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Karl Marx & Friedrich Engels ✆ Plaza de los Robles, Bishkek, Kirguistán |
◆ En el pensamiento de Marx y Engels hay
varios aspectos que nos permiten ligar su historia con lo que el naturalista
Ernst Haeckel definía como ecología, cuyo denominador común es lo concerniente
al metabolismo entre sociedad y naturaleza.
Roberto Andrés
Empecemos aclarando que la ecología nace como rama de la
biología. Quien acuñó el término fue el naturalista alemán Ernst Haeckel,
admirador y divulgador de la obra de Darwin en su país en la segunda mitad del
siglo XIX. Su trabajo Los enigmas del universo (1899) le valieron, por una
parte, el desprecio y una campaña feroz por parte de todo el idealismo místico
reaccionario que dominaba en la filosofía y la teología de la época y, por otra,
la simpatía de Vladimir Lenin y Franz Mehring. En Materialismo y
empirocriticismo, el revolucionario ruso hace una acérrima defensa del “célebre
naturalista” quien a pesar de expresar “las
opiniones, disposiciones de ánimo y tendencias más arraigadas, aunque
insuficientemente cristalizadas, de la aplastante mayoría de los naturalistas
de fines del siglo XIX y principios del XX, demuestra de golpe, con facilidad y
sencillez, lo que la filosofía profesoral pretendía ocultar al público y a sí
misma, a saber: que existe una base, cada vez más amplia y firme, contra la
cual vienen a estrellarse todos los esfuerzos y afanes de las mil y una
escueluchas del idealismo filosófico, del positivismo, del realismo, del
empiriocriticismo y demás confusionismos. Esa base es el materialismo de las
ciencias naturales”.
Para el revolucionario alemán Franz Mehring
“el libro de Haeckel, tanto por sus puntos
flacos como por sus puntos fuertes, es extremadamente valioso para ayudar a
aclarar las opiniones que han llegado a ser un tanto confusas en nuestro
Partido sobre lo que representa para éste el materialismo histórico” (…).
“Todo aquel que quiera
ver de modo palpable esa incapacidad (la incapacidad del materialismo de las
ciencias naturales ante las cuestiones sociales) y tener plena conciencia de la
imperiosa necesidad de ampliar el materialismo de las ciencias naturales hasta
el materialismo histórico, a fin de hacer de él un arma verdaderamente
invencible en la gran lucha de la humanidad por su emancipación, que lea el libro
de Haeckel. (…) Su punto extremadamente flaco está indisolublemente ligado a su
punto extremadamente fuerte: a la exposición clara y brillante del desarrollo
de las ciencias naturales en el siglo XIX, o en otros términos, a la exposición
de la marcha triunfal del materialismo de las ciencias naturales”.
Ökologie
Haeckel, en Morfología general de los organismos (1866),
acuñó el concepto ökologie, del
griego οἶκος (hogar)
y λογία (estudio), para referirse a
“la enseñanza de la economía de la naturaleza”, a “la ciencia de la economía,
modo de vida y relaciones externas vitales mutuas de los organismos”, al
“estudio de la economía de las interrelaciones de los organismos”. Es
significativo el uso del concepto eco en Haeckel. Este lo entendía como economía
de la naturaleza (en donde era fundamental el intercambio de materia y energía,
y su transformación por las comunidades biológicas) y no como medioambiente.
Para definir la relación de los organismos con su medio geográfico, Haeckel
había acuñado otro concepto: corología. Sin embargo, más adelante, en 1868, en
su Historia natural de la Creación,
afirma que “la ecología de los organismos
[es] el conocimiento de la suma de las relaciones de los organismos con el
mundo externo que los rodea, de las condiciones orgánicas e inorgánicas de su
existencia”. La ciencia de la ecología, según Haeckel, “a menudo considerada equivocadamente como ‘biología’ en un sentido
restringido, constituye desde hace tiempo la esencia de lo que generalmente se
denomina ‘historia natural’”.
El concepto de ecología de Haeckel se fue dando a conocer
con lentitud y no encontró inmediata acogida en la literatura darwinista, ni se
puso de moda sino hasta mediados del siglo XX. Marx y Engels, que conocían bien
la obra de Haeckel, y que veían a la especie humana en términos evolucionistas,
como parte del mundo animal (rechazando la visión teleológica, metafísica, que
situaba a los seres humanos en el centro de la creación), adoptaron el concepto
más antiguo de “historia natural” (equivalente como dijera Haeckel a su nuevo
término ökologie), aunque lo
aplicarían en un modo baconiano, es decir, centrado en la historia natural de
los seres humanos en relación con la producción.
En el pensamiento y las preocupaciones de Marx, Engels y los
principales representantes de su corriente hay varios aspectos que nos permiten
ligar su historia con la historia de lo que Haeckel definía como ökologie, y cuyo denominador común es lo
concerniente al metabolismo entre sociedad y naturaleza (y su fractura total
bajo el capitalismo). Nos centraremos básicamente en tres: la importancia del
desarrollo de las ciencias naturales para una comprensión profunda del mundo y
de la historia humana, el problema concerniente a la coevolución de las
especies, y el problema del desarrollo sostenible de la agricultura, ante la
industria capitalista, en el conflicto de la contradicción entre la ciudad y el
campo.
La marcha
triunfal de las ciencias naturales
Lenin, en Tres fuentes y tres partes integrantes del
marxismo (1913), señalaba que, en la lucha contra toda la escoria medieval
arraigada en las instituciones y en las ideas, “el materialismo se mostró como
la única filosofía consecuente, fiel a todo lo que enseñan las ciencias
naturales, hostil a la superstición, a la mojigata hipocresía”, y que, por eso,
los enemigos de la democracia “empeñaron todos sus esfuerzos para tratar de
difamar el materialismo en defensa de las diversas formas del idealismo
filosófico”. Para el viejo bolchevique “Marx
y Engels defendieron del modo más enérgico el materialismo filosófico y
explicaron reiteradas veces el profundo error que significaba toda desviación
de esa base”.
Mientras Marx hizo extensivo el conocimiento de la
naturaleza al conocimiento de la sociedad humana, dando nacimiento al
materialismo histórico, Engels aportó con la relación más directa entre el
marxismo y la ciencia. Tanto para él, pero también para Marx, una concepción
materialista y dialéctica de la naturaleza no sólo era posible sino que, en
gran parte, ya la había proporcionado para el mundo natural El origen de las especies de Charles
Darwin. En el viejo prólogo del Anti-Dühring,
obra considerada por Lenin “de cabecera para todo obrero con conciencia de
clase”, Engels destacaba que el potente desarrollo de las ciencias naturales planteaba
la necesidad de superar los límites del pensamiento formal aristotélico, así
como de ordenar desde el punto de vista teórico los resultados de las
investigaciones científicas. A esta concepción materialista del mundo, cuyos
orígenes se remontaban al pensador griego Epicuro, Marx y Engels incorporan a
través de una síntesis la dialéctica hegeliana, la doctrina del desarrollo -en
palabras de Lenin- “en su forma más
completa, profunda y libre de unilateralidad, la doctrina acerca de lo relativo
del conocimiento humano, que nos da un reflejo de la materia en perpetuo
desarrollo”.
Esto puede observarse cuando en una carta enviada por Marx a
su amigo Engels, el primero, a partir de sus observaciones sobre la teoría de
la evolución de Darwin, le dice al segundo que “el descubrimiento de Hegel en relación a la ley de que los cambios
meramente cuantitativos se vuelven cambios cualitativos… se sostiene igualmente
bien en la historia como en la ciencia natural”. La naturaleza, en otras
palabras, es ella misma dialéctica, de modo que las teorías adecuadas en las
ciencias naturales deberán tener necesariamente una estructura dialéctica. El
libre movimiento de la materia, según Marx “no
es más que una paráfrasis del método con el que tratamos a la materia, es decir,
del método dialéctico”. Mientras que para Engels “no se trata de construir
las leyes de la dialéctica de la naturaleza sino de descubrirlas en ella”, por
su parte, para el ruso, “los recientes
descubrimientos de las ciencias naturales como el radio, los electrones o la
trasformación de los elementos, son una admirable confirmación del materialismo
dialéctico de Marx”.
En El papel del trabajo en la transformación del mono en
hombre, Engels señala que
“en efecto,
cada día aprendemos a comprender mejor las leyes de la naturaleza y a conocer
tanto los efectos inmediatos como las consecuencias remotas de nuestra
intromisión en el curso natural de su desarrollo”. Para el alemán, “sobre todo después de los grandes progresos
logrados en este siglo por las ciencias naturales, nos hallamos en condiciones
de prever y controlar cada vez mejor las remotas consecuencias naturales de
nuestros actos en la producción”.
Coevolución
Esta concepción de control lejos de tratarse de una
concepción prometeica -en palabras de Engels, como de “un conquistador sobre un
pueblo conquistado”-, se basa en una visión de interdependencia de la sociedad
y la naturaleza, cuando dice “cuanto más
sea esto una realidad, más sentirán y comprenderán los hombres su unidad con la
naturaleza, y más inconcebible será esa idea absurda y antinatural de la
antítesis entre el espíritu y la materia, el hombre y la naturaleza, el alma y
el cuerpo”, idea que Engels denuncia comienza a difundirse por Europa con
la decadencia de la antigüedad clásica y adquiere su máximo desenvolvimiento en
el cristianismo medieval.
Esta idea de coevolución heredada a partir de sus análisis
de la obra de Darwin se manifiesta con mayor claridad al analizar la situación
de “los italianos de los Alpes, que talaron los bosques de pinos de las laderas
del sur, conservados con tanto celo en las laderas del norte”. Por una parte,
según Engels, estos “no tenían idea de
que con ello destruían las raíces de la industria lechera en su región, y mucho
menos podían prever que al proceder así privaban de agua a sus manantiales de
montaña la mayor parte del año”. Por otra parte, con este proceder también
generaban además que las laderas de las montañas pudiesen,
“al llegar el período
de las lluvias, vomitar con tanta mayor furia sus torrentes sobre la planicie.
(…) Así, a cada paso, los hechos nos recuerdan que nuestro dominio sobre la
naturaleza no es como la de un conquistador sobre un pueblo conquistado, no es
el dominio de alguien situado fuera de la naturaleza, sino que nosotros, por nuestra
carne, nuestra sangre y nuestro cerebro, pertenecemos a la naturaleza, nos
encontramos en su seno, y todo nuestro dominio sobre ella consiste en que, a
diferencia de los demás seres, somos capaces de conocer sus leyes y de
aplicarlas de manera juiciosa”.
Gracias a un conocimiento de la evolución y la aplicación de
la dialéctica hegeliana, Engels logra trascender las formas mecanicistas del
pensamiento, algo de gran importancia, puesto que en su visión (como en la de
Marx) la concepción de la historia natural que salía del análisis de Darwin era
la que permitía entender la naturaleza en términos de surgimiento. En su plan
para la Dialéctica de la naturaleza, obra inconclusa de 1876 y que solo se
conocerá en 1925, Engels indicaba que la discusión en torno a los “límites del
conocimiento” en relación con la biología deberían comenzar con el
electrofisiólogo alemán Emil Du Bois-Reymond, cuya tradición también se
remontaba a Epicuro, y quien en las décadas de 1870 y 1880, había argumentado
que la teoría evolucionista podía proporcionar la respuesta al origen de la
vida, precisamente porque la relación de la vida con la materia es una relación
de surgimiento.
Según Bellamy Foster (La
ecología de Marx), “fue este
naturalismo complejo, dialéctico, en el que se veía a la naturaleza como prueba
de la dialéctica, el que explica la brillante colección de ideas ecológicas que
impregna el pensamiento tardío de Engels”. Este, en Ludwig Feuerbach y el
fin de la filosofía clásica alemana (otro libro de cabecera “para todo obrero
con conciencia de clase”, según Lenin), argumentaba que la revolución
darwiniana y el descubrimiento de la prehistoria habían hecho posible, por
primera vez, un análisis de la
“prehistoria
de la mente humana… que a través de diversas etapas de la evolución, desde el
protoplasma de los organismos inferiores, simple y carente de estructura pero
sensible a los estímulos, continuaba ascendiendo hasta el pensante cerebro
humano”.
Sustentabilidad
Si Engels se sumergía en las profundidades de la teoría de
la evolución de Darwin para extraer de ella un análisis de la coevolución de
las especies, Marx se volcó de lleno al estudio del trabajo del químico
agrícola alemán Justus Von Liebig, para sumergirse en las profundidades del
problema de la tierra y su desarrollo sustentable.
En la década de 1860, cuando Marx escribía El Capital, este había llegado al
convencimiento de la insostenibilidad de la agricultura capitalista debido a
dos hechos: el sentimiento más general de crisis en la agricultura europea y
norteamericana ligada a la disminución de la fertilidad natural del suelo, y un
giro en la obra del propio Liebig a partir de 1850 hacia una fuerte crítica
ecológica del desarrollo capitalista. Justamente en este periodo (1830-1880) es
cuando se da lo que muchos historiadores de la agricultura consideran la
Segunda revolución agrícola, subproducto de la gran Revolución industrial
británica del siglo anterior, caracterizada por el crecimiento de la industria
de los fertilizantes y el desarrollo de la química de los suelos. Si bien en un
primer momento, tanto Marx como Engels, incluido el propio Liebig, reaccionaron
ante esta revolución tecnológica de la agricultura llegando a la conclusión de
que, en el futuro cercano, el progreso agrícola podría dejar atrás a la propia
industria, esta valoración optimista dejaría lugar en la década del 60 a una
comprensión mucho más sofisticada de la degradación ecológica en la
agricultura.
Es significativo que Marx le haya comentado a Engels, un año
antes de la publicación de El Capital,
que al desarrollar la crítica de la renta de la tierra, haya tenido que
vérselas con “la nueva química agrícola que se está haciendo en Alemania, en
particular Liebig y Schönbein, que tiene más importancia para esta cuestión que
todos los economistas juntos”. En efecto, todas estas tempranas teorías de la
economía clásica adolecían de la falta de comprensión científica de la
composición del suelo, algo que se manifestaba con mayor agudeza en Ricardo y
Malthus. Esto se debía fundamentalmente al estado en el que por entonces se
hallaba la química agrícola, lo que provocaba que las causas reales del
agotamiento de la tierra fuesen desconocidas para cualquiera de los economistas
que habían escrito acerca de la renta diferencial. Marx, que había estado
estudiando la obra de Liebig desde la década de 1850, estaba impresionado por
la introducción crítica a la edición de 1862 de su Química orgánica en su
aplicación a la agricultura y la fisiología, integrándola dialécticamente con
su propia crítica de la economía política que ya había bosquejado en los
Grundrisse de 1858.
En la Química Orgánica (1840) Liebig había diagnosticado que
el problema se debía al agotamiento del nitrógeno, el fósforo y el potasio,
nutrientes esenciales de la tierra que iban a parar a las cada vez más
crecientes ciudades y que no solo no eran restituidos a la tierra sino que
además contribuían a la contaminación urbana. Lo primero era parcialmente
resuelto con el desarrollo de la implementación del sistema de fertilizantes
sintéticos, pero esto llevó al desarrollo a su vez de una dependencia casi
total en todos los países del uso de estos fertilizantes. Para la introducción
de 1962 de la Química Orgánica, Liebig muestra un giro a través de una crítica
terrible de la agricultura capitalista británica al señalar que
“si no logramos que el
agricultor tome una mejor conciencia de las condiciones bajo las cuales
produce, y no le damos los medios necesarios para el aumento de su producción,
las guerras, la emigración, las hambrunas y las epidemias necesariamente
crearán las condiciones de un nuevo equilibrio que socavará el bienestar de
todos y finalmente conducirá a la ruina de la agricultura”.
La conclusión fundamental que saca Marx sobre estas
cuestiones se puede sintetizar de la siguiente manera: la producción
capitalista no solo destruye la salud física de los obreros urbanos y la vida
espiritual de los trabajadores rurales, sino que a la vez “perturba la circulación material entre el hombre y la tierra, y la
condición natural eterna de la fertilidad durable del suelo, volviendo cada vez
más difícil la restitución a este de los ingredientes que le son quitados y que
son usados en forma de alimentos, ropa, etcétera”. Es elemental aquí el
concepto que expone de metabolismo entre la sociedad y la naturaleza (que ya
venía abordando desde los Grundrisse), específicamente al decir “entre el
hombre y la tierra”. Para Marx, la relación unilateral y antagónica entre la
ciudad y el campo, basado en el desarrollo del comercio a grandes distancias,
llevaba a un despojo irreparable de los nutrientes del suelo por parte de la
industria capitalista, “socavando al mismo tiempo las dos fuentes de donde mana
toda riqueza: la tierra y el trabajador”. Para Marx, cada progreso de la
agricultura capitalista, cada progreso en el arte de incrementar su fertilidad
por un tiempo “es un progreso en la ruina de las fuentes durables de
fertilidad”.
Marx señala que se trata de “una fractura irreparable en el
metabolismo social, metabolismo que prescriben las leyes naturales de la vida
misma”. Los dos elementos concretos en los que se apoya Marx para esta
definición son, por un lado, la inevitable unidad del desarrollo industrial
entre el campo y la ciudad, en la que esta última no solo despoja al primero de
sus nutrientes sino que también le brinda a través del comercio los suministros
para tal agotamiento. Por otro lado, reduce la población agraria “a un mínimo
siempre decreciente y la sitúa frente a una población industrial hacinada en
grandes ciudades”, proyectando socialmente de este modo la fractura metabólica
con la tierra.
Esta discusión, lejos de desaparecer, se mantiene en el
marxismo de la Segunda internacional. Figuras como August Bebel, Karl Kausky,
Vladimir Lenin y Rosa Luxemburg incorporaron estas cuestiones a sus
preocupaciones. Esto lo trataremos en otra ocasión.