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Lenin ✆ Nikolai Bujarin
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Claudio Katz | Lenin, Luxemburg y Trotsky actuaron
en un escenario de crisis, guerras y revoluciones. A principios del siglo XX
las grandes potencias rivalizaban por conquistar territorios y asegurar la provisión
de materias primas. Colocaban excedentes en mercados que operaban a escala
mundial, mientras el comercio crecía más rápido que la producción y la
modernización del transporte enlazaba todos los rincones del planeta. 2
Inglaterra podía neutralizar a su viejo rival francés, pero
confrontaba con el nuevo competidor alemán y soportaba la creciente pérdida de
posiciones frente a Estados Unidos. Los grandes litigios involucraban a la
agresiva potencia nipona y a los declinantes imperios otomano, austro-húngaro y
ruso. Aumentaban los conflictos en las regiones disputadas y los recursos
comprometidos en las contiendas superaban todo lo conocido. Los contrincantes propagaban la ideología imperial.
Ponderaban las incursiones armadas, las masacres de nativos y la apropiación de
tierras. Presentaban la instalación de colonos y la denigración racial como
actos normales de civilización. Silenciaban, además, las tradiciones humanistas
forjadas en el rechazo a la esclavitud.
En los años que precedieron al estallido de la primera
guerra mundial, las metrópolis sometieron a las economías subdesarrolladas a
sus prioridades de acumulación. Impusieron el predominio de sus manufacturas,
aprovechando el abaratamiento de los medios de comunicación y la elevada rentabilidad
de la inversión foránea. En una economía internacional más entrelazada y
polarizada, la brecha entre países avanzados y retrasados se ensanchó
abruptamente.
Los tres líderes del marxismo revolucionario se desenvolvían
en partidos socialistas de dos países involucrados en las confrontaciones
imperiales. El capitalismo germano había llegado tarde al reparto colonial y
necesitaba mercados para continuar su crecimiento industrial. La vieja nobleza
gestionaba con la nueva burguesía un sistema autocrático erosionado por grandes
conquistas sociales.
El imperio zarista afrontaba contradicciones equivalentes.
Combinaba pujanza industrial con subdesarrollo agrario y expansión fronteriza
con subordinación a las principales potencias. La monarquía tambaleaba frente a
la efervescencia revolucionaria de los obreros, campesinos e intelectuales.
Justificaciones
del colonialismo
Luxemburg lideraba la izquierda del socialismo alemán en
disputa con la derecha (Bernstein) y el centro (Kautsky). El sector más
conservador consideraba que el capitalismo era perfectible, a través de mejoras
logradas con mayor representación parlamentaria. Enaltecía el libre comercio y
avalaba la expansión externa (Bernstein, 1982: 95-127, 142-183).
Esta vertiente propiciaba la integración de los pueblos
subdesarrollados a la civilización occidental y resaltaba las ventajas del
colonialismo para “educar a las culturas
inferiores”. Algunos dirigentes (Van Kol) justificaban la tutela de los
nativos señalando que “los débiles e
ignorantes no podían auto-gobernarse”. Otros (David) promovían una “política colonial socialista”.
Estas posturas tenían severas consecuencias políticas.
Frente a las masacres imperiales en Turquía, Bernstein convalidó el “enjuiciamiento de los salvajes para hacer
valer los derechos de la civilización”. También aprobó los crímenes de
Inglaterra en la India y su colega Vandervelde exigió la anexión del Congo a
Bélgica (Kohan, 2011: 303- 309).
La derecha socialdemócrata estimaba que el progreso social
se alcanzaba en cada país, cuando los obreros conquistaban la ciudadanía. Para
aplicar este principio reintrodujo el nacionalismo en contraposición a las
tradiciones cosmopolitas de la I Internacional.
Bernstein postuló una distinción entre nacionalismo
sociológico de las zonas civilizadas y nacionalismo étnico de las colonias.
Ponderó la primera variante y rechazó las demandas de soberanía del segundo
grupo, retomando las teorías de los “pueblos
sin historia”.
Esta erosión del internacionalismo tuvo además un sustento
social, en los cambios registrados al interior de la II Internacional. Los
nuevos trabajadores llegados de las provincias eran más permeables a la
propaganda nacionalista que el viejo artesanado migrante.
Las corrientes socialistas del centro rechazaron inicialmente
esos planteos. Objetaban las atrocidades del colonialismo, denunciaron el
militarismo y refutaron las tesis aristocráticas de superioridad de un pueblo
sobre otro. Pero con el paso del tiempo morigeraron esos cuestionamientos y
desenvolvieron una concepción intermedia de crítica y aceptación del
colonialismo (Kautsky, 2011a).
Kautsky subrayaba las ventajas de sustituir la política
imperial por estrategias de convivencia. Instaba a las clases dominantes a
observar los efectos económicos negativos del expansionismo y proponía otro
rumbo de negocios para la acumulación de capital. Con este mensaje divorciaba
la política colonial de su fundamento competitivo e imaginaba formas de
capitalismo ajenas a la rivalidad por el lucro (Kautsky, 2011b).
El líder del centro postulaba la existencia de modalidades
regresivas y benévolas de imperialismo y diferenciaba las formas coloniales
negativas de sus vertientes aceptables. Denunciaba la ineficiencia y corrupción
de Inglaterra y Alemania en sus posesiones africanas, pero ponderaba la
colonización moderna en las áreas de clima templado (Estados Unidos,
Australia). Olvidaba que esas vertientes se consumaron mediante el genocidio de
la población local (Howard; King, 1989: 67-68, 92-103).
Kautsky auspiciaba formas de colaboración entre dominadores
y dominados. Propiciaba la ayuda de los países centrales a las colonias. Por
eso interpretó primero que la pertenencia de la India al universo británico
favorecía a ambas naciones (1882). Luego aceptó la lucha del primer país por su
soberanía, pero sin apoyar esa resistencia. Al igual que el primer Marx suponía
que la emancipación de las colonias sería un resultado de avances socialistas
en el centro. Pero concebía esa meta como un devenir evolutivo y descartaba la participación
de la periferia en ese proceso. Ese naturalismo objetivista tuvo dramáticas
consecuencias en 1914-17 (Kautsky, 1978).
La postura
revolucionaria
Luxemburg coincidió inicialmente con Kautsky en las críticas
al paternalismo colonial, pero reivindicó la resistencia popular en las
colonias y convocó al apoyo activo de las rebeliones en Persia, India y África
(Luxemburg, 2011).
Trotsky y Lenin compartieron esa actitud. Retomaron el
legado del segundo Marx, retrataron el efecto devastador del colonialismo y
recalcaron la doble función de la lucha anti-imperial. Señalaron que esa
resistencia confrontaba con el enemigo principal y fomentaba la conciencia
socialista de los trabajadores metropolitanos.
La izquierda objetaba, además, la idealización del
libre-comercio frente al avance del proteccionismo y rechazaba la primacía
otorgada a los parámetros del derecho para evaluar la política exterior.
Subrayaba los intereses en juego de los capitalistas (Day; Gaido, 2011).
La ruptura se desencadenó con el estallido de la primera
guerra mundial. La derecha se sumó a la contienda imperial y el centro
convalidó esa capitulación. El viejo argumento de defender el proceso
democrático germano frente al acoso exterior era insostenible. Alemania ya
actuaba como potencia y exhibía abiertamente sus ambiciones coloniales.
Kautsky intentó evitar el conflicto con gestiones de desarme
y prédicas a favor de las inversiones afectadas por la guerra. Cuando sus
argumentos fueron desoídos se resignó a convalidar el conflicto.
La crítica de Luxemburg fue fulminante. Durante años había
subrayado la ingenuidad de las tesis pacifistas frente a la evidencia de una
próxima guerra (Luxemburg, 2008:258-265). Lenin adoptó la misma actitud.
Reconocía la asociación internacional entre burguesías y el carácter pernicioso
del negocio bélico que describía Kautsky. Pero rechazaba las ilusiones en la
distención ante la inminente conflagración.
También Trotsky coincidía con ese diagnóstico. Estimaba que
la estrechez de las economías nacionales en un capitalismo mundializado
conducía al desemboque bélico.
La guerra inter-imperialista precipitó una división entre
revolucionarios y reformistas que se consolidó con la revolución rusa. Este
acontecimiento trastocó el universo de los socialistas.
Durante años los marxistas habían discutido la forma que
adoptaría la democratización pos-zarista. La corriente afín a Bernstein (Tugan,
Bulgakov) promovía reformas liberales complementadas con demandas
económico-sindicales de los trabajadores.
La vertiente próxima a Kautsky (Plejánov, mencheviques)
proponía alianzas con la burguesía para desarrollar el capitalismo. Presentaba
esa maduración de las fuerzas productivas como una condición para cualquier
evolución ulterior. Suponía que los sujetos sociales se adaptarían pasivamente
a esas exigencias de la economía.
Por el contrario, Lenin auspiciaba el jacobinismo agrario
mediante la nacionalización de la propiedad de la tierra, para sumar a los
campesinos a una revolución democrática encabezada por los obreros. Imaginaba
un proceso político radical, mientras emergían las condiciones para un avance
hacia el socialismo (Lenin, 1973: 20-99).
Trotsky compartía esta actitud, pero en la revolución de1905
notó el gran protagonismo del proletariado y sus nuevos organismos (soviets).
Estimó que esa preeminencia bloqueaba todos los espacios para la expansión del
capitalismo (Trotsky, 1975).
Cuando el zarismo finalmente colapsó en plena guerra mundial
y los soviets reaparecieron, Lenin radicalizó su enfoque, convergió con Trotsky
y lideró la revolución bolchevique. Con algunas objeciones tácticas, Luxemburg
se sumó a una gesta que derivó en la creación de los partidos comunistas y la
III Internacional.
El debut del socialismo fuera de Europa Occidental alteró
las teorías de paternalismo colonial, protagonismo de los países desarrollados
y subordinación de las regiones atrasadas a los ritmos de Occidente. El nuevo
modelo revolucionario replanteó todos los supuestos de la relación
centro-periferia.
Derechos de
auto-determinación
En la época de Lenin la soberanía era la principal demanda
política de las naciones periféricas. En Europa Oriental chocaba con el zarismo
(que había forjado una cárcel de pueblos fronterizos) y con el imperio
austrohúngaro, que albergaba una compleja variedad de naciones dominantes,
intermedias y sojuzgadas (alemanes, húngaros, ucranianos). Frente a los estados
ya constituidos de Europa Occidental, crecía la exigencia de crear también en
el Oeste esos organismos.
Pero ese anhelo coexistía con otra variedad de nacionalismos
chauvinistas, propiciados por las potencias para justificar sus conquistas.
Esta ideología utilizaba argumentos extraídos de las mitologías nacionales, que
se asemejaban a los expuestos por los pueblos sometidos. Con esas teorías los
imperios enarbolaban derechos de dominación y los oprimidos exigían su
liberación (Hobsbawm, 2000: cap 4).
En este rompecabezas Lenin postuló el derecho de cada nación
a crear su propio estado. Su objetivo era alentar las confluencias de los
pueblos sojuzgados con la clase obrera. Buscaba reducir las tensiones
nacionales, étnicas y religiosas que promovían los opresores externos y locales
para consolidar su hegemonía (Lenin, 1974a: 7-14,15-25).
El dirigente bolchevique auspiciaba el empalme de las
resistencias a la opresión nacional y social. Promovió la auto-determinación al
observar la forma positiva (y pacifica) en que se resolvió la separación de los
noruegos de Suecia (Lenin, 1974b: 99-120).
El líder comunista también notó cómo la conciencia nacional
y social se retroalimentaba a través de reclamos inmediatos y exigencias de
soberanía. A diferencia de los nacionalistas no le asignó a la
auto-determinación una jerarquía superior a las demandas sociales. Acotó su
alcance y subrayó la inconveniencia de organizar separadamente a los obreros
socialistas de distintas nacionalidades en los países que contenían esa diversidad.
Promovía agrupamientos unificados para alentar una cultura internacionalista
entre el proletariado.
El derecho a la auto-determinación que Lenin auspiciaba no
era idéntico a su aprobación. Señalaba que la conveniencia de una secesión
debía dirimirse en cada caso, tomando en cuenta los riesgos de sintonizar con
las estrategias imperiales. Por eso proponía evaluar cuidadosamente a las
fuerzas actuantes en cada escenario.
Con este enfoque el dirigente comunista aportó una brújula
para dirimir el carácter progresivo o regresivo de cada movimiento
nacionalista. Se debía responder qué movimiento (o acción) favorecía el
objetivo socialista.
El líder soviético desarrolló su planteo en polémica con las
corrientes socialdemócratas del imperio austrohúngaro opuestas a la
auto-determinación. Estas vertientes proponían la autonomía cultural de cada
conglomerado en un marco federativo, subrayando la perdurabilidad histórica de
las naciones en un futuro socialista.
Los austromarxistas
rechazaban la tradición cosmopolita del primer Marx y su expectativa de
disolución pos-capitalista de las naciones. Avalaban la asociación de los 5
obreros en secciones separadas y resaltaban la dimensión subjetiva de la nación
(Löwy, 1998: 49-50)
Lenin también polemizó con el internacionalismo puro de
Luxemburg, que cuestionaba todas las formas de separatismo. Ella estimaba que
los países sometidos (Polonia) estaban económicamente integrados a las
potencias dominantes (Rusia) y carecían de margen para un desarrollo autónomo.
Consideraba que en ese marco dependiente la soberanía era ilusoria (Luxemburg,
1977: 27-176).
Esa factibilidad o inviabilidad de trayectorias económicas
autónomas era para Lenin un curso imprevisible. Objetaba las especulaciones
sobre el tema y exigía dirimir si un pueblo tenía o no derecho a definir su
porvenir nacional. Resaltaba la primacía de esta definición política (Lenin,
1974b: 99-120).
Luxemburg también señalaba que el derecho a la
autodeterminación nacional afectaba la unidad de los trabajadores y a la
prioridad de sus intereses de clase. Pero Lenin respondía resaltando la
existencia de múltiples formas de opresión (nacional, racial) que debían
confluir con la batalla social. Señalaba que esa convergencia requería
explicitar que ninguna nación tiene derecho a sojuzgar a otra.
Pilares del
antiimperialismo
La política de autodeterminación para Europa Oriental
inspiró la estrategia antiimperialista cuando la problemática nacional se
desplazó a Oriente. Este giro sucedió al frustrado intento inicial de repetir
con ensayos revolucionarios (Alemania, Hungría), el modelo soviético en el
Viejo Continente.
Los magros resultados de ese ensayo y la irrupción de
grandes sublevaciones en Asia determinaron el viraje comunista hacia la
revolución colonial. En el primero (1920) y cuarto congreso (1922) de la III
Internacional se definieron políticas de liberación nacional, para confrontar
con el imperialismo clásico (Inglaterra, Francia) y renovado (Japón, Estados
Unidos) (VVAA, 2008: 46-128), (Munck, 2010).
La distinción entre nacionalismo regresivo y progresivo fue
nuevamente expuesta en oposición a las teorías intervencionistas, que alegaban
protección de las comunidades pertenecientes a un mismo tronco étnico, cultural
o idiomático. Lenin resaltó el proceso opuesto de despojo implementado por los
ocupantes externos y objetó todos los debates abstractos sobre legitimidades y
derechos en disputa.
El revolucionario ruso propuso definir quiénes eran los
dominadores y dominados en cada conflicto. En lugar de indagar la identidad
francesa, china o malaya de cada individuo subrayó el papel objetivo de las
potencias y las semicolonias. Precisó el rol de los distintos nacionalismos por
su función estabilizadora o desafiante del orden imperial, retomando las ideas
desarrolladas en los debates sobre Europa Oriental.
Lenin buscaba construir puentes entre el comunismo y el
nacionalismo antiimperialista de China, India y el mundo árabe. Retomó las
críticas al puritanismo proletario de los objetores de la lucha nacional (Piatakov),
que resucitaban el cosmopolitismo ingenuo del siglo XIX (“abajo las fronteras”). Se distanció de todas las especulaciones
sobre la autonomía económica de India o Egipto y puso el acento en las demandas
populares de soberanía (Lenin, 1974b:120-122).
La principal innovación de la estrategia comunista del
periodo fue la distinción entre vertientes conservadoras
(“democrático-burguesas”) y radicales (“nacionalistas revolucionarias”) de los
movimientos anticoloniales. El primer grupo expresaba a las clases 6 dominantes
de la periferia y el segundo a los sectores empobrecidos. Las conductas
conservadoras de las nacientes burguesías contrastaban con el empuje radical de
los desposeídos. Ambos promovían la independencia nacional, pero con
finalidades sociales diferentes (Claudín, 1970: cap 4).
El curso contrapuesto de las “revoluciones por arriba y por abajo” confirmó esa distinción. En
las primeras décadas del siglo XX, Turquía fue el principal escenario del
primer sendero, a través de golpes militares reformistas e iniciativas
modernizadoras de las elites. En México prevaleció el segundo rumbo con gran
protagonismo de los campesinos.
Los movimientos democrático-burgueses pretendían reordenar
el capitalismo, aumentando la influencia de los dominadores locales en la
alianza con el capital extranjero. Los nacionalistas revolucionarios
postulaban, en cambio, proyectos antiimperialistas en conflicto con esa
reorganización. La III Internacional propició el acercamiento a esas corrientes
para apuntalar el objetivo socialista.
Desarrollo
desigual
Lenin atribuía la ampliación de la brecha entre economías
avanzadas y retrasadas al desarrollo desigual. Desenvolvió este concepto en
contraposición a la metodología evolucionista de Bernstein y Kautsky, que
imaginaban una repetición en la periferia del sendero transitado por los países
centrales.
El líder bolchevique consideraba que ese curso lineal había
quedado sepultado por las turbulencias de la era imperial. Estimaba que la
rivalidad entre potencias desestabilizaba la acumulación, exacerbaba las
contradicciones del capitalismo y socavaba el escenario armónico concebido por
el reformismo (Davidson, 2010).
Lenin explicaba las desventuras de la periferia por las
asimetrías históricas del desarrollo desigual. Ilustraba cómo ese proceso
determinó la sustracción de recursos financieros y la absorción de utilidades
de las colonias. Describió múltiples mecanismos de despojo soportados por los
proveedores de materias primas y señaló que eran duramente afectados por cualquier
temblor de los mercados (Lenin, 2006).
Esta teoría del eslabón débil aportó argumentos para las
interpretaciones exógenas de la polarización mundial. Demostró que el bloqueo
al desenvolvimiento soportado por los países atrasados era consecuencia directa
del reparto colonial.
Lenin transformó la hipótesis de obstrucción a la
industrialización de la periferia sugerida por el segundo Marx en una tesis de
plena sofocación. Su caracterización sintonizaba con el escenario bélico de
principio del siglo XX, dominado por potencias que arrasaban territorios para
garantizar su control de los mercados.
Pero en sus estudios del agro ruso el dirigente de los
soviets también evaluó la dimensión endógena del atraso. Analizó cómo la renta
apropiada por la nobleza estancaba la producción y empobrecía a los campesinos.
Debatió dos remedios para ese ahogo antes de la revolución bolchevique: el
modelo prusiano de inversión comandada por los terratenientes y el camino
americano de distribución de la tierra, eliminación de la renta absoluta y
desenvolvimiento con farmers (Lenin,
1973: 20-99).
En la primera etapa del revolucionario ruso (1890-1914), las
explicaciones del atraso estaban focalizadas en procesos nacionales y agrarios.
En el segundo período (1914- 22), predominaron las caracterizaciones de la
descapitalización padecida por la periferia. En un contexto resaltó la primacía
de causas endógenas del subdesarrollo y en el otro puso el acento en los
determinantes exógenos. 7
Pero siempre priorizó la dimensión política de los problemas
en debate. Los diagnósticos centrados en el atraso agrario aportaban
fundamentos a la revolución democrática contra el zarismo. Los estudios de la
confiscación colonial apuntalaban propuestas antiimperialistas.
Lenin evaluó distintos grados de dependencia política para
demostrar su incidencia en el atraso sufrido por cada país. Distinguió tres
variedades de sujeción administrativa, sometimiento económico y subordinación
de las clases dominantes locales. Con estos parámetros diferenció el carácter
colonial de África, semicolonial de China y capitalista dependiente de
Argentina.
El dirigente de los soviets remarcaba el rol de los agentes,
compradores o socios menores de la dominación imperial, para explicar distintos
niveles de autonomía política local frente al opresor externo. También analizó
la situación de potencias intermedias (Rusia, Turquía, Italia), que no
cuadraban con la simple divisoria entre imperios y colonias.
Todas las precisiones analíticas del dirigente bolchevique
apuntaban a definir estrategias revolucionarias. Exhibió una extraordinaria
flexibilidad política en el uso de ese instrumental. En 1917 transformó su
estrategia de revolución democrática en socialista y en los años 20 auspició el
desplazamiento de las prioridades comunistas de Europa a Oriente. También
revisó de hecho sus críticas a las tesis populistas de inviabilidad del
capitalismo ruso.
Lenin demostró una gran capacidad para enmarcar las teorías
sociales y los procesos económicos en estrategias políticas. Supo considerar
varias alternativas revolucionarias y optar por la más adecuada para cada
coyuntura.
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Leon Trotsky, Lenin & Lev Kámenev. Moscú, 1920
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Etapas e
imperialismo
El dirigente comunista inscribió la relación
centro-periferia en su teoría del imperialismo, como nueva etapa del
capitalismo. Introdujo esa periodización, complementando la distinción
estudiada por Marx entre el origen y la formación del capitalismo.
La existencia de etapas históricas comenzó a debatirse
durante la recuperación que sucedió a la depresión de 1873-96. Frente a
Bernstein -que postulaba la paulatina desaparición de las crisis- y Kautsky
-que resaltaba su continuidad- Lenin señaló la vigencia de un nuevo periodo.
Este concepto fue ampliamente desarrollado por el pensamiento marxista
posterior (Katz, 2009: 129).
El líder bolchevique remarcó varios rasgos de la etapa
imperialista: preeminencia del proteccionismo, hegemonía financiera,
gravitación de los monopolios y peso creciente de las inversiones externas.
Retomó la importancia asignada por Hilferding al entrelazamiento de
industriales y banqueros con la burocracia estatal. También recogió la
supremacía señalada por Hobson de las altas finanzas (Lenin, 2006).
El revolucionario ruso dedujo su enfoque de teorías de las
crisis basadas en desproporcionalidades y sobreproducción, que expusieron
Hilferding y Kautsky. Posteriormente privilegió la tesis de Bujarin del
parasitismo financiero y la competencia nacional con alta intervención del
estado.
Pero el centro de su mirada sobre el imperialismo no estaba
localizado en caracterizaciones económicas, sino en diagnósticos de inminente
confrontación bélica. El contexto omnipresente de la guerra determinó su
concepción. 8
El impacto de sus ideas se explica por ese acierto político.
No aportó sólo denuncias. Planteó una crítica demoledora a la expectativa
pacifista de evitar la conflagración mediante ingenuas convocatorias al
desarme. En ese cuestionamiento Lenin convergía con Luxemburg y chocaba con
Kautsky e Hilferding. Las diferencias teóricas en torno al sub-consumo (en el
primer caso) y las afinidades sobre la dinámica de la crisis (en el segundo),
constituían problemas menores en comparación al dilema de la guerra.
Muchas lecturas posteriores olvidaron esa primacía política
del texto y sobrevaloraron las caracterizaciones económicas. Proyectaron además
a todo el siglo XX, una evaluación acotada al período de entre-guerra.
Esa extrapolación condujo a décadas de dogmatismo y marxismo
repetitivo. Se tornó habitual postular la invariable vigencia de lo dicho por
Lenin y se intentó actualizar sus afirmaciones con datos de proteccionismo,
primacía financiera o confrontación guerrera. Esa reiteración omitió que los
dos rasgos centrales de esa tesis -estancamiento y guerra inter-imperial- no
constituyen rasgos permanentes del capitalismo. En nuestro libro sobre el tema
trazamos un balance de esas discusiones (Katz, 2011: cap 1).
Nuestra evaluación ha sido impugnada por su “ruptura
definitiva con la visión leninista”. Esta objeción reitera el supuesto de
inmutable validez de lo postulado en 1916 para toda la centuria posterior
(Duarte, 2013).
Para demostrar ese congelamiento del capitalismo nuestros
críticos resaltan la continuada preeminencia de los bancos, como si un lapso
tan prolongado de múltiples procesos industriales no hubiera alterado esa
supremacía. Asignan la misma gravitación al proteccionismo, desconociendo la
intensidad de la liberalización comercial y el entrelazamiento internacional de
los capitalistas. También remarcan la centralidad de la guerra, olvidando que
las confrontaciones entre las principales potencias fueron reemplazadas por
agresiones imperiales de alcance hegemónico o global.
Con el mismo criterio de ciega fidelidad al texto original
resaltan la sustitución de la competencia por los monopolios, desconociendo el
carácter complementario de ambos rasgos y la vigencia de la concurrencia bajo
el capitalismo. Olvidan que el comportamiento de los precios no está sujeto a
simples concertaciones, sino a un ajuste objetivo guiado por la ley del valor.
Además, remarcan la sostenida primacía del rentismo omitiendo que los principales
desequilibrios del sistema se generan en el área productiva. Esas tensiones no
provienen del parasitismo, sino del dinamismo descontrolado del capital.
La lealtad formal a Lenin suele exigir un ritual
recordatorio del imperialismo “como última etapa del capitalismo”. Se olvida
que esa evaluación fue realizada en vísperas de la revolución rusa, apostando a
mayores victorias en el resto del mundo. Lenin nunca pensó ese título como un
estribillo válido para cualquier momento y lugar.
La tesis de la decadencia sistémica que postuló el líder
bolchevique estaba también inspirada en la esperanza de próximos triunfos del
socialismo. No formulaba diagnósticos de colapsos divorciados de la lucha de
clases. A la luz del devenir posterior es evidente que la etapa entrevista como
un momento final constituyó un periodo intermedio del desenvolvimiento
imperial.
El capitalismo no se disolverá por un desplome terminal.
Lenin subrayaba acertadamente que su erradicación depende de la construcción
política de una alternativa socialista.
La función
de la periferia
También Luxemburg analizó el mundo colonial a partir de una
teoría del imperialismo. Pero razonó el problema de otra manera. Intentó una
deducción directa a partir de los textos de Marx. Situó el tema en los esquemas
de reproducción ampliada del tomo II de El
Capital y evaluó los obstáculos que enfrentaba el capitalismo a escala
internacional.
La dirigente socialista entendió que el principal
desequilibrio se localizaba en la realización de la plusvalía, que las
economías centrales no lograban consumar por la estrechez de los mercados.
Señaló que la única salida para desagotar esa acumulación era la colocación de
sobrantes en las colonias. Recordó que Gran Bretaña se expandió vendiendo
tejidos en el exterior y definió a partir de ese antecedente al imperialismo,
como un sistema de movilización externa del capital inactivo.
Luxemburg observó que Marx había omitido esos desequilibrios
y propuso enmendar el error, incorporando la digestión del excedente en los
esquemas de reproducción. Criticó a los teóricos (Eckstein, Hilferding, Bauer)
que desconocían esta contradicción del capitalismo (Luxemburg, 1968: 158-190).
Su abordaje suscitó distintas evaluaciones de los esquemas
del tomo II, que frecuentemente olvidaron la finalidad de esos diagramas. Marx
los introdujo para demostrar cómo puede funcionar el sistema a pesar de los
enormes obstáculos que afectan su desenvolvimiento.
El autor de El Capital
concibió una situación ideal de ausencia de desequilibrios, para exponer como
operaría todo el circuito de la producción y circulación. Luxemburg y sus
críticos desconocieron esa función y se embarcaron en inapropiadas correcciones
de los esquemas.
La revolucionaria de origen polaco cometió otro error al
buscar en el exterior los límites que el capitalismo afronta en su dinámica
interna. Por eso supuso que el agotamiento de los mercados coloniales
determinaría una saturación absoluta de la acumulación. Olvidó que también en
ese ámbito el sistema genera mecanismos para recrear su continuidad a través de
la desvalorización (o destrucción) de los capitales sobrantes.
Pero ninguno de estos desaciertos ensombrece las
significativas contribuciones de la pensadora alemana. Al igual que Lenin captó
cómo las contradicciones del capitalismo adoptan formas agravadas en los
márgenes del sistema. Luxemburg aportó el primer análisis de la forma en que la
periferia queda integrada al centro como una necesidad del capitalismo mundial.
Subrayó que ese segmento es indispensable para la reproducción de todo el
sistema. No razonó con supuestos de capitalismo mundial pleno, ni observó a las
economías subdesarrolladas como simples complementos de los países avanzados.
Estudió ambos sectores como partes de una misma totalidad (Córdova,
1974:19-44).
La estudiosa del capitalismo señaló que el centro necesita
los beneficios sustraídos de la periferia para continuar operando. Retrató esa
conexión de Occidente con África, Asia y América Latina. Maduró esa
caracterización en sus estudios de Polonia, al indagar cómo una zona periférica
queda asimilada a los mercados circundantes. De esa forma detectó las
relaciones desiguales que vinculan a las economías dominantes y subordinadas
(Krätke, 2007:1-19).
Luxemburg percibió cómo el mundo subdesarrollado padece una
acumulación primitiva permanente al servicio de las economías centrales.
Observó que ese proceso no corresponde sólo a la génesis del capitalismo sino
también a su continuidad. Puso de relieve la forma en que el capital
metropolitano obstruye el crecimiento de la periferia e ilustró de 10 qué forma
impide a esas regiones repetir el desenvolvimiento de Europa Occidental,
Estados Unidos o Japón.
Esta caracterización constituye un antecedente de las
teorías del “desarrollo del
subdesarrollo”. Aportó cimientos para las concepciones que conectan el
atraso de la periferia con el desenvolvimiento del centro. Destacó dos caras de
un mismo proceso del capitalismo mundial que no circunscribió a la coyuntura de
su época.
Rosa retrató cómo el capitalismo destruye a las economías
campesinas de la periferia sin facilitar su industrialización. Describió ese
proceso revisando la conquista inglesa de la India, la ocupación francesa de
Argelia y la violenta implantación de los Boers
en Sudáfrica. Observó que la desintegración de zonas pre-capitalistas potencia
la pobreza, impidiendo la expansión de la demanda y la consiguiente acumulación
auto-sostenida.
Este diagnóstico fue bien recibido por los estudiosos de su
época, pero algunos señalaron que el capitalismo integra a esas regiones sin
demolerlas. Impone relaciones de subordinación sobre las formas precedentes,
siguiendo el modelo de incorporación de la esclavitud al capitalismo naciente o
el sendero de asimilación de las oligarquías a la producción agraria
capitalizada (Howard; King, 1989: 106-123).
Luxemburg razonó con criterios sub-consumistas. Señaló que
las restricciones a la demanda inducen al centro a buscar mercados exteriores,
que no prosperan por las obstrucciones impuestas al poder adquisitivo en la
periferia.
Esa mirada era afín a la caracterización de Hobson y
mantenía distancias con la visión de Lenin-Hilferding
(sobreproducción-desproporcionalidad). Mientras que el líder bolchevique forjó
su teoría en polémicas con el sub-consumismo de los populistas rusos, la
revolucionaria que actuó en Alemania maduró su tesis cuestionando el armonicismo de la socialdemocracia.
Muchos autores objetaron el sub-consumismo de Luxemburg
señalando la primacía de los desequilibrios en el plano de la ganancia.
Subrayaron que el capitalismo gira en torno al beneficio. Pero esas críticas
omitieron la compatibilidad de ambos enfoques y su integración en razonamientos
multicausales de la crisis. No percibieron cómo Luxemburg anticipó diferencias
claves entre el centro y la periferia en la solvencia de la demanda.
Rosa compartió el análisis leninista del imperialismo, pero
no le asignó la misma relevancia al proteccionismo, la supremacía financiera o
el monopolio. Tampoco asoció ese período con la exportación de capitales, sino
que resaltó la preeminencia de las mercancías excedentes.
Pero Luxemburg coincidió con Lenin en destacar que la
periferia era doblemente esquilmada por succiones económicas y pillajes
coloniales. En el escenario bélico de principios del siglo XX ambos procesos
potenciaron la polarización global.
Acumulación
por desposesión
La identificación de la acumulación primitiva con la
depredación que expuso Luxemburg ha sido retomada actualmente por Harvey, en su
análisis de los efectos predatorios del capitalismo. Utiliza el término
desposesión para señalar el carácter contemporáneo de este proceso. Harvey
considera que la acumulación primitiva incluye procesos previos y concurrentes
del desenvolvimiento capitalista.
Al igual que Luxemburg considera que las
economías metropolitanas imponen un intercambio pernicioso al vecindario
subdesarrollado. 11 Pero el pensador inglés asigna al término desposesión una
dimensión adicional, como mecanismo de expropiación en las economías avanzadas,
a través de la especulación financiera, los fraudes, las patentes y las
privatizaciones (Harvey, 2003: cap. 4).
Una caracterización semejante plantea
Serfati. Subraya que la depredación padecida por la periferia (especialmente a
través del tributo de la deuda pública) coexiste con las confiscaciones
generales del sistema. Estima que el capitalismo desarrollado se reproduce
esquilmando una esfera “exterior”, que no es sólo geográfica sino también
social. Esta apropiación abarca todos los campos disponibles para la acumulación
(Serfati, 2005).
Estas visiones son objetadas por varios marxistas. Cuestionan
el énfasis en el robo extra-económico en desmedro de la lógica del capital.
Advierten contra la presentación del sistema como un simple régimen de
dominación política. Recuerdan que Marx no estudió la acumulación primitiva
como un hurto para enriquecer a la burguesía. Buscó ilustrar el proceso social
expropiatorio de gestación del proletariado (Wood, 2007; Brenner, 2006). Los
críticos señalan que el capitalismo no debe ser analizado con criterios de
pillaje. A diferencia de los regímenes tributarios o esclavistas está regulado
por normas objetivas de competencia, ganancias y explotación (Ashman;
Callinicos, 2006).
Harvey estima que esas miradas subestiman el componente de depredación
del capitalismo contemporáneo y reafirma su presentación de la acumulación como
un proceso que combina confiscación económica y extra-económica. Pero no aclara
cuándo y cómo operan cada una de esas dimensiones (Harvey, 2006). La
sustracción de plusvalía y la expropiación por medio del pillaje eran evaluadas
de otra forma a principio del siglo XX. Hilferding postulaba una cronología
histórica de esos procesos. Consideraba que el saqueo fue característico del
colonialismo tradicional y la hegemonía del capital comercial. Señalaba que esa
modalidad decayó con la industrialización metropolitana y mantuvo poca
relevancia en el período posterior de proteccionismo y exportación de capital
(Hilferding, 2011).
Lenin y Luxemburg consideraban, en cambio, que la
depredación había reaparecido en la nueva etapa imperialista. Estimaban que las
guerras por el botín colonial recreaban los viejos escenarios de pillaje.
Muchas teorías pos-leninistas y pos-luxemburguistas mantuvieron esa visión sin
tomar en cuenta que fue formulada en un período bélico. Una reconsideración del
problema debería señalar la función secundaria del saqueo en las fases de
acumulación corriente y su gravitación central en las etapas bélicas.
La misma
distinción podría extenderse a las regiones de la periferia dominadas por
escenarios de guerra (Medio Oriente) o por contextos de explotación usual
(América Latina). Es cierto que la acumulación primitiva y de capital son
procesos concurrentes y no meras etapas del desarrollo histórico. Pero la relación
entre ambos procesos es muy cambiante en cada periodo y región.
Desarrollo
desigual y combinado
Trotsky coincidió con las caracterizaciones de Lenin y
Luxemburg sobre la guerra, el periodo imperialista y la polarización mundial.
Pero introdujo un concepto que permitió superar las contraposiciones
simplificadas de la periferia con el centro. Su noción del desarrollo desigual
y combinado situó el atraso de las regiones subdesarrolladas en el contexto del
capitalismo internacionalizado. Registró no sólo las asimetrías, sino también
las mixturas de formas avanzadas y retrasadas, en las formaciones que se incorporan
al mercado mundial.
El revolucionario ruso utilizó inicialmente un concepto
expuesto por varios autores (Herzen, Cherbychevsky) para ilustrar la mixtura de
modernidad y subdesarrollo vigente en Rusia. Luego combinó esa aplicación con
otras tesis (Parvus), que retrataban a la economía mundial cómo una totalidad
heterogénea e interconectada.
Con esa mirada ilustró la nueva amalgama del subdesarrollo.
La periferia ya no reproducía el expansivo modelo europeo, pero tampoco
mantenía las viejas modalidades feudales, serviles o campesinas.
Trotsky añadió al desarrollo desigual de Lenin un principio
de cursos combinados. Ilustró cómo la diversidad de ritmos de desenvolvimiento
es complementada por una mezcla de lo arcaico con lo moderno. Describió esta
novedosa articulación en su balance de la primera revolución rusa y completó la
teoría en su historia de la gesta bolchevique (Trotsky, 1975; Trotsky, 1972:
21-34).
El desarrollo desigual y combinado permite superar las
interpretaciones difusionistas y estancacionistas de la relación
centro-periferia. Refuta los mitos de la expansión gradual del modelo
occidental y desmiente la impresión opuesta de congelamiento pre-capitalista.
Subraya la preeminencia de mixturas al interior de una jerarquía imperial
(Barker, 2006).
Esta amalgama fue posteriormente denominada “heterogeneidad
estructural” y tuvo gran aplicación en el estudio de las economías
latinoamericanas que combinaban industrialización dependiente con latifundio
improductivo.
Trotsky brindó la explicación más completa de las
percepciones del segundo Marx sobre la India. Los ferrocarriles ingleses no
transferían al subcontinente asiático el desenvolvimiento augurado por El Manifiesto, sino que ensamblaban
crecimiento con inserción mundial subordinada.
El marxismo
endogenista utilizó el desarrollo desigual y combinado para describir cómo
se articulaban distintos de modos de producción (esclavismo, feudalismo y
capitalismo) en formaciones económico-sociales singulares.
Los teóricos del marxismo
exogenista recurrieron a la misma noción para estudiar cómo los patrones
internacionales de dependencia moldean a las economías semiindustrializadas.
Trotsky maduró su concepto en la lucha política contra las
tesis comunistas oficiales de la revolución por etapas. Cuestionó el
resurgimiento de la idea menchevique de un desarrollo burgués previo a
cualquier transformación socialista. Resaltó la inviabilidad de esa estrategia
en un mundo capitalista interconectado. El desarrollo desigual y combinado
constituyó el principal pilar de su estrategia de revolución permanente.
Sostuvo esa tesis contraponiendo el éxito del bolchevismo con el fracaso de la
revolución china (1925-27) (Trotsky, 2000; Demier, 2013).
Trotsky concibió su enfoque para economías intermedias,
viejas potencias o países con alta gravitación geopolítica. Propuso aplicarla
en Rusia o Turquía y era cauteloso en su extensión. No incluía a regiones
coloniales o de agudo subdesarrollo. Lo que valía para China o India no era aplicable
en África ecuatorial o Afganistán (Davidson, 2010).
Con esta misma mirada anticipó las peculiaridades de las
formaciones semiperiféricas, que en su época protagonizaban mutaciones
sustanciales. Junto a las viejas potencias (Francia, Inglaterra) desafiadas por
los nuevos países centrales (Estados Unidos, Japón, Alemania), otro segmento
mantenía un lugar indefinido (Rusia, Italia) o profundizaba su regresión
(Turquía, España). Esas potencias de segundo rango fueron 13 estudiadas
ulteriormente con los criterios del sub-imperialismo. El desarrollo desigual y
combinado aportó cimientos para esa indagación.
Cuestionamientos
y extensiones
Desde su formulación, el desarrollo desigual y combinado
suscitó numerosos debates. Todos reconocieron que esclarecía la evolución de
economías sometidas a la mixtura de modernización y atraso y ponderaron su
percepción de esas articulaciones (Vitale, 2000).
Pero otras aplicaciones resaltaron su semejanza con teorías
heterodoxas del catch up. Estos planteos subrayan las ventajas del país que
llegó tarde para asimilar las tecnologías disponibles. Asemejaron ese
“privilegio del atraso” con las ideas de Trotsky.
Pero el líder revolucionario conceptualizó la
industrialización fragmentaria de capitalismos tardíos señalando ventajas y
desventajas. Remarcó las contradicciones que entrañaba “llegar tarde”. Recordó
que Rusia se industrializó con mercados estrechos, endeudamiento exterior y
desastrosos compromisos militares.
El caso alemán aportaba otro ejemplo. Presionado por la
competencia anglofrancesa, el capitalismo germano se desenvolvió sin revolución
burguesa triunfante, bajo la bota de un estado militarizado. Ese prusianismo
desembocó en catastróficas presiones belicistas.
Trotsky no concibió el desarrollo desigual y combinado como
una categoría de la sociología o la economía heterodoxa. Buscaba demostrar las
posibilidades de protagonismo proletario en los capitalismos inmaduros.
Por esa razón señalaba que Rusia había generado una clase
obrera capacitada para consumar la revolución bolchevique. Ese dato era el
principal corolario de su teoría. En lugar de apuntalar una industrialización
burguesa más pujante, la amalgama rusa permitía concretar un ensayo anticipado
de socialismo (Bianchi, 2013).
Trotsky integró economía, política y luchas de clases en un
razonamiento anticapitalista. Elaboró su enfoque contra el positivismo
socialdemócrata y la estrategia de la revolución por etapas. Cuestionó las
propuestas de imitación del capitalismo central y las políticas de construcción
del socialismo en un solo país. Sus tesis eran totalmente ajenas al catch up.
En otros debates se ha destacado que el desarrollo desigual
y combinado es un mecanismo o una tendencia sin status de ley. Carece de lógica
predictiva y estrictos resultados derivados de fuerzas actuantes.
Esta performance metodológica del concepto es un tema
abierto, pero conviene recordar que nunca fue concebido para el universo de las
ciencias naturales. Está referido a fenómenos sociales, confrontaciones
políticas y resultados históricos dependientes de la acción humana. Clarifica
contradicciones sujetas al imprevisible desenlace de la lucha clases.
Otra discusión involucra el alcance histórico del principio.
Ciertos autores estiman que desborda el marco capitalista y permite entender
procesos pre-capitalistas. Lo utilizan para demostrar cómo la colonización
combinó procesos mercantiles con trabajo esclavo y explotación de los indígenas
(Novack, 1974). Otra ampliación hacia atrás lo aplica para retratar la
expansión territorial de la nobleza en sociedades feudales (Rosenberg, 2009).
Pero esta extensión olvida que sólo bajo el capitalismo los
actores económicos quedan envueltos en la red interdependencia requerida para
concretar el desarrollo 14 combinado. Los sistemas precedentes podían compartir
muchos rasgos, pero no las mixturas de desenvolvimiento industrial que
describió Trotsky. Solamente el capitalismo introduce la dimensión mundial
exigida para romper el aislamiento de las sociedades anteriores (Callinicos,
2009).
Conceptos
perdurables
Lenin, Luxemburg y Trotsky atribuyeron la polarización
mundial a la nueva etapa imperialista. Presentaron esa brecha como un efecto de
las disputas entre potencias por el botín colonial. Analizaron la confiscación
de la periferia en el contexto de las rivalidades mercantiles que condujeron a
la primera guerra mundial.
Los tres autores introdujeron nociones de gran relevancia
para el estudio de la relación centro-periferia. Lenin esclareció el desarrollo
económico desigual y la subordinación política que soportan los países
retrasados.
Luxemburg retrató las obstrucciones económicas estructurales
que padecen esas naciones y anticipó tendencias de la acumulación por
desposesión. Trotsky puso de relieve las contradicciones peculiares de los
países intermedios afectados por el desenvolvimiento combinado. Estas teorías
fueron expuestas en estrecha conexión con estrategias socialistas.
Las ideas de los tres revolucionarios tuvieron gran impacto
en la segunda mitad del siglo XX. Pero las modificaciones que registró el capitalismo
durante ese periodo modificaron el pensamiento marxista.
En nuestro próximo texto estudiaremos cómo se abordó la
problemática centro-periferia en la posguerra 9-4-2016
Resumen
En un escenario de guerras y polarización económica, Lenin,
Luxemburg y Trotsky introdujeron nuevos conceptos para comprender la relación
centro-periferia. Polemizaron con las justificaciones del colonialismo y
discutieron derechos de auto-determinación nacional que anticiparon el
antiimperialismo contemporáneo.
Lenin atribuyó la fractura entre países avanzados y
retrasados al desarrollo desigual y esclareció las causas endógenas y exógenas
de esa brecha. Inscribió el subdesarrollo en una teoría del imperialismo
referida al contexto bélico de su época. Ese condicionamiento es olvidado por
muchos intérpretes.
Luxemburg demostró la necesidad de la periferia para el
centro y retrató obstrucciones estructurales al desenvolvimiento de las
economías atrasadas. Los teóricos de la acumulación por desposesión retoman su
enfoque y debaten la relación entre la depredación y la acumulación corriente.
Trotsky añadió una teoría del desarrollo desigual y
combinado para ilustrar las nuevas mixtura de atraso y modernidad. Superó
simplificaciones y refutó mitos de universalización del desarrollo europeo. Su
concepto tenía propósitos socialistas, es ajeno al catch up y no sería
aplicable a sociedades pre-capitalistas.
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