Letizia Valeiras | Hace dos meses, Horacio Tarcus, a cargo de
la Biblioteca del Pensamiento Socialista de la editorial Siglo XXI, publicó una
Antología de Karl Marx, con una
selección de textos y una introducción realizada por él. La compilación está
compuesta por 12 textos de Marx, entre los que incluye la Introducción
para la
Crítica de la Filosofía del
Derecho de Hegel, el
Manifiesto
del Partido Comunista, El Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte,
los capítulos sobre “La mercancía” y “La llamada acumulación originaria” de
El Capital,
La Guerra Civil en Francia y El
porvenir de la comuna rural rusa.
Horacio Tarcus señala en su introducción la actualidad que
mantiene la obra de Marx, como fundamento de la publicación de la Antología,
que se suma a reediciones varias de El Capital y el Manifiesto
Comunista [1], al éxito del libro de Thomas Piketty, El capital en el siglo XXI. A eso hay
que agregarle una serie de investigaciones, estudios y publicaciones que se
multiplicaron en los últimos años como “respuesta” a la crisis financiera
mundial de 2008 y a la reemergencia de procesos de lucha de diversos sectores
populares en Europa y EE. UU., y cierta vuelta a la escena del movimiento
obrero en varios puntos del globo con fuerte peso en América Latina.
En este contexto, Tarcus nos propone pensar hoy un Marx “sin
ismos”, retomando la idea de Fernández Buey [2]:
El desprestigio de
esos ‘ismos’ nacidos en el siglo pasado, la desaparición de los centros de
codificación y edición del ‘marxismo’ (Moscú o Pekín) (…) con sus líderes
infalibles y sus Estados guía, arrastraron en un primer momento a Marx y su
obra. Sin embargo, Marx volvió a emerger de entre los escombros del Muro de
Berlín (…) un Marx más secularizado, menos sujetado a las experiencias
políticas y los sistemas ideológicos del siglo XX [3].
Sin duda, si los “ismos” se reducen a las codificaciones
estalinistas, definitivamente hay que abandonarlas. Pero hay otros “ismos”
–luxemburguismo, consejismo, gramscismo, y especialmente trotskismos–, que son
lecturas teóricas y apuestas político-estratégicas prácticas que hay que
considerar con cuidado. Se trata entonces, de discutir qué significa leer a
Marx en el siglo XXI y qué diferentes lecturas existen.
Dime cómo
lees a Marx y te diré quién eres
La Introducción, que sintetiza un recorrido por la obra de
Marx con el objetivo de hacerla accesible a sus nuevos lectores, no evita una
lectura propia de las ideas de Marx: demarcarse unilateralmente del peso de los
muertos que –parafraseando a Marx– aún oprime como una pesadilla el cerebro de
los vivos, sin rescatar del “mundo de los muertos” a ninguno de los grandes
continuadores del marxismo en el siglo XX, como Rosa Luxemburgo, Gramsci, Lenin
o Trotsky. Agrupar dentro de los “ismos” a todo el legado revolucionario
anterior, sumado a algunas interpretaciones propias sobre las conclusiones de
Marx, hacen al “modo de uso” particular de Marx que Tarcus propone condicionado
por su propia visión pesimista de las derrotas del siglo pasado, visión que lo
llevó a alejarse -ya hace tiempo- de cualquier perspectiva de cambio social, y
a bloquear aspectos significativos del legado del viejo revolucionario.
Al presentar la Contribución
a la crítica de la filosofía del derecho de Hegel, Tarcus se detiene en
varias definiciones, que van a ir moldeando la lectura de su Marx:
Algunos autores, como
André Gorz, han señalado que Marx concibió su teoría de la revolución en el
universo del “comunismo filosófico”, de modo que el proletariado de la Crítica
de la filosofía del derecho de Hegel es “filosófico” antes que un
histórico. (…) Según el autor de Adiós al proletariado, esta asignación
del carácter esencialmente revolucionario del proletariado reside en la base de
las derivas vanguardistas, voluntaristas y sustituistas del marxismo
contemporáneo (p. 20).
Aunque Marx no había llegado aún al núcleo fundamental de su
materialismo histórico, no deja de ser una reducción considerar al encuentro de
Marx con la clase obrera como sujeto “de la emancipación alemana”, sólo como un sujeto
filosófico. Más aún, esta interpretación se ve desmentida por su trayectoria
posterior en la que confluye en cada ocasión posible con el movimiento obrero
real y su organización política [4], como muestran, por ejemplo, su
encuentro en París con las sociedades secretas de obreros franceses y alemanes
(continuidad de su relación con el ala izquierda del cartismo inglés) y su relación
con Wilhelm Weitling, Étienne Cabet y Georg Eccarius. Es ese movimiento
real el que le permite asegurar en la Introducción a filosofía del derecho, que “el proletariado comienza ya a encontrarse en lucha con la
burguesía” [5]. El pasaje de Marx al comunismo tiene que ver
justamente con este encuentro, como señala Michael Löwy, “esta concepción fue el producto no de una unión entre el ‘socialismo y
el movimiento obrero’ sino de una síntesis dialéctica que tuvo como punto de
partida las diversas experiencias del movimiento obrero mismo” [6]. Es
sintomático que Tarcus recurra para justificar su visión, nada más y nada menos
que a quien escribió Adiós al
proletariado, leyendo los cambios del sistema capitalista luego de la caída
del muro de Berlín únicamente en clave de derrota y adaptándose a las tesis del
fin del trabajo. Una extraña manera de reponer el retorno actual de Marx.
Para completar su razonamiento, y en clara alusión al final
de la cita de Gorz, unos párrafos más adelante va a mencionar, a modo de
crítica, a uno de los representantes más importantes del marxismo del siglo XX:
Lenin sería uno de los que interpretaron en clave voluntarista a Marx con una
teoría de la exterioridad de la conciencia para construir el partido
revolucionario, que queda estancada en el dualismo pasivo/activo que luego Marx
cambia por su formulación de la teoría de la praxis. No resulta desinteresado
circunscribirse al ¿Qué hacer? de
1902, sin hacer alusión al contexto en que Lenin escribe ese texto (dispersión
de las células marxistas en Rusia, aislamiento, lucha contra el economicismo,
necesidad de darle centralidad al movimiento), sin mencionar que ya desde 1905
profundiza su concepción de partido incorporando el rol de la experiencia de
las masas en la toma de conciencia como un elemento decisivo. Tarcus también
omite que en el propio ¿Qué hacer? ya
existe la idea de “tribunos del pueblo”, como expresión de la necesidad de que
el partido revolucionario tome como propios todos los abusos que sufren los
sectores oprimidos, en función de que la clase obrera conquiste la hegemonía.
¿Marx contra
la insurrección?
En el apartado de la Introducción en la que presenta La guerra civil en Francia, Tarcus nos
muestra un Marx más bien conservador, pacifista, que insiste en poner reparos
contra la insurrección de la Comuna de París. Vuelve, también en este punto, al
recurso de introducir nuevamente a Lenin y a los bolcheviques como los
responsables de la exaltación de la Comuna, con el objetivo de construir una
continuidad con los soviets rusos [7]:
Sin embargo, desde el
lugar de autoridad político-intelectual que había conquistado en el Consejo
General de Londres, Marx aconsejó prudencia a las secciones francesas de la
Internacional (…) Pero no todos los dirigentes políticos franceses participaban
del realismo de Marx (…) A esta vertiente insurreccionalista a ultranza se
sumarían muy pronto los bakuninistas… (pp. 43-44).
Y más adelante:
Por otra parte, si
bien había desaprobado la oportunidad de la estrategia insurreccional que
impulsaron los neojacobinos, blanquistas y bakuninistas, una vez que la Comuna
fue proclamada, la sostuvo y desplegó una intensa campaña de solidaridad en su
favor (p. 46).
Los reparos de Marx respecto de la insurrección en París son
puestos, en el texto de Tarcus, como reparos a la estrategia insurreccional en
sí misma, lo que constituye una amalgama de difícil sostén empírico. El análisis
de Marx en El 18 Brumario de Luis
Bonaparte, sus conclusiones de las revoluciones y contrarrevoluciones
del ’48-’51 e incluso, su participación en Revolución y contrarrevolución en Alemania, escrito por Engels en
1852, pero con la colaboración de Marx, quien pone la firma junto a su amigo en
la primer edición, son todos textos que expresan el análisis de la insurrección
como arte y establecen una serie de reglas o condiciones necesarias
para preparar su triunfo. Justamente este conocimiento y estudio de la
insurrección es lo que lleva a Marx a presentar reparos en cuanto al momento y
la forma táctica de preparar la insurrección en París durante la guerra
franco-prusiana, a los peligros que podía implicar una insurrección prematura,
pero nunca a oponerse a la insurrección como estrategia, ni mucho menos rehusar
una batalla cuando era inevitable:
Si te fijas en el
último capítulo de mi Dieciocho Brumario, verás que expongo como próxima
tentativa de la revolución francesa no hacer pasar de unas manos a otras la
máquina burocrático-militar, como venía sucediendo hasta ahora, sino
demolerla, y ésta es justamente la condición previa de toda verdadera revolución
popular en el continente. En esto, precisamente, consiste la tentativa de
nuestros heroicos camaradas de París. ¡Qué flexibilidad, qué iniciativa
histórica y qué capacidad de sacrificio tienen estos parisienses! (…) ¡La
historia no conocía hasta ahora semejante ejemplo de heroísmo! (…) De cualquier
manera, la insurrección de París, incluso en el caso de ser aplastada por los
lobos, los cerdos y los viles perros de la vieja sociedad, constituye la proeza
más heroica de nuestro partido desde la época de la insurrección de junio [8].
Teleología o
revolución
Tarcus cierra su Introducción con otra “comuna”, aludiendo a
lo que sería un “Marx tardío” opuesto al Marx “evolucionista” del período
anterior: El porvenir de la comuna rural rusa daría cuenta de una
visión del materialismo histórico más “abierta, multilineal y multitemporal”
(p. 56), que favoreció un “diálogo más productivo entre la teoría de Marx
y los estudios sobre las relaciones comunitarias de producción campesina en
América Latina” (p. 56) en la actualidad, y que relaciona con lo que
escribe Álvaro García Linera. Agrega que los escritos sobre el tema entre 1877
y 1881 devuelven la imagen de un Marx “no marxista”. Pero la
identificación del materialismo histórico de Marx como una teleología histórica
corre por cuenta de Tarcus: en
La
Sagrada familia y en
La
ideología alemana (que por cierto no forman parte de la selección) ya hay
una concepción “abierta” de la historia [ver en
Ñángara Marx el
trabajo de Emmanuel Barot,
“Clase,
nación y raza”]. Sin embargo Marx no podía ver que las posibilidades
del desarrollo de la comuna rural buscando evitar que Rusia atraviese el
calvario capitalista, tenían como precondición una revolución social que no se
cumple. Tarcus escamotea argumentos y no menciona que en Rusia el capitalismo
no se desarrolla de forma orgánica, sino que se inserta de la mano del capital
extranjero, obligándola a “avanzar a saltos”, forjando así un proletariado
joven y concentrado, mucho más fuerte en términos relativos, que la burguesía
local, que fue una de las condiciones más importantes para el triunfo de la
revolución. La otra, fue la existencia del partido bolchevique creado por el
“cuestionado” Lenin.
Opuesto al Marx “no marxista”, que parece ser la
construcción deseada por el propio Tarcus, lo que se vislumbra en Marx es la
“intuición” del desarrollo desigual (y combinado), producto de la extensión
-todavía incipiente- de una economía mundial capitalista, que le permite
plantear la posibilidad de un “salto de etapa” en el que la comuna rusa jugara
un rol en evitar que Rusia atravesara la etapa capitalista. Esta dialéctica
entre las contradicciones de una formación burguesa atrasada y el desarrollo de
un capitalismo mundial, es la que le permite a Trotsky plantear la tesis del
desarrollo desigual y combinado, a partir de la cual desplegó su teoría de
la revolución permanente, que Alain Brossat define como una ampliación
dialéctica de la teoría de Marx y Engels [9].
Vale mencionar, ligado a esto, la ausencia de algunos
escritos importantes, que hace también a la construcción de un Marx
determinado, y lo aleja del núcleo interno de su propia obra; uno en
particular, muestra también un Marx no mecanicista que, como demuestra
Bensaïd [10] ,no sostenía ninguna filosofía de la historia: el Mensaje
del Comité Central a la Liga de los Comunistas expresa las conclusiones
del período 48-51 de forma global y define por primera vez larevolución
permanente que, no sin modificaciones, retomaría luego Trotsky al calor de
los primeros levantamientos en Rusia a principios del siglo XX. Para Löwy,
concentrando las ideas de independencia política y armamento del proletariado,
construcción de su propio partido y puesta en pie de consejos obreros, “sin
duda alguna, el Mensaje es una predicción genial de las revoluciones
socialistas del siglo XX, comenzando con la de 1917, y está en contradicción
flagrante con el mito arraigado según el cual Marx jamás había previsto una
revolución proletaria en un país capitalista atrasado y semifeudal” [11].
A modo de
conclusión
Leer a Marx en el siglo XXI es una tarea que no puede
realizarse sin considerar las lecturas de todo un siglo que transcurrió en el
medio, repleto de revoluciones y contrarrevoluciones y con la clase obrera en
el centro. Para derribar los íconos burocráticos del stalinismo hay que
reconstruir las continuidades y rupturas de Marx y sus “ismos” [12].
Tarcus en su Introducción hace una lectura particular del revolucionario
alemán, que pusimos en discusión a lo largo de este artículo. Desde el propio
Trotsky, mal que le pese a Tarcus, puede explicarse incluso el límite de su
lectura de Marx, cuando le responde a quienes pretendían identificar al
marxismo de los bolcheviques con el stalinismo y proponían “volver a Marx”:
¿Cómo hemos de pasar de nuestros clásicos (Marx murió en
1883, Engels en 1895) a las tareas de nuestro tiempo, salteando varias décadas
de luchas teóricas y políticas, incluido el bolchevismo y la Revolución de
Octubre? Ninguno de los que propone renunciar al bolchevismo como tendencia
histórica “en bancarrota” ha señalado otro camino [13].
Parece que aunque Tarcus niegue el trotskismo, el trotskismo
lo explica a él. El escamoteo de argumentos, la omisión de hechos históricos
que no nos cabe duda que Tarcus conoce y la interpretación de posiciones sin
brindar al lector los elementos necesarios para completar el cuadro de cada
situación, se suman al cuestionamiento a Lenin en más de una ocasión y a la
omisión a Trotsky, y a cualquier marxista del siglo XX. Este desdén por los
principales dirigentes del Partido Bolchevique, parte de la única revolución
obrera triunfante de la historia, que permitió pensar al comunismo –que no
olvidemos era el objetivo político de la obra y la práctica de Marx ya en el
siglo XIX– a la luz de nuevos interrogantes planteados por el movimiento real,
contrasta con la extensión de las citas y el reconocimiento de intelectuales
como Gorz, Furet o García Linera.
Apropiarse de “la
memoria y la herencia de un cierto Marx” [14] para pensar el porvenir,
mostrando a Marx solamente como “un autor
capaz de desafiar los sistemas filosóficos de su tiempo, postular un nuevo
lenguaje para la política, abordar el ensayo histórico-político y al mismo
tiempo someter a crítica radical una ciencia emergente, la economía política”
(p. 9), implica retroceder de quienes, como Daniel Bensaïd, nos acercaron
a Marx como a “un pensador estratégico de
la acción política” [15]. El retorno a un Marx como el que muestra
Tarcus, limitado a ser un crítico del capitalismo, opuesto a la insurrección,
alejado de la organización real del movimiento obrero y de la construcción
política, no es más que un Marx inofensivo, con una herencia incompleta.
Notas
[1] Entre ellas el trabajo que hicimos desde el Instituto
del Pensamiento Socialista Karl Marx, con la publicación de una traducción
propia del
Manifiesto del Partido
Comunista junto a algunos textos complementarios de Engels y Trotsky y a la
producción de la miniserie
Marx
ha vuelto, que fue un éxito en las redes sociales y se utilizó como
material complementario en una serie de cursos que realizamos desde el PTS en
todo el país sobre el Manifiesto Comunista, que también tomaron muchos docentes
universitarios y secundarios como material para sus materias.
[2] Fernández Buey, Francisco, Marx (sin ismos), Barcelona, El viejo Topo, 1998.
[3] Tarcus, Horacio, Introducción a Marx, Karl, Antología, Bs. As., Siglo XXI,
2015, p. 7. Todas las citas de Tarcus pertenecen a la misma edición.
[5] Marx, Karl, Contribución a la crítica de la filosofía
del derecho de Hegel, Introducción, en Antología, Buenos Aires,
Siglo XXI, 2015, p. 104.
[6] Löwy, Michael, La teoría de la revolución en el
joven Marx, México DF, Siglo XXI, 1979.
[7] Tarcus cierra el capítulo citando al historiador
reaccionario François Furet: “…ningún
acontecimiento de nuestra historia moderna, y acaso de toda nuestra historia,
ha sido objeto de tan excesiva inversión de interés en relación con su
brevedad”. Y agrega: “Para el
historiador liberal francés, la inflación de memoria sobre la Comuna sólo podía
entenderse a partir de ‘un gran acontecimiento posterior’: la Revolución Rusa
de 1917”.
[9] Brossat, Alain, En
los orígenes de la revolución permanente. El pensamiento político del
joven Trotsky, Madrid, Siglo XXI, 1976.
[10] Bensaïd, Daniel, Marx intempestivo. Grandezas y miserias de una aventura crítica, Buenos
Aires, Herramienta, 2003.
[11] Lowy, Michael, ob. cit.
[12] Bensaïd, Daniel, Marx ha vuelto, Buenos Aires, Edhasa, 2011.
[14] Bensaïd, Daniel, ob. cit.
[15] Bensaïd, Daniel, ob. cit. Aunque tomamos estas
definiciones de Bensaïd, no deja de ser contradictorio el conjunto de su
pensamiento estratégico, que combina estas ideas con
otras que implicaron concesiones varias a los críticos del marxismo y del
trotskismo y el abandono de la hipótesis estratégica de la revolución
proletaria y de la pelea por la dictadura del proletariado en el plano
programático por parte de su corriente (la ex LCR francesa, hoy NPA y el SU),
que llevó, en el plano político, a
la construcción de nuevos partidos amplios, “anticapitalistas” sin contenido de
clase determinado y a una estrategia de la “democracia radical”, centrada en la
continuidad de las instituciones
de la democracia burguesa.