Rolando
Astarita |
El libro de Thomas Piketty, Capital
in the Twenty First Century, ha impactado a nivel mundial. Su
planteo central es que la desigualdad de los ingresos y de la riqueza ha estado
aumentando en los países capitalistas desde los años 1970, y hoy alcanza
niveles similares a los que había a comienzos del siglo XX. Esto significa que
no se verifica la hipótesis de Kuznets (formulada en los años 1950), según la
cual la desigualdad aumentaba primero con el desarrollo del capitalismo, y
luego disminuía. De hecho, ya antes de la publicación del libro de Piketty se
ha estado documentando que la desigualdad ha seguido una forma de U. Pero el
libro de Piketty, utilizando datos fiscales más que encuestas sobre la
situación de los hogares, amplía el análisis y confirma el dramático incremento
de la desigualdad en las últimas décadas en los países desarrollados. Por caso,
en EEUU, desde 1980 a los 2000, la participación en los ingresos del decil más
alto de la población pasó del 30-35 por ciento al 45-50 por ciento; y el uno
por ciento más rico pasó de tener el 9 por ciento del ingreso en los 1970 a
aproximadamente el 20 por ciento en los años 2000 – 2010. Entre 1977 y 2007 el
10 por ciento más rico se apropió las tres cuartas partes del total del
incremento del ingreso en EEUU, y el uno por ciento más rico el 60 por ciento
del mismo.
A la luz de estos datos, es comprensible
que la vieja tesis de Marx, que dice que en el modo de producción capitalista
hay una tendencia a la polarización, cobre nueva actualidad. En este respecto,
Piketty sostiene que si bien no se cumplieron las previsiones catastrofistas de
Marx (en su interpretación, Marx habría pronosticado el derrumbe del
capitalismo por causas puramente económicas), sí se habría verificado su tesis
de la creciente polarización de ingresos y riqueza.
Esta proximidad con una de las tesis de
Marx ha suscitado interrogantes acerca de cuál es la relación que puede
establecerse entre el libro de Piketty y El
Capital; de hecho, varias personas me preguntaron qué valoración
del Capital in the
Twenty First Century podría
hacerse desde el punto de vista marxista. En esa nota presento algunas
reflexiones, referidas al aspecto teórico del asunto. Adelantando lo que
desarrollo más abajo, mi posición es que, si bien Piketty pone el foco en una
cuestión real y candente, que la economía del mainstream ha tratado de disimular en base a
formulismos matemáticos y supuestos irrealistas, su planteo tiene poco que ver
con la teoría de Marx. En particular, porque la idea marxiana de explotación
–el trabajo es la única fuente de las ganancias del capital, y las ganancias
del capital son fruto de la explotación del trabajo asalariado- desaparece por
completo de su explicación. En su lugar, Piketty propone una explicación
neoclásica ortodoxa, que pasa por lo “técnico” (productividad marginal, precios
de factores, tecnología y similares). La idea del marxismo es que el fenómeno
de la distribución no es “técnico”, ni se resuelve en “los precios de los
factores”, ya que tiene por base las participaciones relativas del capital y el
trabajo en el ingreso nacional, que es generado por el trabajo. Por eso, la
teoría de la plusvalía de Marx llama a cuestionar subversivamente la sociedad.
Su mensaje central es que la sociedad moderna se basa en la explotación del
trabajo, y
esto permanece al margen de que aumente, o no, la desigualdad del ingreso.
Su eje es la teoría de la explotación; la tendencia al aumento de la brecha en
las desigualdades es
un efecto de esa explotación. Pero este aspecto de la cuestión está
por completo ausente del trabajo de Piketty; como veremos en seguida, las
categorías que utiliza son propias de las formas fetichistas bajo las que se
disimulan las relaciones esenciales, incluso en su versión más ortodoxamente
neoclásica.
El modelo teórico de Piketty
Aunque la mayor parte
del libro de Piketty está dedicada a los resultados de sus investigaciones
empíricas, la explicación del porqué de la evolución de la distribución del
ingreso a lo largo de los últimos tres siglos está contenida en las relaciones
entre unas pocas variables que considera fundamentales. Para eso, comienza
vinculando el capital, K, con el flujo de beneficios, B, que va a la clase
capitalista. El stock de capital incluye todas las formas de activos que rinden
un retorno: viviendas, tierra, maquinaria, capital financiero (bonos, acciones,
dinero), propiedad intelectual e incluso personas en la época de la esclavitud.
Los ingresos del capital, que agrupa bajo el rubro beneficios, incluyen
entonces ganancias de empresas, dividendos, interés, renta del suelo y toda
otra forma de rendimientos producidos por K.
Piketty define
entonces las relaciones básicas: la participación de los beneficios en el
ingreso nacional, B/Y, relación que llama α; la tasa de rentabilidad, r, que
podemos definir como beneficio sobre capital, esto es, B/K; y la relación
capital producto, o capital ingreso, K/Y, que llama β. Con estos elementos,
postula la “primera ley fundamental del capitalismo”, que dice que la
participación de los beneficios en el ingreso depende del producto de β por r.
O sea, α = r × β (también: B/Y = B/K × K/Y). Piketty admite que se trata de una
simple unidad contable, pero agrega que puede ser aplicada a todos los períodos
históricos. Precisa también que la ecuación no nos dice nada de cómo están
determinadas las variables. En particular, no nos dice cómo se determina K/Y,
que en cierto sentido es una medida de cuán intensiva en capital es una
sociedad.
De ahí que postule la
“segunda ley fundamental”: dice que β, esto es, la relación K/Y, es igual a la
tasa de ahorro dividido la tasa de crecimiento del producto. O sea, β = s/g (la
tasa de ahorro que se tiene en cuenta es neta de depreciación). Puede
observarse, como lo señala el mismo Piketty, que se trata en última instancia
de la ecuación del modelo de crecimiento de Solow. Según Piketty, la segunda
ley representa un estado de equilibrio hacia el que tenderá la economía si la
tasa de ahorro es s y la tasa de crecimiento es g.
En cualquier caso, la
fórmula muestra que un país que ahorra mucho y crece poco acumula una enorme
masa de capital en relación al ingreso, lo que a su vez puede tener un efecto
significativo sobre la participación del beneficio en la estructura social y la
distribución de la riqueza. Es que si aumenta K/Y significa que los
propietarios del capital potencialmente controlan una parte más grande de los
recursos, y esto es lo que habría ocurrido en los últimos 40 años. Los factores
que explicarían el aumento de la relación β en las últimas décadas serían la
alta tasa de ahorro, combinada con el crecimiento lento; las privatizaciones de
grandes porciones de capital público (o estatal); y el aumento de los precios
de las acciones y activos inmobiliarios desde sus niveles extremadamente bajos
en 1950.
Piketty sostiene
entonces que la evolución de la relación K/Y tiene forma de U en el largo
plazo. Habría bajado durante las dos grandes guerras y la crisis del 30
-destrucción física y desvalorizaciones de los capitales- pero luego habría
comenzado a aumentar nuevamente. Así, y siempre según los datos que proporciona
Piketty, en Norteamérica y los países más desarrollados de Europa, y también en
Japón, en el período 1910-1930, la β subió hasta el 600-700 por ciento, luego
bajó hasta 200-300 en los 1950 y 1960 para volver a crecer hasta niveles
cercanos a los 600-700 en los 1990 y 2000, y con la proyección de alcanzar los
700 por ciento en los próximos años.
Si volvemos ahora a la primera ecuación, α
= r ×β, se trata de explicar cómo interactúan los crecimientos de r y β para
dar como resultado final la tendencia al aumento de α. Es que en el largo plazo
Piketty encuentra que la evolución de α tiene una forma de U similar a la de β,
aunque menos pronunciada. Esto indicaría que r parece haber atenuado la
evolución de β. La explicación del fenómeno discurre por los carriles de la
ortodoxia neoclásica (solo de pasada hace una alusión “al poder de negociación
de las partes involucradas”, p.153 de la versión online). Efectivamente,
Piketty explica la tasa de ganancia por el principio de la productividad
marginal decreciente: en lo esencial, está determinada por la tecnología y la
cantidad de capital. Por lo tanto, demasiado capital deprime la tasa de
rentabilidad r. Sin embargo, continúa el razonamiento, la caída de r a medida
que aumenta la relación K/Y no alcanza a anular el efecto alcista sobre α, esto
es, sobre la participación de los beneficios en el ingreso. La causa de esto
reside en la elasticidad de sustitución de los “factores” capital y trabajo.
Recordemos que esta elasticidad dice en qué medida varía la relación capital
trabajo (K/L) a medida que se modifica la relación entre los precios del
capital y el trabajo, esto es, r/w (w es salario; en esta parte altero un poco
el argumento de Piketty para adaptarlo a las presentaciones más habituales de
los cursos de Microeconomía mainstream).
El hecho es que si la
elasticidad de sustitución es mayor a uno, significa que una caída de la
relación r/w provoca una suba más que proporcional de la relación K/L. Si
tenemos en cuenta que las participaciones relativas del capital y el trabajo
(siempre en el esquema neoclásico) es rK/wL, una elasticidad de sustitución
superior a uno provocará que un aumento de la intensidad capitalista del
proceso (esto es, aumento de K/L) dará lugar a una disminución
proporcionalmente menor de r, de manera que aumentará la relación B/W (esto es,
rK/wL); en otras palabras, aumentará B/Y (teniendo en cuenta que Y = W + B).
Dado que Piketty sostiene que la elasticidad sustitución tiende a ser mayor que
uno, el aumento de β habría provocado el aumento de α, aunque atenuado por la
caída de r.
En un sentido más
general e histórico, Piketty parece reducir la causa del aumento de la
desigualdad a que r > g. Sostiene que se trata de un hecho histórico
comprobado, que explicaría el crecimiento de la desigualdad en las sociedades
agrarias tradicionales. La idea es que si r > g, la riqueza acumulada es
recapitalizada mucho más rápido de lo que crece la economía. Por ejemplo, si g
= 1% y r = 5%, el ahorro de un quinto del ingreso proveniente del capital ya
asegura que el capital heredado de las generaciones previas crece a la misma
tasa que lo hace la economía. La tasa de rentabilidad del capital la atribuye a
un factor psicológico; r refleja la impaciencia promedio de las personas y su
actitud ante el futuro (el argumento sería válido para las sociedades agrarias,
precapitalistas o capitalistas). Que por otra parte coincide con la
productividad marginal del capital.
El capital como “cosa que rinde ganancia”
Tal vez el primer aspecto, y central, en
el que los enfoques de Marx y Piketty son opuestos, es la noción misma de
capital. Es que Piketty escribe todo un libro sobre “el capital en el siglo
XXI” a partir de una concepción del capital ahistórica y asocial. En su visión
-como en toda la economía neoclásica- capital son “cosas” tales como máquinas,
tierra, activos financieros, dinero, yacimientos mineros, y similares. “Cosas”,
agrupadas bajo “K”, que rinden ganancias, rentas, intereses, dividendos e
ingresos en las más diversas formas. En este enfoque, los ingresos derivados de
“K” son abstraídos de toda relación con el trabajo y su explotación. El capital
tiene rendimientos porque es productivo, y su tasa de rentabilidad viene a
coincidir con su productividad marginal (que a su vez coincide con las
preferencias intertemporales de los consumidores). Desde este punto de vista,
el hacha de piedra del hombre primitivo ya era “capital” con rendimientos
iguales a su productividad marginal. Incluso Piketty no distingue entre tierra
y capital (distinción que encontramos en los clásicos y en Marx, entre otros);
la tierra es parte de “K”, y rinde bajo el mismo principio que cualquier otro
activo. Por eso “K” es concebido por Piketty como una fuente autónoma de
plusvalías; es “algo” que genera valor y ganancia al margen del trabajo y con
independencia de este. Una idea muy alejada de la de Marx, que concebía el
capital como relación social, de explotación del trabajo (para este concepto,
ver aquí). Y como también
señalaba Marx, el capital alcanza su forma más enajenada y fetichista en el
dinero que devenga interés, forma que Piketty amontona sin distinción
conceptual con otras formas de capital, o con la tierra. Tengamos presente que
en el caso del capital productivo hay por lo menos una referencia al proceso de
trabajo, lugar último de generación del valor y el plusvalor. Pero en el
capital a interés se pierde cualquier vestigio de relación social. Aquí estamos
ante un fetiche automático, dinero que da dinero, donde “la relación social se
halla consumada como relación de una cosa, del dinero, consigo misma” (Marx, t.
3 p. 500, El
Capital).
Naturalmente, el
agrupamiento bajo el nombre de capital de estas diversas formas, contribuye a
quitarle todo contenido histórico, y acarrea consecuencias para el análisis del
largo plazo. En particular, al considerar “K” como un conjunto de “cosas que
rinden ingresos”, como hace Piketty, es imposible comprender las
especificidades asociadas a las relaciones históricas y sociales concretas, que
han evolucionado desde el Antiguo Régimen a la moderna sociedad capitalista.
Por ejemplo, cuesta encontrar la continuidad explicativa entre lo que podía
ocurrir con la renta agraria y los ingresos campesinos en la Francia del siglo
XVIII, y los ingresos del capital y los asalariados en la Francia del siglo XX;
o entre el usurero precapitalista y el moderno capital dinerario. La misma idea
de Piketty de que su primera “ley fundamental del capitalismo” se aplica a toda
época histórica encierra una llamativa naturalización del capitalismo. Y si se
pierden de vista las diferencias entre las formas histórico-sociales, el
análisis se hace abstracto. De ahí que el punto más interesante del análisis
empírico de Piketty sea la evolución de las diferencias de ingresos y riquezas
desde fines del siglo XIX a la actualidad, cuando podemos hablar de un modo de
producción capitalista predominante.
Pero cuando entramos
en el análisis de la dinámica capitalista, las razones de por qué crecen las
desigualdades sociales se oscurecen debido a la endeblez de los fundamentos
teóricos. Es que los problemas derivados de la falta de concepto histórico y
social del capital se manifiestan en el agrupamiento de Piketty del stock de
los medios de producción, concebidos en términos físicos (porque la
productividad marginal se asocia al capital como stock físico), del “valor” de
la tierra (que en sentido marxista tiene precio, pero no valor) y del capital financiero,
que es más amplio que el capital productivo o mercantil realmente invertido. Es
por esto que en relaciones que Piketty concibe “de causa a efecto” -en
especial, K rinde B, y por lo tanto r depende de esa relación causal- de hecho
se esconden relaciones circulares. Por ejemplo, si el precio de la tierra
depende de la renta, como sucede en la realidad, entonces es imposible
considerar la parte de K correspondiente a la tierra como una fuente autónoma
de la renta, ya que el “valor” (precio) de la primera depende también de la
segunda.
De la misma manera, si se habla de capital
en sentido físico, su agregación como “cantidad de capital” solo puede
realizarse a través de los precios de los medios de producción involucrados,
que dependen -como lo demostró la crítica de Cambridge- de la tasa de interés.
Pero entonces la misma cantidad física de capital tendrá distintos valores
(esto es, variará “K”) según varíe la tasa de interés, que en principio debía
explicarse por la cantidad del capital. Por lo tanto, no tiene sentido afirmar
que la rentabilidad del capital depende de la cantidad del capital. Como
también pierde sentido toda la problemática de la elasticidad de sustitución
una vez que se acepta la realidad del “retorno de las técnicas” (esto es, que a
una tasa alta de interés una técnica menos intensiva de capital es rentable, a
una tasa menor es más rentable una técnica más intensiva, pero a una tasa más
baja vuelve a ser rentable la primera técnica). Tengamos presente que la
explicación de Piketty del porqué de la evolución de la distribución del
ingreso y la riqueza en el siglo XX y hasta el presente, depende de la
hipótesis de elasticidad de sustitución. Por eso era de esperar alguna
discusión en profundidad del principio, pero la misma brilla por su ausencia.
Piketty se limita a adoptar teoría mainstream,
eludiendo las dificultades planteadas, ya hace más de un siglo, por los
críticos de Cambridge (su única referencia al asunto se refiere al modelo de
Harrod-Domar, al que opone el de Solow).
Sin embargo, los problemas no se
solucionan ignorándolos. En las dificultades para medir el capital haciendo
abstracción de las variables distributivas (interés y salarios) subyace la
abstracción de considerar al capital como “un factor de producción”. Y desde ese
supuesto carente de contenido social, no es posible elaborar una teoría
correcta de la distribución. De hecho, la economía mainstream que sigue Piketty disuelve la cuestión
de la distribución en los “precios de los factores”, pero estos no pueden
fundarse en la productividad marginal ni en la función de producción. Por eso
fracasa el intento mainstream de eludir la problemática del
conflicto de clases, inherente
a la economía política, y medular en la distribución del ingreso,
para transformarla en una cuestión técnica de Economics. Por otra parte, desde
el enfoque marxista, la distribución se vincula orgánicamente con el sistema de explotación, que se
constituye entonces en un eje ordenador del análisis: solo cuando se ha
establecido la tasa de plusvalía -el reparto básico del valor agregado por el
trabajo- es posible establecer el sistema de precios y las tasas de
rentabilidad del capital. En cambio, la
mera enumeración de identidades contables, como las presenta Piketty, no tiene
poder explicativo alguno. Por supuesto, son importantes los datos
que presenta sobre la evolución de la distribución del ingreso, ya que ponen en
evidencia que la hipótesis de Kuznets sobre su forma de U invertida en el largo
plazo, es equivocada. En este respecto, el trabajo de Piketty es valioso. Pero
además del dato, hay que presentar razones, y hay que ir al fondo del asunto. Es necesario encontrar la lógica de
las categorías económicas; y esa lógica, en la sociedad dividida en clases,
depende de las relaciones sociales. Más en particular, en la
sociedad capitalista, depende de la relación entre el capital y el trabajo
asalariado.
Como no podía ser de otra manera, las
dificultades encerradas en lo abarcado por “K” se extienden, en el trabajo de
Piketty, al capital financiero. Por un lado, porque en la realidad los precios
de los activos financieros dependen de la tasa de interés, de manera que puede
existir inflación de precios por motivos puramente especulativos, que poco
tienen que ver con la rentabilidad real del capital productivo (una cuestión
que incide en cómo opera la ley de la tendencia decreciente de la tasa de
ganancia de Marx). A su vez, la posibilidad de inflaciones de precios puramente
especulativas da lugar, en Marx, a la noción de capital ficticio; es lo que
ocurre, por ejemplo, cuando los precios de las acciones se elevan por encima de
los “fundamentos” relacionados con la generación y realización de plusvalía. El
tema se profundiza incluso cuando hablamos de bonos gubernamentales, que dan
derecho a recibir una parte de la plusvalía -recaudada bajo la forma de
impuestos- pero ya no expresan ninguna forma de capital real (sobre capital
ficticio, aquí). Todas estas
cuestiones se revelan decisivas a la hora de explicar las razones de por qué en
el sistema capitalista operan tendencias hacia la polarización social,
tendencias que tienen poco que ver con la idea del capital como “una cosa K que
rinde B”.
II
Distinguir modos de producción
Para avanzar en el examen de la dinámica
de la desigualdad en el sistema capitalista es necesario enfatizar la
importancia de distinguir entre modos de producción. Entre otras razones porque
es la forma de responder la objeción que se ha hecho a los resultados de
Piketty, que dice que hoy hay menos desigualdad a nivel mundial porque en los
países en desarrollo se redujo la pobreza (para presentar solo un dato
significativo: a comienzos de los años 1950 la esperanza de vida en el Tercer
Mundo era de 42 años; en 2010 era de 68 años). The Great Escape: Health, Wealth
and the Origins of Inequality, de Angus Deaton es citado con
frecuencia para desmentir la idea de la desigualdad creciente. Por eso también,
algunos hablan de la contraposición Piketty – Deaton. La reducción de la
desigualdad a nivel de la población mundial asimismo es presentada como prueba
de que la teoría de Marx, sobre la polarización creciente en el capitalismo, es
equivocada (como han hecho algunos en los “comentarios” de este blog).
El problema aquí es que se ponen en la
misma bolsa sistemas
económicos distintos. Los datos presentados por Piketty son
relevantes en lo que respecta a la dinámica del sistema capitalista, y en este
respecto concuerdan con la tesis de Marx. Pero el marxismo también afirma que
el modo de producción capitalista desarrolla de las fuerzas productivas muy por
encima de los modos precapitalistas, lo cual da lugar al aumento del ingreso
promedio mundial, y
por lo tanto puede producirse el achicamiento de las diferencias de ingresos
cuando se toman en conjunto países capitalistas y países que están transitando
al capitalismo. Que es lo que registran los datos de Deaton. Por
ejemplo, si en China millones de campesinos ser dirigen a las ciudades, donde
reciben salarios que superan sus muy bajos ingresos de las aldeas –un fenómeno
típico de cualquier proceso de industrialización capitalista- el ingreso
promedio aumentará, lo cual no impide que aumente la desigualdad de riqueza y
de ingresos en el sistema capitalista.
Lo explicamos con un
ejemplo sencillo. Supongamos una economía mundial en la que existe una región
capitalista en la que hay un capitalista que obtiene un beneficio de $100 y 9
trabajadores que reciben un salario de $10 cada uno. La diferencia de ingresos
es entonces de 1:10. Por otra parte existe una vasta región con una economía
familiar campesina, tecnológicamente atrasada, en la que hay 90 productores,
cada uno de los cuales recibe $0,5. En este caso, el 90% de la población de
este pequeño “sistema mundial” (región capitalista más región precapitalista)
recibe el 19,1% del ingreso, y el 10% restante el 80,9%. Supongamos ahora que
el modo de producción capitalista se extiende a todo el mundo, y que la diferencia
de ingresos entre trabajadores y capitalistas se eleva a 15 veces; supongamos
que en la nueva situación hay 10 capitalistas (9 provienen del antiguo modo de
producción campesino) que reciben ingresos por $150, y 90 trabajadores
asalariados (81 eran campesinos) que reciben $10. La diferencia de ingresos a
nivel mundial se ha reducido, ya que ahora el 90% recibe el 37,5% del total.
Pero esto no niega que aumentó la diferencia de ingresos al interior del modo
de producción capitalista. El propio Deaton reconoce que las diferencias de
ingresos y riquezas están en China y otras economías atrasadas, en las que se
está desarrollando el capitalismo. Por eso sus datos no desmienten la tesis de
que en el sistema capitalista existe una tendencia a la polarización social
creciente.
Observemos también
que en nuestro pequeño ejemplo de economía mundial, si una parte (supongamos el
5%) de la población del país atrasado permanece en la situación precapitalista,
la distancia entre el 10% más rico y el 5% más pobre se habrá acrecentado. Pero
esto se debe a que crece la distancia entre el nivel de desarrollo de las
fuerzas productivas capitalistas y las del modo de producción no capitalista, y
no por diferencia creciente al interior del capitalismo. Al no distinguir estas
cuestiones, se cae en discusiones irresolubles. Por eso tampoco tiene sentido
explicar las causas de la desigualdad aplicando, como hace Piketty, las mismas
leyes económicas a formaciones económico-sociales diferentes. También es
necesario subrayar que Marx jamás sostuvo que el desarrollo del capitalismo
generaba, tendencialmente, miseria absoluta (y menos creciente) de los
trabajadores. Tal idea sería incluso incompatible con su concepción del valor
de la fuerza de trabajo, ya que la canasta salarial se modifica con la
evolución de la sociedad y el desarrollo de las fuerzas productivas
capitalistas. Lo que sí plantea Marx es que en el capitalismo opera una
tendencia a la polarización de la riqueza y los ingresos. La cuestión es
explicar por qué.
Reproducción ampliada
y desigualdad
a) Sin capital
constante
Partiendo ahora de la teoría marxista del
capital y la plusvalía, se puede demostrar que el crecimiento de la desigualdad
deriva de la mecánica misma de la reproducción ampliada del capital. Esto es,
de la reinversión de plusvalía para generar capital, que a su vez genera más
plusvalía que genera más capital. Lo cual ocurre al margen de si la tasa de
plusvalía (o la relación B/Y, para utilizar la notación de Piketty) aumenta o
permanece constante. Marx lo señala en el capítulo 22 del tomo 1 de El Capital, dedicado a
la acumulación ampliada. Sin apoyarse en ningún supuesto particular sobre la
evolución de la tasa de plusvalía (ni de la rentabilidad), explica que gracias
a la reinversión constante de plusvalía para ampliar la producción “la riqueza
social deviene, en medida cada vez mayor, la propiedad de aquellos que están en
condiciones de volver siempre a apropiarse del trabajo impago de otros” (p.
725; énfasis añadido).
De nuevo lo ilustramos con un pequeño
ejemplo teórico. Supongamos una economía en la que hay 2 capitalistas, cada uno
de los cuales emplea 5 obreros; el salario es $2 y la tasa de plusvalía del
100%. De manera que la masa salarial, W, es $20; la masa de plusvalía, (o
beneficio B, a fin de mantener la coherencia con el texto de Piketty) es $20 y
B/Y = 50%. Por lo tanto, los 2 capitalistas, que representan el 16,7% de la
población, se apropian del 50% del ingreso, en tanto los 10 obreros, el 83,3%
de la población, reciben el otro 50%. Supongamos ahora que luego de varias
rotaciones de capital, los capitalistas tienen el dinero para contratar, cada
uno, 4 nuevos obreros. A fin de que la evolución de la distribución corresponda
a una economía capitalista “pura”, suponemos que los nuevos obreros provienen
de un modo de producción precapitalista (por ejemplo, economía campesina
familiar); el salario y la tasa de plusvalía no varían. De manera que ahora W =
$36, B = $36, B/Y = 50%. Se observa que el 10% de la población, los 2
capitalistas, recibe el 50% del ingreso. Esto es, hubo
concentración por el solo hecho de que hay reproducción ampliada del capital.
La razón es que en la sociedad capitalista se reproducen de forma ampliada no
solo los medios materiales necesarios para sostener la sociedad (medios de
producción y de consumo), sino también la relación social capitalista: se
reproduce en escala creciente la fuerza de trabajo, desprovista de medios de
producción, y la propiedad privada de los medios de producción, que permite
explotar a esa fuerza de trabajo. Los obreros salen del proceso de producción
de la misma manera que entraron, como propietarios de su fuerza de trabajo, en
tanto los capitalistas salen acrecentando su capital, sinónimo de poder para
contratar mano de obra. Nunca debe olvidarse que el capital es, en esencia, “la
posibilidad de disponer de trabajo impago” (Marx). La reproducción ampliada
significa entonces la ampliación de esta posibilidad.
Piketty -como también
antes Kuznets- roza la cuestión cuando afirma que la propiedad de “K” permite a
su propietario poseer en cantidad creciente ingresos y riqueza. Pero esto
sucede al margen de supuestos sobre el crecimiento del ingreso (en nuestro
ejemplo anterior hemos visto que el ingreso aumentó el 80%) y de la tasa de
rentabilidad, ya que es la relación de explotación la que habilita esta
concentración. Se trata de una cuestión social, no técnica.
b) Con capital
constante y tasa de beneficio
Veamos ahora qué
sucede si introducimos capital constante y tasa de beneficio. En el primer
estadio los 2 capitalistas emplean 5 obreros cada uno, con un salario de $2 y
tasa de plusvalía del 100%; y el capital constante fijo por obrero es $24. La
relación K/Y (de nuevo conservamos la variable de Piketty, esto es, K = capital
fijo) es 240/40 = 6. B/Y es 50%, como antes. La tasa de ganancia, r = B/K
(también la calculamos “a lo Piketty”) es 8,3%.
Supongamos luego que en un segundo estadio
aumenta la contratación de obreros, por reinversión de plusvalía acumulada.
Cada capitalista contrata 2 nuevos obreros, el salario sigue en $2, y el
capital constante por obrero en $24. De manera que ahora los 14 obreros
producen un valor agregado de $56, y reciben un salario de $28. La relación
K/Y, 336/56, sigue siendo 6; B/Y sigue en 50%; y r en 8,3%. Puede verse que el
producto (o el ingreso total) creció un 40%; r, en cambio, permaneció
constante, así como la partición del ingreso. En el esquema de Piketty debería
disminuir la concentración del ingreso; sin embargo, aumentó la concentración.
Antes de la contratación de los 4 obreros nuevos el 16,7% de la población (los
2 capitalistas), tenía el 50% del ingreso; luego de la contratación, el 12,5%
(de nuevo, los 2 capitalistas) tiene el 50%. La propiedad del capital, por
supuesto, sigue en manos de los capitalistas, y de forma cada vez más
concentrada. Subrayo, esto ha sucedido a
pesar de mantenerse constantes las variables claves de Piketty, r, α y ß, y
haber crecido significativamente el ingreso. El resultado se
explica por la centralidad que tiene la tasa de explotación, una variable más
fundamental que la tasa de ganancia (ver más abajo). La cuestión se ve aun con
más claridad si variamos la tasa de plusvalía.
c) Con aumento de la tasa de plusvalía
Supongamos ahora que los capitalistas del
ejemplo anterior al momento de contratar los 4 nuevos trabajadores han logrado
bajar el salario a $1,9. La baja puede deberse, por ejemplo, a la mayor oferta
de mano de obra desocupada proveniente de la formación precapitalista; o a que
un cambio tecnológico haya abaratado el costo de reproducción de la fuerza de
trabajo (aumenta la plusvalía relativa, en términos de Marx). Debido a la baja
del salario, la tasa de plusvalía es 110,5%; B/Y es ahora 52,5%; y la tasa de
ganancia sube al 8,75%. Lógicamente, el proceso de concentración de los
ingresos se acentuó con respecto al escenario anterior, cuando B/Y permanecía
constante. Pero esto ocurrió, de nuevo, al margen de que haya crecido de manera
importante el ingreso.
La conexión interna de las variables
A partir de lo anterior puede advertirse
la relevancia que tiene establecer una correcta vinculación entre las
variables, fundada en la naturaleza de la plusvalía, y el rol del trabajo
humano. “La base, el punto de partida para la fisiología del sistema burgués
-para la comprensión de su coherencia interna y sus procesos vitales- es la
determinación del valor por el tiempo de trabajo”, dice Marx en Teorías de la plusvalía (t. 2, p. 141). Inevitablemente por
eso, dependiendo de la explicación fundamental –el origen de las plusvalías, o
beneficios del capital- las secuencias causales se pueden alterar
completamente. Por ejemplo, en la perspectiva de Piketty, la tasa de ganancia
depende de la productividad marginal y la escasez del capital, pero en una
explicación poskeynesiana “a lo Kaldor” -bajo la idea de que “los empresarios
ganan lo que gastan”- la tasa de rentabilidad depende positivamente de la tasa
de crecimiento del ingreso, y tiene poco que ver con la productividad marginal
o la escasez relativa del capital. Estas cuestiones teóricas no se pueden
eludir a la hora de explicar la distribución del ingreso y su dinámica. Por eso
también tienen consecuencias en el análisis de las diferencias entre el enfoque
de Marx y Piketty.
Por ejemplo, en la
primera ecuación de Piketty, las variables independientes son r y β (recordamos
que la ecuación es α = r ×β). Es que dado que Piketty hace depender la tasa de
beneficio de la productividad marginal y la cantidad de capital, r es, en
principio, independiente de la distribución del ingreso. Esta se resuelve en el
problema técnico de las productividades de los factores y las elasticidades de
sustitución, como hemos visto. Aunque Piketty también, por otra parte, hace
intervenir factores culturales y políticos; pero los mismos no logran articularse
con el análisis económico, de manera que terminan operando como “período de
excepción” (véase más abajo).
En cambio, si se adopta el enfoque de
Marx, surge que la partición entre tiempo de trabajo excedente y tiempo de
trabajo necesario -esto es, la tasa de plusvalía- constituye una relación más
esencial que la tasa de beneficio. No se puede entender la segunda sin la
primera. Además, en la realidad del capitalismo, la tasa de beneficio depende
de la tasa de plusvalía, y no al revés. Por eso, en procura de aumentar su tasa
de beneficio, los capitalistas intentan aumentar la tasa de plusvalía (o B/Y),
afectando por esta vía la distribución del ingreso. En consecuencia, la primera
ecuación de Piketty, expresada -con licencias- “a lo Marx”, pasa a ser r = α/β.
Por otra parte, también se ha demostrado (véase los casos analizados más
arriba) que sin suponer evolución alguna de la tasa de beneficio, puede darse
la creciente concentración del capital y de los ingresos, solo a partir de la
relación capitalista de explotación. Puede verse, además, que en este enfoque
el conflicto social -y por lo tanto, la economía política- es inherente a la naturaleza del
beneficio, y de la participación relativa del capital y el trabajo
en el ingreso, o en la riqueza. Esta es la base también para articular en el
análisis la dimensión económico-social con el análisis político del conflicto;
una cuestión que en Piketty queda desarticulada (véase más abajo).
Algo similar se puede
decir de la segunda ecuación fundamental de Piketti, β = s/g. Se trata de una
relación mecánica que explica muy poco; de hecho, en ese modelo no existe
siquiera una función de inversión (el ahorro fluye de manera tranquila y
constante a la inversión), los mercados funcionan de manera perfecta, y el
conflicto social está desaparecido. Pero en la realidad, las variaciones de la
acumulación inciden en las relaciones entre las clases sociales, y la forma en
que se distribuye el ingreso.
La articulación de lo
político con las leyes económicas
Uno de los problemas
centrales del trabajo de Piketty es que en su análisis se superponen las leyes
económicas de raigambre neoclásica, que en principio explicarían la creciente
desigualdad partiendo de los principios de la productividad marginal, pago de factores
y elasticidades sustitución, con los factores políticos o incluso culturales,
que discurren por un canal completamente distinto de lo económico. Este último
ámbito parece obedecer a una lógica mecánicamente determinista que, como vimos,
carece en última instancia de fundamento científico; y a su lado, aparecen
fuerzas políticas y sociales, que acuden como caídas del cielo para llenar los
vacíos de la explicación. La cuestión se puede ver con meridiana claridad en la
remuneración de los CEO de las grandes corporaciones. Piketty admite que no son
pagados según su productividad marginal, sino por el poder de que disponen para
establecer sus remuneraciones. Pero, ¿por qué y en dónde se fundamenta ese
poder? ¿Cómo encaja, además, con la idea de que los altos ingresos de la
minoría más rica proviene de la simple propiedad de K, que da un rendimiento B,
a una tasa r? No parece haber respuestas a estas preguntas.
En la teoría de Marx, en cambio, las
remuneraciones de los altos ejecutivos no tienen que ver con la productividad
marginal, ni con el carácter productivo de su trabajo, sino con su rol social en tanto encarnan el capital en
funciones, el capital en tanto relación de explotación. Por eso los
CEO son acreedores a una parte de la plusvalía, de la misma manera que los
accionistas o prestamistas, en tanto propietarios del capital, son acreedores a
otra parte. Las diversas proporciones en que se dividen el botín de la
explotación no alteran, por supuesto, la relación básica B/Y, que es objeto del
estudio de Piketty. Más en general, la cuestión se entiende si se deja de lado
la idea de que “K” rinde un beneficio por el simple hecho de que es “capital”.
A pesar de los consejos de Vautrin a Rastignac, que cita Piketty de Père
Gorriot -le dice que la riqueza heredada es más rentable que el trabajo-, el
acrecentamiento del capital no puede ser obra mecánica de la riqueza heredada: hay que organizar la explotación, y
este es el rol del capitalista empresario. Por esta razón el poder
de los CEO tiene un fundamento social, que establece los marcos en que se
desenvuelven los conflictos con los accionistas.
De la misma manera, Piketty considera que
el mercado laboral es una construcción social con sus reglas y compromisos
específicos; pero esto no se compagina con su hipótesis de que la elasticidad
de sustitución de los factores explicaría lo esencial de la evolución de la
distribución del ingreso. Por eso, y de nuevo, puede verse la distancia que
separa ese análisis del marxismo. En el enfoque de El Capital la determinación, del salario (del
valor de la fuerza de trabajo) incluye un componente histórico y social, ya que
los que venden su fuerza de trabajo son seres humanos, esto es, seres
socialmente condicionados. De ahí que, dentro de la tendencia hacia la creciente
desigualdad y polarización social, haya sin embargo un margen relativamente
grande para la modificación de la tasa de plusvalía y del valor de la fuerza de
trabajo. En otros términos, el nivel salarial, o la relación B/Y, no es el mero resultado de fuerzas
mecánicas, ya que el conflicto entre clases es inherente a la misma relación
capitalista. Por eso los resultados en cuanto a la participación de
los beneficios y salarios en el ingreso pueden ser variados, ya que son
múltiples los factores que inciden en la determinación de la tasa de plusvalía.
A pesar de su importancia, este análisis
que opera con múltiples determinaciones orgánicamente
conectadas, parece ausente en Piketty. Al no establecer un nexo
interno entre la tesis de que el ingreso se determina según las leyes
neoclásicas y la idea de que el mercado laboral es una construcción social con
reglas y compromisos “específicos” (¿cuáles?), se desemboca en una explicación
dicotómica. El problema aparece de forma diáfana cuando Piketty aborda la “Gran
Compresión”, esto es, el achicamiento de las desigualdades a mediados del siglo
XX y hasta los 1970. En este punto de la historia, lo político-cultural irrumpe
en el texto sin conexión coherente con las “dos leyes fundamentales” del
capitalismo. Es que en esos años de excepción habría operado, siempre según
Piketty, una lógica política y cultural muy distinta de la mecánica económica
“autónoma” que habría prevalecido durante los siglos XVIII y XIX, y hasta
comienzos del siglo XX, y que volvería a regir ahora. Por eso, en este marco
teórico, la instancia política y económica explica la “excepción”, pero nada
más; en tanto que lo económico mecánico explica todo el resto de la historia,
pero parece interrumpirse en la excepción. En otras palabras, la explicación
está desarticulada. La dificultad surge porque el análisis económico de la
distribución del ingreso se aborda desde un enfoque neoclásico que por definición
es asocial y ahistórico. Por esta vía no hay forma de vincular orgánicamente el
conflicto social ni la evolución histórica con las categorías económicas. Por
eso, muchas de los valiosos datos y observaciones que presenta Piketty deberían
leerse en un contexto distinto, capaz de integrar ambos aspectos, ya que lo
económico es social, y por lo tanto inescindible del conflicto de clases.
III
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Tendencia y contratendencias
Desde el punto de
vista de la teoría marxista, el análisis de la evolución de la distribución del
ingreso y la riqueza en el largo plazo exige articular la acumulación
-vinculada a la lógica del capital- con la lucha de clases, que es inherente a
la relación antagónica entre el capital y el trabajo. Acicateado por la
competencia, cada capital tiende a aumentar la tasa de plusvalía, por medio del
cambio tecnológico, o mediante el aumento de la plusvalía absoluta
(prolongación de la jornada de trabajo, incremento de los ritmos de
producción). El cambio tecnológico, a su vez, está en la base de las plusvalías
relativas; sin embargo, la fuerza relativa de la clase obrera puede obligar a
que al menos una parte de los avances de productividad redunde en aumentos del
salario real. Con esto ya se puede ver que la dinámica de la distribución del
ingreso no es lineal, ni tiene nada de mecánico. Además, el proceso en el largo
plazo está mediado por el ciclo económico, y las variaciones en la distribución
del ingreso asociado al mismo.
El proceso de acumulación es
contradictorio, operan tendencias y contratendencias. Así, la misma dinámica de
la acumulación da lugar a la formación de ejércitos de trabajadores, lo que
abre la posibilidad -en la medida en que se agudice la lucha de clases- de
poner frenos al impulso a la mayor explotación. Por eso cuando Marx presenta la
ley de la acumulación capitalista -su tendencia a aumentar el despotismo del
capital sobre el trabajo, a la concentración de la riqueza y el empobrecimiento
relativo de los obreros- señala que los trabajadores intentan, mediante los
sindicatos y la organización de ocupados y desocupados, “anular o paliar las
consecuencias ruinosas” de la ley natural de la producción capitalista
(capítulo 23 de El Capital).
Por otra parte, el grado de concentración del capital está afectado por los
procesos de centralización (fusiones de empresas), pero también por las
desvalorizaciones que ocurren durante las crisis, y por la aparición de nuevos
capitales que desafían a los ya establecidos. Por este motivo también el
movimiento hacia la polarización es tendencial. Estas determinaciones, que
actúan muchas veces simultáneamente, deben ser tenidas en cuenta a la hora de
explicar la evolución de la distribución del ingreso.
Caída tendencial de la participación del
trabajo en el ingreso
La caída de la participación de los
salarios en los ingresos de los países desarrollados y no desarrollados, a
partir de los años 1970 y hasta el presente, parece ser un fenómeno bien
constatado. Dado que globalmente no se redujo la masa de trabajadores, la caída
de la razón W/Y estaría indicando un aumento de la tasa de plusvalía. De
conjunto, se trata de una ofensiva del capital contra el trabajo, disparada en
respuesta a la crisis de rentabilidad y de acumulación de mediados de los años
1970. Este movimiento revirtió así la tendencia al aumento de la participación
de los salarios en el ingreso, que se había registrado hasta fines de los años
1960: según Kristal (2010), en la primera mitad del siglo XX la relación W/Y en
Gran Bretaña se elevó desde el 56% en 1913 al 72% en 1964; y en EEUU habría
aumentado 5 puntos porcentuales desde el fin de la Segunda Guerra hasta fines
de los 1960. Aunque los datos no son precisos, todo indicaría que la relación
también aumentó en la mayoría de los países. De hecho, durante las décadas de
los 50 y 60 la remuneración salarial aumentaba por encima de los aumentos de la
productividad. Pero la situación se revirtió a partir de los 1970, en
coincidencia con la crisis y el intento del capital de recuperar la
rentabilidad.
La crisis de
1974-1975 dio lugar al aumento del desempleo en los países desarrollados, y
luego en amplias zonas del Tercer Mundo (por ejemplo, América Latina durante
los 1980). Además, y a diferencia de lo que sucedió durante la Gran Depresión,
la respuesta frente a la crisis fue de tipo expansiva, esto es, hacia una mayor
internacionalización de las fuerzas productivas. De manera que las aperturas
comerciales, la deslocalización de empresas y los renovados flujos migratorios
pusieron presión sobre los salarios y condiciones de trabajo en la mayoría de
los países en que la clase obrera había estado relativamente protegida. A ello
se sumó la persecución política a los sindicatos y al activismo gremial; la
reducción de los beneficios para protección social y de desempleo; y la
creciente división de la fuerza laboral entre trabajadores precarizados
(compuestos en muchos casos por inmigrantes, mujeres, minorías étnicas) y
formalizados, lo cual aumentó la competencia entre los mismos asalariados. El
capital también impuso medidas de “racionalización” (despidos, desregulación en
las plantas laborales, multiplicidad de tareas). Puede verse que todo esto no
tiene nada de mecánico (tampoco se relaciona con “elasticidades sustitución”);
ni se trata de un “cambio cultural” que haya venido del aire.
Estas medidas dieron
lugar entonces a la recuperación de los beneficios, a partir de 1982-1983 en
EE.UU, y en menor medida en otros países adelantados. A la par que continuó el
impulso a una mayor internacionalización de la economía, las privatizaciones de
empresas estatales sometieron a mayores porciones del aparato productivo a la
lógica del mercado, aumentaron los despidos, debilitaron más a los sindicatos y
profundizaron las medidas de “racionalización”. El movimiento fue mundial,
acompañado en todos lados por un retroceso de las formas más tradicionales de
capitalismo estatal y de los regímenes burocrático estatistas (“socialismos” de
todo tipo). Además, a partir de los 1990 en EE.UU hubo un renovado aumento de
la productividad, por cambio tecnológico (las nuevas tecnologías informáticas y
comunicacionales) y desplazamiento de mano de obra.
Datos sobre la
evolución W/Y
Al margen del libro
de Piketty, existe mucha evidencia acerca de la caída de la relación W/Y, con
el consiguiente aumento de B/Y. Obsérvese que la caída de W/Y no se puede
explicar por una reducción en términos absolutos de la fuerza laboral global;
por lo tanto, el aumento de la relación B/Y está expresando, en términos marxistas,
un aumento de la tasa de plusvalía. Presentemos entonces algunos estudios.
Según Kristal (2010),
y para 16 países industrializados, la relación W/Y aumenta en promedio en la
posguerra y hasta los 1970, pero baja desde el 73% en 1980 al 60% en 2005.
Sostiene que en las dos últimas décadas los aumentos de productividad superaron
a los aumentos salariales.
Por otra parte, de
acuerdo a Karabarbounis y Neiman (2013) la participación de los salarios ha
estado declinando a nivel global desde 1980: tomando su participación en el
valor bruto añadido de las corporaciones, habría caído un 5% en los últimos 35
años, desde el 64% al 59%. De 59 países con al menos 15 años de datos entre
1975 y 2012, 42 muestran tendencias decrecientes en la participación del trabajo.
La tendencia se verifica también en China, India y México. Blanchard y Giavazzi
(2003) también encuentran la caída de la participación de los salarios en los
países desarrollados en las últimas décadas. Otra manera de ver el aumento de
la participación de los beneficios en el ingreso es a través de la distancia
entre los ingresos de los CEO de las grandes corporaciones (plusvalía) y los
salarios promedio. En EEUU, en 2013, la paga de los altos ejecutivos es 343
veces mayor que la de la media de los empleados y 774 veces mayor que la de
aquellos que menos cobran. En 1983 la diferencia con la media era 46 veces
(Executive Paywatch, de la AFL-CIO).
También el “Informe
mundial sobre salarios 2012-2013” de la OIT muestra la esta dinámica. En 16
economías desarrolladas la proporción media del trabajo disminuyó del 75% del
ingreso nacional a mediados de los 1970 a 65% en los años previos de la crisis
de 2007. En Japón la participación del salario en el ingreso pasó del 68,4% en
1970 al 79,93% en 1977, para bajar al 54,5% en 2010. En EEUU pasó del 71,98% en
1970 al 63,27% en 2010; y en Alemania fue del 69,75% en 1970 al 63,66% en 2010.
A su vez, en 16 economías en desarrollo y emergentes, disminuyó del 62% del PBI
en los primeros años de los 1990 al 58% justo antes de la crisis.
Por otra parte, la evolución de la plusvalía
relativa parece clara. Según la OIT, el índice de productividad del trabajo
(producto por trabajador) en las economías desarrolladas, con base 100 en 1999,
se había elevado a 114,6 en 2011; en tanto que el índice de los salarios, en el
mismo período, había aumentado a 105,9. En EEUU la productividad real por hora
en el sector empresarial no agrícola aumentó 85% desde 1980 a 2011, y la
remuneración salarial lo hizo el 35%. En Alemania, en las dos últimas décadas,
la productividad se incrementó cerca del 25%, pero los salarios reales
permanecieron sin cambios. Esto está indicando que la tasa de plusvalía
aumenta, aun cuando aumenta la canasta de bienes salariales. Incluso en China,
a pesar de que los salarios se triplicaron en la última década, el PBI aumentó
a una tasa superior, de manera que W/Y disminuyó.
Explicaciones alternativas
Dado el fenómeno objetivo, la cuestión
entonces es explicar sus razones y perspectiva. En Piketty, como vimos más
arriba, se superpone la mecánica económica neoclásica -productividades
marginales, elasticidades de sustitución- con lo político y cultural, sin que
estas instancias queden articuladas. Algo similar ocurre en Blanchard y
Giavazzi (2003), un paper muy citado en la literatura reciente
sobre el problema. Aunque en este caso, para sacar una conclusión favorable a
la liberación de los mercados y la pérdida de poder de negociación de los
trabajadores, por disminución de la sindicalización. Para esto, Blanchard y
Giavazzi dejan de lado cualquier explicación basada en la productividad
marginal, para abordar la cuestión desde la óptica del poder de negociación y
la competencia monopolista (pero sin teoría alguna de valor). Si baja el poder
de negociación de los trabajadores, argumentan, el efecto en el corto plazo es
que baja el salario real, sube la rentabilidad de las empresas y se mantiene el
desempleo, que se postula independiente del poder de negociación de los
trabajadores. Pero en el largo plazo, las mayores rentas para las empresas
permiten la entrada de más empresas, baja el desempleo y aumenta el salario
real; el efecto global de la desregulación y quita del poder de negociación de
los trabajadores es entonces beneficioso para estos últimos. Sin embargo, la
realidad es que han transcurrido cuatro décadas desde que se pusieron en marcha
los programas pro mercado y debilitamiento del poder del trabajo, y los
resultados, en el campo de la distribución de ingresos y riqueza, han sido sistemáticamente favorables
al capital, en detrimento del trabajo.
La tesis de Kristal
(2010), en cambio, es más realista: la caída de la participación de los
salarios en el ingreso la explica por el debilitamiento de los partidos
socialdemócratas, por la presión de los bajos salarios del Tercer Mundo, el
desplazamiento de capitales y los flujos inmigratorios, y la mayor competencia
intra clase, factores todos que debilitaron el poder de negociación de la clase
trabajadora.
Desde la perspectiva marxista, los
fenómenos que describe Kristal se ponen en el marco de la crisis capitalista de
los 1970 y de la consiguiente contraofensiva de largo plazo del capital. En
este proceso se combinan el aumento estructural de la desocupación; la
internacionalización del capital; el retroceso político de la clase obrera; la
caída de la URSS y la imposición del discurso “no hay alternativa”; y el
aumento de la plusvalía, tanto absoluta como relativa. De esta forma, las tendencias económicas
ancladas en la naturaleza del capital se articulan con el conflicto de clases,
inherente a la relación capitalista. Por un lado, existe un impulso del
sistema hacia la concentración de ingresos y riqueza, que se deriva de la
reproducción ampliada y del “hambre” incesante por el plustrabajo, y por otra
parte, una resistencia mayor o menor del trabajo a la explotación. En la medida en que la oposición
del trabajo se debilita, el impulso a la polarización (aumento de la tasa de
explotación) tiende a imponerse. Es lo que habría sucedido en los últimos
35 o 40 años. De esta manera se revirtió la situación establecida en la segunda
posguerra, caracterizada por el fortalecimiento del movimiento comunista
internacional, de los sindicatos reformistas y la socialdemocracia. Si bien
estas organizaciones ayudaron a estabilizar la situación en la posguerra, la
clase capitalista debió ofrecer en contrapartida, mejoras a la clase
trabajadora de conjunto. Debería tenerse presente que durante la Segunda Guerra
uno de los temores de la clase dominante fue que se repitiera un ascenso
revolucionario similar al ocurrido al terminar la Primera Guerra.
Combinado con un
sólido ascenso de la acumulación, lo anterior explicaría por qué a mediados del
siglo XX pudo mantenerse una distribución del ingreso menos desigual que en las
primeras décadas del siglo, y relativamente estable. Sin embargo, en el largo
plazo operó la tendencia al aumento de la composición orgánica del capital que,
junto a una mayor presión sindical, llevaría a la baja de la tasa de ganancia
en los 1970 y a la crisis. Desde entonces, la desigualdad entre el capital y el
trabajo no ha dejado de aumentar.
Una cuestión
preocupante para el capital
Marx era consciente de las consecuencias
que tiene a largo plazo la tendencia a la polarización social: “La
concentración de los medios de producción y la socialización del trabajo alcanzan
un punto en que son incompatibles con su corteza capitalista. Se la hace
saltar. Suena la hora postrera de la propiedad privada capitalista” (Marx,
1999, p. 953, t. 1). Esto significa que el desarrollo de las fuerzas
productivas genera las condiciones para el cuestionamiento revolucionario del
capitalismo (ver aquí).
Todo parece indicar que estas cuestiones
subyacen a la preocupación de sectores del establishment y la clase dominante. De alguna manera
se intuye que la creciente desigualdad entraña peligros para el sistema, aunque
sea un producto genuino del capital. La desigualdad no solo encierra la
posibilidad del estallido social, sino también cuestiona, de hecho, el discurso
sobre la democracia capitalista y el gobierno “del pueblo”. Esa preocupación
explicaría la acogida que tuvo “El capital en el siglo XXI” en muchos sectores
del poder. Martin Wolff del Financial
Times lo describió como
“extraordinariamente importante”. The
Economist, en una nota que lleva por título “A modern Marx”, dice que el
éxito del libro tiene mucho que ver con que trata el tema correcto en el
momento correcto. Joseph Stiglitz y Paul Krugman lo elogiaron sin reservas;
también fue bien recibido en círculos del FMI y el Banco Mundial. La
preocupación por la desigualdad figura asimismo en otros documentos. Por
ejemplo, el “Informe de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial”, que se
publicó para la reunión anual de Davos 2014 “identifica la severa disparidad en
los ingresos como el riesgo mundial más propenso a manifestarse en la próxima
década” (The Wall Street Journal Americas, 22/1/14). Y en encuentros al
más alto nivel: Obama y el papa Francisco consideraron que la desigualdad es el
problema “que define nuestro tiempo”. Muchos conectan las protestas de Occupy
Wall Street y de los movimientos europeos de indignados, con la tendencia que
señala Piketty. Y cuestionan las “diferencias obscenas” entre los súper ricos y
las inmensas mayorías.
Sin embargo, esta
gente, a igual que Piketty, solo trata de atenuar la desigualdad. Para esto,
Piketty propone un impuesto del 80% a los ingresos superiores al millón de
dólares anuales. Es, en última instancia, el viejo programa keynesiano de
atenuar las diferencias sociales -sin siquiera poder decir quién va a aplicar
semejante impuesto a nivel mundial- a fin de preservar lo esencial. En otras
palabras, quitar lo que “ofende el sentido común”, para continuar con el
sentido común de la explotación del trabajo.
Lo cierto es que, dado
que la dinámica de la distribución del ingreso deriva de la lógica de la
explotación, poco va a cambiar con un cambio de impuestos. El achatamiento de
la desigualdad en las décadas que siguieron a la Segunda Guerra tuvo como causa
última un cambio de la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo; cuyo
origen, a su vez, se encuentra en la ofensiva revolucionaria de 1917. Alguna
vez Lenin dijo, con razón, que las grandes conquistas reformistas en el sistema
capitalista son subproductos de las luchas revolucionarias. En el mismo
sentido, Tony Negri señaló que el Estado de bienestar keynesiano fue una
respuesta de la burguesía a la Revolución de Octubre. Todo parece indicar que
la clase dominante cede algo cuando teme perderlo todo. En consecuencia, la
clave política -para los socialistas- está en el grado de conciencia y
organización de los explotados. Lo que decide es la lucha de clases,
precisamente porque el capital implica una relación social antagónica.
Por eso es vital
comprender la lógica que está detrás de la creciente desigualdad, y cómo se
articula con el conflicto social. De lo contrario, la propuesta práctica frente
al problema (poner impuestos) queda en una receta sin trascendencia. Vale el
diagnóstico del libro de Piketty -contra lo que dicen los apologistas vulgares
del capitalismo, el sistema genera desigualdad creciente- pero son
extremadamente endebles sus explicaciones, y por ende sus soluciones se
deslizan por la superficie.
Textos citados
Blanchard, O. y F.
Giavazzi, (2003): “Macroeconomic Effects of Regulation and Deregulation in
Goods and Labor Markets”, Quarterly
Journal of Economics, vol. 118, pp. 879-907.
Karabarbounis L., y B. Neiman (2003): “The Global Decline of the Labor Share”,
NBER Working Paper Nº 19.136, junio.
Kristall, T. (2010): “Good Times, Bad Times: Postwar Labor’s Share of National
Income in Capitalist Democracies”, American
Sociological Review, vol. 75. pp.729-763.
Marx, K. (1999): El Capital, México, Siglo XXI.