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Ernesto Laclau ✆ Bob Row
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Soledad Stoessel |
El propósito de este artículo es analizar las categorías de hegemonía, antagonismo
y populismo desarrolladas a lo largo de la obra de Ernesto Laclau. La hipótesis
que atraviesa el trabajo sostiene que cada una de estas nociones funciona
desplazándose entre diferentes campos analíticos, e incluso superponiéndose.
Distinguir los usos de esas categorías –en el campo ontológico, óntico e
identitario– permitirá colocar en el centro del debate discusiones relacionadas
a la institución del orden social, la constitución de los sujetos políticos y
de las identidades colectivas.
La preocupación por el orden social y su reverso, el
conflicto, ha sido una de las mayores obsesiones teóricas de las ciencias
sociales, generando en las últimas décadas diversos desarrollos teóricos que
han sido caracterizados como postestructuralistas y postfundacionales1. La
teoría y filosofía políticas contemporáneas complejizaron la discusión y
reflexión acerca del orden social y el conflicto ampliando las mismas hacia
nociones tales como hegemonía, antagonismo, discurso, identidad y sujeto, e incorporando
debates provenientes de otras disciplinas. En este contexto, el presente
artículo se propone centrar la mirada en el andamiaje teórico-analítico
construido por el teórico argentino Ernesto Laclau, considerado uno de los
fundadores y referentes de la teoría política post-marxista2.
Desde mediados de los años setenta hasta la actualidad, la
vasta y compleja obra de Laclau estuvo permeada por los debates intelectuales y
políticos que se suscitaron en cada período, lo cual se reflejó en el entramado
conceptual y en las discusiones que sus textos recuperaron. No obstante, un
hilo argumentativo que atraviesa la totalidad de sus trabajos es la vinculación
de las categorías de “hegemonía”, “antagonismo” y “populismo” para explicar la
institución del orden social, la constitución de sujetos políticos y la
emergencia de identidades colectivas. Desde su primera obra Política e ideología en la teoría marxista
3 hasta su último libro Debates y
combates 4 estas categorías han sido la referencia principal de su
perspectiva teórica, a la que incorporó los aportes de diversos enfoques y
tradiciones –además del marxismo, base de su planteamiento teórico– como el
psicoanálisis lacaniano, la lingüística, el estructuralismo, la retórica y la
filosofía analítica de inspiración wittgensteniana.
La hipótesis teórico-analítica que sustenta el artículo y
ayudará a ordenar las distintas dimensiones y problemáticas que entrañan estas
categorías sostiene que la “hegemonía”, el “antagonismo” y el “populismo”
operan en la obra del teórico argentino en tres campos analíticos diferentes:
el ontológico, óntico e identitario5. En este punto se retomó la distinción
entre “lo ontológico” y “lo óntico” de la filosofía de Martín Heidegger para
hacer referencia a la dimensión instituyente e instituida –respectivamente– del
orden social. Es a través de lo óntico –la materialización de lo ontológico–
que se logra aprehender la forma en que se despliega la dimensión instituyente.
Para diferenciar es tos campos, se consideró necesario retomar la distinción
que propone Retamozo 6 para comprender cómo funcionan estas nociones en la obra
de Laclau: por un lado, cada una de ellas puede ser entendida como una
categoría que opera con una “lógica formal teórica que propone herramientas
para el abordaje analítico de fenómenos”7; por otro lado, pueden ser pensadas
como conceptos, es decir, como “diferentes contenidos posibles que adquiere una
categoría implementada en la reconstrucción de un proceso particular y en
función de una problemática específica”8.
En efecto, algunos de los equívocos en el debate sobre los
aportes de Laclau se producen por no diferenciar los campos –usos de los
conceptos– en que dichas nociones intervienen y que muchas veces en la obra del
autor se desplazan, superponen y confunden9. Este ejercicio analítico
contribuirá a colocar en el centro del debate ciertas discusiones en torno a la
institución del orden social, la constitución de los sujetos políticos a partir
del conflicto y la elaboración de proyectos políticos en torno a las
identidades colectivas.
El artículo se estructura en cuatro secciones. En primer
lugar, se introducirán algunas coordenadas teóricas en las que se enmarca la
teoría postfundacional de Laclau. En la segunda sección, se realizará un
análisis de la noción de hegemonía, distinguiendo los tres campos en los que
opera en la obra laclauniana y haciendo hincapié en la batería de conceptos que
a ella se vinculan, como los de articulación, discurso, significante y frontera
antagónica. En la tercera, esta indagación permitirá abordar la cuestión del
antagonismo como condición de (im)posibilidad del orden social y de todo
intento hegemónico por estructurar (y destituir) el orden. En cuarto lugar, se
reconstruirá el debate en torno al populismo en tanto lógica política que
atraviesa los procesos políticos contemporáneos.
1. “Postmarxismo sin pedido de disculpas”:
repensando el orden social
En las últimas décadas, proliferaron múltiples debates en
torno a la forma en que la teoría política contemporánea ha venido concibiendo
al orden social, la sociedad, lo político, la política y el conflicto10. Una de
sus corrientes, el pensamiento post-fundacional11 cuestiona la existencia de un
fundamento último y necesario de la sociedad dado que, desde este enfoque, ésta
se asienta en un terreno caracterizado por una contingenciaradical12, lo que no
significa desconocer que todo orden social, situado en un tiempo y espacio
determinados, se instituye a partir de específicos principios. En efecto, la
distinción entre “lo político” y “la política”, como se verá más adelante,
constituye el síntoma de la ausencia de un fundamento que explique el orden
social, aunque eventualmente se pueden identificar los principios que han
determinado, en última instancia, los diversos ordenamientos sociales: por
ejemplo, la propiedad privada y la libertad económica rigieron las sociedades
liberales occidentales de principios del siglo XX; la igualdad social y la
propiedad comunitaria marcaron el orden social soviético de las primeras
décadas del siglo XX; la globalización mercantil ha venido gobernando a las
sociedades regidas por el modelo neoliberal.
Esta premisa acarrea un conjunto de implicancias
conceptuales, teóricas y políticas dado que cuestiona los esencialismos,
determinismos y “fatalismos” condensados en muchas de las perspectivas teóricas
que postulaban como una necesidad histórica –y en muchos casos continúan
haciéndolo– un destino irreversible para las sociedades –por ejemplo, la
sociedad de mercado, según la teoría (neo)liberal; la sociedad sin clases,
desde el marxismo ortodoxo–. El enfoque desarrollado por la teoría
post-fundacional, por el contrario, se interroga por los modos en que se
constituyen y al mismo tiempo, se reconfiguran los ordenamientos sociales,
prescindiendo de pronunciarse a priori acerca de los resultados de estas
acciones así como de los sujetos que las encarnan. En efecto, el contenido de
estos fenómenos debe ser el objeto de estudio de un análisis social y político
situado.
La polémica frase de Laclau “la imposibilidad de la
sociedad”13 condensa un conjunto de interrogantes y disparadores teóricos: la
sociedad es imposible porque estructuralmente está fallada, la determina un
exceso de sentido –el “campo de la discursividad”– que amenaza constantemente
con irrumpir en ella, dislocarla y volver a configurar un nuevo orden. Por lo
tanto, la sociedad es ontológicamente imposible, es pura contingencia, aunque
regida, durante lapsos de tiempo, por principios y sentidos que intentan
dominarla y estructurarla. Pues si la sociedad es imposible, ¿cómo es
susceptible de ser nombrada? Es aquí donde Laclau propone la idea de “lo
social”, aquel terreno de prácticas sedimentadas –aunque necesariamente
contingentes–, instituidas, materializadas, cuyos orígenes han sido olvidados y
naturalizados. Este orden de “lo social” será cuestionado y desestabilizado por
la intervención de “lo político”, el momento de reactivación e institución,
para hablar en términos del filosofo E. Husserl. Este momento otorgará a lo
social una dimensión contingente, desnudando la aparente necesariedad del orden
social.
Lo político, desde la perspectiva de Laclau, constituye la
instancia ontológica de lo social desde el momento en que opera a través de una
articulación de decisiones contingentes, fijando sentidos y conduciendo a la
sedimentación de las prácticas. Lo político intervendrá y dará forma a lo
social a través de la materialización de dicha operación, lo que Laclau
denomina “la política”. En palabras del autor, “cuando el proceso de
institución a partir de lo político ha sido exitoso, y avanza el olvido de la
contingencia, el sistema opera con una lógica delimitada por el acto hegemónico
fundacional”14. Esta lógica es el momento de la política entendida como la
administración de lo dado, de lo instituido, es la instancia óntica en la que
se materializan las prácticas e instituciones. Esta precariedad del orden se
debe precisamente a que lo social se estructura por y a través de un doble
movimiento de fijación/desfijación de sentidos, por lo tanto, es contingente y
no está dado a priori. Por último, este trasfondo sobre el que opera lo
político también genera las condiciones para la constitución de los sujetos
políticos y las identidades colectivas.
La primacía insoslayable que tendrá lo político sobre otras
dimensiones –lo económico, lo socio-cultural, lo ideológico– pone de manifiesto
la ruptura que entraña la perspectiva laclauniana con las dicotomías rígidas
que habían caracterizado a los paradigmas marxistas, como
estructura-superestructura; necesidad-contingencia;
particularidad-universalismo, tanto desde la teoría desarrollada por el propio
Marx hasta el marxismo de corte althusseriano. Según Laclau y Mouffe, “ni la
concepción de la subjetividad y de las clases que el marxismo elaborara, ni su
visión del curso histórico del desarrollo capitalista, ni desde luego la
concepción del comunismo como una sociedad transparente de la que habrían
desaparecido los antagonismos, podría sostenerse hoy”15.
2. Hacia una
teoría de la hegemonía: articulación, discurso, significante y fronteras
antagónicas
El análisis de la noción de hegemonía es una tarea central
tanto por la expansión del uso del vocablo en contextos mediáticos y políticos,
como por su frecuente utilización en teorías políticas y sociológicas que
raramente recurren a una sólida teorización. Así, si bien hegemonía constituye
una palabra presente en el vocabulario sociológico, los tratamientos
exhaustivos y rigurosos de la categoría son pocos 19. Laclau y Mouffe afirman
que el concepto se inició en el discurso marxista de manera ad hoc, como una
herramienta provisional destinada a remendar las anomalías halladas en la
teoría marxista clásica. Con la crisis del paradigma marxista hacia fines del
siglo XX, se abre, para los autores, la posibilidad de repensar en términos
epistemológicos y políticos la noción de hegemonía ante los desafíos de
construir un proyecto político en términos de luchas y alianzas de clase en un
contexto de transformaciones, nuevas contradicciones y profundas fragmentaciones
sociales. Ahora bien, ¿qué es la hegemonía para Laclau?
Como una primera forma de aproximarse, se puede sostener que
es la relación “por la cual una cierta particularidad asume la representación
de una universalidad totalmente inconmensurable con ella”20, o, la “relación por la que un contenido particular
pasa a ser el significante de la plenitud comunitaria ausente”21. Esta
definición de hegemonía puede adoptarse tanto para comprender la constitución
del orden social como la de los sujetos políticos y las identidades políticas
porque se puede pensar en términos de “lógica política”, es decir, como un modo
de racionalidad política que establece campos de representación de acuerdo a
determinados recursos y reglas. La tensión –irresoluble– entre universalidad y
particularidad será una lógica que intervendrá en cualquiera de estos
fenómenos. Precisamente diferenciar los usos de la categoría de hegemonía ayuda
a comprender a qué procesos políticos el análisis está prestando atención.
a. Hegemonía como
la lógica política de las sociedades contemporáneas
Es necesario remitirse a la distinción que se realizó
anteriormente entre “lo político” y “la política” para comprender el uso
ontológico de la noción de hegemonía. Como el orden social está intrínsecamente
dislocado, fallado y reviste de un exceso de sentido, es, desde esta
perspectiva, la lógica hegemónica la que interviene para intentar suturar ese
orden, darle un cierre –aunque precario-, “domesticar la infinitud”22. Para
ello, la práctica hegemónica requiere de una operación articulatoria, es decir,
una práctica que recompone en una unidad diversos elementos cuya identidad se
modifica como resultado de esa práctica. En palabras de los autores, “a la
totalidad estructurada resultante de la práctica articulatoria la llamaremos
´discurso´”23, es decir, una totalidad que reviste de sentidos y al mismo
tiempo los produce 24.
Todo elemento articulado por la lógica hegemónica –estos
elementos pueden ser demandas, proyectos, identidades, etc. – en una totalidad
discursiva adquiere su sentido sólo por la diferencia con otros elementos, a
los que Laclau ha dado el nombre de significantes25. El carácter precario de
éstos abrirá el campo de posibilidades en la medida en que la práctica
hegemónica seleccionará cuáles de ellos se articularán en una unidad,
dotándolos de determinados contenidos. Según Laclau, toda articulación
hegemónica requiere de la producción de fijaciones parciales que detengan el
flujo de las diferencias anudando de este modo el discurso. Laclau retoma la
lectura lacaniana e introduce la problemática de los significantes relacionados
con la lógica de la equivalencia y la lógica de la diferencia, ambas
subyacentes a toda relación y proceso hegemónicos. La lógica de la diferencia
constituye el modo político en que se procesan de forma aislada elementos
heterogéneos y parciales, logrando que éstos conserven sus particularidades.
La lógica de la equivalencia, por su parte, es un momento a
partir del cual demandas particulares se articulan en un todo, enfatizando en
lo que ellas tienen en común: su oposición hacia un Otro. La construcción de
una frontera antagónica es la condición sine qua non para que la relación
equivalencial se mantenga y la identidad de cada elemento no se diluya en su
particularidad, tal como ocurre cuando interviene la lógica de la diferencia.
Es la común oposición hacia el Otro lo que primero los aglutina; no es un
contenido positivo que ellos tendrían dado a priori, sino su común obstáculo,
este rasgo de negatividad, lo que les permite equivalerse.
Laclau sostiene que la lógica que rige la relación entre
significado y significante puede ser traspolada al vínculo entre particularidad
y universalidad, es decir, a la relación hegemónica. Si, siguiendo al autor,
los significantes en sí no poseen significado, y es otro significante el que
otorga su sentido, la lucha por imponer el significante fijador de significado
es la lucha por la hegemonía. Ésta puede existir en la medida en que se
despliegue un proceso de fijación mediante el cual un significado hegemoniza un
significante en detrimento de otros potenciales significados. A su vez, este
significante hegemonizado se caracterizará por la tendencia a vaciarse
nuevamente para poder ser recapturado por otros significados26. En palabras del
autor, “son significantes que no tienen
ningún vínculo necesario con un contenido preciso, significantes que
simplemente nombran el reverso positivo de una experiencia de limitación
histórica (…) pueden en diferentes momentos identificarse con los objetivos sociales
o políticos de varios grupos divergentes”27.
b. Hegemonía como
una lógica política
El desplazamiento del concepto de hegemonía en tanto
condición de posibilidad para la institución del orden social hacia un registro
óntico se produce en dos aspectos. El primero reposa en la siguiente pregunta:
¿es el vínculo hegemónico, tal como lo concibe Laclau, el único susceptible de
estructurar el orden social? El segundo aspecto remite a los siguientes
interrogantes: ¿Con qué criterio los discursos estructuran lo social? ¿Cómo se
lleva a cabo la selección de los significantes que formarán parte de la cadena
equivalencial con vocación hegemónica? Si en el registro ontológico, la
hegemonía aparecía como la lógica política a partir de la cual todo orden
social se instituía y destituía al mismo tiempo, en algunos pasajes de las
obras de Laclau se puede identificar un desplazamiento.
El uso óntico del concepto de hegemonía remite a lo que
Arditi denominó “post-hegemonía”28, es decir, “modos de pensar y hacer política
que no se ajustan a lo que prescribe la teoría de la hegemonía”29. En algunos
pasajes de sus textos, Laclau sostiene que “hegemonía es, simplemente un tipo
de relación política; una forma, si se quiere, de la política”30, es decir,
cabe pensar la posibilidad de la existencia de otras lógicas que operen e
intervengan en lo social. Indagar en cómo las relaciones sociales se
estructuran al interior de un ordenamiento social pueden derivarnos a terrenos
donde no necesariamente prime la lógica hegemónica. La relación representativa
entre universalidad y particularidad, en este sentido, no es el único vínculo
posible para la construcción de relaciones sociales, identidades políticas e
instituciones. Si fuera así, entonces ¿cómo se podría pensar las lógicas corporativas,
electorales, institucionalistas, entre otras, que operan como forma de la
política? Este problema no encuentra una respuesta en la obra de Laclau, ya que
oscila entre la concepción de la hegemonía como “el terreno mismo en que una
relación política se constituye verdaderamente”31 y la hegemonía como una de
las tantas lógicas que operan, desde elmomento en que el ordenamiento se
disloca, se instituyen fronteras antagónicas y los significantes comienzan a
vaciarse de contenido.
En este sentido, la hegemonía como una forma –entre otras
posibles– en que se instituyen las relaciones sociales, nos remite al segundo
aspecto. A priori, es imposible conocer qué significantes –demandas, imágenes,
símbolos, identidades, nombres– serán articulados equivalencialmente en una
cadena que se proyecte a ocupar el lugar de la universalidad, tal como el
vínculo hegemónico exige. Como los significantes tienden al vaciamiento, y en
algunas ocasiones, al “flotamiento”, se vuelve muy problemático establecer
cuáles y con qué significado formarán parte de la cadena. Precisamente esta
contingencia de la relación dependerá no sólo de las condiciones sociales,
económicas y políticas en un momento determinado sino de la correlación de
fuerzas en una coyuntura dada, y es aquí donde reside uno de los vacíos
teóricos de la obra de Laclau. No obstante, como se verá, la indagación del
autor en el tema del populismo abrirá una posibilidad para dar cuenta de esta
problemática, al sentar las bases para el estudio de la conformación de identidades
políticas, especialmente la populista.
c. La identidad
en clave hegemónica
Si en el registro óntico el interrogante giraba en torno a
cómo una lógica hegemónica puede efectivamente operar al interior de un
ordenamiento social, en el terreno identitario también se incurre en un
desplazamiento de registro: ¿quiénes son los que llevan a cabo una práctica
articulatoria y aquellos cuya identidad se forjó a partir de relaciones
hegemónicas? En las notas anteriores se revisó el modo en que dicha práctica funciona
en la institución del orden social, pero la teoría no explicita los sujetos
–clases sociales, “clases fundamentales”, posiciones sociales– que
intervendrían de forma hegemónica.
En contra de los esencialismos y determinismos a partir de
los cuales se erige la teoría de la hegemonía de Laclau, éste sostiene que el
sujeto “articulador” debe ser parcialmente exterior a lo que articula. Si lo
político es considerado constitutivo de lo social y por ende no deriva de
ninguna otra instancia, entonces se deduce que ningún actor social puede
reclamar una posición privilegiada en la sociedad. De ahí que la clase como
actor social y político pierda, en la teoría laclauniana, su status ontológico,
siendo “la universalidad ‘contaminada’:1) ella no puede escapar a esta tensión
irresoluble entre universalidad y particularidad; 2) su función de
universalidad hegemónica no está nunca definitivamente adquirida, sino que es,
por el contrario, siempre reversible”32. La teoría, al criticar toda pretensión
de principios universales, evade identificar el sujeto protagonista de la
relación hegemónica. En todo caso, sostiene Laclau, dicha indagación deberá
constituir el objeto de estudio de un análisis político situado, abocado al
estudio de las coyunturas políticas: “no hay ningún substrato fundamental,
ninguna natura naturans, a partir de
la cual puedan explicarse las articulaciones sociales existentes (…) son
esencialmente contingentes, pues se componen de conjuntos relacionales que no
obedecen a ninguna lógica interna”33. Estas prácticas están enmarcadas en un
contexto en el que los límites de la totalidad, las fronteras que separan unas
de otras, son inestables: “las dos condiciones de una articulación hegemónica
son, pues, la presencia de fuerzas antagónicas y la inestabilidad de las
fronteras que las separan. Sin equivalencia y sin fronteras, no puede
estrictamente hablarse de hegemonía”34, y sin ella, difícil sería hablar de
identidades políticas. A continuación, la teoría del antagonismo ofrecerá
algunas pautas para explicar la conformación de las identidades.
3. Antagonismo
como condición de (im)posibilidad del orden social 35
La teoría del antagonismo, terreno prácticamente inexplorado
en las ciencias sociales a partir de esta categoría, comenzó a bosquejarse en Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia
–si bien ya se habían anunciado ciertos indicios de la misma en Política e ideología en la teoría marxista.
Capitalismo, fascismo, populismo– luego fue resignificada intensamente en Nuevas reflexiones sobre la revolución de
nuestro tiempo 36, y por último, revalorizada y “reexplicada” en Contingencia, hegemonía, universalidad.
Diálogos contemporáneos en la izquierda 37, compilación de artículos en los
que Laclau intercambia discusiones y críticas con los filósofos Slavoj Zîzêk y
Judith Butler.
Si bien la teoría social y política dedicó gran parte de su
existencia a reflexionar en torno a la noción de conflicto social entendido
como el reverso del orden de una sociedad, Laclau retoma la teoría del
conflicto social, específicamente la lucha de clases marxista, con el objeto de
problematizarla. El autor se embarca en la tarea de estudiar los conflictos
sociales en las sociedades contemporáneas, proponiendo para ello la noción de
antagonismo, el cual no descarta la lucha de clases pero no la agota. Como se
mencionó previamente, el pensamiento post-fundacional revitaliza la idea del
conflicto como inherente y constitutivo a la política y Laclau retoma esta idea
con el objetivo de ofrecer un andamiaje conceptual para entender el antagonismo
–en el registro ontológico, como rasgo inherente a toda disputa política–, y
los antagonismos sociales –en el registro óntico, aquellas luchas parciales que
han venido surgiendo a raíz del colapso de los socialismos reales y del
capitalismo moderno– que va ligado a la teoría de la hegemonía. A partir de su
argumento, se verán los diferentes usos de la noción de antagonismo y de esta
manera su ofrecerá ciertas pistas desde las cua les pensar la estructuración
del orden a la vez que la conformación de los sujetos sociales –clasistas y no
clasistas– y las identidades políticas.
a. Antagonismo e
imposibilidad de la sociedad
En Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una
radicalización de la democracia reverbera un sentido fuerte de la noción de
antagonismo al ubicarla en un lugar central en el proceso instituyente del
orden, teniendo efectos concretos sobre lo social. La imposibilidad de una
sutura social completa y cerrada, ofrece la posibilidad de poner sobre el
tapete la opción de pensar en órdenes alternativos, de recordar la contingencia
y heterogeneidad propia de toda estructura social, en otras palabras, de
reactivar el orden social. Como sostiene Laclau, “el antagonismo tiene una
función revelatoria ya que a través de él se muestra el carácter en última
instancia contingente de toda objetividad”38, es decir, la existencia del
antagonismo imposibilita que la “sociedad” puede constituirse completamente.
Esta definición de antagonismo lo ubica en un registro
ontológico en tanto categoría para pensar la inestabilidad del orden y la
apertura hacia el cambio social dado que el antagonismo –análogo a lo Real
lacaniano– no puede representarse en el registro de lo simbólico porque
seresiste a ser inscripto en el lenguaje. El antagonismo pone de manifiesto el
recuerdo de la contingencia, de allí su función revelatoria que desnuda el
origen político de todo ordenamiento. Hasta aquí se ha reflexionado en torno al
antagonismo como la condición de (im)posibilidad de todo ordenamiento social.
No obstante, en algunos pasajes de la obra de Laclau, se alude a los
antagonismos. Al hablar de antagonismos en su forma plural, pues, ese estaría
operando un desplazamiento al registro óntico lo cual amerita una indagación de
la pluralidad de posiciones de subordinación, es decir, de las múltiples
posiciones que pueden ser ocupadas por los actores, devenidos en sujetos con
posterioridad a la intervención del (o los) antagonismo (s). Estos dos
registros convivirán en Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una
radicalización de la democracia y luego, en Nuevas Reflexiones sobre la
revolución de nuestro tiempo el uso óntico de la categoría cobrará cierta
primacía.
b. Los múltiples
antagonismos en las sociedades contemporáneas
Dadas las transformaciones del capitalismo contemporáneo,
hoy en día es posible identificar más de un locus –además del
estructural/económico– de emergencia de los conflictos. En palabras de Laclau,
“el capitalismo contemporáneo genera todo tipo de desequilibrios y áreas
críticas (…) eso significa que los puntos antagónicos van a ser múltiples y que
cualquier construcción de una subjetividad popular tendrá que comenzar a partir
de esa heterogeneidad”39. Por un lado, el antagonismo “clásico” producido por
la conformación de un modo de producción específico que estructura las
relaciones sociales de forma tal que algunos tienen los medios de producción y
otros exclusivamente su fuerza de trabajo, sigue operando en las sociedades
complejas actuales. Este modo de producción estructura y constituye las clases
como polos antagónicos, en una versión delmarxismo simplificado –nivel
estructural–. Por otro lado, hay luchas que no se ubican exclusivamente en este
nivel y asumen inscripciones plurales, cobrando la forma de un antagonismo
popular: la contradicción del pueblo con la oligarquía –bloque de poder–40,
donde pueblo es la articulación de diferentes categorías sociales.
El concepto de heterogeneidad social cobrará una fuerza
explicativa importante para el estudio de los antagonismos en las obras más
recientes de Laclau. Precisamente, como la “subversión” de la estructura a
partir del antagonismo no viene dada por la acción de un sujeto en particular
–a diferencia del marxismo clásico–, es necesario indagar en la proliferación
de diferencias sociales, incluso al interior de un grupo social. Como la
sociedad está entrecruzada por antagonismos diversos, la heterogeneidad existe
en el centro mismo de las relaciones sociales: “un antagonismo surge de una
heterogeneidad insuperable, lo cual implica que la relación antagónica es
conceptualmente inaprensible”41. Esta heterogeneidad es la manifestación de la
imposibilidad analítica y empírica para definir a priori qué sujeto será el
protagonista del antagonismo. Laclau afirma en Nuevas Reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo que
“… la lucha de clases
no puede darse por sentada como la forma necesaria que deba asumir la
conflictividad social. La pregunta previa y más fundamental es ¿hasta qué punto
los enfrentamientos colectivos que construyen la unidad de las posiciones de
sujetos de los agentes sociales constituyen a estos últimos como clase? La
respuesta será evidentemente distinta en cada caso específico”42.
c. La
construcción de identidades colectivas a partir de los antagonismos
Como ya se mencionó, la contingencia de toda identidad
responde, en efecto, a la contingencia propia del orden social. Es el
antagonismo el que instituye el orden, y al instituirlo, también construye las
identidades políticas. Por ende, los sujetos son, strictu sensu, posteriores al antagonismo. Es por ello que la
teoría del antagonismo requiere una conceptualización de las subjetividades
colectivas involucradas en el proceso de resistencia y un análisis del problema
de los sujetos políticos. El desafío es elaborar una teoría del sujeto que lo
corra del lugar del actor o del productor del antagonismo. Este es el tema de
toda la primera parte de la obra Nuevas Reflexiones sobre la revolución de
nuestro tiempo y en sintonía con lo planteado en Hegemonía y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la
democracia, el antagonismo es entendido como la relación entre dos
objetividades en la que una es negada por la otra. El ejemplo clásico al que
alude Laclau de la identidad del trabajador que es negada por una baja de
salarios intenta iluminar la cuestión. Por lo tanto, existe un registro en la
discusión sobre antagonismo que se vincula con las identidades y la
conformación de los sujetos.
Esto conduce a problemas en la teoría: ¿la negación de una
identidad es en sí un proceso histórico? ¿Cómo se produce el paso de la
negación –posiciones de subordinación– al antagonismo? Las fronteras
antagónicas constituyen el terreno donde surgen las identidades colectivas,
pues el “otro” marca mi identidad. La alteridad es el elemento frente al cual
me identifico, pero negándolo. Esta negación no ocurre de una vez y para
siempre, sino que se va transformando. Asimismo, una negación no implica per se
la activación del antagonismo, aquél momento de reconfiguración del terreno
donde emergen (y se trastocan) las identidades políticas. Es necesario que
entre el momento de la negación y el momento propio del antagonismo ocurra una
instancia de resistencia la cual no necesariamente provendrá de actores
ubicados en posiciones de subalternidad.
En este sentido, Laclau no indaga en profundidad en la
historicidad de las identidades, su teoría no permite pronunciarse
sociológicamente en torno a la construcción de identidades políticas ya que las
fronteras antagónicas están permanentemente actuando, y en contextos
diferentes. Según Laclau, al reconocer posiciones subalternas y no subalternas
de sujetos, no existiría una primacía de alguna identidad en particular, como
la identidad clasista pensada por el marxismo. En palabras del autor, “la
propia identidad de los agentes sociales fue crecientemente cuestionada cuando
el flujo de las diferencias en las sociedades capitalistas avanzadas indicó que
la identidad y homogeneidad de los agentes sociales era una ilusión, que todo
sujeto es esencialmente descentrado, que su identidad no es nada más allá de la
articulación inestable de posicionalidades constantemente cambiantes”43.
4. Hacia una superación
del “problema de la cenicienta”:
repensar el populismo
La categoría de populismo constituye una preocupación
recurrente en las ciencias sociales y en los debates políticos actuales. Pese a
que diversas líneas de investigación han analizado en profundidad la noción de
populismo44, la polisemia e indefinición del concepto continúan siendo
características de aquél, relacionándola en muchos casos con un sentido
peyorativo45. El objetivo de esta sección será elaborar una reconceptualización
de la categoría en la obra teórica de Laclau a partir de los tres registros
analíticos propuestos como clave de estudio, recuperando los aportes
provenientes de distintos textos, como “Hacia una teoría del populismo”46, su
primer escrito en torno al populismo, hasta sus recientes trabajos, como “Populismo, ¿qué nos dice el nombre?”47 y La
razón populista 48, de los cuales se pueden identificar las continuidades y
rupturas respecto a la propuesta del autor en torno al populismo 49. No
obstante, una premisa básica que permanecerá a lo largo de su obra es la idea
de que el populismo es inherente a toda lógica de construcción del campo
político.
a. Populismo como
la lógica política de construcción del espacio político
El registro de lo político sobre el que opera la categoría
de populismo puede ser identificado en su mayor expresión en sus recientes
obras “Populismo: ¿qué nos dice el
nombre?” y La razón populista.
Como parte de su obsesión por erradicar todo reduccionismo de la teoría social
y política contemporánea, Laclau, sin intentar clarificar la definición vaga
del populismo ni llenar su vacío conceptual, propone desarrollarla
prescindiendo de acudir a contenidos sociales específicos como ha hecho la
mayoría de desarrollos y análisis teóricos, quienes la definieron como un
régimen político, movimiento social, estilo de liderazgo político, ideología o
un tipo de política pública. A raíz de los aciertos y errores de los estudios
revisados, Laclau formulará su propia concepción de populismo afirmando que “su
significado no debe hallarse en ningún contenido político o ideológico que
entraría en la descripción de las prácticas de cualquier grupo específico, sino
en un determinado modo de articulación de esos contenidos sociales, políticos e
ideológicos, cualesquiera ellos sean”50.
Considerarla como una lógica o modo implica priorizar la
forma que adquiere dicha institución de lo social, en detrimento del contenido.
Esto no significa prescindir del análisis del conjunto de contenidos que en un
contexto y período determinados involucra la lógica populista; por el
contrario, es necesario indagar en éstos para, de esa forma, estudiar los
fenómenos de las sociedades contemporáneas. Cuando define de esta forma al
populismo Laclau recurre al ejemplo según el cual el nazismo, maoísmo y
peronismo podrían ser considerados como procesos populistas si se repara en la
lógica de construcción política, basada en una dicotomización del espacio
social, en la apelación al significante “pueblo”, y “en los discursos
ideológicos de todos ellos(donde) las interpelaciones populares aparecen
presentadas bajo la forma del antagonismo y no solo de la diferencia”51. En
este sentido, el carácter de una lógica política será populista en la medida en
que logre construir un discurso político que amalgame una cadena de
significados a partir de la división del espacio social en dos campos que
llevan los nombres de “pueblo” y “bloque de poder”.
Sostener que en la teoría de populismo de Laclau hay un
desplazamiento desde el contenido hacia la forma otorga algunas ventajas52. La
más importante consiste en que permite analizar en qué grado un movimiento es
populista (y no preguntarse si es o no es). En este sentido, un discurso será
más o menos populista según cuán articulados estén sus contenidos por lógicas equivalenciales,
siendo el “pueblo” el point de capitón
aglutinador de las demandas populares expresadas53. Esto significa que no
existe ningún movimiento político que esté exento de una lógica populista54, lo
cual radicaliza la noción de populismo en el registro ontológico. Es decir,
todo intento de institución del orden llevaría implícita una lógica populista.
Sin populismo sería difícil poder hablar de discurso político y, en última
instancia, de política tout court.De
esta manera, el teórico argentino estaría extremando su concepción de populismo
al plantearlo como la anatomía por excelencia de lo político.
En La razón populista,
ya habiendo delineado las principales variables teóricas necesarias para
conceptualizar al populismo, sostiene que “si la sociedad lograra alcanzar un
orden institucional de tal naturaleza que todas las demandas pudieran
satisfacerse dentro de sus propios mecanismos inmanentes no habría populismo,
pero, por razones obvias, tampoco habría política”55. Así, la política y el
populismo, aparecen como dos conceptos que se necesitan mutuamente y al mismo
tiempo, se superponen, al punto de denotar el mismo significado. Es decir,
Laclau estaría sosteniendo que sin populismo no hay política, y por esa razón,
no habría instancias de institución de lo social. El filósofo Enrique Dussel,
en este sentido, sostiene que en La razón populista Laclau “intenta rescatar el
sentido positivo de la denominación ‘populista’ desde una teoría de la
hegemonía, en la que reivindica que la razón política en cuanto tal o es
“populista” –es decir, responde a los requerimientos del consenso mayoritario–
o no es propiamente razón política. Es decir, la razón política es siempre
razón populista y no otra cosa”56.
b. El populismo
en tanto discurso político articulador de demandas
Si bien Laclau en algunos fragmentos ubica al populismo en
un claroregistro ontológico, al comienzo de La
Razón Populista lo entiende como “una posibilidad distintiva y siempre
presente de estructuración de la vida política”57, por lo que cabe pensar en
lógicas alternativas de construcción de la política, no sólo populista. Esta
forma de definirlo, ya en un nivel óntico, remite a un nivel de análisis
distinto del que se venía reflexionando. En este sentido, el énfasis que Laclau
otorgaba al populismo como la forma que adquiere toda articulación política, se
ve desdibujado cuando asume que el populismo constituiría (también) un modo,
entre otros posibles, de estructuración de la realidad social.
En este registro es necesario aludir a los conceptos de
pueblo y demandas sociales los cuales constituyen los elementos con los que
Laclau hizo operativa la noción de populismo y lo planteó como una forma que
puede adquirir una lógica política –un modo de racionalidad política–, un
sujeto político y una identidad colectiva. En sus obras iniciales ya Laclau
sostenía que “la referencia al ´pueblo´ ocupa un lugar central en el
populismo”58 y no constituye “un mero concepto retórico, sino una determinación
objetiva, uno de los polos en la contradicción dominante al nivel de una
formación social concreta”59. Las clases no podrían ser hegemónicas a menos que
incorporaran a su discurso de una manera específica –populista– al pueblo. La
relación que desarrolla Laclau entre clase y pueblo consiste en considerar a la
primera como el principio articulatorio de una ideología populista. En la
medida en que la clase incorpore a su discurso más interpelaciones populares
–las demandas del “pueblo”– es que se volverá hegemónica.
La producción discursiva del pueblo no se realiza
necesariamente interpelando a lo subalterno, lo cual permite pensar en la
existencia de un “populismo de los sectores dominantes”, es decir, un discurso
dirigido a articular a los sectores dominantes. Aunque esta idea no había sido
muy desarrollada a lo largo de su obra, en trabajos recientes Laclau sostiene
que
“… en el sentido usual
y restringido del término, lo asocian a la demagogia pura (…) Mi argumento es
que la construcción del ‘pueblo’ como un actor colectivo requiere extender la
noción de ‘populismo’ para cubrir muchos movimientos y fenómenos que
tradicionalmente no han sido considerados como tales.” 60.
Siguiendo a Althusser, Laclau observa que todo discurso
político constituye a los “destinatarios” en sujetos específicos según la forma
en que los interpela y articula. Las demandas de sujetos que articulará no
necesariamente entrañan una dimensión clasista. Este punto del análisis es
importante dado que constituye el trasfondo del pensamiento del autor. Como ya
se analizó, los antagonismos en las sociedades contemporáneas no se agotan en
la subordinación de clase, sino que pueden, además, apoyarse en otros nodos,
como el género, la etnia, la preferencia sexual. Debido a esta complejidad es
que proliferan en el espacio público demandas sociales heterogéneas,
insatisfechas por el sistema político y que en el caso del populismo, son
recuperadas y se aglutinan en el campo representacional del “nosotros- pueblo”,
frente al “ellos-poder”, reordenando el espacio político. El momento horizontal
de articulación se expresa en esta operación a través de la cual demandas
sociales –no necesariamente provenientes de sectores subalternos–, se
amalgaman, simplificando el sistema de sentidos colectivos y el espacio social.
La demanda social, pues, se constituye en la unidad mínima
de análisis para entender el populismo en su nivel óntico, en el registro de
materialización de los contenidos. El análisis socio-político en profundidad
acerca de qué tipo de demandas fueron articuladas en cadenas equivalenciales a
partir de una frontera antagónica en la que el “pueblo” fungió de significante
vacío –y vaciado de contenido de antiguas cadenas de sentidos– da la pauta
acerca de qué tipo de ordenamiento social concreto se instituyó. La demanda
social será la punta de lanza para entender, también, la construcción de las
identidades políticas, entre ellas, la populista.
c. Identidad
populista: “nosotros-pueblo” y “ellos-poder”
La primera idea con la que el lector se encuentra en el
prefacio de La Razón Populista se
refiere a la centralidad que adquiere el estudio de la formación de las
identidades colectivas en el tratamiento del populismo. ¿Cuál es el proceso
mediante el cual se constituye una identidad populista? ¿Cuál es la diferencia
entre ésta y otras no-populistas? Como se mencionó en el acápite anterior, es
el concepto de demanda social el que interviene fuertemente en la construcción
de las identidades en general, siendo la identidad populista el resultado de
una determinada forma de expresión de la demanda y de su contenido.
Cuando las demandas expresadas no se extienden más allá de
la mera petición, expresando sus particularidades de forma aislada, y el
sistema logra tramitarlas individualmente, entonces surge un escenario
caracterizado por un alto grado de institucionalización 61. El segundo
escenario posible se caracteriza por la existencia de un conflicto entre las
demandas y la capacidad y/o voluntad del sistema para satisfacerlas de forma
institucional, convirtiéndose las peticiones en reclamos que comienzan a
cuestionar al sistema. La tercera y última posibilidad que concibe Laclau
constituye el tema de La Razón Populista
y se refiere a la división del campo social en dos esferas, los de “arriba” y
los de “abajo”, a partir de los cuales se instituye una cadena equivalencial
que articulará una serie de demandas heterogéneas. De ellas saldrá un
significante que se vaciará de contenido para representarlas en una totalidad
significativa. Este es el escenario que lleva a la formación de la identidad
populista, del actor denominado por Laclau “nosotros-pueblo”.62
En este registro identitario del populismo, tres campos de
análisis son imprescindibles: la heterogeneidad constitutiva irreductible a una
lógica dialéctica, los significantes –en todos sus niveles– y las fronteras
antagónicas63, estando las tres imbricadas íntimamente. La heterogeneidad
remite a la singularidad irreductible de cada demanda, que resiste a la
homogeneización total por parte de la cadena equivalencial. La dimensión de
universalidad (imposible, en última instancia) resultante del carácter
incompleto de las identidades diferenciales, no puede ser eliminada, en la
medida en que la comunidad no es homogénea. Toda identidad estará dislocada
permanentemente en la medida en que depende de un exterior que al mismo tiempo
de negarla, es su condición de posibilidad. La heterogeneidad inherente a las
articulaciones sociales se refleja en la estructuración de las identidades
sociales, lo cual indica la primacía que tiene lo político sobre lo social y lo
identitatario. La ruptura de lo homogéneo por parte de lo heterogéneo es lo que
lleva a la formación de una identidad populista. Laclau sostiene que “en un
mundo heterogéneo, una acción política significativa solo es posible si la
identidad sectorial se concibe como núcleo y punto de partida en la
constitución de una voluntad popular más amplia”64. En este punto es
interesante recalcar la similitud que entraña el concepto de populismo –y los
procesos derivados de él– y el de hegemonía en tanto en ambos fenómenos se
produce un desplazamiento semántico/discursivo desde una particularidad hacia
una instancia de universalidad. Para ello, es necesario un primer momento que
consiste en la equiparación de demandas en una cadena que se constituye a
partir de significantes vacíos. Toda identidad populista surge necesariamente a
partir de fronteras antagónicas que establezcan una relación de negación entre
dos objetividades, entre dos posiciones que están inmersas en un sistema de
diferencias. Laclau sostiene que “el ataque del enemigo”, para referirse
precisamente al antagonismo que surge entre dos elementos, es la condición
necesaria para que surja una identidad de índole populista.
En el populismo, la primacía de la lógica de la equivalencia
por sobre la diferencia se explica desde el momento en que toda identidad,
independientemente de que sea denominada populista, necesita que un elemento se
constituya en el representante de la totalidad. Alguna particularidad proveniente
de uno de los campos en los que se dividió el terreno social asumirá la función
totalizadora a partir de la lógica hegemónica. Ese significante privilegiado no
modificará por completo su identidad sino que articulará de una manera
particular los demás significados, creando una identidad sui generis. Como lo
expresa Laclau, “la unificación simbólica
del grupo en torno a una individualidad (…) es inherente a la formación de un
pueblo” 65, es decir, al constituirse una totalidad significante a partir
de una cadena equivalencial en donde uno de los vínculos asume el rol de
condensar los otros en su nombre, la singularidad es la que cobra relevancia.
Esta singularidad que asume un nombre lleva a que el grupo se identifique con
él y termine por constituirse en el fundamento de la cosa misma, es decir, del
pueblo. A partir de este nombre, la significación de un campo antagónico se
condensa en alguna palabra o imagen –por ejemplo, el nombre del líder– a pesar
de sus diferencias las cuales permanecen como particularidades, y se identifica
con aquél. Marchart afirma que en la teoría laclauniana “un agente social
existe solamente en la medida en que él/ella es nominado. La política (…) debe
ser entendida como el proceso mismo mediante el cual un grupo asume su nombre”66.
Laclau concluye que es el acto de nombrar el que instituye y
fundamenta una identidad, por lo que este proceso hegemónico a partir del cual
el nombre se erige como representante de una universalidad, conlleva una lógica
retórica. Y así, se vuelve a la teoría de la hegemonía:
La totalización del
campo popular solo puede tener lugar si un contenido parcial adopta la
representación de una universalidad que es inconmensurable con él (…) esta
articulación entre universalidad y particularidad que es constitutivamente inherente
a la construcción de un ‘pueblo’ (…) se
sedimenta en prácticas en instituciones 67.
Y por otro lado, planteado de manera inversa, Laclau explica
“no hay hegemonía sin la construcción de una identidad popular a partir de una
pluralidad de demandas democráticas. Por lo tanto, vamos a situar la identidad
popular dentro del complejo relacional que explica las condiciones tanto de su
surgimiento como de su disolución”68. Entonces, si como se desprende de la
primera cita, la hegemonía –relación entre universal y particular– es inherente
a toda lógica populista y de manera inversa, si la presencia de una identidad
populista es la condición para que una lógica hegemónica pueda desplegarse,
¿cuál sería el vínculo entre hegemonía y populismo? En este sentido, lo
ontológico y lo identitario sino se asimilan, llegan a superponerse: una
identidad puede emerger sólo si se articulan en una cadena equivalencial
elementos heterogéneos, siendo éste uno de los requisitos para denominar
populista a una articulación/discurso. Por lo tanto, si toda identidad es
política, y lo político es hegemónico, toda identidad, en definitiva, será
populista.
Reflexiones finales
Luego de haber realizado un recorrido por la obra de Ernesto
Laclau con el objetivo de avanzar en la discusión de las categorías de
hegemonía, antagonismo y populismo, se pueden identificar claramente los campos
en que dichas nociones operan, ejercicio necesario para estudiar los procesos
sociales y políticos que involucran prácticas políticas tendientes a la
institución del ordenamiento social y constitución de los sujetos políticos.
Evidentemente, hegemonía es la categoría clave que atraviesa
la obra del autor de marras dado que posibilita pensar la estructuración del
campo político y los sujetos que en él se instituyen a partir del conflicto. El
desarrollo de la teoría de la hegemonía de Laclau a partir del aporte de
diversas disciplinas como el post-estructuralismo (el rasgo de indecibilidad de
todo ordenamiento), el psicoanálisis lacaniano (la imposibilidad de sutura del
orden) y la teoría política (la noción de “conflicto” y la tradición política
marxista del concepto de hegemonía) coloca a lo político en un lugar de
primacía por sobre lo social. En Hegemonía
y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia, lo
político parece quedar identificado con la hegemonía desde el momento en que
todo proceso político requiere que un significante asuma la función de
representar a la “totalidad”. Al realizarse esta operación, la identidad de los
elementos intervinientes se verían modificados aunque la particularidad de
ellos no sería trastocada. Si bien Laclau sostiene que “sólo en las sociedades
contemporáneas hay una generalización de la política en forma hegemónica”69,
reconoce la existencia previa a ellas de lógicas no necesariamente hegemónicas.
En este sentido, habría un desplazamiento al registro óntico
al pensar en formas alternativas de institución del ordenamiento social, no
sólo la hegemónica. No obstante, la teoría de Laclau tropieza con algunas
limitaciones para pensar la construcción de los sujetos y las identidades
políticas ya que, en definitiva, éstos terminan estructurándose a partir del
vínculo particularidades-universal como resultado de la institución de una
frontera antagónica que dicotomiza el espacio social, relación que, en efecto,
es el fundamento de la lógica hegemónica.
La teoría del antagonismo laclauniana recupera al conflicto
en clave contemporánea. Por un lado, en Hegemonía y estrategia socialista.
Hacia una radicalización de la democracia el antagonismo se presenta en un
plano ontológico como el límite de la objetividad, es decir, aquel que no sólo
muestra el carácter contingente del ordenamiento sino que habilita las
condiciones para la instauración de un nuevo ordenamiento. En Nuevas
Reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo Laclau avanza más allá de
aquél registro analítico, y posiciona a los antagonismos, ahora en su forma
plural, como los intersticios donde las luchas sociales se despliegan, las
posiciones de subordinación expresan su resistencia y de esta forma, se abre la
posibilidad de pensar en nuevas estructuras sociales.
Un punto sumamente novedoso de este planteamiento radica en
las pistas que ofrece para pensar la conformación de sujetos distintos a los
clasistas y superar, de esta forma, ciertas anomalías de la teoría marxista.
Sin embargo, al no identificar la primacía de algún tipo de antagonismo sobre
otros, la teoría de Laclau no especifica patrones regulares, pautas o criterios
a partir de los cuales explicar el carácter concreto de las identidades. Si los
sujetos son producto de los antagonismos y éstos a su vez se articulan como
consecuencia de prácticas hegemónicas contingentes, ¿cómo podemos explicar el
carácter de las identidades colectivas? Además, si es sólo la resistencia, y no
la mera subordinación, de los actores la que conduce al surgimiento del
antagonismo en la esfera política70, y por ende, el sujeto se auto-constituye
en la resistencia, ¿no se estaría reduciendo la emergencia de los sujetos a un
elemento unicausal –la resistencia– y por ende, cayendo en el esencialismo del
que Laclau quiso distanciarse inicialmente? Al menos queda planteada la
necesidad de avanzar en una teoría de la subjetividad social en la que se
esbocen las múltiples condiciones de posibilidad de los antagonismos y por
ende, de los sujetos políticos.
Laclau sí ha avanzando en una teoría de la subjetividad
política populista y en este intento, ha logrado desprender al populismo de
elementos esencialistas y rasgos considerados inherentes a distintos fenómenos
por diversas teorías sociales, como la de la modernidad, desarrollista y
funcionalista, que lo asociaban con una determinada estructura social,
políticas sociales específicas o una relación afectiva entre el líder y las
masas. Al proponer al populismo como una forma de articulación de demandas
sociales que emerge como consecuencia de una frontera antagónica que dicotomiza
al espacio social en dos esferas contrapuestas –pueblo y poder–, gran variedad
de procesos políticos contemporáneos se pueden explicar desde la noción de
populismo. Esta amplitud de la categoría constituye una virtud si la articulamos
con una teoría de la hegemonía y del antagonismo desde el momento en que
podemos explicar el surgimiento del “pueblo” como una articulación hegemónica
de elementos a partir de la cual un significante –pueblo– logra asumir un papel
representativo de la universalidad –lógica hegemónica–.
Como ya se bosquejó en el último apartado y siguiendo el
sugestivo título de Arditi71, pareciera que la teoría del populismo laclauniano
lleva implícita una teoría de la hegemonía al punto de asimilarse. Y si ambas se
identifican, entonces la política también entra en dicha sinonimia, ya que la
política contemporánea, según Laclau, es eminentemente hegemónica. En este
sentido, tanto la constitución del orden social contemporáneo como su
destitución a partir del conflicto social –antagonismo–, el surgimiento de
sujetos sociales e identidades políticas a partir de lógicas específicas y la
proliferación en América Latina de ciertos procesos cuyas lógicas podríamos
denominar populistas, reclaman de forma urgente un estudio en profundidad de
estas categorías ya que pueden contribuir a allanar el camino, o al menos,
dejar planteado ciertos nudos teóricos-analíticos, en torno a los problemas de
la política contemporánea.
Notas
1 MARCHART, O (2009). El
pensamiento político posfundacional. La diferencia política en Nancy, Lefort,
Badiou y Laclau. Buenos Aires, FCE. Los trabajos de Ernesto Laclau, Jacques
Rancière, Etiénne Balibar, Slavoj Zîzêk, Jacques Derrida, Cornelius
Castoriadis, entre otros, abrevan en estos paradigmas, enfatizando en
diferentes dimensiones.
2 Adjudicarle el calificativo de post-marxista responde
menos a una actualización de la teoría marxista que a un intento de revisar
críticamente y superar sus postulados “deterministas” y “materialistas”
(LACLAU, E & MOUFFE, Ch (2004). Hegemonía
y estrategia socialista. Hacia una radicalización de la democracia. Buenos
Aires, FCE.) Los autores autodefinen a su perspectiva de post-marxista al
sostener que en las sociedades contemporáneas las categorías marxistas han llegado
a ser anacrónicas para comprender los procesos políticos actuales.
3 LACLAU, E (1978). Política
e ideología en la teoría marxista. Capitalismo, fascismo, populismo.
Madrid, Siglo Veintiuno.
4 LACLAU, E (2008). Debates
y combates. Por un nuevo horizonte de la política. Buenos Aires, FCE.
5 Esta hipótesis de trabajo ya fue desarrollada en otro
artículo elaborado en co-autoría con Martín Retamozo, a partir de la indagación
en la categoría de antagonismo en la obra de Ernesto Laclau. Ver: RETAMOZO, M
& STOESSEL, S (s/f). “El concepto de
antagonismo en la teoría política contemporánea”. Revista de Estudios
Políticos, Instituto de Estudios Políticos, Universidad de Antioquía (en
prensa).
6 RETAMOZO, M (2011). “Tras
las huellas de Hegemón. Usos de hegemonía en la teoría política de Ernesto
Laclau”. Utopía y praxis latinoamericana, Año 16, n°. 55, CESA-Universidad
de Zulia, Maracaibo, Venezuela, pp. 39-57.
7 Ibíd., p. 41.
8 Ibídem.
9 En este trabajo la indagación en estas tres categorías no
será abordada a partir del orden cronológico de publicación de las diferentes
obras de Laclau, sino a partir de los tres niveles analíticos que se propuso a
manera de hipótesis: lo ontológico, lo óntico y lo identitario, de una mayor a
una menor abstracción analítica.
10 ARDITI, B (1995). “Rastreando
lo político”, Revista de Estudios Políticos, nº. 87, Madrid, pp. 333-351,
CASTORIADIS, C (2007). La institución
imaginaria de la sociedad. Buenos Aires, Tousquest; LEFORT, C (1990). La invención democrática, Nueva Visión,
Buenos Aires; MOUFFE, Ch (1999). En torno
a lo político. Buenos Aires, FCE; RETAMOZO, M (2011). Op. cit.
11 MARCHART, O (2009). Op. cit.
12 Esta diferencia ontológica entre lo político y la
política remite a dos paradigmas provenientes de la filosofía y teoría polí-
tica del siglo XX. Por un lado, la tradición influenciada por Hannah Arendt
(1997). ¿Qué es la política? Barcelona,
Paidós, que pone el acento en el momento asociativo de la acción política, en
el cual una sociedad libre y plural puede gozar de momentos de comunalidad a
través de las deliberaciones públicas; por otro, la teoría política liberal de
Carl Schmitt (1998). El concepto de lo
político. Madrid, Alianza, que enfatiza el momento disociativo de aquella a
partir de la distinción entre “amigo” y “enemigo”, el criterio que garantiza la
autonomía de lo político.
13 LACLAU, E (1983). “La
imposibilidad de la sociedad”. Nuevas Reflexiones sobre la revolución de
nuestro tiempo. Buenos Aires, Nueva Visión.
14 Ibid., p. 51.
15 LACLAU, E & MOUFFE, Ch (2004). Op. cit. p. 28.
16 Algunas críticas a la teoría de la hegemonía de Laclau
provinieron de BORÓN, A & CUÉLLAR, O (1983). “Apuntes críticos sobre la concepción idealista de la hegemonía”,
Revista Mexicana de Sociología, Año XLV. Vol. XLV. n° 4, México. S/D; GERAS, N. (1987), “Post-marxism?”,New Left Review, 163,
Mayo-Junio; BORÓN, A (1996). “¿Posmarxismo?
Crisis, recomposición o liquidación del marxismo en la obra de Ernesto Laclau”,
Revista Mexicana de Sociología, México. Vol. 58, nº. 1, S/D; RUSH, A. (2001) “Marxismo y Posmarxismo. Polémica
Laclau-Mouffe vs.Geras”, Herramienta, nº 18; VELTMEYER, H (2006). “El proyecto post-marxista: aporte y crítica
a Ernesto Laclau”. Revista Theomai. Estudios
sobre sociedad, naturaleza y desarrollo, nº. 14. S/D; y HOWARTH, D (2008). “Hegemonía, subjetividad política y
democracia radical”, en: CRITCHLEY, S & MARCHART, O (2008). Op. cit.,
entre otros.
17 LACLAU, E & MOUFFE, Ch (2004). Op. cit.
18 HOWARTH, D (2008). Op. cit., considera que la teoría de
la hegemonía desarrollada por Laclau atravesó a lo largo de su obra tres
modelos, los cuales corresponden a tradiciones y problemáticas teóricas
diferentes y por ende, orientaciones políticas diversas: el primer modelo
corresponde a la década de 1970 en el cual incorporó los escritos de Gramsci y
Althusser de los cuales se apropió de la categoría de articulación; en la
década del 80, se nutrió de las contribuciones post-estructuralistas de
Foucault y Derrida, específicamente la noción de discurso e indecibilidad; el
tercer modelo lo ubica en la década del 90 con los aportes derivados de la
teoría psicoanalítica lacaniana, de la cual extrajo los conceptos de puntos
nodales y significante. 19 Autores como Perry Anderson, Raymond Williams y
Stuart Hall, por citar algunos, han centrado parte de sus preocupaciones en
desentrañar la categoría de hegemonía con referencias ineludibles al
pensamiento de Antonio Gramsci.
20 LACLAU, E & MOUFFE, Ch (2004). Op. cit., p. 10.
21 LACLAU, E (1996). Emancipación
y diferencia. Buenos Aires, Ed. Ariel, p. 82.
22 LACLAU, E (1993). Op. cit, p. 105.
23 Si bien las raíces teóricas del concepto de articulación
empezaron a vislumbrarse en las lecturas gramscianas de Laclau tal como se
puede recuperar en Política e ideología en la teoría marxista. Capitalismo,
fascismo, populismo, no se debe desconocer la gran influencia que los escritos
de Althusser ejercieron en los primigenios trabajos políticos de Laclau. Sin
embargo, el “problema althusseriano” que encuentra Laclau concierne a su idea
de “determinación en última instancia de lo económico”, por implicar una
concepción esencialista y racionalista de las instancias estructurales (lo
económico, lo ideológico, lo político), las identidades (las clases y sus
intereses) y las relaciones sociales (expresión de esos intereses a nivel
político). LACLAU, E & MOUFFE, Ch (2004). Op. cit., pp. 142-143.
24 Lo discursivo, según el autor, constituye aquella “totalidad que incluye dentro de sí a lo
lingüístico y a lo extra-lingüístico” (…) el habla y el lenguaje son tan solo
componentes internos de las totalidades discursivas” (LACLAU, E. 1993, Op.
cit. p. 114). Para Laclau, el discurso, lejos de hacer referencia a la palabra
oral y escrita, es entendido como práctica de sentido que constituye las
posiciones de los sujetos como agentes sociales.
25 La categoría de significante se inició en los estudios
lingüísticos de Ferdinand de Saussure y luego fue reapropiada por el
psicoanálisis lacaniano. Lacan desmantela la tesis de Saussure para quien a
cada significante le corresponde un significado particular e invierte la
relación afirmando que el significante es determinante en ese vínculo y el
significado no será más que el efecto de la relación entre varios significantes
unidos en una cadena significante.
26 Laclau, además de los significantes vacíos, identifica a
los “significantes vaciables”, “flotantes” y “amo” (o el point de capitón, de
Lacan). Estas variedades de significantes conllevan diferentes funciones
teóricas en la obra de Laclau.
27 LACLAU, E (2003b). “Estructura,
historia y lo político”, in: BUTLER, J; LACLAU, E & ZÎZÊK, S (2003). Contingencia, hegemonía y universalidad.
Diálogos contemporáneos en la izquierda. Buenos Aires, FCE. p. 188.
29 Ibíd., p. 3.
30 LACLAU, E (2004). “Populismo:
¿qué nos dice el nombre?”, in: PANIZZA, F (204). El populismo como espejo de la democracia. Buenos Aires, FCE, p.
183.
31 LACLAU, E (1993). Op. cit., p. 49.
32 LACLAU, E (2004). Op. cit., p. 14.
33 LACLAU, E (2006). “¿Por
qué construir un pueblo es la tarea principal de la política radical?”.
Cuadernos del Cendes, año 23, n°. 62, Universidad Central de Venezuela, p. 27.
34 LACLAU, E & MOUFFE, Ch (2004). Op. cit., p. 179. 35
En esta sección se recuperan algunas premisas ya desarrolladas en RETAMOZO, M.
y STOESSEL, S. (s/f). Art. cit. 36 LACLAU, E (1993). Op. cit. 37 LACLAU, E
(2003). “Identidad y hegemonía: el rol de
la universalidad en la constitución de lógicas políticas”, in: BUTLER, J;
LACLAU, E & IZEK, S (2003). Op. cit.
38 LACLAU, E (1993). Op. cit., p. 35.
39 LACLAU, E (2006). Op. cit., p. 25.
40 LACLAU, E (1978). Op. cit., p. 118.
41 LACLAU, E (2006). Op. cit., p. 24.
42 LACLAU, E (1993). Op. cit., p. 54
43 LACLAU, E. (2002). “Conferencias”,
VILLALOBOS-RUMINOTT, S. (2002). Hegemonía
y Antagonismo: El imposible fin de lo político. Conferencias de Ernesto
Laclau en Chile, 1997. Chile, Editorial Cuarto Propio. p.106.
44 ABOY CARLÉS, G (2003). “Repensando el populismo”, Política y gestión, nº. 4. S/D; ABOY
CARLÉS, G (2005). “Populismo y democracia
en la Argentina contemporánea. Entre el hegemonismo y la refundación”,
Estudios Sociales, Revista Universitaria Semestral, Año XV, nº. 27, S/D;
MACKINNON, MM & PETRONE, MA (1999). Populismo
y neopopulismo en América Latina: El problema de la Cenicienta, Buenos
Aires, Eudeba; VIGUERA, A (1993). “Populismo
y neopopulismo en América Latina”. Revista Mexicana de Sociología, 3/93,
pp.49-66; VILAS, C (1995). “Entre la
democracia y el neoliberalismo: los caudillos electorales de la posmodernidad”,
Socialismo y Participación, nº. 69, México, Consejo nacional para la Cultura y
las Artes; VILAS, C (1995). La
Democratización Fundamental. El Populismo en América Latina, México,
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.
45 Según Laclau, si el populismo es una noción indefinida,
se debe precisamente a que asume aspectos también indefinidos de la realidad
social. La imprecisión conceptual se corresponde con la precariedad social del
orden. De esta forma, se derribaría la supuesta “tragedia” del populismo”.
(Cfr. RETAMOZO, M (2006). “Populismo y
teoría política: de una teoría hacia una epistemología del populismo para
América Latina”. Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales.
Mayo-Agosto. Año/vol. 12, nº. 2, Universidad Central de Venezuela. pp.95-113).
46 LACLAU, E (1978). Política e ideología en la teoría
marxista. Capitalismo, fascismo, populismo. Madrid, Siglo Veintiuno.
47 LACLAU, E (2004). Op. cit.
48 LACLAU, E (2005). La
razón populista. Buenos Aires, FCE. Es necesario aclarar que el análisis de
los escritos de Laclau alrededor del populismo no se realizará en clave
cronológica de aparición de los mismos, sino en la clave analítica propuesta.
49 Para entender estas continuidades y rupturas es imperioso
reparar en el contexto político en el que se escribieron cada una de las obras,
especialmente sus primeros escritos signados por el fenómeno del peronismo, el
cual requería que se pensara a nivel teórico, y práctico, en una articulación
que aglutinara no sólo al pueblo, es decir, al polo de una contradicción que
estaba dirigida a oponerse a la oligarquía, al poder, sino también a fracciones
de esta clase.
50 LACLAU, E (2004). Op. cit., p. 53.
51 LACLAU, E (1978). Op. cit., p. 203.
52 LACLAU, E (2004). Op. cit.
53 Ibídem.
54 BARROS, S. (2006). “Inclusión
radical y conflicto en la constitución del pueblo populista”. Revista
Confines, Enero-mayo, año/vol. 2, nº 3, Instituto tecnológico y de Estudios
Superiores de Monterrey, México, pp. 65-73.
55 LACLAU, E (2005). Op. cit., p. 149.
56 DUSSEL, E (2007). Cinco
tesis sobre el ‘populismo’. México, Iztapalapa , p. 5.
57 LACLAU, E (2005). Op. cit., p. 27.
58 LACLAU, E (1978). Op. cit., p. 192.
59 Ibíd., p. 193.
60 LACLAU, E (2006). Op. cit., p. 31.
61 Esto se aproxima a lo que Rancière llama policía que es
el orden natural dado por la lógica de contar y asignar lugares diferenciales a
la población. En un orden policial toda demanda es una instancia del régimen
administrativo-institucional. Cfr. RANCIÈRE, J (1996). El desacuerdo. Filosofía y política, Buenos Aires, Nueva visión.
62 Es necesario aclarar que Laclau sostiene que “todo régimen viable tiene que combinar de
alguna manera en distintas proporciones el institucionalismo y el populismo (…)
un populismo extremo en el cual no hubiera ninguna forma de institucionalidad
mínima tampoco es una solución. Eso lleva puramente al caos social”.
LACLAU, E. (2009) “Laclau en debate:
post-marxismo, populismo, multitud y acontecimiento”, Revista de Ciencia
Política, vol. 29, nº 3, pp.815-828, Santiago de Chile. p. 826.
63 LACLAU, E (2005). Op. cit., p. 197.
64 LACLAU, E (2006). Op. cit., p. 30.
65 LACLAU, E (2005). Op. cit., p. 130.
66 MARCHART, O (2006). “En
el nombre del pueblo. La razón populista y el sujeto de lo político”, in:
CDC, vol.23, nº.62, p. 231.
67 LACLAU, E (2005). Op. cit., pp. 137-138.
68 Ibíd., p. 124.
69 LACLAU, E (2003). Op. cit., p. 202.
70 LACLAU, E (1993). Op. cit.
71 ARDITI, B (2010). “¿Populismo
es hegemonía es política? La teoría del populismo de Ernesto Laclau”.
Constellations, Vol. 17, nº. 2.