Paula Bach | La teoría económica marxista nació como
crítica de la economía política clásica. Aprehendiendo por un lado lo más
revolucionario de los logros científicos alcanzados por la burguesía naciente y
a la vez criticando incisivamente sus limitaciones. Los problemas de la forma y
el contenido adoptaron una presencia estelar en esta relación dialéctica que
Marx estableció con la economía política burguesa de aquel entonces y en
particular con David Ricardo –uno de sus más audaces exponentes–. Hasta cierto
punto –y salvando todas las distancias del caso–, dilucidar las tendencias del
capitalismo actual exige hurgar nuevamente en los problemas de la forma y el
contenido con el objeto de aportar elementos para la crítica de lo más
perspicaz del pensamiento económico burgués contemporáneo. En el presente
trabajo y tras un breve recorrido por la historia de la teoría, indagaremos
–con este espíritu y a falta de mejor sustrato– algunos nudos de la tesis del
estancamiento secular propuesta hace relativamente poco tiempo por el ex
Secretario del Tesoro norteamericano, Lawrence Summers.
Un problema
ontológico
El modo laberíntico en el que el capital se hizo presente
desde su surgimiento, cimentó la expresión de Marx de que las formas
históricamente más desarrolladas permiten a la mirada científica acceder tanto
a una comprensión superior de las estructuras anteriores como de aquellas de la
realidad contemporánea. Pero como Marx también se ocupó de resaltar, esas
formas más desarrolladas se encargan a la vez de velar progresivamente el
entendimiento de la realidad a la mirada del sentido común. La teoría económica
burguesa, no sin motivos, cayó presa de esta dualidad contradictoria desde su
origen. Si en su juventud se acercó asintóticamente a la conquista de una
verdad científica, el temor a su conocimiento la alejó de la meta. Desde un
punto de vista epistemológico, el mayor obstáculo para resolver las
contradicciones que planteaban los problemas del plusvalor y la
ganancia [1], lo trazó la imposibilidad de hallar la relación correcta
entre forma y contenido o, dicho en otros términos, de comprender las leyes del
movimiento de la apariencia [2]. El intríngulis lo resolvió Marx
demostrando a través de múltiples ensayos y luego, a lo largo de los tres tomos
de El Capital, que las aparentes paradojas que envolvían al trabajo impago
como fundamento de la ganancia capitalista, tenían solución. Para hallarla, era
menester comprender tanto la diferencia entre el modo en que las mercancías se
crean en la esfera de la producción y la forma particular en que ese proceso se
pone de manifiesto en la esfera de la circulación, como las múltiples
mediaciones que se establecen entre ambas esferas. Despejando la maleza por
este camino, Marx descubrió la norma del modo de producción capitalista y otorgó
un fundamento científico a la teoría de la revolución proletaria. Pero lo que
más interesa resaltar aquí es que desde un punto de vista ontológico, el
pensamiento burgués no podía sintetizar o comprender las relaciones subyacentes
entre la esfera de la producción y la esfera de la circulación o, dicho un poco
abusivamente, no podía romper el hechizo que separa el “mundo de lo privado” y
sus múltiples capitales independientes, del “mundo de lo social”. Y no podía
porque esa separación es parte constitutiva de su existencia y por tanto
prefigura su manera específica de comprender el mundo. De algún modo, la propia
burguesía es “víctima” del hechizo. Decía Lukács en Historia y conciencia de clase que:
El capital es una
fuerza social cuyos movimientos están dirigidos por los intereses individuales
de los propietarios del capital, los cuales no dominan la función social de su
actividad ni pueden preocuparse de ella, de tal modo que el principio social,
la función social del capital, no puede imponerse más que por encima de ellos,
imponiéndose a su voluntad, sin conciencia de ellos [3].
Es así como, cuando Marx resolvía la diferencia específica
del modo de producción capitalista, la economía política clásica hacía no mucho
tiempo que había dejado de lado las especulaciones improductivas sobre el
plusvalor y se había echado a los brazos del más vulgar de los sentidos, dando
origen a una teoría económica de los fenómenos, antecesora del actual mainstream. Pero atrapada como quedó por
los siglos en las calmas aguas de la apariencia y lo suficientemente alejada de
los procesos históricos, la teoría económica burguesa no consiguió pasar la
prueba de los hechos. En un mundo en el cual las contradicciones del capital
devenían de más en más agudas –incluyendo episodios como el triunfo de la
Revolución rusa o el estallido de la Depresión de los años ‘30– la cuestión
ontológica que en los orígenes se había puesto de manifiesto esencialmente como
límite epistemológico, terminó por transformarse en un problema de “gestión” de
los destinos del capital. Devenida un cuerpo teórico demasiado trivial frente a
los momentos más convulsivos de la historia del capitalismo, la teoría
económica vulgar acabó dando origen –sobre todo por necesidad– a nuevos
“cuerpos teóricos” o ideas –siempre más bien pragmáticas– que evitando recaer
en el error “original” y manteniendo el gusto por lo fenoménico, buscaron
resguardar al capital de sus propias contradicciones.
A propósito
de Keynes y Summers
Lo notable es que si en un principio Marx abrevó en los
avances de la teoría económica de la burguesía naciente, la relación muestra
una cierta inversión en el transcurso del siglo XX. La teoría formulada por
Keynes –que mantiene incambiados los nudos conceptuales fundantes de la teoría
oficial, en particular en lo referente al origen de la ganancia– se ve obligada
a reintroducir una dimensión histórica en el análisis del capitalismo,
visualizando los límites del laissez faire y el liberalismo e
identificando la época de entreguerras como una etapa inestable y de
transición. Hasta cierto punto, adjudicando un lugar prominente a las guerras,
emulando aspectos parciales de la planificación soviética frente a la crisis y
temiendo como temía a la revolución, Keynes parece haber entrevisto
–implícitamente, por supuesto y con objetivos opuestos por el vértice–
elementos de caracterización de la época histórica muy similares a los ya
formulados por Lenin, Trotsky y la Tercera Internacional [4]. La
persecución keynesiana del oxímoron consistente en alcanzar los resultados de
la guerra bajo condiciones de paz, se erige como utopía reaccionaria y ejemplo
por antonomasia de las ilusiones teóricas de quienes no dominan la “función
social del capital”. Este contrasentido keynesiano no está en modo alguno
exento de los problemas de forma y contenido que aquejaron a la economía
política clásica. Por el contrario, deriva de la imposibilidad de comprender
que un contenido tal se manifiesta necesariamente bajo dicha forma. De hecho la
utopía keynesiana terminó en un lugar parecido al de la idea original de la
economía clásica sobre el plusvalor y la ganancia. Como es sabido y como aún
hipotéticamente lo previera el propio Keynes, únicamente la Segunda Guerra
Mundial permitió la realización plena de lo que llamaba “su experimento” [5].
Con lo cual quedó probado que los resultados económicos extraordinarios
posteriores a una guerra solo pueden obtenerse bajo condiciones de… guerra.
Aunque por el modo abrumadoramente laberíntico en que acontecieron los hechos
de la posguerra, el asunto continúe siendo materia de permanente discusión,
incluso con la extrema izquierda del reformismo. Pero, ¿cuál es el lugar del
Larry Summers en esta historia? Para ello debemos trasladarnos al período
actual en el que el ex Secretario del Tesoro –tributario de la corriente
neokeynesiana [6]–, define las entreveradas tendencias de la economía
poscrisis 2008 –la más profunda desde la Gran Depresión– a través de la tesis
del estancamiento secular. Una hipótesis que –actualizando la formulada por el
economista norteamericano keynesiano Alvin Hansen en los años ‘30–, busca
expresar las condiciones de un período particular dentro de un contexto más
amplio en el cual, según la definición de Summers, la dicotomía “burbujas vs.
estancamiento” gobierna el funcionamiento de la economía de los países
centrales durante las recientes últimas décadas. Estas definiciones en su
conjunto, y como trataremos a continuación, congregan tres facetas de
particular interés. En primer lugar, la legitimización por parte de la teoría
económica de las burbujas financieras como único motor del desarrollo
capitalista en los tiempos actuales. En segundo lugar, la identificación de que
tras la última crisis, las medidas monetarias expansivas creadoras de burbujas
serían tan inevitables como insuficientes, preanunciando tensiones financieras
insostenibles. En tercer lugar, el reconocimiento de que los trances que se
ponen de manifiesto en la actualidad resultan de larga data, aún cuando durante
las últimas décadas, habrían sido enmascarados por el desarrollo financiero.
Hay que advertir que la teoría económica burguesa, desde aquellas décadas del
siglo XVIII en que abandonó definitivamente su coqueteo inicial con los
fundamentos del capital, no deja de volverse un poco más franca cuando los
momentos devienen críticos en términos estratégicos.
Fuerzas
ocultas
En un contraste que suena más a resignación que a teoría,
Summers [7] pone de manifiesto que tanto el crecimiento de Estados Unidos
de la década del ‘90 como el de los años 2003/7 –no espectaculares pero
“adecuados”– estuvieron motorizados respectivamente por la burbuja de las punto
com el primero y por la mayor burbuja de construcción de viviendas en un siglo,
el segundo. De un modo similar y previamente al año 2010, la periferia y los
países centrales de la Eurozona habrían mantenido un frágil equilibrio
claramente impulsado por el crédito barato. Es interesante la insistencia de
Summers con respecto a que sin ese extraordinario financiamiento y sin
burbujas, sin una “gran erosión de los estándares del crédito”, no hubiera
tenido lugar un crecimiento similar de la producción. Por el contrario el
crecimiento habría resultado “inadecuado” como consecuencia de una
insuficiencia tanto de demanda de inversión como de consumo. De este modo y
desde hace aproximadamente 20 años –siempre según Summers– la economía de los
países centrales se debate entre las “burbujas” que permiten un crecimiento
“adecuado” y una situación de estancamiento que se impondría como norma de no
mediar la presencia de un crédito que se abarata tendencialmente. En la medida
en que la teoría económica reivindica y otorga legitimidad a las burbujas
crediticias como medio necesario para contrarrestar el estancamiento económico,
se muestra de más en más como un compendio destinado a justificar el movimiento
de fuerzas ocultas que no gobierna. Y lo que realmente no gobierna son los
destinos de la acumulación ampliada, o dicho más al modo de la teoría
económica, de la inversión “no financiera”, verdadero motor del crecimiento capitalista.
Hace aquí su necesaria aparición la situación específica poscrisis de 2008 que
junto con la Gran Recesión vino a romper la calma de la “Gran Moderación”
barriendo –nuevamente al decir de Summers– con la suposición de que las
depresiones conservaban un mero interés arqueológico. Transcurridos ya seis
años desde el punto más agudo de la crisis, el crecimiento económico en los
países centrales –aún con evidentes desigualdades– muestra un patrón débil, con
una producción efectiva tanto en Estados Unidos como en Europa, muy por debajo
de su potencial estimado en 2008. Summers señala que los patrones son
sorprendentes porque se supone que tras superar una recesión, el crecimiento se
acelere. La resultante de esta situación es una baja demanda de inversión y un
crecimiento extremadamente pobre, a pesar de la permanencia durante años de
tasas de interés cercanas a cero. Cuestión que lo conduce a delinear la
hipótesis del estancamiento secular que fundamentalmente presupone que en las
condiciones actuales y para lograr la tasa “natural” de desempleo, la tasa de
interés debe mantenerse en un nivel más bajo de lo que los “mercados” o las
intervenciones gubernamentales pueden soportar. Desde un punto de vista, esta
es la contradicción que aqueja a la Reserva Federal norteamericana en el
momento presente. Sin embargo, presa como vive de lo fenoménico, a la teoría
económica se le escapa el contenido y las cosas se le aparecen como si la
inversión fuera el puro resultado de los movimientos de la tasa de interés. Escurriéndosele
el suceso de que durante el período previo de la “Gran Moderación” las fuentes
de plusvalor y los espacios para la acumulación cedidos –como subproducto de la
restauración capitalista– por China y Europa del Este hoy en proceso de franco agotamiento,
resultaron factores elementales que impulsaron un mayor nivel de inversión.
Este es sin duda uno de los aspectos más álgidos que distinguen el auge
moderado del período neoliberal del actual “estancamiento secular”. Pero es
claro que no se le puede pedir a una teoría de los fenómenos que repare en el
tabú frente al cual se detuvo la curiosa economía política clásica de la
burguesía naciente. En términos más generales, parecería ser que las ingentes
masas de capital financiero que moldean al capitalismo desde las décadas de
ascenso neoliberal –en su forma de “capital en general”– amplificaron la
“función social” del capital, magnificando el proceso por el cual se impone
sobre la voluntad y vela la conciencia de los capitales individuales. En cierto
modo este devenir tiene su expresión en la perplejidad con la que la teoría
económica burguesa mira su propio mundo. Por último, de la síntesis de estos
dos aspectos surge el tercer elemento a través del cual la teoría económica
burguesa –o al menos los adherentes a la tesis del estancamiento secular–
reconoce que la retracción a partir de 2008 se explica como un momento
particular de la tendencia de largo plazo y no como un descenso aislado y
repentino. Cuestión esta que –vale la pena recordar– los marxistas y en
particular nuestra corriente trotskista, viene sosteniendo desde hace décadas.
Para coronar el asunto, un renovado reconocimiento indolente del lugar de la
guerra como motor de la inversión –no como planteo “programático”, es claro–,
aparece una vez más, como confesión de una “dimensión desconocida” por la
teoría económica burguesa. Aunque esta vez y –al menos por ahora– lo que podría
denominarse la “tragedia keynesiana” del pasado, reaparece literalmente como
comedia en las bromas banales de Paul Krugman o en las palabras displicentes de
Larry Summers [8].
Notas
[1] Los dos puntos que al decir de Engels, echaron a pique
la escuela de Ricardo. Ver Engels, Friedrich, prólogo a El Capital, Tomo II, Vol. 4, Libro
segundo, El proceso de circulación del capital, Bs. As., Siglo XXI Editores,
1995.
[3] Lukács, Georg, Historia
y Conciencia de clase, México, Grijalbo, 1969.
[4] Ver Bach, Paula, “Apuntes
a propósito de Keynes, el marxismo y la época de crisis, guerras y
revoluciones”, Revista Lucha de Clases 9, junio de 2009.
[5] Keynes, J. M., “The
United State and the Keynes plan”, New Republic, 29-07-1940, citado
por Negri, T., Crisis de la política, Bs. As., El cielo por asalto, 2002.
[6] Ver Bach, Paula, “Economía,
política y guerra: Ese oscuro objeto (neo) keynesiano”, Estrategia
Internacional 28, 21-09-2012.
[7] Summers, Lawrence y otros,
Secular Stagnation: Facts, Causes and Cures (
eBook),
Londres, CEPR, 2014.