- “…leer las lecturas sobre Marx no es jamás simplemente seguir
comentario tras comentario, ni dedicarse a anotar en los márgenes, sino que es
forzosamente reencontrar la cuestión central de la transformación del mundo, a
la luz de las dimensiones teóricas y políticas que lo componen.”
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Gilles Deleuze, Michel Foucault & Louis Althusser ✆ Mariano Mancuso
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Isabelle Garo | Michel
Foucault, Gilles Deleuze y Louis Althusser, filósofos franceses pertenecientes
a la misma generación, son todavía, al día de hoy, muy leídos en todo el mundo
(especialmente en el caso de los dos primeros). A través de muchas de estas
lecturas se afirma la actualidad y fecundidad política de la tesis que opone la
micropolítica a todas las perspectivas globales de abolición del capitalismo. A
menudo olvidando que el trabajo de los tres encaja con precisión en su propio
tiempo, tanto desde el punto de vista teórico, como político, pero que su
transposición a circunstancias diferentes no es para nada algo obvio. Mi
hipótesis es que en su relación con Marx, el marxismo y la cuestión del
comunismo podemos comprender, y a la vez interrogar de manera crítica, la
actualidad de estos tres filósofos. Porque son estas relaciones las que los
condujeron a la elaboración de obras pujantes y originales, que se presentan
como una transposición teórica de una relación activa, pero desplazada, de la
filosofía con la política.
En efecto, al mismo tiempo que ellos se desmarcan
continuamente del marxismo y del comunismo, construyen con relación a este
punto central su propia y elíptica trayectoria, y contribuyen con esto a hacer
de Marx una referencia teórica, entre otras. Estos filósofos mantienen y
reafirman la importancia de la teoría y de la política, pero lo hacen a través
de una mezcla de reconocimiento íntimo, y de rechazo a la vez, a la referencia
de Marx. Esta relación está presente en las obras más características de
Foucault, Deleuze y Althusser, emparentadas en esto, y es también lo que las
distingue
dentro del contexto de la Francia de los años 1960-1990.
La filosofía en lugar
de la política
Estas tres lecturas de Marx son también, y sobre todo, la
ocasión para una confrontación con la cuestión comunista en un sentido amplio.
Ellas se inscriben en efecto en el horizonte de una transformación social y
política de gran amplitud, en el momento en que comienza la crisis económica,
en los años 1970, que se cobra el cheque de las políticas de inspiración
keynesiana y abre otra coyuntura ideológica y política. Haciéndose eco de esta
historia, mientras buscan traducirla en sus propias palabras, estas obras
tratan de producir al mismo tiempo una redefinición radical del compromiso
intelectual, lejos del Partido Comunista y en contra de las opciones que fueran
señaladas por Sartre. Y desde este ángulo van a participar de la mutación del
panorama político francés.
Es por eso que más allá de aquello que distingue a estos
filósofos entre sí, podemos encontrar algunos parentescos sorprendentes,
préstamos recíprocos, referencias filosóficas cruzadas, temáticas y objetos
comunes: crítica del humanismo y del sujeto, crítica de la racionalidad y de la
representación, denuncia de la dialéctica y antihegelianismo virulento,
teorizaciones sobre el deseo y la sexualidad, promoción de la autonomía, auge
de temáticas autogestionarias y de la crítica del Estado, redefinición de los
explotados en tanto que excluidos, promoción de un análisis “molecular” del
poder y de la micropolítica, crítica generalizada del compromiso político
tradicional y de las organizaciones sindicales y políticas, estetización y
sofisticación creciente del discurso filosófico. Althusser, al principio muy
alejado de estas concepciones, con el tiempo va a acercárseles fuertemente,
al menos en algunos puntos esenciales. Este tipo tan particular de
convergencia, de la mano de una gran diversidad de tesis producidas, que a
veces mantienen diferencias fundamentales entre ellas, certifica que
estas filosofías se conectan todas, a través de diversas mediaciones, con el
intenso debate público del momento. De ahí es que extraen algunas de sus
preocupaciones teóricas principales, sin que eso sea incompatible con una alta
tecnicidad filosófica o con una fuerte preocupación por singularizar estilos y
conceptos de su escritura. Por lo tanto, para abordar las lecturas que estos
teóricos tienen de Marx, se debe transgredir ese tabú que siempre aparece como
un poderoso lado “prohibido” para la filosofía, ya sea académica o crítica: el
reintegro de ésta en su propio contexto histórico.
Por ello es que vamos a proceder a un análisis
deliberadamente politizante e historizante de las lecturas sobre Marx
producidas por estos tres filósofos de una misma generación, sin conceder nada
al determinismo, que se presume marxista y que pretende deducir y reducir de
manera simplificada un discurso teórico a partir de su posición histórica y
social. En contraste con este método, basta con señalar que estos autores son
también, y sobre todo, actores del período, ya sea como teóricos creadores de
tesis que han sido luego ampliamente difundidas y discutidas, pero también en
este caso, como activistas que son a la vez profesionales integrados a
instituciones con cierto poder social y cultural. Como resultado, es a partir
de la cuestión del compromiso del intelectual que se ilumina ese período, y que
se constituye el origen inmediato de nuestro mismo presente, aunque como
veremos, hoy vuelve a modificarse nuevamente.
Se trata de establecer un diálogo crítico y polémico con los
tres, lo que al mismo tiempo implica la ocasión de romper con esa actitud
aparentemente antidogmática y “respetuosa” que consiste en anexar sin
escrúpulos unos pensamientos a otros, uniendo referencias que en realidad son
incompatibles. En lugar de prolongar a Marx en Foucault o Deleuze, añadiendo
algunos comentarios de Lefort, o una cita de Arendt por si acaso, se trata, al
contrario, de poner de relieve los puntos de vista originales y coherentes con
los que critican el marxismo para someterlos a la crítica. La persistencia de
un pensamiento de tipo marxista hoy, y su posible renovación, tiene mucho que
ganar mediante la confrontación con estas obras, y con poner en movimiento, al
mismo tiempo, su propia definición, sin fingir un acuerdo preestablecido.
A través de la hipótesis de que la relación crítica con Marx
constituye el pivot de las obras de Foucault, Deleuze y Althusser, es
que se ilumina una dimensión política de la filosofía, que no va acompañada de
una tematización acorde, sino incluso a menudo de la negación de ésta, y que
tampoco conlleva la forma de una constitución de una filosofía política
propiamente dicha. El adjetivo “político” califica aquí, después de todo, como
un tipo bien específico de intervención: la elaboración y la difusión de un
discurso teórico ambicioso e innovador que se sitúa inmediatamente sobre el
terreno de las cuestiones sociales y políticas contemporáneas, sin producir por
lo tanto un análisis sobre estas cuestiones. Y es justamente su carácter de
“intervención en situación” que exige, para aparecer como tal, colocar o
recolocar estas filosofías en su contexto preciso. Aparece así, un rasgo que
llama la atención, que es que la filosofía francesa de este período no existe
ciertamente como una escuela, pero que la aparición de nuevas cuestiones
teóricas compartidas entre sí, y que los alejan de sus predecesores, constituye
un terreno común constitutivo de ella.
Por lo tanto, en razón misma de su orientación histórica, la
relectura de Foucault, Deleuze y Althusser, es un trabajo que encuentra su
razón de ser en el presente. Incluso bajo este ángulo indirecto, que es la
lectura sobre Marx producida por los tres filósofos, se verifica que Marx
decididamente no es un autor como otros: reencontrar su pensamiento y explorar
su obra, es siempre y en el mismo movimiento, confrontar con la cuestión
política y enfrentar las lecturas anteriores que ayudaron a dar forma al
paisaje intelectual y político del presente. Recíprocamente, leer las lecturas
sobre Marx no es jamás simplemente seguir comentario tras comentario, ni
dedicarse a anotar en los márgenes, sino que es forzosamente reencontrar la
cuestión central de la transformación del mundo, a la luz de las dimensiones teóricas
y políticas que lo componen.
El retorno del debate
y la urgencia de alternativas al capitalismo
La configuración ideológica y política del presente es la
heredera directa de tendencias manifestadas en la década de 1960, que se
impusieron plenamente y se volvieron verdaderamente visibles recién veinte años
más tarde. La inestabilidad creciente de este paisaje heredado llama a revisar
esta historia reciente a la luz de la situación de crisis generalizada que
caracteriza el momento actual. En el contexto del derrumbe de la experiencia
histórica nacida en 1917, asistimos a la crisis del capitalismo contemporáneo,
que se expande sin cesar, que abarca todas sus dimensiones, incluyendo aquella
de sus ideas y representaciones en un sentido amplio. Desde finales de la
década de 1960, para cierto punto de vista, incluso entre aquellos que se
proponen desafiarlas, es habitual considerar que la crisis no llega a tocar a
las ideas que hacen a la legitimación del capitalismo.
Este diagnóstico está en tren de perder su carácter de
evidencia: aunque aún de manera relativa, la crisis actual afectará de aquí en
adelante también las ideas dominantes, y notablemente su matriz neoliberal
devenida hegemónica a partir de la década de 1980. En los últimos años podemos
constatar el desarrollo de lo que se ha convenido en llamar “pensamientos
críticos”1, así como la presencia más marcada del pensamiento marxista, cuya
producción aún es menos sistemática. Esto puede querer decir que está a punto
de cerrarse una secuencia histórica, a la vez teórica y política, que se
instaló en la década de 1970 y que se caracterizó por el retroceso de las
luchas sociales y la debacle de las alternativas políticas radicales.
Recíprocamente, la otra cara del diagnóstico sobre la crisis
también debe ser interrogada. Se ha vuelto parte del sentido común
caracterizar el momento como de derrota del movimiento obrero y de las
alternativas al capitalismo. También se ha vuelto clásica la idea de que en
este paisaje devastado, solo teóricos críticos no marxistas han constituido un
polo de resistencia en este período, buscando renovar las condiciones para una
intervención política de izquierda, abandonando sus formas clásicas que habrían
entrado en una declinación fatal. O esta doble afirmación siempre fue
incorrecta, o lo es ahora. En contra de la idea generalizada de que esto sería
una simple constatación de los hechos, debe tenerse en cuenta la naturaleza
partidaria de esta representación, y de este diagnóstico, y el sesgo de su
carácter político, generalmente negado, para poder detener los efectos teóricos
y políticos que tienen estas voluntades políticas presentadas como causas que
se imponen. Dicho de otro modo, antes que partir de la afirmación de una
derrota social y política, que está lejos de ser lineal y general, y que es más
bien resultado de retrocesos acumulados e interiorizados como hechos
históricos, es necesario analizarla en su larga duración: la derrota pensada
como una fatalidad histórica para las clases populares y sus fracciones más politizadas,
pero también, y especialmente, una derrota teórica que se impone como una
necesidad implacable para los intelectuales, que conduce obligadamente al
abandono de toda perspectiva de transformación y a la desaparición de las
fuerzas sociales capaces de llevarla adelante. Ahora el recomienzo relativo de
la protesta social y la contestación política, viene a invalidar tal
conclusión, y supone a la vez un desafío en donde proyectos y ruinas se mezclan
inextricablemente.
En este plano, ¿las ideas se combinan extrañamente con las
prácticas o las cosas están definitivamente en tren de cambiar? Por una parte,
en efecto, las ideas dominantes van de mal en peor en sostener una base
electoral firme, y más generalmente, conquistar la opinión pública de forma estable,
donde amplios sectores se mantienen hostiles a las políticas de contrarreforma
liberal en curso, aunque aún son incapaces de obstaculizarlas. Por otra parte,
el estallido y la despolitización de la escena intelectual francesa de
izquierda está pasando ya; esa propensión a hacer de su impotencia una elección
y de la derrota una estética, han dejado en gran medida de alimentar la ilusión
de novedosas vías micropolíticas, tan caras a Foucault y Deleuze, que se
creyeron aptas para proponerse como una alternativa a la alternativa comunista.
Asistimos ahora, no ciertamente a un auge de teorizaciones críticas globales
como tales, pero sí a una investigación creciente acerca de las vías sociales y
políticas de ruptura con el capitalismo, aunque difusas, y precisamente por
esto mismo, requerimos que estas teorías vayan asociadas a una renovación de
las luchas sociales y políticas.
El retorno de la
teoría y la política
Del lado de las clases dominantes la paradoja es que la
desaparición del adversario, por la desaparición de la URSS, pero también por
la debacle de los partidos comunistas y el completo abandono ideológico de la
socialdemocracia en el capitalismo neoliberal, amenazan el cuadro conceptual de
una revancha neoliberal que se alimenta de la demonización de sus adversarios.
La fecundidad de la oposición totalitarismo/democracia se ha terminado: poco
clarificadora para pensar el presente, no ofrece más un programa de lectura
pertinente y movilizadora, y es incapaz de presentar otra perspectiva que no
sea la amplificación de las catástrofes sociales y ecológicas en curso,
cediendo el paso a la doctrina del “choque de civilizaciones”, y sus
concretizaciones policiales y guerreras. La potencia regresiva de una
combinación tal no tienen equivalentes históricos: el liberalismo
contemporáneo, a la vez victorioso y en crisis, parece que está dispuesto a
revivir su peor pasado2.
Frente a esta crisis de una ideología neoliberal tan
estrecha e inadecuada para cumplir su propia función, se revela más crudamente
su cinismo e instrumentalización al servicio de las clases dominantes, en un
momento en que está en discusión la legitimidad del modo de producción. Es
lógico en este contexto que crezca la necesidad de un pensamiento crítico
radical que tenga al capitalismo como su blanco de ataque. Tal pensamiento no
se puede hacer sin referencia a Marx, tanto desde el punto de vista del
análisis, como en términos de movilización política. El marxismo, por supuesto
no ha desaparecido jamás, pero también debe remontar su crisis específica, para
revitalizar su dimensión de intervención crítica y política. La relación entre
la teoría y la política vuelve a estar en el frente de la escena como una
cuestión profunda y urgente, que es imposible no tratar, a riesgo de volver
obsoleto el compromiso político, y forzosamente dogmática a la teoría.
Así, las líneas incrustadas en el paisaje
ideológico-político comienzan a moverse un poco para que sea más visible y
menos implacable el horizonte plano de los años glaciares, aunque la batalla
solo se ha reanudado. El relativo retorno a la movilización social en este
momento no conoce ni conocerá ningún crecimiento lineal. Incluso podemos
predecir que va a tener que soportar todos los giros y vueltas, todos los
fracasos también, de una recomposición política de la izquierda que se anuncia
lenta y difícil.
Es por esto que es importante hoy interpelar de nuevo ese
diagnóstico de la derrota, tantas veces complaciente, especialmente en aquellos
cuya trayectoria intelectual ha abrazado exactamente la curvatura de la
secuencia histórica del período. Por lo tanto, el pensamiento crítico
contemporáneo debe hacer con urgencia un inventario de su propia historia, resolviendo
esa tensión interna entre la “liberación” de las teorías globales, por un lado,
y la búsqueda de alternativas al capitalismo, por otro, si es que quiere
recuperar su vitalidad y reanudar una relación más fructífera y ofensiva entre
la política y la historia. Si dejamos de lado el caso complejo y singular de
Althusser, la filosofía nacida en la década de 1960 fue capaz de explorar
nuevos terrenos de investigación y generar ideas creativas, que el marxismo no
siempre percibió correctamente, y que incluso varias veces rechazó. Pero ella
también ha concedido a su enemigo el cuadro y las condiciones políticas de su
propia definición, procediendo a la liquidación sin reemplazo de sus propios
puntos de referencia heredados, sin conseguir inventar una alternativa nueva.
No ha sido capaz de producir un verdadero análisis histórico del período en que
se originó, que sigue reclamando todavía un pensamiento crítico y subversivo.
En la década de 1960 se instaló en un terreno conceptual y cultural de abandono
de la elaboración de mediaciones políticas, al mismo tiempo que de saberes
totalizantes acerca de un capitalismo decididamente global. Paradojalmente, las
resurgencias actuales provienen de una profunda ignorancia de la historia, al
mismo tiempo que de la búsqueda de alternativas para la supresión del
capitalismo. En este plano, el marxismo tiene que demostrar de nuevo la prueba
de su propia capacidad de análisis e intervención estratégica, enfrentando el
ángulo muerto de las filosofías francesas de los años 1960-1990.
Notes
1. Razmig Keucheyan, Hémisphère gauche – une
cartographie des nouvelles pensées critiques, París, Zones, 2010.
2. Cf. Domenico Losurdo, Controstoria del liberalismo,
Bari-Rome, Laterza, 2006.
|
Foto: Isabelle Garo |
Isabelle Garo es profesora de
filosofía (París) y presidenta de las GEMA (edición de las obras completas de
Marx y Engels en francés). Es miembro de los comités editoriales de las
revistas ContreTemps y Europe. Autora, entre otras obras, de Marx
et l’invention historique (2012) y de L’Or des images: Art – Monnaie
– Capital(2013). Este artículo es una versión resumida y actualizada
especialmente por la autora de la Introducción al libro 'Foucault, Deleuze,
Althusser & Marx', París, Demopolis (2011). Traducción del francés por Gastón Gutiérrez