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Friedrich Engels ✆ John Dobosz
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El brillante pensamiento analítico y económico de Friedrich
Engels (Barmen, 1820 – Londres, 1895) –coautor junto con Karl Marx de
obras capitales como El Manifiesto
Comunista– sigue poseyendo, aún hoy en pleno siglo XXI, una acentuada
capacidad para explicar con suma precisión las principales claves del
actual sistema socio-económico. A continuación ofrecemos seis de dichas claves,
extraídas de su libro: “El origen de la
familia, la propiedad privada y el estado”.
1. Las
crisis económicas son producto y consecuencia del comportamiento extremadamente
codicioso de una parte concreta de la sociedad
“La civilización
consolida y aumenta todas estas divisiones del trabajo ya existentes, sobre
todo acentuando el contraste entre la ciudad y el campo (lo cual permite a la
ciudad dominar económicamente al campo, como en la antigüedad, o al campo
dominar económicamente a la ciudad, como en la Edad Media), y añade una tercera
división del trabajo, propio de ella y de capital importancia, creando una
clase que no se ocupa de la producción, sino únicamente del cambio de los
productos: «los mercaderes».
Hasta aquí sólo la producción había
determinado los procesos de formación de clases nuevas; las personas que
tomaban parte en ella se dividían en directores y ejecutores o en productores
en grande y en pequeña escala. Ahora aparece por primera vez una clase que, sin
tomar la menor parte en la producción, sabe conquistar su dirección general y
avasallar económicamente a los productores; una clase que se convierte en el
intermediario indispensable entre cada dos productores y los explota a ambos.
So pretexto de desembarazar a los productores de las fatigas y los riesgos del
cambio, de extender la salida de sus productos hasta los mercados lejanos y
llegar a ser así la clase más útil de la población, se forma una clase de
parásitos, una clase de verdaderos gorrones de la sociedad, que como
compensación por servicios en realidad muy mezquinos se lleva la nata de la
producción patria y extranjera, amasa rápidamente riquezas enormes y adquiere
una influencia social proporcionada a éstas y, por eso mismo, durante el
período de la civilización, va ocupando una posición más y más honorífica y
logra un dominio cada vez mayor sobre la producción, hasta que acaba por dar a
luz un producto propio: las crisis comerciales periódicas”.
2. El dinero
es creado para constituir la herramienta esencial y necesaria de dominación
“Verdad es que en el
grado de desarrollo que estamos analizando, la naciente clase de los mercaderes
no sospechaba aún las grandes cosas a que estaba destinada. Pero se formó y se
hizo indispensable, y esto fue suficiente. Con ella apareció «el dinero
metálico», la moneda acuñada, nuevo medio para que el no productor dominara al
productor y a su producción. Se había hallado la mercancía por excelencia, que
encierra en estado latente todas las demás, el medio mágico que puede
transformarse a voluntad en todas las cosas deseables y deseadas. Quien la
poseía era dueño del mundo de la producción. ¿Y quién la poseyó antes que
todos? El mercader. En sus manos, el culto del dinero estaba bien seguro. El
mercader se cuidó de esclarecer que todas las mercancías, y con ellas todos sus
productores, debían prosternarse ante el dinero. Probó de una manera práctica
que todas las demás formas de la riqueza no eran sino una quimera frente a esta
encarnación de riqueza como tal”.
3. El Estado
nace para adoptar la apariencia de un poder supremo que persigue,
supuestamente, la supresión de las desigualdades
“Pero acababa de
surgir una sociedad que, en virtud de las condiciones económicas generales de
su existencia, había tenido que dividirse en hombres libres y en esclavos, en
explotadores ricos y en explotados pobres; una sociedad que no sólo no podía
conciliar estos antagonismos, sino que, por el contrario, se veía obligada a
llevarlos a sus límites extremos. Una sociedad de este género no podía existir
sino en medio de una lucha abierta e incesante de estas clases entre sí o bajo
el dominio de un tercer poder que, puesto aparentemente por encima de las
clases en lucha, suprimiera sus conflictos abiertos y no permitiera la lucha de
clases más que en el terreno económico, bajo la forma llamada legal. El régimen
gentilicio era ya algo caduco. Fue destruido por la división del trabajo, que
dividió la sociedad en clases, y remplazado por el «Estado». (…) A
fin de que estos antagonismos, estas clases con intereses económicos en pugna
no se devoren a sí mismas y no consuman a la sociedad en una lucha estéril, se
hace necesario un poder situado aparentemente por encima de la sociedad y
llamado a amortiguar el choque, a mantenerlo en los límites del «orden». Y
ese poder, nacido de la sociedad, pero que se pone por encima de ella y se
divorcia de ella más y más, es el Estado. (…) «La fuerza pública» asociada
a todo Estado puede ser muy poco importante, o hasta casi nula, en las
sociedades donde aún no se han desarrollado los antagonismos de clase y en
territorios lejanos, como sucedió en ciertos lugares y épocas en los Estados
Unidos de América. Pero se fortalece a medida que los antagonismos de clase se
exacerban dentro del Estado y a medida que se hacen más grandes y más poblados
los Estados colindantes. Y si no, examínese nuestra Europa actual, donde la
lucha de clases y la rivalidad en las conquistas han hecho crecer tanto la
fuerza pública, que amenaza con devorar a la sociedad entera y aun al Estado
mismo. (…) Como el Estado nació de la necesidad de refrenar los antagonismos de
clase, y como, al mismo tiempo, nació en medio del conflicto de esas clases,
es, por regla general, el Estado de la clase más poderosa, de la clase
económicamente dominante, que, con ayuda de él, se convierte también en la
clase políticamente dominante, adquiriendo con ello nuevos medios para la
represión y la explotación de la clase oprimida. Así, el Estado antiguo era, «ante
todo», el Estado de los esclavistas para tener sometidos a los esclavos; el
Estado feudal era el órgano de que se valía la nobleza para tener sujetos a los
campesinos siervos, y el moderno Estado representativo es el instrumento de que
se sirve el capital para explotar el trabajo asalariado”.
4. La
arrogación de la inviolabilidad no les impide a los representantes estatales
sucumbir en el intento de aparentar defender los intereses sociales
“Dueños de la fuerza
pública y del derecho de recaudar los impuestos, los funcionarios, como órganos
de la sociedad, aparecen ahora situados «por encima» de ésta. El
respeto que se tributaba libre y voluntariamente a los órganos de la
constitución gentilicia ya no les basta, incluso si pudieran ganarlo; vehículos
de un poder que se ha hecho extraño a la sociedad, necesitan hacerse respetar
por medio de las leyes de excepción, merced a las cuales gozan de una aureola y
de una inviolabilidad particulares. El más despreciable polizonte del Estado
civilizado tiene más «autoridad» que todos los órganos del poder de la sociedad
gentilicia reunidos; pero el príncipe más poderoso, el más grande hombre
público o guerrero de la civilización, puede envidiar al más modesto jefe
gentil el respeto espontáneo y universal que se le profesaba. El uno se movía
dentro de la sociedad; el otro se ve forzado a pretender representar algo que
está fuera y por encima de ella”.
5. La
mayoría reconoce el orden social actual como el único posible
“Y, por último, la
clase poseedora impera de un modo directo por medio del sufragio universal.
Mientras la clase oprimida -en nuestro caso el proletariado- no está madura
para libertarse ella misma, su mayoría reconoce el orden social de hoy como el
único posible, y políticamente forma la cola de la clase capitalista, su
extrema izquierda. Pero a medida que va madurando para emanciparse ella misma,
se constituye como un partido independiente, elige sus propios representantes y
no los de los capitalistas. El sufragio universal es, de esta suerte, el índice
de la madurez de la clase obrera. No puede llegar ni llegará nunca a más en el
Estado actual, pero esto es bastante. El día en que el termómetro del sufragio
universal marque para los trabajadores el punto de ebullición, ellos sabrán, lo
mismo que los capitalistas, qué deben hacer”.
6. El
producto domina aún al productor. La estructura económica y social parece estar
regida por el azar, pero en realidad responde a la necesidad
“Con la producción
mercantil, producción no ya para el consumo personal, sino para el cambio, los
productos pasan necesariamente de unas manos a otras. El productor se separa de
su producto en el cambio, y ya no sabe qué se hace de él. Tan pronto como el
dinero, y con él el mercader, interviene como intermediario entre los
productores, se complica más el sistema de cambio y se vuelve todavía más
incierto el destino final de los productos. Los mercaderes son muchos y ninguno
de ellos sabe lo que hacen los demás. Ahora las mercancías no sólo van de mano
en mano, sino de mercado en mercado; los productores han dejado ya de ser dueños
de la producción total de las condiciones de su propia vida, y los comerciantes
tampoco han llegado a serlo. Los productos y la producción están entregados al
azar.
Pero el azar no es más
que uno de los polos de una interdependencia, el otro polo de la cual se llama
necesidad. En la naturaleza, donde también parece dominar el azar, hace mucho
tiempo que hemos demostrado en cada dominio particular la necesidad inmanente y
las leyes internas que se afirman en aquel azar. Y lo que es cierto para la
naturaleza, también lo es para la sociedad. Cuanto más escapa del control
consciente del hombre y se sobrepone a él una actividad social, una serie de
procesos sociales, cuando más abandonada parece esa actividad al puro azar,
tanto más las leyes propias, inmanentes, de dicho azar, se manifiestan como una
necesidad natural. Leyes análogas rigen las eventualidades de la producción
mercantil y del cambio de las mercancías; frente al productor y al comerciante
aislados, surgen como factores extraños y desconocidos, cuya naturaleza es
preciso desentrañar y estudiar con suma meticulosidad. Estas leyes económicas
de la producción mercantil se modifican según los diversos grados de desarrollo
de esta forma de producir; pero, en general, todo el período de la civilización
está regido por ellas. Hoy, el producto domina aún al productor; hoy, toda la
producción social está aún regulada, no conforme a un plan elaborado en común,
sino por leyes ciegas que se imponen con la violencia de los elementos, en
último término, en las tempestades de las crisis comerciales periódicas”.
Título original: “Seis claves del pensamiento económico de Friedrich Engels que aún
sonrojan y desconciertan por su plena actualidad”