Jimena Vergara |
Hace ya más de un siglo Karl Marx saldaba cuentas con la filosofía
materialista que le precedió. Según el autor de
El Capital:
El defecto fundamental
de todo el materialismo anterior -incluido el de Feuerbach- es que sólo concibe
las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de
contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de
un modo subjetivo… De aquí que el lado activo fuese desarrollado por el
idealismo, por oposición al materialismo, pero sólo de un modo abstracto, ya
que el idealismo, naturalmente, no conoce la actividad real, sensorial, como
tal. Feuerbach quiere objetos sensoriales, realmente distintos de los objetos
conceptuales; pero tampoco él concibe la propia actividad humana como una
actividad objetiva. (Marx: 1888)
Para Marx la realidad no es únicamente objeto (objekt), es
también cosa (gegenstand).
Entendiendo cosa como aquello donde, además de los factores objetivos, están
encarnados y son determinantes los factores subjetivos que modifican y han dado
forma y una nueva existencia a esa materialidad natural objetiva.
Por lo tanto, para Marx el problema del materialismo
filosófico que le precedió es que, cuando reconoce la actividad del ser humano,
solo lo hace como actividad intelectual y se trata de reconocerla como actividad
sensitiva. Y más aún, que al transformar el mundo de los objetos el ser humano
no solo produce cosas, sino que también, de cierta manera, se produce a sí
mismo. Al intervenir en el mundo, transforma también sus propias capacidades
cognitivas, les da nuevas formas y nuevas propiedades.
Bajo esta perspectiva el mundo, la naturaleza y el
entorno pueden concebirse como cosas, no como objetos, porque son producto
de la interacción permanente entre la naturaleza y el ser humano: una relación
mediada en todo momento por la praxis. Una interacción en la cual, al mismo
tiempo, lo natural y lo artificial no son entidades estancas, delimitadas de
una vez y para siempre. El ser humano es también cosa (gegenstand), en la medida en la que es producto de la relación
dialéctica con la naturaleza. Esto se verifica con mayor fuerza en el hecho de
que las capacidades cognitivas son producidas, moldeadas y transformadas incesantemente
como resultado de esa interacción.
El Universo
Cyborg
La literatura de Ciencia Ficción, en particular durante el
siglo XX, nos ha permitido fantasear con escenarios donde los seres humanos
podemos ser artefactos o cosas transformadas y transformadoras. Como plantea
Raúl Cuadros Contreras “(…) nos ha dotado
de un espacio, un puente o grieta hacia la alteridad” (Cuadros Contreras:
2012).
En 1985 Donna Haraway publicó su Manifiesto Cyborg, donde aprovechando este espacio creado por la
ciencia ficción recupera, y al mismo tiempo revisa, la concepción marxista
antes descrita al calor de la emergencia de nuevas entidades humanas, ora
maquinísticas, ora artefactuales. Rescata a Marx en primer término porque toma
partido por los oprimidos, aquellos cuerpos que en la sociedad capitalista se
ubican en los márgenes de la normalidad del “yo ficticio racional”: por la
raza, por ser explotados en el trabajo asalariado, por su identidad
sexogenérica. Revisa a Marx porque radicaliza —hasta absolutizar— el carácter
artefactual del ser humano al plantear que “los
cuerpos no nacen, son fabricados. Han sido completamente desnaturalizados como
signo, contexto y tiempo” (Aguilar García: 2012).
El Cyborg, para
Haraway, es la posibilidad metafórica de una entidad “distinta a lo humano”.
Y es que el ser humano como artefacto (como cosa a decir de Marx), es un ser
técnico; máxime en las sociedades contemporáneas. Es un “monstruo” a decir de
Cuadros Contreras y un robot:
Un centauro
constituido por lo “animal” y lo “cultural”. Y al mismo tiempo, en cuanto
artefacto, como un ser técnico emparentado por esa circunstancia con el robot
(Telotte, 1995). La ciencia ficción evidencia esa impureza, deja ver, por
contraste, que el hombre no es una esencia completamente distinta de otras,
sino que se encuentra emparentado con los animales, con los robots y con los
dioses, pero que por su condición híbrida se asemejaría más a un cyborg. (Cuadros
Contreras: 2012)
Bajo esta perspectiva, pierde sentido discernir entre la
separación radical entre lo natural y lo artificial o en su discontinuidad. Una
crítica de la tecnología a la luz de la experiencia cyborg tendría que indagar en el crisol de relaciones que ha tejido
el ser humano en su devenir histórico con otros seres, artefactos y cosas que
han dejado su huella implacable en “lo humano”.
A la luz del cyborg
resulta factible abandonar la imagen separatista de la cultura y la naturaleza,
de lo técnico y de lo viviente, encontrando los aspectos libertarios de sus
posibilidades identitarias.
Sin embargo, de algún modo invisibiliza que la relación
entre la naturaleza y el ser humano —con sus discontinuidades
intrínsecas— implica, en la sociedad capitalista contemporánea, una forma
de actividad humana específica que alimenta al capital: el trabajo. Actividad
humana que, puesta bajo la égida de las necesidades de reproducción del
capitalismo deviene en la “desvalorización del mundo humano”, proporcionalmente
inversa a la sobrevalorización del “mundo de las cosas”. En palabras de Marx:
Nosotros partimos de
un hecho económico, actual. El obrero es más pobre cuanta más riqueza
produce, cuanto más crece su producción en potencia y en volumen. El trabajador
se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce.
La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización
del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías; se produce
también a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la
proporción en que produce mercancías en general. (Marx, K.: 1844/2001)
De ahí que los “cuerpos desnaturalizados” de Haraway son
cuerpos alienados, cosificados y ocupan un lugar específico en el proceso
de trabajo.
Si admitimos que en la sociedad contemporánea estos cuerpos
están puestos bajo la tutela del capital de forma cada vez más acusada, la
liberación de estas nuevas formas de identidad que pueblan el universo Cyborg
solo puede darse en una perspectiva anticapitalista, es decir revolucionaria.
Referencias
Bibliográficas
Cuadros Contreras, Raúl: Ontología
y epistemología cyborg: representaciones emergentes del vínculo orgánico entre
el hombre y la naturaleza en Revista Iberoamericana de ciencia,
tecnología y sociedad, Vol. 7, No. 19, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, jul/dic
2012.
Haraway,
Donna: “A cyborg manifesto: Science,
technology and socialist feminism in the late twentieth century” en Simians,
Cyborgs and Women: The Reinvention of Nature, New York; Routledge, 1991.
Marx, Karl: Manuscritos
de 1844, Selección y traducción de Bolívar Echeverría. Editorial ITACA,
México.
Jimena Vergara es antropóloga y
filósofa de la ciencia por la Escuela Nacional de Antropología e Historia y la
UNAM respectivamente. Tiene un master en Filosofía, Ciencia y Valores por la
Universidad del País Vasco. Es profesora de la Facultad de Ciencias Políticas
de la UNAM y actualmente trabaja en la reconstrucción de una filosofía crítica
de la ciencia y la tecnología.