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Karl Marx ✆ A.d.
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Rolando Astarita | En
el pensamiento marxista ha habido dos líneas interpretativas esenciales de la
crisis. Por un lado, la que pone el
centro en la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, y sostiene
que las crisis se deben a las contradicciones que anidan en la producción y la
acumulación capitalista. Se trata de una explicación endógena de la crisis. Los
autores que más influencia han tenido en esta tradición son Grossmann (1984),
Mandel (1979, 1986) y Shaikh (1991, 2000). Es un abordaje que Brenner (1998)
llama “fundamentalista”, porque sería el que más se acerca a la visión de Marx.
Por otro lado están los autores que, al decir Grossmann,
proponen explicaciones exógenas de la crisis. Algunos porque hacen derivar la
crisis de la contradicción entre la producción capitalista y el consumo. Otros,
en cambio, sostienen que la contradicción central es entre la producción y las
finanzas, como ocurre con la actual tesis de la “financiarización”. También
están los autores de la corriente “profit squeeze”, que sostienen que la crisis
se debe al alza de los salarios en la fase expansiva del ciclo económico, que
lleva a la baja de los beneficios y a la caída de la inversión. Una variante de
este pensamiento sostiene que, más en general, las crisis capitalistas ocurren
porque la clase obrera resiste al capital y lo obliga a huir de la
acumulación. Otro caso de explicación
exógena
es la que dice que la crisis se debe a la contradicción entre las
fuerzas productivas y las fronteras nacionales, como hicieron Bujarin, y otros
dirigentes de la Tercera Internacional. En estas explicaciones la caída de la
tasa de ganancia por aumento de la relación entre el capital constante y el
trabajo vivo no juega un rol importante en la crisis.
En este trabajo no tratamos este tipo de teorías, para
concentrarnos en la tesis de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia. La idea central que desarrollaremos es que si bien la explicación de
las crisis capitalistas pasa por la contradicción entre el desarrollo de las
fuerzas productivas a que tiende el capitalismo, y la valorización del capital,
es necesario superar la visión demasiado lineal con que hemos analizado las
crisis quienes nos reivindicamos en la tradición de Grossmann, Mandel y
Shaikh.
Según la explicación más general de esta corriente, la
crisis se produce cuando la caída tendencial de la tasa de ganancia frena la
acumulación del capital.
[1][1] Ésta es la versión
más simple, que esencialmente encontramos en Mandel. En Grossmann y Shaikh la
formulación se complica un tanto, ya que estos autores subrayan el carácter
bifacético de la ley descubierta por Marx. Esto es, no sólo importa la caída de
la tasa de ganancia, sino también la evolución de la masa de ganancia. De esta
manera Grossmann y Shaikh procuran responder a la pregunta que deja abierta la
formulación más sencilla, a saber: ¿Por qué la crisis se produce cuando la tasa
de ganancia baja del 8 al 7%, por ejemplo, y no cuando baja del 10 al 9%?
La respuesta de Grossmann y Shaikh es que la crisis ocurre cuando la caída
tendencial de la tasa de ganancia termina estrangulando la masa de ganancia y
ésta se estanca. Esto significa que las últimas inversiones no están rindiendo;
esto es, la tasa marginal de ganancia se estanca. A partir de ese momento, dice
la tesis, no es rentable invertir, y estalla la crisis de sobreproducción y
sobrecapacidad, con caída de los precios y mayor derrumbe de las ganancias. Por
ejemplo Grossman sostiene que la crisis de la década de 1930 en EUA se produjo
porque la tasa de ganancia estaba sufriendo una caída tendencial, a lo que se
habría sumado el estancamiento de la masa de ganancia desde 1925. También
Shaikh plantea que la Gran Depresión estuvo precedida de un largo descenso de
la tasa de ganancia, que se combinó con el estancamiento de la masa de ganancia
al final de la década de 1920. Algo similar habría ocurrido, según Shaikh, en
la segunda posguerra. La tasa de ganancia descendió tendencialmente a lo largo
de un cuarto de siglo, aproximadamente, y la masa de ganancia se estancó a
comienzos de la década de 1970, dando lugar a la crisis de 1974-1975. Obsérvese
que en Shaikh la tasa de ganancia –lo que él llama la tasa “básica”– cae de
manera sostenida a lo largo del tiempo. En Mandel, en cambio, la tasa de
ganancia no cae en el largo plazo. En su opinión durante buena parte de la fase
ascendente del capitalismo la tasa de ganancia puede mantenerse alta, o incluso
aumentar.
Por otra parte hay un punto de encuentro muy importante en
Mandel y Shaikh, que es la idea de que la economía capitalista se mueve a
través de ciclos largos, llamados ciclos Kondratiev. Estos ciclos serían de
unos 50 años, divididos en dos fases. En la primera, de unos 25 años de duración,
la inversión y la economía están en ascenso; en la segunda fase el movimiento
es descendente, hay estancamiento y crisis agudas. Las variaciones de la tasa
y/o masa de ganancia, según Mandel y Shaikh, gobiernan estos grandes
movimientos. En cuanto a las crisis cíclicas que ocurren durante la larga fase
de ascenso del Kondratiev, no parece encontrarse una explicación clara en
Mandel y Shaikh. En lo que respecta a Grossmann, no hay ninguna referencia a
ciclos largos. En su visión todas las crisis se explican como el resultado
último de la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia; aunque
tampoco encontramos en Grossmann una explicación precisa de por qué se producen
las fluctuaciones menores.
De todas maneras, y por sobre estas diferencias, tanto
Grossmann en los treinta, Mandel en los setenta y ochenta, y luego Shaikh,
establecieron la importancia de la ley de la tendencia decreciente de la tasa
de ganancia para el estudio de las crisis.
[2][2]
Planteamiento de
problemas
Partiendo de reconocer la necesidad de anclar las
explicaciones sobre las crisis en las contradicciones internas al modo de
producción capitalista, sostenemos sin embargo que en la tesis de Grossmann,
Mandel y Shaikh existen problemas que no terminan de ser resueltos. Algunos se
refieren a las perspectivas de largo plazo –por ejemplo, ¿es la ley de la
tendencia decreciente de la tasa de ganancia una tesis sobre el derrumbe
“económico” del capitalismo?–, que en este escrito no vamos a tratar. Otros se
relacionan con la explicación de cómo y por qué se producen las crisis. Es en
este aspecto que nos centramos en lo que sigue. Aclaremos que dejamos de lado
ahora la cuestión de por qué se producen las fluctuaciones menores –como puede
ser la recesión de 1957-1958 en EUA–, que nadie hasta ahora ha pretendido
explicar por la caída tendencial de la tasa de ganancia, y seguramente
demandará futuros estudios específicos por parte de los marxistas.
El problema fundamental es que la visión “a lo Grossmann y
Shaikh” no explica algunas de las crisis más importantes que atravesó el
capitalismo. Sí parece encajar muy bien en la dinámica que conduce a la crisis
de 1974-1975; y tal vez en la siguiente gran recesión sincronizada del
capitalismo desarrollado, en 1981-1982. Es que la tasa de ganancia experimentó
una larga caída desde principios de los años 1950, como puede verse en los
gráficos 1, 2 y 3; y la masa de ganancia se estancó hacia comienzos de los años
1970, como ha destacado Shaikh.
Sin embargo la cuestión se hace mucho más problemática
cuando abordamos con este esquema la Gran Depresión de los treinta, u otras
grandes crisis, más recientes. Lo vemos con algún detalle.
a) La Gran Depresión de los treinta
La crisis de la década de 1930 es explicada por Shaikh, como
dijimos, por una caída de largo plazo de la tasa de ganancia, combinada con el
estancamiento de la masa de ganancia. Sin embargo, si bien se advierte que en
el largo plazo hubo una caída de la tasa de ganancia desde fines del siglo XIX
hasta comienzos del siglo XX, a partir de 1905 y hasta 1929, no hubo ninguna
caída importante de la tasa de ganancia. De hecho, tanto la tasa de ganancia
efectiva, como la tasa de ganancia “básica”, con que trabaja Shaikh, eran más
altas en 1929 que en 1905.
[3][3] Aquí estamos
utilizando los gráficos y datos que proporciona el propio Shaikh.
Sí se advierte un cierto debilitamiento de la tasa de
ganancia en 1929 con respecto a su pico más alto de la década, lo que podría
explicar en parte por qué cae la inversión, en especial a partir de 1930. Sin
embargo cuesta entender por qué la crisis tuvo la profundidad que tuvo por ese
solo hecho. No hay nada en ese debilitamiento de la tasa de ganancia que
hiciera prever lo que sucedería. Entre mediados de 1929 y el primer trimestre
de 1933 el PNB de EUA en términos reales cayó el 30,5%; el desempleo subió al
25% y la inversión se derrumbó desde representar el 19,6% del PNB en 1929 al
4,4% en 1933. ¿Cuál es la razón de semejante caída? La pregunta es pertinente
porque después de todo hubo otros episodios de debilitamiento de las ganancias,
en EUA y en otras economías desarrolladas, que no dieron lugar a semejante
catástrofe. Por ejemplo, previo a la recesión de 1920 se advierte una caída de
la tasa de ganancia; pero la recesión, si bien profunda, fue de corta duración
y mucho menos grave que la depresión del 30.
En cuanto a la masa de ganancia, del cuadro presentado por
Shaikh no se desprende que antes del estallido de la crisis haya habido un
estancamiento significativo. No hay nada que sea cualitativamente distinto a
otros episodios de caída de las ganancias, que explique por qué sobrevino una
depresión de esa magnitud. Otros autores (véase más abajo) tampoco registran
una caída importante de las ganancias.
b) La Gran Recesión japonesa de los noventa:
En la década de 1990 la economía japonesa entró en una larga
fase de semi-estancamiento, luego de que estallara la burbuja en el mercado
bursátil e hipotecario, en 1989. Pasó de una tasa de crecimiento del 4% anual
en la década de 1980, a una tasa del 1,5% anual entre 1990 y 1999; en ese lapso
hubo cinco recesiones (considerando recesión dos o más trimestres consecutivos
con crecimiento negativo), y a comienzos de la década de 2000 entró en un nuevo
descenso. El largo estancamiento estuvo liderado por la caída de la inversión;
como proporción del PNB pasó del 20% en 1990 al 16% en 1999.
En el caso de Japón la ley de la tendencia decreciente de la
tasa explicaría mucho del problema, a igual que lo que ocurre con la crisis de
EUA de 1974 y 1975. La tasa de ganancia cae desde los años sesenta hasta 1980;
y en la década de 1980 se advierte un nuevo debilitamiento hasta 1990. Según el
IMF (2000, 2001), las ganancias sobre activos de las corporaciones habrían
pasado de aproximadamente el 8,5 y 9% en 1980, al 6 o 6,5% en 1990.
El problema aquí es que si bien esta caída de la tasa de
beneficios estaría en el corazón de la crisis, entre 1985 y 1990, o sea, en el
movimiento que lleva a la crisis, la tasa de ganancia no cae. Se mantiene en el
rango de 1985. Pero además en ese lapso hubo un fuerte aumento de la masa de
beneficios. Entre 1985 y 1990 los beneficios de las empresas subieron más del
50%, y se mantenían altos todavía a comienzos de 1991. Recién caen, y muy
bruscamente, en la segunda mitad de 1991, como producto de la recesión. Pero la
tesis de Grossmann y Shaikh nos dice que el giro hacia la crisis ocurre cuando
la masa de ganancia se estanca. Una posibilidad es que los beneficios al final
del ciclo hayan sido altamente especulativos, y que las empresas no financieras
ya estuvieran experimentando el estancamiento y/o caída de sus ganancias. El
factor especulativo acompaña al boom de los activos –en este caso precio de las
acciones y propiedad inmobiliaria– y debe ser incorporado al análisis. Sin
embargo la inversión en Japón siguió aumentando al final de la década de 1980 a
una tasa anual superior de dos dígitos. Entonces, si las ganancias de las
empresas no financieras estaban estranguladas, no se entiende por qué siguió
subiendo la inversión. De manera que la caída de largo plazo –desde los
sesenta– de la tasa de ganancia podría explicar en buena medida la crisis. Pero
no logra dar cuenta del mecanismo concreto que lleva al colapso.
c) La inversión en la
década de 1990 en EUA
En la década de 1990 en EUA hubo un intenso proceso de
acumulación del capital. La inversión real subió a una tasa anual del 13% entre
el último trimestre de 1994 y el último de 1999 (la tasa anual promedio en las
tres décadas anteriores había sido del 7%). Y esta fuerte inversión provocó,
hacia los años 1996-1997, una caída de la tasa de ganancia “a lo Marx”, esto
es, debida al aumento de la composición orgánica del capital, como demuestra
Ramos (2007). Esa caída continuó hasta 2001. Además, la ganancia marginal
también tuvo una trayectoria decreciente desde 1994 y se hizo negativa en 1997.
Aclaremos que la ganancia marginal es la relación entre las ganancias del
conjunto de las empresas no financieras domésticas y el acervo agregado neto de
capital fijo de estas empresas, ambas medidas en términos nominales. Se trata
de una variable muy importante, ya que está indicando el rendimiento de las
últimas unidades de inversión. Según la visión de Shaikh, este estancamiento
y/o caída de esta tasa marginal debería de haber llevado al freno de la
inversión. Pero, como señala Ramos, a pesar de la caída de la tasa de ganancia,
y de la tasa marginal de ganancia, “el crecimiento del acervo del capital fijo
(medido en términos reales) sigue acelerándose hasta el año 2000”. Y agrega que
“a partir de un período extenso que precede a la recesión, los aumentos en el
acervo de capital no generaban ya aumentos adicionales en la ganancia, a pesar
de lo cual eran llevados a cabo” (Ramos y Ryd, 2005, p. 17).
De manera que aquí encontramos una relación inversa entre la
rentabilidad y la inversión durante un lapso prolongado. La inversión continuó
a un alto ritmo hasta que se revirtió súbitamente a la baja a mediados de 2000.
En ese momento pasó de un aumento (anualizado) del 15% en el primer semestre, a
casi el estancamiento en el segundo. Esta caída de la inversión arrastró al
resto de la economía a la recesión (Economic Report of the President, 2004). En
consecuencia la caída de la tasa y de la masa de ganancia puede explicar en
última instancia la caída de la inversión. Pero el proceso es complejo, porque
estuvo mediado por factores que debemos precisar. En particular, hay que
explicar por qué los capitales en EUA continuaban invirtiendo –Ramos habla de
sobreinversión– cuando no sólo la tasa, sino también la masa de ganancia,
estaban en caída o estancadas.
Pero además hay otro problema todavía mayor, y es que la
caída de la tasa de ganancia a partir de 1996-1997 no se inscribe en un
movimiento descendente de largo plazo. De hecho la tasa de ganancia en EUA se estaba recuperando desde 1983 y todos
los estudios coinciden en que hacia mediados de la década de 1990 volvía a los
niveles de principios de los años 1970. Esto es, la caída de 1997 revertía un
largo ascenso de por lo menos dos décadas. Esto decididamente no encaja en el
esquema usual de Mandel o Shaikh.
d) El ciclo 2002-2007
y la crisis
También encontramos problemas cuando queremos explicar el
ciclo económico que sigue a la recesión de 2001, y lleva a la crisis iniciada
en 2007.
La recesión de 2001 fue débil –por razones que hemos
analizado en Astarita (2009)– y la economía de EUA se recuperó a partir de
2002. La fase ascendente del nuevo ciclo llegó hasta 2007, en que se inicia la
nueva crisis. Pero el movimiento de este ciclo no se acomoda a la explicación
canónica de la ley de la tasa de ganancia. Es que la inversión en el sector
manufacturero se mantuvo extremadamente débil entre 2002 y 2007, o sea, en la
fase ascendente del ciclo, cuando la tasa de ganancia se estaba recuperando.
Efectivamente, los beneficios post impuestos de la industria subieron un 197%
entre 2002 y 2005; la tasa de ganancia por ventas subió del 3,2% al 7,4%; el
flujo de caja aumentó el 44%; la tasa de interés de los bonos corporativos bajó
del 5,05 al 4,29%; y los salarios estuvieron contenidos (Norman 2008). Todavía
en el segundo trimestre de 2006 la razón beneficios corporativos/PNB alcanzaba
el 13%, el nivel más alto en medio siglo y la razón beneficios/ventas llegaba a
un récord de 8,5% (Hester, 2006).
Estos factores deberían entonces actuar positivamente sobre
la inversión. Los altos beneficios generan expectativas favorables en los
empresarios; dan lugar a una fuente de financiamiento más barata que el
crédito; indican que la inversión pasada fue apropiada, y mejoran el acceso al
crédito (Zarnowitz, 1999). Subrayemos también que a mediados de la década las
corporaciones no financieras de EUA tenían abundante liquidez y muy baja deuda.
[4][4] Pero con todos
estos elementos favorables, la inversión no aumentó. Mientras que el índice de
producción industrial creció un 8% entre 2003 y 2005, la inversión
manufacturera lo hizo sólo un 3,9%; mucho menos que en cualquier otro ciclo de
la posguerra. A pesar de que los flujos de caja aumentaron desde 2001, la razón
inversión/flujo de caja alcanzaba su punto más bajo en 2005; la razón
inversión/beneficios post impuestos también estaba en su punto más bajo, en
2006, desde 1977 (Norman, 2008). En septiembre de 2006 el Conference Board
anunciaba que la confianza empresaria estaba en el nivel más deprimido desde
2001. ¿Por qué si las ganancias eran altas? ¿Por qué la inversión no mejoraba?
Pero además, si la inversión no aumentó significativamente
entre 2002 y 2007, es difícil explicar que la crisis iniciada en 2007 se
produjo por una caída de la tasa de ganancia debida a un aumento de la
composición orgánica del capital. Siete años de baja inversión –desde 2000 a
2007– debieron de haber aliviado el efecto bajista de la composición orgánica
del capital sobre la tasa de ganancia. Sí se advierte un cierto debilitamiento
de la tasa de ganancia hacia 2006, cuando se toman en cuenta las ganancias
domésticas realizadas por las corporaciones no financieras; pero estaría
provocado más por factores como el aumento de las materias primas, que por la suba
de la composición del capital. Y tampoco parece haber habido una caída de las
ganancias, y de la tasa de ganancia de magnitud tal que pueda explicar la
profundidad de la recesión que sobrevino luego. En términos globales la
ganancia del capital bajó de un pico del 10,5% en 2006 al 9,3% en 2007 (Tapia
Granados, 2009; en Astarita 2009 presentamos datos coincidentes). ¿Por qué esta
baja debería haber desatado la caída en la depresión?
Por otra parte, hay que insistir que en cualquier caso ese
debilitamiento de la tasa de ganancia no se inscribe en ningún movimiento
tendencial de baja.
La especificidad de
la relación ganancia e inversión
No sólo los marxistas, sino también una larga tradición de
autores en la línea del viejo institucionalismo, la corriente ricardiana, la
schumpeteriana y el poskeynesianismo, coinciden en que las ganancias son un
indicador líder, que anticipa la marcha de la economía. Ganancias en alza
implican inversión en alza y economía en alza. E inversamente, el
debilitamiento de las ganancias anticipa la caída de la inversión y del
crecimiento. Sherman (1991), que resume buena parte de esta tradición teórica,
enfatiza este rol de las inversiones. Sin embargo esta comprobación del rol
líder de las ganancias no responde a la pregunta de cuál es la variable dentro
del campo de la rentabilidad que debe considerarse que rige la inversión.
Concretamente, la pregunta es si la inversión es decidida
por el capitalista en base a la ganancia realizada, o a la ganancia que espera.
En la literatura marxista muchas veces da la impresión de que es en base a la
ganancia realizada. En determinado punto de prosperidad, se sostiene, el
capitalista advierte que bajó demasiado la tasa de ganancia; o que la masa de
ganancia se estancó, y en consecuencia frena la inversión. Sin embargo también
en algún momento de la depresión los capitalistas comienzan a invertir –de
manera característica en la reposición de inventarios– a pesar de que las
ganancias pasadas estuvieron deprimidas. Lo hacen porque han elevado sus
expectativas de ganancias. Sherman apunta que lo más importante es la ganancia
que los capitalistas esperan. Esa expectativa, agrega, “cambia de acuerdo a las
condiciones presentes y pasadas, incluyendo la tasa de beneficio pasada y
cualquier otro factor que pueda afectar a la tasa de beneficio” (Sherman, 1991,
pp. 111-112). Entre estos factores están la demanda de bienes y servicios,
evidenciada en las ventas; los costos presentes y esperados del trabajo y el
capital constante; y el costo del crédito. De alguna manera esta expectativa
incide en cómo y por qué en algún momento del auge el capitalista frena la
inversión. Por eso los beneficios realizados pueden ser un indicador de lo que
está por venir. Pero no se trata de un factor mecánico. Veremos luego que en
determinadas condiciones, específicamente vinculadas con la sobreinversión,
altos beneficios no necesariamente implicarán altas inversiones; y
viceversa.
En consecuencia hay que cuestionar la idea, demasiado
mecánica, de que basta alguna dosis de descenso de la tasa de ganancia, o algún
estancamiento de la masa de ganancia para desatar la crisis y la recesión.
Indudablemente la caída de las ganancias incide negativamente, pero el estudio
de las crisis indica que la relación entre los beneficios realizados, los
beneficios esperados y la inversión no tiene nada de lineal. En determinados
momentos fluctuaciones en los beneficios realizados apenas parecen afectar la
marcha de la economía; y en otros momentos parecen estar en el origen de caídas
catastróficas. El signo, positivo o negativo, de la tasa de cambio de los
beneficios, también pueden tener un efecto importante. Años de crecimiento
sostenido de los beneficios pueden generar expectativas de renovados buenos
beneficios, que alienten olas inversoras, y viceversa. De esta manera
aparecerán fenómenos de aceleración y desaceleración rápidas. Mucho de lo que
vamos a tratar en lo que sigue está vinculado a estas cuestiones.
Hacia un análisis más
concreto
Nuestra propuesta frente a los problemas que hemos planteado
anteriormente es que el análisis debe hacerse más concreto en dos direcciones.
Por un lado, en la dirección de los factores históricos y sociales más
generales, relacionados con el nivel de la lucha de clases, los conflictos
políticos y la evolución del capitalismo. Esto ayudaría a comprender por qué,
por ejemplo, la crisis del 30 tuvo una profundidad mayor que –de acuerdo a los
indicios disponibles al momento de escribir estas líneas– la actual crisis.
Este análisis será fructífero en tanto no se pretenda derivar de forma más o
menos lineal los grandes episodios de la lucha de clase, conflictos políticos,
etc., de las tendencias de largo plazo de la tasa de ganancia. Un problema en
el que a veces parece incurrir Mandel, y sobre el que volveremos brevemente
luego.
En segundo lugar es necesario incorporar al análisis la
competencia y el cambio tecnológico entre los factores que llevan a la crisis,
así como de manera más “orgánica” las desproporciones que se originan en esa
lucha competitiva. Es una idea distinta de la de Grossmann, que sostiene que la
ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, y el mecanismo que
desemboca en la crisis, deben estudiarse desde el punto de vista del capital
“en general”, prescindiendo de la competencia. Este abordaje nos parece
desafortunado. Es que el capital sólo existe a través de los muchos capitales
en competencia, y las tendencias bajistas que afectan a la tasa de ganancia no
pueden comprenderse si se prescinde de la competencia. Shaikh ha enfatizado por
eso, y con acierto, la importancia de la competencia como motor del aumento de
la composición del capital.
Sin embargo necesitamos incorporar más mediaciones que las
que introduce Shaikh. Algunas las hemos señalado en un trabajo anterior sobre
la crisis actual (véase Astarita 2009). Entre ellas está la presión de los
precios de las materias primas –también Grossmann destaca este factor–; la
desproporción entre las ramas, y el aumento probable de los gastos
improductivos, en especial en las fases finales del auge. Ahora nos detenemos
en la sobrecapacidad, o sobreinversión, que surge ya antes del estallido de la
crisis y está vinculada a la búsqueda de plusvalías extraordinarias, a la
competencia por los mercados, y a las desproporciones que se desarrollan a
medida que progresa la acumulación del capital. Al ubicar el surgimiento de la
sobrecapacidad antes de la crisis, cambiamos el encadenamiento que conduce a la
caída.
Observemos que en un esquema “a lo Grossmann”, con la crisis
baja la demanda y recién entonces aparece la sobrecapacidad, lo que lleva a la
baja de precios y a una baja aún mayor de la tasa y masa de ganancia, y de la
producción. La sobrecapacidad es consecuencia del debilitamiento de la tasa de
ganancia, y de la demanda; y a su vez reactúa negativamente sobre la
rentabilidad.
Pero la realidad es que la sobrecapacidad, o sobreinversión,
surge ya antes de que se desate la crisis, incluso cuando la economía está
funcionando “a pleno”. Y su aparición influye decisivamente en el estallido de
la crisis, a través de la presión sobre las ganancias. Esto es, no sólo afecta
a las ganancias durante la depresión, sino también lleva a la caída de las
ganancias y a la crisis. Por eso no sólo es una consecuencia de la crisis, sino
también causa de ella. Además, ejerce una influencia considerable, junto a la
tasa de ganancia y la ganancia realizada, en las expectativas de los
capitalistas sobre las ganancias futuras.
Antes de seguir con este desarrollo, releemos algunos textos
de Marx a la luz de este enfoque que estamos proponiendo. Lo que nos interesa
mostrar es que en Marx hay un análisis que apunta a incorporar más
determinaciones que las que señalaría el esquema demasiado abstracto de muchos
escritos marxistas; y entre estas determinaciones, la sobrecapacidad y las
desproporciones juegan un rol clave. También veremos que al estudiar una crisis
en particular, la de 1847, Marx no la explica de forma directa por la ley de la
tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Su análisis está pleno de
determinaciones que surgen del estudio vivo de los acontecimientos.
Textos de Marx I: Sobreinversión y tasa de ganancia
Empecemos destacando que cuando discute la tendencia
decreciente de la tasa de ganancia, en el capítulo 15 del tercer tomo de El
Capital, Marx introduce otras cuestiones distintas de la relación entre aumento
tendencial de la composición orgánica del capital y caída de la tasa de
ganancia, que constituye el núcleo de su ley.
Después de referirse a las limitaciones que puede sufrir el
proceso de producción, Marx analiza las dificultades que surgen venta. Dice que
con el desarrollo de la producción capitalista aumenta “hasta proporciones
monstruosas” la masa de plusvalor (generado en la producción), pero que ahora
debe venderse el producto global, toda la masa mercantil.
Si ello no ocurre, o sólo sucede en forma parcial o a
precios inferiores a los precios de producción, el obrero habrá sido explotado,
ciertamente, pero su explotación no se realizará en cuanto tal para el capitalista,
pudiendo estar ligada a una realización nula o sólo parcial del plusvalor
expoliado o, más aun, a una pérdida parcial o total de su capital (p. 313).
De manera que en este punto del ciclo que está considerando
la masa de ganancia sigue creciendo, en principio. No estamos en el estadio en
que, de acuerdo a Grossmann y Shaikh, la masa de ganancia cae o se estanca por
la caída de la tasa de ganancia. Marx está diciendo que la masa de plustrabajo
sigue creciendo, pero que sin embargo pueden aparecer obstáculos por el lado de
la realización en el mercado. Por eso agrega: “Las condiciones de la
explotación directa y las de su realización no son idénticas. Divergen no sólo
en cuanto a tiempo y lugar, sino también conceptualmente” (ídem).
¿Cuáles son esas condiciones de realización que divergen de
las condiciones de explotación? Marx responde: la producción sólo está limitada
por la fuerza productiva de la sociedad, pero la realización está condicionada
“por la proporcionalidad entre los diversos ramos de la producción y por la
capacidad de consumo de la sociedad” (ídem). Aquí aparecen entonces los
teóricos subconsumistas quienes asumen que Marx está radicando la causa última
de la crisis en los bajos salarios. Pero de hecho Marx solo dice que la limitación
de consumo se debe a las relaciones antagónicas de distribución, esto es, a
relaciones que son inherentes al capitalismo, y poco tienen que ver con que los
salarios sean altos o bajos. Es que si los precios bajaran de manera de ampliar
el consumo todo lo necesario, los mercados se vaciarían y no existiría crisis
de sobreproducción. Pero esto no puede suceder; las relaciones de distribución
son antagónicas porque están determinadas por la necesidad de apropiarse de
plusvalor. Éste es el substrato elemental sobre el que funciona el capitalismo,
y no puede ser eliminado mediante subas de salarios. Después de todo, la
plusvalía nunca puede ser realizada por el salario; sería una contradicción
lógica, contraria a la naturaleza del modo de producción capitalista. Por eso
también la “falta de consumo” por las masas trabajadoras de la parte del valor
agregado que corresponde a la plusvalía no puede explicar la crisis. Pero es
una condición general para que haya crisis capitalistas, porque es la condición
más general para que exista el capitalismo.
Por otra parte, necesariamente hay desequilibrio entre las
ramas. La revolución de las fuerzas productivas y la ampliación de la escala de
producción no ocurren al mismo tiempo en todas las ramas. Es un hecho que en las
fases de expansión del capitalismo algunas ramas son líderes. Y estas ramas
líderes son las que más padecen la sobreacumulación, arrastrando al resto de la
economía a la crisis.
Luego agrega:
Esto es una ley para
la producción capitalista, dada por las constantes revoluciones en los métodos
mismos de producción, la desvalorización del capital existente, vinculada con
ellas de manera constante, la lucha competitiva generalizada y la necesidad de
mejorar la producción y de expandir su escala, sólo como medio de mantenerse y
so pena de sucumbir. Por ello hay que expandir constantemente el mercado… La
contradicción interna trata de compensarse por expansión del campo externo de
la producción (p. 314).
Marx es consciente de que las mejoras de la producción y las
expansiones de su escala no obedecen sólo, ni principalmente, a exigencias de
la demanda, sino son un medio “de mantenerse so pena de sucumbir” en medio de
la lucha competitiva generalizada.
Más abajo vuelve a la cuestión de la sobreproducción como un
resultado de la lucha competitiva. Sostiene que la baja de la tasa de ganancia,
“vinculada con la acumulación, provoca necesariamente una lucha competitiva”.
Es que cada capitalista busca aplicar mejores métodos para disminuir el valor
individual de sus mercancías por debajo del valor social, y obtener así una
ganancia extraordinaria (p. 332). Esta lucha es acompañada por un transitorio
aumento salarial y una disminución temporaria de la ganancia, debida a ese
aumento, y se manifiesta también “en la sobreproducción de mercancías, en el
abarrotamiento de los mercados” (p. 329). De manera que la escisión entre las
restringidas dimensiones del consumo sobre bases capitalistas “y una producción
que tiende constantemente a superar esa barrera que le es inminente” se debe a
que el fin de la producción capitalista es la producción de ganancias, no
satisfacer las necesidades. Y para esto “regula el volumen de la producción con
arreglo a la escala de la producción y no a la inversa” (ídem; énfasis
agregado). De allí la sobreproducción, dice Marx. Pero esto sucede, según Marx,
cuando la masa de ganancia para el capital global de la sociedad todavía está
creciendo. Y en estos pasajes vuelve a la desproporcionalidad:
… la proporcionalidad
entre los diferentes ramos de la producción se establece como un proceso
constante a partir de la desproporcionalidad, al imponérsele aquí la relación
de la producción global, como una ley ciega, a los agentes de la producción
(pp. 329-330).
Son fenómenos vinculados a la propia lógica de la
acumulación del capital. Destacamos también que, de acuerdo con la
interpretación que dimos antes, en este pasaje Marx sostiene que la lucha
competitiva es acompañada por el aumento “transitorio del salario”, de manera
que la sobreproducción no es provocada, dentro de la lógica del sistema
capitalista, por el subconsumo.
Por último, hacia el final de este mismo capítulo 15, Marx
vuelve sobre las presiones competitivas, el cambio tecnológico en busca de las
plusvalías extraordinarias y la caída de los precios de las mercancías. Y
afirma que cuando la competencia generaliza el cambio tecnológico “se inicia
entonces el descenso de la tasa de ganancia –quizá primeramente en esta esfera
de la producción, nivelándose luego con las otras– el cual es total y
absolutamente independiente de la voluntad del capitalista” (p. 339).
Textos de Marx II: Sobreproducción
y desproporciones en Teorías de la Plusvalía
Lo anterior se puede articular ahora con textos del segundo
tomo de Teorías de la Plusvalía en los que Marx trata más explícitamente la
forma en que se llega a la sobreacumulación.
Señala, en primer lugar, que la sobreproducción en algunas
ramas importantes puede arrastrar a la sobreproducción general, y en ese caso
hay “sobreabundancia de todos los medios de producción y sobreacumulación de
todos los tipos de mercancías no vendidas en el mercado. Por otra lado,
capitalistas en bancarrota y obreros desposeídos” (Marx, 1975, t. 2, p. 448).
La sobreproducción general, sostiene, deriva de la interdependencia de todas
las ramas.
Ahora bien, esto exige responder por qué se puede producir
esta sobreproducción en las ramas más importantes. La respuesta es doble: por
un lado, porque la producción tiende a ampliarse con independencia de la
demanda; y en segundo lugar porque el desarrollo del capitalismo jamás es
proporcionado. La producción tiende a ampliarse porque el capital invertido en
la producción crece en forma continuada, y se usa de manera siempre más
productiva. “Hay una acumulación de perfeccionamientos, un desarrollo
acumulativo de capacidad productiva [que] exige un mercado en constante
ampliación” (ídem, p. 448). En consecuencia, dice Marx, la producción se amplía
con más rapidez que el mercado, y hay un momento, al final del ciclo, en que el
mercado aparece demasiado estrecho. Pero esta sobreproducción ocurre porque el
crecimiento de las diferentes ramas no es parejo:
…también es posible
que se produzca más carbón del necesario, aun para la sobreproducción de
hierro, hilado, etc. Esto no sólo es posible, sino muy probable. Porque la
producción de carbón e hilado y de todas las otras esferas de producción que
sólo crean las condiciones o primeras fases de un producto, que debe
completarse en otra esfera, está gobernada, no por la demanda inmediata, sino
por el grado, medida, proporción, que en que éstas se amplían. Y resulta
evidente por sí mismo que en este cálculo es posible sobrepasar el blanco
(ídem, p. 454).
En seguida precisa que la producción capitalista sólo se da
rienda suelta en ciertas esferas, en determinadas condiciones. “No habría
producción capitalista si tuviese que desarrollarse al mismo tiempo y en forma
pareja en todas las esferas” (p. 455). Algunas ramas se desarrollan de manera
más rápida que otras, y Marx tiene en cuenta este fenómeno, que recorre toda la
historia del capitalismo, a la hora de encontrar una explicación más concreta
de cómo se llega a la sobreproducción.
De esta manera Marx adopta una postura superadora con
respecto a Smith y Ricardo con respecto a la sobreproducción y las
desproporciones. Smith pensaba que cuando los capitales de muchos comerciantes
se invierten en la misma rama, la competencia reducía los beneficios. Y lo
mismo sucedía “cuando tiene lugar un aumento del capital en las diferentes
ramas que se desempeñan en la respectiva sociedad, la misma competencia
producirá efectos similares en todas ellas” (Smith, 1987, p. 85). Ricardo
responde –véase el cap. 21 de los Principios…– diciendo que no puede haber
sobreproducción general porque la producción de una rama se compra siempre con
producciones de otras ramas, o con servicios. De manera que si todas las ramas
crecen proporcionalmente, no habría lugar para la baja de los beneficios que
preveía Smith. La única forma en que los beneficios podían bajar era, en su
opinión, si aumentaban los salarios.
Marx admite, con Ricardo, que no puede haber baja de los
beneficios, por las razones que da Smith, si todas las ramas crecen
proporcionalmente; en ese caso tampoco puede hablarse de sobreproducción, sino
“de un desarrollo mayor que el habitual de las fuerzas productivas” (Marx,
1975, p. 453). Pero el desarrollo capitalista nunca ocurre de forma pareja, y
por lo tanto siempre la sobreproducción encierra el hecho de que la
sobreproducción real de algunas esferas provoca la sobreproducción de otras,
que se han desarrollado menos. Así la sobreproducción deriva de la ley general
de la producción capitalista:
La sobreproducción está condicionada de modo específico por
la ley general de la producción capitalista: producir hasta el límite
establecido por las fuerzas productivas… sin tener en cuenta los límites del
mercado o de las necesidades respaldadas por la capacidad de pago; y esto se
lleva a cabo por medio de una continua expansión de la reproducción y la acumulación,
y entonces por una constante reconversión de la renta en capital, en tanto que,
por otro lado, la masa de los productos se mantiene apegada al nivel medio de
necesidades y tiene que mantenerse apegada a él de acuerdo con la naturaleza de
la producción capitalista (ídem, p. 457).
Y esto sucede porque la competencia impone a todo
capitalista individual las leyes inmanentes del modo de producción capitalista,
como leyes coactivas, ya que lo obliga a expandir constantemente su capital
para conservarlo (Marx, 1999, t. 1).
La crisis de 1847 y
el análisis de Marx
Veamos ahora cómo pueden operar estos factores en un
análisis concreto de crisis por parte de Marx. La crisis británica de 1847
presenta un especial interés porque es posiblemente la crisis sobre la que
encontramos más referencias en la obra de Marx. Ubicamos primero en sus grandes
características el ciclo que arranca en 1843 (o finales de 1842, según Marx) y
termina en la caída de 1847-1848.
A principios de 1843, la economía británica se reanima luego
de la larga depresión que se había iniciado con la crisis de 1837. Ayuda a la
recuperación las buenas cosechas de 1841 y 1842, que incrementan la riqueza, el
excedente comercial y el dinero disponible para invertir. El aumento del neto
comercial habría tenido apreciables efectos multiplicadores (Matthews, 1954). A
su vez, la recuperación económica revive las ganancias de las compañías
ferroviarias y el interés por la construcción de nuevas líneas. Las ganancias
en los ferrocarriles suben a partir de 1843 porque las empresas se benefician
de las economías de escala y del aumento del número de pasajeros y del tráfico
de mercancías (Campbell, 2009). En 1845 la economía alcanza su punto
culminante, y paralelamente comienza el boom inversor en los ferrocarriles.
Este fuerte incremento de las inversiones en los ferrocarriles es posible por
la reunión de capitales a través del mercado bursátil. Se desata entonces lo
que los contemporáneos llamaron la manía. Matthews destaca que la manía surge
en las últimas etapas del período de expansión, y contribuye a la concentración
de la inversión en esa fase del ciclo, a pesar de una cierta declinación de la
actividad económica. En 1846 el dinero reunido y gastado por las empresas
ferroviarias fue superior en 20 millones de libras al de 1845; y en 1847
todavía aumentó otros tres millones. Según The Economist, y Marx también lo
señala, esta absorción de capital quitó capital al resto de las ramas.
Inevitablemente el boom inversor estuvo ligado a la
evolución de la bolsa de valores. A lo
largo del ciclo los precios de las acciones ferroviarias subieron en
promedio un 106% entre 1843 y octubre de 1845, cuando tocan el pico; y bajaron
un 64% entre esta última fecha y abril de 1850 (Campbell, 2009). Los dividendos
subieron un 69,8% entre 1843 y 1847, y cayeron luego un 60,2% desde su pico.
Según Campbell no habría habido burbuja bursátil porque la suba de los precios
de las acciones estuvo sustentada en ese aumento de los dividendos. Pero lo
importante es que a medida que se desarrollaba el boom inversor, fluían los
capitales y se ampliaba la capacidad ferroviaria muy por encima de las
necesidades del mercado. Y las inversiones se decidían no porque hubiera un
aumento de la demanda, sino por la presión de la competencia, y continuaban
incluso cuando las ganancias ya estaban en baja. Desde 1843 subió el número de
pasajeros; pero más aumentó la capacidad; y los precios de los boletos bajaron.
Un cóctel que se tradujo en caída de los beneficios. Pero muchas empresas seguían
pidiendo autorización para tender líneas aun a sabiendas de que habría
pérdidas, por el simple hecho de que temían una pérdida mayor si la línea
cayera en manos de un rival (Campbell, 2009). Es el diagnóstico de Marx, la
producción continuaba “sin tener en cuenta los límites del mercado”. Un comité
formado para investigar la crisis encontró que en York y North Midland las
inversiones ferroviarias que habían sido autorizadas antes de que estallara la
manía rendían el 7%, mientras que las autorizadas en 1845 sólo daban el 0,6%; y
las autorizadas en 1846 menos del 0,1%. Los pedidos al Parlamento para tender
líneas pasaron de 63 en 1843 a 199 en 1844 y a 562 al final de noviembre de
1845; y todavía había muchos otros planes y empresas en proyección que no llegaron
a presentarse (Campbell 2009).
Todo esto era acompañado de la suba de los capitales
accionarios y de los préstamos que se tomaban para pagar las nuevas líneas o,
eventualmente, la compra de algún rival. Entre octubre y noviembre de 1845 los
inversores empezaron a tomar conciencia de que se había sobreinvertido, lo que
coincidió con el crack de los precios de las acciones. Esto es, la
sobrecapacidad está apareciendo antes del estallido pleno de la crisis, cuando
la economía ha llegado al auge expansivo. Sin embargo, como vimos, continuó la
manía inversora y la especulación, que fue impulsada por el fraude y las
estafas. En especial entre 1847 y 1848 se habrían inflado dividendos, que
deberían haber sido un 20% de lo declarado por las empresas.
También hubo sobreinversión en la industria algodonera. Marx
anota que inmediatamente después del tratado con China se abrieron a Inglaterra
enormes perspectivas de negocios. Se construyeron entonces muchas fábricas,
exclusivamente para fabricar tejidos de algodón. Marx registra que, por
ejemplo, en el distrito de la lana peinada de Bradford en 1836 había sólo 318
fábricas, mientras que en 1846 eran 490. Pero estos guarismos no expresaban el
verdadero aumento de la producción, ya que las fábricas existentes se habían
ampliado considerablemente. En especial las hilanderías de lino. Marx anota la
observación de los inspectores de fábricas, de octubre de 1846:
“Todas ellas [las
fábricas que ampliaban] contribuyeron en mayor o menor grado, durante los
últimos 10 años, al abarrotamiento del mercado, al cual hay que atribuir, en su
mayor parte, la actual paralización de los negocios… La situación deprimida de
los negocios surge como consecuencia totalmente natural de una tan rápida
expansión de las fábricas y de la maquinaria” (Marx, 1999, t. 3, p. 155).
Sin embargo no había mercado suficiente en China para esta
capacidad de producción; a lo que se sumó el fracaso de la importación de té,
imprescindible para que China pudiera pagar la importación de tejidos.
En 1847 estalla la crisis. Su origen inmediato es la mala
cosecha de 1846 y la enfermedad de la papa en Irlanda, que obligan a importar
cereales. Esto llevó a un déficit en la balanza de pagos y a la salida de
capitales. En los primeros cuatro meses de 1847 el Banco de Inglaterra perdió
seis millones de libras en reservas de oro, en gran parte por la importación de
grano. Pero también hubo salida de oro por motivos especulativos. Las tasas de
interés subieron fuertemente; en febrero el Banco de Inglaterra elevó la tasa
al 10%, frenando la salida de oro, pero generando fuerte tensión financiera.
Pero a mediados de año se tuvo conocimiento de que la próxima cosecha sería
buena, y los precios de los granos bajaron notablemente desde los picos
especulativos que habían alcanzado en marzo. Muchos importadores habían
comprado grano financiándose con crédito, de manera que la caída de los precios
llevó a quebrantos de casas comerciales y a financieras que habían prestado.
Marx señala que los que habían comprado grano a crédito a 120 chelines, de
pronto se encontraban con que había bajado a 60 chelines. Lo mismo sucedía con
quienes habían importado azúcar en exceso y ahora era invendible. Volvió a
haber salida de oro; todo el mundo buscaba liquidez, sea en billetes del Banco
de Inglaterra o en oro. Finalmente el Banco de Inglaterra suspendió la Bank
Charter Act, que le obligaba a restringir la emisión de billetes cuando había
salida de oro, y aseguró la liquidez mediante el descuento de títulos seguros a
una tasa del 8%. Con esto terminó la fase más aguda de la crisis. La recesión
fue atenuada por la inversión en los ferrocarriles, que todavía continuaba
construyendo sobrecapacidad.
A pesar de tratarse de notas no sistemáticas, en la
explicación de la crisis Marx hace intervenir factores vinculados con la
sobreinversión y la caída de la rentabilidad:
Había una escasez de
capital dinero, causada por la magnitud desmesurada de las operaciones en
comparación con los medios existentes, y precipitada por la perturbación del
proceso de producción como consecuencia de una cosecha fallida, de una
inversión excesiva en ferrocarriles, de la sobreproducción especialmente en
mercancías algodoneras, la sobreimportación de azúcar, etc. (Marx, 1999, t.
3, p. 542).
Es de destacar también que no atribuye la caída de la
rentabilidad a un aumento de salarios que pudiera deberse a la alta ocupación
durante la expansión (tesis del profit squeeze), aunque señaló un cierto
debilitamiento de las ganancias cuando subieron los salarios. Matthews señala
que no hay fundamentos para sostener que la caída de la inversión en 1847 se
debiera a un aumento de los costos atribuible al pleno empleo. Tampoco la
evolución del consumo explica el viraje hacia la crisis. El centro de la
atención de Marx está puesto en la evolución de la inversión; a pesar de que en
aquella época el consumo representaba aproximadamente el 90% del PNB británico
(Temin, 1974).
Por último, si bien se puede afirmar que en la caída de la
rentabilidad que lleva a la crisis de 1847-1848 subyace el aumento de la
composición orgánica del capital, evidenciado en el aumento de la
sobrecapacidad, la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia por
sí misma, al menos como se la presenta comúnmente, no parece explicar la
crisis.
Factores que llevan a
la sobreinversión y la sobrecapacidad
Tratemos ahora de precisar la dinámica que lleva a la
sobreinversión y la sobrecapacidad, vinculados a la desproporción y el
crecimiento desigual. Incorporamos aspectos que están recogidos en la literatura
moderna sobre organización industrial y dirección de empresas.
a) La lucha por las
plusvalías extraordinarias
La lucha por plusvalías extraordinarias ocurre mayormente
por medio de cambios tecnológicos (aunque también pueden ser de organización, especialmente
en la relación capital/trabajo, como sucede con el toyotismo en la actualidad).
Si una empresa logra introducir un cambio tecnológico que aumenta su
productividad, puede vender al precio establecido por el promedio de las
empresas de la industria, y obtener de esta manera una plusvalía (ganancia)
extraordinaria. El resto de las empresas de la industria están obligadas
entonces a renovar su tecnología, so pena de perder la guerra competitiva.
Cuando el cambio se generaliza, suceden que el valor del producto es menor que
el valor antes de que se iniciara el cambio tecnológico; la plusvalía
extraordinaria de la empresa innovadora ha desaparecido; el output global se ha
incrementado en proporción al aumento de la productividad, si el número de trabajadores
permanece constante. Las empresas que no han logrado el cambio tecnológico
sufrirán pérdidas, y si no pueden cambiar, desaparecerán a mediano o largo
plazo. Pero ahora el estómago del mercado se debe ampliar en proporción al
aumento de la productividad de todas las empresas.
Para que se vea el problema, supongamos que en una rama hay
10 empresas. Por obrero y por hora se produce una mercancía X en la que entran
$10 por capital constante ($9 por materia prima y $1 por amortización de
equipos); que al obrero se le pagan $3 la hora, y que el valor generado por
hora es $6, de manera que la plusvalía es $3 por pieza. De manera que el precio
(no suponemos aquí precios de producción) es:
10c + 3v + 3s = 16.
El margen de ganancia, esto es, beneficio/ingreso por
ventas, es del 23%. El margen de ganancia se puede tomar como indicativo de la
tasa de ganancia.
Supongamos ahora que una empresa aumenta la productividad el
100%, por medio de una innovación tecnológica. Supongamos que por pieza entran
$9 de materia prima, como antes, y $1,5 por amortización del nuevo equipo. De
manera que el “valor individual” ahora es:
10,5c + 1,5v + 1,5s = 13,5
Sin embargo el precio será el determinado por el trabajo
socialmente necesario, que lo establecemos como promedio social. Este precio
(resultante del promedio ponderado) será entonces $15,55. La empresa innovadora
obtiene una plusvalía extraordinaria de $2,05 por pieza. La empresa innovadora
tiene un margen de ganancia del 29,6%. Para el resto de las empresas la plusvalía
por pieza baja a $2,55.
En cuanto a la producción global, aumentó el 10%, debido al
aumento del 100% de la producción de la empresa innovadora.
Las empresas atrasadas están obligadas a innovar, so pena de
perecer en la lucha competitiva. Supongamos ahora que 9 de las 10 empresas
logran innovar; una no lo consigue y sale de competencia.
Cuando la nueva tecnología se generaliza, los precios bajan
a $13,5; el margen de ganancia ha disminuido bruscamente al 12,5%. La caída de
los precios acompaña la fuerte caída del margen (y la tasa) de ganancia.
Pero además ahora el producto total de la rama ha aumentado
el 80% con relación a la situación previa al cambio tecnológico. Lo cual no
necesariamente puede corresponder con una demanda acorde. Recuérdese que las
empresas han innovado respondiendo a presiones competitivas; si no lo hacían
corrían el riesgo de perder los mercados. Pero ahora el estómago del mercado
debe absorber un 80% más de la producción. Que pueda hacerlo dependerá de
cuánto haya crecido el resto de la economía; y también de qué dinámica
específica tenga la demanda del producto que se está lanzando al mercado.
b) Producción
en ramas de productos nuevos
Existe una literatura bastante abundante sobre
organización industrial y management empresarial que trata la evolución de la
demanda de productos nuevos. Podemos suponer que en las primeras fases en que
un producto está ganando nuevos compradores, la demanda supera a la oferta. Si
esto es así, las empresas de peor tecnología determinan el precio de venta. En
ese caso las empresas de tecnología modal, obtienen ganancias superiores a las
del promedio de la economía; las de tecnología superior tienen súper ganancias.
Lo cual atrae nuevos capitales, e induce a las empresas a incorporar las tecnologías
de producción más avanzadas; y a los capitales a aumentar la capacidad. Los
capitales entran masivamente atraídos por las perspectivas de altas ganancias.
Los precios de las acciones de las empresas que cotizan en el sector suben, no
porque haya ganancias efectivas, sino porque se espera que el futuro haya
buenas ganancias. Esto facilita el lanzamiento de empresas de capital de riesgo
y el financiamiento de las inversiones. El crédito estimula e impulsa el
proceso. La oferta de dinero crece de manera endógena. Se genera una manía
inversora, descrita por Kindleberger en sus rasgos más característicos.
La secuencia de lanzamiento del nuevo producto y expansión
primero, y contracción después del número de productores, es descrita por Gort
y Klepper (1982). Después de la primera fase de introducción comercial del
nuevo producto y su conocimiento y aceptación, se da una segunda etapa de agudo
incremento del número de productores. Es algo que, según Gort y Klepper, se
repite virtualmente en todos los mercados nuevos. Luego sucede una tercera
etapa en la que el número de nuevos productores que entran tiende a balancearse
con el número de los que salen; en una cuarta etapa la entrada neta es
negativa, y finalmente hay ausencia de entradas netas. En las primeras etapas
las mejoras del producto y de los procesos tienden a ser más radicales que en
las últimas. Desde la teoría marxista esto se correspondería con la posibilidad
de mayores plusvalías extraordinarias; lo que atraería más y más capitales.
Luego, los beneficios bajan y tienden a normalizarse; los precios y los
márgenes de ganancias se reaproximan a los niveles normales bajo la presión de
imitadores. Los precios bajan no sólo porque mejoran los procesos de
producción, sino también porque aumenta la productividad en la producción de
insumos, y porque hay economías de escala.
A su vez, la caída de precios y márgenes genera renovadas
presiones para innovar. Ahora se trata de innovaciones que surgen de los
procesos internos de producción –en las primeras etapas muchas innovaciones son
externas, lo que también alienta la entrada de competidores–, lo que puede
reforzar las barreras de entrada a nuevos competidores, pero también comprime
los márgenes de los menos eficientes. En consecuencia aumenta rápidamente el
número de empresas menos eficientes que son obligadas a salir del mercado. El
incremento de la composición del capital por cambio tecnológico es acompañado
entonces por fuertes presiones bajistas en la tasa de rentabilidad. En todo
esto debe tenerse presente que estas ramas son impulsoras del conjunto de la
economía en la fase ascendente del ciclo económico general.
En un estudio posterior que amplió la muestra, Klepper y
Graddy (1990) encuentran el mismo patrón. A pesar de ser un proceso desparejo,
la suba inicial del número de empresas y luego la salida de firmas se repite en
las industrias. Aunque no es infrecuente que un producto se aparte del modelo
de caída en el porcentaje de crecimiento del output y suba del precio.
Por otra parte la demanda también puede tener un patrón de
evolución. Partiendo del momento en que el producto es nuevo, se dirige hacia
un punto en el que comienza la transición que va de la adopción de lo nuevo al
reemplazo por desgaste. Un ejemplo es la industria de tecnologías informáticas.
Durante los años 1980 y 1990 hubo una gran demanda porque muchas empresas y
hogares estaban adoptando la nueva tecnología y partían de cero, o casi cero.
Pero en los 2000 esta demanda pasa a ser para actualizar los equipos, o
reemplazar los ya existentes que se van desgastando (véase Cardarelli y Ueda,
2006). Esta transición puede coincidir con la maduración de las innovaciones y
ampliaciones de capacidad; desembocando así en una situación de aguda
sobrecapacidad.
De conjunto se conforma entonces una dinámica que implica la
acumulación de desbalances y sobreinversión, con entrada y salida aceleradas de
empresas, alza de beneficios y luego caída violenta de precios y márgenes de
beneficios; todo lo cual necesariamente debe generar fuertes torsiones en el
resto de la economía. La inversión que excede las necesidades de la demanda es
un rasgo característico en estos procesos:
A medida que [una industria que madura] se ajusta a un
crecimiento más lento, la tasa de aumento de capacidad en la industria debe
bajar también, o habrá sobrecapacidad. Por lo tanto la orientación de las
empresas a sumar capacidad y personal debe cambiar fundamentalmente y dejar la
euforia del pasado… Estos cambios de perspectiva raramente ocurren en la
industria que madura y es común el desbordamiento de la capacidad de la
industria en relación con la demanda. El desbordamiento lleva a un período de
sobrecapacidad, acentuando la tendencia hacia la guerra de precios durante la
transición (Porter, citado por Paich y Sterman, 2003, pp. 1439-40).
También ha ocurrido en los últimos años en industrias
productoras de móviles de nieve, calculadoras, equipos de tenis, equipos
integrados, VCRs y otros productos electrónicos de consumo, computadoras,
juguetes, bicicletas, muebles de hogar, barcos de fibra de vidrio. El ciclo de
ascenso y caída puede ser vertiginoso. Paich y Sterman dan el ejemplo de Atari,
que fue líder en la producción de video juegos. Desde 1976 a 1983 Atari
aproximadamente duplicó sus ventas cada año, hasta llegar a los $2000 millones
en 1983, obteniendo en ese lapso grandes beneficios. Pero en 1983 las ventas se
derrumbaron porque los mercados se saturaron, y además ya había nuevos
competidores. En 1984 Atari tuvo tantas pérdidas que tuvo que ser rematada.
c) Tendencia general
a la sobrecapacidad
No sólo en las ramas que están lanzando productos nuevos o
en las que hay intensa innovación tecnológica aparece el fenómeno de la
sobrecapacidad. Ya hemos visto cómo la inversión ferroviaria británica en la
década de 1840 ampliaba la capacidad para lograr ventajas competitivas. El
fenómeno se repite en diferentes momentos y circunstancias. Para citar tres
casos. En los años 1980 en la industria petroquímica hubo fuertes aumentos de
capacidad por encima de cualquier requerimiento de la demanda. En la actualidad
la industria automotriz mundial tiene una capacidad de producción de 90
millones de automóviles, pero en condiciones normales de funcionamiento de la
economía capitalista el mercado sólo puede absorber poco más de 60 millones
(The Economist, 6/06/09). Lo cual no impide que en muchos países, especialmente
subdesarrollados, las fábricas de autos sigan ampliando la capacidad, o tengan
planes para hacerlo. En los desarrollos inmobiliarios las aceleraciones que
llevan a la sobrecapacidad y se constituyen en factores vitales de la crisis
han sido frecuentes; sucedió en Austria y Alemania en los primeros años de la
década de 1870; en Japón entre 1985 y 1991; y en EUA entre 2000 y 2006.
La razón de este comportamiento reside en que las empresas
pueden verse obligadas a invertir en capacidad por esas presiones competitivas.
Supongamos una rama en la que haya 10 empresas dominantes, y exista la
posibilidad de obtener importantes economías de escala. Supongamos que cada una
de las empresas posee el 10% del mercado, y que dos empresas encaran una
ampliación de capacidad a fin de reducir costos y ampliar el mercado; esta
estrategia puede estar alentada a su vez por un período de altos beneficios. Si
las empresas que encaran la ampliación logran bajar los costos, podrán desatar
una guerra de precios y desplazar irremediablemente a las rivales. Éstas ahora
están obligadas a aumentar también su capacidad, porque no hacerlo significa
perder la guerra competitiva. Esto parece haber ocurrido, por caso, en la
década de los noventa en las ramas de mayor crecimiento, las tecnologías
informáticas y comunicaciones. La expansión de Internet y la desregulación en
telecomunicaciones, y la perspectiva de altas ganancias, hicieron que entraran
nuevos capitales a estos sectores. Estos capitales invertían fuertemente y
forzaron a las empresas que ya estaban a invertir e innovar para mantenerse, a
pesar de que los beneficios se estaban erosionando:
La mentalidad de supervivencia puede haber causado que las
empresas que competían hicieran mayores gastos de capital de los que hubieran
realizado de otra manera, con la idea de que las pérdidas de corto plazo
registradas al agrandarse para aumentar su participación en el mercado pudiera
compensarse más tarde cuando los competidores quedaran en el camino (Ferguson,
2001).
La industria del tendido de las redes de fibra óptica en EUA
demuestra esto. En 1995 sólo tres empresas tenían redes de fibra óptica
significativas en EUA. En 2000 había nueve de esas empresas, y a fin de año
todavía más. Cada una tendió enormes cantidades de cableado en fibra óptica,
por encima de lo que el mercado podía absorber en el corto o mediano plazo
(Ferguson, 2001). Lo que terminó en aguda sobrecapacidad, caída de precios y de
ganancias, y quiebres.
También es un caso ilustrativo la producción de discos duros
para computación. Según Jensen (1983), entre 1977 y 1984 los capitales de
riesgo invirtieron más de US$ 400 millones en las manufacturas de discos
rígidos, a lo que se sumaron otros US$ 800 millones recogidos en los mercados
de capitales. A mediados de 1983 los mercados bursátiles asignaban un valor de
unos US$ 5.400 millones a las 12 empresas que cotizaban. Había una fuerte manía
inversora, y muchos capitales seguían llegando al sector y construyendo
capacidad. Pero a fines de 1984 la sobrecapacidad se hacía evidente y el valor
asignado a estas empresas se hundía a US$ 1.400 millones. Desde 1956 hasta 1990
entraron al sector 138 empresas, de las cuales 103 fracasaron y seis fueron
compradas.
Zarnowitz (1999) también registra la sobrecapacidad en el
ciclo económico; aunque la explica por errores de cálculo. Asimismo Henderon y
Cool (2003) ven a la sobreinversión como característica del capitalismo
actual:
Cuando hay alta utilización de capacidad y los flujos de
dinero son saludables, a menudo se desarrolla el optimismo a lo largo de la
industria, impulsando la inversión en nueva capacidad… Pero las empresas
enfrentan un dilema: invertir en una planta puede prometer un significativo
ingreso potencial, pero demasiadas empresas invirtiendo simultáneamente
llevaría a sobrecapacidad, negando la creación de valor que se intenta. Éste es
un dilema que es muy familiar en industrias como semiconductores, transporte
marítimo, petroquímica, acero, hoteles y muchos otros sectores capital
intensivos (Henderson y Cool, 2003, p. 350).
En los últimos años también había sobrecapacidad en otras
ramas fundamentales, como las líneas aéreas y, como ya señalamos, en
automóviles.
La inversión en capacidad está impulsada por la
centralización de capitales. A su vez las fusiones de empresas son un medio
para eliminar sobrecapacidad (Jensen, 1993).
d) Sobreacumulación
como consecuencia de cambios políticos, o de otro tipo
Tal vez el ejemplo más notable es lo ocurrido en el período
de entreguerras. Aldcroft (1985) señala que el exceso de capacidad fue uno de
los problemas más serios e insolubles que permanecieron luego de terminada la
Primera Guerra. Es que a raíz de la guerra hubo sectores como construcción
naval, hierro, acero, ingeniería y en menor medida el carbón, que se
sobreexpandieron con relación a las necesidades de las épocas de paz. Por
ejemplo, durante la guerra la capacidad mundial de construcción de buques
aumentó a casi el doble, y hacia 1920 había buques para satisfacer la demanda
de todo un decenio, sin necesidad de construir más. También había fuertes
excedentes en acero. Sin embargo los problemas más grandes posiblemente se
registraron en la agricultura. Durante la guerra la producción se expandió
notablemente en EUA, Canadá y Australia, y cuando la economía europea se
recuperó en la posguerra, aparecieron agudos excesos de capacidad productiva.
Algo similar ocurrió con otros productos, como el azúcar. Todo esto generó
fuertes presiones bajistas sobre los precios de los productos primarios; que
fueron agudas a partir de 1928 y contribuyeron a la depresión de los precios y
la demanda durante la crisis.
[5][5]
e) La aceleración
El fundamento de este principio, tal como se presenta en la
literatura usual, tiene que ver con una relación “técnica”, la que existe entre
el flujo del output, y el stock de capital. Se plantea que para cada tasa de
output por unidad de tiempo hay un stock definido de capital que le
corresponde. Este principio entonces busca explicar por qué la inversión es
inducida por el aumento del ingreso. Pero este solo hecho puede generar fuertes
oscilaciones en la producción de los llamados “bienes de capital”, esto es, en
la producción de capital fijo. Para verlo, supongamos 100 máquinas con una vida
útil de 10 años; de manera que se producen 10 máquinas por año para mantener el
stock. Supongamos sin embargo que en determinado momento aumenta la demanda de
máquinas (las empresas están ampliando la capacidad) y el stock de máquinas
sube a 110. Esto implica que en ese período la producción de máquinas debe
aumentar un 100%, para producir 20 máquinas. Si en el siguiente período el
stock de máquinas permanece en 110, la producción debe achicarse violentamente.
Introduzcamos ahora la aceleración en lo que hemos visto.
Las empresas innovadoras de las ramas que están en expansión demandan más y más
equipos; esta demanda puede no obedecer a que deseen mantener una cierta
relación capital/output de equilibrio (como suponen los modelos usuales del
ciclo por acelerador-multiplicador), sino a presiones competitivas. La
producción de bienes de producción se expande para responder a esta demanda. La
situación sigue hasta que los mercados de las empresas que estaban adquiriendo
equipos se saturan, y los precios bajan. La producción de equipos cae en
picada. Obsérvese que mayor es la violencia relativa de estos movimientos del
output cuanto más durable sea el capital fijo que se estaba renovando.
El fenómeno de aceleración ayuda a explicar por qué el
desarrollo capitalista procede mediante grandes olas de inversiones.
El crédito y el
mercado accionario profundizan los movimientos
Contrariamente a lo que piensa la tesis de la
financiarización, la razón de la crisis no se encuentra en el sistema
financiero –en una supuesta “dictadura” de las finanzas sobre el capital
productivo– sino en las contradicciones de la acumulación del capital. Hemos
desarrollado esta crítica en Astarita (2009). Sin embargo el sistema financiero
no es un mero epifenómeno, ya que constituye una poderosa palanca de la
acumulación que, en determinado momento impulsa a la sobreinversión, el boom y
la especulación, que terminan en el crack y las reversiones bruscas.
Las dos formas principales de financiamiento de las empresas
son el crédito bancario y el mercado accionario, y ambas, o alguna de ellas,
juegan un rol importante en el desarrollo de la crisis. Hemos visto cómo en el
proceso que llevó a la crisis de 1847, el boom de las acciones ferroviarias
potenció la inversión y la sobreacumulación. Y lo mismo hizo el crédito
bancario. Veremos que el mismo fenómeno se repite en otras grandes crisis.
Típicamente la perspectiva de buenas ganancias sustenta el alza de los precios
de las acciones, y de otros activos, así como la disposición a otorgar créditos
por parte de los bancos. El alza del precio de las acciones y de los activos
financieros, y las bajas tasas de interés, atraen capitales. Mejoran entonces
las condiciones de financiamiento de las empresas, se emiten más acciones y
bonos o se solicitan más préstamos a los bancos. Progresivamente las ganancias
realizadas en los mercados financieros impulsan nuevas alzas. En este clima la
inversión se acelera y, como hemos visto, esta aceleración ocurre con
independencia de cuánto se esté ampliando la demanda. La composición del
capital, la relación capital constante sobre trabajo vivo, aumenta fuertemente
–véase más abajo en casos concretos– lo que pone presión bajista sobre las
ganancias. La sustitución de trabajo vivo por capital fijo también puede estar
impulsada por la mayor presión salarial, derivada de la caída del desempleo en
la fase de auge del ciclo.
La presión bajista sobre las ganancias que deriva del
aumento del capital invertido por obrero no detiene, por lo general,
automáticamente la inversión. Durante todo un período la inversión continúa
porque se sigue apostando a ganancias futuras, y por las presiones
competitivas. Aunque también una parte de los capitales reunidos por las
empresas pueden derivarse a la compra de activos financieros, como sucedió en
Japón, a fines de la década de 1980 (véase más abajo). De esta manera aparecen
ganancias ficticias, puramente contables, que maquillan hasta cierto punto los
balances. Las compañías financieras, por su parte, realizan grandes beneficios
gracias al boom, aunque muchos son también ficticios. En la vorágine
especuladora, sucede todo un lapso de tiempo hasta que estos elementos salen a
la luz.
Sin embargo la ley de gravedad no se puede desafiar por
largo tiempo. Si la realización de plusvalía se está atascando, debido al
aumento de la composición del capital y a la progresiva saturación de los
mercados, la euforia del auge no puede perdurar. No hay posibilidad de que la
acumulación continúe año tras año, más o menos regularmente, en base a
crecimiento puramente ficticio. El proceso de aceleración de la inversión, boom
de los precios de las acciones y bonos, inflación de ganancias especulativas a
la par que aumenta la composición del capital, sucede en el plazo de algunos
pocos años, como se advierte en la crisis de 1847, y en otros casos (véase más
abajo). Llega un momento en que la situación gira a velocidad vertiginosa.
Factores menores, como puede ser una suba de la tasa de interés porque las
autoridades están preocupadas por desinflar la burbuja; o algunos balances de
empresas referentes que llegan a la bolsa con ganancias en baja; o la burbuja
que se pincha a partir de que algunos inversores comienzan a retirarse para
realizar ganancias; o algún otro factor, determina el estallido de la crisis y
la caída.
En el mercado mundial
se agravan las desproporciones
Los factores que llevan a generar desproporciones entre las
ramas cobran una nueva dimensión cuando se introduce en el análisis el mercado
mundial. Ahora aumenta la posibilidad de que se produzcan desarrollos
desequilibrados entre ramas, y durante períodos prolongados de tiempo. Por un
lado, porque muchos países han tenido desarrollos basados en la exportación de
algunas ramas de sus economías. Dada su importancia, los gobiernos pueden
alentar, mediante el crédito, el manejo del tipo de cambio o subsidios
fiscales, la ampliación de estas industrias muy por encima de cualquier
necesidad de satisfacer la demanda en los mercados internacionales. Por eso
cuando sobreviene la crisis la sobreinversión puede haber alcanzado grandes
alturas. Además la crisis, afecta ya no a una rama, sino al conjunto de la
economía del país. Lo que desata olas de repercusión sobre otras economías,
como sucedió con la crisis asiática de 1997-1998.
Por otra parte las desproporciones pueden ser acentuadas por
las variaciones de los tipos de cambio. Por ejemplo, un país que mantiene su
moneda depreciada durante un período más o menos largo de tiempo impulsa su
industria exportadora. Alentadas por las perspectivas de ganancias, las
empresas de ese país aumentan sus inversiones con vistas a exportar. Lo cual
aumenta la presión competitiva sobre los capitales de otros países, que pueden
responder con devaluaciones, etc. Pero si todos se embarcan en una carrera de
devaluaciones, nadie termina devaluando. Llega un momento en que alguna, o
algunas monedas, se aprecian en términos reales. La situación ahora se
revierte; en algún o algunos países, caen las ganancias y la inversión; el
proceso es acompañado por crack y recesión o depresión. Las variaciones de los
tipos de cambio por lo tanto pueden jugar un rol no despreciable en la mecánica
concreta de las crisis. Los tipos de cambio enlazan espacios nacionales de
valor entre sí, y con el mercado mundial, e inciden en la forma y medida en que
se validan los tiempos de trabajo nacionales. La variación rápida del valor de
una moneda puede por lo tanto generar rápidos cambios en la masa y tasa de
ganancia de los capitales.
Mundo neoclásico, inversión
y ganancia
Nuestro enfoque se diferencia sustancialmente de las
explicaciones neoclásicas. En la visión neoclásica la inversión depende de la
evolución del output y del precio relativo de los “bienes de capital”; de la
tasa de depreciación y de la tasa de interés real. Si bien el output y el
precio relativo de los bienes de capital determinan la rentabilidad, no se
encuentra en esta teoría nada que explique por qué y cómo se determina en
última instancia la rentabilidad, ya que la evolución del ingreso no está
anclada en ninguna teoría de generación del valor desde la producción.
En los modelos que admiten desviarse ligeramente de la
ortodoxia más cerrada se le da mayor relevancia a la tasa de ganancia y a los
flujos de caja de las empresas. Ahora se admiten imperfecciones en los mercados
de capitales y competencia imperfecta, que pueden modificar el acceso de las
empresas al crédito. De ahí que la tasa de ganancia, y el líquido de que
disponen las empresas, puedan incidir en la inversión. Pero tampoco aquí
aparece clara la razón de por qué debería debilitarse la tasa de ganancia; ni
de la naturaleza siquiera de la ganancia. Pero además los modelos de
equilibrio, aunque se les llame de “equilibrio dinámico”, son en el fondo
estáticos y no permiten captar los fenómenos reales de la
sobreacumulación.
Un ejemplo de esta dificultad se advierte en De Serres y
Pelgrin (2002), quienes buscan explicar la alta tasa de inversión en los países
adelantados en la segunda mitad de los noventa, y determinar también si esa
alta tasa significa que hubo sobreinversión. Hacen intervenir para esto las
variables neoclásicas; la evolución del ingreso, la tasa de interés real, el
precio relativo de los bienes de capital y la tasa de depreciación. También
incorporan el desarrollo de los mercados financieros; en muchos modelos
actuales del mainstream la ampliación de los mercados financieros incide
positivamente en la inversión, ya que facilita el comercio de activos, la
cobertura, diversificación y agrupamiento de riesgo, la asignación eficiente de
recursos, el monitoreo de la asignación de recursos por los directores de
empresas y la movilización de ahorros.
Tomando en cuenta estas variables, De Serres y Pelgrin
plantean que sólo entre un tercio y la mitad del aumento de la inversión entre
1995 y 1999 de las empresas de EUA, Gran Bretaña, Canadá, Dinamarca y Austria
puede atribuirse a cambios en el output, el costo del capital y la
capitalización del mercado bursátil. Y, aunque en menor medida, pero también
significativa, no se pueden explicar totalmente los aumentos de la inversión en
Australia, Grecia, Países Bajos y Suecia. De manera que para explicar por qué
hubo alta inversión, De Serres y Pelgrin plantean la hipótesis de que la
inversión en EUA y otros países durante la segunda mitad de la década de 1990
pudo haber estado respondiendo a un ajuste a una tasa de crecimiento tendencial
del output más alta; así como a una tasa de depreciación más alta (se habría
elevado desde el 4% anual en los ochenta, a el 6%, o más, en los noventa),
debido a que las computadoras y el software se deprecian más rápido. En este
caso, concluyen, no habría habido sobreinversión en EUA; y la tasa de inversión
en otros países del G7, si bien alta, habría sido sustentable. Pero esta
hipótesis sólo es concebible en un mundo “tranquilo”, con relaciones lineales y
simples, donde la economía tiende a tasas de crecimiento constantes y los
cambios, cuando los hay, son ajustes que operan en el largo plazo, de manera
que no hay saltos ni cambios rápidos. En ese mundo de armonías los capitalistas
tienen en mente alguna proporción “ideal” del ratio capital/output, que junto a
otras variables que se mantienen constantes, darán lugar a un movimiento más o
menos suave de la inversión, donde a lo sumo se producen algunas fluctuaciones
menores.
En el enfoque que estamos defendiendo las decisiones de
inversión no responden sólo ni principalmente a las variaciones del output, o a
la tasa de depreciación, ni menos a una relación estable e ideal entre capital
y output, sino a las necesidades de la competencia y a las perspectivas de
rentabilidad en el marco de las guerras entre los capitales, de la
incertidumbre y de las expresiones fetichizadas del valor en proceso,
reflejadas en los precios de los activos. .
Sobrecapacidad,
mediación entre la tendencia de la ganancia y las crisis
La sobrecapacidad constituye entonces una mediación esencial
entre la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y el estallido
de las crisis. Corel (1934) expresa esto de alguna manera, cuando afirma que
“el exceso de capacidad es la expresión concreta de los factores que subyacen a
la tendencia de la tasa de ganancia a caer”. Aunque termina por atribuir la
razón de la crisis a la brecha entre salarios y beneficios, rescatamos su idea
de la importancia de la sobreinversión como mecanismo concreto que permite
ahondar en la dinámica que lleva a las crisis.
La acumulación lleva a un aumento tendencial del capital
constante con respecto al trabajo vivo. Ésta es la razón última de por qué el
cambio tecnológico, cuando se generaliza, no da lugar a un aumento de las
ganancias. Pero ese cambio tecnológico no ocurre de forma pareja entre las
ramas, ni a una tasa constante. La inversión en determinado momento se acelera
de manera vertiginosa, dando lugar a rápidos aumentos no sólo de la composición
orgánica del capital, sino también de la relación capital/output. Este proceso
puede ocurrir en períodos en los que la masa de ganancia es alta, y la tasa de
ganancia no cae significativamente debido a la acción de causas
contrarrestantes: el aumento de la productividad más la contención de salarios
puede estar aumentando la plusvalía relativa; puede haber un abaratamiento
pronunciado del capital constante; las nuevas tecnologías pueden generar
ahorros en gastos improductivos, etc. A lo que se suma el apalancamiento
financiero.
A su vez, la sobreinversión puede “culminar” un período
largo de descenso de la tasa de ganancia, como habría ocurrido en Japón hacia
fines de la década de 1980. O revertir hacia la baja un período largo de
recuperación de la tasa de ganancia, como parece haber sido el caso de la
economía de EUA en los 2000. En ambos casos es la expresión del mismo fenómeno,
la contradicción entre la tendencia del capitalismo a desarrollar las fuerzas
productivas por encima de todo límite, y las dificultades para la valorización.
Señalemos también que el aumento de la sobrecapacidad lleva
al aumento de los gastos fijos, así como a todo tipo de gastos improductivos
–un aspecto que destaca Corel–; lo que constituye una punción negativa sobre la
tasa y la masa de ganancia.
La reversión hacia la depresión, por otra parte, es una
manifestación de la necesidad del sistema de eliminar el capital “excedente”,
los capitales menos productivos, así como las sobrecapacidades. Se produce
entonces la destrucción física de capital y la desvalorización de los activos
financieros que habían sido inflados durante el boom. También opera la
depreciación “moral” por obsolescencia tecnológica, que puede acelerarse si a
lo largo de la depresión se incorporan nuevas tecnologías a la producción. Esto
contribuye a recuperar las expectativas favorables de ganancias por parte de
los capitales.
La tesis de Brenner,
una crítica
La explicación de las crisis que estamos brindando tiene
puntos de contacto con la tesis de Brenner (1998). En este escrito Brenner
presenta las razones de lo que llama el largo descenso de la economía
capitalista, desde mediados de los años 1960 y hasta, por lo menos, mediados de
la década de 1990. La coincidencia con nuestra perspectiva consiste en que
Brenner ha subrayado el carácter no planeado y competitivo del desarrollo, que
deriva de los muchos capitales en guerra “horizontal”, y lleva a la
sobrecapacidad, la baja de rentabilidad y la caída de la inversión y del
producto. Además, Brenner, ha subrayado la necesidad de abordar la acumulación
desde una perspectiva mundial. Sin embargo las diferencias entre nuestro
planteo y el de Brenner son sustanciales, y anclan en un enfoque teórico muy
diferente.
Para ver la cuestión, presentamos de manera sintética la
tesis de Brenner. Como punto de partida Brenner rechaza la explicación de la
crisis por aumento de los salarios, esto es, la tesis del profit squeeze.
Señala que esta tesis no puede explicar el porqué de crisis como la de
1981-1982, o las recesiones de principios de la década de 1990 y 2000 en EUA,
dado que los salarios estaban contenidos. Y también rechaza la ley de la
tendencia decreciente de la tasa de ganancia. En su opinión, es lógicamente
absurdo sostener que el aumento de la productividad debido al cambio
tecnológico termine en una caída de la tasa de ganancia. Plantea que los
capitalistas jamás adoptarán una nueva tecnología si implica la caída de la
tasa de rentabilidad; y que una vez que se generaliza la nueva tecnología la
tasa de ganancia debería aumentar, debido en última instancia al aumento de la
productividad, y a que el salario real permanece constante (o sea, los aumentos
de productividad sólo favorecen a los beneficios, según Brenner).
A partir de este marco teórico Brenner explica la caída de
la rentabilidad del capital mundial desde 1965 por la sobrecapacidad que surge
de la competencia, y por las dificultades de largo plazo del necesario ajuste.
La secuencia es: en el capitalismo existe una tendencia a incrementar la
productividad mediante la instalación de métodos de producción cada vez más
baratos y efectivos, sin importar las inversiones existentes ni las condiciones
de realización. Esto lleva a que las empresas que tienen tecnología atrasada
enfrenten una mayor competencia; aparecen entonces la sobrecapacidad y la
presión bajista de precios, y baja la rentabilidad. Hasta aquí todo se asemeja
a la secuencia que hemos descrito antes, y que está en Marx. Sin embargo
recordemos que Brenner ha dicho que si se generaliza la nueva tecnología el
resultado será un aumento de la tasa de ganancia, no una caída. Por lo tanto
para explicar el porqué de la caída de la rentabilidad hace intervenir
supuestas dificultades, casi insalvables, que impedirían el ajuste global hacia
la nueva productividad, en tanto se mantiene la sobrecapacidad crónica. Esto
porque, sostiene Brenner, las empresas que tienen la vieja tecnología no salen
de la rama. Debido a que sus costos están hundidos, se mantienen en la
competencia, aceptando trabajar con márgenes de rentabilidad más reducidos. Las
empresas innovadoras, por otra parte, son capaces de reemplazar a algunas de
las empresas de vieja tecnología, y las que permanecen en la rama con vieja
tecnología y mucho capital fijo disuaden a las innovadoras de expandir la
producción.
Como resultado se consolida una suerte de impasse
estancacionista, de bajos beneficios y baja inversión. Las empresas con vieja
tecnología permanecen sin modernizarse, y produciendo con baja rentabilidad. La
demanda se reduce debido a la baja inversión; las nuevas tecnologías no
terminan de expandirse; la sobrecapacidad y la sobreinversión se prolongan a
través de décadas en las distintas ramas. Factores como el crédito o subsidios
gubernamentales que mantienen a flote empresas que deberían desaparecer,
incrementan la inercia de la economía. Además la caída de la rentabilidad, que
es un resultado de la sobreproducción y la sobrecapacidad, tiende a hacer
todavía más lento el ajuste, desembocando en mayor presión bajista sobre la
tasa de ganancia y más estancamiento. Al continuar la crisis de rentabilidad,
la inversión sigue detenida, y con ella los avances de la productividad. De
manera que la crisis de largo plazo de productividad, sostiene Brenner, es una
consecuencia más que una causa de los problemas seculares de la rentabilidad.
Esta situación continuaba, siempre según Brenner, a fines de la década de 1990.
Algunos han criticado esta explicación de Brenner diciendo
que se trata de un argumento smithiano, que pone el énfasis en la competencia
como factor que disminuye la tasa de ganancia. Pero hemos visto que si una o
algunas ramas crecen a tasas muy superiores al resto de la economía, la
sobreproducción en esas ramas es posible; y esto puede generar problemas de
realización en el resto de la economía. Desde este punto de vista, la crítica a
Brenner no tendría demasiado sustento.
El problema con la tesis de Brenner es, en nuestra opinión,
más profundo, y parte de su rechazo de la ley de la tendencia decreciente de la
tasa de ganancia. Es que al explicar Brenner por qué no se verifica la ley
confunde, de manera increíble para alguien conocedor de la teoría marxiana, el
aumento de la productividad con el eventual aumento del valor y del plusvalor.
Por este motivo no puede entender cómo el aumento de la productividad puede
derivar en una caída de la tasa de ganancia una vez que se generaliza la nueva
tecnología. Pero la distinción entre productividad y creación de valor está en
el corazón de la teoría marxista y es la clave de la diferencia con las teorías
burguesas habituales que invariablemente asocian los aumentos de la
productividad con el aumento de la rentabilidad. Desde el punto de vista de la
teoría de Marx, cuando la nueva tecnología se generaliza en una rama se
producen más bienes, pero no más valor por hora de trabajo. Por lo tanto
aumenta la razón entre el excedente físico y los insumos empleados aumenta;
pero no aumenta la plusvalía por trabajador. Éste es el aspecto esencial, en
nuestra opinión, de la ley descubierta por Marx.
Pero al pasar por alto este mecanismo, y deseoso de
demostrar que la economía capitalista está estancada desde 1965, Brenner
exagera indebidamente los mecanismos de supervivencia de las empresas con vieja
tecnología. La realidad sin embargo es que en las últimas décadas en el
capitalismo ha habido profundas reestructuraciones del capital, cierres de
empresas por cientos de miles, desvalorizaciones masivas de capital.
Paralelamente se han desarrollado nuevas ramas, y se han incorporado
tecnologías que han redundado en importantes aumentos de productividad, como
ocurrió en Estados Unidos desde inicios de los años noventa. El propio Brenner
debe reconocer que como resultado de la continua reducción de capacidades,
out-sourcing, reorganización de los procesos laborales y aceleración de los
ritmos, la industria manufacturera de EUA mejoró en la primera mitad de los
noventa la productividad, y la tasa de ganancia subió. Sin embargo no da prácticamente
ninguna importancia al cambio tecnológico que, por todos los datos disponibles,
fue muy importante. Obnubilado por su propia tesis, no otorga atención a la
revolución de las tecnologías informáticas y de la comunicación, que tuvieron
efectos muy extendidos sobre la productividad general de la economía. Pero así
es imposible entender cómo se produjo el aumento de productividad de la
economía de Estados Unidos (y de otras economías) en los últimos 15 años. Ni
cómo se generó la sobrecapacidad de fines de la década de 1990 en la economía
estadounidense. Una sobrecapacidad que no se arrastraba desde fines de los años
sesenta, como pretende Brenner, sino resultó del proceso de sobreacumulación
que ocurrió en los mismos noventa.
Por otra parte tampoco es posible comprender, con el esquema
de Brenner, cómo es que el sistema capitalista mundial creció a las tasas que
lo hizo en los últimos 20 o 25 años. Según Brenner, dado que las
sobrecapacidades se hicieron crónicas, y la inversión y la demanda no mejoran a
niveles globales, la economía mundial termina convirtiéndose en una “manta
corta”. Si en la década de 1980 entraban con fuerza competitiva al mercado
mundial los países del Asia del Pacífico, la economía se estaba desacelerando
en cualquier otra parte, y no podía ser de otra manera. ¿Cómo es posible
explicar en este marco que, por ejemplo, desde 1989 a 2008, o sea, durante 20
años, la economía mundial haya crecido a una tasa del 3,8% anual? Ha sido este
crecimiento el que provocó las crisis de sobreproducción y sobreacumulación. Y
en la base de estos procesos estuvo el aumento de la productividad y el
desarrollo de las fuerzas productivas.
Lo central aquí es entender que el aumento de la
productividad no genera de por sí aumento de la rentabilidad, como pretende
Brenner (y los neoclásicos, neo-ricardianos, etc.). Para esto es necesario no
perder de vista el carácter bifacético del trabajo –en cuanto trabajo abstracto
generador de valor, en cuanto trabajo concreto productor de valor de uso– que
está en el origen de las contradicciones esenciales del desarrollo de las
fuerzas productivas bajo el capitalismo. Subrayamos que éste es posiblemente el
aspecto medular permanente del capitalismo que expone la ley de la tendencia
decreciente de la tasa de ganancia.
La sobreinversión y
la tesis de los ciclos Kondratiev
Una cuestión que hasta el momento no hemos precisado es la
relación entre la explicación de las crisis que estamos proponiendo y la tesis
de los ciclos Kondratiev. Como hemos señalado antes, la idea de que la economía
capitalista se desarrolla a través de grandes ciclos de unos 50 años de
duración está en el centro de la teoría de las crisis de Mandel y Shaikh.
Nuestra visión, por el contrario, –véase Astarita (2006) – es que la tesis de
los grandes ciclos no tiene sustento empírico ni teórico. Desde el punto de
vista empírico los datos no verifican la tesis, especialmente para la economía
más desarrollada, la de EUA. En cuanto al plano teórico, nadie ha demostrado
por qué esos eventuales ciclos debieran reproducirse cada aproximadamente 50
años. Por eso, y en oposición a la tesis de los ciclos Kondratiev, sostenemos
que en el capitalismo existen períodos más o menos largos de crecimiento
sostenido –durante los cuales las recesiones son relativamente suaves– y
períodos más o menos largos en que el crecimiento promedio de las economías es
débil, y las recesiones o depresiones son más profundas. Pero la existencia de
estos períodos se plasma en los ciclos de diferentes características y
duraciones. Hay ciclos en los cuales el crecimiento es muy fuerte en las fases
de recuperación y prosperidad, y las recesiones son suaves y cortas. Y hay
ciclos con fases de recuperación y prosperidad relativamente débiles, y
recesiones o depresiones profundas y/o prolongadas. Por fuera de estos ciclos
no encontramos evidencia de ningún otro ciclo. No hay ninguna periodicidad fija
de ciclos de 50 años, o cosa semejante.
Esta cuestión tiene relevancia inmediata para la discusión
sobre los mecanismos que llevan a la crisis. Es que la idea de que en el
estallido de las crisis, y en las depresiones que les siguen, pueden jugar un
rol importante las sobrecapacidades y las desproporciones, encaja muy mal con
la tesis de los ciclos Kondratiev. La razón es sencilla. Según la tesis de los
ciclos Kondratiev, una vez iniciada una larga fase recesiva la inversión se
debilita en el largo plazo. Por ejemplo, según esta tesis, la inversión habría
estado debilitada desde 1914 hasta 1940 en EUA. Pero si esto es así, la crisis
de los treinta en EUA no se puede explicar por un proceso de intensa
acumulación previa en los veinte, sino como el resultado de una caída de muy
largo plazo, desde fines del siglo XIX, de la tasa de ganancia. Es por eso que
en Mandel no encontramos mediación entre esa caída de largo plazo, y la crisis
que comienza en 1929.
El problema se hace más complejo todavía cuando examinamos
con alguna atención la evolución de la tasa de ganancia desde los primeros años
del siglo XX. Del gráfico que presenta Shaikh se desprende que el nivel de la
tasa de ganancia en 1929 era aproximadamente igual al de 1905. La tasa de
ganancia en 1905 era menor que a fines del siglo XIX (cuando tuvo niveles
excepcionalmente altos). Pero ¿es posible explicar la crisis que estalla en
1929 por el hecho de que la tasa de ganancia promedio desde 1905 a 1929 era más
baja que a fines del siglo XIX? No parece haber respuesta coherente para esta
pregunta. Es cierto que la tasa de ganancia en 1929 se debilita, y esto en
parte puede explicar la caída, como veremos en seguida. Pero no hay un
movimiento tendencial bajista, de largo plazo claro, como sostienen Mandel y
Shaikh.
Por otra parte, si la inversión en 1929 ya llevaba más de
una década de debilidad, ¿por qué no se había aliviado para entonces la
tendencia al aumento de la composición del capital? Habría que hacer intervenir
en todo caso una sobreinversión perdurable, realizada antes de 1914, que no se
desvalorizaba a lo largo de años, y que recién desembocaría en crisis después
de un cuarto de siglo. No parece posible sostener semejante tesis.
[6][6]
Tampoco Shaikh da importancia sistemática a la intensa
acumulación que ocurre en los veinte. Además, si la masa de ganancia se
estanca, no es claro que sea por la caída tendencial de la tasa de ganancia.
Por otra parte, ni siquiera es claro que la masa de ganancia se hubiera
estancado a fines de los veinte.
Estos problemas con la explicación basada en la “caída de
largo plazo de la tasa de ganancia” tal vez sean la clave de por qué hay tan
escasos trabajos de marxistas sobre la Gran Depresión. Y por qué las
explicaciones más precisas hayan girado en torno a la tesis subconsumista, como
ocurre en Aglietta (1979) y Devine (1994).
[7][7]
Problemas similares aparecen cuando se aborda la crisis
iniciada en 2007. Según los marxistas que sostienen que desde 1974 la economía
capitalista entró en una larga fase recesiva, tienden a minusvalorar la
acumulación del capital que tuvo lugar durante los últimos años en EUA (y a
nivel mundial). La economía durante más de 35 habría sido “parasitaria”. Pero
si esto es así, si la inversión se mantuvo débil durante un lapso tan largo, la
tasa de ganancia no puede haber caído en los 2000 por una elevación tendencial
de la composición orgánica del capital. De manera que la caída de la tasa de
ganancia, y la crisis, habría que explicarla por una sobreacumulación ocurrida,
por lo menos, antes de 1974. De ahí la tendencia a deslizarse, en algunos
autores que en principio adhieren a la idea de que la tasa de ganancia juega un
rol importante en la acumulación, hacia las explicaciones exógenas de la
crisis.
Estas dificultades desaparecen sin embargo si se admite que
la tesis de los ciclos Kondratiev no tiene sustento, y que tanto en la década
de 1920, como en la de 1990, hubo intensas acumulaciones de capital, y cambios
tecnológicos, que terminaron generando las condiciones para la crisis de
sobreacumulación.
Observación sobre la
“larga crisis” de 1873- (?)
Señalemos otra dificultad con que tropieza el esquema “caída
tendencial de la tasa de ganancia, fase larga depresiva” de Mandel y Shaikh. Se
refiere al lapso que va de 1873 a 1896, la supuesta fase depresiva del segundo
Kondratiev. Los contemporáneos llamaron a ese período la “Gran Depresión”.
Mandel y otros teóricos del ciclo Kondratiev dan por probado que se produjo una
retracción global de la producción. Sin embargo son muchos los estudios que
ponen en duda esa idea. Es cierto que el término “depresión” tal vez puede
aplicarse a Gran Bretaña. Durante los años que van de 1873 a 1896 la economía
británica padeció sobreproducción, caída persistente de precios y beneficios en
baja; así como profundas recesiones que tocaron fondo en 1879, 1886 y 1890.
Hubo picos alcistas en 1882 y 1890, pero “… los boom eran de corta duración, las
recesiones más prolongadas y los negocios nunca escaparon realmente a la
atmósfera de incertidumbre y depresión” (Musson, 1959, p. 200). Aunque a lo
largo del período la producción y el comercio continuaron expandiéndose; subió
la producción de carbón, hierro, el tonelaje de barcos construidos, el consumo
de algodón y lana, el tráfico de mercancías y pasajeros, los depósitos
bancarios. Crecieron también el ingreso, los salarios reales y el consumo
individual (Beales, 1934-1935; Musson, 1959). Y si bien la desocupación parece
haber aumentado de un promedio del 4,6% entre 1851 y 1873, al 5,4% entre 1874 y
1895, y bajado luego al 4% hasta 1914 (Musson, 1959), las diferencias no son
demasiado significativas. Con todos estos matices, puede admitirse que se trató
de un período depresivo para Gran Bretaña.
Pero donde la idea de una larga fase B del Kondratiev
encuentra problemas casi insalvables es cuando se aplica a EUA. Si bien la
contracción física del producto se extendió desde 1873 a 1879, globalmente las
expansiones cíclicas en los 22 años que van desde el estallido de la crisis de
1873 a 1895 fueron vigorosas (Fels, 1949), y la tendencia básica no fue de
estancamiento o retroceso. Según Gordon et al. (1986), la tasa media de
crecimiento anual del producto real en EUA entre 1878 y 1894 fue del 3,7%,
prácticamente la misma que durante el período 1894-1914 –supuestamente, la fase
expansiva del siguiente Kondratiev–, que fue del 3,8%. La periodización de
Gordon et al, que defienden la tesis del ciclo Kondratiev, difiere de otras
presentaciones que incluyen el período 1873-1878 dentro de la fase B. Sin
embargo lo significativo es que si se excluyen esos seis años, no se advierte
en absoluto la depresión de 25 años de la que hablan Mandel y otros.
Propiamente habría que hablar de depresión en EUA para el período 1873-1878. Y
aun cuando se toma el período completo 1874-1893, la producción industrial de
EUA creció a una tasa anual del 4,9%, apenas un punto por debajo de lo que lo
hizo entre 1894 y 1913, según los datos proporcionados por Mandel (1979). Un
crecimiento del casi el 5% anual de la producción industrial durante dos
décadas tampoco se compatibiliza con la idea de una larga fase recesiva.
No tenemos la respuesta a todos los problemas que plantean
las cuatro décadas que van desde 1873 a 1914, en particular en lo que respecta
a la tasa de ganancia, la inversión y el crecimiento. Pero todo indica de nuevo
que los marxistas deberían problematizar la confortable explicación de los
ciclos largos que se ha manejado hasta ahora. No parece haber nada lineal ni
mecánico en estos procesos.
Un enfoque integral y
dialéctico de la crisis
Nuestra crítica del enfoque Kondratiev en relación a las
grandes catástrofes económicas del sistema capitalista tiene otra arista, además
de la estrictamente económica, que se refiere a la relación entre las
instancias políticas, más precisamente la lucha de clases, los grandes
conflictos, y las crisis. La cuestión podemos explicarla a partir de las
diversas interpretaciones que se han dado sobre las causas de la Gran
Depresión. En la literatura burguesa (pero también en la marxista) la Gran
Depresión de los 30 siempre ha planteado numerosos acertijos y problemas. Es
que ninguna de las consideraciones habituales que se adelantan en el mainstream
para explicar una crisis da cuenta de la gravedad de la caída. De ahí que haya
habido una persistente inclinación a ubicar las razones de la crisis en causas
exógenas, como las referidas a errores en la política monetaria, en Friedman y
Schwartz (1963); al shock negativo del crack bursátil sobre el consumo, como
plantea Romer (1990); a los problemas que trajo la falta de prestamista de
última instancia y ausencia de hegemonía en las relaciones internacionales,
como sucede en Kindleberger (1985); a la adhesión al patrón oro, y el shock
provocado por la Primera Guerra mundial, en Temin (1993, 1994), Eichengreen
(1987), Eichengreen y Sachs (1985) y Eichengreen y Temin (1997); o a la caída
de los precios internacionales de los alimentos y materias primas, como en
Madsen (2001).
Frente a esto las explicaciones marxistas que tienen un
enfoque endógeno han puesto en primer plano, como vimos, la caída de la tasa de
ganancia. Pero… ¿qué sucede con las grandes guerras, los desequilibrios
internacionales agravados por los conflictos interimperialistas, las
convulsiones políticas de la época? Pues sencillamente aparecen como derivados
reflejos de la caída tendencial de la tasa de ganancia. De manera que el razonamiento termina siendo
circular, ya que el estallido de la Primera Guerra –que daba inicio, según
Mandel, a la fase depresiva del tercer Kondratiev– se debía a la caída
tendencial de la tasa de ganancia, pero a su vez la guerra era la causa de la
caída de la tasa de ganancia:
El estallido de la guerra, la dislocación del mercado
mundial, la regresión en la producción material determinan las crecientes
dificultades de la valorización del capital, reforzadas por el triunfo de la
revolución rusa y la contracción del mercado mundial que ésta provocó (Mandel,
1979, p. 129).
En este cuadro la especificidad del porqué de la Gran
Depresión se pierde, y los grandes conflictos no sólo se convierten en el
factor que impide la valorización del capital, sino también aparecen casi
mecánicamente determinados por la caída tendencial de la tasa de ganancia. Se
incurre así en una visión determinista mecánica de las instancias políticas y
de la lucha de clases, que pretende explicar mucho, pero no explica casi nada.
Por el contrario, en la perspectiva que estamos proponiendo
los conflictos políticos no pueden deducirse mecánicamente de la supuesta caída
tendencial de la tasa de ganancia. Es que si bien los intereses económicos
subyacen a los conflictos y guerras interimperialistas de la primera mitad del
siglo, o entre las clases sociales, como históricamente plantearon los
marxistas (Lenin, Bujarin, Rosa Luxemburgo), es altamente problemático
pretender encontrar una llave maestra interpretativa, como hacen los teóricos
del ciclo Kondratiev, para casi dos siglos de historia del capitalismo en la
evolución cíclicamente repetida de la tasa de ganancia y de la inversión.
Después de todo habría que preguntarse entonces por qué la caída tendencial de
la tasa de ganancia en la década de 1970 no desembocó en una guerra interimperialista,
ni en revoluciones o algo parecido. El análisis concreto, que es necesario para
entender las crisis debe adentrarse en las particularidades de los conflictos y
en su articulación, también específica, con los movimientos económicos. Es
necesario evitar las teorías generales suprahistóricas.
Un abordaje no lineal
Desde el punto de vista del análisis económico nuestra
discrepancia con las explicaciones usuales que se han venido brindando en el
marxismo sobre las crisis se relaciona –como afirma Alejandro Ramos en una
comunicación personal– con que esas explicaciones abordan el problema desde una
perspectiva de ajustes que se suceden más o menos instantáneamente y, en última
instancia, no tienen en cuenta el ciclo. Es que en los análisis económicos es
fundamental tener presente que no existen equilibrios inmediatos, ya que los
procesos se pueden retroalimentar durante tiempos prolongados.
A fin de clarificar esta cuestión, volvamos por un momento a
la explicación de las crisis de Shaikh
(2000). Shaikh distingue, en principio, una tasa de ganancia que él llama
“básica”, que correspondería a la tasa de ganancia que existe con una
utilización de la capacidad de producción normal; y la tasa de ganancia
efectiva, que es la que realmente perciben los capitalistas, y fluctúa
fuertemente con los cambios en la utilización de capacidad. Shaikh utiliza esta
distinción para demostrar que la tasa básica desciende secularmente; que este
descenso de largo plazo termina por provocar el estancamiento de la masa de ganancia;
y que el estancamiento de la masa de ganancia marca la transición hacia la fase
depresiva de la onda larga y el comienzo de la crisis. De manera que es la tasa
básica la que da lugar a la curva en la acumulación básica, de largo plazo,
según Shaikh. Es la que determina la tendencia de fondo, por encima de la cual
ocurren las “fluctuaciones turbulentas y erráticas originadas por los ciclos
cortos y lentos” (Shaikh, 2000, p. 42). En consecuencia Shaikh establece una
división entre un movimiento básico, que daría origen a “las amplias
fluctuaciones asociadas a hechos catastróficos como depresiones y guerras
mundiales”, y las oscilaciones en la capacidad –que afectarían a la tasa
efectiva de ganancia– vinculadas a los ciclos de corto plazo de existencias (de
3 a 5 años) y de mediano plazo de capital fijo (7 a 10 años).
En nuestra opinión Shaikh realiza una disociación equivocada
entre lo que sería un movimiento abstracto, no visible, constituido por la tasa
de ganancia “básica”, y la tasa de ganancia efectiva. Es equivocada porque la
tasa de ganancia es una variable concreta, en la que intervienen múltiples
determinaciones, y sólo como tal, esto es, como variable concreta, afecta a la
inversión del capital. Es por este motivo que Marx sostiene que las fuerzas
contrarrestantes de la caída de la tasa de ganancia son internas a la propia
ley. No se trata de factores de “superficie”, que afectarían al movimiento de
acumulación haciéndolo simplemente oscilar por encima de una línea básica. Lo
cual explica que el fenómeno sea mucho menos lineal de lo representado por la
evolución de la tasa “básica” de Shaikh, que desciende a una tasa más o menos
constante.
Por supuesto, es correcto afirmar que la caída de la tasa de
ganancia termina por imponerse en el curso de la acumulación. Sin embargo el
movimiento de la tasa de ganancia reconoce amplias fluctuaciones, marcadas por
múltiples circunstancias. El análisis de cómo se llega a las crisis nos revela
que los movimientos son altamente complejos y oscilantes, como sucede en los
años que preceden a la crisis del 30.
Más significativo aún es que pueden producirse rápidas
aceleraciones del aumento de la composición del capital, que debilitan las
ganancias en procesos también rápidos, que además la mayoría de las veces están
potenciados por las burbujas especulativas, las manías inversoras y las
presiones competitivas. Esto explica que puedan darse períodos más o menos
largos en los que la tasa de ganancia experimente recuperaciones. Así, desde
1983 a 2007 hubo un proceso intenso de acumulación del capital, y sin embargo
la tasa de ganancia efectiva tuvo un aumento tendencial importante. Este
aumento no puede ser explicado sólo por el aumento de la utilización de
capacidad, como parece desprenderse de la tesis de Shaikh. Y la aceleración en
el aumento de la composición del capital, en los noventa, junto al crecimiento
de la desproporción entre ramas, juega un rol innegable para explicar el
estallido de la crisis. Aquí también se aprecia que el descenso de la tasa de
ganancia que subyace a la crisis no es lineal; hay una caída de 1996 a 2001,
pero que no encaja en un movimiento tendencial de baja; una recuperación a
partir de 2002 y un debilitamiento en 2006 que afecta en especial al capital no
financiero.
Es importante destacar que los movimientos cíclicos no
ocurren en la superficie, o por encima de supuestos movimientos cíclicos de
largo plazo, sino que los ciclos, tal como los han registrado Marx, Mitchells,
Sherman, etc., constituyen la trama misma del movimiento de la acumulación del
capital. Las grandes catástrofes del sistema capitalista no están por fuera de
estos ciclos. Son sus aspectos concretos los que explican esas catástrofes, y
para penetrar en esas especificidades hay que comprender que los procesos son
no lineales. En la teoría de Shaikh, y en la mayoría de las presentaciones
convencionales, en cambio, la tasa de acumulación del capital es proporcional a
la tasa de ganancia; la de crecimiento de la masa de ganancia es igual a la
suma de las tasas de crecimiento de la tasa básica de ganancia y del stock del
capital invertido; la productividad crece más de prisa que los salarios reales;
la composición del capital más de prisa que la tasa de plusvalía; la tasa de
ganancia básica desciende permanentemente; y finalmente lleva al estancamiento
de la masa de ganancia, iniciándose la depresión. En este esquema las
turbulencias, los procesos en espiral, los movimientos contradictorios del tipo
“aumenta la inversión y caen las ganancias”, parecen quedar relegados a la mera
apariencia de la acumulación; y, eventualmente, a la esfera de lo financiero.
La sobrecapacidad es tenida en cuenta sólo como un factor que afecta a esa
superficie; pero no tiene incidencia en el movimiento de fondo. Las múltiples
determinaciones que afectan al comportamiento concreto pasan a ser inesenciales
para explicarnos los movimientos, abstractos, que se pretenden “esenciales”.
Pero no hay “esencia” sin forma, sin manifestación; y ésta no es accesoria,
porque también constituye, en buena medida, a la propia esencia. Las
contratendencias, las no linealidades, entran “orgánicamente” al análisis por
el simple hecho de que la ley de la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia sólo actúa a través de los muchos capitales en competencia y, por
supuesto, de la lucha de clases.
Por supuesto, hay procesos continuos, con cambios suaves y
graduales. Pero también discontinuidades repentinas y dramáticas, y éstas no
son meras turbulencias de superficie. La competencia entre los capitales
constituye un movimiento complejo, donde estados iniciales aparentemente
iguales pueden conducir a resultados totalmente diferentes. Lo cual quiere
decir que no se puede conocer de forma determinística la mecánica exacta bajo
la que operará la competencia. Sabemos que a largo plazo la inversión afectará
la tasa de ganancia, pero no podemos saber de antemano en qué profundidad, ni
cómo ocurrirán las cosas. Dicho de otra manera, no se puede predecir cómo
evolucionará el sistema capitalista a la manera en que el físico puede predecir
la trayectoria de una bala de cañón. Sólo tenemos cursos probables. Por caso,
los capitalistas en una situación determinada (en tal o cual rama, economía,
etc.) pueden reaccionar ante una baja de los beneficios o bien restringiendo la
inversión, o bien huyendo hacia delante. Que tomen uno u otro camino puede
depender de muchas variables, incluso muchas de ellas (por ejemplo políticas)
por fuera del sistema que estamos considerando.
Ya hemos visto cómo presionados por la competencia los
capitalistas de una o más ramas importantes pueden ampliar la capacidad de
producción de sus empresas por encima de las necesidades de la demanda. Ahora
bien, en principio esta divergencia entre capacidad y necesidad del mercado
puede no ser importante. Pero embarcados en ese proceso, los capitalistas no
necesariamente se detendrán cuando adviertan que otros están subidos al mismo
tren. Entonces se puede romper por todo un período la relación positiva entre
las ganancias y la inversión. Y si la tasa de crecimiento de la divergencia
entre ampliación de capacidades y necesidades del mercado es mayor a uno, la
divergencia inicial, que era minúscula, crecerá exponencialmente. El proceso
continuará hasta que superado cierto umbral se produzca un cambio cualitativo
del escenario, el surgimiento de una nueva realidad en que el sistema colapse.
Confesamos que no sabemos cómo se puede formalizar matemáticamente lo que
expresamos con palabras. Esperamos que algún o algunos matemáticos se interesen
algún día por esto y nos ayuden en esa formalización. Pero preferimos un
“relato” que nos acerque de alguna manera a lo que sucede, que una
formalización elegante que nos deje con un esquema abstracto.
Dicho esto, rescatamos la idea de Shaikh de presentar en sus
rasgos esenciales algunos de los procesos que están ocurriendo en la
acumulación del capital, aunque sea a través de unas pocas ecuaciones lineales.
No se trata de dejar de lado las ecuaciones que nos muestran, por caso, cómo la
tasa de ganancia depende positivamente de la tasa de plusvalía, y negativamente
de la composición del capital. Pero sí es importante entender que con ellas no
es suficiente para entender las grandes crisis, recesiones y depresiones del
capitalismo que han ocurrido, y siguen ocurriendo. Tenemos que abordar una realidad
infinitamente más compleja, en la que hay muy pocas (diría que casi ninguna)
relaciones lineales.
Sobrecapacidades y
desproporciones en diversas crisis
En la historia del capitalismo se registra repetidas veces
el fenómeno de alta expansión e inversión en una o algunas ramas fundamentales,
seguidas de especulación y sobreinversión, empujadas por el crédito, hasta que
finalmente se produce el crack y el colapso que empuja a la economía a la
recesión y la depresión. La crisis de 1836-1839 estuvo precedida por el auge
inglés en los ferrocarriles, que arrastró a la siderurgia y el carbón, y
terminó en un crack. La crisis de 1847-1848 tuvo como antecedente inmediato la
sobreinversión en los ferrocarriles y la industria algodonera inglesa.
También la crisis de 1873 fue precedida del boom inversor en
EUA, especialmente desde fines de los años 1860 y hasta entrada la nueva
década, en ferrocarriles y en la producción de acero con el método Bessemer.
Esta inversión, que fue en parte financiada mediante la colocación de títulos
en Europa, terminó construyendo sobrecapacidad, en especial en los
ferrocarriles del Oeste. Asimismo en Alemania, el Imperio Austro-Húngaro y
Francia hubo euforia inversora en la construcción residencial y municipal. En
especial en Alemania y el Imperio Austro-Húngaro hubo un boom de créditos
hipotecarios, acompañado de una burbuja en el precio de la tierra y gran auge
en las construcciones. Pero a principios de la década de 1870 el optimismo
comenzó a desinflarse. La producción agrícola europea enfrentó una creciente
competencia de los productos americanos, lo que deprimió precios y ganancias. A
partir de allí se generó desconfianza en que se pudieran recuperar los
préstamos hipotecarios. La crisis estalló en mayo e Viena y repercutió en el
sistema bancario europeo, especialmente inglés. En seguida la suba de las tasas
de interés en el mercado interbancario afectó a los bancos de Estados Unidos
que habían financiado las inversiones ferroviarias. En septiembre la crisis
llegó a Estados Unidos y quebraron empresas ferroviarias. De ahí volvió a
golpear en Europa. Se iniciaba así el período que se conoció en el siglo XIX
como la “gran depresión”.
Por su parte la crisis de 1900-1903 estuvo precedida por la
expansión de la industria eléctrica, donde las perspectivas de ganancias eran
muy altas; a la que le siguió la sobreinversión, en especial en Alemania, la
crisis bursátil y la depresión. Y en la fase previa a la crisis de 1907 la
especulación se dio en el cobre, que era indispensable para la industria
eléctrica. Rosier resume el proceso de las crisis del siglo XIX y hasta el
estallido de la Primera Guerra:
Expansión: ligada a
una industria motriz (ferrocarriles, luego industrias eléctricas); beneficios
elevados y fuerte anticipo de beneficios, alza de los precios, especulación
bursátil y sobreinversión.
Superproducción:
debilitamiento de la demanda efectiva, incertidumbre de las inversiones, baja
de los beneficios y/o pánico bursátil.
Depresión: contracción
brutal de la actividad, caída de los precios; de ahí quiebras, desempleo y
caída de los salarios; tensiones sociales (Rosier, 1978, p. 126).
Aunque en el desarrollo que hemos presentado la baja de
precios y beneficios puede darse en parte ya en la expansión.
Sobreinversión en la
década de 1920 y crisis
También en el estudio de las razones que llevan a la Gran
Depresión de la década de 1930 es necesario tomar distancia de la visión
“estancacionista” y de la idea de un proceso lineal. Durante la década de 1920
en EUA hubo un fuerte desarrollo –el PNB en la década creció a una tasa del
3,5% anual, el PNB por habitante lo hizo al 2,7%– que va a desembocar en la
depresión.
Como destaca Corey (1934), en el centro de la recuperación
de la economía de EUA después de la crisis de 1920-1921, estuvo el dinamismo de
la inversión. En particular fue clave la electrificación de la industria, que
pasó del 56% en 1919 al 82% en 1919. La inversión de capital en la industria
subió de US$ 5000 millones en 1922 a US$ 12.500 millones en 1929 (Corey, 1934).
[8][8] Como porcentaje del
PNB la inversión alcanzó un pico del 27,1% en 1925 y, si bien algo debilitada,
en 1929 todavía representaba el 24,8% del PNB (Gordon, 2004).
La demanda de maquinaria también estuvo empujada por la
construcción. La vigorización de la construcción se dio esencialmente en las
estructuras comerciales e industriales. Asimismo aumentó fuertemente el gasto
en ferrocarriles, que pasó de US$ 1059 millones en 1922 a US$ 3.996 millones en
1929.Y se incrementó la producción de bienes de consumo duradero. De especial
relevancia fue la producción de automóviles, que se duplicó en 1923 con
respecto a 1919 (aunque en términos de valor el ingreso de los fabricantes fue
menor, debido a la caída de los precios).
La electrificación, en primer lugar, y la extensión del
transporte automotor (autobuses, camiones, taxis), en segundo término,
posibilitaron un fuerte aumento de la productividad. La productividad en la
industria aumentó a una tasa anual del 5,4% durante la década, más que
cuadriplicando el promedio de las tres décadas anteriores, que había sido del
1,3% anual (Gordon, 2004). También se desarrollaron nuevas industrias: cine,
radio, rayón, química, aviación, refrigeración mecánica, lavarropas, teléfonos,
y equipos eléctricos. Estas industrias generaron efectos repercusión en
inversión en estructuras comerciales e industriales, construcción de cines,
garajes y estaciones de servicio; así como incrementaron la demanda de
maquinaria. La inversión en estructuras no residenciales alcanzó un pico del
7,1% del PNB en 1925, y todavía en 1929 constituía el 5,5% del PNB (Gordon,
2004).
El proceso de inversión dio por resultado un fuerte aumento
de la composición de capital. Entre 1923 y 1929 el capital constante en la
manufactura aumentó cuatro veces más que el capital variable; un 24,4% frente a
un aumento del 5 a 7% del capital variable. El capital fijo subió cinco veces
más que los salarios y 40% más que el output (Corey, 1934). Este aumento de la
composición del capital explicaría el descenso de la tasa de ganancia hacia el
final de la década. La tasa de beneficio bajó del 9,2% al 7,5% entre 1924 y
1929 (Corey, 1934). También Blanchard et al. (1993) registran el descenso de la
tasa de ganancia. La caída de la tasa de ganancia no fue mayor porque actuaron
tendencias contrarrestantes. Los salarios estuvieron contenidos, en tanto la
productividad se elevaba;
[9][9] esto significa que
aumentó la plusvalía relativa.
En cuanto a la masa de beneficio, en 1929 se mantenía alta;
la masa de beneficio del conjunto del capital era un 41% más alta que en 1923.
Sin embargo los beneficios de las corporaciones no financieras eran sólo un 14%
más altos que en 1923 y un 2% más bajos que el promedio 1923-1929. Los
beneficios de las corporaciones financieras habían subido un 177% en 1929 con
respecto a 1923 (todos datos de Corey, 1934). Es este estancamiento relativo de
la masa de beneficios de las corporaciones no financieras lo que registra
Shaikh, y que en su visión sería decisivo para explicar por qué la crisis.
Obsérvese cómo aquí también se repite el fenómeno de la inflación de los
beneficios financieros en las últimas fases del ciclo, acompañando el auge del
precio de los activos y la especulación.
De todas maneras los guarismos que brinda Corey sobre la
evolución de la tasa de ganancia y la masa, así como el gráfico de Shaikh y el
que presentan Blanchard et al. (1993), no parecen tener el dramatismo que
explique el porqué de lo que sobrevino luego. Un cierto apaciguamiento de las
inversiones porque la tasa de ganancia se ha debilitado, y la masa de ganancia
se estanca, hubiera sido un escenario probable. Pero no el hundimiento de la
inversión que se produjo. Los resultados de Blanchard et al. (1993) al respecto
son significativos. Definen la tasa de ganancia como la suma de los beneficios
post impuestos, más pago de intereses más depreciación sobre el capital valuado
a costo de reemplazo. Su cálculo comienza en 1916, y aplican métodos
econométricos para testear si la inversión responde más a la Q de Tobin, a la
tasa de beneficios realizados, o a los beneficios esperados. El resultado que
encuentran es que la tasa de beneficio es la que más influye en la inversión.
Sin embargo la relación no es estrecha, y la caída explica sólo en parte el
colapso de la inversión. En este respecto Greasley y Madsen (2006) destacan el
rol de la incertidumbre en torno a los beneficios esperados como determinante
del hundimiento de la inversión en 1930. Los autores toman como índice de esa
incertidumbre la volatilidad del precio de las acciones a partir de 1929. Pero
esto no responde la cuestión de fondo de por qué la incertidumbre. Si los
beneficios realizados en 1929 se habían debilitado con respecto a los niveles
más altos de la década, todavía queda por preguntarse por qué la expectativa de
los beneficios futuros se tornó tan negativa.
Es en este punto entonces que el énfasis de Corey en la
sobreinversión, o sobrecapacidad, es esencial, en especial si se lo articula
con el conjunto de las contradicciones –conflictos interimperialistas, presión
bajista de los precios de los alimentos y materias primas desde la Primera
Guerra, etc.– que constituyen el marco social y político de la crisis. Aunque
aquí hacemos hincapié en los mecanismos económicos que llevan al colapso.
La idea de que hubo sobreinversión también la encontramos en
Kuznets, Hansen y otros keynesianos. Tal vez no se trataba de una
sobreinversión generalizada. Según Corey, el índice de utilización de capacidad
en 1929 rondaba el 80% para el conjunto de la industria; aunque en los datos
que presenta Shaikh la utilización se ubicaba en alrededor del 70%.
Sin embargo es una realidad que la sobrecapacidad fue muy
fuerte en muchas industrias, precisamente las que habían estado a la vanguardia
de la acumulación desde 1923. Corey señala que en el pico de la actividad en
1929 muchas industrias podrían producir entre un 25 y 75% más de lo que estaban
produciendo. Entre 1928 y 1929 la sobrecapacidad era muy alta en las industrias
nuevas, radio, automóviles, rayón, químicos. También en minería del carbón y en
otras industrias más tradicionales. Por caso, el exceso de capacidad en la
industria de harina de trigo era del 45%; en textiles iba del 15% en algodón al
40% en seda; en lingotes de hierro era del 45%. En la fábrica de cementos
Pórtland llegaba al 28%; en fábricas de botas y zapatos al 50%; en confección
de vestidos era del 40%. En construcción de barcos la producción se había
hundido en 1929. En las usinas eléctricas la capacidad excedente era del 64,2%.
También había demasiada capacidad en petróleo, ferrocarriles y manufactura
eléctrica.
Estos excesos de capacidad generaron a su vez un aumento de
gastos improductivos en equipos de ventas, propaganda e instalaciones
comerciales. Las empresas debían destinar plusvalía a estas actividades para
sostener la guerra competitiva. Por ejemplo, el exceso de capacidad en la
refinación de petróleo llevó a una multiplicación de gasolineras. En 1929 había
una gasolinera cada 83 automóviles registrados y aún así la Shell Union Oil
lanzó su propia cadena.
La guerra competitiva se hizo cada vez más aguda. Ante la
sobrecapacidad algunas empresas empezaron a incursionar en otras ramas,
agravando la competencia. Por ejemplo, una fábrica productora de radios empezó
a fabricar heladeras. GM se lanzó a producir radios, heladeras y aparatos
dentales. Por otra parte aumentaron las fusiones de empresas con el fin de
frenar la baja de precios y su presión negativa sobre los beneficios, Pero de
hecho las nuevas compañías que resultaban de esas fusiones aumentaban el exceso
de capacidad. Y aún así continuaba la manía inversora y el frenesí especulativo
en la bolsa de valores. Desde 1923 a 1929 el precio de las acciones subió a un
promedio del 17% anual.
Aunque desde 1927 y 1929 la inversión empieza a denotar un
debilitamiento, todo indica que en sectores importantes continuó la ola
inversora, impulsada por las presiones competitivas y la búsqueda de ganancias.
En algunos sectores adquirió una velocidad frenética. Por ejemplo, en 18 meses
entre 1928 y 1929, anota Corey, la capacidad de producción de equipos de radio
–que había sido una de las ramas impulsoras de la acumulación durante la
década– se triplicó. Muchos capitales se volcaban a la rama, en la esperanza de
hacer grandes ganancias. La capacidad de producción llegó entonces a los 15
millones de equipos anuales, pero el mercado sólo podía absorber cuatro
millones. Todo esto sucedía, insistimos, en el marco de una economía aún en
crecimiento; desde 1927 a 1929 el output industrial aumenta todavía más del
14%.
Pero la sobreproducción se hace evidente en 1929, y
principalmente en las industrias que habían sido las sostenedoras de la
prosperidad. El output de maquinaria comenzó a caer en junio de 1929 y hacia
fin de año los pedidos de máquinas habían bajado el 50%. La producción de
automóviles desciende desde julio, y a fin de 1929 había caído el 57%. La
construcción comenzó a caer en agosto; el hierro y el acero en julio. Los
precios ya estaban cayendo desde antes de que estallara la depresión. En este
cuadro el estallido de la burbuja bursátil y la caída de los precios de las
acciones fueron inevitables. El crack
generó gran incertidumbre y parece haber acentuado la caída del consumo de
bienes durables (Romer, 1990). Aunque no habría marcado el inicio de la Gran
Depresión. Hacia el segundo trimestre de 1930 la economía parecía haberse
estabilizado. Como destacan Greasley y Madsen (2006), es con el colapso de la
inversión fija después del segundo trimestre de 1930 –en el año cae un 33%– que
comienza realmente la depresión.
La sobreinversión influyó también sobre en lo prolongado de
la crisis. Gordon anota que la inundación de bienes de inversión creada durante
la década de 1920 habría de pender sobre el mercado en toda la década de 1930.
Todavía en 1940 la inversión en estructuras no residenciales era apenas un
tercio del pico que había alcanzado en los veinte, y la inversión residencial
sólo las dos terceras partes. La inversión en equipos recién en 1937 volvió al
ratio con el PNB que tenía en 1929. Esto es, la sobreinversión, además de
explicar la rapidez con que colapsan las ganancias y la inversión entre 1929 y
1930, ayudaría a dar cuenta del porqué de la gravedad del hundimiento.
Dinámica de la
acumulación mundial y la crisis de 2007
La secuencia de alta inversión que lleva a la sobreinversión
y la sobrecapacidad, y de ahí al crack y la crisis, ha tendido a repetirse a lo
largo de los últimos años. El primer caso que mencionamos es Japón. Desde fines
de 1986, y por cuatro años la economía japonesa entra en una fase de fuerte
expansión; entre 1987 y 1991 la tasa de crecimiento anual promedio del PNB fue
del 5%. La expansión fue impulsada por un boom inversor. El stock de capital
bruto creció entre 1985 y 1991 a una tasa del 6,7% anual, y la productividad
laboral horaria en la manufactura al 5,4%. La ratio inversión en planta y
equipo sobre PNB superó el altísimo nivel del 20% en 1989-1990. Como
consecuencia de este boom inversor la relación capital/output en 1991 era un
10% más alto que el valor tendencial (Noguchi, 1994). Mucha de esta inversión
fue del tipo ahorradora de trabajo, debido a que los mercados laborales estaban
muy tensos dada la baja desocupación. De manera que en pocos años debió de
asistirse a una aceleración en el aumento tendencial de la composición del
capital.
Además de la inversión en plantas y equipos, el otro motor
del crecimiento fue la construcción de casas. Antes de 1984 el promedio de
casas construidas anualmente era de 1,2 millones; desde 1987 a 1990 se
superaron los 1,6 millones anuales de promedio. El boom inversor y de
desarrollos inmobiliarios fue acompañado por el alza especulativa de los
precios de las acciones, de la tierra y las propiedades. El promedio del índice
Nikkei triplicó su valor entre 1985 y 1989, y los precios de los inmuebles en
las seis ciudades más grandes de Japón también se triplicaron entre 1985 y 1991
(Lincoln y Friedman, 1998). Esta suba de los precios de los activos fue
estimulada por la política de bajas tasas de interés que adoptó el Gobierno de
Japón para contrarrestar el alza del yen, luego del Acuerdo Plaza.
[10][10] También favoreció
el alza la liberalización de los mercados financieros. La suba de los precios
de las acciones alentó la financiación de las grandes corporaciones, aunque no
todos los fondos se canalizaron a la inversión. Una parte fue destinada a
comprar otros activos financieros, de manera que es posible que parte de las
ganancias de las corporaciones no financieras japonesas al final de la década
estuvieran infladas por las valorizaciones de estos activos. De cualquier
manera las expectativas de ganancias a futuro parecieron jugar un rol
importante en el mantenimiento de la fiebre inversora hasta 1991 (Noguchi,
1994). El hecho de que las grandes corporaciones pudieran reunir fondos
emitiendo acciones y bonos hizo que redujeran su dependencia del financiamiento
de los bancos, tradicional en la economía de Japón. De ahí que los bancos
volcaron parte de sus liquideces a alimentar el mercado inmobiliario. Los
préstamos de los bancos al sector hipotecario, que crecían a una tasa del 7%
anual en la segunda mitad de la década de 1970, lo hacían al 18% en la primera
mitad de la década de 1980, y al 20% en la segunda (Lincoln y Friedman, 1998).
Lo que empujó más y más la especulación y la suba de los precios de la tierra.
La burbuja inmobiliaria y en el mercado bursátil fue acompañada por las
usuales, para estos casos, estafas y desfalcos (Lincoln y Friedman, 1998).
Los desencadenantes inmediatos del giro hacia la crisis
fueron, en primer lugar, la suba de las tasas de interés por parte del
Gobierno, deseoso de cortar la burbuja, que consideraba peligrosa. El Banco de
Japón subió la tasa de descuento del 2,5 al 3,25% en mayo de 1989; y en agosto
de 1991 la tasa llegaba al 6%. En 1989 el Nikkei alcanzó su pico. En 1990
comenzó el derrumbe; sólo en los nueve primeros meses de ese año el índice
perdió cerca del 50% de su valor. Poco después comenzó la caída de los precios
de la tierra. Se iniciaba la Gran Recesión de Japón.
El siguiente episodio es el de los países asiáticos del
Pacífico. En Corea del Sur, Singapur, Taiwán, Indonesia, Malasia y Tailandia
hubo altas tasas de crecimiento de la relación capital / trabajo, en particular
en los años 1990. Las tasas de inversión en Corea, Malasia y Tailandia en los noventa
llegaron a representar aproximadamente el 40% del PNB. Con la particularidad de
que en estas industrias la productividad no era especialmente alta, debido al
atraso tecnológico. Estos países habían logrado en buena parte su fuerza
competitiva aumentando la inversión de capital por obrero, y también haciendo
trabajar más horas con menos salarios que en los países adelantados. Por
ejemplo, en 1996 en las economías del Este de Asia se trabajaba entre un 15 y
30% más horas que en EUA; donde a su vez se trabajaba más horas que en Europa
(IMF 1998).
La fuerte inversión de capital por obrero, y la
relativamente baja capacidad tecnológica, se combinó a partir de mediados de
los noventa con presiones bajistas en los precios en el mercado mundial de
semiconductores, en el cual las economías asiáticas tenían fuerte
participación. La rentabilidad en estas industrias se deterioró. Por ejemplo,
en Corea del Sur la participación de la inversión en el PNB rondaba entre el 38
y más del 39% entre 1994 y 1996; pero la participación de los beneficios del
capital en el PNB había caído a menos del 40% a mediados de los años noventa
(esto es, antes de la crisis) contra el 55% en la década de 1970.
La lenta caída de la rentabilidad de todas maneras no había
frenado mecánicamente la inversión. La inversión en maquinaria y equipo subía
más del 23% en 1994 y más del 24% en 1995. El Fondo Monetario constata que los
chaebols perseguían aumentar su participación en el mercado sin prestar
suficiente atención a la rentabilidad. El crédito favoreció que continuara la
sobreinversión.
Ya desde antes del estallido de la crisis las industrias
coreanas sufrían por la caída de beneficios, la sobrecapacidad y la fuerte
competencia. La sobrecapacidad a mediados de los noventa se detectaba sobreinversión
en electrónica, equipos de comunicación, metales básicos y equipos de
transporte distintos del automóvil (Ryov y Kim, 2003). Los cinco chaebol más
importantes habían sobreinvertido en electrónica o industrias de la
comunicación (semiconductores). Como consecuencia en 1996 los beneficios de los
chaebol se acercaban a cero; a principios de 1997 seis chaebol se presentaban
en bancarrota, aún antes del estallido de la crisis (IMF, 1998). Muchas empresas a su vez se había sobre
endeudado para continuar la acumulación. En 1997 la ratio deuda / activos
propios de las empresas que cotizaban en la bolsa de Seúl era, en promedio, del
425% (The Economist, 4/07/09). La crisis
las afectaría de pleno, y también al sistema financiero.
Tailandia, donde estalló la crisis de 1997-1998, también es
ilustrativa. Desde 1987 la economía tailandesa experimentó un boom de inversión
y crecimiento, que tradicionalmente estuvo basado en la exportación. Además
recibió IED de multinacionales, que se beneficiaban con la baratura de la mano
de obra. Las inversiones en la industria se orientaron hacia la exportación;
aunque también hubo una fuerte inversión en banca y negocios inmobiliarios, en
especial a partir de 1993 (Glassman, 2003). Entre 1980 y 1990 las exportaciones
manufactureras de Tailandia crecieron a una tasa acumulativa anual del 24,4% y
en la primera mitad de los noventa lo hicieron a una tasa anual del 22,9%. La
acumulación a su vez era estimulada por el crédito barato; buena parte de este
crédito era externo. Pero, como señala Glassman, el boom de crecimiento e
inversiones llevó muy rápidamente a la sobreinversión. La utilización de la
capacidad bajó de los picos del boom, cerca del 90%, a aproximadamente el 70%
en 1997. Hubo un aumento excesivo de la capacidad productiva a nivel regional
–muchos países asiáticos tienen orientación exportadora– frente a una demanda
que no creció a igual ritmo. Contribuyó a la retracción la caída de la economía
japonesa, sumida en la Gran Recesión; y la creciente incorporación de China al
mercado mundial. Tailandia sufrió de pleno la competencia en las industrias del
vestido e indumentaria, y electrónica.
La sobrecapacidad puso presión bajista sobre los precios; la
baja tecnología –la industria tailandesa busca productividad mediante economías
de escala– agregó desventajas. También, según Glassman, se sumó una presión
alcista de los salarios. Como resultado de todos estos factores la tasa de
ganancia, que había subido fuertemente a fines de los ochenta, bajó también
desde principios de los noventa, y en 1996-1997 estaba a los niveles previos al
boom. En 1996 el crecimiento de las exportaciones se frenó; crecieron sólo el
0,3%. Las exportaciones industriales cayeron un 1%, y los precios de los
productos electrónicos que exportaba Tailandia colapsaron. Claramente había
sobreproducción mundial en el sector. Asimismo hubo sobreinversión en
petroquímica y caída de la rentabilidad (Malasia e Indonesia también tenían
sobrecapacidad).
En consecuencia bajaron los ingresos por exportaciones de Tailandia;
la caída de la rentabilidad generó crecientes problemas para pagar las deudas
que se habían acumulado. A su vez, desde 1993-1994 la entrada de capitales en
el sector financiero e inmobiliario había alimentado el boom especulativo y la
sobreinversión en el sector de la construcción. En 1997 estaban dadas todas las
condiciones para el estallido de la crisis. Obsérvese que la caída de la tasa
de ganancia explica buena parte de los problemas y del porqué de la crisis;
pero hay que hacer intervenir otros factores.
Con la crisis asiática de 1997 y 1998 la inversión colapsó
en la región. En promedio en los países de Asia del Pacífico (excluyendo China)
la inversión cayó 8 puntos en su participación en el PNB entre 1996 y 1998, y
se mantuvo deprimida durante la recuperación; a comienzos de 2000 había subido
apenas dos puntos del PNB desde los niveles de 1998. Si bien caía desde niveles
altos, esto significó que grandes excedentes de plusvalía estaban disponibles
para invertirse en otro lado. Muchos de estos capitales se volcaron a EUA,
donde contribuirían a formar lo que en otros trabajos (Astarita 2009) hemos
calificado una plétora del capital. En parte esta afluencia ayudó a superar la
recesión de 2001 de EUA. Y alimentó la burbuja inversora y financiera en el
sector inmobiliario y de la construcción de los 2000.
A su vez en los años noventa hubo fuerte inversión y
generación de sobrecapacidades en EUA, en las industrias vinculadas a la
informática y las comunicaciones, que fueron vanguardia. Ya hemos tratado la
cuestión en otros trabajos y remitimos, además remitimos a Ramos (2007). Aquí
solo recordamos que el stock de capital subió un 25% entre 1994 y 2000. Los
aumentos de productividad y de inversión, acompañados por la burbuja bursátil
de las tecnológicas, desembocaron entonces en la caída de las ganancias. De
1997 a 2000 la tasa de ganancia cae un 24% (Ramos 2007). Aquí el aumento de la
composición del capital estuvo en la base del proceso. Pero no se trata de una
caída “de larga duración”.
La caída de la rentabilidad explica el crack de la bolsa, en
especial la caída de las acciones tecnológicas; y la recesión del 2001. Y
después de 2002, con la recuperación económica, se registra un desarrollo
extremadamente desproporcionado en la construcción, en el marco de la baja
inversión. Norman (2008) sostiene que la sobrecapacidad no puede haber sido una
razón de la baja inversión debido a que la economía de EUA estaba trabajando a
capacidad normal. Sin embargo la cuestión posiblemente no sea tan mecánica. Así
como la inversión no se frena automáticamente antes de la crisis aun cuando ya
se advierten sobrecapacidades y caídas de los beneficios, puede no recuperarse
automáticamente a pesar de la mejora de los beneficios y de la demanda. En
primer lugar porque en muchos sectores pueden permanecer sobrecapacidades que
no han sido eliminadas por la crisis. Tal era el caso, en 2003, en sectores
vitales como comunicaciones y automóviles. Sin embargo el problema más
importante puede estar en que las empresas perciban que a nivel mundial otros
competidores están aumentando la capacidad en exceso. Por ejemplo, en la rama
del automóvil, a pesar de que se era consciente de la sobrecapacidad, se
seguían construyendo plantas en varios países. También en la industria química mundial,
a comienzos de los 2000, había conciencia de que existía sobrecapacidad. Y en
la industria de maquinaria industrial en 2005-2006. Las empresas
estadounidenses y europeas obtenían beneficios, pero se estaba acumulando mayor
capacidad en Asia, y se temía un ciclo bajista de precios y beneficios.
En particular a mediados de los 2000 había múltiples
expresiones de preocupación por la ampliación de capacidad en la industria
china en los 2000. En ese momento la inversión real fija en China crecía a una tasa
de aproximadamente el 23% anual. Entre 1990 y 2005 la participación de la
inversión en el PNB promedió el 39%, y en 2005 se ubicaba en el 45%. Las
relaciones capital/output y capital/trabajo habían subido fuertemente. El FMI y
el gobierno chino reconocían que había sectores, como automóviles, en los que
había sobreinversión, caída de precios y de la rentabilidad (IMF, 2005). Este
aumento de la capacidad era fogoneada por la reinversión de utilidades por
parte de las empresas, el boom del crédito y la entrada de capitales. En el
mercado inmobiliario se registraban tensiones especulativas. Ese mismo año la
consultora Standard & Poor advertía que China tenía sobrecapacidad en
autos, cemento y carbón, entre otras ramas. La situación de las ganancias era
buena, pero la sobrecapacidad (que seguía aumentando), amenazaba las
perspectivas para 2007 o 2008, según la consultora. Ya en 2003 el gobierno
había frenado la inversión en acero y química por la existencia de
sobrecapacidad. Parte importante de la sobrecapacidad en China se descargaba en
el mercado de EUA. A su vez los excedentes chinos eran reciclados a EUA,
contribuyendo a financiar el déficit de cuenta corriente y la plétora del
capital y a la especulación. Lo que impulsaba en EUA el ciclo alcista en la construcción
y los mercados de crédito, la sobreacumulación en este sector, en el marco de una inversión que continuaba
débil en el resto de la economía. El Economic Report of the President (2004)
sobre la situación económica planteaba que a pesar de la incipiente
recuperación del gasto en equipo y software, “la demanda de inversión de
estructuras permaneció débil en 2003. Una alta sobrecapacidad parece haber
anulado el ímpetu dado por bajas tasas de interés y alto flujo de liquidez” (p.
91).
Se generaban así las condiciones para que el estallido de la
burbuja financiera y en el mercado hipotecario desatara la crisis y el giro a
la depresión.
Conclusiones
En este trabajo hemos cuestionado las explicaciones
demasiado mecanicistas de la crisis que se han manejado en la literatura
marxista que hace eje en la ley de la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia. Grandes crisis como la de 1930 o la iniciada en 2007 no se dejan
explicar de manera sencilla por el esquema “caída tendencial de largo plazo de la tasa de ganancia, estancamiento
de la masa de ganancia, caída de la inversión y crisis”. Tampoco grandes crisis
del siglo XIX, como la ocurrida en 1847-1848, pudo ser explicada por Marx a
partir de la caída en el largo plazo de la tasa de ganancia.
Planteamos que es necesario avanzar a un estudio más
concreto de cómo se producen las crisis capitalistas, y la importancia de
incorporar en los análisis la dinámica de la competencia que lleva a la
retroalimentación de procesos no lineales que desembocan en cambios bruscos de
la situación, con colapsos de la rentabilidad, la inversión y la demanda. La
aceleración de la acumulación y la desaceleración en períodos cortos de tiempo,
y las reversiones abruptas de la situación económica, se relacionan con retardos
e inercias en los cuales se rompen, por lo menos durante lapsos de tiempo
prolongado, relaciones lineales del tipo “caída de la ganancia – caída de la
inversión”. Para comprender la lógica que gobierna estos procesos es necesario,
además, avanzar en el estudio de cómo actúa la innovación de procesos y de
productos, su incidencia en el desarrollo desigual de ramas y las olas de
inversión que generan, y su incidencia en la relación entre generación de valor
(y movimiento de los precios), rentabilidad y acumulación.
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Grossmann,
Mandel o Shaikh no niegan la importancia de fenómenos como el crédito en la
aceleración del proceso que lleva a la crisis, y su estallido; o que la caída
del consumo no juegue un rol en la propagación de la depresión una vez desatada
la crisis. Pero estos factores no constituyen, según esta visión, la razón
última de la crisis. De la misma manera, la lucha de clases –el intento del
capital por dominar siempre al trabajo– es uno de los motores, junto a la
competencia entre los capitales, del cambio tecnológico y el desplazamiento de
la mano de obra por la máquina, que lleva a la caída de la tasa de ganancia.
Pero este proceso opera a través de la elevación de la relación entre el
capital constante y el trabajo vivo, y por lo tanto se incorpora
“orgánicamente” al proceso que va de la acumulación intensa a la caída de la
rentabilidad y la crisis.
Entre
Grossmann, Shaikh y Mandel hay otras diferencias que atañen a las perspectivas
de más largo plazo. Grossmann defiende la tesis del derrumbe final, por causas
puramente económicas, del capitalismo; esta idea se vincula a una visión de la
tasa de ganancia descendiendo a muy largo plazo de manera inexorable, a pesar
de recuperaciones parciales en las crisis. En Mandel la perspectiva es que las
grandes crisis –que se desatan en las fases depresivas del ciclo Kondratiev–
serán cada vez más graves. Shaikh a igual que en Mandel, plantea que la tasa de
ganancia se recupera luego de esas grandes crisis, aunque al mismo tiempo habla
de una tendencia “secular” a la caída.