La tesis de Thomas Piketty, que tardó 15 años en amasar
la gigantesca masa de datos que componen su libro, es que la riqueza
heredada siempre tendrá más valor que lo que un individuo pueda ganar en una
vida. Que el capitalismo es, por lo tanto, incompatible con la democracia y con
la justicia social. La tendencia de todo rico es a hacerse todavía
más rico porque el mercado le empuja inexorablemente y que esa ley
inquebrantable arrastra a la sociedad hacia la oligarquía.
Begoña Gómez Urzaiz | Lo
dijo la escritora Zadie Smith sobre
La broma
infinita de David Foster Wallace, el libro que todo estudiante de
letras con serias aspiraciones de llegar a tener una vida sexual tenía que
exponer en su habitación en los noventa. Pero bien podría haberlo escrito ayer
mismo sobre
El capital en el siglo XXI,
la obra del economista francés Thomas Piketty, que tiene 700 páginas en su
edición en inglés y 970 en la francesa.
“Llevarlo debajo del brazo se ha
convertido en la nueva herramienta de conexión social en ciertas latitudes de
Manhattan” ha dicho
The Guardian del
libro, que se convirtió la semana pasada en el más vendido en Amazon y escala
posiciones cada semana en la lista de best-sellers
de The New York Times.
Y eso que
Capital,
como se le conoce por la tipografía de su edición estadounidense, que tiene un
elegante diseño atemporal, no tiene nada de fácil ni en lo que dice ni en cómo
lo dice. En esencia, la tesis de Piketty, que tardó 15 años en amasar la
gigantesca masa de datos que componen su libro, es que en el actual sistema
económico la riqueza heredada siempre tendrá más valor que lo que un individuo
pueda ganar en una vida. Que el capitalismo es, por lo tanto, incompatible con
la democracia y con la justicia social. Que los
muy ricos deberían pagar un
mínimo de un 80% de impuestos y que hablar del 1% contra el 99% no es cosa de
estudiantes y exaltados del movimiento Occupy sino un hecho incontrovertible.
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Foto: Thomas Piketty
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Lejos de convertirle en un enemigo público por esas tesis
que van en contra de la misma fibra del país, la élite cultural estadounidense
ha adoptado a Piketty como su nueva mascota. Existe una cuenta de Twitter
dedicada a subir fotos del economista y se pregunta “¿sexy o qué?”. El New York
Times lo ha mencionado hasta en 6 artículos distintos en un solo domingo. El New
York Magazine
publicó la semana pasada un reportaje sobre su desenfrenado
tour mediático y tanto se ha dicho sobre Piketty y su
Capital que
el Washington Post se burla con una pieza titulada:
“Cómo escribir tu propio artículo de Piketty
en diez cómodos pasos”. El punto 4 dice: "Si estás de acuerdo con él,
llámalo un revolucionario". Y el 5: "Si no lo estás, di que es un
ideólogo". Más curioso aún es el punto 7: "Haz referencia a su
aspecto físico de una manera ligeramente perturbada".
Sin ser un bellezón, ni siquiera un dandi, Piketty, de 42
años, tiene las hechuras del profesor más popular del campus. Alguien como
Chris Messina podría interpretarle en su biopic –véase cómo cumplimos aquí con
todos los puntos del decálogo–. The New Republic dijo de él que “Parece más
joven aún de lo que es y lleva un traje gris y una camisa con el cuello
abierto, un guiño de estilo quizá a su compatriota Bernard Henri-Lévy”. Lo que
no suelen mencionar esos artículos ni aparece en su perfil en la Wikipedia es
un extraño episodio que saltó brevemente a los medios franceses en 2009, cuando
el economista era asesor de Ségolène Royal. Su entonces pareja, la actual
ministra socialista de Cultura Aurélie Filipetti, le denunció por agresión y
más tarde retiró los cargos. Ahora, Piketty comparte su vida con otra
economista licenciada en Harvard, Julia Cagé.
Uno de los seis artículos que The New York Times dedicaba a
su nuevo hijo predilecto colocaba a Piketty en la genealogía de “intelectuales superstar”,
esas figuras que sólo se dan una vez cada década y que consiguen aunar máximo
rigor académico con una popularidad mainstream normalmente sólo asequible para
una estrella del pop. Los sesenta tuvieron a Susan Sontag, los setenta a
Christopher Lasch, los ochenta a Allan Bloom –“la versión universitaria de
Gordon Gekko, el protagonista de Wall Street de Oliver Stone”– y los noventa a
Francis Fukuyama. Según el Times, el siglo XXI estaba huérfano de figuras
totémicas y se había conformado con divulgadores meramente espabilados, como
Malcolm Gladwell, hasta que llegó Piketty. Lo que todos estos pensadores
tendrían en común es que no sólo defienden una Gran Tesis, sino que además
“capturan el zeitgeist y de alguna manera lo personifican”.
La Gran Tesis de Piketty es que la tendencia de todo rico es
a hacerse todavía más rico porque el mercado le empuja inexorablemente y que
esa ley inquebrantable arrastra a la sociedad hacia la oligarquía. El
economista tiene buenas lecturas, como dicta la tradición francesa, y cita a
Jane Austen y Honoré de Balzac para demostrar cómo en el siglo XVIII y XIX lo
normal para las clases altas era no trabajar y sostener la riqueza familiar a
través del matrimonio. Ahora ésta vuelve a ser la norma y creer en la
meritocracia del capitalismo no es sólo ingenuo sino erróneo. Los periodos de
creciente igualdad del siglo XX fueron un mero accidente, producto de las
exigencias de la guerra, el poder del trabajo organizado, los impuestos, la
innovación tecnológica y la demografía.
Si en su día Susan Sontag apareció en Zelig, de Woody Allen,
interpretándose a sí misma, ¿cuál podría ser la consagración de Piketty como
intelectual pop, a lo Slavoj Zizek? Por aquí apostamos porque aparezca citado
en una letra de Jay-Z, ese otro maestro del zeitgeist. Y más ahora que su
señora samplea manifiestos feministas de Zimamanda Adichie. Así que, a ver,
¿qué rima con Piketty?