Claudio
Katz [1] | Las
economías emergentes suscitan tanto interés como dificultades de
interpretación. Aglutinan a los países que no integran el bloque de los desarrollados,
ni de la periferia marginada. Se han expandido, ganan espacio en el mercado
mundial y aumentan su influencia geopolítica.
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Foto: Claudio Katz |
Pero no es fácil distinguir a los integrantes
de este segmento. Como suele ocurrir con las denominaciones que difunde el periodismo,
el término se ha popularizado antes de alcanzar un significado nítido. Retrata
indiscriminadamente a varias economías, sin distinguir a China del pelotón de
ascendentes.
Esta generalización impide notar una de las
principales transformaciones cualitativas del período actual: la conversión del
gigante asiático en una potencia. Ya está ingresando en el club de los países
centrales y se ubica muy por delante de cualquier otro ascendente. Se ha
convertido en el taller del mundo, con un tipo de inserción global muy
diferente a los proveedores de materia primas o a los subcontratistas de
servicios.
La
transformación de China
El cambio de posicionamiento de China en la
jerarquía mundial corona el afianzamiento de su estructura industrial. Esta
mutación es el resultado de un vertiginoso crecimiento que multiplicó en 22
veces el PBI per cápita entre 1980 y 2011(de 220 a 4930 dólares). Este mismo
incremento se amplía a 33 veces en términos de poder de compra.
El volumen comercial del país se duplica cada
cuatro años. Representaba el 20% de las transacciones estadounidenses en el
2001, saltó al 40% en el 2005 y actualmente ha emparejado a su rival. El peso
del comercio exterior pasó de 9,8% del PBI (1978) al 65% actual. Estas
transformaciones trastocaron por completo la estructura interna de la economía.
El peso del sector agrícola cayó abruptamente, los servicios se expandieron y
la industria se convirtió en el motor de todas las actividades[2].
La nueva potencia oriental mantuvo altísimas
tasas de crecimiento durante tres momentos complejos de la etapa en curso: las “décadas
pérdidas” de la periferia (1980-90), el desplome del bloque soviético y la
crisis global reciente. En estos escenarios protagonizó un cambio histórico
comparable a la revolución del vapor en Inglaterra, a la industrialización de
Estados Unidos o el desarrollo de la Unión Soviética.
Esta nueva gravitación de China se ha
verificado en el último sexenio. Su auxilio al dólar y al euro durante el pico
de la crisis impidió la conversión de la recesión del 2009 en una depresión
global. Los aportes financieros de Beijing fueron decisivos para el rescate
inicial de las instituciones hipotecarias estadounidenses, para sostenimiento
posterior de los Bonos del Tesoro y para el apuntalamiento reciente de la
moneda europea. La magnitud de las acreencias acumuladas por China retrata la
dimensión de este salvamento.
El auxilio no fue acto de filantropía. Sirvió
para asegurar la continuidad de las exportaciones y evitar la desvalorización
de los enormes activos atesorados en moneda extranjera. Pero lo novedoso es la
gravitación del país. En los años 70 era impensable que el sistema financiero
internacional fuera socorrido por China.
La mutación de esa economía comenzó en 1978 y
hasta el 2007 estuvo centrada en la emigración rural y el aumento de la
productividad por encima de los salarios. Esta combinación abrió las compuertas
para el giro exportador y la creciente captura de porciones del mercado
mundial. Pero esa expansión no fue gratuita. Se consumó reduciendo la
participación de los salarios y el consumo en el ingreso total. El boom
exportador floreció junto a las ganancias y el debut de una brecha social
interna.
Este ascenso ilustró los enormes márgenes para
desenvolver la acumulación que poseía una economía atrasada de dimensiones
continentales. Pero China no partió de cero. El valor agregado de su industria
en 1980 ya superaba ampliamente a Brasil y mantenía una distancia abismal con
India[3].
La crisis en curso tiende a reforzar un giro
hacia el mayor consumo. Se intenta reducir la dependencia de las exportaciones
de manufacturas básicas para expandir el mercado interno. Con ese objetivo se
introdujeron varios planes keynesianos de estímulo de la demanda.
Pero los resultados del sexenio han sido
modestos. Aumentó levemente el consumo, se incrementó en algunos puntos la
participación del salario en el ingreso y se registró alguna caída porcentual de
las exportaciones. Estos cambios se ubican muy lejos del viraje ambicionado.
El gran problema radica en que una economía
estructurada en torno a elevadísimos rendimientos del comercio exterior, no
puede girar hacia un esquema inverso sin perder competitividad.
El
pasaje al capitalismo
China empieza a registrar las consecuencias de
su tránsito al capitalismo. Desde 1978 hasta 1992 ese pasaje estuvo limitado
por la preeminencia de un modelo de reformas mercantiles subordinado a la planificación
central. Bajo ese esquema las comunas rurales se convirtieron en unidades
agro-industriales guiadas por principios de rentabilidad, pero sin
privatizaciones de envergadura. Aparecieron los managers con atribuciones para
reorganizar las plantas industriales, pero sin facultades para despedir en masa
o vender empresas.
También se formaron las zonas francas en la
costa, arribó el capital extranjero y comenzó la exportación, pero estas
actividades no ejercían un dominio estratégico sobre el resto de la economía.
En ese período la industrialización retroalimentó la demanda y las mejoras en
el consumo preservaron la distribución precedente del ingreso. El modelo ensayó
una versión actualizada de la Nueva Política Económica (NEP), que se introdujo
a mitad de los 20 en la URSS para remontar el estancamiento[4].
El viraje hacia el capitalismo se consumó a
principios de los 90, a partir de las privatizaciones realizadas por los viejos
directores de las empresas con la intención de forjar una clase capitalista. Los
miembros de ese grupo se transformaron en los principales inversores de las
nuevas compañías. Se aceleró también la acumulación primitiva mediante la
expoliación de los productores agrarios. Con el ingreso del país a la OMC se
afianzó, además, el entrelazamiento de la elite dominante con las empresas
transnacionales.
La triplicación del ingreso per cápita y la
cuadruplicación de la tasas de crecimiento han presentado desde ese momento
otro significado social. Convalidan los enormes niveles de desigualdad social y
la regresión de las conquistas populares.
Los grandes avances de la revolución han
quedado interrumpidos. La duplicación de la esperanza de vida (de 32 a 65 años)
y la alfabetización masiva (de 15 al 80-90% de la población) han sido
reemplazados por la expansión del coeficiente de desigualdad (un Gini de 0,27
en 1984 a otro de 0,47 en 2009). Para una familia obrera se ha tornado muy
difícil afrontar los gastos corrientes de salud y educación[5].
Los desequilibrios del capitalismo comienzan a
emerger en una economía que reduce su promedio de crecimiento (del 9-11% al
6-7% anual), como consecuencia de la madurez industrial y el encarecimiento de los
costos. En el ciclo 2013-14 el nivel de actividad registraría la menor
expansión de la última década. Tal como ocurrió anteriormente con Japón y Corea,
el modelo comienza a lidiar con problemas de competitividad. Mantiene salarios
muy inferiores a esos países, pero en las regiones de la costa y en las
actividades de mayor calificación esa diferencia se está estrechando.
También los desequilibrios financieros se
multiplican. Una importante porción de los bancos opera en las sombras con
créditos dudosos que solventan el consumo de la clase media. También la oscura
administración de los gobiernos locales se financia con préstamos clandestinos.
En las grandes ciudades está ascendiendo,
además, una visible burbuja inmobiliaria. La inflación que durante la década
pasada osciló en torno al 2% anual ha trepado al 6,2%. Junto al salto
registrado en el número de multimillonarios (de 3 a 197 en la última década),
crecen los padecimientos del trabajo precarizado que realizan los inmigrantes a
las ciudades.
Pero el principal desequilibrio actual se
ubica en la altísima tasa de inversión, que se mantiene en porcentuales
insostenibles (43,8% del PBI en 2007 y 48,3% en 2011), en la actual coyuntura
de desaceleración económica internacional. Esos niveles generan
sobre-acumulación de capitales y sobre-producción de mercancías a una escala
mayúscula.
Una economía no puede crecer al 10% mientras
sus compradores se expanden al 2-3%. Todos los planes keynesianos de los
últimos años agravaron un problema, que no se resuelve con el simple incremento
de las importaciones[6].
Las tasas de inversión chinas no guardan
ninguna proporción con patrones históricos o internacionales. Son consecuencia
de un modelo exportador que exige un insostenible nivel de utilización de las
materias primas y una gran devastación ambiental.
Una vez sustituida la gestión planificada por
la competencia del mercado, no es fácil atemperar este tipo de sobre-inversión.
La concurrencia por el beneficio impide procesar en forma ordenada la reducción
de ese exceso.
Disputas
internas y externas
Las contradicciones económicas de China se
acentúan por la disputa que opone al grupo dirigente de la Costa (asociado con
el capital extranjero), con la elite del Interior (interesada en el desenvolvimiento
del capitalismo de estado).
El primer sector busca reforzar la integración
del país a los circuitos del capitalismo global, con mayores compromisos
comerciales externos, nuevas adquisiciones de activos europeos y
estadounidenses y una eventual participación en el diseño de la futura moneda
mundial.
Por el contrario, el segundo sector promueve
un giro más radical hacia mercado interno, cuestiona el desmedido aumento de
las inversiones foráneas y objeta el gran rescate de monedas y bancos extranjeros.
El choque entre estas fracciones ha incluido importantes
cambios en la cúpula del PCCH, que mejoraron las posiciones del grupo
neoliberal encabezado por Wang Jiang, muy asentado en la región exportadora de
Gaungdong. El sector rival sufrió el desplazamiento de ciertos líderes como Bo
Xialai. El conflicto persiste, pero el último congreso partidario consagró el
liderazgo de Xi Jinping y autorizó nuevas privatizaciones. Los grupos
exportadores resisten un distanciamiento del mercado mundial que amenazaría sus
privilegios
Estas tensiones en las fracciones dominantes
no han modificado la estrategia geopolítica defensiva que caracteriza a todos
los dirigentes chinos. Buscan asegurar el acceso internacional a los recursos
naturales, garantizar la seguridad de las fronteras conflictivas (Tíbet) y
completar la reconstrucción de la nación con la reincorporación de Taiwán.
Para alcanzar estos objetivos recurren a heterogéneas
alianzas y despliegan a pleno la realpolítik. Esta orientación guía su custodia
naval del Pacífico y su intermediación en la negociación de las armas nucleares
que construyó Corea del Norte.
Este énfasis en la protección fronteriza
explica la ausencia de correlatos político-militares externos de la expansión
económica internacional del país. China inunda al planeta de capitales y
mercancías, pero no de ejércitos y conspiradores. Mantiene una actitud
defensiva frente a los periódicos hostigamientos de las administraciones
norteamericanas, acrecentando la vigilancia y los resguardos defensivos.
Los líderes de Pekín saben que Estados Unidos
ejerce la dirección del bloque imperialista y no aspiran a ocupar ese lugar. Intuyen
que cualquiera sea el grado de traslado de la industria mundial a Oriente, el
gendarme yanqui continuará supervisando las intervenciones imperiales. Los
dirigentes chinos no se imaginan a sí mismos cumpliendo ese rol en ningún
escenario previsible.
Pero el nuevo status de potencia económica
mundial que alcanzó China dificulta esa estrategia de equilibrio. La necesidad
de recursos naturales y nuevos mercados empuja a sus dirigentes a la adopción
de conductas agresivas. La apropiación de materias primas en África y los
tratados de libre comercio con América Latina constituyen dos muestras de esta
compulsión. Hay mucha ingenuidad en la creencia que China rehuirá los
conflictos típicos del capitalismo, renovando una tradición de pacifismo
oriental opuesta al territorialismo occidental[7].
La nueva potencia está embarcada en la concurrencia
global y en las consiguientes rivalidades internacionales. Su modelo exportador
que no es agregativo, ni inclusivo. Exige arrollar a los competidores en el
propio escenario asiático.
El ascenso de China amenaza el lugar central de
Japón y la pujanza de Corea del Sur. Las tensiones se acentúan, a medida que el
nuevo gigante amplía su participación en exportaciones de mayor valor agregado
y localiza plantas en la periferia asiática, para explotar fuerza de trabajo
barata.
Escenarios
y desenlaces
El principal interrogante geopolítico gira en
torno a las relaciones chino-estadounidenses. Algunas hipótesis estiman que irrumpirá
un gran conflicto cuando la economía asiática externalice las tensiones de su
modelo, presionando a los proveedores (para que abaraten insumos) y a los
competidores (para que resignen mercados). China confrontaría con Estados
Unidos, luego de conseguir el manejo de una moneda internacional convertible.
Pero otro escenario surge de recordar cómo se ha
renovado la codependencia de China con Estados Unidos en las últimas cuatro
décadas. El gran exportador oriental necesita el mercado norteamericano para
descargar sus excedentes y la primera potencia requiere financiación china para
solventar sus monumentales desbalances financiero-comerciales.
La transformación de Shangai en gran centro de
empresas transnacionales ilustra cómo se reciclan los proyectos entre ambas
potencias. Dos figuras centrales del pensamiento imperial apuestan a la
renovación de esta asociación. Consideran que Estados Unidos aceptará un status
económico preponderante de China, a cambio de su ratificación como sheriff del
planeta[8].
Hasta ahora las tendencias hacia el conflicto
y la asociación se desenvuelven con similar intensidad y resulta muy difícil
prever cual será el desenlace. Es tan aventurado un pronóstico de choque
abierto, como la previsión opuesta de una idílica amalgama entre ambas
potencias. Por el momento, el gigante oriental no sustituye a su adversario
occidental y el gendarme norteamericano oscila entre conciliar y hostilizar a
su rival.
Estados Unidos fomenta la tensión militar supervisando
las disputas territoriales sino-niponas. También controla las maniobras navales
de Corea del Sur, refuerza la instalación de marines en Australia y redobla las
presiones sobre Corea del Norte para que desactive su arsenal atómico. Pero estas
acciones coexisten con la continuidad de inversiones conjuntas.
El desenlace de este conflicto permitirá
esclarecer también la naturaleza del régimen chino. Algunas miradas elogiosas
subrayan la autonomía política y ponderan el modelo de acumulación nacional-intervencionista,
sin indagar la naturaleza social del sistema actual[9].
Este enfoque impide analizar como el ascenso
económico chino se consumó mediante una asociación internacional con empresas
transnacionales, que aceleró la formación de la nueva clase capitalista. La
peculiaridad de este proceso ha sido el enlace directo que establecieron los
grupos aburguesados del país con esas compañías. No siguieron la trayectoria clásica
de acumulación nacional, barreras proteccionistas y rivalidad con otras
potencias por la conquista de mercados externos. Se incorporaron sin
mediaciones al nuevo contexto internacionalizado del capitalismo.
Con ese soporte introdujeron una restauración
de la gran propiedad extendiendo las privatizaciones, reforzando la preeminencia
del beneficio y asegurando la supremacía del mercado sobre el plan. Se puede
debatir si esta mutación ha concluido y es irreversible, pero su profundidad y
contenido social regresivo están a la vista. Los autores que subrayan esta
involución presentan un cuadro más realista, que los intérpretes de ese proceso
como una variedad del “socialismo de mercado”[10].
Confusión
de emergentes
Un cierto número de países ha quedado
clasificado junto a China dentro del mismo bloque de emergentes. Especialmente India,
Brasil y Rusia son ubicados en ese casillero. Pero este agrupamiento olvida que
la economía china es dos veces y media superior a la India y cuadruplica a
Brasil o Rusia. Sus tasas de crecimiento han sido mucho mayores y acumula reservas
por un monto que duplica la suma de los tres países[11].
Estas distancias han sido corroboradas por un
tipo de inserción internacional muy diferente. Mientras que China incide
directamente sobre la marcha del ciclo global, los otros países ejercen una
influencia secundaria.
El decisivo auxilio que ofreció el Banco
Central Chino a las monedas, presupuestos públicos y bancos de la Tríada
durante la crisis, contrasta con la ausencia de gravitación de las otras tres
naciones. Este grupo se ubicó más cerca del campo de los necesitados que del área
de los socorristas. Los tres países tampoco han sido receptores del
desplazamiento general de la industria que se orienta hacia el Extremo Oriente.
Las clasificaciones más recientes también
incluyen dentro del bloque emergente a Turquía y Sudáfrica. Realzan su
expansión durante la última década, el efecto limitado de las crisis reciente y
el menor impacto del endeudamiento en comparación a las economías desarrolladas. Pero las tasas de crecimiento de
estas economías han sido variables y muy inciertas. Obedecen a procesos
relativamente recientes y no a movimientos acumulativos de varias décadas.
Otros países ubicados en el mismo sector
ascendente han repuntado como consecuencia de la apreciación internacional de
las materias primas. El carácter eventualmente estructural y no meramente
financiero de esta valorización, no modifica la vulnerabilidad de economías tan
dependientes del vaivén de las commoditites.
El agrupamiento de todos bajo un mismo mote de
emergentes genera múltiples confusiones. La propia clasificación proviene de visiones
financieras de corto plazo. La sigla BRICS, por ejemplo, fue introducida por un
operador bursátil de Goldman Sachs para señalar las oportunidades de inversión.
Con este mismo parámetro otros financistas han
tomado distancia de los BRICS y preparan su reemplazo por los MINT (México,
Nigeria, Indonesia y Turquía), que son percibidos como candidatos a recibir
capitales golondrinas. En realidad, los receptores potenciales de estos fondos son
tan numerosos como efímeros.
Los más renombrados últimamente son: Vietnam,
Australia, Bangladesh, Chile, Colombia, Corea del Sur, Egipto, Filipinas, Irán,
Israel, Malasia, México, Nigeria, Pakistán, Perú, Polonia, República Checa,
Singapur, Tailandia. Como no existen criterios para clasificar a esta variedad
de países se multiplican las sopas de letras (CIVETS, EAGLES, AEM, VISTA,
MAVINS).
Es evidente que estos malabarismos
terminológicos no esclarecen ningún proceso económico. En función de algún
parentesco financiero se mezcla en el mismo casillero a países medianos y
periféricos o a economías industrializadas y rentistas.
Economías
semiperiféricas
El probable incremento de las tasas de interés
estadounidenses ha reducido actualmente la aureola de los BRICS. Algunos
economistas consideran que los mayores riesgos de un próximo temblor financiero
se han desplazado hacia las economías intermedias, con mayores déficits
fiscales y tasas de crecimiento bajas[12].
Otros temen la repetición de las grandes crisis
que durante los años 90 desencadenaron economías semejantes (México-1994, el
Sudeste Asiático-1997, Rusia -1998 o Argentina -2001).
Pero más allá del diagnóstico coyuntural es
importante registrar que se ha profundizado la división en el viejo bloque de
economías no industrializadas. Un segmento amplió su estructura fabril,
participa de exportaciones manufactureras, incorporó empresas al círculo de
compañías transnacionales o desarrolló servicios productivos. El otro sector
mantiene, en cambio, su viejo perfil primarizado.
Esta clasificación de las economías en función
de su estructura e inserción en la división internacional del trabajo es
utilizada por autores críticos del vago concepto de “emergentes”. Con esta
mirada centrada en el proceso productivo global han precisado el contenido de
la noción semiperiferia[13]
Esta categoría se aplica a países como Corea,
Taiwán, Turquía, México, Brasil o Sudáfrica, que se han distanciado del grueso
de la periferia asiática, africana o latinoamericana. Este posicionamiento
intermedio confirma el ordenamiento tripolar que postulan los teóricos de
sistema-mundo y su caracterización de las semiperiferias, como un segmento que acolchona
las brechas entre los dos polos del capitalismo global[14].
Este grupo protagoniza actualmente las bifurcaciones
que tradicionalmente separaron a las económicas ascendentes de sus pares
retrasados. Se repite así la trayectoria seguida por países que atravesaron por
contradictorios períodos de proximidad con los centros o confluencia con la
periferia.
Esta caracterización cuestiona la creciente
expectativa actual en un ascenso general de los países emergentes. Destaca que
estas economías compiten entre sí al interior de una arquitectura estable,
dónde el éxito de un concurrente conspira contra las posibilidades de los
rivales situados en la misma escala de desarrollo.
Las economías intermedias repiten la
trayectoria de las semi-periferias precedentes, que ambicionaron subir al
escalón del centro. Pero la segmentación mundial siempre impidió un éxito
colectivo. Si la expansión actual de China se consolida, confirmará la
excepcionalidad de ese salto. El arribo al status de país desarrollado no está al
alcance de otros BRICS, MINTS o EAGLES.
Sub-potencias
dispersas
El protagonismo geopolítico regional de cada
economía semiperiférica es determinante de su éxito o fracaso, en ocupar los
espacios vacantes del orden global. Algunos países de ese segmento cuentan con
dimensiones continentales y estados de gran porte, pero arrastran también
trayectorias imperiales frustradas. Fueron potencias que devinieron en
semicolonias y volvieron a renacer con proyectos de dominación zonal.
Actualmente se desenvuelven en grandes
territorios con importantes recursos demográficos o naturales y negocian
directamente con la Tríada. Su acción geopolítica incide directamente sobre su
ubicación finalen el ranking semiperiférico. Especialmente Rusia, India y
Turquía comparten estas peculiaridades.
Muchos analistas estiman que estos países
tienden a converger en bloques comunes, para disputar poder con las potencias
centrales. Pero los indicios efectivos de este empalme son escasos, frente al
trato dispar que les dispensa el imperialismo. Estados Unidos hostiliza a Rusia,
está asociado con Turquía y se reacomoda con la India.
En lugar de conformar un bloque, cada
sub-potencia busca su propio nicho dentro del orden neoliberal. Aceptan el
libre comercio, la primacía de las empresas transnacionales y la continuidad de
flujos financieros transfronterizos. A diferencia de lo ocurrido durante 1930-40
no apuestan a forjar redes proteccionistas, ni a construir coaliciones
belicistas.
Todos trabajan dentro de los organismos
internacionales para reforzar su influencia. Promueven reformas del sistema de
votación dentro del FMI y propugnan la constitución de fondos de reservas
globales, para reemplazar paulatinamente al dólar. Como no les interesa sustituir
abruptamente a la divisa que nomina el grueso de sus reservas, apuestan a una
larga negociación.
En las Naciones Unidos propician un reajuste
del actual Consejo de Seguridad, conformado por cinco miembros permanentes con
derecho a veto. Esa negociación es muy conflictiva porque el nuevo asiento en
discusión tiene muchos candidatos, entre las viejas potencias (Alemania, Japón) y las que ascienden (India, Brasil).
China y Rusia no están seguras de la conveniencia de este cambio.
Varias sub-potencias han mostrado disposición
para aportar tropas a las misiones de la ONU convalidando la hipocresía del
humanitarismo imperialista. Esta conducta no sólo ilustra la afinidad de las
clases dominantes de estos países con el status quo global. También indica las
dificultades que enfrentan para encarar acciones alternativas. Algunos
integrantes de esta franja compiten entre en sí en varios terrenos económicos y
otros mantienen viejas disputas fronterizas. Frecuentemente sus prioridades estratégicas
no confluyen.
Los BRICS realizaron, por ejemplo, varias
cumbres para acordar cierto incremento del intercambio, la constitución de un
fondo de reserva y la eventual conformación de un Banco de Desarrollo. Pero han
buscado confluencias frente a contingencias de corto plazo, sin avanzar en
compromisos significativos.
Esa actitud obedece a la estrecha asociación
que están gestando las clases dominantes de este grupo con las empresas
transnacionales. Son burguesías que descartan los viejos coqueteos con los proyectos
antiimperialistas de los años 60-70. Un bloque de “No Alineados” o un encuentro
como Bandung están fuera de sus horizontes. Participan de la etapa neoliberal junto
a elites de multimillonarios muy integradas al club mundial de los poderosos. Estas
tendencias se verifican en cuatro casos.
Rusia e
India
La recuperación de Rusia es muy visible. La
era Putin ha contrarrestado la desintegración social, el derrumbe económico y
la pérdida de posiciones internacionales que sucedieron a la implosión de la
URSS. Pero se suelen resaltar los contrastes entre ambos períodos omitiendo las
continuidades. El presidente ruso consolidó las nuevas clases capitalistas, que
la vieja burocracia forjó saqueando los bienes del estado. Ese descarado
vaciamiento desembocó durante el período de Yeltsin en la bancarrota del rublo[15].
Putin limitó esos excesos restaurando el orden
que se requiere para el funcionamiento del capitalismo. Reconstruyó el poder
del estado mediante un régimen autoritario, asentado en la fatiga con la
caótica situación precedente. Introdujo reglas para la acumulación y consolidó
la concentración del negocio energético y financiero en manos de un reducido de
acaudalados. También afianzó cierto control estatal sobre los rentistas para recomponer
el consumo y la inversión. Esta acción incluyó la detención de varios
millonarios.
El nuevo poder político vertical se basa en el
fraude y la persecución de opositores, pero logró varios triunfos electorales.
Este caudal de votos es utilizado para reforzar el sometimiento político de una
clase obrera huérfana de tradiciones y prácticas de auto-organización.
El legado de varias décadas de totalitarismo
burocrático continúa obstruyendo la conformación de sindicatos y agrupaciones
de izquierda, a pesar de la enorme desigualdad social y la creciente pérdida de
ilusiones en el capitalismo[16].
Sobre este trasfondo de pasividad y
desmoralización popular, Putin recrea una ideología nacionalista que enaltece
los liderazgos providenciales y las antiguas tradiciones de supremacía eslava. Intenta
reconstruir el papel sub-imperial de Rusia en el entorno geográfico del viejo
zarismo.
Las masacres contra los chechenos fueron el
punto de partida de esta acción. Contaron con la implícita colaboración de
Occidente, que perpetra crímenes semejantes en la lucha contra “el enemigo
terrorista”.
Pero esa complicidad no atenuó la creciente
tensión de Rusia con el imperialismo norteamericano, que intentó aprovechar el
colapso de la URSS para exterminar a su viejo rival. Estados Unidos rodeó el
país con misiles de la OTAN para forzar la liquidación del gran arsenal
soviético.
Putin comprendió que ese desarme
imposibilitaría forjar un sistema capitalista medianamente sólido e inició una
reacción defensiva de reconstrucción del poder bélico. Intervino en Georgia,
desplegó efectivos en Asia Central, participa en las negociaciones de Siria y
anexó Crimea frente al golpe de Ucrania.
Con estas acciones consolida la autonomía
estatal que los grandes capitalistas necesitan para afianzar sus inversiones.
Estos sectores dividen sus simpatías entre Estados Unidos y Europa, mientras
derrochan fortunas en Berlín, Londres o Nueva York. Una fuerte tradición
soviética de intervención en los problemas globales es utilizada por la elite
actual. Aprovechan la diplomacia para apuntalar los negocios.
Rusia recupera espacio porque mantiene una
enorme estructura bélica, que no supervisa el imperialismo colectivo. Esta
gravitación militar y no el florecimiento económico explican su resurgimiento
internacional. La crisis global afectó al país más que a otros emergentes. No
ha reconstruido la estructura industrial del pasado y se afianza una enorme
dependencia de las exportaciones de gas y petróleo.
También India participa del ascenso de los
emergentes por el lugar geopolítico que ocupa en un convulsivo sub-continente
asiático. Es la gran potencia de una región conmocionada por diferendos
fronterizos, demandas separatistas y ambiciones localistas. La omnipresencia de
su ejército contrapesa la convulsión de Sri Lanka, las tensiones de Bangla Desh,
los conflictos con Nepal y la ola de terror talibán. Condiciona el irresuelto status
de Cachemira, al cabo de cuatro guerras con Pakistán y las disputas fronterizas
con China luego del choque militar de 1962. El status de Tíbet se mantiene irresuelto.
Las clases dominantes gestionan un
conglomerado de más de 1000 millones de personas, en 28 estados, 7 territorios,
18 idiomas oficiales, varias religiones y comunidades que cohabitan en una
estructura de castas. Las estructuras estatales formalmente seculares están
corroídas por la multiplicidad de choques sectarios y por sangrientas
explosiones de nacionalismo. Este tembladeral queda habitualmente encubierto
por el discurso celebratorio que presenta a la India como una democracia
estable y multicultural[17].
Pero el gran cambio geopolítico ha sido el
giro pro-norteamericano de clases dirigentes que adoptaron el credo neoliberal.
El desplome de la URSS y la posterior complicidad del ejército pakistaní con
los talibanes favorecieron esa confluencia con Estados Unidos.
Las inversiones yanquis saltaron en menos de
veinte años de 76 a 4000 millones de dólares. India ya formaba parte del
selecto club atómico mundial, pero ahora cuenta con un aval del Pentágono, que
anteriormente estaba focalizado en su rival pakistaní.[18].
En la última década la economía india registró
elevadas tasas de crecimiento y alumbró varias multinacionales de peso global.
También logró cierta expansión en la informática, especialmente en los servicios
de software. Pero sus actividades de sub-contratación se mantienen muy
distantes de los epicentros de la revolución digital. Cualquier comparación de
patentes o niveles de rendimiento con Estados Unidos confirma esa brecha[19].
Al igual que China, el resurgimiento de India
está acompañado de un sentimiento de renacer milenario de civilizaciones, que
ocupaban lugares preponderantes hasta el siglo XVIII. Pero el crecimiento
actual del país no es comparable al desarrollo de su vecino. La industria
continúa operando en eslabones intermedios no integrados, con alta dependencia
de insumos externos y pagos de royalties. La productividad es baja y la
infraestructura es muy obsoleta.
Las diferencias con China son más categóricas en
el plano social. El país cuenta con el mayor número de multimillonarios
recientes y una numerosa clase media. Mantiene al 77 % de la población en
estado de pobreza y el 40% de niños con insuficiencia de peso. La lucha contra
el hambre ha fracasado y 100.00 campesinos se suicidaron en 1996-2003 por
angustias de subsistencia. La histórica exclusión social persiste a una escala
gigantesca. Cuatro de cada diez persona no son saben leer, ni escribir y en el
índice de desarrollo humano el país está ubicado en el lugar 126[20].
El proceso actual de acumulación enfrenta dos
límites ausentes en las centurias precedentes. India no puede descargar su
población sobrante en corrientes de emigración (como hizo Europa hacia América)
y sufre un desempleo agravado por la innovación tecnológica.
Estos obstáculos tienden a acentuarse por la actual
presión neoliberal para flexibilizar el mercado laboral y privatizar empresas públicas.
Pero esta agresión comienza a afrontar una resistencia que puede modificar
todos los datos del país.
Sudáfrica
y Turquía
Sudáfrica es otro caso de gravitación
geopolítica creciente, luego de la heroica lucha popular que permitió sepultar
el sistema político racista. Pero esa gesta -simbolizada en la figura de Mandela-
dio lugar a una transición pactada que consolidó la supremacía de las minorías
enriquecidas.
La cooptación de una elite negra al poder
aportó a las clases dominantes una nueva proyección regional que facilitó
cierto crecimiento económico. La desaparición del aislado régimen del Apartheid
permitió consolidar un área de libre-comercio y afianzar una economía
industrializada, que absorbe el 70% de toda la electricidad del África
Subsahariana.
Esta reubicación estratégica explica la
incorporación de Sudáfrica al núcleo de los BRICS. Rusia o India tienen un PBI
cuatro veces superior y la diferencia se extiende a 16 veces con China. En este
terreno el país es incluso superado por Corea, Turquía o Indonesia. Su
extensión geográfica y población son inferiores a Argentina o Irán y tiene
competidores de peso como Nigeria dentro del continente. Pero sólo el régimen post-Apartheid
ofrece las estructuras requeridas para un liderazgo regional.
Durante el siglo XX las empresas sudafricanas combinaron
la expansión regional con el belicismo y el racismo. Los colonos blancos
convertidos en clase dominante afrikaneer se asociaron con las empresas mineras
para asumir ese rol de gendarme. Utilizaron intensamente el poder militar gestado
durante la sustitución de importaciones[21].
Con el fin de esa dominación se extinguieron las
ambiciones de expansión externa, pero no la gravitación de la principal
economía de la región. La nueva elite negra promueve el capitalismo neoliberal bajo
el emblema de un “renacimiento africano”.
Un líder histórico de los trabajadores mineros
(Cyril Ramaphosa) se ha convertido en director de grandes empresas, en un país
que ya no es repudiado por sus vecinos. Sudáfrica es el niño mimado del FMI y del
Banco Mundial. Sus dirigentes despliegan retóricas progresistas en la ONU,
mientras actúan como socios confiables de Estados Unidos[22].
Pero este giro neoliberal ha desgarrado a
Sudáfrica. Desde 1996 la combinación de privatizaciones y apertura comercial
con la eliminación de las restricciones al desplazamiento de personas, generó
una caótica urbanización que ha ensanchado la polarización social[23].
El desempleo se duplicó y afecta al 36% de la
población. La desigualdad se ubica al tope de los índices mundiales (Gini
0,73). Los desastres en la provisión de agua, la precariedad de la vivienda y
la degradación de la educación son mayúsculos. El salario se ha estancado con
la generalización de agencias que intermedian en la contratación laboral. En el
87% de las tierras que monopolizan los granjeros blancos subsisten formas
encubiertas de servidumbre.
Las modalidades extremas del desarrollo
desigual y combinado que generó el Apartheid no han desaparecido. Ese sistema
articulaba capitalismo y pre-capitalismo, mediante una excepcional subsistencia
de formas de coerción extra-económica. El trabajo temporario y migrante que
conectaba a los sectores modernos y atrasados de la economía se ha remodelado y
recrea las viejas fracturas[24].
Sudáfrica también padece la erosión de su base
energético-minera tradicional. Ese complejo se ha internacionalizado
manteniendo su primacía (23% del PBI y 60% de las exportaciones). Pero el
extractivismo está agotando los recursos del subsuelo al cabo de varios
intentos fallidos de diversificación.
Por estas razones la crisis global ha impactado
más en Sudáfrica que en otras economías equivalentes. Hay cierta fuga de
capitales en un marco de tensiones sociales y masacres mineras que recuerdan
las terribles represiones del pasado.
También el caso de Turquía ilustra como
despunta una sub-potencia regional por su gravitación geopolítico-militar. Las
clases dominantes han desarrollado en las últimas décadas una estrategia de
expansión en el mundo árabe y el mediterráneo.
Esta política se asienta en un despliegue
militar que desborda las fronteras (ocupación de Chipre) y se refuerza con la opresión
interna de la minoría kurda. Los derechos nacionales de este sector son
rechazados a punta de fusil, ignorando la opinión mayoritaria de la propia
población turca. Al cabo de treinta años de resistencia el gobierno debió
aceptar el inicio de negociaciones, ante el establecimiento de regiones autónomas
kurdas en Irak y Siria[25].
En Turquía la coerción interna y las
ambiciones expansivas son políticas de estado, actualmente retomadas por una administración
islámica conservadora. Sus dirigentes asumieron hace once años con promesas que
no cumplieron de renovar el nacionalismo autoritario del Kemalismo.
Recrean especialmente el proyecto sub-imperial
de lograr la supremacía regional frente a Irán, Egipto y Arabia Saudita. Por
eso preservan la tradición despótica de una gran burocracia sometida a la
tutela militar. El fin de la dictadura no erradicó los vestigios del totalitarismo
y los poderes efectivos del Parlamento son muy débiles[26].
El neo-otomanismo persiste como ideología
histórica de sectores dominantes que atravesaron por toda la variedad de estadios
imperiales y semicoloniales. Actualmente adaptan esa tradición a un proyecto de
inserción en la mundialización neoliberal, asentado la supremacía regional.
Con esa estrategia Turquía forma parte de la
OTAN, tolera en su territorio las actividades del Pentágono y participa en las
incursiones de Afganistán, Somalia e Irak. Pretende actuar como socio y no como
un vasallo de Estados Unidos. Con la misma intención brindó sostén a los
islamistas que participaron en la guerra de Siria.
La burguesía turca abraza el neoliberalismo
con ese horizonte geopolítico. Se ha beneficiado con un crecimiento del 8%
anual del PBI que ubicó al país en un status mediano, con varias corporaciones
de peso. Pero los nubarrones que actualmente afectan a todas las economías
intermedias amenazan este ascenso.
Los nuevos sectores del islamismo
librecambista han desplazado a las viejas fracciones proteccionistas laicas,
pero todos dejaron atrás la etapa desarrollista para propiciar la apertura
comercial. Buscan ingresar en la Unión Europea con el activo apoyo de los medios
de comunicación y la Bolsa.
Estados Unidos avala esta incorporación por
las mismas razones que alentó el ingreso de los países del Este europeo a esa
comunidad. Pero resulta muy difícil lograr un consenso dentro del Viejo
Continente para incluir a una potencia autónoma tan opresiva y poco secular[27].
El gobierno islámico esperaba usufructuar de
las revueltas árabes para exportar su modelo de conservadurismo neoliberal.
Pero la conmoción que vive la zona terminó contagiando al país y la Plaza
Taksim de Estambul se convirtió en un espejo de la Plaza Tahir de El Cairo. Una
marea de manifestantes ocupó ese lugar durante semanas para rechazar las
restricciones religiosas y la brutalidad policial[28].
Esta reacción puso de relieve el descontento
con la cirugía neoliberal, que existe en un país agobiado por las agresiones
sociales y los retrocesos democráticos. Este desafío erosionó la capacidad del gobierno
para proyectar su modelo de islamismo conservador y apuntalar la supremacía
regional frente a los rivales de Irán, Egipto y Arabia Saudita. Turquía quedó
incorporada a las revueltas que pretende desactivar.
La
regresión de la periferia
La crisis global ha impactado en la periferia
clásica. Afecta duramente a las economías que exportan bienes básicos,
adquieren productos elaborados y sufren el saqueo de sus recursos naturales.
Estos países no cuentan con los amortiguadores
que utilizan las economías intermedias para atemperar un contexto internacional
desfavorable. Quedaron muy golpeados por las condiciones políticas adversas que
impuso el neoliberalismo, al eliminar los contrapesos que limitaban la
polarización mundial. El desmoronamiento del bloque socialista y la pérdida de
conquistas obreras en el Primer Mundo facilitaron la ampliación de esa brecha.
La periferia está conformada por las economías
que sufren un empobrecimiento mayúsculo. En los polos extremos del ingreso persisten
diferencias abismales. El PBI per cápita de Congo (231 dólares) o Burundi (271
dólares) se ubica a años-luz de su equivalente en Mónaco (114.232 dólares) o
Estados Unidos (48.112 dólares). Estas fracturas se ampliaron
significativamente durante las últimas décadas, puesto que la brecha que separa
el ingreso per cápita de las regiones más ricas y más pobres aumentó entre 1973
y 1998 de 13.1 a 19,1. Existen numerosos cálculos de esta expansión geométrica
de la fractura de ingresos que separa a los primeros y últimos 40 países del
ranking global[29].
La acumulación del capital a escala global
siempre se desenvolvió en una división internacional del trabajo, que genera
transferencias de recursos de la periferia hacia el centro. En la etapa
neoliberal esta dinámica polarizadora se mantuvo modificando las localizaciones
de este proceso. El despegue de ciertas zonas se consumó en desmedro de otras,
a través de intercambios desiguales y procesos de recreación del subdesarrollo[30].
Esta polarización se verifica en forma
dramática en el agravamiento del hambre. Esta tragedia social se acentuó desde
el 2003 por el ciclo ascendente que registran los precios de los alimentos.
Hasta el 2008 esa carestía se concentraba en los cereales y ciertas
oleaginosas, pero en la actualidad abarca a todos los productos. En diciembre
del 2010 el índice de precios de la FAO superó su máximo histórico.
Las expectativas en un descenso de esas
cotizaciones por la desaceleración económica global no se han verificado. La
cifra total de hambrientos ronda los 1200 millones de personas, pero la amenaza
se extiende a 2.500 millones que subsisten en condiciones de pobreza. Basta
recordar como esa carestía influyó en el debut de los levantamientos árabes
(“una intifada del pan”), para notar el impacto social del problema.
Existen tres explicaciones de la continuada
inflación de los alimentos. La primera atribuye el comportamiento alcista a la
formación de burbujas, gestadas con la especulación de los precios a futuro de
los cereales. Esta operación ha canalizado los excedentes de liquidez que
genera la falta de oportunidades de inversión en los países desarrollados.
Las obscenas apuestas con bienes primordiales
para la vida humana es un juego cotidiano en Estados Unidos. Antes del 2000 el
mercado de futuro de estos productos estaba regulado y se desenvolvía con
estrictas exigencias de información de las posiciones de los traders. Estas
regulaciones fueron abolidas y la actividad fue abierta al ingreso de los
fondos que operan en el corto plazo.
Las inversiones llegaron en masa y en el 2007
el monto de esas transacciones promedió 9 billones de dólares. Los financistas
perfeccionaron posteriormente su acción y ya no suscriben contratos a futuro.
Compran y venden siguiendo el vaivén diario de las commoditties, sin comprometerse
nunca con la posesión física del producto. Simplemente manejan los contratos
mediante derivados financieros, que multiplicaron seis veces su presencia en el
sector entre el 2002 y el 2008[31].
Los grandes bancos (BNP Paribas, Deutsche
Bank, JP Morgan, Morgan Stanley, Goldman Sachs) se especializaron en esta
actividad para recuperar beneficios luego del crack del 2008 y estuvieron
directamente involucrados en brusco aumento del precio de los tres alimentos
que cubren el 75% del consumo básico mundial (maíz, arroz y trigo) [32].
Un segundo enfoque estima que la valorización
de los alimentos es consecuencia de las actividades que aprecian indirectamente
los productos básicos (como los biocombustibles). Estos desarrollos incrementan
los costos de los insumos y acentúan el agotamiento del suelo. Los precios de
los alimentos trepan, además, al compás del encarecimiento del petrolero, el
transporte o la irrigación. El mismo impacto genera la expansión de los
supermercados que inflan la demanda con nuevos hábitos de consumo.
Finalmente otra explicación estima que la
apreciación de los alimentos es un problema estructural, derivado de la demanda
ejercida por los nuevos compradores asiáticos. Aunque la oferta se ha expandido
junto al incremento de la productividad agrícola, consideran que la nueva dieta
de millones de consumidores impacta sobre los precios.
Es probable que estas tres visiones expliquen aspectos
complementarios del mismo fenómeno. En los próximos años quedará esclarecido
cual ha sido el principal determinante de la carestía alimenticia. Sean
maniobras financieras, actividades competitivas o brechas estructurales entre
producción y consumo el resultado es el mismo: agravamiento de la tragedia del
hambre.
El trasfondo de este flagelo ha sido la mundialización
neoliberal, que impuso una reconversión agrícola tan favorable a la exportación
como nociva para los cultivos tradicionales. Esa transformación benefició al
agro-bussines, socavó la seguridad alimentaria, destruyó al campesinado y
acentuó el éxodo rural.
Las normas de libre-comercio que impuso la OMC
forzaron la especialización exportadora de muchas economías periféricas, que se
convirtieron en compradoras netas de productos básicos. Perdieron sus reservas
nacionales de alimentos y quedaron desguarnecidas frente al ciclo actual de
encarecimiento. Esta desprotección favoreció a varias economías desarrolladas
que descargaron sus excedentes sobre comunidades arruinadas por la destrucción
del auto-consumo.
La desnutrición constituye la manifestación
más aguda de la regresión padecida por el Tercer Mundo. Estas economías
soportan la depredación de los recursos codiciados por las grandes empresas
transnacionales. El petróleo, los minerales, el agua y los bosques son blancos
principales del atraco.
¿Despunta
África?
África Sub-sahariana ha sido el mayor
escenario de tragedias sociales. Allí se localizaron los terribles dramas de
refugiados, migraciones masivas y masacres étnicas.
El desangre generado por las guerras locales se
cobró tres millones de muertos. En los años 80 y 90 la región sufrió un declive
de la esperanza de vida (58 años en 1950 a 51 años en el 2000). Este cuadro
dantesco fue consecuencia de incontables disputas por la apropiación de los
recursos naturales.
Las batallas entre caciques para controlar los
recursos exportables provocaron el colapso total de varias sociedades (Ruanda,
Somalia, Liberia, Sierra Leona). Otras se desangraron por el coltán (Republica
del Congo) o por la apetencia de diamantes, cobre y petrolero (Costa de Marfil,
Sudán y Angola). La batalla por esos botines reavivó antiguas rivalidades
étnicas, regionales y confesionales, promovidas por elites que frustraron el
proceso de descolonización de los años 60-70[33].
No es cierto que África sufrió estas
desgracias por su “marginación del mundo”. Es la región más integrada y
subordinada a la división internacional del trabajo. La tasa de comercio
extra-regional en proporción al PBI (45,6%) es muy elevada en comparación a
Europa (13,8%) o Estados Unidos (13,2%). El problema radica en la forma que
históricamente adoptó esa integración.
Durante la esclavitud África sufrió una
hecatombe demográfica que redujo dramáticamente su población. En el periodo
colonial (1880-1960) se generalizó el pillaje y los pequeños campesinos fueron
sometidos al cultivo de exportaciones tropicales. La breve experiencia de
descolonización nacionalista (1960-75) quedó rápidamente sepultada por el
neoliberalismo, que renovó el ciclo de inserción primarizada. Pero la etapa
actual incluye varias novedades.
En primer lugar se está consolidando la
formación de un capitalismo negro, integrado por socios locales de las empresas
extranjeras que capturan una porción del recurso depredado. En muchos países se
han reformado los códigos de minería y petróleo para acrecentar esa tajada, que
nutre también un proceso de acumulación primitiva. Por eso ha ganado
importancia la participación de las burguesías locales de ciertos países.
Sudáfrica lidera este grupo, pero también Nigeria amplia su gravitación.
En segundo lugar la llegada de China ha
modificado los equilibrios de las elites dominantes con Estados Unidos y las
viejas potencias coloniales. Un nuevo jugador ha ingresado en el continente
para comprar enormes volúmenes de materias primas y ofrecer créditos de infraestructura
sin las condicionalidades del Banco Mundial. La nueva burguesía africana más
vinculada a Occidente disputa con los partidarios de estrechar la asociación
con un gigante asiático, que no carga con la rémora de ex potencia colonial.
En tercer lugar se ha producido un
significativo cambio en la coyuntura económica de la última década. La tasa de
crecimiento comenzó a repuntar y en el 2000-09 alcanzó un promedio del 5,1%
anual, que supera la media mundial (3%) y se ubica muy lejos de la regresión de
1980-90. Este aumento acompaña el fuerte incremento en las inversiones
extractivas, que saltaron de 7 a 62 billones, en un marco de generalizada transformación
agrícola. Las importaciones aumentan 16% anual y los términos de intercambio
mejoraron un 38% en comparación al 2000-12[34].
Estas modificaciones han alterado el clima
ideológico de “afro-pesimismo” que presentaba el desgarro del continente como
un destino inexorable. Ahora prevalece una variante opuesta de “afro-optimismo”
que difunden las elites neoliberales, para augurar un futuro venturoso. Si la
primera teoría justificaba el saqueo recurriendo a la auto-flagelación y las
reflexiones cínicas, la segunda lo aprueba como un precio de salida del
subdesarrollo[35].
Esta última visión se difunde junto a todo
tipo de fantasías sobre la inminente masificación de las clases medias. Olvidan
recordar los abismos sociales vigentes en los países de mayor crecimiento. El
60 % de la población es pobre en Angola o Nigeria. Este mismo porcentual de
habitantes vive en villas de emergencias en todo el continente, que en un 80%
carecen de agua potable. Además, el desempleo entre los jóvenes promedia el
60%.
En el campo la situación es más dramática por
la gran presión demografía sobre tierras cultivables, con reducidas reservas de
agua renovables en un marco de gran deforestación[36].
Desempleo
árabe, explotación en Oriente
Otro ejemplo de las desventuras de la
periferia se localiza en el mundo árabe. El incendio político que conmocionó a
esta región en los últimos tres años obedece a múltiples causas. Pero varias
décadas de neoliberalismo furioso han sido determinantes de la pobreza, el
estancamiento y la desigualdad que desencadenaron ese estallido.
La región ha padecido un récord de desempleo,
disimulado con el asistencialismo que distribuyen los regímenes rentistas. Las
privatizaciones y la flexibilidad laboral generaron fracturas sociales mayúsculas[37].
Las presiones para reducir el gasto social y
eliminar subsidios a los alimentos empujaron en Medio Oriente a millones de
jóvenes al desamparo. No pueden subsistir en sus países y tienen vedada la
emigración a Europa. Estos desposeídos encendieron las revueltas, cuando un
vendedor tunecino se inmoló para protestar contra las prohibiciones a la venta
callejera[38].
Al igual que África esa región tuvo un corto
período de florecimiento nacionalista en los años 60. Esa experiencia se agotó
por la incapacidad que demostraron esos procesos para erradicar la dominación
parasitaria de los grandes capitalistas. El neoliberalismo agravó posteriormente
la explosiva combinación de subdesarrollo y rentismo[39].
Un tercer caso de regresión periférica se
sitúa en los países de Asia, que no participan de la onda expansiva generada
por China y las economías intermedias. Esas zonas sufren los terribles índices
de pobreza multi-dimensional que mide el PNUD. El último reporte de ese
organismo destaca que el 51% de la población mundial afectada por la miseria extrema,
se encuentra en el Sur de Asia y el 15% en el Este de ese continente.
Pero semejante grado de pobreza se está
convirtiendo en un imán para las empresas transnacionales, que buscan nuevos
proveedores de fuerza trabajo barata. Un sector mano de obra intensiva como la
industria textil es el gran barómetro de esta tendencia[40].
La primera oleada de deslocalización en la
fabricación de confecciones se afincó en los años 70 en Corea, Taiwán, Singapur
y Hong Kong. El segundo movimiento se ubicó en los 80 en Indonesia, Siri Lanka,
Filipinas, Bangladesh y Tailandia. En las últimas décadas se verifica una
tercera secuencia de inversiones en Camboya, Laos, Birmania y Bangla Desh.
El nivel de superexplotación obrera que
imponen las grandes marcas y sus contratistas es aterrador. Una gran campaña de
protesta bajo la sigla “Ropa Limpia Internacional” denuncia las atrocidades que
predominan en esos talleres.
Un ejemplo de este drama se vive en Bangladesh.
El PBI creció sostenidamente desde los años 90 hasta convertir al país en el
tercer exportador mundial de ropa. Ya hay 4000 fábricas que contratan a 3 millones
de obreros. Se trabaja entre 12 y 14 horas respirando polvo, en pequeñas habitaciones,
mal iluminadas y sin ventilación. Los empresarios locales operan con márgenes
estrechos y trasladan esa presión sobre los trabajadores, que sufren la
represión y el asesinato de sindicalistas.
Esta situación se transformó en noticia
internacional cuando 250 personas murieron por el derrumbe de una fábrica
carente de protecciones laborales. Las crónicas periodísticas trazaron
numerosas analogías con las condiciones de trabajo infrahumanas vigentes en
Inglaterra, durante el debut de la revolución industrial[41].
Con pobreza, desempleo, salarios ínfimos y
superexplotación, la periferia carga con las consecuencias más duras del
período neoliberal. ¿Pero qué tipo transformaciones predominaron en esta etapa?
¿Y cuáles son las interpretaciones teóricas de esos cambios?
Resumen
China asciende al status de economía central.
El salto histórico en su industrialización le otorgó un impensable rol
internacional en el rescate del sistema financiero. Pero no logra concretar el
giro hacia el consumo interno. La sustitución de las reformas mercantiles por
el capitalismo ha generado sobre-inversión, especulación bancaria y
polarización social.
La expansión económica global comienza a
obstruir la estrategia geopolítica defensiva de China, acentuando las disputas
entre las elites de la Costa y del Interior. La restauración capitalista está
muy avanzada pero no ha concluido, mientras persisten tendencias equivalentes a
la asociación y al choque con Estados Unidos.
Las economías intermedias que ascienden se
ubican en un escalón inferior. Varias sub-potencias regionales con ambiciones
sub-imperiales recobran incidencia sin forjar bloques comunes. Actúan dentro
del orden neoliberal y es erróneo caracterizarlas utilizando criterios
financieros de corto plazo.
Rusia recompone el estado frente al despojo de
los oligarcas para estabilizar la acumulación, forjando un dique de contención
a la OTAN. El crecimiento de India no se aproxima al desarrollo chino en una
zona desgarrada y saturada de conflictos bélicos. En un marco de gran desempleo
y desigualdad, la cooptación de una elite negra al pos-Apartheid ha potenciado
la proyección de Sudáfrica. El expansionismo neo-otomano es el soporte del
crecimiento neoliberal de Turquía.
La brecha global de ingresos se ensancha
empobreciendo a la periferia. La desnutrición se acentúa por el encarecimiento
de los alimentos que generó la reconversión capitalista del agro.
Un capitalismo negro despunta en África luego
de sangrientas guerras por el botín de los recursos naturales. Arriban nuevas
potencias y se enriquecen las elites locales. El mundo árabe continúa sufriendo
una gran expoliación que en Asia es sinónimo de superexplotación.
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