Pablo E. Slavin |
¿Por qué estudiar el pensamiento de Rosa Luxemburgo -1871-1919-,
fallecida hace más de noventa años? ¿Qué importancia pueden tener las ideas de
alguien que fue objeto de duras críticas entre sus contemporáneos compañeros de
partido, e ignorada por los sectores ligados al comunismo a lo largo de todo el
siglo XX? Polemista incansable, fue una de las mentes más brillantes que
produjo el socialismo tras la muerte de Marx y Engels. No sólo tenía un gran
conocimiento en materia de filosofía y política, sino que su capacidad en el
área económica la llevó a dar clases en la escuela del Partido Socialdemócrata
de Alemania. Tampoco rehuyó la lucha revolucionaria, lo que pagó con la cárcel
en forma reiterada. En el presente artículo se efectúa un análisis de la vida y
de algunas ideas centrales en el pensamiento de Rosa Luxemburgo, como claves
para ayudar a una mejor comprensión de los problemas que el capitalismo, en su
fase actual de desarrollo, nos presenta.
Introducción
¿Por qué Rosa? ¿Por qué hoy?
“Pocos sistemas de
pensamiento han sido tan desvirtuados, convirtiéndose a veces en su opuesto,
como el de Karl Marx. Joseph Schumpeter -el gran teórico conservador de la
economía política- expresó en cierta ocasión este desvirtuamiento mediante una
analogía hipotética: si alguien hubiera descubierto Europa en tiempos de la
Inquisición y conjeturara por ello que en tal organización se reflejaba el
espíritu de los Evangelios, se estaría comportando como aquellos que ven
cristalizadas las ideas de Marx en el comunismo soviético.
Si semejante
deformación sólo aflorara entre los detractores del marxismo, difícilmente
sorprendería. Lo insólito es que surja entre sus “propugnadores”, quienes
convencen al resto del mundo de que su ideología expresa las ideas de Marx.
Esto ha llegado a un grado tal en Norteamérica y Europa, merced a lo eficaz de
la propaganda soviética, que no sólo se cree hallar en el sistema ruso el
cumplimiento del socialismo, sino que se piensa estar frente a un régimen
revolucionario que se propone la subversión mundial, en lugar de ante una forma
reaccionaria y burocrática de capitalismo de estado.” | Erich Fromm (1973)
“...Rosa Luxemburg es
la única discípula de Marx que ha desarrollado ulteriormente la obra de la vida
de éste tanto en el sentido económico-material cuanto en el económico-metódico,
con lo que ha podido enlazar concretamente, desde ese punto de vista, con la
situación actual de la evolución de la sociedad.” | György Lukács (1922) en
Historia y Conciencia de Clase (1)
¿Por qué estudiar el pensamiento de Rosa Luxemburgo,
fallecida hace más de noventa años? ¿Qué importancia pueden tener las ideas de
alguien que fue objeto de duras críticas entre sus contemporáneos compañeros de
partido, e ignorada por los sectores ligados al comunismo a lo largo de todo el
siglo XX?
Polemista incansable, fue una de las mentes más brillantes
que produjo el socialismo tras la muerte de Marx y Engels. No sólo tenía un
gran conocimiento en materia de filosofía y política, sino que su capacidad en
el área económica la llevó a dar clases en la escuela del Partido
Socialdemócrata de Alemania. Tampoco rehuyó la lucha revolucionaria, lo que
pagó con la cárcel en forma reiterada.
¿Cómo explicar entonces qué, aún hoy, sus Obras Completas
(exigidas por Lenin en 1922!!!) sólo hayan sido publicadas en idioma alemán, y
el acceso a sus trabajos siga siendo difícil y fraccionado? Con la excepción de
Alemania, donde la Fundación Rosa
Luxemburg (Rosa Luxemburg Stiftung) realiza una fecunda labor, y del Japón,
donde reside el Director de la Internationale
Rosa-Luxemburg-Gesellschaft, hoy son pocos los foros en los cuales sus
ideas son rescatadas. Su obra, estamos convencidos, no es objeto del estudio
que se merece.
En un interesante estudio, Darío Renzi, en forma crítica, se
pregunta:
“¿Fue Rosa Luxemburgo
efectivamente una solitaria? ¿A su manera, una marginada? ¿Una incomprendida
por sus propios compañeros? ¿Una voz solitaria en las multitudinarias
encrucijadas de la modernidad en las que participó? En cierto sentido, si
asumimos los esquemas clásicos del criterio político, sí. Sus batallas no
alcanzaron resultados apreciables ni duraderos, su pensamiento no incidió con
profundidad, no reunió y no formó suficientemente en torno a su personalidad,
sus razones no fueron reconocidas clara y coherentemente. Es justo, pues,
radicalizar el criterio: el idealismo, las concepciones, la filosofía de esta
dirigente no dieron lugar a una corriente dentro del marxismo revolucionario ni
durante su vida ni, con mayor motivo, posteriormente. Ni siquiera tuvieron
influencia significativa en otras corrientes. Es más, fueron rápidamente
liquidadas, sistemáticamente menospreciadas o tenazmente ignoradas. Según los
cánones vigentes de la real politik no cabe ninguna duda, el veredicto
inapelable ya se ha dictado: Rosa Luxemburgo ha sido excluida del devenir vivo
del movimiento obrero y vaga sin pena ni gloria por la galería de los
personajes del pasado.” (2)
Creemos que en su espíritu indomable de librepensadora está la respuesta a esa ignorancia a la que fue
sometida su obra y su figura desde su desaparición física. Y es que Rosa
Luxemburgo jamás se sometió a la disciplina partidaria. Supo enfrentarse y
criticar duramente a sus compañeros de la segunda Internacional cuando
consideró que ellos defeccionaban en la defensa de los principios del socialismo.
Principios que ella defendió con su vida, pero que jamás los consideró como
dogmas sino pasibles de un permanente análisis crítico.
En esta línea es que Michael Lowy, luego de interrogarse si
Rosa Luxemburgo puede ser realmente considerada ‘marxista’ y repasar algunas de
sus disidencias con Marx, sostiene que
“...para ella,
precisamente, el marxismo no era una Summa Teológica, un conjunto petrificado
de dogmas, un sistema de verdades eternas establecidas de una vez para siempre,
una serie de proclamas pontificales marcadas con el sello de la infalibilidad;
pero sí, contrariamente, un método vivo que debe ser constantemente
desarrollado para aprehender el proceso histórico concreto.” (3)
Polemizó con Bernstein y los revisionistas sobre la
importancia del método dialéctico, la validez de la teoría del derrumbe, y la vigencia del principio
revolucionario, entre otras cuestiones. Se enfrentó a su amigo Kautsky cuando
éste, como líder del partido, asumió en la práctica la postura reformista que ella
tanto le había criticado a Bernstein; cuestionó duramente el silencio cómplice
del Partido ante la invasión imperialista de Alemania en Marruecos (1910),
conducta que anticipaba el comportamiento de la Segunda Internacional en 1914, cuando sus diputados (4) terminarían
votando en favor de los créditos de guerra. Debatió con Lenin sobre temas tan
diferentes como el problema de las nacionalidades, el papel del Partido y los
problemas de la organización, o la importancia asignada a la huelga de masas en
la lucha revolucionaria. Y pese a que saludó con alegría y defendió la
revolución de 1917, no dudó en lanzar duras críticas a Lenin y Trotsky por la
falta de libertad y los peligros que ello implicaba para el triunfo de la revolución
socialista.
Rosa Luxemburgo señalaba con certeza, que
“...‘el pesado
mecanismo de las instituciones democráticas’ posee un potente correctivo,
precisamente en el movimiento vivo de las masas, en su expresión
ininterrumpida. Y cuanto más democráticas las instituciones, cuanto más vitales
y potentes se presentan las pulsaciones de la vida política de masas, tanto más
directa y total resulta su eficacia, a despecho de las insignias anquilosadas
del partido, listas electorales perimidas, etc. Es cierto que toda institución
democrática tiene sus límites y sus ausencias, hecho que la mancomuna a la
totalidad de las instituciones humanas. Pero el remedio inventado por Trotsky y
Lenin, la supresión de la democracia en general, es aún peor que el mal que se
quiere evitar: sofoca, en efecto, la fuente viva de la que únicamente pueden
surgir las correcciones de las insuficiencias congénitas a las instituciones
sociales, una vida política activa, libre y enérgica de las más amplias masas.”
(5)