- “Existe una moralidad de la política -asunto difícil y
nunca claramente abordado-, y cuando la política debe traicionar a su
moralidad, escoger la moralidad es traicionar a la política. ¡Ahora encuentre
la solución de ese conflicto! Particularmente cuando la política ha tomado como
su fin alcanzar el reino de lo humano.” | Jean-Paul
Sartre
|
Las reformas de Gorbachov ✆ Fritz Behrendt
|
István Mészáros | En
su ejemplar del 4 de noviembre de 1989, la revista Soviet Weekly publicó un
artículo con el título "Un adiós a la concepción primitiva del
socialismo". Fue escrito por Oleg Bogomolov, uno de los asesores del
presidente Gorbachov, miembro del parlamento y líder de lo que se llamó en su
tiempo en Moscú (quizá en broma) el Instituto de Economía Socialista. La
referencia a
"la primitiva
concepción del socialismo'* resumía con gran precisión la posición del autor,
aun cuando no fuese en el sentido pretendido. Ésta fue su conclusión, considerando
el estado del mundo y la realización histórica del proyecto socialista:
La teoría de la
convergencia —bajo la cual el capitalismo y el socialismo se acercan en su
progreso y posiblemente se encontrarán como un solo sistema— en ningún modo
parece tan primitiva como fue en su momento. El Occidente está moviéndose hacia
una mejor sociedad, lo que nos remite a la sociedad posindustrial, "basada
en la informática". Nosotros comúnmente nos referimos a esa clase de
sociedad como el primer estadio del comunismo.
De esta manera, el confiado asesor de Gorbachov abrazó, no
solamente los valores implícitos en el arrobamiento posindustrial de Daniel
Bell, sino también su crudo corolario hecho explícito en la aserción de Robert
Tucker, de acuerdo con la cual
"el concepto de comunismo en Marx es más aplicable
a la situación actual de los Estados Unidos, por ejemplo, que su concepción del
capitalismo".1 Así, dirigido a su capitulación por algún muy viejo pensamiento
en el capitalismo occidental, el llamado nuevo pensamiento de la Unión
Soviética bajo Gorbachov trató de definir su peculiar nueva orientación
valorativa. Los anteriores gobernantes y propagandistas del sistema estalinista,
con constantes referencias a la "irreversibilidad" de su "nuevo
curso", quisieron ansiosamente demostrar a Reagan, Thatcher, Bush y a
otros como ellos su determinación, tan sólida como una roca, de su conversión a
una entusiasta creencia en las virtudes de la (socialmente no calificada)
economía de mercado. Y como una prueba de su buena fe, apelaron a la idea de
consenso universal y a su, de ahora en adelante, inconmovible creencia en el
efectivo predominio de los
"valores universales humanos".
Naturalmente, en realidad todo esto fue mucho mas lejos que "cantando
en la oscuridad", ya que nada podría ser aducido para sostener la
proclamada posición gorbachoviana más que su repetida proclamación. Consecuentemente,
para encontrar autoseguridad en sus negociaciones con la Casa Blanca, tanto como
alguna clase de justificación cuando presentara el asunto en casa, los
ideólogos del nuevo wishful thinking* postularon la ficción de un materialmente
bien consolidado sistema de valores Este-Oeste. En este espíritu del último
Gorbachov ideólogo-jefe (como oficialmente fue llamado), Vadim Medvedev declaró
—desestimando toda evidencia histórica en contrario— que las relaciones
mercancía-dinero capitalistas y el mercado eran el cuerpo instrumental de los
valores universales, y "el mayor logro de la civilización humana",2
insistiendo en que por esta razón, en las políticas perseguidas por los directores
de la perestroika, la "aproximación de clase" debía ser reemplazada
por el "enfoque humanista universal".3
La aproximación a estos valores —caracterizados por la grotesca
creencia en que ellos pueden ser tomados del aire sin ninguna referencia a su
fundamentación social— fue adoptada por los burócratas soviéticos en todos los
órdenes de la vida, desde la diplomacia internacional, hasta las relaciones
étnicas. Así, el finalmente desdichado ministro del Exterior, Alexander A. Bessmertnykh,
anunció el triunfo de la "aproximación pragmática" sobre la
"aproximación ideológica",4 al declarar que:
...la esencia del
nuevo pensamiento [en la diplomacia internacional] es traer a primer plano, no
a los egoístas, sino a los cada vez más altruistas intereses. El altruismo cesa
de ser un atributo de la escuela romántica de la diplomacia. Ha sido repentinamente
convertido en un elemento del moderno pensamiento.5
De esta manera, el antagonismo sociohistórico entre capital y
trabajo ha sido reconciliado con el iluso postulado del "cada vez más
altruista interés". Y esto es lo que Bessmertnykh llamó "una visión
realista de la realidad".6
En el mismo espíritu, el saludablemente titulado jefe del Consejo
Científico Interdepartamental de los Estudios de Procesos Étnicos del Presidium
de la Academia de Ciencias de la URSS, Julián Bromlei, resumió su propio y realista
punto de vista de la realidad de las naciones en general y de la Unión
Soviética en particular, insistiendo en que el término pueblo soviético
...refleja una
realidad, un Estado y una entidad territorial que tienen características
culturales comunes, tradiciones, valores y autoconocimiento unificado. La larga
historia milenaria de la humanidad ha visto muchas de estas entidades: tomando
los presentes pueblos indios e indonesios en el desarrollo del mundo, el pueblo
de Suiza en el Oeste y el pueblo yugoslavo en los países socialistas. Así, el
pueblo soviético es un fenómeno natural que difiere de sociedades similares,
principalmente en sus parámetros socialistas y correspondientes valores
espirituales.
Claramente, nosotros deberíamos tener en mente que la nación
soviética consiste en una variedad de grupos étnicos.7
Así es como la ficción estalinista de la nación soviética
—que fue de hecho proclamada por Stalin sobre la base de la degradación de
varias comunidades nacionales de la Unión Soviética, incluyendo a Ucrania y
exceptuando solamente a Rusia, al status de meros grupos étnicos (un
procedimiento completamente arbitrario por el cual no otro que Lenin llamó al
georgiano Stalin un "gran gendarme ruso")— pudo ser perpetuada en
teoría (pero no por mucho en la práctica) en nombre de los pretendidamente
ilustrados y humanístico-liberadores principios del nuevo pensamiento. El común
denominador pareció ser la voluntarista superimposición de los materialmente
infundados pero, a pesar de todo, ilusamente declarados valores —ya hubieran sido
llamados valores espirituales o por otro nombre—, sobre la realidad
sociohistórica dada, cuyas dolorosas y evidentes contradicciones fueron supuestamente
resueltas a través del poder persuasivo de su evidente rectitud, como decretó
el nuevo pensamiento.
La reciente cabeza inspiradora de todas estas ideas fue, claro,
el primer secretario Mijail Gorbachov. Él proclamó que Clausewitz y el poder
político "ahora pertenecen a las bibliotecas", porque:
Por primera vez en la
historia, basar la política internacional, tanto sobre la moral y normas éticas
—que son comunes a toda la humanidad—, como humanizando las relaciones entre los
estados, ha devenido un requerimiento vital.8
Desde que Gorbachov rechazó reconocer la obvia diferencia
entre requerimientos (o imperativos) y los intereses sociales realmente
existentes, continuó repitiendo su sermón moral acerca de "la prioridad de
los valores universales humanos",9 mientras sus adversarios mantenían —en
el Golfo y en todas partes—, con la más brutal y abierta agresividad, su continua
y feliz adhesión a los bien probados principios de Clausewitz. En verdad, los
"valores humanos universales" no podían ser simplemente asumidos en
una sociedad de antagonismos de clase destructivos; ellos tenían que ser primero
creados a través de la derrota de tales antagonismos, como previa el proyecto
socialista. Ésta es la razón de que en su ilusoria defensa de soluciones
universales aceptables pudieron proceder sólo postulando "valores humanos
universales" como ya dados —desechando al mismo tiempo, como hemos visto,
la "aproximación de clase" de la imaginaria altura de "la supremacía
de una aproximación humana general"— y, consecuentemente, solamente
pudieron fundar la no existente reconciliación-de-todos-los conflictivos
valores universales sobre la ficción de "los cada vez más altruistas intereses",
comprometiendo este conflictivo mundo nuestro desde las entrañas del nuevo
pensamiento.
Gorbachov continuó proclamando que "es esencial
elevarse por encima de las diferencias ideológicas",10 pero rechazó inquirir
en las condiciones de realización (si hubiera algunas) de tal deseo. Su libro
sobre la perestroíka constituyó una larga lista de deseos, envueltos en su
acostumbrada retórica de partido de primer secretario. Al mismo tiempo, el
libro no hizo el intento de demostrar cómo trasladar a la realidad los
objetivos políticos deseados. Irónicamente, mientras perseguía su maratón de wishfull
thinking, el autor de Perestroika también proclamó que "en la política real no puede haber wishful thinking".11
Hizo esto como un intento de legitimación indisputable de sus propias credenciales
como un político realista, en lugar de demostrar la solidez del curso de acción
escogido. Pensó que diciendo que "nosotros proponemos la política de la
perestroika, frente a la que no hay alternativa",12 las graves cuestiones
concernientes a la viabilidad de la perestroika serían automáticamente
resueltas, sobre la evidente autoridad de la misma necesidad.
Infortunadamente, sin embargo, como revela la experiencia histórica,
las voluntaristas ilusiones —frecuentemente unidas a la directa apelación a la
autoridad de los llamados imperativos morales— tienden a predominar en política
precisamente en los tiempos en que los objetivos políticos invocados están pobremente
fundados, debido a la inherente debilidad de quienes las promueven. La apelación
directa a la moralidad en este discurso político es usada como un sustituto
imaginario de fuerzas políticas de materiales identificables que podrían
asegurar la realización de los objetivos deseados. Esto hace dicho discurso político
extremadamente problemático, no importa cuan altamente sólidos fueran sus llamados
morales "universales". Así, cuando el ideólogo-jefe Gorbachov,
haciéndose eco de su primer secretario, insiste en que "Nosotros hemos
hecho nuestra elección... nuestra sociedad se ha embarcado en el camino
correcto y la única dirección del tráfico en este camino está deviniendo
irreversible",13 falla al preguntar algunas cuestiones vitales acerca del
destino y la aceptabilidad (o inaceptabilidad) del "irreversible tráfico
en una dirección".
Así, sustituyendo con vacuos lemas de moral acerca del "enfoque
universal humanístico" un serio análisis de lo que fue terriblemente
equivocado bajo el estalinismo en las sociedades posrevolucionarias, extrajeron
de ellos la absurda conclusión de que el mercado capitalista era la
"garantía de renovación del socialismo".14 Así es como las palabras
de Sartre acerca de la traición de la política emancipatoria en nombre de la
moralidad viene a aparecer como un fantasma ante los propulsores de \a.
perestroika. Cualesquiera que hubieran sido sus intenciones originales,
ayudaron a empedrar el camino de Dante al infierno, acabaron finalmente optando
por el reino de la opresión capitalista, en vez de "traer el reino de lo
humano".
Así, el retorno del interés por el discurso moral bajo la perestroika
probó ser engañoso y contraproducente. Los argumentos sobre moralidad y
"valores universales" fueron usados por los teóricos de la perestroika
y los políticos sólo para esconder las inevitables contradicciones de la
estrategia perseguida por Gorbachov y sus colaboradores; una estrategia que no
por accidente culminó en la aceptación de la restauración capitalista. Esto,
otra vez, recalca la verdad de la proposición de que las relaciones entre moral
y política son de una gran importancia, y especialmente en el caso de los
movimientos sociales que se proponen fines emancipatorios.
La historia del marxismo del siglo XX está lejos de ser confiable
a este respecto. A pesar del profundo interés de Marx por este tópico,15
teóricos marxistas del siglo —con la excepción de Kautsky, quien abordó problemas
relevantes en un estilo materialista mecánico— fallaron en analizar el quemante
tópico de los valores morales y políticos. En este clima inclusive la propia
posición de Marx podría ser, y ha sido, groseramente malinterpretada. La
peculiar noción que etiquetó a Marx como un "antihumanismo teórico"
—una noción nacida en parte de la ignorancia de su obra y en parte de un
particularmente inmerecido respeto por la posición de Stalin, que condenó la preocupación
por estos asuntos como una inadmisible moralina—
es un bien conocido ejemplo de esta malinterpretación. La iniciativa de Monthly Review de iniciar una discusión
seria sobre estos temas es entonces bienvenida.
La relación entre moral y política no es solamente muy intrincada.
Es también necesaria e inevitable, a pesar de que algunas ramas de la política
quieren colocarse sobre o más allá de la moralidad. Este inevitable vínculo
entre política y moralidad se aplica también a las consideraciones teóricas del
tema. Cualquiera que sea la dificultad para confrontar los problemas y las
contradicciones de la política en el orden social prevaleciente, las teorías de
la moralidad sufren las consecuencias de esta dificultad que está lejos de ser puramente
académica. No es así accidental que el siglo XX sea pobre en teorías de la
moralidad y la ética.
Inclusive una mirada superficial al decurso de la historia
de la filosofía revela que los autores de todos los trabajos mayores de ética
son también los creadores de los trabajos teóricos generadores de política. El
discurso moral no funciona sobre sí mismo; necesita la política como su fundamento
práctico de referencia, sin el cual podría condenarse a sí mismo a la futilidad
de un vacuo ejercicio académico. Ésta es la razón por la cual todas las obras mayores
de ética en la historia de la filosofía van de la mano con sus equivalentes
teorías específicas de la política; y viceversa, toda conceptuación seria de la
política tiene su corolario necesario en el plano del discurso moral. Esto vale
tanto para Aristóteles como para Hobbes y Spinoza, y para Rousseau y Kant,
tanto como para Hegel. Inclusive, en el caso de Hegel, encontramos su ética
completamente integrada en su Filosofía del derecho; por ejemplo, en su teoría del
Estado. Imaginar que la política socialista pudiera escapar de esta relación
integral con una correspondiente moral socialista pertenece al reino de la pura
fantasía. De hecho, las concepciones que Marx tiene de la política no están tan
plenamente articuladas como sus puntos de vista sobre la moral y los valores.
Si hubiera algo en su obra, es que los primeros estarían menos plena y
claramente articulados.
Uno no puede escribir un trabajo de ética socialista adecuado
sin una crítica radical de la política. Las normas éticas y los valores morales
defendidos pueden o no adquirir su validez exclusivamente en el mundo social,
el cual es iztván mészáros 29 prácticamente regulado por todas las funciones
totalizadoras omniabarcantes de la política. Comprensivamente, entonces, bajo
el estalinismo —cuando se hacía algún examen crítico de la política fuera de
los límites— todo deseo de producir una obra ética significativa, incluyendo la
ambición de toda la vida de Lukács por escribir una ética sistemática, tenía
que ser frustrada.
Pero hubo —y más que nunca hay— otro factor de peso que permanece
vigente, incluso después de la desaparición del estalinismo. Éste consiste en
el siempre estrecho margen de alternativas permitidas por el modo de
funcionamiento necesario del sistema capitalista global. Ésta es la razón por
la cual el lema favorito de los políticos —desde Margaret Thatcher hasta Mijail
Gorbachov— es el de "no hay alternativa". Al mismo tiempo, ellos
quisieron mantener su creencia en la política como "el arte de lo
posible". Pero, ¿qué podría ser el significado de "lo posible"
si "no hay alternativa"? Cuando Gorbachov —en la página 51 de su
libro sobre la perestroíka— reitera su creencia en "el arte de lo posible",
transforma el concepto tanto como para poder afirmar que "lo posible"
significa límites insuperables y por tanto es imposible, porque "no hay
alternativa".
No puede haber un discurso moral significativo sobre la premisa
de "no hay alternativa". A la ética concierne la evaluación y puesta
en práctica de metas de alternativa que pueden darse los individuos y grupos
sociales. Al mismo tiempo, debe también ser destacado que la investigación de
la ética no puede ser un sustituto de una crítica radical de la política en su
frustrante y alienante realidad contemporánea. La persecución de alternativas
viables ante la realidad destructiva del orden social capitalista —sin el cual
el proyecto socialista es completamente un sinsentido— es un asunto práctico.
El papel de la moralidad y de la ética son cruciales para el éxito de esta
empresa. Pero no puede haber esperanza de éxito sin la rearticulación conjunta
del discurso moral socialista y la estrategia política, tomando plenamente a
cargo las dolorosas lecciones del pasado reciente, en estrecha conjunción con
un movimiento social orientado prácticamente a desafiar el dictum fatalista de
"no hay alternativa".
Notas
1 R.C.
Tucker, Philosophy and Mylh in Karl Marx, Cambridge University Press, Cambridge,
1961, p. 235. * (Ilusiones.)
2 Vadim
Medvedev, "The Ideology of Perestroyka", en Abel Agambegyan
3 Ibid., p.
33.
4 Alexander
A. Bessmertnykh, "Foreing Policy/ A New Course", en ibid., p. 49.
5 Ibid. 50.
6 Ibid., p.
49.
7 Julián V.
Bromlei, "Ethnic Relations and Perestroika"', en ibid.,p. 118.
9 Ibid., p. 189.
10 Ibid., p.221.
11 Ibid., p. 220.
12 Ibid., p. 264. En todas partes, Gorbachov escribe en el
libro: "nosotros creemos que la perestroika es indispensable e inevitable,
y que no tenemos otra opción" (p. 67). Pero incluso si esta proposición pudiera
ser considerada verdad —la proclamada ausencia de una alternativa—, establecer
la viabilidad de una certeza en un curso escogido de la acción es sólo una
regla para producir racionalizaciones de sus fracasos autoinducidos.
13 Medvedev, op. cit., p.40.
14 " Ibid., p. 32.
15 Yo intenté discutir estos temas en mi libro Marx's Theory
of Alienation (Merlin Press, Londres, 1970;yHarper Torchbooks, Nueva York,
1972), especialmente en el capítulo IV, que aborda aspectos morales de la teoría
de Marx.
Traducción de Gabriel Vargas Lozano & Lucio Oliver