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Karl Marx ✆ A.d.
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Miguel Candioti |
En 1888 Friedrich Engels añadía como apéndice a su
Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía
clásica Alemana una versión levemente modificada de once notas
inéditas de Marx contra la filosofía de Feuerbach, que serían
popularizadas desde entonces como lasTesis sobre Feuerbach. Las notas
originales habían sido apuntadas por Marx en Bruselas allá por 1845
como uno de los primeros borradores de La ideología alemana, obra que él
redactaría inmediatamente después, entre ese mismo año y el siguiente, junto al
propio Engels. Sin embargo, como Marx mismo explica en 1859, la
publicación de esta voluminosa obra no pudo concretarse en su momento, y sus
autores, conformes con haber logrado a través de ella esclarecer sus propias
ideas, la entregan “a la crítica roedora de los ratones” (cfr. Marx, 1976:
519). Resulta entonces paradójico que el viejo Engels “más de
cuarenta años más tarde” (Engels, 1976: 354), se decidiera a dar a conocer
las Tesis, pero silenciosamente retocadas por su pluma y completamente
aisladas de
La ideología alemana,
cuya publicación él desdeñó explícitamente alegando que “en el manuscrito no
figura la crítica de la doctrina
feuerbachiana”
(ibid.).
Hoy sabemos que esto último no es cierto, aún cuando sí lo
sea que “la parte dedicada a Feuerbach no
está terminada” (ibid.). Como es sabido, por otra parte, debieron pasar
nuevamente “más de cuarenta años” para que finalmente su publicaran –en 1932–
tanto La ideología alemana como
la versión original de las Tesis redactada
por Marx. Esto significa que durante casi noventa años tanto los
seguidores como los detractores de las ideas de Marx y
de Engels se vieron privados de cotejar estos dos textos mellizos en
donde nuestros autores llevaron a cabo nada menos que su “ajuste de cuentas”
con la “conciencia filosófica anterior” (Marx, 1976: 519). Y también significa
que durante “más de cuarenta años” se accedió únicamente a las Tesis (y en la versión publicada
por Engels), lo cual produjo como consecuencia toda una serie de malos
entendidos de enorme trascendencia. En efecto, una gran parte de los
intelectuales entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, encontraron
en las Tesis (tal como las
dio a conocer Engels) nada menos que los fundamentos de la teoría de
Marx. Este hecho ha generado una serie de confusiones lamentables, pero no
porque en las Tesis no
estén expresados los fundamentos de la teoría de Marx, sino porque la
forma en que éstos se presentan allí –tanto en la versión original
de Marx como en la modificada por Engels– resulta sumamente
fragmentaria y ambigua si no se cuenta con la posibilidad de confrontarla con
el texto de La ideología alemana.
No cabe duda de que el eje de las Tesis está dado por la afirmación del carácter fundamental de
la práctica (Praxis). Sin embargo, lo que allí resulta problemático es
precisamente la definición marxiana de la práctica como “actividad humana
sensible” (sinnlich menschliche Tätigkeit),
fórmula que muchos pensadores han erróneamente interpretado como el
rechazo de todo materialismo y como la adhesión a
un subjetivismo sensista (forma de idealismo) por parte de Marx.
Ahora bien, ¿cuál es realmente la relación que Marx establece aquí
entre el concepto de actividad y el de sensibilidad? ¿A qué se
refiere Marx con eso de que la práctica es la actividad humana sensible?
¿Acaso a que la práctica es “sensible” en tanto actividad
propia de los sentidos humanos? ¿O simplemente a que la práctica es
“sensible” en tanto actividad humana patente a los sentidos? ¿Se
trata aquí de la práctica humana como la actividad del
sentir (o percibir sensiblemente), o bien de la práctica humana
como actividad sentida (o percibida sensiblemente, empíricamente)?
Sólo si recurrimos al texto de La
ideología alemana, obtenemos una respuesta contundente.
Allí Marx rara vez emplea la infausta fórmula “actividad sensible” (sinnlich Tätigkeit), sino que utiliza
otras expresiones más concretas como: “acción” de los “individuos reales”
frente a “sus condiciones materiales de vida, tanto aquellas con que se han
encontrado como las engendradas por su propia acción”, “su comportamiento hacia
el resto de la naturaleza”, “la modificación que [los fundamentos
naturales] experimentan en el curso de la historia por la acción de los
hombres”, más concretamente por “la industria y el comercio”; todo lo cual es
comprobable “por la vía puramente empírica” (cfr. Marx-Engels, 1969: 20-21,
43-44). Y refiriéndose abiertamente a Feuerbach, escribe allí Marx,
por ejemplo, lo siguiente:
No ve que el mundo
sensible que le rodea no es algo directamente dado desde toda una eternidad y
constantemente igual a sí mismo, sino el producto de la industria y del estado
social, en el sentido de que es un producto histórico, el resultado de la
actividad de toda una serie de generaciones, cada una de las cuales se encarama
sobre los hombros de la anterior, sigue desarrollando su industria y su
intercambio y modifica su organización social con arreglo a las nuevas
necesidades. Hasta los objetos de la «certeza sensible» más simple le vienen
dados solamente por el desarrollo social, la industria y el intercambio
comercial. Así es sabido que el cerezo, como casi todos los árboles frutales,
fue transplantado a nuestra zona hace pocos siglos por obra del comercio y,
tan sólo por medio de esta acción de una determinada sociedad y de
una determinada época, fue entregado a la «certeza sensible» de Feuerbach. (Marx-Engels,
1969: 43)
Parece, pues, del todo evidente que con “actividad
sensible” Marx no se refiere a ninguna actividad
propia de los sentidos, como no sea la mera certificación,
comprobación o (re)conocimiento de la existencia de algo que los trasciende, a
saber, la actividad práctica en tanto acción humana que transforma
permanentemente el mundo material del que ella misma forma parte, y que al
hacerlo excede y condiciona a toda la actividad cognoscentede los sentidos
y del pensamiento (aunque esta actividad pueda, a su vez, guiarla
parcialmente).
El elemento novedoso que el planteo
de Marx introduce y destaca en oposición al idealismo y al
materialismo precedente no es otro, pues, que la
actividad práctica humana –la subjetividad práctica– como
distinguible de la teórica o cognoscente, y como su condicionante relativo. Lo
que Marx viene a decir, precisamente, es que no basta con ocuparse de
la subjetividad teórica, ya sea como actividad cognoscente abstracta
o como contemplación sensible de naturaleza, sino que es preciso percatarse,
afinando a la vez la sensibilidad y el pensamiento, de que ante todo
existe la subjetividad práctica que forma parte de la realidad objetiva, a la
cual modifica constantemente con una actividad que es bien tangible,
patente a los sentidos, sensible, y no una actividad sensorial
o de los sentidos. Lo que Marx está destacando es pues la
importancia decisiva de la actividad práctica humana, que es susceptible
de ser comprobada en la experiencia sensible –es decir, empíricamente–, y que
siempre precede a la actividad cognoscente: todos somos sujetos prácticos
antes de ser sujetos teóricos.
Lo que también puede expresarse de manera espacial:
nuestra subjetividad cognoscente es siempre interior a
nuestra subjetividad práctica, aunque no se confunde con ella. Por
tanto, no cabe ninguna duda de que ese “lado activo” (tätige Seite) que, en la primera de
las Tesis, Marx exige al materialismo desarrollar en contraste
con la actividad meramente teórica y abstracta del idealismo, no está en los
sentidos sino en lo que ellos captan, esto es, no está en la subjetividad
cognoscente o teórica (el sujeto supuestamente “puro”), sino en la subjetividad
práctica (el sujeto-objeto), cuya actividad transformadora del mundo es
preciso asumir y orientar en un sentido revolucionario. Tal es la tarea de ese
nuevo tipo de materialista que debe ser el comunista: un “materialista
práctico” (cfr. Marx-Engels, 1969: 42) que desarrolle una
revolucionaria “actividad práctico-crítica” (cfr. Marx, 1962:
5). Marx funda así, pues, un inédito materialismo anticontemplativo o antiteoricista que
se opone, por un lado, al objetivismo del materialismo tradicional,
que olvida tanto la subjetividad cognoscente como la práctica, y, por otro
lado, al subjetivismo (o idealismo subjetivo) que reduce toda
actividad humana a mera actividad cognoscente, puramente subjetiva.
De esta manera, Marx perturba radicalmente el
debate filosófico clásico señalando como elemento fundamental algo que siempre
había sido visto como secundario o derivado, a saber: la subjetividad
práctica. Marx la descubre en tanto subjetividad primordial,
claramente distinta y profundamente condicionante de la subjetividad
teórica. El mundo de la práctica es el mundo material de las relaciones con el
medio socio-político que nos constituye, la suma de todas las acciones que nos
producen y también de lo que nosotros hacemos por fuera de nuestra mera
actividad psíquica. Es, pues, un mundo complejo poblado por múltiples sujetos
que son al mismo tiempo objetos, a diferencia del abstracto mundo del
conocimiento, protagonizado cada vez por un único sujeto teórico-cognoscente
que aparece, por definición, como un puro sujeto, puesto que no existe
directamente como objeto empírico de sí mismo, sino que es más bien aquello a
lo que todo lo demás se opone como su objeto, y hasta como su producto (en el
caso del subjetivismo). Marx desmiente esta ilusión de pureza y
superioridad del sujeto teórico, que había sido propia de la filosofía a lo
largo de toda su historia, y revoluciona el conocimiento precisamente porque lo
destrona, mostrando que la subjetividad cognoscente siempre se encuentra
fuertemente condicionada por la subjetividad práctica, esa que es social,
material e histórica.
Marx trasciende así tanto el idealismo como el
materialismo precedente en tanto supera el teoricismo, esto es, la perspectiva
que todo lo reduce en última instancia a sujeto o a objetode conocimiento.
Ahora bien, esto no debe llevarnos al absurdo de deducir que nuestro autor
pretende dejar de lado toda forma de teoría para pasar a ocuparse
exclusivamente de la práctica. Nada más falso, pues el principal legado
de Marx es precisamente una teoría que se ha dado en llamar
“materialismo histórico”; sin embargo, se trata de una teoría antiteoricista en
la medida en que es capaz de reconocer la primacía de la materialidad práctica
por sobre el conocimiento. En otros términos, el antiteoricismo
de Marx no equivale a un rechazo de todo tipo de teorización, sino a
una crítica de toda teoría que no se sepa subordinada a la práctica.
Por lo demás, el hecho de que la actividad cognoscente se
encuentre condicionada por la práctica no significa que no pueda incidir, a su
vez, sobre ésta. Aún cuando no sea el “primer motor inmóvil” el conocimiento
funciona siempre como guía parcial de la subjetividad práctica, es
decir, orientando en cierta medida a esa otra actividad que transforma la
materialidad desde la materialidad misma. Esto significa que la actividad
cognoscente nunca incide directamente en la objetividad material, pero sí lo
hace indirectamente, a través de su orientación parcial de la práctica. Y más
aún: todo parece indicar que la actividad práctica sólo puede
transformar satisfactoriamente el mundo material con la ayuda de la actividad
cognoscente. Por lo tanto, teoría y práctica son
perfectamente distinguibles –y deberían ser cuidadosamente distinguidas–
pero, al mismo tiempo, ambas son afotunadamente inseparables entre
sí, aún cuando parecen divorciarse por completo. Porque la práctica sin teoría
es pura conducta inconsciente; mientras que la teoría responde siempre a
intereses suscitados en el ámbito de la práctica y –consciente de ello o no–
busca prolongarse en una intervención activa en esa realidad; aunque sólo logra
hacerlo indirectamente, precisamente a través de la práctica, a la cual sirve
siempre de orientación parcial (“parcial” en el doble sentido de que no
guía completamente y de que no es neutral).
Sin embargo, de lo analizado hasta aquí emerge también la
existencia de una clara desproporción entre el poder de nuestro conocimiento,
por un lado, y el de nuestra práctica, por otro. Mientras que el primero no es
capaz escapar a los límites impuestos por sus maneras parciales de captar el
mundo y comprenderlo, la práctica, sólo imperfectamente guiada por
él, transforma ese mundo más allá de lo conocido. No sabemos exactamente
lo que hacemos por fuera de nuestra mera actividad cognoscente (la cual
constituye un “hacer” completamente diferente del hacer práctico). Porque aún
cuando la práctica siempre esté acompañada de algún grado de conocimiento,
sencillamente no podemos conocer lo que ella hace más allá de la limitada
relación de conocimiento que establecemos con la realidad material.
De cualquier manera, más allá de esta desproporción, la
práctica y el conocimiento siempre conviven como ámbitos diferentes de la
actividad total de los sujetos, y conviene evitar los reduccionismos que
impiden comprender su especificidad y su mutua relación. Ya se mencionó
que Marx no postula de ningún modo que se pueda y se
deba abandonar la teoría para pasar a la pura práctica –como tantos
necios activistas creyeron (y acaso continúen creyendo) al leer
superficialmente la onceava de las Tesis. Queda claro asimismo que también
se rechaza la posibilidad opuesta, sostenida “ingenuamente” por los pensadores
tradicionales, a saber: consagrarse a la pura teoría permaneciendo completamente
ajeno a la práctica. Pero aún hay otros dos modos desmesurados de interpretar
la relación entre teoría y práctica, los cuales se originan en una confusión
básica entre ambas, esto es, en un desconocimiento de las particularidades que
diferencian a estas dos actividades humanas. Tales perspectivas consisten,
pues, en reducir ya la teoría a práctica, ya la
práctica a teoría.
Una reducción de la teoría a práctica es la que
lleva a cabo Louis Althusser, por ejemplo, cuando introduce la categoría
de “práctica teórica”, demostrando así no haber comprendido el enorme alcance
de la distinción marxiana entre una parte de la actividad humana que es
meramente cognoscente y otra que, en cambio, es empíricamente real y
objetivamente transformadora. Lejos de subrayar la importante especificidad de
la práctica señalada por Marx, eso que la diferencia
completamente de la teoría –aunque no lasepare de
ella–, Althusser confunde “practica” con “actividad” en general. Esto
equivale sin más a totalizar arbitrariamente la práctica, la cual
deja ya de constituir sólo la parte fundamental de la actividad
humana, y se amplia hasta el punto de abarcar también el muy distinto ámbito de
la actividad cognoscente, de lo teórico (ya sea “científico” o
“ideológico”):
Por práctica en general entenderemos todo proceso
de transformación de una materia prima determinada en un producto
determinado, transformación efectuada por un trabajo humano determinado
utilizando medios (de producción) determinados. En toda práctica así concebida
el momento (o el elemento) determinante del proceso no es la materia prima ni
el producto, sino la práctica en sentido estricto: el momento mismo del trabajo
de transformación, que pone en acción, dentro de una estructura específica,
hombres, medios y un método de utilización de los medios. (Althusser, 1970:
136)
En relación con lo dicho anteriormente, entenderemos por
teoría una forma específica de la práctica, perteneciente también a
la unidad compleja de la “práctica social” de una sociedad humana determinada.
La práctica teórica cae bajo la definición general de la práctica. Trabaja
sobre una materia (representaciones, conceptos, hechos) que le es proporcionada
por otras prácticas [...]. (Ibid.: 137)
Existe, por lo tanto, una práctica de la teoría. La teoría es
una práctica específica que se ejerce sobre un objeto propio y desemboca en
un productopropio: un conocimiento. Considerado en sí mismo, todo
trabajo teórico supone, en consecuencia una materia dada y “medios de
producción” (los conceptos de las “teorías” y su modo de empleo: el
método). (Ibid.: 142)
Althusser es consciente de estar proponiendo
algo novedoso al “entender” la práctica en un sentido tan amplio,
desde el cual se considera a la actividad teórica ya no como relativamente
condicionada por la práctica, sino como un caso de la práctica misma. Y no
es improbable que, de este modo, reduciendo toda actividad humana a la práctica
“así entendida”, Althusser crea estar siendo más coherentemente
marxista que el mismoMarx. Sin embargo, parece no entender que la idea central
condensada en las Tesis sobre Feuerbach es precisamente la necesidad
de distinguir claramente entre la mera actividad (o subjetividad) cognoscente
–el mero “hacer” o “comportarse” teóricamente– y la decisiva actividad (o
subjetividad) práctica, el fundamental hacer real. Marx no
pretende reducirlo todo a una forma de práctica, sino precisamente subrayar y
diferenciar completamente la “actividad humana sensible”, empíricamente real,
objetivamente transformadora, práctica, de aquella que no lo es, de la
mera actividad teórica, de la contemplación, de la interpretación. Lo que no
significa –insistimos– que esos distintos se puedan separar, que
puedan dejar de darse juntos en esa unidad
teórico-práctica que constituye siempre la subjetividad humana.
Por lo demás, Althusser, de un modo paradójico, a la
vez que totaliza la práctica tiende a reducirla al proceso de trabajo, el
cual, aún siendo la más fundamental forma de práctica, esto es, de
transformación de la realidad, no es la única. Asimismo, a partir de todo
lo dicho más arriba, podemos ver claramente que esa consideración de la
actividad teórica como “proceso de producción de conocimiento” no es más que
una metáfora tan “ingeniosa” como aberrante. Porque, exactamente al revés
de lo que afirma Althusser, lo decisivo –“el momento (o el elemento)
determinante del proceso”– no es la actividad misma – “el momento mismo del
trabajo de transformación”–, sino precisamente la “materia prima” y el
“producto”, que en el caso de la “práctica teórica” tienen la peculiaridad
de no ser materiales o reales, en tanto meros contenidos de la actividad
cognoscente. Pero este “pequeño detalle” que llevó a Marx a escribir
las Tesis sobre Feuerbach, parece no bastar para que Althusser se
abstenga de llamar “práctica” a la actividad teórica.
En el extremo opuesto se sitúa la otra confusión entre
teoría y práctica, esto es, la reducción de la práctica a teoría, tal como
resulta de la errónea interpretación subjetivista de las Tesis sobre Feuerbach. Como mencionara
al comienzo, el problema es aquí suscitado por la definición marxiana de la
práctica como “actividad humana sensible” (sinnlich
menschliche Tätigkeit) o incluso, según algunas traducciones, como
“actividad humana sensorial”. Influenciados por un ambiente cultural idealista
y antipositivista, algunos importantes autores marxistas
como Gramsci o el joven Lukács creyeron encontrar aquí un
subjetivismo, de raíz hegeliana aunque orientado al sensismo, el cual implicaba
la producción de toda la realidad por parte del sujeto cognoscente y, por
tanto, la negación de toda objetividad natural o realidad material subsistente
por sí misma, es decir, más allá del acto de ser conocida. Esta concepción
mezcla y confunde las elaboraciones propias de la actividad cognoscente con las
transformaciones reales propias de la actividad práctica, pero finalmente acaba
por remitir al sujeto de conocimiento como fundamento último de la realidad,
como aquel que construye el mundo todo con su “actividad sensible” o
“sensorial”. Quizás los escritos del joven Giovanni Gentile sobre
las Tesis constituyan la teorización más explícita de esta curiosa
concepción idealista (y, por tanto, teoricista) de la praxis. En su traducción
del texto al italiano, Gentile “aclara” en una nota a pie de página que
cuando Marx escribe que no se ha sabido captar la praxis como
“actividad objetiva” se está refieriendo a una actividad “que haga, ponga, cree
al objeto sensible” (Gentile, 1959: 79; la traducción es mía). Además, en su
comentario se leen pasajes como el siguiente:
Así el puro objeto y
la intuición son los caracteres del objetivismo, […] al cual Marx quiere
contraponer el subjetivismo. Se ha concebido hasta ahora, dice (tesis 1), la
realidad como objeto, como intuición, no como actividad humana, como praxis,
no subjetivamente. La realidad por tanto, según él, es una producción
subjetiva del hombre; pero una producción de la actividad
sensitiva (sinnliche Tätigkeit); no del pensamiento, como creían Hegel y
los otros idealistas (Gentile, 1959: 78; la traducción es mía)
La originalidad de Marx, según este pasaje, residiría
en haber sido capaz de distinguir entre: por un lado, el pensamiento abstracto
y, por el otro, la realidad sensible como “praxis”, esto es, como “producción
de la actividad sensitiva”. Esto significa que no se trataría aquí de la praxis
como transformación objetiva de la realidad externa por parte de los
sujetos-objetos, sino directamente la creación de la realidad
sensible o “material” por parte de la actividad sensitiva del sujeto cognoscente.
Y en tal concepción de la “materia” –no como algo
existente en sí, sino como puramente puesta por la “praxis”
sensorial– residiría el nuevo “materialismo” de Marx que –según nos
previene Gentile– no sería en realidad más que una forma torpemente
inadvertida de idealismo. Asistimos así a la reducción de la práctica a teoría
por parte del subjetivismo, posición que fetichiza la actividad del sujeto
cognoscente hasta el punto de ser incapaz de reconocer la fundamental
subjetividad práctica, material y objetiva que Marx resalta en
las Tesis.
Como ya se señaló, el nuevo materialismo
práctico de Marx supone la superación del subjetivismo y del
objetivismo que son las dos variantes del teoricismo, esto es, el del
privilegiamiento de la subjetividad cognoscente por sobre la práctica. Por ser
así un materialismo de la práctica social humana, un materialismo centrado
en las transformaciones prácticas del mundo material, el nuevo materialismo
de Marx es un materialismo histórico. Y viceversa, por ser
un materialismo histórico que no se limita a contemplar ingenuamente
el estado actual de la sociedad –como el materialismo clásico–, sino que alarga
su mirada, comprueba los profundos cambios realizados por la “humanidad social”
a lo largo de la historia, se reconoce en ellos y se suma a ellos, es
un materialismo práctico. La centralidad que Marx otorga en
las Tesis al concepto de práctica –a partir de una
argumentación que, sin dejar en absoluto de ser filosófica, ciertamente se
aparta mucho de la filosofía tradicional– hizo posible que también se
denominara a su pensamiento “filosofía de la práctica” (o de la “praxis”). Por
todo lo que hemos estado tratando hasta aquí, es posible considerar esa fórmula
como exacta, y como un feliz complemento de la de “materialismo histórico”, aún
cuando no haya sido acuñada por Marx o por Engels, sino por
el primer gran marxista italiano, Antonio Labriola, quien la utilizara por
primera vez en 1897 (cfr. Labriola, 1968: 207). Constituye un gran acierto
de Labriola reconocer que el eje de la nueva filosofía marxista está
dado por la categoría de práctica, y por la aceptación de que el
pensamiento no existe por sí mismo, no precede ni escapa a los
condicionamientos de la vida material, práctica e histórica. Sin embargo, ni
siquiera el materialismo histórico está a salvo de recaer en el teoricismo y,
más concretamente, en un objetivismo similar al del viejo materialismo. Tal
recaída se produce de la mano del cientificismo, cuando un excesivo celo por
determinar las “leyes objetivas del movimiento histórico” acaba por imponerse y
delimitar el poder transformador de la práctica.
En este sentido, la idea de que es posible realizar una
simple inversión de la dialéctica deHegel en sentido
materialista es propia de un marxismo objetivista y dogmático, puesto que,
cuando esa materialización de la dialéctica hegeliana pasa de ser una
metáfora (poco afortunada) a pretenderse un “modelo científico” serio, lo que
sucede es queautomáticamente pierde toda centralidad la subjetividad
práctica y su transformación de la objetividad material en la cual se
mueve. Porque la práctica no sólo participa del movimiento y la transformación
natural de las “cosas” –que excede al pensamiento–, sino que además es capaz
de transformar ese mismo movimiento, de alterar la forma misma de la
transformación objetiva, el así llamado “curso de los acontecimientos”. Si, por
el contrario, concebimos la práctica como una “cosa” más, es decir, como
fatalmente sometida a dogmáticas “leyes objetivas del movimiento”, estamos
recayendo inconscientemente en el materialismo contemplativo premarxiano, aún
cuando llamemos al marxismo “filosofía de la praxis”.
Para comprender mejor todo esto, es necesario que volvamos
al punto de partida, a la primera de las Tesis, y entendamos más
exactamente en qué consiste la novedad del
materialismo prácticocrítico propuesto por Marx frente al
tradicional materialismo contemplativo u objetivista. La falla clásica del
materialismo –nos explica allí Marx– consiste en captar la objetividad, la
realidad, lo sensible, bajo la forma del mero objeto de
conocimiento, sin percatarse de que una parte de esa misma objetividad
material es la actividad humana real que la transforma, la subjetividad
práctica. Por eso él postula precisamente un materialismo práctico, uno
que gira en torno a la subjetividad práctica como motor principal de la
realidad histórica. El nuevo materialismo propuesto por Marx es, pues, un
materialismo histórico en tanto es también un
materialismo práctico-crítico, anticontemplativo, antiobjetivista, revolucionario. El
materialismo de la práctica no puede no ser a la vez un materialismo histórico:
lo implica. Pero el problema reside en que esta relación no es
reversible: el materialismo histórico, en cambio, sí que puede no ser un
materialismo de la práctica. Esto significa que es perfectamente posible
un objetivismo histórico o historicista, esto es, un materialismo
contemplativo que ya no conciba la realidad como eternamente igual a sí misma,
sino como histórica y cambiante, como un proceso “dialéctico” objetivo sujeto a
férreas “leyes evolutivas”, dentro del cual se capta a la práctica humana ya no
como subjetividad práctica capaz de subvertir tal “orden de cosas”,
sino precisamente como otra cosa en movimiento, como un mero engranaje del
mecanismo histórico natural.
El gran descubrimiento de que no sólo la sociedad humana
tiene historia, sino que toda la naturaleza es histórica, ha constituido un
gran avance para el materialismo; pero también ha contribuido ulteriormente a
reforzar esa reducción de la práctica a puro objeto de conocimiento, a
mero fenómeno histórico-natural sometido inexorablemente a las “leyes” que
rigen los procesos reales, sin ninguna posibilidad de alterar o subvertir esos
mismos procesos, de violar esas supuestas “leyes”, por más que estas se
reconozcan ahora como “históricas” y ya no como “eternas”. No basta, pues,
con historizar o “dialectizar” la materia para distinguirse del
materialismo contemplativo o teoricista. Es decir, no basta con reconocer el
movimiento, el cambio en la realidad social y natural, para ser marxista, esto
es, revolucionario, materialista práctico-crítico, antideterminista, antiobjetivista.
En otras palabras, sólo habría de ser considerado genuinamente marxista un
“filósofo de la praxis” que no quite a la praxis ese carácter fundamental en
cuyo señalamiento ha consistido la auténtica “revolución teórica” de Marx.
En suma: no se trata sólo
de interpretar adecuadamente el mundo, historizándolo y
“dialectizándolo” –algo que ya Hegel había hecho, a su modo–, sino
también detransformarlo mediante una actividad
práctico-crítica revolucionaria.
Referencias
bibliográficas
ALTHUSSER, L. (1970), La Revolución Teórica de Marx [Pour Marx, 1965-67] trad. cast. de Marta Harnecker, México,
Siglo XXI.
ENGELS, F. (1976), “Ludwig
Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana” [1886-88] en MARX,
K.-ENGELS, F., Obras Escogidas,
Moscú, Ed. Progreso, t. III, pp. 353-395.
GENTILE, G. (1959), “La
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Sansoni, XXVIII.
LABRIOLA, A. (1968), “Discorrendo
di socialismo e di filosofia” [1897], en Saggi sul materialismo
storico, Roma, Editori Riuniti, pp. 169-279.
MARX, K. (1962), “Thesen
über Feuerbach” [1845], según la publicación del Instituto
Marx-Engels-Lenin, Moscú, 1932, en Karl Marx-Friedrich Engels, Werke,
Berlín, Dietz, vol. 3, pp. 5-7.
MARX, K. (1970), “Tesis
sobre Feuerbach” [1845], publicada en el “Apéndice” de MARX, K.-ENGELS, F.
(1970), pp. 665-668
MARX, K. (1976) “Prólogo
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MARX, K.-ENGELS, F., Obras
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MARX, K.-ENGELS, F. (1969), “Die deutsche Ideologie” [1845-46] en Werke, Berlín, Dietz,
vol. 3, pp. 12-530.
MARX, K.-ENGELS, F. (1970), La ideología alemana [1845-46], trad. cast. de Wenceslao
Roces, Barcelona, Grijalbo.