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Plaza Roja, Moscú |
Eric Blanc
Desde la publicación de El
Estado y la Revolución de Lenin en 1918, las ideas del teórico socialista
Karl Kautsky sobre este tema se han asimilado habitualmente con la defensa de
una utilización gradualista del estado capitalista para llevar a cabo la
transformación socialista. El influyente panfleto de Lenin ha arrojado una
larga sombra tras de sí, llevando a muchos estudiosos y socialistas a asumir
que el defecto fatal del socialismo de la II Internacional era una apreciación
no-marxista del poder del estado.
El argumento afirma que el llamamiento de los líderes bolcheviques
a destruir el Estado capitalista constituyó una ruptura pionera respecto de la
posición dominante en la socialdemocracia “ortodoxa” (i. e., marxismo). Según
una reciente explicación,
"la
práctica de estos partidos socialistas [de la II Internacional no-bolchevique]
estaba informada por una importante ruptura con la teoría del Estado de
Marx". Se culpa a Kautsky de este desarrollo, pues supuestamente
"desconsideró la crítica de Marx al
Programa de Gotha y la crítica similar de Engels al Programa de Erfurt, en las
que se insistía en que era un serio error que el partido alemán afirmara que la
transición al socialismo podría llevarse a cabo sin destruir el viejo Estado
por medio de una revolución"/1.
Como ha demostrado claramente el pionero trabajo de Ben
Lewis sobre Kautsky, esa crítica es en realidad incorrecta y oculta de forma
problemática las verdaderas perspectivas sobre el Estado de los
socialdemócratas revolucionarios de Alemania, la Rusia zarista y más allá/2.
Apoyándome en y desarrollando algunos de los descubrimientos de Lewis, mostraré
que la “ortodoxia” de la primera socialdemocracia representaba una estrategia
anticapitalista rupturista que tenía más en común con la orientación de la
Internacional Comunista inicial que con el reformismo y la colaboración de
clase posteriores a 1914.
Aunque Kautsky adoptó una posición distinta sobre el poder
del Estado tras 1910, su primera orientación —i. e., la estrategia con la que
se formó toda una generación de marxistas revolucionarios, incluido Lenin—
rechazaba la posibilidad de una utilización pacífica del Estado capitalista y
exigía la destrucción del ejército permanente. En línea con el modelo de la
Comuna de París de 1871, la “ortodoxia” propugnaba una república democrática
encaminada no sólo al derrocamiento de las monarquías sino a establecer un
gobierno obrero. A diferencia del propio Kautsky, los marxistas más coherentes
en el Imperio Ruso mantuvieron esta posición radical durante la revolución de
1917.
Además, leer la historia anterior a 1918 con las lentes de El Estado y la Revolución de Lenin ha
desviado problemáticamente nuestra atención del examen de los principales
debates estratégicos entre los marxistas del Imperio Ruso a lo largo de todo el
año de 1917. Bajo el absolutismo zarista, no había grandes conflictos en torno
a la transformación gradual del Estado, porque virtualmente todos los
socialdemócratas veían la necesidad de derrocar el régimen absolutista zarista/3.
Tras el derrocamiento del zarismo en febrero de 1917, la cuestión definitoria
del poder político fue si formar o no un gobierno de coalición con la burguesía
o implantar algún tipo de régimen independiente de obreros y campesinos. Y
sobre esta cuestión —el principal punto de discusión política durante la
revolución de 1917— la socialdemocracia revolucionaria estaba inequívocamente
posicionada con una línea de clase definida.
Fueron los reformistas —incluyendo al Kautsky posterior a
1909— los que rompieron teórica y/o prácticamente con la inveterada posición
“ortodoxa” sobre el Estado capitalista y la revolución obrera durante 1917-23/4.
Aunque el enfoque revolucionario marxista hegemónico evolucionó tras la
Revolución de Octubre, las continuidades políticas son mayores que las
divergencias con las posiciones iniciales de Kautsky sobre el Estado y la revolución. A pesar de
cualquier crítica que se le pueda hacer a la primera socialdemocracia
revolucionaria, demostró ser una base política lo suficientemente
anti-sistémica como para que los bolcheviques y los socialistas finlandeses
dirigieran las primeras tomas del poder anticapitalista del siglo XX.
La
influencia de Kautsky en la Rusia zarista y en Alemania
Si la práctica política es el criterio último de la teoría
revolucionaria, entonces la estrategia de Kautsky debería ser juzgada por las
prácticas políticas concretas de los partidos que trataron de aplicar esta
perspectiva. Y para ver cómo era en la práctica un partido dirigido por
marxistas “ortodoxos”, se debe examinar el Imperio ruso, no Alemania.
En ningún lugar del mundo fueron más populares e influyentes
los escritos de Kautsky que en los territorios gobernados por el Zar ruso,
donde sus obras sirvieron efectivamente de base para los partidos marxistas más
radicales de entre todas las nacionalidades. Kautsky era particularmente
importante sobre todo en el Imperio zarista porque el interés por la política
revolucionaria era allí muy alto. Lenin señaló este fenómeno en El Estado y la Revolución:
"No en vano
algunos socialdemócratas dicen, bromeando, que Kautsky es más leído en Rusia
que en Alemania. (Digamos, entre paréntesis, que esta broma tiene un sentido
histórico más profundo de lo que sospechan sus autores: los obreros rusos, que
en 1905 reclamaban, con avidez extraordinaria, nunca vista, las mejores obras
de la mejor literatura socialdemócrata del mundo y que recibieron traducciones
y ediciones de esas obras en cantidades nunca vistas en otros países,
trasplantaron, por así decirlo, rápidamente al joven terreno de nuestro
movimiento proletario, la enorme experiencia del país vecino, más
adelantado)."/5[27:112-113]
Como Lenin insinúa, los escritos de Kautsky tuvieron más
impacto en el Imperio zarista que en el propio Partido Socialdemócrata Alemán
(SPD). Es esencial subrayar este punto desde el principio, puesto que las teorías
de Kautsky han sido frecuentemente culpadas de causar y/o reflejar el abandono
del partido alemán de la política revolucionaria, que culminó en el apoyo a la
I Guerra Mundial y sofocando la revolución alemana de 1918-23.
Según Paul Blackledge, por ejemplo, Kautsky "subordinó toda la política al
parlamentarismo para excusar la forma en la que la socialdemocracia alemana
quedó atada al estado capitalista alemán en las décadas anteriores a 1914"/6.
Tal interpretación diagnostica de forma fundamentalmente incorrecta el
contenido de la política inicial de Kautsky y las razones de la degeneración
del SPD. En realidad, la dirección del SPD, al menos desde 1906 en adelante, no
estaba compuesta por socialdemócratas “ortodoxos” sino por un funcionariado a
tiempo completo del partido, de los sindicatos y funcionarios parlamentarios,
recelosos de la teoría socialista en general y de los escritos de Kautsky en
particular.
Como ha explicado Gilbert Badia, "la nueva dirección del partido (y aún más la de los sindicatos)
demostró indiferencia y, ciertamente, un creciente desconfianza hacia la
“teoría política” y hacia los que la planteaban abiertamente"/7. En
1909 —mucho antes de las capitulaciones históricas del SPD— la influencia
política de Kautsky en el partido estaba en franco descenso. En palabras del
historiador Hans-Josef Steinberg, la historia de la socialdemocracia de 1890 a
1914 es "la historia de la emancipación de la teoría en general"/8.
El pragmatismo “no-teórico” de la burocracia del SPD,
combinado con sus definidos intereses materiales como casta de funcionarios,
facilitó una absorción inconsciente de liberalismo burgués y la práctica
integración en el Estado capitalista. Por encima de todo fue la emergencia de
este funcionariado conservador (y a-teórico) lo que transformó el partido
alemán, como a tantos otros de sus equivalentes europeos, en un sostén del
parlamentarismo burgués. Para esta dirección del SPD carente de principios,
importaba poco que su decisión de apoyar la I Guerra Mundial en 1914 y de dirigir
una república capitalista en alianza con la burguesía tras 1918 violara
flagrantemente las posiciones tradicionales defendidas por Kautsky y la SPD en
su conjunto/9. Que finalmente Kautsky cediera a la presiones de la burocracia
del SPD tras 1909, rompiera con sus anteriores posiciones y se opusiera
activamente a la Revolución de octubre no debe llevarnos a ignorar lo que
realmente dijo e hizo antes de este momento.
Es esencial clarificar el contenido de la posición de
Kautsky sobre el Estado y la revolución para entender por qué la orientación
radical de los marxistas de la Rusia imperial no se debía a una incomprensión
de la naturaleza de la “ortodoxia” de la II Internacional.
Kautsky vs.
revisionismo
Es algo más que una pequeña ironía que Kautsky sea hoy
habitualmente asociado con una visión gradualista de la transformación
socialista, dado que sus contemporáneos lo veían como el adversario más
destacado de exactamente la posición contraria. En el progresivo debate de la
II Internacional entre la “ortodoxia” y el “revisionismo” sobre la conquista
del poder, Kautsky fue sin duda el teórico más influyente de un enfoque
rupturista.
La posición de los reformistas era clara. Muchos negaban
hasta la necesidad de los obreros de tomar el poder: la igualdad social y la
justicia, se decía, podrían ser alcanzadas por medio de la extensión gradual de
los derechos democráticos, los servicios públicos y las organizaciones de la
clase obrera (sindicatos, cooperativas, etc.). Otros “revisionistas” estaban a
favor de la toma del poder por los obreros pero afirmaban que tal objetivo sólo
podría tener lugar pacífica y gradualmente, y por medio de elecciones en las
instituciones democráticas existentes. En condiciones de libertad política y
democracia parlamentaria no había necesidad de una revolución. Como
célebremente declaró el teórico reformista Eduard Bernstein, "el objetivo
final del socialismo, sea cual sea, no significa nada para mi; el movimiento
mismo lo es todo"/9.
Aunque los marxistas del imperio ruso acusaban rápidamente a
sus adversarios fraccionales de “revisionismo”, el lector debe tener en cuenta
que este debate sobre la transformación del Estado capitalista era, en gran
medida, irrelevante para el contexto inmediato del zarismo. En ausencia de
libertad política o de un parlamento, todos los partidos marxistas ilegales de
aquel momento estaban de acuerdo en que el Estado existente debía ser destruido
por medio de un revolución violenta. En 1903, el Partido Socialista Polaco
(PPS) señalaba que, a diferencia de Europa occidental, "los partidos socialistas de todas las nacionalidades en Rusia
están de acuerdo en que el primer paso debe ser llevar a cabo una revolución
violenta que acabe con el principal obstáculo: el zarismo"/11. Como
Kautsky explicó en 1904, las posiciones tácticas particularmente cautas que
defendía para Alemania no eran necesariamente relevantes para el contexto
absolutista del zarismo ruso, donde los obreros "se encontrarán en un Estado en el que no tienen nada que perder
salvo sus cadenas"/12.
Hasta febrero de 1917, la principal controversia sobre el
poder del Estado en la Rusia imperial fue entre el llamamiento socialista a
implantar una república democrática por medio de la lucha armada y la defensa
liberal de una monarquía constitucional y una pacífica táctica de presión. Sólo
después de febrero de 1917 y de la constitución del gobierno provisional, se
hizo urgente en la mayor parte del Imperio la cuestión cómo relacionarse con un
gobierno burgués.
Frente al absolutismo zarista, no sorprende que fuera sólo
el Gran Ducado autónomo de Finlandia —la única zona del imperio ruso con un
parlamento, relativa libertad política y un partido socialista legal— donde las
perspectivas “revisionistas” del Estado fueran influyentes y una cuestión de
práctica política. Antes de la revolución de 1905, el partido obrero finlandés
era abiertamente reformista; los marxistas “ortodoxos” eran una rareza y el
colaboracionismo de clase era hegemónico. De modo que el programa fundacional
de 1899 del Partido de los Obreros de Finlandia (cuyo nombre fue cambiado al de
Partido Socialdemócrata Finlandés en 1903) rehuyera hacer un llamamiento a la
conquista del poder; en su lugar, sus líderes expresaron la necesidad de "luchar por la participación en el
poder en el ámbito comunal y estatal"/13.
La “ortodoxia” marxista estaba duramente enfrentada a
perspectivas tan moderadas. La clase obrera, afirmaba, sólo podía liberarse a
sí misma y a los oprimidos tomando todo el poder político. En esta línea, el
programa fundacional de 1892 del Partido Socialista de Polonia declaraba que se
fijaba "como su objetivo principal
la conquista del poder político para el proletariado y por el proletariado"/14.
Según Kautsky, el poder del Estado no podía ser compartido
entre explotados y explotadores por la profundidad de su antagonismo de clase.
Una conquista gradual del poder político por el proletariado era imposible:
"La idea de una conquista gradual de los varios departamentos de un
ministerio por parte de los socialdemócratas no es menos absurda que el intento
de dividir el acto de nacer en un número consecutivo de actos mensuales"/15.
El programa fundacional de la socialdemocracia del Reino de Polonia de 1900
resumía sucintamente el consenso “ortodoxo”:
"El Estado es hoy
una organización que está al servicio del capital, cada movimiento suyo está
dictado por los intereses del capital; los gobiernos de hoy sólo aplican la
voluntad de la clase capitalista. La tarea de la clase obrera, por tanto, debe
ser abolir esta forma de estado, arrancar el estado de manos del capitalismo,
transformarlo de un modo tal que pueda empezar a servir a los intereses del
pueblo. Sólo rompiendo el poder político del capitalismo, sólo derrotando al
estado político, podrán los obreros lograr su objetivo: la abolición de la
explotación, asegurar el bienestar de toda la masa del pueblo trabajador"/16.
Rechazando la defensa de Bernstein de una transición gradual
al socialismo, Kautsky y otros radicales, afirmaban que los obreros sólo
podrían tomar el poder del Estado y acabar con el capitalismo por medio de una
ruptura revolucionaria. Tal ruptura era necesaria para derrotar “por medio de
una lucha decisiva” la inevitable resistencia de la clase dominante/17. Como
tantos otros socialistas del imperio, el marxista polaco Kazimierz Kelles-Krauz
elogió el influyente panfleto de Kautsky de 1902, La revolución social, por
haber iniciado una discusión socialista seria sobre la conquista proletaria del
poder/18. Ciertamente, el extenso panfleto de Kautsky fue casi inmediatamente
traducido, re-publicado e ilegalmente distribuido por la mayoría de los
partidos marxistas más radicales del imperio zarista.
Crítica de
la democracia burguesa
La insistencia de Kautsky, y de quienes pensaban como él, en
la necesidad de la revolución estaba vinculada con su crítica a la democracia
burguesa y capitalista. Según la “ortodoxia” socialista, la clase capitalista
había dejado de defender de forma consecuente la democracia (y menos aún luchar
por ella). El marxista “ortodoxo” finlandés Eduard Valpas declaró típicamente
que "la burguesía no tiene actitud
democrática alguna"/19. Dadas las políticas cada vez más
antidemocráticas de la burguesía, la lucha por la democracia situaría al
proletariado una trayectoria de enfrentamiento con el poder capitalista.
En opinión de Kautsky, las democracias parlamentarias bajo
el capitalismo eran fraudes corruptos respecto a la democracia real y del
verdadero parlamentarismo. Una razón era que la influencia social y económica
de los capitalistas socavaba mortalmente el proceso democrático:
"La burguesía
ansía usar todos los medios que ofrece la república para suprimir al
proletariado. Se dedica al tan cacareado “timo a los obreros” en el más alto
grado […] corrompiendo sistemáticamente a las masas, inundando el país de
prensa sobornable comercialmente, comprando votos en elecciones, ganándose a
líderes obreros influyentes […] Donde más efectivos son estos esfuerzos es en
la república"/20
No menos contradictorio con la democracia era el aumento de
la burocracia estatal, lo que Kautsky llamaba “parasitismo burocrático”. La
proliferación de "categorías superfluas de funcionarios" y el cada
vez mayor poder de las instituciones ejecutivas y no electas socavaba el poder
de los parlamentos democráticamente elegidos/21. De modo que Kautsky afirmaba
que "una de las más importantes
tareas de la clase obrera en su lucha por alcanzar el poder político es, no
eliminar el sistema representativo, sino romper el poder del gobierno que se
halla frente al parlamento"/22. En línea similar, el Programa de
Erfurt —como los siguientes programas marxistas revolucionarios en Rusia—
exigían que todos los funcionarios fueran elegidos y la institución de un
amplio auto-gobierno local.
Todavía más amenazante para la democracia, según los
marxistas “ortodoxos”, era la expansión masiva de las fuerzas armadas del
Estado, i. e., el “militarismo”. Siguiendo el análisis de Kautsky, Marien
Bielecki del PPS afirmaba que "el abominable crecimiento del militarismo"
hacía imposible la transformación democrática pacífica de los estados europeos/24.
Dada la naturaleza anti-democrática de los gobiernos
modernos, Kautsky concluía que las principales formas de Estado e instituciones
existentes no podían ser usadas por el proletariado para su propia liberación:
"El proletariado,
así como la pequeña burguesía, nunca serán capaces de dirigir el Estado por
medio de estas instituciones. Y esto no sólo porque el cuerpo de funcionarios,
las élites burocráticas y la Iglesia hayan sido reclutadas siempre de entre las
clases superiores y estén unidas a ellas por los vínculos más íntimos. Por su
misma naturaleza estas instituciones de poder tratan de alzarse por encima de
la masa del pueblo para dominarla, en vez de servirla, lo que significa que
casi siempre serán anti-democráticas y aristocráticas"/25
De este análisis general, surgen dos conclusiones tácticas
clave. Primero, Kautsky no afirmaba que los parlamentos pudieran ser utilizados
bajo el capitalismo para ir abriéndose paso gradualmente hacia la
transformación socialista. De hecho, denunció repetidamente la creencia
reformista de que el camino al socialismo pudiera ser aprobado pacíficamente
por medio de la elección de una mayoría socialista en el estado existente. Y
aunque el énfasis de Kautsky en el parlamentarismo parecía conllevar la
asunción de que un cambio de carácter socialista requería ganar el apoyo de la
mayoría de la población, en los años anteriores a 1910 generalmente no postulaba
que los marxistas hubieran de ganar primero una mayoría parlamentaria antes de
que fuera posible llevar a cabo una transformación socialista/26.
Era muy posible, explicaba, que la burguesía recurriera a la
fuerza para evitar o anular la elección parlamentaria de un gobierno
socialista, haciendo que fuera previsible un momento de ruptura política e
institucional, de revolución. En discusión con el reformista alemán Max
Maurenbrecher, Kautsky escribió:
"¿Espera que los
explotadores miren con buenos ojos mientras tomamos una posición tras otra y
nos preparamos para su expropiación? Si es así, vive en una gran ilusión.
Imaginemos por un momento que nuestra actividad parlamentaria asumiera formas
que amenazaran la supremacía de la burguesía. ¿Qué ocurriría? La burguesía
trataría de poner fin a las formas parlamentarias. En particular, aboliría el
sufragio universal, directo y secreto antes que capitular tranquilamente ante
el proletariado. Así que no tenemos la opción de limitarnos a las formas
puramente parlamentarias"/27
Que la revolución resultante fuera pacífica o violenta
dependería de las circunstancias, aunque su esperanza y preferencia era
explícitamente la primera opción. Mientras que los socialistas reformistas
insistían en que para el proletariado era absolutamente impermisible en
cualquier caso utilizar la fuerza armada, Kautsky afirmaba sólidamente que los
marxistas “ortodoxos” deseaban y defendían una revolución pacífica, pero que
debían estar preparados para usar métodos violentos si fuera necesario/28.
Señaló que los capitalistas no renunciarían a la violencia aunque los
socialistas lo hicieran: "Para
aquellos que renuncian por adelantado a la violencia, ¿qué queda además del
cretinismo parlamentario y las argucias de estadistas?"/29.
Una revolución socialista pacífica era posible/30, según
Kautsky, organizando una huelga general y ganándose a los soldados de tropa del
ejército. No podía predecirse si la revolución terminaría por ser violenta,
puesto que esto dependía de la respuesta de la clase dominante. En cualquier
caso, los obreros necesitarían armas porque:
"Ahora, como en
el pasado, es verdad lo que dijo Marx: la fuerza [Gewalt] es la partera de
cualquier sociedad nueva. Ninguna clase dominante abdica voluntaria y
tranquilamente. Pero eso no quiere decir necesariamente que la violencia
[Gewalttätigkeit] tenga que ser la partera de la nueva sociedad. Una clase en
ascenso debe tener los instrumentos de la fuerza necesarios a su disposición si
quiere deshacerse de la vieja clase dominante, pero no es necesario
incondicionalmente que tenga que usarlos"/31.
Esa orientación era poco reformista, aunque debe señalarse
que, a diferencia de la estrategia de la Internacional Comunista inicial,
Kautsky habitualmente asumía que una batalla rupturista sólo tendría lugar
después de que la clase dominante hubiera actuado contra las instituciones
democráticas o las libertades políticas. Esa orientación relativamente
defensiva estaba vinculada, a su vez, al fuerte énfasis que Kautsky ponía en
mantener, si fuera posible, las tácticas pacíficas y legales, y no dar así al
régimen un pretexto para tomar medidas drásticas para destruir el poder
acumulado del proletariado, antes de que fuera lo suficientemente fuerte como
para derrotar a sus enemigos. La crisis revolucionaria llegaría tarde o
temprano y plantearía a los socialistas tareas específicas, pero mientras tanto
el partido debería hacer todo lo posible para evitar cualquier choque prematuro
con la clase dominante.
Hubo también precedentes entre los marxistas que discutieron
la posición de Kautsky. Ya en 1904,en una importante pero olvidada polémica,
los líderes del PPS Kazimierz Kelles-Krauz y Marien Bielecki afirmaron que el
enfoque de Kautsky era excesivamente defensivo y que los marxistas en las
democracias parlamentarias (no sólo en la Rusia zarista) tenían que promover
activamente y preparar huelgas generales de masas y levantamientos armados
contra el Estado capitalista/32.
Una segunda conclusión táctica clave, defendida por Kautsky
y los socialdemócratas revolucionarios de 1903 en adelante, era que los
socialistas no debían, bajo ninguna circunstancia, tratar de participar en un
gobierno capitalista. Para el anómalo contexto ruso, algunos marxistas
“ortodoxos” como Kautsky y los bolcheviques se pronunciaron en favor de un
gobierno provisional revolucionario de obreros (o de obreros y campesinos) que,
aunque no acabaría con el capitalismo como tal, llevaría la revolución
democrática a la victoria. Otros, como los mencheviques, generalmente se
oponían a esa perspectiva, afirmando que un gobierno obrero desembocaría
necesariamente en la adopción de medidas contra el capitalismo, para lo cual se
carecía de condiciones sociales en Rusia. El elemento crucial que hay que
enfatizar aquí es que todas las corrientes de la socialdemocracia
revolucionaria se oponían a la formación de un gobierno de coalición con la
clase capitalista y con los partidos liberales/33.
No se puede sobrestimar el significado de esta oposición al
“ministerialismo”, pues fue precisamente este asunto el que se convirtió en la
cuestión central del gobierno en 1917 y más allá. Mucho más que los debates
sobre el uso de la violencia o las mejores formas de un Estado obrero, las
divergencias sobre si participar o no en un régimen de coalición con la burguesía
constituyeron la línea divisoria fundamental entre reformistas y radicales en
torno a la cuestión del poder del Estado en la ola revolucionaria de 1917 en el
Imperio ruso.
Las raíces de este debate decisivo sobre lo que
posteriormente sería conocido como “Frente Popular” se remontan a 1899. Ese
año, posterior al suceso de antisemetismo del caso Dreyfuss, el socialista
Alexandre Millerand se incorporó al gobierno francés en nombre de la salvación
de la República del peligro de la derecha política. Los socialistas reformistas
como el líder francés Jean Jaurès, se pronunciaron en favor de Millerand sobre
la base de que las conquistas democráticas podrían ser mejor defendidas en
alianza con la burguesía progresista; además, la participación socialista en el
gobierno era un paso estratégico hacia una transformación gradual del Estado en
dirección al socialismo/34.
Inmediatamente surgió un acalorado debate entre los
socialistas “ortodoxos” y “revisionistas” en torno a esta maniobra y sus
implicaciones estratégicas. Kautsky, Luxemburg y otros radicales rechazaban que
fuera posible una conquista del poder por parcelas y declararon que la
democracia sólo podía ser defendida por la clase obrera con una línea de clase
definida, i. e., manteniendo su independencia política de la burguesía y del
Estado.
Tras varios años de conflicto y controversia, los radicales
se aseguraron de que se adoptara su posición. El congreso de Dresde del SPD de
1903 y el congreso de Ámsterdam de la II Internacional de 1904 adoptaron la
histórica resolución —redactada por Kautsky— que prohibía a los socialistas
tratar de entrar en cualquier gobierno capitalista:
"El congreso
rechaza de la manera más enérgica todos los intentos revisionistas de cambiar
nuestra ejercida y probada tácita basada en la lucha de clases y en reemplazar
la conquista del poder político por medio de la elevada lucha contra la
burguesía por una política de concesiones con el orden establecido. La
consecuencia de esa táctica revisionista sería la transformación de un partido
que busca la transformación más rápida posible de la sociedad burguesa en una
sociedad socialista —i. e., un partido que es revolucionario en el mejor
sentido de la palabra— en un partido satisfecho con reformar la sociedad
burguesa. Es por esto por lo que el congreso —que, contrariamente a las
tendencias revisionistas, está convencido de que los antagonismos de clase,
lejos de atenuarse, se harán más profundos— declara que: 1) el partido rechaza
cualquier responsabilidad por las condiciones económicas y políticas de la
producción capitalista y no puede, por tanto, aprobar ninguna medida que sirva
para mantener a la clase dominante en el poder; y 2) la socialdemocracia no
puede aceptar ninguna participación gubernamental en una sociedad burguesa"/35
Kautsky afirmaba que las raíces de la entrada de Millerand
en el gobierno estaban en la incapacidad
de la débil burguesía francesa de gobernar sin el apoyo de los socialistas:
"El crecimiento
colosal del socialismo proletario hizo que el “timo a los obreros” les fuera
necesario a los republicanos burgueses de forma urgente, mucho más que antes
[…] Pero ya han renunciado a ganarse formalmente a los obreros socialistas por
estos medios, y a encadenarles a sus raída bandera. Estaban demasiado
comprometidos y habían perdido toda su credibilidad ante el proletariado.
Ahora, sólo había un medio de explotar el poder del proletariado para los fines
burgueses: ganarse a los diputados parlamentarios socialistas para que llevaran
a cabo aquellas políticas burguesas que los republicanos burgueses eran
demasiado débiles para llevar a cabo por sí mismos. Puesto que no podían acabar
con el socialismo, trataron de domarlo y convertirlo en su sirviente"/36
Como prueba histórica que demostraba que el bloque de los
reformistas con la burguesía les situaría al final en el lado equivocado de la
barricada en una crisis revolucionaria, Kautsky señaló el papel que desempeñó
el socialista moderado francés Louis Blanc aplastando la Comuna de París de
1871:
"Su ilusoria
creencia en que el proletariado tenía que colaborar con las capas más avanzadas
y nobles de la burguesía para liberarse a sí mismo culminó en su colaboración
con los elementos más atrasados y brutales de los señores del campo para
derrotarlo. Con ello, sus ideas teóricas y simpatías apenas habían cambiado.
Pero las divisiones de clase eran más fuertes que sus piadosos deseos.
Cualquiera que, proviniendo del campo de la burguesía, no tenga el coraje y
abnegación de unirse de corazón al proletariado combatiente contra la burguesía
y rompa todos sus lazos con ella, en algún momento, puede, a despecho de sus
simpatías proletarias, ser empujado muy fácilmente al campo de los adversarios
del proletariado en el momento decisivo"/37
El transcurso de sucesos de 1917-23 en Rusia y por toda
Europa confirman este análisis. Irónica y trágicamente, Kautsky —como Louis
Blanc y Millerand antes que él— también acabó en el "campo de los
adversarios del proletariado". Kautsky se convirtió, en palabras de Lenin,
en un renegado; en otras palabras, renegó de su anterior radicalismo. De igual
modo, tras capitular ante la burocracia del SPD y abandonar su anterior
posición intransigente, el “Papa del marxismo” apoyó un bloque con los
capitalistas alemanes y defendió la participación del SPD en su Estado/38. Los
resultados se mostrarían catastróficos para la clase obrera alemana, rusa e
internacional.
Seguir o no la senda del “ministerialismo” de Millerand se
convertiría también en la cuestión política definitoria en el Imperio ruso tras
la revolución de febrero de 1917. Pero en los años anteriores, el peso del
absolutismo excluía la posibilidad misma de que un socialista entrara en el
gobierno. Sólo en Finlandia se presentó este debate como una cuestión
inmediata, y sobre ella, las alas revisionista y “ortodoxa” del socialismo
finlandés chocaron dura y repetidamente. Yrjö Makelin y otros activistas
colaboracionistas defendieron que los socialistas trataran de participar en un
gobierno nacional finlandés, elogiando y defendiendo la entrada de Millerand en
el gobierno francés como un ejemplo positivo que imitar/39. En respuesta, el
líder “ortodoxo” finlandés Edvard Valpas denunció duramente la idea de un
gobierno de coalición entre los socialistas y la burguesía. La experiencia de
Millerand, afirmaba, demostraba claramente que era “un engaño” creer que la
participación en un gobierno capitalista haría avanzar la causa de los obreros;
en la práctica, sólo serviría de escudo del Estado capitalista frente a la
lucha independiente de clase del proletariado/40.
Ésta se convirtió en una cuestión práctica candente cuando
el representante moderado de la socialdemocracia finlandesa, J. K. Kari, pasó a
formar parte del gobierno finés en noviembre de 1905. Como respuesta, un ala
“ortodoxa” en ascenso de la socialdemocracia atacó con éxito en el siguiente
congreso del partido para exigir que Kari fuera expulsado del partido,
declarando que unirse a un gobierno burgués contradecía los principios
fundamentales del marxismo/41.
Como muestra la expulsión de Kari, el Partido Socialdemócrata
Finlandés, al contrario del SPD alemán, no evolucionó lentamente en una
dirección integracionista y de colaboración de clase. La socialdemocracia
finlandesa fue única entre los partidos socialistas de masas en Europa que
operaban en contextos de libertad política porque se comprometió aún más con la
socialdemocracia revolucionaria después de 1905.
Si Finlandia no hubiera formado parte del Imperio ruso, es
probable que la socialdemocracia finlandesa hubiera avanzado por una senda
acomodaticia similar a la de tantas corrientes socialistas occidentales, en las
que la creciente burocratización e integración parlamentaria relegaron a los
líderes socialistas a una minoría interna en vísperas de la I Guerra Mundial.
Pero, a diferencia de otros partidos socialistas legales en Europa, la
socialdemocracia finlandesa tomó parte directamente en la revolución de 1905.
La huelga general de otoño radicalizó a los proletarios urbanos y rurales en
Finlandia, haciendo estallar un explosivo ascenso de masas que barrió gran
parte de la vieja guardia dirigente del partido y trajo un nuevo grupo de
dedicados marxistas, comprometidos en la aplicación de una perspectiva de clase
estricta e independiente.
De modo que aunque la difusión de la socialdemocracia
revolucionaria llegó relativamente tarde a Finlandia, jugó un papel de pivote
en la ruptura con la inveterada tradición del movimiento obrero de alianzas con
la clase superior. Desde 1905 en adelante, la experiencia del socialismo
finlandés constituye una piedra de toque particularmente demostrativa para analizar
la dinámica política y la posibilidad de la paciente socialdemocracia
“ortodoxa” en un contexto de libertad política y democracia parlamentaria.
La república
democrática y el gobierno proletario
|
Traducción polaca del Programa de Erfurt ✆ Karl Kautsky
|
En la anterior sección vimos que los socialistas “ortodoxos”
se oponían a los Estados capitalistas existentes por ser insuficientemente
democráticos. Pero ¿con qué proponían reemplazarlos exactamente? La respuesta
corta es una república. Es crucial aclarar lo que Kautsky y sus camaradas
entendían por tal república democrática, puesto que este término se ha asociado
con la democracia parlamentaria burguesa y la simple ausencia de la monarquía.
Pero para los socialdemócratas revolucionarios, el verdadero republicanismo
democrático, el verdadero parlamentarismo era una perspectiva radical y a la
postre anticapitalista.
A diferencia de muchos textos marxistas posteriores a 1917,
los conceptos de “república” y “democracia” no estaban, en este período,
intrínsecamente unidos a la burguesía o al capitalismo. Para Friedrich Engels, "está absolutamente fuera de duda que
nuestro partido y la clase obrera sólo pueden llegar a la dominación bajo la
forma de la república democrática. Esta última es incluso la forma específica
de la dictadura del proletariado, como lo ha mostrado ya la Gran Revolución
francesa"/42.
Mucho más que acabar simplemente con la monarquía, para
Kautsky, una verdadera república suponía disolver el ejército permanente y
subordinar a "todos los miembros de las instituciones representativas al
control y disciplina del pueblo organizado"/43. Kautsky afirmaba, así, que
aunque los gobiernos americano y francés aseguraran ser repúblicas, no lo eran
realmente/44. Como modelo de "república democrática ideal" los
importantes artículos de Kautsky de 1904-5 sobre la república señalan a la
Comuna de París de 1871:
"Porque le damos
mucha importancia a la forma de estado para la lucha de clase del proletariado,
hemos de luchar contra una forma de estado como la III República [francesa], en
la que la actual clase dominante está armada con todos los instrumentos de
poder de la monarquía centralizada. Una de las más importantes tareas de la
socialdemocracia francesa es hacer pedazos esos instrumentos, no fortalecerlos.
La III República, tal y como está actualmente constituida, no ofrece terreno
para la emancipación del proletariado, sino sólo para su opresión. Sólo cuando
el estado francés se transforme en la línea de la constitución de la I
República y de la Comuna podrá convertirse en esa forma de república, esa forma
de estado por el cual el proletariado francés a estado trabajando, luchando y
derramando sangre durante 110 años"/45
Como Lenin en El
Estado y la Revolución, Kautsky citó y elogió explícitamente la
"descripción clásica" de Marx de la Comuna con su famoso llamamiento
a "destruir el poder del Estado": "Mientras que los órganos
meramente represivos del viejo poder gubernamental tenían que ser suprimidos,
sus funciones legítimas tenían que serle arrebatadas a una autoridad que trata
de usurparle la primacía a la propia sociedad, y restaurarla a los agentes
sociales responsables"/46. Kautsky sacó de su análisis sobre la naturaleza
anti-democrática de las instituciones estatales existentes la siguiente
conclusión:
"La conquista del
poder estatal por el proletariado, por tanto, no significa simplemente la
conquista de los ministerios gubernamentales, que entonces, sin más,
gestionarían los anteriores medios de gobierno —el estado establecido, la
Iglesia, la burocracia y los mandos militares— de manera socialista. Significa,
más bien, la disolución de estas instituciones. Mientras el proletariado no sea
lo suficientemente fuerte como para abolir estas instituciones de poder,
participar en puestos gubernamentales individuales o formar gobiernos al
completo será inútil"/47
Al contrario de la impresión dada por El Estado y la Revolución de Lenin —que omite cualquier mención a
estos llamamientos explícitos de Kautsky a disolver las estructuras estatales
existentes— no he encontrado pruebas de que los marxistas de la II
Internacional vieran de ningún modo un llamamiento a destruir las estructuras
de Estado capitalistas como algo novedoso o “heterodoxo/poco ortodoxo”. Los
textos de Kautsky de 1904-5 sobre la república fueron re-impresos como panfleto
en alemán en 1905 y fueron inmediatamente traducidos y publicados en ruso y en
polaco.
Así, Mikelis Valters de la Unión Socialdemócrata Letona en
1905 citó y elogió explícitamente la declaración de Marx de que la "clase
obrera no puede simplemente tomar la maquinaria estatal disponible y usarla
para sus propios propósitos"/48. La liberación nacional y social,
afirmaba, sólo podría conseguirse desmantelando el estado capitalista:
"Esta nueva
sociedad báltica sólo puede ser creada por medio del trabajo consciente del
proletariado nacional letón y este trabajo sólo puede llevarse a cabo si el
proletariado gobierna la actividad política en nuestra tierra. Nos esforzamos
por mostrar a la clase obrera que esto sólo puede ocurrir destruyendo el Estado
burgués, que sólo estableciendo un Estado proletario —i. e., agudizando y haciendo
avanzar la lucha de clases hasta su término— será posible fundar una nueva
sociedad en la tierra letona, donde no habrá explotadores ni explotados. Será
una nueva Letonia, un Estado letón, una democracia letona"/49
Valters, como Kautsky, no afirmaba que estos argumentos
supusieran una ruptura con la anterior posición de la socialdemocracia
revolucionaria. El artículo del socialista letón Jānis Bērziņš Ziemelis, “Viva
la república democrática”, se hacía eco del mismo modo del análisis de Kautsky
sobre la naturaleza real del republicanismo. Su conclusión era que ninguna
república de occidente "es democrática en el sentido estricto de la
palabra" y que el modelo socialista de república era la Comuna de París/50.
Es cierto que este elogio explícito al modelo estatal de la
Comuna de París no fue un tema principal o recurrente en los textos de Kautsky,
pero no puede decirse lo mismo de su posición sobre el ejército y el
militarismo. Y es precisamente en este punto donde su perspectiva estatal era
más radical. Este tema ha recibido, sorprendentemente, muy poca atención por
investigadores y socialistas, incluso cuando la cuestión del Estado y la
revolución se reducen en última instancia a qué clase ejerza el monopolio de la
violencia en la sociedad.
|
Palacio de Invierno, San Peterburgo [Petrogrado, después Leningrado] |
La atención historiográfica a los debates marxistas sobre la
forma política de un Estado obrero —parlamentario o soviético, centralizado o
descentralizado, con o sin antiguos funcionarios de Estado, etc.— ha oscurecido
un elemento más fundamental: todos los socialdemócratas “ortodoxos” exigían la
destrucción de la máquina militar de la clase dominante. Esto no era un
elemento menor, porque, por citar a Kautsky, el ejército era "el más
importante" medio de gobierno. Como Marx había enfatizado, y Kautsky había
repetido, la exigencia de la eliminación del ejército permanente y su
sustitución por una milicia popular fue "el primer decreto de la Comuna
[de París]"/53.
Los lectores deben recordar que Kautsky y otros socialistas
revolucionarios vieron el ascenso del militarismo como uno de los rasgos
fundamentales del capitalismo modernos y la mayor amenaza para la democracia.
El llamamiento a acabar con el ejército permanente y el armamento del pueblo
fueron un eje central en el Programa de Erfurt de 1892; como el historiador
Nicholas Stargardt señala, el primer SPD "situó la milicia en el centro de
su crítica política, social y fiscal"/54. Según Kautsky, "el
armamento del pueblo" era "el único medio con el que se podía poner
fin para siempre al régimen del sable"/55. De igual modo, Luxemburg
declaró que "el poder y la
dominación tanto del Estado capitalista como de la clase burguesa cristalizan
en el militarismo. […] Abandonar la lucha contra el sistema militar conduce en
la práctica a la renuncia completa a cualquier lucha contra el sistema social
actual"/56.
Como testimonio del peso de la socialdemocracia
revolucionaria en el Imperio ruso, todos los partidos socialistas “ortodoxos”
exigían la destrucción del ejército permanente y su sustitución por una
milicia, como una de sus exigencias inmediatas (mínimas). El programa mínimo
del Partido Revolucionario Ucraniano de 1903 proclama típicamente que "debemos destruir el ejército
permanente actual e implantar un milicia popular"/57.
Por el contrario, los “revisionistas” alemanes pedían al SPD
que eliminara este punto, suscitando un gran debate en 1899 sobre esta cuestión
entre Kautsky y sus adversarios en Die
neue Zeit. Ese mismo año, en Finlandia, el programa fundacional reformista
del Partido Obrero omitió significativamente ese punto. En su lugar, sólo
declaraba que la "carga militar debe
ser reducida en gran medida y se debe progresar en los ideales de paz y
realizarlos en la práctica"/58. En 1903, el giro del partido finlandés
a la izquierda se reflejó en que adoptó la posición estándar de la
socialdemocracia sobre el ejército y la milicia. Y, en 1917, ahora bajo
dirección “ortodoxa”, la lucha por este punto desempeñaría un papel central en
impulsar la revolución hacia una ruptura anticapitalista.
La experiencia de 1905, 1917 y posteriores mostraría que
romper el ejército de la clase dominante constituía una pre-condición para el
establecimiento de cualquier forma de gobierno obrero. Mientras que las
posteriores ideas de Lenin y sus camaradas sobre la forma de un gobierno obrero
y campesino —en lo que respecta a la utilización de los funcionarios del
antiguo Estado, niveles de centralización, el papel de las instituciones
parlamentarias, etc.— habitualmente evolucionaron de forma dramática durante y
después de 1917, la política subyacente constante a todas sus posiciones era
que el aparato represivo del viejo Estado debía ser primero aplastado. La
resolución del 22 de marzo de 1917 del partido bolchevique declaraba: "la única garantía de victoria sobre
todas las fuerzas de la contrarrevolución y del progresivo desarrollo y
profundización de la revolución es, en opinión del partido, el armamento
general de la población y, en particular, la creación inmediata de una Guardia
Roja obrera por todo el país"/59.
La posición “ortodoxa” sobre el ejército —y sobre la
democracia republicana en general— debilita la habitual creencia de que el
marxismo de la II Internacional separaba fatalmente sus programas mínimo y
máximo. Pierre Broué, p. ej., afirmaba que "esta
separación dominaría la teoría y la práctica de la socialdemocracia durante
décadas"/60. Hay mucho de cierto en esta crítica en lo que respecta a
los socialistas moderados y las direcciones burocratizadas del partido. Pero no
se aplica necesariamente a Kautsky, puesto que de hecho articuló lo que luego
sería conocido como un enfoque “de transición”.
Subrayando la naturaleza cada vez más conservadora de la
burguesía, Kautsky afirmaba con frecuencia que los puntos democráticos del
programa mínimo, como la eliminación del ejército permanente, sólo podrían
alcanzarlos el proletariado contra la clase dominante y probablemente sólo
podrían obtenerse por medio de una revolución. Contra el argumento de Rosa
Luxemburg de que no se debía exigir la independencia polaca porque no podría
alcanzarse bajo el sistema actual, Kautsky contestó que, según esa misma
lógica, el SPD tendría que retirar sus exigencias de una república democrática
y la elección de los funcionarios estatales: "nadie se hace la ilusión de que la elección de los funcionarios
estatales por el pueblo es alcanzable bajo las relaciones políticas existentes"/62.
Los marxistas, afirmaba, debían plantear la exigencia de establecer una milicia
armada y el federalismo nacional a pesar de su probable incompatibilidad con el
orden existente: "cuando elaboró su
programa, la socialdemocracia no preguntó si los partidos y clases dominantes
pueden cumplirlo, sino si es necesario"/63.
Según Kautsky, aunque las exigencias específicas planteadas
por los socialistas podían ser compartidas por otros partidos, y aunque algunos
de éstos pudieran ser compatibles por sí mismos por el capitalismo, "lo
que distingue [a la socialdemocracia] de los otros partidos es la totalidad de
sus demandas prácticas" y "los objetivos a los que apuntan estas
demandas"/64. Ya en 1893, Kautsky había concluido que "la burguesía
al este del Rin se ha hecho tan débil y cobarde que parece que el régimen del
burócrata y del sable no podrá ser destruido hasta que el proletariado sea
capaz de conquistar el poder político y el derrocamiento del absolutismo
militar llevará conducirá a la irrupción del proletariado al poder político".
Brevemente, para los marxistas “ortodoxos” la lucha por la democracia
constituía un puente revolucionario indispensable entre las luchas de hoy y la
conquista obrera del poder.
El Estado y la revolución de 1917
Los debates socialistas sobre el poder del Estado en 1917, no
giraron alrededor de la utilización o destrucción del aparato estatal
existente. La vieja estructura estatal zarista fue en gran parte destruida por
la Revolución de Febrero. El nuevo gobierno provisional era una institución
extremadamente débil que nunca tuvo un control sólido sobre el aparato
represivo y menos aún el monopolio de la violencia sobre la sociedad; su débil
legitimidad popular se debía en gran parte al apoyo que le prestaron los
socialistas moderados.
En tal contexto, la cuestión del Estado se concentró en si
el pueblo trabajador debía formar un bloque con las clases superiores o
establecer algún tipo de poder independiente. En 1917 esta cuestión tendía a
sobredeterminarse con otros grandes debates de la revolución. Poner fin a la
guerra, aplicar la reforma agraria, garantizar la autodeterminación nacional o
hacer frente a las acuciantes exigencias de los obreros y campesinos requerían
una "ruptura con la burguesía". La base común fundamental en el
proyecto de Estado y la estrategia de los bolcheviques, radicales finlandeses y
otros socialdemócratas revolucionarios era su compromiso compartido con la
independencia de la clase obrera y con la hegemonía en la lucha por el poder
político, patente ante todo en el rechazo estratégico a alianzas con los
partidos burgueses y el rechazo a los gobiernos de coalición inter-clasistas.
Mientras que la mayoría de los mencheviques,
social-revolucionarios de derecha y otros socialistas moderados no-rusos
renunciaron en 1917 a la inveterada oposición “ortodoxa” a participar en
gobiernos de coalición, los bolcheviques y otros radicales mantuvieron esta
posición. Como señala el historiador Michael Melancon:
"La sospecha u
oposición decidida hacia un gobierno de orientación burguesa o a un gobierno de
coalición socialista-burgués no surgió por la agitación bolchevique sino que
existía desde el principio como parte del punto de vista de la mayoría de los
socialistas y de sus bases trabajadoras. El papel de la agitación bolchevique
fue el de situar al partido en una posición en la que pudo cosechar beneficios
organizativos de las actitudes populares existentes hacia el gobierno
provisional cuando fracasó en cumplir lo que eran percibidas como exigencias
mínimas que se le planteaban y cuando los líderes SR y mencheviques se
asociaron de forma desastrosa a sí mismos y a sus partidos con él"/66.
La exigencia popular de “todo el poder a los soviets”
concentraba la extendida aspiración de una ruptura política con la burguesía.
Por citar a Rex Wade: "excluir del
poder a los elementos de las clases superiores y medias, y la exigencia de un
cambio radical era en lo que se resumía en el llamamiento de “todo el poder a
los soviets” que adoptaron tanto bolcheviques como capas cada vez más amplias
de población pero que los líderes defensistas revolucionarios rechazaban
testarudamente"/67. La Revolución de Octubre representó ante todo la
concreción de esta ruptura anti-burguesa y una confirmación del contenido
revolucionario del núcleo de principios de la “ortodoxia” socialdemócrata.
A pesar de la continuidad general entre las perspectivas
iniciales de Kautsky sobre el Estado y las planteadas por Lenin y los
bolcheviques tras 1917, hubo también divergencias indiscutibles. Ciertamente,
una de las más significantes fue la idea de Kautsky de que un parlamento basado
en el sufragio universal sería un componente central de la dictadura del
proletariado. En contraste, el modelo soviético (de consejos) de poder estatal
en el Imperio ruso excluía a la burguesía y los terratenientes del voto y
buscaba basarse en una participación más directa y representativa de los
explotados. Como Lenin, muchos marxistas a partir de 1917 afirmaban que esta
estructura era más democrática que el parlamentarismo tradicional. Como
escribió María Kozutzka, una líder del ala izquierda del PPS, en 1918:
"El sistema
parlamentario actual no permite a las masas participar activamente en la vida
pública. […] Estos defectos son eliminados por la nueva organización estatal
[de consejos] que conecta todos las células de la vida social en un todo, que
elimina las viejas divisiones artificiales, que hace de las instituciones
gubernamentales locales una parte componente del cuerpo estatal general, que
establece una estrecha conexión entre las autoridades legislativas y
administrativas, que introduce el principio de elecciones frecuentes, etc. La
constitución de la república rusa es el primer gran intento de organizar la
vida de la población trabajadora sobre la base de un verdadero auto-gobierno,
significa gobernarse a uno mismo, no estar sujeto a un gobierno ejercido desde
arriba"/68
Como está fuera del alcance de este artículo un debate más
amplio acerca del papel de los soviets durante y después de 1917, me limitaré a
unos comentarios. Primero, mientras que los soviets representaban una forma más
directa de democracia de la que imaginaba incluso el primer Kautsky, no se
deberían exagerar el alcance de las divergencias. Como vimos antes, Kautsky
rechazaba igualmente el parlamentarismo burgués como un fraude y exigía una
república en la que la separación entre clase obrera y Estado fuera derribada
por medio de la elección de los funcionarios de Estado, el armamento del pueblo
y la fusión de los poderes ejecutivo y legislativo. Una república democrática
proletaria tal se parecía bastante más al modelo soviético que a cualquier
democracia capitalista existente.
Segundo, debe subrayarse que el debate político central en
el Imperio ruso en 1917 no era entre soviets vs. parlamentos. Aparte de
Finlandia, no existían parlamentos nacionales en el imperio a los que se
contrapusieran los soviets: el nuevo gobierno provisional era una institución
auto-designada, no electa, que perdió muchos apoyos precisamente por postergar
sistemáticamente la convocatoria de la Asamblea Constituyente. Los “ortodoxos”
iniciales había afirmado siempre que el contexto específico del zarismo
implicaba que la revolución en Rusia y la táctica y estrategia marxistas
apropiadas para sus condiciones serían bastante diferentes que en las
democracias burguesas occidentales. Este análisis siguió siendo relevante
durante el ascenso de 1917 que tuvo lugar en un sistema que seguía estando
profundamente marcado por el legado autocrático.
En ausencia de cualquier parlamento nacional, los soviets
representaron desde el principio la expresión democrática dominante del pueblo
trabajador, en el que depositaron progresivamente su participación y
aspiraciones. A lo largo de 1917, los marxistas revolucionarios tanto del
centro como de la periferia veían generalmente los soviets existentes y la
futura Asamblea Constituyente como instituciones complementarias para
establecer un poder de obreros y campesinos/69. Esta posición cambió cuando
estuvo claro que la Asamblea Constituyente recién elegida —reunida finalmente
en enero de 1918— oponía a los socialistas moderados y liberales al nuevo
gobierno soviético.
Tratando de defender y profundizar la revolución y sus
conquistas, los bolcheviques y los SR de izquierda disolvieron la Asamblea
Constituyente después de que rechazara reconocer la autoridad política del
régimen soviético. Como han señalado Alexander Rabinowitch y muchos otros
historiadores, la razón "más importante" de la victoria del poder
soviético sobre la Asamblea Constituyente en 1918 era "la indiferencia
fundamental del pueblo ruso" hacia ésta última/70. Este particular
contexto político ayuda a aclarar por qué la disolución de la Asamblea
Constituyente no fue, como afirmaron tantos liberales y reformistas, una
expresión del “autoritarismo leninista”. La virtual ausencia de una institución
o tradición parlamentaria fuerte en el imperio ruso debe ser tenida en cuenta
cuando se calibre hasta qué punto la estrategia bolchevique en 1917 fue una
ruptura o estuvo en continuidad con la “ortodoxia” socialdemócrata, que siempre
había enfocado la revolución rusa como un fenómeno histórico bastante singular.
En último término, el significado internacional tras 1917 de
la posición de Lenin y la Comintern inicial sobre los consejos estaba ante todo
en que planteaba una nueva vía estratégica hacia la conquista obrera del poder.
En contraste con la posición de Kautsky sobre el parlamentarismo y su énfasis
en una táctica defensiva, postular los consejos obreros como la forma necesaria
de la dictadura del proletariado iba de la mano con un énfasis estratégico sin
precedentes en la acción de masas extra-parlamentaria y en la movilización de
las más amplias capas de trabajadores, más allá de las bases del partido y los
sindicatos. Igualmente, la nueva posición legitimaba una estrategia más
ofensiva, más insurreccional para ganar el poder del Estado: la revolución
socialista ya no era vista más principalmente como una reacción defensiva
contra los intentos de la burguesía de eliminar las libertades democráticas o
para anular la elección de una mayoría socialista en el parlamento.
Para los marxistas que no estaban dispuestos a posponer el
derrocamiento del capitalismo a un futuro indefinido, ganar una mayoría de
población trabajadora organizada en consejos probó ser un criterio más realista
para la legitimidad revolucionario-democrática que ganar la mayoría electoral
de toda la población en condiciones de gobierno capitalista. En 1918, Rosa
Luxemburg trazó la siguiente conclusión estratégica de la revolución rusa:
"Los
socialdemócratas alemanes han tratado de aplicar a las revoluciones la sabiduría
doméstica de la guardería parlamentaria: para llevar a cabo cualquier cosa,
primero debes tener la mayoría. Lo mismo, dicen, vale para una revolución:
convirtámonos primero en una “mayoría”. La auténtica dialéctica de las
revoluciones, sin embargo, da la vuelta a este saber de topos parlamentarios:
el camino no va de una mayoría a la táctica revolucionaria, sino de la táctica
revolucionaria a una mayoría. Sólo un partido que sabe cómo dirigir, esto es,
de adelantar cosas, logra tener apoyo en tiempos de tormenta"/71
Tal posición era ciertamente distinta de la “ortodoxia”
marxista que Kautsky planteaba en su época revolucionaria, aunque no
necesariamente contradictoria con ella. Dicho esto, de ello no se sigue que la
anterior posición fuera inherentemente reformista. La revolución en Finlandia
sirve aquí como punto de comparación importante. En su conjunto, la revolución
finlandesa, como la propia Revolución de Octubre, confirma las potencialidades
anticapitalistas de la posición inicial de Kautsky sobre El Estado y la revolución/72.
En 1917, la dirección de la socialdemocracia finlandesa
estaba posicionada hegemónicamente (aunque no homogéneamente) con la
socialdemocracia revolucionaria y, con algunos errores reales, trataron de
aplicar este enfoque a lo largo del año. Un parlamento finlandés una tradición
parlamentaria fuertes supusieron obstáculos y oportunidades que no afrontaron
los socialistas del resto del imperio. A diferencia de las otras regiones de la
Rusia imperial, aquí había un alarga tradición de libertad y un parlamento;
como planteaba la doctrina “ortodoxa” para tales condiciones, la
socialdemocracia finlandesa ponía un fuerte énfasis en la actividad
parlamentaria. De hecho, el partido ganó la mayoría absoluta en el parlamento
finlandés en 1916 y trató (sin éxito a la postre), a lo largo de gran parte de
1917, de usar esta institución para atender las exigencias básicas de la clase
obrera. En tal contexto, no sorprende que ni entre los socialistas finlandeses
ni entre la clase obrera surgiera un empuje por constituir consejos obreros en
1917.
A finales del verano de 1917, el gobierno provisional ruso
en alianza con los conservadores finlandeses disolvieron ilegalmente el
parlamento finlandés de mayoría socialista y convocaron nuevas elecciones. En
respuesta a este golpe burgués anti-democrático, la dirección del socialismo
finlandés protestó con fuerza, y luego dio rodeos durante meses. Aunque las
condiciones de crisis y de contrarrevolución ponían firmemente la insurrección
en el orden del día, dicha dirección era muy vacilante en romper con el terreno
parlamentario. Al mismo tiempo, sin embargo, luchó duramente contra todos los
intentos de la burguesía finlandesa de establecer una fuerza policial y un
ejército que apuntalara su gobierno (el viejo aparato represivo había sido
también destruido en Finlandia en febrero de 1917).
Tras un considerable retraso y bajo presiones de sus propias
bases radicales y de la revolución en la Rusia central, la socialdemocracia
finlandesa acabó superando sus vacilaciones, que habían sido provocadas en
particular por la ala parlamentaria y moderada del partido. En enero de 1918
los socialistas finlandeses tomaron el poder por medio de una insurrección
armada. Aunque el objetivo inicial de la revolución finlandesa no iba más allá
del establecimiento de un sistema parlamentario más democrático basado en el
sufragio universal, el nuevo régimen obrero finlandés, como su homólogo ruso,
fue empujado por las circunstancias y por la contrarrevolución a avanzar en el
camino hacia la revolución socialista de lo que pretendía en un principio. Sólo
tras una sangrienta guerra civil y la intervención extranjera de Alemania el
régimen obrero fue derrocado en mayo de 1918/73.
Finlandia confirma en muchos sentidos el enfoque tradicional
de la revolución expuesto por Kautsky: por medio de una paciente organización y
educación con conciencia de clase, los socialistas consiguieron una mayoría en
el parlamento, que llevó a la derecha política a disolver la institución, lo
que a su vez hizo estallar una revolución de orientación socialista. La
preferencia de la “ortodoxia” finlandesa por una estrategia pacífica, defensiva
y parlamentaria no evitó al final el derrocamiento violento del Estado
capitalista existente y de dar pasos hacia el socialismo. En contraste, la
burocratizada socialdemocracia alemana mantuvo activamente el gobierno
capitalista en 1918-9 y aplastó violentamente los intentos de los obreros y
socialistas revolucionarios por derribarlo.
Mi tesis no es que la experiencia finesa muestre el camino
que seguirán todas las revoluciones obreras bajo condiciones de democracia
burguesa. Tampoco que los marxistas deban siempre tratar de obtener una mayoría
parlamentaria antes de intentar derrocar el estado democrático-burgués o que
instituciones como los soviets no puedan surgir en regímenes parlamentarios.
Las lecciones de la revolución alemana de 1918-23 y otras posteriores sacudidas
obreras imposibilitan esquemas simplistas de ese estilo. Además, Finlandia
mostró no sólo las fuerzas sino también las potenciales limitaciones de la
“ortodoxia” socialdemócrata: vacilación en abandonar el terreno parlamentario;
tendencia excesivamente defensiva; excesivo énfasis en tácticas defensivas; y
subestimación de la acción de masas.
El marxismo evoluciona necesariamente con el tiempo por
medio de la práctica vivida de la lucha de clases. El ascenso revolucionario
sin precedentes que se dio a lo largo del imperio ruso y a nivel planetario en
1917-23 llevó a la Comintern inicial a asumir muchas de las mejores tradiciones
de la socialdemocracia revolucionaria y a desarrollar una concepción más
definida del poder del Estado y de de la estrategia política.
Sin negar estas importantes evoluciones, sigue en pie el
hecho de que la política de los marxistas revolucionarios de 1917 y de los años
posteriores, reflejaron mucha más continuidad que ruptura con la “ortodoxia”
socialdemócrata. Es cierto que Kautsky capituló ante el reformismo tras 1909 y
desempeñó un papel reaccionario durante las insurrecciones socialistas de
posguerra. Pero su teorías iniciales formaron a los marxistas bolcheviques,
fineneses y otros radicales que dirigieron los primeros asaltos victoriosos al
gobierno capitalista. Nos acercamos al centenario de la revolución rusa y es ya
hora de reconocer que las raíces de 1917 yacen firmemente en el legado de la
socialdemocracia revolucionaria.
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Notas
1/
Blackledge 2011. Para una explicación académica que afirma que Kautsky no
pretendía destruir el Estado capitalista, cfr. Van Ree 2002, pp. 31–2.
2/ Cfr., por
ejemplo, Lewis 2011. Quisiera dar las gracias a Ben Lewis por permitirme
incluir en este artículo extractos de su próxima colección de textos de Kautsky
sobre la democracia y el republicanismo.
3/ Las únicas
excepciones significativas fueron los reformistas del ala moderada de la
socialdemocracia finesa y los liquidacionistas mencheviques rusos después de
1905.
4/ Por razones
de espacio, me ocuparé en otro artículo de los debates entre los marxistas de
la Rusia imperial sobre la “cuestión agraria” y sobre si lo próxima revolución
podría acabar directamente con el capitalismo.
5/ Lenin, V.I.
1964 [1918], p. 481–2.
6/ Blackledge
2013.
7/ Badia 1975,
p. 140.
8/ Steinberg
1967, p. 124.
9/ Sobre la
burocratización y evolución política del SPD, cfr. Schorske 1955.
10/ Citado en
Luxemburg 2004 [1900], p. 129.
11/ A.W. 1903,
p. 247.
12/ Kautsky
2009 [1904], p. 215.
13/ Cited in
Martin 1971, p. 248. My emphasis.
14/ Polska
Partia Socjalistyczna 1975 (1892), p. 252.
15/ Kautsky
1902, p. 19.
16/ SDKPiL 1934
[1900], p. 185.
17/ Kaustky
1996 [1909], p. 5.
18/
Kelles-Krauz 1904, p. 560.
19/
L’internationale Ouvrière & Socialiste 1907, p. 158.
20/ Kautsky
2017 [1905], p. 177.
21/ Kautsky
2017 [1905], p. 222.
22/ Kautsky
2017 [1893], p. 155.
23/ Cfr., por
ejemplo, Sozialdemokratische Partei Deutschlands 1891, p. 5. and ‘Latviešu
Sociāldemokrātiskās Strādnieku Partijas Programa’ [1904] en Latvijas KP CK
Partijas Vēstures Institūts 1958, p. 13.
24/ Bielecki
1904, p. 157.
25/ Kautsky
2017 [1905], pp. 191–2.
26/ Waldenberg
1972, pp. 409–11, 530-1.
27/ Kautsky 1908,
p. 456.
28/ Kautsky
1902, pp. 98-99.
29/ Kautsky ‘9
June, 1902’ in Adler 1954, p. 405.
30/ Kautsky
1902, p. 88.
31/ Kautsky
2009 [1904], p. 247.
32/
Kelles-Krauz 1904; Bielecki 1904.
33/Sobre estas
cuestiones, cfr. Larsson 1970.
34/ Frölich
1940, p. 81.
35/ Secrétariat
Socialiste International 1904, pp. 114–15. Las resoluciones de 1903 de Dresde y
de 1904 de Ámsterdam marcaron una línea más dura respecto a las posiciones
iniciales de Kautsky, Luxemburg y Pléjanov. En principio, estos líderes se
opusieron a la entrada de Millerand en el gobierno francés y rechazaron la
posibilidad de una transformación pacífica del Estado capitalista, sin embargo
no excluían terminantemente la posibilidad de la participación socialista en un
gobierno capitalista en circunstancias “escepcionales”.
36/ Kautsky,
Karl 2017 [1905], pp. 279-80. Énfasis mío.
37/ Kautsky,
Karl 2017 [1905], p. 210.
38/ Sobre el
viraje ideológico de Kautsky a la derecha tras 1909, cfr. el volumen II de
Waldenberg 1972.
39/ Soikkanen
1961, p. 109.
40/ Valpas
1904, pp. 60–3.
41/ Soikkanen
1961, p. 261–66.
42/ Citado en
Lenin 1964 [1918], p. 450. A pesar de la cita que hace Lenin, afirma
inmediatamente después que la república democrática representaba necesariamente
solo es "el acceso más próximo a la dictadura del
proletariado", que "no suprime ni mucho menos la dominación del
capital" (Ibid. Ënfasis mío).
43/ Kautsky
2017 [1905], p. 259.
44/ Kautsky
2017 [1905], p. 225.
45/ Kautsky
2017 [1905], p. 286.
46/ Kautsky
2017 [1905], p. 214.
47/ Kautsky
2017 [1905], p. 192.
48/ Valters
1905, p. 18.
49/ Valters
1905, p. 20. Énfasis mío.
50/ Citado en
Treijs 1981, p. 188.
51/ Stargardt
1994 proporciona una panorámica útil sobre los debates del socialismo alemán
sobre el militarismo, pero su breve análisis sobre la posición de Kautsky es
confusa políticamente.
52/ Kautsky
2017 [1905], p. 224.
53/ Kautsky
2017 [1905], p. 213.
54/ Stargardt
1994, p. 45-46.
55/ Kautsky
2017 [1905], p. 225.
56/ Luxemburg
1971 [1899], p. 147.
57/ Гермайзе
1926, p. 171.
58/ Suomen
Työväenpuolueen 1899, p. 30.
59/ “On the
Provisional Government” [1917], p. 205 in Elwood 1974.
61/ Kautsky
1896, p. 514.
63/ Kautsky
1898, p. 724.
64/ Kautsky
2017 [1893], p. 163.
65/ Kautsky
2017 [1893], p. 169.
66/ Melancon
2004, p. 156.
67/ Wade 2004,
p. 212.
68/ Koszutska
1961 [1918], p. 252.
69/ A lo largo
de 1917, el llamamiento de “todo el poder a los soviets” no era visto
generalmente ni por Lenin ni por los bolcheviques como algo contrapuesto a la
convocatoria de la Asamblea Constituyente. La segunda fue una importante
exigencia del partido durante la mayor parte del año, aunque habitualmente hubo
serias diferencias internas entre las dinstintas alas de los bolcheviques sobre
la potencial relación política entre esa Asamblea y los soviets. La mayoría de
los bolcheviques contemplaban que ambas instituciones desempeñarían un papel
importante en un gobierno post-burgués. Algunos líderes bolcheviques, como
Lenin, contemplaban los soviets como la forma más elevada de república desde
principios de 1917 en adelante; una Asamblea Constituyente podría, en el mejor
de los casos, ser un suplemento y una legitimación de un gobierno soviético.
Otros líderes bolcheviques no compartían la defensa de Lenin de un
“estado-comuna” consejista y trataron de establecer una Asamblea Constituyente
de mayoría socialista como el fundamento clave del nuevo gobierno obrero y
campesino. Sobre la evolución de las posiciones bolcheviques sobre estas
cuestiones tras Octubre, así como las ideas populares más amplias (y no
bolcheviques) sobre la Asamblea Constituyente, cfr. Rabinowitch 2007, pp.
62–127, passim.
70/ Rabinowitch
2007, p. 127.
71/ Luxemburg
2004 [1918], p. 289.
72/ Para una
detallada explicación de las políticas de la socialdemocracia finesa en
1917-18, cfr. Carrez 2008.
73/ Sobre el
gobierno obrero finés en 1918, cfr. Rinta-Tassi 1986.
Título original: “The roots of 1917: Kautsky, the state, and revolution in Imperial Russia”