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Karl Marx ✆ A.d.
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Consuelo Ahumada Beltrán | En el curso de los dos últimos decenios, las
condiciones laborales y sociales de los trabajadores se han deteriorado de
manera constante, como resultado de la puesta en práctica de las políticas
derivadas de los planteamientos neoliberales. 1 Los programas de ajuste fiscal,
que se aplican por doquier en América Latina como eje de los acuerdos con el
Fondo Monetario Internacional, han afectado negativamente la situación de los
sectores laborales. Aunque este deterioro ha sido más notorio en los países
subdesarrollados, también se ha presentado en las economías más
industrializadas del mundo y ha sido uno de los rasgos más notorios del proceso
conocido en términos generales como la globalización. En el presente trabajo se analizará la teoría marxista de la
plusvalía, con el objeto de contribuir a la explicación de las condiciones
laborales en el mundo actual. Se parte de la tesis de que en el período
neoliberal, el capitalismo recurre fundamentalmente al alargamiento de la
jornada de trabajo, es decir, al incremento de la plusvalía absoluta, con el
objeto de contrarrestar la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Por
ello, el desarrollo tecnológico sin precedentes que se ha dado en los últimos
tiempos no ha contribuido al mejoramiento de las condiciones laborales y
sociales de la mayor parte de la población, sino que ha traído aparejado un
deterioro, también sin precedentes, de dichas condiciones. La superexplotación
de los trabajadores y su sometimiento a condiciones de vida y de trabajo
equiparables a las de la época de la revolución industrial, son el resultado
del modelo de acumulación vigente, que beneficia exclusivamente a las empresas
multinacionales y al capital financiero, al servicio de los intereses de los
países más poderosos del orbe.
El trabajo consta de tres partes. En la primera, se
desarrollan los principales elementos de la teoría marxista de la plusvalía; en
la segunda, se examina la ley de la tendencia decreciente de la cuota de
ganancia, formulada por Marx, y la tercera parte se centra en el análisis de
los principales argumentos teóricos neoliberales y de las políticas derivadas
de dichos argumentos, tendientes a modificar las condiciones laborales.
La teoría
marxista de la plusvalía
Para entender el concepto de plusvalía, es necesario partir
de un breve análisis de las condiciones de la producción capitalista y de la
teoría del valor.
1. El capitalismo y
la teoría del valor
En la visión marxista, las relaciones sociales de producción
de una sociedad dada constituyen la base de su estructura de clases. La
propiedad privada de los medios de producción es entendida como la causa
fundamental de desigualdad dentro de la sociedad capitalista. Por ello, la
desigualdad es inherente al capitalismo mismo y la contradicción entre
producción social y apropiación privada es la principal en la sociedad
capitalista. En abierta crítica de la concepción liberal de la sociedad y del
Estado, Marx afirma:
Decir que los
intereses del capital y los intereses de los obreros son los mismos equivale
simplemente a decir que el capital y el trabajo asalariado son dos aspectos de
una misma relación. El uno se halla condicionado por el otro, como el usurero
por el derrochador y viceversa (...) Incluso la situación más favorable para la
clase obrera, el incremento más rápido posible del capital, por mucho que
mejore la vida material del obrero, no suprime el antagonismo entre sus
intereses y los intereses del burgués, los intereses del capitalista. Ganancia
y salario seguirán hallándose, exactamente lo mismo que antes, en razón inversa.
2
En el primer tomo de
El
Capital, Marx aclara que, a diferencia de las sociedades anteriores, en la
producción capitalista, tanto los medios de producción como el producto son
propiedad del burgués y no del productor directo, es decir, del obrero. Por
eso, desde el instante en que entra al taller del capitalista, el valor de uso
de su fuerza de trabajo, y, por tanto su uso, o sea, el trabajo, le pertenece a
éste. Cuando compra la fuerza de trabajo, “el capitalista incorpora el trabajo
del obrero, como fermento vivo, a los elementos muertos de creación del
producto, propiedad suya también” (T I, 147). Así, el trabajo resulta ser un
proceso entre objetos comprados por el capitalista, pertenecientes a él.
“El capital es trabajo muerto que no sabe
alimentarse, como los vampiros, más que chupando trabajo vivo...”, por
ello, señala Marx, “el tiempo durante el
cual trabaja el obrero es el tiempo durante el cual el capitalista consume la
fuerza de trabajo que compró. Y el obrero que emplea para sí su tiempo
disponible roba al capitalista” (T.I, 190).
Mediante el proceso de la producción, el capitalista
persigue dos objetivos: el primero, producir un valor de uso que tenga un valor
de cambio, lo que significa producir una mercancía. En segundo lugar, señala
textualmente Marx, “producir una mercancía cuyo valor cubra y rebase la suma de
valores de las mercancías invertidas en su producción, es decir, de los medios
de producción y de la fuerza de trabajo. No le basta con producir un valor de
uso, sino necesita un valor mayor” (T I, 148). Si el obrero requiriera de todo
su tiempo para producir los medios de vida que son necesarios para su
sostenimiento, no le quedaría ningún tiempo libre para trabajar gratuitamente
al servicio de otro, sin lo cual no habría plusvalía ni existirían los capitalistas.
En la sección tercera del primer tomo de El Capital, Marx recoge el concepto de
la teoría del valor, planteado por primera vez por los economistas clásicos, y
señala que el valor de una mercancía se determina por la cantidad de trabajo
materializado en su valor de uso, por el tiempo de trabajo socialmente
necesario para su producción. Para medirlo, se parte de las condiciones
normales, es decir, las condiciones sociales medias de producción. Por ello, el
valor de una mercancía no es el resultado de la acción del mercado, con su ley
de la oferta y la demanda, sino del proceso productivo, que se genera dentro de
unas relaciones sociales de producción específicas.
Pero el factor decisivo es el valor de uso específico de
esta mercancía, que le permite ser fuente de valor, y de más valor que el que
ella misma tiene, apunta Marx, diferenciando su teoría de la de sus
antecesores.
“El poseedor del dinero paga
el valor de un día de fuerza de trabajo: le pertenece, por tanto, el uso de
esta fuerza de trabajo durante un día, el trabajo de una jornada” (T.I,
155):
La fuerza de trabajo
es en nuestra actual sociedad capitalista una mercancía; una mercancía como
otra cualquiera, y sin embargo, muy peculiar. Esta mercancía tiene, en efecto,
la especial virtud de ser una fuerza creadora de valor, una fuente de valor y,
si se la sabe emplear, de mayor valor que el que en sí misma posee. 3
Este mayor valor que adquiere una mercancía en el proceso de
producción capitalista, es lo que constituye la plusvalía. En términos más
precisos, es el tiempo de trabajo excedente del obrero (surplus labour) después de producir el valor de su fuerza de
trabajo. En palabras de Marx, es la materialización del tiempo de trabajo
excedente, o el trabajo excedente materializado. La cuota de plusvalía es, por
tanto, la expresión exacta del grado de explotación de la fuerza de trabajo por
el capital o del obrero por el capitalista (T I, 175-176).
En cuanto al proceso de acumulación de capital, Marx señala
que el burgués, que produce la plusvalía, es decir, que extrae directamente de
los obreros trabajo no retribuido, materializado en mercancías, es el primero
que se apropia de dicho excedente, pero no es, ni mucho menos, el único ni el
último propietario de la plusvalía. Una vez producida, tiene que compartirla
con otros capitalistas que desempeñan diversas funciones en el proceso
productivo de la sociedad. Así, la plusvalía se divide en varias partes,
correspondientes a diversas formas, tales como la ganancia, el interés, el
beneficio comercial, la renta del suelo, etc. (T.I, 510).
2) La jornada de
trabajo
La suma del trabajo necesario y del trabajo excedente o, en
otros términos, del período de tiempo en el cual el obrero repone el valor de
su fuerza de trabajo y de aquel en el cual produce la plusvalía, constituye la
magnitud absoluta de su tiempo de trabajo, o sea la jornada de trabajo, que es
una cantidad variable (T.I, 187-188).
En el proceso de producción capitalista, señala Marx, el
límite mínimo de la jornada de trabajo es la parte del día que el obrero tiene
forzosamente que trabajar para obtener su salario. Pero por supuesto que su
límite jamás puede reducirse a ese mínimo. El límite máximo está determinado
por dos factores: el primero, la limitación física de la fuerza de trabajo, y el
segundo, lo que él denomina “ciertas fronteras de carácter moral”: el obrero
necesita una parte del tiempo para satisfacer necesidades espirituales y
sociales. Se trata, entonces, de límites físicos y sociales, que dentro del
capitalismo “tienen un carácter muy elástico y dejan el más amplio margen” (T
I, 189).
Cuando alarga la jornada laboral, el capitalista está
reafirmando el derecho que tiene como comprador de la fuerza de trabajo. “Matarse trabajando es algo que está a la
orden del día, no sólo en los talleres de modistas, sino en mil lugares, en
todos los sitios en que florece la industria”, señala el Doctor Richardson,
citado por Marx, a propósito de las condiciones laborales en la industria
fabril. 4
El desarrollo de la moderna industria trae entonces, como
consecuencia, un alargamiento de la jornada laboral. En efecto, mientras las máquinas
permanezcan inactivas, el capitalista está perdiendo, por cuanto durante ese
tiempo éstas no representan más que un desembolso ocioso de ese capital. Sin
embargo, “prolongando la jornada de
trabajo por encima de los límites del día natural, hasta invadir la noche, no
se consigue más que un paliativo, sólo se logra apagar un poco la sed vampiresa
de sangre de trabajo vivo que siente el capital”, destaca Marx (T.I, 213).
Entonces, para vencer el obstáculo físico que representan
los límites naturales de la fuerza de trabajo, al capitalista no le queda otra
salida que relevar las fuerzas de trabajo recurriendo a diferentes métodos,
como por ejemplo, estableciendo un régimen de turnos, de día y de noche, para
lograr que los procesos de producción sean de 24 horas diarias. Marx nos deja
ver que el propietario de la fábrica no se pregunta por el límite de vida de la
fuerza de trabajo, por cuanto lo único que a él le interesa es movilizar y
activar el máximo de fuerza de trabajo durante una jornada. Y para conseguir
este rendimiento, “no tiene inconveniente en abreviar la vida de la fuerza de
trabajo”, agrega (T I, 222).
Pero al alargar la jornada de trabajo, el capitalista no
sólo empobrece la fuerza humana de trabajo, despojada de sus condiciones
normales de desarrollo, sino que “produce,
además, la extenuación y la muerte prematuras de la misma fuerza de trabajo.
Alarga el tiempo de producción del obrero durante cierto plazo, a costa de
acortar la duración de la vida” (Ibídem). También en su obra Salario, precio y ganancia Marx se
refiere a la degradación a la que la explotación capitalista lleva a los
obreros:
El hombre que no
dispone de ningún tiempo libre, cuya vida, prescindiendo de las interrupciones
puramente físicas del sueño, las comidas, etc., está toda ella absorbida por su
trabajo para el capitalista, es menos todavía que una bestia de carga.
Físicamente destrozado y espiritualmente embrutecido, es una simple máquina
para producir riqueza ajena. 5
La obtención de plusvalía es, entonces, el objeto de la
explotación capitalista. Marx señala que en las industrias en las que surgió el
moderno régimen de producción, en las fábricas de hilados y tejidos de algodón,
lana, lino y seda, es donde primero “se sacia el hambre del capital con la
prolongación desenfrenada y despiadada de la jornada de trabajo” (T.I, 254)
Pero el progreso de la gran industria permite además emplear
obreros sin fuerza muscular o sin un desarrollo físico completo, que posean, en
cambio, una gran flexibilidad de movimiento. Recordemos que el trabajo
incorpora a mujeres y a niños de ambos sexos. Tal como lo expresa gráficamente
Marx,
Los trabajos forzados
al servicio del capitalista vinieron a invadir y a usurpar, no sólo el lugar
reservado a los juegos infantiles, sino también el puesto del trabajo libre
dentro de la esfera doméstica y, a romper con las barreras morales, invadiendo
la órbita reservada incluso al mismo hogar (T.I, 347).
El desarrollo de la maquinaria produjo la degeneración
física de los niños y los jóvenes, así como una enorme mortalidad de niños
obreros en edad temprana. En su obra La situación de la clase obrera en
Inglaterra, Engels documenta ampliamente esta situación. Refiriéndose a un
informe de una comisión fabril de una ciudad de Inglaterra, presentado en 1833,
señala lo siguiente:
El informe de la
comisión central relata que los fabricantes comenzaban a ocupar ni- ños rara
vez a los cinco años, a menudo a los seis, con suma frecuencia a los siete, y
mayormente a los ocho o nueve años, que el tiempo de labor ascendía a menudo de
14 a 16 horas diarias (sin contar las horas libres para las comidas), que los
fabricantes permitían que los capataces golpeasen y maltratasen a los niños y a
menudo hasta ellos mismos se ocupaban de castigarlos (...) Pero ni siquiera
este tiempo de trabajo tan prolongado satisfacía la codicia de los
capitalistas. Se trataba de volver rentable por todos los medios posibles el
capital invertido en edificios y máquinas, de hacerlo trabajar con la mayor
intensidad posible. 6
En las condiciones de miseria impuestas por el nuevo régimen
de producción, el trabajo de las madres fuera de casa produjo el consiguiente
abandono y descuido de los niños, su alimentación inadecuada e incluso una
elevada mortandad de niños pequeños por esta situación:
A menudo las mujeres
retornan a la fábrica apenas tres o cuatro días después del alumbramiento y,
como es natural, dejan en sus casas a su lactante; en sus horas libres deben
correr de prisa a sus hogares para amamantar al niño y de paso comer algo ellas
mismas. 7
Engels se refiere también a la depauperación moral y a la
degeneración intelectual de los niños, convertidos en simples instrumentos para
la fabricación de plusvalía. Entre otros muchos abusos, se cometía el de
expedir certificados escolares a niños a los que no se les suministraba ninguna
enseñanza, infringiéndose así la ley fabril. Más aún, en los inicios de la
producción industrial, los capitalistas se robaban los niños en los asilos y
orfelinatos para ponerlos a trabajar.
En lo que respecta a las condiciones laborales de los niños,
en el primero tomo de El Capital,
Marx también hace un extenso recuento de diversos autores de la época que
documentan a fondo el problema. Pero no se queda sólo con narraciones de
segunda mano, sino que introduce directamente en su relato a los diversos
actores del proceso productivo en la moderna industria fabril: burgueses, inspectores,
médicos y, por supuesto, obreros. Como lo señala el marxista norteamericano
contemporáneo Marshall Berman, en un reciente trabajo denominado “La gente en El Capital”,
Muchas (de las voces
de El Capital) pertenecen a trabajadores industriales y agrícolas, algunos de
apenas diez años de edad, que se atreven a pararse ante las Comisiones de la
Fábrica, frecuentemente asumiendo un alto riesgo personal, para hacer relatos
sobre su trabajo y sus vidas. La mayor parte de estos obreros no se expresan en
el lenguaje de la militancia o siquiera de la indignación moral; su postura
general parece ser la de una resistencia estoica. No corresponden a la fórmula
del Manifiesto Comunista, pero Marx los escucha con atención y deja que nos
hablen extensa mente. Sus voces nos recuerdan las fortalezas humanas: su
rechazo al engaño y la intimidación, su determinación de mirar las cosas de
frente y de decir la verdad. Nos impresiona también su inteligencia austera, la
forma como instintivamente captan las tecnologías complejas, los procesos
industriales, la división del trabajo y las organizaciones en las cuales se
mueven y viven. 8
Aparte de tan negativos efectos físicos y morales en los
niños, convertidos por fuerza en obreros, la gran industria trajo el
abaratamiento de la fuerza laboral del individuo. Ahora su valor no se
determina ya por el tiempo de trabajo necesario para el sustento del obrero
adulto, sino por el tiempo de trabajo necesario para el sostenimiento de la
familia obrera, distribuyendo entre todos sus miembros el valor de la fuerza de
trabajo de su jefe y, por tanto, depreciando el valor de la fuerza de trabajo.
Así, “la maquinaria amplía, desde el primer momento, no sólo el material humano de explotación, la
verdadera cantera del capital, sino también su
grado de explotación (T.I, 347).
Por ello, señala Marx, la introducción de la maquinaria trae
en sí una paradoja. Es, sin duda, el instrumento más formidable que existe para
intensificar la productividad del trabajo y para acortar la jornada laboral, pero
se convierte también en el medio más útil para prolongar esta jornada,
haciéndola rebasar todos los límites naturales, y para convertir la vida del
obrero y de su familia en tiempo de trabajo disponible para la explotación del
capital (T.I, 355). Dentro del sistema capitalista, todos los métodos
encaminados a incrementar la productividad se realizan a expensas del obrero y
todos los medios que apunten al desarrollo de la producción se convierten en
medios para esclavizar al que produce:
mutilan al obrero
convirtiéndolo en un hombre fragmentario, lo rebajan a la categoría de apéndice
de la máquina, destruyen con la tortura de su trabajo el contenido de éste, le
enajenan las potencias espirituales del proceso del trabajo en la medida en que
a éste se incorpora la ciencia como potencia independiente; corrompen las
condiciones bajo las cuales trabaja; le someten, durante la ejecución de su
trabajo, al despotismo más odioso y más mezquino; convierten todas las horas de
su vida en horas de trabajo; lanzan a sus mujeres y a sus hijos bajo la rueda
trituradora del capital (T.I, 589).
El alargamiento de la jornada de trabajo responde a la
necesidad de contrarrestar el desgaste de la máquina, el cual tiene una doble
causa: su uso y su inacción. Pero además del desgaste material, toda máquina
está sujeta al llamado desgaste moral. Las máquinas pierden en valor de cambio
en la medida en que aparecen otras máquinas que tienen un precio más bajo o que
se construyen otras mejores (T I, 356). Lo cierto es que, entre más larga sea
la jornada de trabajo, más corto será el período durante el cual la máquina
reproduzca su valor total, y por lo tanto, menor será su riesgo de desgaste
moral. En el tercer tomo de El Capital
se afirma que la prolongación de la jornada de trabajo aumenta la ganancia,
aunque el tiempo extra de trabajo se retribuya e, incluso, aunque se retribuya
a un costo más alto que las horas normales de trabajo. De ahí que, como señala
Marx, la necesidad creciente de aumentar el capital fijo sea en la industria
moderna el principal incentivo que mueva a los capitalistas ambiciosos a
prolongar la jornada de trabajo (T.III, 101).
3) Relación entre
plusvalía absoluta y plusvalía relativa
¿Cómo hace el capitalista para incrementar la producción de
plusvalía sin extender la jornada de trabajo? Mediante la reducción del tiempo
de trabajo necesario para producir el salario. Esto quiere decir que una parte
del tiempo que el obrero venía empleando para sí mismo se convierte en tiempo
de trabajo invertido para el capitalista. Así, “lo que varía no es la longitud
de la jornada de trabajo, sino su división en trabajo necesario y trabajo
excedente” (T.I, 269). Esto corresponde a la plusvalía relativa, que Marx
diferencia de la plusvalía absoluta de la siguiente manera:
La plusvalía producida
mediante la prolongación de la jornada de trabajo es la que yo llamo plusvalía
absoluta; por el contrario, a la que se logra reduciendo el tiempo de trabajo
necesario, con el consiguiente cambio en cuanto a la proporción de magnitudes entre
ambas partes de la jornada de trabajo, la designo con el nombre de plusvalía
relativa (T.I, 271).
Y la relación entre una y otra forma de plusvalía la expresa
en estos términos:
La producción de
plusvalía absoluta es la base general sobre la cual descansa el sistema
capitalista y el punto de arranque para la producción de plusvalía relativa. En
ésta, la jornada de trabajo aparece desdoblada de antemano en dos segmentos:
trabajo necesario y trabajo excedente. Para prolongar el segundo se acorta el
primero mediante una serie de métodos, con ayuda de los cuales se consigue
producir en menos tiempo el equivalente del salario. La producción de plusvalía
absoluta gira toda ella en torno a la duración de la jornada de trabajo: la
producción de plusvalía relativa revoluciona desde los cimientos hasta el
remate los procesos técnicos del trabajo y las agrupaciones sociales (T. I,
457).
En desarrollo de su enfoque dialéctico, Marx señala que la
plusvalía relativa
es absoluta en cuanto
condiciona la prolongación absoluta de la jornada de trabajo, después de cubrir
el tiempo de trabajo necesario para el salario del obrero. Y la plusvalía
absoluta es relativa en cuanto se traduce en un desarrollo de la productividad
del trabajo, que permite limitar el tiempo de trabajo necesario a una parte de
la jornada (T.I, 458).
Sin embargo, agrega, esta identidad desaparece cuando se
trata de reforzar, por todos los medios posibles, la cuota de plusvalía, que
sólo se podrá aumentar prolongando de un modo absoluto la jornada de trabajo.
La plusvalía relativa guarda entonces relación directa con la fuerza productiva
del trabajo; se incrementa cuando ésta aumenta y disminuye cuando ella se
reduce. Ello explica el afán y la tendencia constantes del capitalista a
reforzar la productividad del trabajo, para de ese modo abaratar las mercancías
y por consiguiente, el costo de la mano de obra.
Así, aunque la plusvalía relativa aumenta en razón directa
al desarrollo de la fuerza productiva del trabajo, el valor de las mercancías
disminuye en razón inversa a ese desarrollo (T. I, 275). Pero ello no quiere
decir que al incrementar la productividad del trabajo se busque reducir la
extensión de la jornada laboral. De acuerdo con Marx, en la producción
capitalista, la economía del trabajo mediante el desarrollo de su fuerza
productiva no persigue como finalidad acortar la jornada de trabajo. Se trata
simplemente de reducir el tiempo de trabajo necesario para la producción de una
determinada cantidad de mercancías (T.I, 276). Por ello, en el capitalismo, los
inventos mecánicos no son más que un medio para incrementar la plusvalía.
La plusvalía sólo surge de la fuerza laboral, pero la masa
de plusvalía está determinada por dos factores: la cuota de plusvalía y el
número de obreros simultáneamente empleados. En ese sentido, explica Marx, la
aplicación de maquinaria para la producción de plusvalía adolece de una
contradicción inmanente, puesto que de los dos factores de la plusvalía que
supone un capital de magnitud dada, uno de ellos, la cuota de plusvalía, sólo
aumenta en la medida en que se disminuya el otro, el número de obreros. Esta
contradicción se manifiesta cuando, al generalizarse el empleo de la maquinaria
en una rama industrial, el valor de las mercancías producidas mecánicamente se
convierte en valor social que regula todas las mercancías del mismo género; y
tal contradicción es la que lleva a su vez al capitalista a prolongar violentamente
la jornada de trabajo, para compensar la disminución del número proporcional de
obreros explotados con el aumento, no sólo del trabajo excedente relativo, sino
también del trabajo excedente absoluto (T.I, 359).
Marx señala que tan pronto como el movimiento creciente de
rebeldía de la clase obrera obligó al Estado a acortar a la fuerza la jornada
de trabajo, los capitalistas se dedicaron con todo ímpetu a producir plusvalía
relativa, acelerando los progresos de la máquina.
4) El salario
Del análisis anterior se deduce que, por muy favorables que
sean para el obrero las condiciones en que venda su fuerza de trabajo, dichas
condiciones llevan siempre consigo dos constantes: la necesidad de volver a
vender dicha fuerza y la reproducción ampliada del capital. Como vemos, el
salario supone siempre la entrega por parte del obrero de una cierta cantidad
de trabajo no retribuido. Por eso, el aumento del salario solo representa, en
el mejor de los casos, la reducción de la cantidad de trabajo no retribuido que
el obrero está obligado a entregar. Pero, como señala el autor, esta reducción
no puede jamás rebasar ni alcanzar siquiera el límite a partir del cual
supondría una amenaza para el sistema capitalista (T.I, 563). Marx afirma que
el salario es el precio de una determinada mercancía, que es la fuerza de
trabajo, y se halla determinado por las mismas leyes que determinan el precio
de cualquier mercancía. Este precio se fija en la relación entre oferta y
demanda. 9
El capitalismo puede mantener bajos los salarios gracias a
la llamada superpoblación obrera o ejército industrial de reserva, una de las
condiciones que le son inherentes a ese régimen de producción. David Ricardo se
refirió a este fenómeno como redundant
population y Marx lo explicó en los siguientes términos:
El movimiento general
de los salarios se regula exclusivamente por las expansiones y contracciones
del ejército industrial de reserva, que corresponden a las alternativas
periódicas del ciclo industrial. No obedece, por tanto, a las oscilaciones de
la cifra absoluta de la población obrera, sino a la proporción variable en que
la clase obrera se divide en ejército activo y ejército de reserva, al
crecimiento y descenso del volumen relativo de la superpoblación, al grado en
que ésta es absorbida o nuevamente desmovilizada (T.I, 581).
Más adelante afirma:
La ley que mantiene
siempre la superpoblación relativa o ejército industrial de reserva en
equilibrio con el volumen y la intensidad de la acumulación, mantiene al obrero
encadenado al capital con grilletes más firmes que las cuñas de Vulcano con que
Prometeo fue clavado a la roca. Esta ley determina una acumulación de miseria
equivalente a la acumulación de capital (T.I, 589)
El descenso relativo del capital variable con respecto al
capital constante, paralelo al desarrollo de las fuerzas productivas, lleva al
incremento de la población obrera. La paralización de la producción dejará
ociosa a una parte de ella y, de esa forma, empeorarán las condiciones del
sector que trabaja, en la medida en que no tendrá más remedio que aceptar una
baja de salarios, incluso por debajo del nivel medio. De ahí la importancia
decisiva que tiene el desempleo dentro de la sociedad capitalista como factor
que mantiene bajos los salarios e incrementa la ganancia.
Ley de la
tendencia decreciente de la cuota de ganancia 10
Esta ley formulada por Marx es esencial para entender el
funcionamiento del capitalismo y el desarrollo de sus contradicciones. En la
presente sección, nos referiremos en primer término a la relación entre capital
constante y capital variable y a las causas que contrarrestan dicha ley.
Seguidamente, analizaremos los rasgos generales del imperialismo, con base en
los planteamientos de Lenin, con el objeto de entender cómo opera dicha ley
bajo las condiciones del capital monopolista.
1) Relación entre
capital constante y capital variable
En el proceso de producción, Marx distingue dos tipos de
capital: constante y variable. La parte de capital que se invierte en medios de
producción, es decir, en materias primas e instrumentos de trabajo, no altera
su valor en el proceso productivo, es la parte constante del capital o capital
constante. El valor de los medios de producción se conserva al transferirse al
producto, por lo que estos no pueden jamás añadir más valor que el que ellos
mismos poseen, “independientemente del proceso de trabajo al que sirven” (T.I,
165). Por el contrario, tal como se vio en la primera sección cuando nos
referimos a la teoría del valor, la parte de capital que se invierte en fuerza
de trabajo sí cambia de valor en el proceso productivo mediante la generación
de un remanente, la plusvalía. A ésta parte se le llama parte variable del
capital o capital variable (T.III, 168).
Sin embargo, tal como ocurre con el valor de las materias
primas, el valor de los medios de trabajo empleados en el proceso de producción
puede cambiar, modificando también, por lo tanto, la parte del valor que
transfieren al producto. Así por ejemplo, si, gracias a un nuevo invento se
produce con menor costo maquinaria de la misma clase, la maquinaria antigua
resultará más o menos depreciada, por lo que transferirá al producto una parte
relativamente más pequeña de valor que el que le transferirá la nueva
maquinaria (T.III, 169).
El incremento gradual del capital constante en proporción al
variable tiene como resultado un descenso también gradual de la cuota general
de ganancia, siempre y cuando permanezca invariable la cuota de plusvalía, o
sea, el grado de explotación del trabajo por el capital. En el desarrollo de la
producción capitalista, el capital variable decrece en términos relativos
frente al capital constante y, por consiguiente, en proporción a todo el
capital puesto en movimiento, lo que, en lenguaje marxista, representa un
aumento de la composición orgánica de capital (T.III, 234). Por ello, entre
menor sea la proporción del capital variable con respecto al capital constante,
mayor será la composición orgánica de capital.
Con el avance del capitalismo, se presenta una utilización
creciente de maquinaria y de diversas formas de capital fijo, por lo que el
mismo número de obreros puede convertir en productos en el mismo tiempo, una
cantidad cada vez mayor de materias primas, lo que trae consigo el
abaratamiento progresivo de los productos. Cada uno de estos, considerado de
manera individual, contiene ahora una suma menor de trabajo que en otras etapas
anteriores de la producción, en que el capital invertido en trabajo
representaba una proporción mucho mayor con respecto al capital invertido en
medios de producción (T.III, 234). Esta tendencia se expresa en la reducción de
la cuota general de ganancia, aunque incluso aumente el grado de explotación
del trabajo, es decir, de la plusvalía. De esta forma, la cuota de ganancia
disminuye, no porque el obrero sea menos explotado, sino porque se emplea menos
trabajo como proporción del capital invertido.
Sin embargo, es necesario tener en cuenta que la baja de la
cuota de ganancia no representa un descenso absoluto, sino puramente relativo
de la parte variable del capital total, es decir, su descenso comparado con el
del capital constante (T.III, 239). Se trata de una tendencia contradictoria,
tal como lo destaca Marx a continuación:
El mismo desarrollo de
la fuerza productiva social del trabajo se expresa, pues, a medida que progresa
el régimen capitalista de producción, de una parte, en la tendencia al descenso
progresivo de la cuota de ganancia y, de otra parte, en el aumento constante de
la masa absoluta de la plusvalía o ganancia apropiada, de tal modo que, en
conjunto, al descenso relativo del capital variable y de la ganancia
corresponde un aumento absoluto de ambos. Este doble efecto sólo puede
traducirse, como hemos dicho, en un aumento del capital total en una progresión
más acelerada que aquella en que la cuota de ganancia disminuye (T. III,
244).
Con base en este análisis, Marx demuestra que no existe una
relación de causalidad entre el incremento de los salarios y el descenso de la
cuota de ganancia, y refuta este supuesto de la siguiente forma:
La tendencia a la baja
de la cuota de ganancia lleva aparejada la tendencia al alza de la cuota de
plusvalía, es decir, del grado de explotación del trabajo. No hay, pues, nada
más necio que pretender explicar la baja de la cuota de ganancia por el alza de
la cuota del salario, aunque excepcionalmente puedan darse casos de éstos (...)
La cuota de ganancia no disminuye porque el trabajo se haga más improductivo,
sino porque se hace más productivo (T.III, 262).
A este respecto, señala que en el caso de países con diverso
grado de desarrollo capitalista y, por lo tanto, con una composición orgánica
de capital diferente, la cuota de plusvalía, uno de los factores determinantes
de la cuota de ganancia, puede ser más alta en un país en el que la jornada
normal de trabajo sea más corta que en otro en el que sea más larga, en la
medida en que en el primero de los dos la productividad sea mayor (T.III,
237-238).
Cuanto más se desarrolle el régimen capitalista de
producción, mayor cantidad de capital será necesaria para emplear la misma
fuerza de trabajo y absorber la misma masa de trabajo sobrante. Para mantener
la cuota de ganancia, el capital tiene que incrementarse en la misma
proporción. Por consiguiente, en la medida en que se desarrolla la producción,
se incrementa también la posibilidad de una población obrera relativamente
sobrante, pero no porque disminuya la capacidad productiva del trabajo social,
sino, por el contrario, porque se incrementa (T. III, 244).
Al aumentar la productividad de la industria, disminuye el
precio de cada mercancía. Esta contiene ahora menos trabajo, tanto pagado como
no retribuido y, por lo tanto, se reduce la masa de ganancia que corresponde a
cada mercancía. En la misma proporción en que ello sucede, aumenta su número.
La masa de ganancia sigue siendo la misma, pero se distribuye de otro modo
entre la suma de mercancías. Explica Marx que la masa de ganancia sólo puede
aumentar, si se emplea la misma masa de trabajo, cuando aumente el trabajo no
retribuido o, si el grado de explotación del trabajo sigue siendo el mismo,
cuando aumente el número de obreros. O cuando ocurran ambos factores (T.III,
251).
Al estudiar el funcionamiento interno del régimen
capitalista de producción, el autor concluye que no es un régimen absoluto,
sino un régimen puramente histórico, un sistema de producción que corresponde a
una cierta época limitada del desarrollo de las condiciones materiales de
producción (T.III, 282).
Sin embargo, Marx deja en claro que la ley de la tendencia
decreciente de la cuota de ganancia es apenas una tendencia que el capitalista
logra contrarrestar y neutralizar recurriendo a las siguientes estrategias: 1)
el aumento en el grado de explotación del trabajo; 2) la reducción del salario
por debajo del valor de la fuerza de trabajo; 3) el abaratamiento de los
elementos del capital constante; 4) la superpoblación relativa; 5) el comercio
exterior y, 6) el aumento del capital por acciones.
A continuación, examinaremos brevemente cuáles son los
rasgos centrales de la etapa del imperialismo o capital monopólico, cómo opera
allí la tendencia decreciente de la cuota de ganancia y cómo se contrarresta.
2) El imperialismo
Marx no alcanzó a vivir el período del capital monopólico,
característico del imperialismo. Sin embargo, sí vislumbró el predominio del
capital financiero y, mediante su análisis teórico e histórico del capitalismo,
demostró que la libre concurrencia engendra el proceso de acumulación y
concentración acelerada de la producción.
Igualmente, después de observar las transformaciones económicas
de finales del siglo XIX, pudo darse cuenta de que una parte del capital era
empleada solamente como “capital productivo de interés”, o como capitales que
sólo arrojaban grandes o pequeños intereses, los llamados dividendos (T.III,
262). Es por ello que, en su análisis, destaca el papel primordial que
desempeña el comercio exterior para contrarrestar la tendencia decreciente de
la cuota de ganancia y se refiere a algunos de los efectos de la expansión
comercial, entre los cuales está la ampliación de la escala de la producción,
que permite abaratar los elementos del capital constante y los medios de
subsistencia de primera necesidad en que invierten los obreros su salario.
Mediante estos efectos, aumenta la cuota de ganancia, al elevarse la cuota de
la plusvalía y reducirse el valor del capital constante. Veamos cuál es su
explicación al respecto:
Los capitales
invertidos en el comercio exterior pueden arrojar una cuota más alta de
ganancia, en primer lugar porque aquí se compite con mercancías que otros paí-
ses producen con menos facilidades, lo que permite al país más adelantado
vender sus mercancías por encima del valor, aunque más baratas que los países
competidores. Cuando el trabajo del país más adelantado se valoriza aquí como
un trabajo de peso específico superior, se eleva la cuota de ganancia, ya que
el trabajo no pagado como un trabajo cualitativamente superior se vende como
tal. Y la misma proporción puede establecerse con respecto al país al que se
exportan unas mercancías y del que se importan otras: puede ocurrir, en efecto,
que este país entregue más trabajo materializado en especie del que recibe y
que, sin embargo, obtenga las mercancías más baratas de lo que él puede
producirlas. Exactamente lo mismo que le ocurre al fabricante que pone en
explotación un nuevo invento antes de que se generalice, pudiendo de este modo
vender más barato que sus competidores y, sin embargo, vender por encima del
valor individual de su mercancía, es decir, valorizar como trabajo sobrante la
mayor productividad específica del trabajo empleado por él. Esto le permite
realizar una ganancia extraordinaria (T. III, 260).
Por otra parte, agrega Marx, los capitales invertidos en las
colonias pueden arrojar cuotas más altas de ganancia, debido al bajo nivel de
desarrollo de estos países y en relación con el grado de explotación del
trabajo que se obtiene allí mediante el empleo de esclavos, entre otras formas
de explotación. Sin embargo, como él lo dice, no se trata de que el capital no
encuentre en términos absolutos ocupación dentro del país de origen, sino de
que en el extranjero puede invertirse con una cuota más alta de ganancia.
En los comienzos del siglo XX, Lenin analizó a fondo el
imperialismo como etapa monopólica del capitalismo, y señaló que éste surgió
como desarrollo y continuación directa de las propiedades fundamentales del
capitalismo en general:
Pero el capitalismo se
ha trocado en imperialismo capitalista únicamente al llegar a un cierto grado
muy alto de su desarrollo, cuando algunas de las propiedades fundamentales del
capitalismo han comenzado a convertirse en su antítesis (...) Lo que hay de
fundamental en este proceso, desde el punto de vista económico, es la
sustitución de la libre concurrencia capitalista por los monopolios imperialistas.
11
Lenin caracterizó al imperialismo con cinco rasgos
principales: 1) la concentración de la producción y del capital hasta un grado
tan elevado del desarrollo, que se generan los monopolios, los cuales
desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital
bancario con el industrial para constituir el capital financiero, y la creación
de la oligarquía financiera; 3) la exportación de capitales como rasgo
fundamental, a diferencia de la exportación de mercancías, característica del
capitalismo de libre concurrencia; 4) la formación de asociaciones
internacionales monopólicas de capitalistas, que se reparten el mundo y, 5) la
terminación del reparto territorial del mundo entre las potencias capitalistas
más importantes. 12
Lenin demostró que en el contexto del imperialismo, el
exceso de capital no se dedica a la elevación del nivel de vida de las masas en
un país determinado, pues ello significaría la disminución de las ganancias de
los capitalistas, sino al acentuamiento de tales beneficios mediante la
exportación de capital al extranjero, a los países atrasados. En estos países,
“el beneficio es ordinariamente elevado, pues los capitales son escasos, el
precio de la tierra relativamente poco considerable, los salarios bajos, las materias
primas baratas”, destacó 13 . La necesidad de la exportación de capitales se
debe al hecho de que en algunos países el capitalismo ha “madurado
excesivamente” y, en las condiciones creadas por un insuficiente desarrollo de
la agricultura y por la miseria de las masas, no dispone de un terreno para
colocar el capital de manera “lucrativa”.14 Se recurre a países en los cuales la
composición orgánica de capital es menor y por lo tanto, la ganancia mayor.
Al examinar las condiciones del capitalismo de comienzos del
siglo XX, Lenin destacó que en la época del monopolio, la utilización de las
“relaciones” en las transacciones reemplaza a la competencia en el mercado. Por
ello se vuelven muy corrientes los llamados préstamos condicionados, de manera
que la exportación de capital al extranjero se convierte en un medio para
estimular la exportación de mercancías. Así, en la negociación de un
empréstito, se pone de presente la estrecha conexión existente entre las
grandes firmas, los bancos y los gobiernos.
En lo que respecta a las prácticas comerciales
características de la época imperialista, Lenin señala que los cartels han
llevado al establecimiento de aranceles proteccionistas para los productos
susceptibles de ser exportados. Los cartels y el capital financiero exportan a
“precios tirados”, y ejercitan el dumping: en el interior del país, venden sus
productos a un precio monopolista elevado, y en el extranjero los venden a un
precio tres veces más bajo, con el objeto de arruinar al competidor y de ampliar
hasta el máximo su propia producción15 .
La ideología
neoliberal y la justificación del deterioro de las condiciones laborales
1) Elementos teóricos
Al análisis científico del desarrollo del capitalismo y de
sus contradicciones inherentes que hace el marxismo, se opone el pensamiento
neoliberal en sus diversas expresiones16 . Uno de sus rasgos centrales es el
subjetivismo, que sostiene que la experiencia privada del individuo es el único
fundamento para conocer el mundo. En el campo de la economía, este enfoque fue
recogido por primera vez en la teoría marginalista del valor desarrollada por
Jevons, Menger y Walras en los años setenta del siglo XIX. Ellos sostuvieron
que el valor de los bienes y servicios no podía ser calculado objetivamente
porque dependía de las necesidades e intereses de los individuos particulares,
quienes adoptan sus decisiones económicas de manera subjetiva. Resulta por lo
menos paradójico que quienes se proclaman como herederos de los principios
planteados por los economistas clá- sicos, rechacen la teoría del valor
formulada inicialmente por éstos.
En su momento, Marx ya había refutado argumentos semejantes
con los que se pretendía desconocer dicha teoría. En el primer tomo de El Capital, se refiere a Nassau W.
Senior, destacado economista inglés de Oxford, quien en su obra Outlines of Political Economy, refuta la
teoría ricardiana de la determinación de valor por el tiempo de trabajo y
pretende descubrir que “el beneficio provenía del trabajo del capitalista y el
interés de su ascetismo, de su ‘abstención’” (T.I, 187). Igualmente, cuestiona
a los mercantilistas y a John Stuart Mill, quienes como “vulgarizadores de
Ricardo”, pretenden derivar el remanente del precio de los productos después de
cubrir su costo de producción, del hecho de que se vendan a un precio por
encima de su valor.
El subjetivismo es también uno de los rasgos esenciales de
las escuelas de Austria y de Chicago, las dos principales representantes del
pensamiento neoliberal. Ludwig Von Mises, uno de los principales voceros de la
primera, señala que nuestra clasificación del mundo se basa en ciertos
conjuntos de percepciones mentales, un orden de cualidades sensoriales que no
corresponden al mundo exterior. De la misma manera, la acción social es guiada
por la opinión, que, a su turno, es establecida por los pensadores e
intelectuales. Pero en lo que respecta al papel preponderante que desempeña el
subjetivismo en la actividad económica y social, estos pensadores van incluso
más lejos que los economistas de la Escuela de Chicago. En efecto, Milton
Friedman sostiene que no es necesario verificar los supuestos iniciales de los
que se parte en el análisis, en la medida en que las deducciones que se
desprenden de ellos puedan ser demostradas satisfactoriamente. Von Mises descarta
por completo la verificación empírica de dichos supuestos, señalando que sólo
mediante la razón puede saberse si son correctos o no.
Para Frederick Hayek, otro de los representantes de la
Escuela de Austria, la operación del mercado debe considerarse como un juego
creador de riqueza, al cual él denomina catalaxia.
En sus propias palabras,
Catalaxia es un
término utilizado para describir el orden resultante del ajuste mutuo de varias
economías particulares en el mercado (...) Catalaxia es un tipo especial de
orden espontáneo producido por el mercado, por el conducto de personas que
actúan de acuerdo a unas reglas de propiedad, infracción y acuerdo. 17
Este autor presenta el mercado como un sistema de
información sin paralelo, en el cual los precios, los salarios y los beneficios
son mecanismos que distribuyen entre los agentes económicos información que de
otra manera no pueden conocer, por cuanto la mente humana no puede abarcar la
totalidad de los hechos que son significativos desde un punto de vista económico.
La intervención estatal es nociva, porque hace que la red de información del
sistema de precios emita señales engañosas. Sin embargo, Hayek piensa que no es
claro por qué, en forma constante, algunos son más afortunados que otros al
prever el decurso de ese orden espontáneo. De todas maneras, cree que por el
interés general, debe asumirse que el éxito pasado de algunas personas
aumentará la posibilidad de que en el futuro ese buen resultado continúe, por
lo que vale la pena inducirlos a que sigan obteniéndolo.
Los pensadores neoliberales sostienen que la mano invisible
del mercado genera resultados que tienden a reproducirse a sí mismos. Así, por
ejemplo, en la medida en que las personas escogen conforme a sus preferencias y
ante la poca probabilidad que hay de que estas preferencias cambien muy
rápidamente, los efectos económicos mismos permanecerán relativamente estables.
Este análisis se aplica a los resultados del trabajo y, por ende, a la
condición económica y social de las personas. Por ello, explica que las
diferencias en los salarios se deben a la acción del mercado y a la elección de
las personas.
A la mejor usanza neoliberal, estos pensadores ponen mucho
énfasis en la armonía de intereses, resultantes de las economías de mercado.
Las dos partes, en ambos lados del intercambio, se benefician mutuamente. Las
personas ganan de acuerdo a lo que valen en el mercado y su valor depende en
primera instancia de lo que cada uno haya invertido en sí mismo. Los pobres han
escogido, de manera libre, invertir relativamente poco en su propia
capacitación, y por eso merecen lo que ganan y ganan lo que merecen.
Por su parte, Milton Friedman afirma que el “sistema de
precios” es el mecanismo que permite intercambios voluntarios entre las partes,
“sin pedirles a las personas que se hablen entre sí o que simpaticen unas con
otras”18 . Este sistema desempeña tres funciones en la actividad económica:
transmite información, proporciona el incentivo para hacer el mejor uso posible
de los recursos disponibles y determina la distribución del ingreso. Para
acentuar aún más la naturaleza mágica del mercado, afirma que el sistema de
precios funciona en forma tan eficiente que la mayor parte del tiempo las
personas no son conscientes de ello. “Nunca nos damos cuenta de cómo trabaja de
bien hasta cuando se impide su funcionamiento, e incluso entonces, rara vez
reconocemos dónde se origina el problema”19 . Con esta visión del poder
absoluto del mercado, los ideólogos neoliberales intentan proporcionarle una
legitimación “científica” a la existencia de la desigualdad económica y social.
Para Friedman, la existencia de las grandes corporaciones,
cuyo papel es preponderante en el capitalismo norteamericano de la década de
los setenta, no cambia para nada la situación. Afirma que los monopolios de las
industrias son poco importantes desde el punto de vista de la economía y cree
que cuando las “condiciones técnicas” hacen que el monopolio sea el resultado
lógico de la competencia de las fuerzas del mercado, un monopolio privado es
siempre preferible a uno público o a uno sindical.
En estrecha conexión con la concepción neoliberal y con el
auge del posmodernismo, como corriente que cuestiona los postulados y discursos
teóricos que sustentan la modernidad, empezó a desarrollarse desde hace algunas
décadas la noción de la llamada sociedad postindustrial. Según esta visión, el
capitalismo de finales del siglo XX pasó de la producción de bienes a la
producción de servicios y el mundo desarrollado se encuentra en una etapa de
transición de una economía basada en la producción industrial a otra, en la
cual la información y la investigación teórica sistemática entran a desempeñar
un papel crucial y se convierten en motor del crecimiento, tal como lo señala
el escritor inglés Alex Callinicos. 20 Se trata de una “sociedad del
conocimiento”, dominada por una elite con un alto nivel de formación académica
y profesional. En esta sociedad, supuestamente los conflictos de clase se han
vuelto obsoletos, en la medida en que las clases mismas han dejado de existir.
En esa línea de análisis, autores como Manuel Castells se
refieren al advenimiento de la economía informacional, que se refleja en varios
rasgos: primero, las principales fuentes de productividad, y por ello de
crecimiento económico, dependen cada vez más de la ciencia y la tecnología, lo
mismo que de la calidad de la información y de la gerencia de los procesos de
producción, distribución, comercio y consumo. Segundo, el cambio de la
producción material a las actividades de procesamiento de información, tanto en
términos de la proporción del PIB como del número de personas empleadas en
tales actividades21 . En consecuencia con tales planteamientos, desde la óptica
neoliberal se afirma que las naciones menos desarrolladas deben especializarse
en la producción de manufacturas para el mercado mundial, aprovechando sus
bajos costos laborales, mientras que los países industrializados se dedican a
la investigación científica y a la innovación tecnológica.
Aparte de la legitimación de dicha división internacional
del trabajo, los planteamientos del postindustrialismo tienen claras
connotaciones políticas. De un lado, el supuesto de que la producción material
y el interés en la ganancia han pasado a un segundo plano pretende ocultar la
tendencia hacia la concentración y monopolización de los procesos productivos,
que se ha acentuado de manera notoria en el mundo entero, en todas las esferas,
durante las dos últimas décadas. Igualmente, se trata de minimizar la feroz
contienda económica que libran los países industrializados por el control de
las materias primas, los mercados e incluso los territorios. Pero de otro lado,
al desconocerse la importancia de la producción industrial en el mundo actual,
se busca descalificar y desmotivar por completo la lucha de la clase obrera y
de los trabajadores en contra de las políticas neoliberales.
En su libro Contra el postmodernismo. Una crítica marxista,
Callinicos hace un cuestionamiento de fondo de los supuestos en los que se
basan los autores que plantean la idea de una sociedad postindustrial. Señala
que si bien es cierto que a partir de la década del setenta se da un proceso de
desindustrialización, se trató de un cambio relativo, por cuanto decreció la
participación laboral en la industria, pero no el número absoluto de empleados
del sector. De acuerdo con él, este paso sectorial de la manufactura a los
servicios puede explicarse por el aumento creciente de la productividad del
trabajo en la industria manufacturera, lo que significa que una proporción
menor de la fuerza laboral puede producir una cantidad mayor de bienes. Pero
ello no modifica en manera alguna el hecho de que la sociedad no puede
sobrevivir sin dichos bienes. Señala igualmente que la transición de la
producción industrial a los servicios no ha sido un proceso universal ni puede
considerarse como una tendencia inevitable, correspondiente a una etapa de
“madurez” del capitalismo. Para ilustrar esta afirmación, se refiere al ejemplo
de la economía japonesa, que experimentó entre 1964 y 1982 una caída en la
participación de los servicios en su PIB, del 51.7 por ciento al 48.8 por
ciento, y un alza en la participación del sector manufacturero del 24.1 por
ciento al 39.9 por ciento. 22
Para Callinicos, el empleo en el sector de servicios
propiamente dicho no corresponde para nada a la elite de la sociedad del
conocimiento, descrita por los defensores del postindustrialismo. Lo cierto es
que en los Estados Unidos, el país de mayor desarrollo económico, el sector de
los servicios es tan amplio, que incluye desde la programación de computadores
y el procesamiento de datos hasta los oficios más variados, tales como los
empleos en los establecimientos de comidas rápidas, en los cuales el salario es
comparativamente muy bajo. Para ilustrar esta tendencia, el autor se refiere al
caso de California, que a continuación transcribimos por considerarlo muy
importante en lo que respecta a la tesis que hemos planteado en este trabajo en
relación con el predominio de la plusvalía absoluta en la era neoliberal:
La desindustrialización, por lo demás, ha sido un doloroso
proceso de resultados socialmente regresivos.
En ningún lugar del
mundo se ilustra esto mejor que en California, la paradigmá- tica “sociedad
postindustrial”, ubicada estratégicamente en el extremo este de la dinámica
económica del Pacífico que, en 1985, tenía el 70 por ciento de su fuerza
laboral empleada en el sector de servicios y que está idealmente conformada,
gracias a Hollywood y a Silicon Valley para suministrar al mercado mundial
recreación, información y entretenimiento. La recesión de 1979-82 eliminó casi
que de tajo las industrias de automóviles, de acero y de llantas, al igual que
otras empresas básicas, y una alta tasa de desempleo se combinó con la entrada,
a menudo ilegal de emigrantes para producir un descenso radical en los
salarios. Por consiguiente, hubo una expansión de las industrias intensivas en
mano de obra mal remunerada, tanto en el sector de manufactura como en el de
servicios. (...) 23
Resulta claro que, en todo caso, el proceso de
desindustrialización relativa que han experimentado los países más
desarrollados no ha traído los positivos resultados sociales y económicos que
pronosticaron los teóricos del postindustrialismo. El deterioro constante de
las condiciones laborales y sociales de importantes sectores de los inmigrantes
y de la población nativa en los Estados Unidos y los países europeos, ha sido
estudiado a fondo y documentado por diversos autores24 . Callinicos describe este
proceso en los siguientes términos:
El resurgimiento en
las ciudades más ricas de la tierra de los denominados “mé- todos sudorosos”
(sweatshops) de explotación de la mano de obra, típicos del siglo XIX, hace
parte de un conjunto más amplio de cambios, uno de cuyos rasgos más importantes
y, por lo general, más ignorados por los teóricos parroquiales de la sociedad
postindustrial, es el desarrollo de los nuevos países industrializados del
Tercer Mundo. 25
El análisis anterior corrobora la validez de los planteamientos
que hiciera Marx con más de un siglo de anterioridad, en torno a la naturaleza
del proceso de producción y explotación capitalista. Su minucioso estudio
demostró que la ganancia provenía principalmente de la explotación del trabajo
asalariado y del incremento de la plusvalía, absoluta o relativa, y no del
desarrollo tecnológico por sí sólo, tal como lo sostienen los defensores del
postindustrialismo. En este sentido se manifiesta el norteamericano James A.
Caporaso al señalar que
En el análisis
marxista, el surgimiento de la moderna división del trabajo no es en lo
fundamental un hecho técnico, ni se debe en primer lugar a la adquisición de
nuevas técnicas o a la introducción de maquinaria al sitio de trabajo. Estos
factores son importantes, pero ellos derivan del hecho social de que el
excedente es producido en el nexo entre salario y capital y de que las
presiones de competencia del mercado fomentan, o más bien requieren, de una
continua acumulación. 26
2) Las reformas
neoliberales y la condición de los trabajadores
Entre finales de los ochentas y comienzos de los noventas,
poco después de la crisis de la deuda externa, los países latinoamericanos
adoptaron el modelo neoliberal, por imposición de los organismos financieros
internacionales. Uno a uno fueron introduciendo reformas tendientes a
consolidar la apertura a los mercados y al capital extranjero, reducir la
función económica y social del Estado a favor del sector privado, recortar el
gasto público y eliminar los subsidios sociales, y establecer las condiciones
más propicias para la inversión extranjera.
Como resultado de la aplicación del nuevo modelo, los países
latinoamericanos entraron en una crisis económica y social sin precedentes al
finalizar el siglo. El derrumbe de los sectores productivos se reflejó en un
incremento notorio del desempleo, del subempleo y de los niveles de pobreza en
toda la región. Entre tanto, Estados Unidos resultó muy favorecido con todas estas
políticas, que repercutieron en un crecimiento notorio de su economía durante
la década pasada. La inversión extranjera en estos países se vio enormemente
recompensada en los últimos años. En 1997 el capital privado internacional,
fundamentalmente de ese país, invirtió 50.000 millones de dólares en toda
América Latina, en tres sectores principales: el petróleo y la minería, los
servicios, en especial los financieros, y las telecomunicaciones. En ese mismo
año las operaciones de las compañías estadounidenses en la región generaron
20.000 millones de dólares de ganancias netas, lo que equivale a un 19.9 por
ciento del total de ganancias netas obtenidas por las filiales en el extranjero
de las compañías de los Estados Unidos, según cifras de la Oficina de Análisis
Económico del Departamento de Comercio de ese país. 27 De otra parte, un
estudio adelantado en el 2000 por la consultora internacional Arthur Andersen,
basado en ochenta y siete firmas internacionales que operan en América Latina,
muestra que la totalidad de ellas considera que esta región es el área de
comercio más atractiva, aunque insiste en la necesidad de aumentar su
competitividad eliminando todavía más las barreras proteccionistas. 28
Para analizar la incidencia de las reformas neoliberales en
la condiciones de vida y de trabajo de los sectores laborales, nos referiremos,
a continuación, a dos temas centrales, relacionados con la imposición del
modelo neoliberal. El primero, los cambios en el proceso productivo y en las
condiciones de trabajo, impuestos por los países capitalistas más
desarrollados, con el objeto de contrarrestar el descenso de la tasa de
ganancia, y el segundo, la especulación financiera y el incremento del
endeudamiento externo y sus consecuencias para las condiciones laborales y
sociales de los países subdesarrollados.
a) La tendencia
decreciente de la cuota de ganancia y los cambios en el proceso productivo y en
las condiciones laborales
El llamado proceso de reestructuración económica global,
expresado en el desplazamiento de operaciones manufactureras desde los países
más industrializados hacia los menos desarrollados, que emprendieron las
grandes multinacionales a partir de la década de los setenta, encuentra su
explicación en la teoría marxista. Frente a la caída de la tasa de ganancia,
los capitalistas recurrieron a una mayor exportación de capital hacia los
países en los cuales aquella es mayor, debido a su menor composición orgánica
de capital y a que los inversionistas disponen allí de una mano de obra
abundante y barata.
La teoría de la nueva división internacional del trabajo, desarrollada
por los alemanes Froebel, Heinrichs y Kreye29 dentro de la tradición marxista a
comienzos de los ochenta, argumenta que los desplazamientos hacia estos países
fueron motivados por la búsqueda de unas mejores condiciones de inversión, en
una época en que en los países industrializados las ganancias se encontraban en
declive y los costos laborales en ascenso. Esta reducción en las utilidades,
expresión clara de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia,
tuvo como antecedente el surgimiento de una fuerte competencia internacional,
como resultado de la recuperación económica de los países de Europa Occidental
y Japón después de la Segunda Guerra Mundial y del creciente avance tecnológico
que se registró en el mundo capitalista. En estas condiciones, el predominio
económico de los Estados Unidos, incuestionable en las décadas precedentes, se
vio ahora amenazado y sus multinacionales empezaron a perder competitividad
frente a las de sus rivales económicos. Harrison y Bluestone se refieren a la
crisis que ello trajo para la economía norteamericana, en los siguientes
términos:
Después de un cuarto
de siglo de crecimiento sin paralelo a partir de la posguerra, las compañías
estadounidenses se vieron sometidas a una competencia global sin precedentes
hacia finales de los años sesenta. Como resultado de ello, las ganancias se
vieron severamente reducidas (...) Estas (las compañías) empezaron a abandonar
las empresas en los países del centro, a invertir en el exterior, a orientar el
capital hacia operaciones abiertamente especulativas, subcontratar el trabajo
con contratistas de bajos salarios, aquí y en el exterior, exigir reducciones
de salarios a los empleados, y sustituir el trabajo de tiempo completo por el
de tiempo parcial y por otras formas de trabajo contingente, y todo a nombre de
la “reestructuración”. 30
Señala la teoría de la nueva división internacional del
trabajo que el proceso de trasladar operaciones manufactureras a los países
subdesarrollados requirió de tres condiciones previas: primero, la existencia
de unas reservas prácticamente inagotables de mano de obra barata en estos
países; segundo, la división y subdivisión del proceso productivo, el cual
llegó a un punto tal que la mayor parte de las operaciones fragmentarias puede
efectuarse con niveles mínimos de habilidad; y, tercero, el desarrollo del
transporte y de las telecomunicaciones, lo que permite la producción total o
parcial de los bienes en cualquier lugar del mundo. Estos factores explican la
generalización de las zonas de producción para la exportación y de las maquilas
a lo largo y ancho del Tercer Mundo, que se basan en la superexplotación de la
fuerza laboral.
De conformidad con la nueva división internacional del
trabajo y con los postulados que la sustentan en el contexto de la llamada
globalización, a los países del Tercer Mundo les ha correspondido convertirse
en plataformas exportadoras de productos semielaborados de poco valor agregado.
Para ello, cada vez más se les exige que establezcan las condiciones más
propicias con el fin de atraer el capital extranjero. La flexibilización de las
condiciones laborales y de las normas ambientales, por lo tanto, busca ante
todo que las multinacionales abaraten costos e incrementen sus ganancias, en un
período de ardua competencia internacional.
Estas zonas de exportación o de libre comercio fueron
instauradas por primera vez en el decenio de 1970, como una manera de atraer
inversión extranjera a los países subdesarrollados. Se caracterizan por tener
regulaciones sociales, laborales y ambientales muy laxas, una mano de obra muy
barata e incentivos fiscales y financieros, que incluyen el otorgamiento de
terrenos de manera gratuita o con un arriendo bajo, paraísos fiscales y
eliminación de controles de cambio. Como bien lo señala Alexander Goldsmith,
Parte del paquete de
‘incentivos’ que el gobierno les ofrece a las multinacionales cuando crea las
zonas de libre comercio es el derecho a arrasar el medio ambiente, a burlar los
estándares básicos del bienestar social y el derecho a envenenar a los
trabajadores. 31
La estrategia exportadora, impuesta a nuestras naciones por
los países poderosos a través de organizaciones como el FMI y la OMC, busca
ante todo perpetuar la dominación económica que éstos ejercen sobre aquellas a
nivel global. Al mismo tiempo, incrementa el grado de vulnerabilidad de las
economías de los países rezagados, al ponerlos a depender del comercio
internacional, y a proseguir por una senda que va en sentido contrario a la
recorrida por los países industrializados. Mientras el desarrollo de estos se
forjó sobre la base de la protección del mercado interno por parte de los
Estados nacionales, en los primeros la aplicación de las políticas neoliberales
llevó a la destrucción de ese mismo mercado.
Dentro de este marco general, puede entenderse la razón por
la cual la estrategia exportadora se convierte en la preferida por los
gobiernos neoliberales en América Latina. Para el caso de Colombia, señalemos
que, con el objeto de reducir los costos laborales, el gobierno de Pastrana
creó las Zonas Económicas Especiales de Exportación (ZEEE), concebidas
exclusivamente para los empresarios nacionales y extranjeros, cuyos proyectos
de inversión asciendan a por lo menos dos millones de dólares. La inversión
debe ser nueva; no se admite relocalización de la industria nacional, y el
inversionista deberá adquirir el compromiso de que al menos el 80 por ciento de
sus ventas o de sus servicios se destinará a la exportación. En
contraprestación, las ZEEEs les ofrecen una serie de beneficios laborales,
tributarios, crediticios y cambiarios, entre los cuales está una legislación
laboral especial; las empresas de estas zonas podrán celebrar contratos de
trabajo por jornadas limitadas, con un salario que compense la totalidad de los
recargos, prestaciones y beneficios. Entre los beneficios tributarios se
encuentra la exención del pago del impuesto de renta y complementarios sobre
los ingresos obtenidos por ventas al exterior, la exención del impuesto de
renta y remesas para los pagos y transferencias efectuados al exterior por
concepto de intereses y servicios técnicos, y la exención de todos los derechos
de importación para los bienes extranjeros32 .
b) Especulación
financiera, deuda externa y ajuste fiscal
La exportación de capitales, señalado por Lenin como uno de
los rasgos distintivos del imperialismo, llegó a su mayor auge en la era
neoliberal. A manera de ejemplo, en 1998 sólo un 2.5 por ciento de las
transacciones del comercio mundial eran reales, en tanto que los flujos
financieros puros representaban un 97.5 por ciento del total de las
transacciones33 .Con la generalización de las políticas neoliberales, se
intensificó la presión sobre los países del Tercer Mundo para que abrieran sus
economías a los flujos internacionales de capitales. El FMI, con el respaldo
del Departamento del Tesoro de Estados Unidos, ha dirigido este esfuerzo,
obligando a los gobiernos a que liberalicen las regulaciones en cuanto a la
inversión extranjera directa y otros flujos de capital.
A partir de la segunda mitad de la década de los noventa,
una vez que la banca internacional superó la crisis de la deuda externa
latinoamericana mediante los procesos de renegociación y de reforma que tanto
favorecieron a los acreedores, los empréstitos se redujeron de manera notoria
para los países de la región y fueron reemplazados por financiación privada,
que se desarrolla fundamentalmente mediante la llamada inversión de portafolio
y se expresa por medio de bonos en el mercados de valores, más que de préstamos
bancarios. Cerca del 70 por ciento de los flujos de capital hacia América
Latina en ese período se dieron bajo esta modalidad, lo que representó un
porcentaje tres veces superior al de la década precedente. Bajo las nuevas
condiciones, los deudores no sólo asumen todos los intereses, sino también los
riesgos de la tasa de cambio. 34
En medio del auge de la especulación financiera, la deuda
externa de los países latinoamericanos ascendía a 760.000 millones de dólares a
mediados del 2003. A pesar de los procesos de reestructuración, un buen nú-
mero de estas naciones tiene pasivos públicos que superan el 50 por ciento de
su Producto Interno Bruto y el 170 por ciento de sus exportaciones35 . Pero
para los Estados Unidos y para el poderosísimo sector financiero internacional,
el negocio de los empréstitos a la región fue y sigue siendo excelente.
Endeudarse es percibido en esta época como símbolo de prestigio y como factor
de confianza por parte de los países más poderosos y de sus grandes bancos y
multinacionales.
La inversión de portafolio en América Latina se incrementó
de manera notoria con la llamada Inversión Extranjera Directa (IED), realizada
por las multinacionales en el marco de las políticas de privatización que se
generalizaron en la década pasada. En la terminología de las instituciones
financieras, esta modalidad incluye, por definición, la compra de empresas ya
existentes, sin que se genere ninguna inversión productiva ni se creen bienes
nuevos, como ha sucedido en la gran mayoría de tales procesos en nuestros
países. Así se adelantó la privatización de las empresas estratégicas del
Estado en toda la región. La política de invertir en compra de activos ya
existentes en lugar de generar inversión productiva nueva es la mejor prueba en
contra de la validez de los argumentos defendidos por los neoliberales desde la
década de los ochenta, sobre la importancia de las reformas económicas como
mecanismo para atraer capitales a estas latitudes, los cuales supuestamente
iban a ser definitivos para incentivar sus sectores productivos y para generar
empleo.
Los países de América Latina introdujeron medidas de
liberalización de la cuenta de capitales durante la última década, las cuales,
en combinación con otras políticas como la privatización de las empresas
estatales, contribuyeron a crear un boom en los flujos de capital. Asimismo, se
presionó a los gobiernos para que liberalizaran las regulaciones en cuanto a
otros flujos de capital, tales como los mercados de acciones y bonos, así como
los préstamos, tanto para el gobierno como para el sector privado. Con mucha
frecuencia, estas medidas han sido incluidas en los paquetes de ajuste
estructural impuestos a los países. Sólo en Latinoamérica, los ingresos por
emisión de bonos se incrementaron de 7.2 billones de dólares en 1991 a 54.4
billones en 1997.36 A manera de ejemplo, anotemos que las bolsas
latinoamericanas más importantes, las de Brasil, Chile, México y Argentina,
generaban a finales de la década de los noventa altísimos rendimientos,
superiores incluso a las de Nueva York o Madrid. Se destaca el caso de los dos
últimos países, en donde la rentabilidad superaba el 20 por ciento anual, un
factor que está muy ligado al derrumbe de sus economías en 1994 y 2001,
respectivamente. 37
No podrían dejar de mencionarse de manera explícita los
acuerdos con el FMI, suscritos por la mayor parte de los países de la región
durante los últimos años. El objetivo central de tales acuerdos no es otro que
profundizar las medidas de liberalización económica y comercial y adelantar un
ajuste fiscal severo. Con la reducción del déficit fiscal, tendiente al logro
del equilibrio de las finanzas del Estado, el Fondo busca ante todo garantizar
y aumentar el flujo de capitales desde las naciones latinoamericanas a los
países industrializados, en especial a los Estados Unidos. Se trata de que
aquéllas cumplan con sus compromisos con la comunidad financiera internacional,
sobre todo los relativos al servicio de la deuda externa, pero también con
todos los demás rubros resultantes de la imposición de las políticas
neoliberales. Como afirma Marcelo Torres,
El servicio creciente
de la deuda externa pública y privada, más la factura por las crecientes
importaciones y la repatriación de utilidades de las inversiones extranjeras,
terminaron por conformar un grueso chorro de riqueza fluyendo hacia fuera,
irremisiblemente perdido para nuestra economía. 38
Sin duda, una estrategia fundamental para profundizar las
políticas de ajuste fiscal ha sido la disminución del ingreso de los
trabajadores y por ello, buena parte de las llamadas reformas de “segunda
generación” se orientan en ese sentido. Así, por ejemplo, por concepto de
incrementos salariales por debajo de la inflación esperada, el gobierno
colombiano pudo ahorrar cerca de un billón de pesos en el año 2000. 39
Al justificar la flexibilización laboral y las reformas que
la promovieron en Colombia, el Banco Interamericano de Desarrollo insistió en
argumentos como el de que los índices de rigidez del empleo eran muy altos, lo
que según esta entidad convertía al país en uno de los de la región en donde
resultaba más costoso contratar y despedir trabajadores. Se llegó a afirmar que
la rigidez del trabajo era varias veces mayor que la de los Estados Unidos y
los países europeos. Por ello, desde la óptica neoliberal se ha planteado que
la solución al problema del desempleo está en reducir los costos de la mano de
obra, e incluso en la completa eliminación de la legislación laboral para los
trabajadores que ganen más de dos salarios mínimos y para todos aquellos que
laboran en las zonas especiales de exportación. Por su parte, Fedesarrollo,
emulando la práctica de los inicios de la producción fabril en el siglo XIX,
llegó a plantear la necesidad de reducir el salario mí- nimo, por ser
supuestamente el más alto de América Latina, al tiempo que propuso en el 2000
establecer un salario menor para las mujeres y los jóvenes, dos grupos de
población muy afectados por el desempleo. 40
Conclusión
En su análisis del modo de producción capitalista, Marx
explica el origen de la ganancia y la naturaleza misma de este régimen,
recurriendo a la teoría de la plusvalía. La define como el tiempo de trabajo
excedente del obrero después de producir el valor de su fuerza de trabajo. La
cuota de plusvalía es, por tanto, la expresión exacta del grado de explotación
de la fuerza de trabajo por el capital. La plusvalía producida mediante la
prolongación de la jornada de trabajo es la plusvalía absoluta, mientras que la
que se logra reduciendo el tiempo de trabajo necesario, con el incremento de la
productividad, es la plusvalía relativa.
Sin embargo, la introducción de la maquinaria y de la
tecnología trae en sí una paradoja. A pesar de ser el instrumento más
formidable que existe para intensificar la productividad del trabajo y para
acortar la jornada laboral, se convierte también en el medio más útil para
prolongar esta jornada, haciéndola rebasar todos los límites naturales. El
desarrollo del capitalismo lleva al incremento del capital constante con
relación al capital variable y, por tanto, al incremento de la composición
orgánica del capital. No obstante, la contradicción está en que la ganancia
proviene del capital variable y no del capital constante. De esta forma, se
materializa la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia. Para
contrarrestarla, el capitalista recurre a unas estrategias, que tienen que ver
fundamentalmente con la reducción de los costos laborales y la búsqueda de
mejores condiciones de inversión.
La generalización de las políticas neoliberales en el mundo
entero, correspondiente a la época de la globalización, es el resultado de esta
tendencia decreciente de la tasa de ganancia y de la crisis que se manifestó en
la recesión de la década de los setenta. Los capitalistas actuales, al frente
de las grandes empresas que se reparten el mercado mundial y en poder del gran
capital internacional, recurren fundamentalmente al alargamiento de la jornada
de trabajo, es decir, al incremento de la plusvalía absoluta, con el objeto de
contrarrestar el descenso en la tasa de ganancia. Ello explica la
generalización de las zonas de exportación en todos los confines terrestres.
Por ello, el desarrollo tecnológico sin precedentes que se
ha dado en los últimos tiempos, lejos de contribuir al mejoramiento de las
condiciones laborales y sociales de la mayor parte de la población, tal como lo
pregonan los defensores de la globalización y del postindustrialismo, ha traído
aparejado un deterioro de dichas condiciones en el mundo entero. La
superexplotación de los trabajadores y su sometimiento a condiciones de trabajo
cada vez más inhumanas, similares a las de los albores de la era industrial, y
el incremento de la pobreza y la miseria en todo el orbe, son el resultado de
un modelo de acumulación que beneficia exclusivamente a las empresas
multinacionales y al capital financiero de los países más poderosos.
Marx señala que la plusvalía relativa es la forma más propia
de incrementar la ganancia en el modo de producción capitalista, mientras que
la plusvalía absoluta corresponde más a etapas precapitalistas. La prolongación
de la jornada de trabajo, como rasgo distintivo de las condiciones laborales en
el siglo XXI, muestra la tendencia regresiva del sistema de explotación del
capitalismo y de su expresión actual, el neoliberalismo.
Como consecuencia de las políticas adoptadas y de las
reformas emprendidas durante las dos últimas décadas, los países latinoamericanos
experimentan una crisis económica y social sin precedentes. Ello corresponde a
un proceso de recolonización por parte de los Estados Unidos, que se expresa en
la intensificación de su injerencia y control sobre nuestras naciones, con el
objeto de obtener ventajas que le permitan competir en mejores condiciones con
los otros países más industrializados del mundo. La búsqueda de recursos,
mercados y territorios se inscribe en esa competencia a muerte por la
supremacía económica global, y el ALCA es una expresión clara de esa estrategia
de recolonización frente a América Latina.
Sin embargo, como señala Marx, el capitalismo no es un
régimen absoluto, sino un régimen puramente histórico, transitorio, un sistema
de producción que corresponde a una cierta época limitada del desarrollo de las
condiciones materiales de producción. Lo mismo puede decirse del modelo
neoliberal que, pese a la fuerza con la que irrumpió y se instaló en el mundo
entero, ya evidencia muestras claras de declive.
Por último, la explicación marxista de las leyes inherentes
al capitalismo y de las contradicciones que lo llevan a sus crisis recurrentes,
demuestra la vigencia de esta corriente científica para el análisis del
neoliberalismo en los inicios del siglo XXI. Pero además, lo que es más
importante aún, pone de presente también la vigencia de su poder transformador
de la realidad.
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precio y ganancia, en K. Marx y F. Engels, Obras Escogidas,
Editorial Progreso, Moscú.
Torres, Marcelo, “Un balance sumario de la
década neoliberal”, documento no publicado.
Notas
1 Este análisis
está basado fundamentalmente en Carlos Marx, El Capital,
Editorial de
Ciencias Sociales, La Habana, Cuba,
1980, tomos I y III. La mayor parte de las referencias corresponde
a estos dos textos.]
2 “Trabajo
asalariado y capital”, en C. Marx y F. Engels, Obras
Escogidas, Moscú, Editorial Progreso, 1972, p. 81-86.
3 Introducción de Friedrich Engels a C. Marx, Trabajo asalariado y capital, Op. cit. p.67.
4 Dr. Richardson, “Work and
Overwork”, en Social Science Review, 18 de julio de 1863 (citado por
Marx en El Capital, Tomo I, p.212)
5
K.
Marx, Salario, precio y ganancia, en K. Marx y F. Engels, Obras
Escogidas, Editorial Progreso, Moscú, p. 225.
6
Friedrich
Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica,
Grupo Editorial Grijalbo, Barcelona, Buenos Aries, México DF, 1978, p 404-405.
7 Ibídem,
p.197.
8 Marshall Berman, “The People in Capital”, en Adventures in Marxism, Verso, Londres-Nueva York, 1999, p.83.
9 K. Marx, Trabajo
asalariado y capital, Op. cit., p.73.
10 El Capital, Tomo
III, Sección tercera.
11 V. I. Lenin, El
imperialismo, fase superior del capitalismo, Ediciones en lenguas extranjeras,
Pekín, 1972, p. 111.
12 Ibídem, p. 113.
13 Ibídem,
p. 77.
14 Ibídem,
p. 78.
15 Ibídem, p. 147.
16 Para un
análisis detallado de la ideología neoliberal, ver Consuelo Ahumada, El modelo neoliberal
y su impacto en la sociedad colombiana, capítulo 3, El Áncora Editores,
Bogotá, 1996.
17 Frederick
Hayek, The Mirage of Social Justice, Chicago: University of Chicago Press, 1976, p.
108-109.
18 Milton y Rose Friedman, Free to
Choose. A Personal Stateman, Nueva
York: Harcourt Brace Jovanovich, 1979, p. 13.
19 Ibídem.
20
Alex
Callinicos, Contra el postmodernismo. Una crítica marxista, El Áncora
Editores,
Bogotá, 1993, p. 22.
21 Manuel Castells, “The
Informational Economy and the New International Division of Labor”, en The New Economy in the Information Age, Penn State: The Pennsylvania State University, 1993,
p. 15-17.
22 Ibídem.,
p. 234.
23 Ibídem, p. 237. Para esta
información, Callinicos se basa en P. Stephens, “Uneasy Realities Behind a
Post-Industrial Dream”, FT, 15 de octubre de 1986.
24 Ver por ejemplo, Bennet Harrison y Berry Bluestone, The Great U-Turn: Corporate Restructuring and the
Polarizing of America, Nueva
York: Basic Books, 1988; Patricia Fernández Kelly y Saskia
Sassen, “A Collaborative Study of Hispanic Women in the Garment and Electronic Industries”,
Nueva York: Center for Latin American and Caribbean Studies, New York University,
1991; Vivian Forrester, El horror
económico.
25 Callinicos,
Op.cit., p.
238.
26 James A.
Caporaso (comp), A Changing
International Division of Labor, Boulder,
CO: Lynne Rienner Publishers, 1987, p. 25.
27 “The
Wall Street Journal Americas”, El Tiempo, julio 16 de 1998, p. 3B.
28 “Multinacionales,
por qué no invierten en América Latina”, Portafolio, mayo 9 de
2000, p. 27.
29 Froebel, Folker, Jürgen Heinrichs y Otto Kreye, The New International Division of Labor, Cambridge, Cambridge International Press, 1980.
30 Harrison
y Bluestone, Op. cit., p. vii y viii.
31 Alexander
Goldsmith, “Seeds of Exploitation: Free Trade Zones in the Global Economy”, en
Jerry Mander y Edward Goldsmith, The Case
Against Global Economy, Sierra
Club Books, 1996, p. 269.
32 “Lluvia
de estímulos en zonas de exportación”, El Tiempo, febrero
25 de 2000, p. 1B- 6B.
33 Duncan Green, “The failings of the International
Financial Architecture”, Nacla Report
on the Americas, Vol. XXXIII,
No.1, julio-agosto de 1999, p. 31.
34 Doug
Henwood, “The Americanization of Global Finance”, Nacla Report on the Americas, Vol. XXXIII, No.1, julio-agosto de 1999, p.
13-23.
35 Datos de
la CEPAL, citados en “La deuda ahorca la
región”, Portafolio, agosto 3 de 2000,p. 32.
36 Duncan
Green, “The failings of the International Financial Architecture”, Nacla Report on the Americas, Vol. XXXIII, No. 1, julio-agosto de 1999.
37
“Bolsas
latinoamericanas: alta rentabilidad con un alto riesgo”, Portafolio,
diciembre 15 de 1999, p. 19.
38 Marcelo
Torres, “Un balance sumario de la década neoliberal”, documento no publicado.
39 “Diez años de reformas
tributarias: tapando huecos”, documento de la Asociación Bancaria y las
entidades financieras, La República, junio
18 de 2000, p. 8.
40 Intervenciones
de Gustavo Márquez, representante del BID, y de Juan Luis Londoño, en el Seminario
sobre empleo y políticas laborales, organizado por Fedesarrollo y el Banco de la
República en Bogotá, el 9 de julio de 1999;
“Se abren las apuestas por un nuevo salario mínimo”, Portafolio, julio 6
de 2000, p. 12.