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Antonio Gramsci ✆ Gabriele Cancedda
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Jorge Luis Acanda
González | Las transformaciones en curso en el último
tercio del Siglo XIX y el primero del XX le plantearon al marxismo un profundo
desafío teórico. El refuncionamiento y expansión del Estado, la extensión de
los derechos de ciudadanía, la constitución del Estado de masas, el
corporatismo, etc., colocaron ante el marxismo el reto de construir un sistema
teórico que pudiera dar cuenta de las nuevas circunstancias. Lo que puede
sorprender a muchos que estudien la historia de las ideas políticas fue
precisamente la pobreza conceptual con el que la II Internacional primero, y la
III Internacional, después, emprendieron el análisis de los cambios que tenían
lugar en el sistema de relaciones políticas y en la relación entre el Estado y
la sociedad.
El marxismo de la II
Internacional
A partir de su constitución en 1889, la II Internacional y
los partidos que la conformaban estuvieron confrontados con la novedad de un
panorama político cambiante. El fortalecimiento del movimiento obrero, la
constitución de partidos socialdemócratas con pleno disfrute de la legalidad y
amplia representación en el parlamento (y en algunos casos también en el
gobierno), tenía necesariamente una incidencia sobre el planteamiento
estratégico del movimiento obrero. Los
canales pacíficos y legales se abrían
como una nueva posibilidad. Por otro lado, el replanteamiento de los vínculos
Estado-sociedad, ante la capacidad demostrada por el Estado burgués para
expandirse a nuevas esferas sociales y gestionar los conflictos, exigía una
nueva visión estratégica de los caminos de la revolución. El resultado fue la
conformación de una línea política reformista, gradualista y electoralista,
marcada por el catastrofismo. En primer lugar, los partidos socialistas
interpretaron el proceso de relativa democratización de la vida política en el
sentido de un tránsito hacia la neutralidad del Estado. Entendieron esta
democratización como una pérdida del carácter clasista de la maquinaria
estatal, y asumieron que era posible, mediante la vía electoral y la obtención
de la mayoría en el parlamento, lograr una transición pacífica hacia el
socialismo. Se pensó que la inminente agudización de las contradicciones
internas objetivas del capitalismo llevaría una situación de crisis económica
que inclinaría a la mayoría de la población a votar por el cambio de sistema.
Se trataba de una concepción objetivista del proceso social. No sería la lucha
de clases, sino el avance gradual de las contradicciones entre el desarrollo de
las fuerzas productivas y las relaciones de producción, lo que provocaría la
crisis económica, y esta a su vez fatalmente causaría la crisis política. Se
establecía una relación automática entre una y otra: la “catástrofe” económica
precipitaría la política. Y se asumía que la burguesía sería incapaz de manejar
y superar esa crisis política. Los propios mecanismos e instituciones
establecidos por el ordenamiento liberal burgués servirían como vehículos para
la instauración del socialismo.
La
ironía de la historia quiso que en el momento en que los más agudos pensadores
de la burguesía se percataban de la crisis irremontable del sistema liberal y
pensaban nuevas formas de organización estatal (tal fue el caso de M. Weber y
C. Schmitt, por sólo citar dos ejemplos), la mayoría de los marxistas veían
justamente en la utilización del modelo liberal la garantía para la realización
de la revolución. Como afirmó Juan Carlos Portantiero,
“El error de perspectiva más notable… de toda la visión estatal
elaborada por la II Internacional… fue la incomprensión de las tendencias
centralizadoras y autoritarias que acompañaban al proceso de ‘democratización’.1
Dentro
del movimiento marxista hubo algunas excepciones. Las más significativas fueron
Rosa Luxemburgo y V. I. Lenin. Rosa Luxemburgo fue asesinada por la reacción en
el arranque mismo de la revolución alemana, en enero de 1919. El estallido de
la Primera Guerra Mundial y la capitulación de los partidos socialdemócratas
ante las demandas imperialistas y chovinistas de sus respectivas burguesías
nacionales, provocaron la desintegración de la II Internacional.
Lenin criticó las posiciones revisionistas y oportunistas de
la socialdemocracia, y avanzó una propuesta teórica para el desarrollo de la
revolución que cifraba en la activación de la lucha de clases y de la actividad
política la clave para provocar la conformación y desarrollo de una situación
revolucionaria. Con su obra El Estado y la revolución, Lenin buscó en el
pensamiento de Marx y Engels las claves para reconstruir una concepción
verdaderamente revolucionaria sobre el Estado y la política y regresar al marxismo
a su cauce esencialmente crítico. El triunfo de la revolución bolchevique en
Rusia le proporcionó un espaldarazo histórico a su pensamiento y le dio
resonancia universal. Con una profunda visión internacionalista, convencido de
que el destino de la revolución soviética estaba indisolublemente vinculado al
de la revolución mundial y para contribuir al desencadenamiento de esta, Lenin
fundó en 1919 la Internacional Comunista, o III Internacional, para propiciar
el surgimiento y desarrollo de partidos comunistas en todos los países. La III
Internacional nació con el objetivo de constituirse en un bastión contra el
revisionismo y el reformismo, que habían minado desde dentro al movimiento
obrero.
El empeoramiento de su estado de salud sacó prácticamente a
Lenin de la vida política en 1921. Los viejos vicios teóricos del marxismo de
la II Internacional volvieron a aparecer en la III Internacional y se
convirtieron, de nuevo, en el fundamento que un pensamiento político que
reeditó los viejos errores, y tampoco supo dar cuenta adecuadamente de los
complejos procesos que se desarrollaban en el capitalismo. El marxismo entró
con esas limitaciones teóricas en la década de los años 20, precisamente en la
etapa en la que maduraba el reacomodo de la dominación burguesa.
¿A qué se debió la persistencia de la incapacidad teórica
del marxismo organizado para aprehender teóricamente los nuevos cambios que se
operaban? Para encontrar una respuesta es preciso las características que tuvo
el proceso de difusión de las ideas de Marx a lo largo de la segunda mitad del
siglo XIX, y el impacto que este proceso de difusión tuvo, a su vez, sobre el
propio pensamiento marxista.
El primer canal de difusión de las ideas de Marx y Engels lo
constituyó la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT).2 La AIT agrupaba
a organizaciones obreras de toda Europa, que en aquellos años tenían que
existir y actuar mayormente en la ilegalidad. Pero el marxismo no era la única
corriente ideológica presente en el movimiento obrero europeo. Otras ideas,
como las de P. J. Proudhon, M. Bakunin o F. Lassalle también ejercían una
influencia. “No hay que confundir la
talla de Marx, que domina las instancias de la AIT, con la repercusión de sus
ideas teóricas en el ámbito del movimiento obrero de su tiempo”.3 Aunque
Marx y Engels lograron predominar en los órganos de dirección de la I
Internacional, en el seno de las organizaciones obreras muchas de las ideas de
sus competidores dejaban una marca profunda. La consecuencia de esto fue que
las ideas de Marx se expandieron y difundieron y lograron alcanzar la
preeminencia dentro del movimiento socialista, pero la recepción de las mismas
se produjo en el contexto de una ideología socialista ecléctica dominante, que
integró al mismo tiempo ideas de Marx y Lasalle, Bakunin, Proudhon, Dühring, y
otros.
La fundación de la II Internacional significó el triunfo
pleno de las ideas de Marx sobre las de sus competidores, pero en un plano
formal. La II Internacional adoptó oficialmente a las ideas de Marx como su
doctrina, y fue en esa época que el propio concepto de “marxismo” y “marxistas”
comenzó a ser utilizado para designar a lo relacionado con el movimiento obrero
organizado. Pero esa hegemonía del marxismo en la II Internacional se debió en
buena medida a que se presentó como una teoría científica. Su superioridad
sobre las demás teorías socialistas se debería a su carácter científico. Y esto
se entendió como que el marxismo demostraba el carácter inevitable de la
desintegración del capitalismo y la instauración de una sociedad comunista
apoyándose en su descubrimiento de las leyes históricas que regían
inexorablemente la evolución de la sociedad. Se utilizó el concepto de marxismo
para designar un corpus de ideas bien definido y delimitado que apuntaba
precisamente en esa dirección. Karl Kautsky, figura de gran prestigio en la
socialdemocracia alemana y europea y máximo líder de la II Internacional tras
la muerte de Engels en 1895, definía así al marxismo en un artículo del año 1899:
“Es el método resultante de aplicar la
concepción materialista de la historia a la política; gracias a él el
socialismo se ha convertido en una ciencia”.4
Para entender la insistencia en la caracterización del
marxismo como “ciencia” es preciso recordar la resonancia y fuerza de atracción
que el darwinismo tenía en la época. Con su teoría de la evolución de las
especies, al descubrir las leyes que rigen la evolución de los organismos
vivos, Darwin había proporcionado un golpe de muerte al creacionismo en la
interpretación acerca de la Naturaleza. La sensibilidad y la mentalidad
colectivas de la época estaban dominadas por el cientismo y las ideas de
evolución y progreso derivadas del impetuoso desarrollo de las ciencias naturales
a fines del Siglo XIX. Era casi natural que muchos establecieran un paralelismo
entre el aporte teórico de Darwin y el de Marx. Ese paralelismo se convirtió en
una constante en esa época. El propio Engels lo había hecho en su oración
fúnebre en el entierro de Marx en el cementerio londinense de Highgate: “Así como Darwin descubrió la ley del
desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió le ley del desarrollo de
la historia humana”.5 Se consideraba que la superioridad indiscutible de la
ciencia como forma de pensamiento radicaba en su capacidad de descubrir la
existencia de leyes de la naturaleza que explicaban el desarrollo evolutivo y
necesario no sólo de las especies animales y vegetales, sino incluso de las
formaciones geológicas. Por ende, la superioridad de las ideas de Marx sobre la
de otros pensadores, socialistas o no, tendría que cifrarse en su
cientificidad. Y con ello se quería decir su capacidad de descubrir las leyes
objetivas, “naturales”, del movimiento de la sociedad, las cuales permitirían
presentar la realización del ideal socialista no como mera elucubración de un
grupo de exaltados, como una utopía más entre otras, sino como el resultado
inexorable del movimiento evolutivo de la sociedad. Se trataba de un socialismo
“científico”, y por ello incontestable. El corolario necesario era una
interpretación gradualista y evolutivo de los cambios sociales, lo que
necesariamente abría la puerta a una estrategia política reformista. Ernesto
Ragionieri, uno de los principales estudiosos de estos procesos, definió así al
marxismo de la II Internacional.
“Por
marxismo de la Segunda Internacional se entiende, en general, una
interpretación y elaboración del marxismo que reivindica un carácter científico
a su concepción de la historia por cuanto describe el desarrollo de lamisca
como una necesaria sucesión de sistemas de producción económica según un
proceso evolutio que sólo en el límite contempla posibilidades de ruptura
revolucionarias surgidas del desarrollo de las condiciones objetivas”.
Kautsky
enunció con toda claridad esta idea en un texto de 1886, al afirmar que,
gracias a la concepción materialista de la historia,
“Marx ha realizado la unión del socialismo con el movimiento obrero,
demostrando que el fin del socialismo… será natural y necesariamente alcanzado
a través del desarrollo del modo de producción moderno y la lucha de clases”.7
Obsérvese como aquí se vincula el carácter materialista de
la teoría de Marx con su carácter de ciencia. Esta sería otra constante en el
marxismo hegemónico en la II Internacional. No hay dudas de que la concepción
de la historia presentada por Marx tiene un carácter materialista. La clave
radica en cómo se entiende ese materialismo. El propio Marx había preferido
otros términos para designar su teoría: materialismo práctico, comunismo
práctico, socialismo materialista crítico, son denominaciones que utilizó. Pero
el pensamiento predominante en el siglo XIX identificaba al materialismo con el
naturalismo. Se concebía a lo material como lo natural. Lo material se entendió
como aquello que se podía palpar, tocar, sentir, y que existía
independientemente de la existencia humana. Con tal comprensión no había margen
para captar la existencia de la materialidad social. La visión cosificada y
naturalizante de lo material condujo a una interpretación economicista de las
ideas de Marx. Allí donde Marx afirmó que era en el proceso de la producción
material de la vida social donde había que buscar los factores que, en última
instancia, condicionaban la producción espiritual, se interpretó que la
producción económica determina las relaciones políticas y la producción
espiritual. La base económica determinaba en forma directa y mecánica a la
superestructura estatal y espiritual.
Así, la expansión del marxismo significó su tergiversación y
empobrecimiento. La difusión, su esquematización.
“En un cuarto de siglo, nacido en un área geográfica más bien reducida
y en el ámbito de un movimiento político y social que aún iba a la búsqueda de
su definitiva identidad, el marxismo se convierte en el credo de millones de
hombres, en el arma teórica de la socialdemocracia internacional, recorre
sinuosos y largos caminos hasta conquistar una dimensión planetaria. Pero las
vías de su afirmación fueron también las de su sistematización, y los
mecanismos de su difusión acabaron empobreciendo su patrimonio originario”.8
El proceso de empobrecimiento del marxismo se vio reforzado
por la imposibilidad, para los marxistas de la época, de poder leer muchas de
las obras de Marx. Podemos afirmar que la mayoría del legado teórico de Marx no
podía ser conocido por los revolucionarios de aquella época. O bien esas obras
no habían sido publicadas nunca, o sólo lo habían sido una vez y eran
prácticamente imposibles de conseguir. Obras tan importantes como los Manuscritos económico-filosóficos de 1844 y La Ideología Alemana no fueron publicadas sino hasta 1932. Los Fundamentos a la Crítica de la Economía Política (los después
famosos Grundrisse) tuvieron que
esperar a 1939 para que vieran la luz, pero el estallido de la Segunda Guerra
Mundial atrasó su difusión, y hubo que esperar hasta su reedición en 1956 para
que poco a poco comenzaran a ser conocidos. Los escritos de Marx anteriores a
1844 eran completamente desconocidos, bien porque no habían sido publicados o
bien porque habían aparecido en revistas o diarios de los que ya nadie se
acordaba. Y ello incluía textos tan importantes como los Manuscritos de 1843 y
los artículos aparecidos en la revista Anales Franco-Alemanes en 1844. En
esencia, para la mayoría de los marxistas, su conocimiento de la obra de Marx
se limitaba a El Manifiesto Comunista, La lucha de clases en Francia y El 18
Brumario de Luis Bonaparte, además de El Manifiesto Inaugural de la I
Internacional y La Guerra Civil en Francia. De El Capital se hablaba mucho,
pero prácticamente casi nadie se lo había leído. La cultura marxista de los
socialistas estaba constituida en lo esencial por manuales y textos de
divulgación escritos por otras personas. Esto necesariamente tenía sus
consecuencias.
“El hecho mismo de que el
marxismo se enseñara en cursos escolares con fines explícitamente prácticos,
ideológicos, de propaganda, comportaba evidentes formas de simplificación y de
vulgarización”.9
Por otra parte, no debe dejar de tenerse en cuenta la
circunstancia de que los partidos socialdemócratas buscaban en el marxismo
simplemente instrumentos de propaganda para la lucha política inmediata, y lo
utilizaban como instrumento de legitimación de sus decisiones políticas. Ello
llevó a la conversión del marxismo en un conjunto de citas que, extraídas de su
contexto, servían para legitimar cualquier línea de actuación. La dogmatización
del marxismo fue un resultado paralelo a los otros anteriormente descritos. El
conjunto de estas circunstancias explican por qué el marxismo dominante en la
II Internacional puede ser caracterizado como economicista y mecanicista, y que
su propia pobreza teórica determinó su insolvencia como instrumento para la
reflexión sobre las transformaciones que se daban en aquellos años en los
procesos de producción económica y de reacomodo de la dominación de la
burguesía.
La III Internacional
Las causas políticas y espirituales que provocaron la aparición
del marxismo vulgar, continuaron existiendo en la década de los años 20. A
ellas se añadió un elemento nuevo: la conversión del marxismo en una teoría
legitimadora de las actividades y estrategias del Estado soviético. Se intentó
limitar el carácter crítico del marxismo, con la consecuencia necesaria del
total estrangulamiento de esta característica esencial del pensamiento de Marx.
El marxismo que alcanzó predominio en el contexto de la Internacional Comunista
repitió las mismas características del economicismo y el mecanicismo. Y a pesar
de sus repetidas manifestaciones en contra del reformismo, en muchas ocasiones
la línea política establecida por el Comité Ejecutivo de la Komintern adoleció
de ese mismo defecto.
¿Cómo se expresó todo ello en la teoría política desplegada
por el marxismo oficial de la III Internacional? Como ha señalado Nicos
Poulantzas, la esencia de la teoría política del marxismo vulgar se expresa en
la fórmula que identifica al Estado con la voluntad de la clase dominante.10 Marx
había rechazado la tesis liberal que entendía al Estado como institución que
representaba el interés general y ejercía el papel de árbitro entre intereses
contrapuestos, situándose por encima de ellos. Marx demostró que el Estado
tiene un carácter clasista, y que expresa y defiende los intereses de la clase
económicamente dominante. Pero la tesis del carácter clasista del Estado
constituye tan sólo el punto de inicio de una reflexión mucho más profunda y
compleja. El marxismo vulgar, sin embargo, la tomo como el alfa y el omega de
la comprensión marxista sobre el Estado. Tomó tan sólo el primer eslabón de esa
reflexión y lo asumió además de una forma unilateral y estrecha. En primer
lugar, planteó una relación directa y unívoca entre el Estado y la clase
dominante. Como si la voluntad de la clase dominante se expresara en forma
directa e inmediata en el desempeño del aparato estatal, y fuera ella la única
instancia a tener en cuenta para explicar las características y desempeños
particulares de la maquinaria estatal en cada momento y situación concretos. De
tal forma, se concibió al Estado como un instrumento manipulable a voluntad de
la clase en el poder. Se trataba, en esencia, de una concepción idealista, que
presenta al Estado como una entidad abstracta (pues se le concebía con total
desconocimiento de la concreción de sus determinaciones) y a la burguesía como
un sujeto trascendente al condicionamiento de sus acciones y la limitación de
su “voluntad” por las circunstancias objetivas existentes.
En segundo lugar, el marxismo vulgar redujo al Estado a
instrumento de violencia represiva. Lo identificó en exclusiva con el conjunto
de instituciones públicas represivas (el gobierno, el parlamento, los
tribunales, los cuerpos armados, las cárceles, el sistema impositivo),
concibiendo que la función de defensa de los intereses de la clase dominante se
ejercía tan sólo mediante la utilización de la violencia y la represión. Se
perdía de vista por completo la complejidad de las funciones estructurales del
Estado en la reproducción de las relaciones sociales capitalistas.
La interpretación reduccionista del marxismo vulgar sobre el
Estado y la política se fundamentó en el materialismo naturalista y el
economicismo craso que se encontraba en su basamento conceptual. Se identificó
en exclusiva la producción económica con la producción de mercancías. Marx
había afirmado repetidamente que semejante identificación era una
característica esencial del pensamiento burgués, y desplegó una concepción
multilateral y relacional sobre la actividad económica. La tesis marxiana
afirma que al producir la base material de su vida, los seres humanos producen
no sólo los objetos de consumo material, sino que también, y sobre todo,
producen sus relaciones sociales y se producen los unos a los otros. El
marxismo vulgar, prisionero de los esquemas positivistas y dosificadores del
pensamiento burgués, estableció una relación directa entre los intereses
económicos de las clases sociales y sus formas de manifestación en el campo de
la política, perdiendo de vista todos los elementos mediadores entre ambos
momentos. El Estado y la actividad política de los distintos grupos sociales
fueron interpretados como meras funciones de lo económico. La especificidad cualitativa
de lo político se perdió. Esto, como es natural, tuvo serias consecuencias para
la elaboración de las estrategias políticas del movimiento comunista
internacional.
El economicismo del marxismo vulgar se expresó, en primer
lugar, en privilegiar a las fuerzas productivas a expensas de las relaciones de
producción. Se estableció una interpretación cosificada de las fuerzas
productivas. Se las identificó con “cosas”: los instrumentos de producción, las
materias primas, las vías de comunicación, etc. Y se diferenciaron con respecto
a las relaciones de producción que, como supuestamente lo indicaría su nombre,
constituirían tan sólo las relaciones que establecen entre si los individuos en
el proceso de producción económica (reducido este, a su vez, a la producción de
mercancías). Instrumentos por un lado, relaciones por el otro. Las fuerzas
productivas fueron entendidas como independientes de las relaciones de
producción. Aquellas se desarrollaban por sí mismas, y con su movimiento
empujaban a las relaciones de producción a desarrollarse. Las afirmaciones de
Marx en el sentido de que “el ser humano es la fuerza productiva más
importante” y de que las necesidades juegan un papel esencial en el desarrollo
económico no pudieron ser entendidas adecuadamente por el marxismo vulgar. La
derivación de esto en el pensamiento político fue dramática: no se pudo
interpretar adecuadamente el modo en que se articulaban entre si el proceso de
producción económica y el campo de la lucha de clases.11 En esencia, se había
trasvestido la concepción materialista de la historia en una concepción
tecnologicista y evolucionista del desarrollo social. Se asignaba al desarrollo
tecnológico el papel de marcar directamente los ritmos y dirección de la
evolución social.
Marx y Engels habían utilizado la expresión “en última
instancia” para explicar la forma en que el factor económico ejercía su
influencia esencial, indicando con ello que sólo es a través de la lucha de
clases, de la acción política, de la lucha política de las clases, que las
contradicciones económicas existen y se expresan. Lenin había destacado la
compleja relación entre la política y la economía al enunciar su famoso
apotegma (que tanto se ha leído y tan poco se ha entendido): “la política es la expresión concentrada de
la economía; la política no puede menos que tener primacía sobre la economía”.
El marxismo vulgar de la Komintern ignoró la complejidad dialéctica del vínculo
entre la economía y la política, y elaboró un esquema simplificador, en el que
estas relaciones, al igual que las existentes entre las fuerzas productivas y
las relaciones de producción, se entendieron en forma unilineal y mecánica,
como si las contradicciones económicas entre los grupos y clases sociales se
expresaran directamente en el campo político.
Traduciendo de una forma totalmente simplificadora el
pensamiento de Marx, y tomando frases aisladas desgajadas de su contexto, la
producción de mercancías se identificó con la “base” de la sociedad. Una vez
que en la sociedad se habían establecido las características del proceso
productivo, se habían repartido los medios de producción, se afirmaban las
relaciones de propiedad y se delimitaban los campos entre la clase dominante y
las clases dominadas, entonces (y sólo entonces) surgía la superestructura: el
Estado, las ideas, etc. Esa “superestructura” era simplemente la expresión
lineal y automática de la base económica, y sólo podía cambiar después que la
base económica se transformara (lo cual, a su vez, estaba determinado por el
desarrollo tecnológico).12 Se entendía al Estado como una instancia
extra-económica, que jugaba un papel sólo de protección de las relaciones
económicas existentes, pero que en modo alguno incidía en el funcionamiento y
desarrollo de las mismas. Lo cual por cierto coincidía plenamente con la
concepción liberal sobre el papel del Estado.
Como afirmó N. Poulantzas, la subestimación del papel de la
lucha de clases (consecuencia necesaria del planteo teórico del marxismo
vulgar) condujo a que la Komintern no fuera capaz de comprender el carácter de
tendencialidad de ciertos aspectos del desarrollo del capitalismo y el
imperialismo. “El carácter mismo de una
tendencia histórica, y Marx lo había subrayado, obedece precisamente, y en
último análisis, al hecho de que el proceso económico está sobredeterminado por
la lucha de clases, que detenta la primacía”.13 Las características del
modo de producción capitalista en su etapa imperialista establecieron una serie
de tendencias históricas, las cuales podían o no realizarse en dependencia de
las estrategias y formas de lucha asumidas por la burguesía y por la clase
obrera. Se trata de tendencias históricas,no de un fatum inexorable que actúa
desde una esfera trascendente a la de la acción de los seres humanos. De la
idea marxiana del carácter condicionador en última instancia de los factores
económicos, se pasó en el marxismo vulgar a postular el papel determinante de
las férreas leyes de la historia. Esto generó una interpretación de la política
que se basó en el “catastrofismo” y la creencia de la inevitabilidad e
inmediata proximidad del triunfo de la revolución.
El marxismo vulgar redujo el Estado a mera institución
“superestructural” y, por ende, secundaria. No pudo comprender – como si lo comprendió
Marx – el carácter objetivo de las relaciones que mantiene el Estado con las
características de un modo de producción particular. Ni el marxismo de la II
Internacional ni el de la Komintern fueron capaces de captar las
determinaciones específicas que asume el Estado burgués en cada fase de la
evolución del capital. Se limitaba a afirmar el carácter clasista de todo
Estado, y no pudo aprehender teóricamente los rasgos propios del Estado
capitalista. Pensó al Estado (en abstracto) como expresión directa de la
voluntad de la clase dominante, con lo que situó en una posición teórica
idealista, pues no abrió un espacio para descubrir las estructuras objetivas
(características de la lucha de clase, exigencias del proceso productivo,
contradicciones con otras burguesías nacionales y también al interior de la
burguesía nativa) que condicionaban las formas y funciones que asumía el
Estado.
Al marxismo de la III Internacional le faltó densidad
teórica para establecer el nexo genético-histórico entre el nivel político
institucionalizado y el surgimiento y funcionamiento del modo de producción
capitalista. Careció de una conceptualización adecuada sobre el papel activo
del Estado burgués en las nuevas condiciones del imperialismo, y sobre su
capacidad para “introducirse” en la economía y la sociedad. Su visión
instrumentalista del Estado la condenó a ignorar la densidad de las nuevas
formas de dominación y la nueva complejidad del hecho estatal.
Notas
1 J. C. Portantiero. Los usos de Gramsci, Plaza y Janés,
México, 1987, p. 27.
2 Conocida posteriormente como I Internacional.
3 G. Haupt.“Marx y el marxismo”, en: E. J. Hobsbawn y otros
(ed.). Historia del Marxismo, Ed. Bruguera, Barcelona, 1980, tomo 2, p.
212-213.
4 Citado en: G. Haupt, obra citada, p. 226.
5 F. Engels. “Discurso ante la tumba de Marx”, en: C. Marx,
F. Engels. Obras Escogidas en tres tomos. Editorial Progreso, Moscú, 1974, tomo
3, p. 171.
6 Citado en: Franco Andreucci, “La difusión y la
vulgarización del marxismo”, en: E. J. Hobsbawn y otros (ed.). Historia del
Marxismo, Ed. Bruguera, Barcelona, 1980, tomo3, p. 27.
7 Citado en: G. Haupt, obra citada, edición citada, p. 227.
8 F. Andreucci, obra citada, edición citada, p. 28.
9 F. Andreucci, obra citada, edición citada, p. 60.
10 Nicos Poulantzas. Hegemonía y dominación en el Estado
moderno. Buenos Aires. Cuadernos de Pasado y Presente/48, 1975.
11 Ver: Nicos Poulantzas. Fascismo y dictadura. Edición
citada, p. 35.
12 Ver: Nicos Poulantzas, obra citada, p. 38.
13 Ibidem, p. 36.
El anterior escrito es el Capítulo
V (El marxismo en la época de Gramsci) del libro ‘Traducir a Gramsci’ de Jorge
Luis Acanda González, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2007, 292 pp.