniciarse un proceso de acumulación interna y
de reproducción ampliada de capital que tenga como objetivo el sustentamiento y
la expansión interna de las formaciones sociales creadas, incluso cuando sea
muy bajo su volumen” (pp. 151-2).
A pesar de que la acumulación del capital “hacia afuera”
sigue siendo dominante, según Sonntag, la acumulación interna da lugar a una
paulatina estabilización de la dominación de la clase capitalista local, y a la
posibilidad de formación de Estados con autonomía relativa. El énfasis que pone
Lenin en la constitución de un Estado propio puede vincularse con esta dinámica
de acumulación interna. En una descripción más dialéctica del proceso, y
con centro del análisis en Argentina, Oszlak (2012) pone el énfasis en la
relación entre la formación de una economía capitalista y el Estado nacional:
“… la formación de una economía capitalista y un Estado nacional son aspectos
de un proceso único, aunque cronológica y espacialmente desigual. Pero además
implica que la economía en esa formación va definiendo un ámbito territorial,
diferenciando estructuras productivas y homogeneizando intereses de clase que,
en tanto fundamento material de la nación, contribuyen a otorgar al Estado un
carácter nacional” (p. 18). Y agrega poco más abajo que “la formación de
un Estado nacional es el resultado de un proceso convergente, aunque no
unívoco, de constitución de una nación y un sistema de dominación” (p. 19). Se
trata, naturalmente, de un sistema de dominación con base principal en la clase
dominante local. Es en este sentido, hay que subrayarlo, que se distingue
radicalmente de la colonia y la semicolonia.
Sin embargo, la autodeterminación nacional no elimina –ni
puede hacerlo- la dependencia económica, que en el enfoque de Lenin, está
asociada al predominio del capital financiero, y no puede desaparecer en tanto
haya capitalismo (véase 1916). Por eso, la superación de la dependencia
económica de un país atrasado excede lo que puede lograr una revolución
nacional burguesa y democrática, o anti-imperialista. En otros términos,acabar
con la dependencia no puede plantearse como tarea nacional burguesa y
democrática. Por ejemplo, y siempre según el enfoque de Lenin, Noruega, al
independizarse de Suecia, había alcanzado su liberación nacional, esto es, el
derecho formal a ser un Estado independiente. Sin embargo, desde el punto de
vista económico, seguía siendo dependiente, y esto no podía ser de otra manera
en tanto subsistiera el sistema capitalista. “Ninguna medida política puede
prohibir un fenómeno económico” observa Lenin. Noruega, Polonia y otros países
atrasados podían acceder a la independencia política, pero esto no cortaría la
dependencia del capital financiero. “La independencia de Noruega, ‘lograda’ en
1905, fue solo política. No podía afectar su dependencia económica, ni era su
intención” (1916). Subrayaba que “la autodeterminación concierne sólo a lo
político”, y no tenía sentido siquiera hablar de la imposibilidad de la
autodeterminación económica. Noruega había logrado la autodeterminación
política, pero el capital financiero británico, por ejemplo, ejercía una gran
influencia en su política (así como el capital alemán influenciaba en Suecia).
Por eso, la consigna de autodeterminación figuraba en el
programa mínimo de los socialistas, esto es, en el programa de demandas que, en
principio, podían obtenerse bajo el sistema capitalista. Se trataba de una
medida burguesa, que no detenía la expansión del capital financiero (ídem).
“Dado un resultado de la presente guerra (se refiere a la Primera Guerra
mundial) la formación de nuevos Estados en Europa es plenamente ‘lograble’ sin
que perturbe de ninguna manera las condiciones del desarrollo del imperialismo
y su poder. Por el contrario, esto aumentaría la influencia, los contactos y la
presión del capital financiero. Pero dado otro resultado, la formación de
nuevos Estados en Hungría, Checa, etcétera, es del mismo modo ‘lograble”. Los
imperialistas británicos ya están planeando este segundo resultado en
anticipación de su victoria” (Lenin, 1916, nota). Todo apunta a lo mismo; la
demanda de autodeterminación, o liberación nacional, afecta directamente a la
esfera política, a la libertad formal de un país de constituirse como Estado
separado. No puede torcer las leyes que gobiernan el mercado mundial.
Textos citados
Dabat, A. y Lorenzano, J. L. (1984): El conflicto
Malvinas y la crisis nacional, México, Teoría y política.
Hobson, J. A. (1902): Imperialism. A Study, Londres, Allen and Unwin.
Lenin, N. (1914): “The Right of Nations to Self-Determination”, en
http://www.marxists.org/archive/lenin/works/cw/volume20.htm
Lenin, N. (1916): “A Caricature of Marxism and Imperialist Economism”, en
http://www.marxists.org/archive/lenin/works/1916/carimarx/index.htm
Oszlak, O. (2012): La formación del Estado argentino, Buenos Aires,
Ariel.
Sonntag, H. R. (1988): “Hacia una teoría política del capitalismo periférico”,
en Sonntag y Valecillos, (eds), El Estado en el capitalismo contemporáneo,
México, Siglo XXI.
II
La noción de
semicolonia en Milcíades Peña
A pesar de su importancia, desde fines de los años 1920 la
distinción entre países dependientes y coloniales y semicoloniales, tendió a
perderse en la izquierda; y con ella, las consecuencias que derivaba Lenin con
respecto a la liberación nacional. Ya en las décadas de los 60 y 70, se
consideraba natural caracterizar a países como Argentina, México o India de
“semicolonias”, y la cuestión se mantiene así hasta el presente. Milcíades Peña
fue representativo de esta postura. Aunque fue crítico de Abelardo Ramos y de
la “izquierda nacional”, acordaba sin embargo en que para Argentina, y el resto
de América Latina (a excepción de Cuba), estaba planteada la tarea histórica de
la liberación nacional. Criticó a Ramos era porque éste sostenía que la clase
obrera debía renunciar a mantener una posición independiente frente al
nacionalismo burgués; pero no por plantear la liberación nacional como tarea
central de la revolución latinoamericana.
En este respecto, el punto de partida de Peña fue su
caracterización de Argentina, y naciones semejantes del Tercer Mundo, como
países semicoloniales. El carácter semicolonial de Argentina se debía, en su
visión, a que el país estaba subordinado al capital financiero internacional y
a organismos políticos y militares a través de los cuales se ejercía la
dominación de EEUU: “… por el Tratado de Río de Janeiro, la Carta de la Organización
de Estados Americanos y otros compromisos semejantes, (Argentina) ha delegado
atributos esenciales de la soberanía, en particular el declarar la guerra, en
un superestado continental, controlado por Estados Unidos” (p. 14). En
consecuencia, la autodeterminación nacional pasaba por “eliminar la
subordinación al capital financiero internacional” y a los organismos
internacionales (p. 169). De manera que Peña planteaba la liberación económica
entre los objetivos a conquistar con la liberación nacional. En ningún momento
discute qué relación guarda esta tarea con la estructura capitalista de
Argentina, y su inserción en el mercado mundial.
Sin embargo, Peña era consciente de que el desarrollo de la
burguesía argentina tendía a vincularla inevitablemente al capitalismo mundial.
Por ejemplo: “… para la industria argentina sólo es cuestión de vida o muerte
oponerse a la importación de algunas mercancías metropolitanas, lo cual es muy
distinto que oponerse al imperialismo. Y cuanto más se enriquece la burguesía, más
se vincula al capital internacional y mayor es su necesidad de contar con el
apoyo financiero y técnico de las metrópolis, si es que sus negocios han de
prosperar” (p. 99). Pero ésta es precisamente la razón por la que Lenin
sostenía que la eliminación de la dependencia (podemos precisar: dependencia
tecnológica, científica, financiera) no podía inscribirse entre las tareas
democráticas y nacionales de la burguesía. Para ilustrarlo con un caso actual,
hoy puede verse que Italia, España y Grecia, a los cuales nadie califica de
“semicolonias”, están “subordinados” a los dictados de los mercados
financieros. Algo similar puede decirse de la relación que mantenían Argentina
o Rusia con el capital financiero internacional, en los años en que Lenin los
consideraba “dependientes”. Peña pasa por alto estas cuestiones. De igual
modo, es llamativa la forma en que eleva al grado de dominación semicolonial la
participación de Argentina en la OEA; recordemos que, después de todo, en 1982
Argentina entró en guerra con Gran Bretaña sin solicitar la venia de la
institución.
Sin embargo, Peña también reconoce que la situación de
Argentina era muy distinta de la que existía en China, en las primeras décadas
del siglo XX. Escribía: “El peso específico de la opresión imperialista era en
China incomparablemente mayor que en la Argentina… (…)… la burguesía china, por
muchos aspectos más cercana al status de las burguesías coloniales que al de
las burguesías semicoloniales, tenía con el imperialismo contradicciones de una
intensidad tal que desembocaron en enfrentamiento militar, mientras que las
contradicciones de la burguesía argentina con las metrópolis jamás consistieron
en otra cosa que en discusiones en torno a la tarifa de avalúos y a los
términos de los préstamos imperialistas” (p. 113). Pero precisamente
debido a ese “peso específico incomparablemente mayor de la opresión
imperialista” es que Lenin consideró que, a mediados de la segunda década del
siglo XX, China era una semicolonia, y Argentina un país dependiente. Las
diferencias categoriales sirven para poner de relieve estas cuestiones.
Observemos también que esa falta de distinción de Peña lo
lleva a caracterizar a Rusia como un país semicolonial (p. 16). Si esto hubiera
sido así, debería haberse inscripto la tarea de la liberación nacional en el
programa revolucionario de 1917. Sin embargo, esta demanda brilló por su
ausencia. Esto se debe a que el status de Rusia era cualitativamente diferente
del que tenía China (Rusia mantenía una dominación de tipo semicolonial sobre
Turquía, por ejemplo), aunque estaba bajo la influencia del capital financiero
internacional. Este tipo de ambigüedades y problemas se mantienen en el
“marxismo tercermundista” (o nacional) hasta el presente.
Más sobre el
significado histórico de la independencia formal
La distinción que realizó Lenin entre colonias y
semicolonias, y países dependientes tiene singular importancia para comprender
no sólo las limitaciones que encierra la liberación nacional (o el derecho a la
autodeterminación), sino también el avance que representó su conquista. Es que
la constitución de los Estados soberanos ha sido clave para la formación de los
mercados internos y las naciones, como ya apuntamos en la primera parte de esta
nota, citando el libro de Oszlak. Esta cuestión también está implicada en la
crítica de Mármora (1986) a la difundida idea de que mecánicamente el mercado
nacional da lugar al surgimiento de la nación y el Estado nacional. Según
Mármora, desde el punto de vista conceptual el proceso de formación nacional
está indisolublemente conectado a la formación del Estado moderno (aunque
aclara que desde una perspectiva histórico genética no siempre tiene que ser
así; véase p. 168). Y el Estado, a su vez, fue vital para la formación del
mercado nacional. Lo cual significa que existe una dialéctica compleja de
factores económicos (relaciones capitalistas y mercantiles que se imponen a las
precapitalistas, vinculación con el mercado mundial, etc.), políticos (lucha de
clases, constitución del Estado, etc.) e ideológicos (anhelos y mitos
colectivos, herencias étnicas y religiosas, cultura burguesa, etc.) que
confluyen a la formación de la nación, de la conciencia nacional, y el Estado.
La consecución de la independencia política formal fue entonces un factor de
primer orden en esta evolución. Por eso decimos que la independencia política
formal significa la realización de la tarea histórica burguesa en el terreno de
las vinculaciones políticas internacionales. Lo que equivale a decir que no
existen tareas “democrático burguesas” fundamentales pendientes, en lo referido
a la relación inter Estados, cuando se trata de países dependientes.
La necesidad de
distinguir y el capitalismo contemporáneo
Llegados a este punto, y ante posibles objeciones de las
infaltables mentes rígidas, se impone un inciso aclaratorio: como sucede con
toda clasificación, en la distinción entre semicolonias y países dependientes
hay lugar para zonas “grises”, y muchos casos intermedios. Por ejemplo, en
América Latina, Granada o Panamá tal vez estarían más cercanos al status de
semicolonias, dadas las intervenciones militares directas de Estados Unidos que
han sufrido en los últimos años. Sin embargo, la mayoría de los países
latinoamericanos encaja con bastante claridad en la categoría de dependiente,
no de semicolonia, según el criterio que defendemos. Argentina, Brasil, Chile,
Perú, para nombrar sólo algunos países, tienen gobiernos y Estados autónomos,
en manos de “sus” burguesías. Algo similar puede decirse de países africanos o
asiáticos, como Egipto, Marruecos, Nigeria, India, Malasia, Indonesia o Corea
del Sur, para citar también algunos casos relevantes. Al englobar bajo una
misma categoría de dependiente a estas naciones, tampoco pretendemos pasar por
alto la riqueza de los particulares y singulares (después de todo, y como dice
Umberto Eco, “…tenemos pocos nombres y pocas definiciones para una infinitud de
cosas individuales”). Pero sí destacar la diferencia específica que existe con
la relación colonial o semicolonial.
Por ejemplo, en el caso de Argentina, se puede sostener que
desde su organización nacional más o menos definitiva, en 1880, las políticas
económicas y sociales no fueron impuestas por potencias extranjeras,
ocupaciones militares o gobiernos instalados por ellas. A lo largo de la
historia los gobiernos argentinos adoptaron muchas medidas que serían
impensables dentro de una relación colonial, o semicolonial. Como botones de
muestra, recordemos que en 1973 Argentina estableció relaciones comerciales con
Cuba, la Unión Soviética y Polonia, y obligó a las multinacionales
estadounidenses, a participar en ese comercio, contra los deseos de Washington;
más tarde, la dictadura militar exportó trigo a la URSS, a pesar de la
oposición de EEUU; en 1982 Argentina ocupó militarmente Malvinas; ese mismo año
el país entró en cesación de pagos de su deuda; en 2001, defaulteó; desde 2005
el gobierno argentino se ha negado a realizar los informes anuales para el FMI;
también en años recientes Argentina reconoció a Palestina como “Estado libre e
independiente”, contra la posición de EEUU; actualmente el gobierno sigue sin
regularizar su deuda con el Club de París; y negocia con China y otros países
según sus conveniencias. Cualquiera de estas medidas era inconcebible en una
semicolonia como lo era China de los años 1910.
Recordemos por otra parte que la misma dinámica del
desarrollo capitalista dependiente genera las bases materiales para esas
políticas. A medida que los países se fueron liberando del dominio colonial y
semicolonial –América Latina en el siglo XIX, la mayor parte de Asia y África
en la segunda posguerra, y hasta los años 1970- se generalizó el modo de
producción capitalista, y con él la participación de las burguesías de los
países atrasados en el manejo de “sus” Estados. En consecuencia, las medidas
económicas de estos gobiernos se deciden de manera creciente teniendo en cuenta
la situación competitiva en que se encuentran los capitales locales y de qué
manera pueden avanzar sus intereses, en el marco de relaciones económicamente
desiguales. Esto comprende incluso a países cuyas luchas fueron ejemplos del
combate antiimperialista y anticolonial. Por ejemplo, hasta 1975, el gobierno
de Vietnam del Sur era un títere del imperialismo estadounidense, y por lo
tanto podía considerarse que el país era una variante de semicolonia. Después
de 1975, y con el triunfo sobre EEUU, Vietnam se unifica bajo el nuevo gobierno
revolucionario. Pues bien, y contra lo que muchos esperaban (o esperábamos), en
1976 el gobierno vietnamita pidió el ingreso del país al Fondo Monetario
Internacional y al Banco Asiático de Desarrollo, y aprobó leyes para fomentar
las inversiones extranjeras. Pero no se trató de una imposición colonial, sino
de la decisión de un país políticamente independiente.
Las relaciones e intereses capitalistas “internos” explican
también muchas medidas que adoptan los gobiernos de los países atrasados para
atraer capitales externos. Así, hoy muchos países africanos abren sus puertas a
los capitales chinos, se endeudan con China y se vinculan comercialmente con
ella, en tanto países soberanos, y atendiendo a los intereses de clase, o
de fracciones de clase, locales. De manera similar, el gobierno argentino de
Cristina Kirchner está procurando atraer inversiones chinas, y no por ello es
“lacayo” del imperialismo chino. Como tampoco lo es de Estados Unidos, aunque
cierre acuerdos con Chevron, acate las sentencias del CIADI y negocie la deuda
con el Club de París. Por eso he planteado en otras notas que en las idas y
venidas del caso YPF, no estaban en juego los “intereses nacionales”, sino los
negocios, esto es, cálculos de ganancias, productividad e inversiones (ver
aquí).
Los ejemplos se multiplican. México, por caso, ha firmado el
tratado de libre comercio con EEUU, no por imposición directa de Washington,
sino de acuerdo a la conveniencia de la burguesía mexicana. También está
abriendo el sector petrolero a la entrada de capitales extranjeros sin que
medie una imposición de tipo colonial. En el mismo sentido, el gobierno
“antiimperialista” de Lula aceptó mantener relaciones con el FMI y las
privatizaciones de los años 90, pero también rechazó el ALCA, y mantuvo
relaciones con Cuba y Venezuela, a pesar de la opinión contraria de Washigton.
Todo esto no se explica diciendo que a veces Lula es agente cipayo del
imperialismo, y otras un antiimperialista más o menos convencido. De la
misma manera, Myanmar gira hoy hacia los mercados sin obedecer el dictado de
imposiciones coloniales, sino según los intereses de su clase dominante. Por
eso es un error sostener, como hace Sonntag (y la idea está muy difundida en
ámbitos de la izquierda) que las clases dominantes de los países dependientes
administran en ellos los intereses de las metrópolis. A medida que avanzó la
acumulación interna de capital, las burguesías dependientes atendieron de manera
creciente sus intereses, y dentro de ese marco, dieron y dan respuesta a los
intereses de las metrópolis en tanto y en cuanto lo consideren conveniente al
logro de sus objetivos.
Lo anterior no significa negar que los gobiernos de los
países dependientes reciban presiones de los gobiernos más poderosos, y de los
capitales internacionalizados. En este punto, y a diferencia del planteo de
Lenin, diría que esa dependencia económica no está asociada exclusivamente a la
existencia del capital financiero internacional, sino al conjunto del capital
–las grandes transnacionales abarcan también la industria, el comercio, la
agricultura- y a la estructura desigual del modo de producción capitalista
mundial. Naturalmente, los capitales más avanzados científica y tecnológicamente,
y con mayor poder comercial y financiero, ejercen presión sobre los capitales
más débiles; y los Estados nacionales más fuertes, asociados a esos capitales
avanzados, tienen un poder de presión incomparablemente mayor que los Estados
de los países atrasados. Por eso, así como EEUU presiona a los países
latinoamericanos, Brasil hace lo propio con Paraguay y Bolivia (recordemos los
conflictos en torno a Itaipú, o por los precios que paga Petrobrás a Bolivia);
y también Argentina con Paraguay y Bolivia; o con Uruguay. Pero esto no
significa que existan relaciones de tipo semicolonial entre estos países. Por
ejemplo, Argentina presiona a Uruguay por la construcción del puerto de aguas
profundas que alienta el gobierno de Mujica, sin que ello implique que Uruguay
sea semicolonia argentina. Estas presiones derivan del modo de producción
capitalista, y son ineludibles en tanto exista la propiedad privada y el
mercado mundial. Son consustanciales a la naturaleza competitiva del capital, a
la persecución de objetivos propios de las diferentes burguesías y a la defensa
de sus intereses (al pasar, ¿en qué queda la pretendida “unidad
latinoamericana”?).
Es puro utopismo pequeño burgués pensar que un país
capitalista puede abstraerse o modificar esta dinámica objetiva. La dependencia
económica de los países atrasados con respecto a las grandes potencias no se
puede eliminar con la liberación nacional, que atañe a lo político. Es una
dependencia que está asociada al desarrollo internacional desigual de las fuerzas
productivas. Por eso, un programa socialista sería reaccionario (en el sentido
del atraso de la ciencia y la tecnología) si propusiera desarrollos
autárquicos, y basados en los particularismos nacionales. Una “liberación
nacional” a lo Corea del Norte no es “liberación” en ningún sentido de mejora
de las condiciones de vida de las masas trabajadoras, ni de las condiciones
para terminar con toda forma de explotación, que es lo que en definitiva
importa.
Textos citados
Mármora, L. (1986): El concepto socialista de Nación,
México, Cuadernos de Pasado y Presente.
Peña, M. (1974): Industria, burguesía industrial y liberación nacional,
Buenos Aires, Ediciones Fichas.
III
Planteos conectados
El
tema tratado en esta nota enlaza con otros planteos que he presentado
en este blog. Una primera cuestión es que no tiene sentido plantear que
actualmente el país dependiente típico es explotado (seguramente en este
punto tengo una diferencia con el planteo de Lenin). Es que en la
actualidad la relación económica predominante, en los países
dependientes, es capitalista, y por lo tanto la extracción del excedente
opera a través de la generación y apropiación de plusvalía, de la
queparticipan los capitales según su fuerza relativa, sean nacionales o
extranjeros; la cuestión del colonialismo en esto no interviene. Pero si
los capitales nativos de los países dependientes participan de la
explotación según su fuerza relativa, no tiene sentido decir que son
explotados, u oprimidos, por los capitales extranjeros; más bien son
socios en la explotación del trabajo. Éste es un punto en el que
mantengo una fuerte diferencia con buena parte de la izquierda
"nacional", que piensa que la burguesía criolla es "semi-oprimida" por
el imperialismo (según Trotsky, la burguesía de los países
semicoloniales sería una clase "semi-gobernante, semi-oprimida"). Los
países dependientes y atrasados hoy no están sometidos al saqueo y
pillaje por vía de la dominación colonial, y por lo tanto no tiene
sentido afirmar que "la nación" (esto es, comprendiendo a su clase
dominante) está oprimida, o explotada en alguna forma.
Para
expresarlo con nombres, en Argentina los grupos Socma, Techint, Lázaro
Báez, Bulgheroni, Clarín, Macro, Arcor, Pescarmona, Grobo y similares,
no son explotados, sino explotadores. Algo similar ocurre con los
grandes grupos económicos mexicanos, chilenos, malayos o indios. Pueden
estar asociados con capitales extranjeros, sean financieros, comerciales
o productivos, pero no por ello están colonizados. Lo mismo se puede
decir de los inversores argentinos (o de cualquier otro país atrasado)
que realizan inversiones directas en otros países, o colocan fondos en
los grandes centros financieros internacionales. Sus intereses están
entrelazados con los del gran capital. Un funcionario argentino que
invierte sus dinerillos en un paraíso fiscal, no es un explotado por el
capital financiero internacional; es alguien que ha participado, y se ha
beneficiado, de la explotación de la clase obrera de “su” país, y se
sigue beneficiando de la explotación del trabajo a nivel global. En
definitiva, las clases dominantes de los países dependientes, no son
“semi-oprimidas”, como aparecía en la visión tradicional basada en la
caracterización de Argentina, y semejantes, "son semicolonias”. Por esta
razón, tampoco tiene sentido sostener que la clase obrera europea o
estadounidense participa de la explotación de la clase obrera del
llamado tercer mundo, como sostienen algunos marxistas "nacionales”
(hace algunos años, escuché por televisión a la por entonces diputada
Ripoll decir que los trabajadores españoles gozaban de “altos salarios”
porque las empresas españolas sobre-explotaban a los trabajadores
argentinos).
En
segundo término, la evolución de la mayoría de los países de colonias a
países capitalistas dependientes, no se puede comprender si se sigue
aferrado a la idea de que la entrada del capitalismo europeo en la
periferia sólo generó retroceso de las fuerzas productivas o
estancamiento. O que la oligarquía terrateniente nunca podría
evolucionar hacia alguna forma de capitalismo agrario. Se trata de una
tesis que se instaló en la izquierda a partir de 1934 (séptimo congreso
de la Internacional Comunista), y se mantuvo, con pocas variantes, hasta
el día de hoy. Por eso es tan común que la izquierda “nacional” diga
que Marx se equivocó cuando pronosticó que en el largo plazo la entrada
de los ferrocarriles británicos en India terminaría generando
capitalismo indio (y buena parte de la izquierda “ortodoxa” guarda
prudente silencio sobre el asunto). Por eso también, casi nadie quiere
recordar los pasajes en los que Lenin planteaba que la entrada del
capital extranjero en las colonias daría lugar al desarrollo de fuerzas
productivas capitalistas en esos territorios. Según la visión
“estancacionista”, en las periferias sólo podían reinar el atraso y el
saqueo colonial, de manera que el desarrollo capitalista estaba
"bloqueado" (término empleado por Samir Amin, o Ernest Mandel) en algún
sentido fundamental. Sin embargo, la predicción de Marx se mostró más
acertada que el enfoque estancacionista (véase aquí).
Indudablemente, la entrada del capital en el Tercer Mundo, del brazo
del colonialismo, provocó enorme devastación y retroceso (véase Bairoch,
1982), y esta situación es el elemento de verdad que tienen las tesis
estancacionistas. Pero también generó, dialécticamente, las condiciones
para que surgiera una fuerza social burguesa, con raíces propias. En la
Argentina dependiente del siglo XIX, por caso, las inversiones
británicas de ferrocarriles, alentadas por los gobiernos
tradicionalmente considerados pro oligárquicos y pro capital extranjero
-Mitre, Sarmiento, Avellaneda- también alentaron, en definitiva, un
desarrollo capitalista. Puede, con toda razón, considerárselo un
desarrollo tecnológicamente atrasado y desarticulado, pero no dejó de
ser desarrollo capitalista. Obsérvese que desde la perspectiva que estoy
defendiendo, un libro como Facundo, de Sarmiento, no es la expresión de
un programa de desarrollo colonial, como sostiene la corriente
nacional, sino capitalista; más precisamente, de acumulación originaria
-esto es, por medio de la violencia- capitalista.
El
desarrollo capitalista, por otra parte, hace que en la actualidad sea
más visible la distancia que media entre los países dependientes, y las
colonias y semicolonias que analizaba Lenin. Más aún, hoy la exportación
de capitales desde países atrasados, y el surgimiento de grupos con
intereses globales y raíces en los países atrasados, introducen nuevas
complejidades en las relaciones de dependencia. En 2000 la participación
de los países atrasados en la inversión extranjera directa mundial era
del 12%; en 2012 fue del 35% (los BRICS, esto es, Brasil, Rusia, India,
China y Sudáfrica son los mayores inversores; UNCTAD, 2013)). En 2011 el
42% del stock de IED de los BRICS estaba en países adelantado (y el 34%
en EEUU). En 2012, entre los 20 países inversores más importantes del
mundo estaban China (segundo lugar, con 123.000 millones de dólares);
Rusia, en el octavo lugar (con 51.000 millones de dólares); Corea, en el
puesto 13; México en el 15; Singapur en el 16 y Chile en el 17 (con
21.000 millones de dólares; fuente UNCTAD 2013). En la lista Fortune
2012 de las 500 empresas globales más poderosas del mundo, 73 empresas
eran de China, 13 de Corea del Sur, 8 de Brasil, 8 de India, 7 de Rusia,
6 de Taiwán, 3 de México, 2 de Singapur, y con una empresa figuraban
Malasia, Colombia, Tailandia, Venezuela, Arabia Saudita y Emiratos
Árabes. Según el McKinsey Global Institute, de las 8000 empresas que a
nivel mundial producen ingresos superiores a 1000 millones de dólares
anuales, el 26% pertenecen a países atrasados. No estamos diciendo con
esto que Malasia o Brasil se equiparan con Japón o EEUU, sino
significando que hubo un desarrollo capitalista, y que las burguesías de
muchos países atrasados en absoluto pueden ser consideradas simples
marionetas de los capitales de las grandes metrópolis.
El
desarrollo capitalista también involucró a las famosas “oligarquías
terratenientes parasitarias”. Por ejemplo, en Argentina, cuando se
dieron las condiciones, los grandes propietarios de la tierra en la
Pampa Húmeda invirtieron en la producción de soja y maíz, y avanzaron
por una vía capitalista. Se puede discutir si es un avance tecnológico
mayor o menor que el de los países adelantados, pero no hay dudas de que
se trató de un desarrollo capitalista. Lo mismo sucedió con otras
esferas de la actividad económica: surgió un capitalismo con bases
propias, que actúa en conveniencia con el capital extranjero. Se
confirma también que esta evolución terminó acentuando la relación de
las economías de estos países con el mercado mundial, y con el capital
mundial. El desarrollo capitalista da como resultado que todas las
economías sean hoy cada vez más interdependientes. La discusión sobre la
“cuestión nacional” (y la famosa "burguesía nacional") en países como
Argentina, se resuelve en la intelección de estos desarrollos.
Liberación nacional y contradicción capital trabajo
Como
no podía ser de otra manera, las diferencias en torno a estas
cuestiones desembocan en diferencias en torno al carácter de las luchas
sociales y políticas, y los programas que deberían defender los
socialistas en los países atrasados. En la visión "a lo Milcíades Peña",
el problema fundamental sería lograr la liberación nacional. El
enfrentamiento de la clase obrera con la burguesía se plantea, desde
esta óptica, no porque el capital implique una relación de explotación,
sino porque juega un rol contrarrevolucionario en relación a la
liberación nacional. Volviendo al escrito de Peña, ya citado: “Ante
todo, la clase obrera se enfrenta a la burguesía porque ésta es una
clase básicamente antinacional y contrarrevolucionaria desde el punto de
vista de la realización de las grandes tareas revolucionarias de la
nación. Por eso la tendencia a poner en primer plano los antagonismos
entre el proletariado y la burguesía nacional olvidando el antagonismo
entre la nación y el imperialismo es sin duda condenable, pero
igualmente condenable, igualmente nocivo y contrarrevolucionario, es el
intento de ocultar, frenar y taponar la lucha de clases en supuesto
beneficio de la lucha nacional antiimperialista” (pp. 159-160).
Este
pasaje sintetiza en buena medida las diferencias entre Peña (y el
trotskismo, la corriente de la dependencia y similares), por un lado; y
la izquierda nacional (incluido el stalinismo), por el otro. Pero
también permite ver la distancia entre el planteo de esta nota, y el de
Peña (y los trotskistas). De acuerdo al enfoque que defiendo, hay que
poner en primer plano el antagonismo entre el capital y el trabajo, no
porque esté pendiente alguna tarea histórica de liberación nacional,
sino porque domina un modo de producción basado en la explotación del
trabajo por el capital, sea este último nativo o extranjero. Lo cual conecta, inevitablemente, con la perspectiva internacionalista.
Por
otra parte, también pierde sentido el apoyo "crítico" a partidos o
corrientes políticas por su pretendido "antiimperialismo". Una cuestión
que, en determinadas coyunturas, ha marcado líneas políticas y mensajes
cargados de sentido “nacional”. Por ejemplo, en 2002 muchos dirigentes
de la izquierda argentina apoyaron la candidatura de Lula a la
presidencia de Brasil, con el argumento de que enfrentaba al
imperialismo de EEUU. Así, Vilma Ripoll, del Movimiento Socialista de
los Trabajadores, explicaba que el triunfo de Lula terminaría "con años
de gobiernos directos del FMI y las multinacionales" (Página 12,
27/10/02); según esta visión, el gobierno de Fernando Henrique Cardoso
había sido de tipo semicolonial (cipayo, agente del imperialismo), y con
Lula el país, y América Latina, avanzaban hacia su independencia. Luis
Zamora se expresaba en términos semejantes: aconsejaba votar por Lula
"para enfrentar a EEUU y su política militarista de dominación" (ídem).
Estos dirigentes no podían ubicar el programa de gobierno del PT en los
marcos de un gobierno más o menos "normal" (y bastante conservador, por
cierto) de un país dependiente. Tampoco advertían que las políticas
fundamentales de Cardoso (privatizaciones, énfasis en reducir el déficit
fiscal, promoción de condiciones para invertir) no obedecían a
“dictados” de Washington, sino derivaban de la lógica del capital “en
general”, con anclaje en el mismo Brasil. En esta visión “nacional
marxista”, la historia queda reducida, en última instancia, a una
interminable sucesión de “traiciones” a los intereses de la patria
oprimida.
No
se trata de errores debidos a falta de información, sino son el
resultado de una concepción globalmente equivocada, cuya raíz última es
la incomprensión de las tendencias que operan a nivel del capitalismo
mundial. En definitiva, volver sobre la distinción leninista entre
países dependientes y coloniales y semicoloniales, y su relación con las
evoluciones del capitalismo, puede ser fructífero para la elaboración
de los programas y líneas de acción del socialismo en los países
atrasados.
Textos citados:
Bairoch, P. (1982): “International Industrialization Levels from 1750 to 1980”, Journal of European Economic History, vol. 11, pp. 269-333.
Peña, M. (1974): Industria, burguesía industrial y liberación nacional, Buenos Aires, Ediciones Fichas.
UNCTAD, (2013): World Investment Report, Global Value Chains: Investment and Trade for Development, http://unctad.org/en/PublicationsLibrary/wir2013_en.pdf