Max Weber ✆ Twiggo |
“Sin reconocer siempre el hecho (o sin ser siquiera necesariamente conscientes de él), los marxistas contemporáneos han hecho un amplio uso de conceptos weberianos en su esfuerzo por adaptar el marxismo clásico a las condiciones del capitalismo de finales del siglo XX. Esta tendencia caracteriza particularmente a los recientes escritos marxistas sobre el Estado, la burocracia, la legitimación y la estructura de clases. Los enfoques teóricos que en su día fueron “externos” al marxismo, y sirvieron por lo común como base para criticar o rechazar el marxismo, se han incorporado así (aunque sin alteraciones) a la propia teoría marxista. Al mismo tiempo ha habido una tendencia paralela, aunque menos pronunciada, entre los teóricos weberianos a reinterpretar la sociología de Weber con objeto de hacerla más compatible con las premisas del marxismo. Esta “desparsonalización” de Weber, como a veces se la ha llamado, ha supuesto una desacentuación de los temas subjetivistas en los escritos metodológicos de Weber y una elaboración de la dimensión socioestructural implícita en sus posteriores trabajos sustantivos” (Págs. 127-128).
Desde nuestro punto de vista, las bases de esta convergencia parecen encontrarse en dos transformaciones ocurridas a lo largo del siglo XX que se sobreimponen sobre los marcos teóricos, obligándolos al ajuste o adecuación. Cabe citar aquí dos procesos paralelos de fuerte incidencia en la teorización e investigación sobre las clases.
En primer lugar, deben mencionarse los cambios ocurridos en la estructura social de las sociedades modernas, tanto en sus aspectos morfológicos como simbólicos, y que en conjunto constituyen un orden social muy distinto al existente en el momento de fundación de estos marcos teóricos. Marx escribe en la segunda mitad del siglo XIX, y Weber lo hace hacia fines de este siglo y comienzos del siguiente. Desde entonces han ocurrido cambios sociales muy relevantes, entre los que por su efecto sobre las clases hay que destacar el aumento y diferenciación de los niveles educativos de la población o sea del “capital escolar” y del “capital cultural” (Bourdieu 1988), la elevación y diferenciación de las cualificaciones laborales (Becker 1983), el aumento de la productividad, la riqueza, y del excedente producido, y de una distribución más compleja y desigual de los mismos (Sweezy 1973; Mandel, 1980), la creciente burocratización y racionalización de las empresas y de la diferenciación y segmentación de sus mercados internos de trabajo (Doeringer y Piore 1983; Edwards 1979; Gordon, Edwards y Reich 1986); el fuerte desarrollo del denominado excedente de fuerza de trabajo y del desempleo (Braverman, 1974), el aumento de la movilidad social de los trabajadores (Golthorpe y Llewellyn, 1977; Golthorpe, 1992), la ampliación progresiva de la dimensión, racionalización, diferenciación, intervención y poder regulador del estado y sus diversos aparatos (Offe, 1984, 1990), el creciente peso o relevancia del mercado y de las relaciones mercantiles en el conjunto de las actividades económicas y como mecanismo regulador de la vida social (Polanyi, 1975), y de los mecanismos de intercambio mercantil como base de la explotación (Roemer 1989a,1989b; Fernández Enguita 1999).
Estos cambios ya están en gestación hacia fines del siglo XIX. Pero lo que importa es que han tenido un sentido evolutivo o tendencial de creciente desarrollo y expansión a lo largo de todo el siglo XX, concentrándose sus manifestaciones, cristalización y consecuencias en especial en la segunda mitad del mencionado siglo, y teniendo continuidad y proyección en el presente siglo.
Fenómenos cuya mención y relevancia radica en que justamente marcan cambios muy significativos en la conformación de la estructura social y de clases, en aspectos tales como la diferenciación y desigualdad de la misma tomada globalmente o como totalidad, en las dotaciones de recursos materiales (ingreso, riqueza, y posesiones), de cualificación (saber teórico, práctico, y habilidades), culturales (de bagaje cultural) y normativos (derechos y obligaciones jurídicas) de que son portadoras las distintas clases, en las relaciones de poder y de dominación que existe entre las mismas y en la constitución, diferenciación y legitimación de dichas relaciones, en las oportunidades vitales sea en relación a la movilidad horizontal o vertical (el cierre y permeabilidad de las clases), como la calidad de vida que existe en ellas, en la organización morfológica y funcionamiento de los mercados de trabajo y en la diferenciación de las relaciones laborales y de los puestos de trabajo sobre todo en su calidad –cualificación, derechos e ingreso y estabilidad –riesgo de desempleo, en los intercambios sociales materiales y sus saldos que se procesan entre éstas en la producción, en el mercado, y en sus relaciones con el Estado, en la formación de las prácticas o acciones sociales individuales y colectivas surgidas de ésta, sólo para mencionar quizás los que son más importantes y evidentes.
De todos estos cambios han tomado o debido tomar nota todos los sociólogos, cualquiera sea su orientación teórica. Se insiste y es importante tomar cuenta de los procesos mencionados, porque todos ellos implican cambios profundos, sostenidos, y de alto impacto en las bases de constitución de las clases concebidas como posiciones y/o colectivos o fuerzas operantes, de los que es o ha de ser consciente la reflexión sobre las clases en los autores que se inscriben en las corrientes mencionadas.
En segundo lugar, ha ocurrido un muy significativo desarrollo de la sociología vista como disciplina y comunidad académica. La sociología de las clases cuenta ahora con una acumulación conceptual, instrumental e informativa o fáctica que le viene dada por el trabajo realizado sobre las clases, pero también en otros campos o especialidades, que comprueba o verifica la ocurrencia de los cambios mencionados. Estos desarrollos representan una acumulación o herencia común y compartida que ha influido sobre la elaboración teórica: ha significado ciertamente una prueba o contrastación de la misma, y por ende, un ajuste y adecuación necesarios a nivel de la teoría.
En forma paralela, el desarrollo teóricometodológico, la práctica común y compartida, y la formación de un patrimonio percibido como herencia colectiva, han operando como fuerza integrativa o hacia la cohesión de la comunidad sociológica como tal. Es el desarrollo de la disciplina, como herencia o tradición común, lo que también empuja hacia la mayor frecuencia e intensidad de intercambios, la influencia, y así, la semejanza y la identidad.
La tendencia al intercambio y la convergencia existe, ciertamente, somos conscientes de ello y la postulamos. Pero también tiene límites que se mantienen y de los cuales es necesario y conveniente ser también conscientes, y que repasamos y postulamos en este trabajo. Y ello se deriva, a nuestro parecer, de que los enfoques marxista y weberiano constituyen paradigmas y relativamente cerrados, con supuestos o axiomas, y asimismo perspectivas metodológicas, muy disímiles y hasta contrapuestas.
En efecto, la tradición marxista se funda en una conceptualización objetivo-materialista de la historia, de método histórico-dialéctico centrado en los antagonismos, contradicciones, y conflicto social presentes en todos los modos de producción y de la que depende su estructuración, cambio y devenir, fuertemente influenciada por la teoría del valor-trabajo propia de la escuela clásica, y que concibe como rasgo principal del sujeto individual (el ser humano) y de los colectivos (las clases), ser agentes influenciados permanentemente por la “ideología” y “superestructura” (conciencia falsa y alienante) frente a la cual su instrumento o cualidad esencial es la “praxis” (acción reflexiva, práctica y transformativa) con la naturaleza –las fuerzas productivas o recursos-, y con la estructura social (las instituciones, reglas y elementos simbólicos) con los que se encuentra en una relación de intercambio, o de ida y vuelta, de la que dependen tanto la reproducción como la transformación o mutación histórica tanto de la naturaleza como la estructura social.
Por su parte, la tradición weberiana posee una visión de la historia de carácter subjetivo-idealista, donde se postula el método histórico-comprensivo (verstehen) en combinación con la causalidad singular y concreta, como central para la comprensión de la historia y de las distintas formaciones históricas o sociales, influenciada fuertemente por la escuela histórica alemana y la teoría del valor subjetivo, y por el individualismo metodológico propios de la escuela neoclásica, en el que el rasgo distintivo del sujeto, en este caso el ser humano individual y social, es el de realizar siempre una “acción social” con sentido (racional con arreglo a fines, racional con arreglo a valores, tradicional, o afectiva), que en una visión individualista metodológica es la que compone o determina las colectividades, la estructura social que las contiene, y su reproducción y transformación.
Este cierre deriva de premisas de los cuales depende la subsiguiente construcción teórica, y por supuesto también la observación, análisis y reconstrucción empírica de realidad. Son tan centrales esos supuestos de partida que su abandono de hecho significa el abandono o transformación del marco teórico. Por eso creemos que esta tendencia de acercamiento o hacia la convergencia opera ciertamente, pero de forma podríamos decir “tensional” o “ambivalente”, dado que ha de realizarse siempre sin negar o contradecir las premisas de partida, que por otra parte se sabe y admite son, podríamos decir, “fundantes”.
En las líneas siguientes se trabajará sobre los que consideramos son los principales puntos de coincidencia y de diferenciación de la corriente marxista y de la weberiana. Luego de pasar revista a las coincidencias que existen entre los marcos teóricos, se argumenta respecto de las fuertes rupturas existentes entre los mismos, y en favor de la superioridad relativa del enfoque marxista de las clases sociales, tanto en vistas de las derivaciones que se pueden realizar a partir de sus premisas básicas, como por mayor aptitud y capacidad de integración, de aportes conceptuales de la otra escuela, esto es de los aportes weberianos, sin que la otra escuela tenga la misma capacidad. Y esto es visible y comprobable especialmente en las nuevas elaboraciones acerca de la estructura de clases o de la estratificación formulada por lo que recientemente se ha denominado el “neomarxismo”, término genérico con el que se hace referencia a autores tales como Wright (Wright 1978,1992,1994,1997), Offe (Offe 1984, 1990), Przeworski (Przeworski 1988a, 1988b), Roemer (Roemer 1989a, 1989b).
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