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Nicos Poulantzas ✆ A.d.
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Nicos Poulantzas | Es
conocido el éxito actual del concepto de hegemonía: hegemonía del proletariado,
poder hegemónico, hegemonía en el Estado, clase hegemónica, etc. En realidad,
se usa este concepto en un sentido o demasiado amplio o bien demasiado limitado
y en cualquier caso impreciso si no delimitamos su
status científico.
Ese concepto elaborado por Gramsci, aunque ya
había sido expresamente utilizado por Plejanov, puede ser aplicado en dos
dominios que, a pesar de sus conexiones, se presentan como diferenciados: en el
de la función política objetiva y de la estrategia del proletariado —lo que
plantea el problema de sus relaciones con el concepto de «dictadura del
proletariado»—, y en el de las estructuras del Estado capitalista y de la constitución
política de las clases dominantes en la sociedad moderna. Nos colocaremos en
este último terreno a fin de captar la novedad, los presupuestos y las posibilidades
operatorias de ese concepto en el análisis marxista del Estado.
El concepto de hegemonía se inserta en toda una problemática
particular del materialismo dialéctico concerniente a la vez al problema de las
relaciones entre base y superestructura y al de la especificidad del dominio
político y estatal en una formación social históricamente determinada. Su
aportación no puede limitarse a ningún dominio de la «ideología» en general,
como se tiende frecuentemente a hacerlo, en la medida en que indicaría el papel
de una clase dirigente que por medio de sus intelectuales, funcionarios de la
ideología, llega a hacer aceptar su propia concepción del mundo al conjunto de
una sociedad y, de ese modo, dirigir por un consentimiento condicionado más que
dominar en el sentido estricto del término. No hay necesidad, en efecto, de
introducir un concepto nuevo destinado simplemente a valorar la eficacia específica
de las ideologías (en el sentido amplio del término) sobre la base, hecho
siempre admitido por el análisis marxista. Si el concepto de hegemonía tiene un
estatuto científico propio es porque aplicado al Estado capitalista y a las
clases a cuyos intereses corresponde nos permite dilucidar sus características
históricas particulares en sus relaciones con un modo de producción
históricamente determinado. En una palabra, nos permite el examen de la «lógica
específica de un objeto específico», de la relación concreta Estado capitalista-clases
dominantes, constituyendo así un concepto científico
abstracto-determinado.1
Para calibrar lo que nos aporta el concepto de hegemonía, se
debería considerar lo que para los «autores aceptados», con Vyshinsky a la
cabeza, fue durante largo tiempo el modelo de análisis marxista del Estado,
modelo que estaba regido por la fórmula-clave de Estado= voluntad de la clase
dominante. El Estado es considerado, en primer lugar, como un conjunto cuya especificidad
institucional estaría reducida a su aspecto normativo (reglas de conducta, leyes,
etc.); este conjunto presupondría un cierto sujeto emisor de esas normas
personificado por la voluntad de clase. Paralelamente, el Estado es considerado
como un instrumento de violencia represiva, lo cual presupone algún agente de
la manipulación y ejercicio de esta violencia que no puede ser otro que la
voluntad de la clase dominante. En realidad, esta concepción básicamente
idealista y voluntarista del Estado que lo identifica con una «máquina» o una
«herramienta» inventada y creada únicamente para sus fines de dominación por
una «voluntad» de clase, es radicalmente opuesta al análisis científico
marxista del Estado. Arriba a numerosas consecuencias que se concretan en
definitiva en dos corrientes: por una parte, el Estado es considerado
genéticamente como el producto de una voluntad, o sea de una «conciencia» de
clase, entidad abstracta y sujeto trascendente de la historia, de la que no se puede
dilucidar —en la medida en que constituye un concepto ideológico— las
relaciones objetivas que mantiene con las estructuras de un modo particular de
producción. Por otra parte, los intereses de clase que constituyen el sustrato
del Estado en sus relaciones con el dominio específico de la lucha de clases
son considerados paralelamente, según un economismo vulgar y de una manera
acrítica, como traspuestos en su expresión política institucionalizada «tal
cual son», sin otra mediación. Ninguna relación dialéctica puede ser así
establecida entre los «intereses económico-sociales» y la «voluntad política de
clase» en la medida exacta en que ese concepto de voluntad no puede constituir
el lazo genético del Estado y del conjunto de las relaciones objetivas de un
modo de producción en el cual están constituidos esos intereses. Esta estructura
invariable «voluntarismo-economismo» se encuentra en todas las consecuencias concretas
a las que arriba la fórmula Estado=voluntad de la clase dominante, a saber:
a) El Estado es considerado en tanto que patrimonio
exclusivo de «una» clase dominante. La voluntad de clase, principio
determinante de mediación y gestación de las superestructuras y de las
ideologías a partir de la base, se presenta en efecto como la expresión de una
esencia indivisible y abstracta de una clase-sujeto único de la «voluntad» de
dominación y del Estado.
b) Esta clase-sujeto del Estado es considerada ella misma en
sus relaciones con el Estado, como abstractamente unificada «por» su sola
voluntad de dominación. La problemática de un examen científico de las
contradicciones internas de esta clase, en su trasposición al nivel del Estado,
está diluida en su consideración como unidad de voluntad.
c) La unidad interna propia del Estado correspondiente a su
autonomía relativa y a su eficacia específica está inmediatamente referida a la
unidad de voluntad de la clase dominante: las relaciones dialécticas entre
Estado y las clases dominantes, basadas en su constitución respectiva en
unidades políticas particulares, son así llevadas a una reducción de la unidad
del Estado a la unidad presupuesta de la clase dominante.
d) El Estado es considerado como el instrumento, la máquina,
la herramienta, el aparato inventado y creado por esta clase para sus fines de
dominación y en cierto modo como manipulable a voluntad por la voluntad de
clase.
e) El Estado es considerado unilateralmente como «fuerza de
opresión» y «organización de la violencia», manifestación concreta de la
voluntad de clase. El principio de gestación y la eficacia del Estado se
cristalizarían en la violencia, considerada como corolario —de factura psicosocial—
de la voluntad de clase, lo que nos conduce a toda la serie de teorías
voluntaristas del Estado, desde Hobbes a Sorel.
f) La problemática de la especificidad histórica de un Estado
determinado es diluida en la consideración abstracta del Estado en general. En
la medida en que ese concepto de voluntad de clase no permite establecer el
nexo genético histórico entre el nivel político institucionalizado y el
conjunto particular de un «tipo» de modo de producción —de fuerzas y de
relaciones de producción— que constituye la base de una formación social dada,
los diferentes tipos de Estado se caracterizarían, en última instancia, por una
simple diferencia, en la clase dominante, de «decir» o de «presentar» la
opresión y por una identidad de la voluntad históricamente indiferenciada de
dominación y de golpes de garrote que sus órganos distribuyen. Lo que conduce a
las concepciones anarquistas del Estado y a la hegeliana de «amo» y «esclavo».
Es evidente que las consecuencias de la concepción teórico-histórica
del Estado como «producto» de una «voluntad» de «la clase dominante», conducen
a la imposibilidad pura y simple de un análisis concreto de un Estado particular
históricamente determinado.
En efecto, esta concepción del Estado está ligada a toda una
consideración puramente instrumentalista del estatuto de las superestructuras y
de las ideologías, concepción que encuentra su formulación exagerada en Stalin.
El dominio superestructural constituiría en su génesis y su eficacia propia,
«lo que es útil a la base».2 Y el empleo del término de utilidad que no es, en
su sentido equívoco, fortuito, está ligado a toda la concepción «voluntarista»
y «subjetivista» de las superestructuras. Los hombres «conocen», «saben»,
«toman conciencia» de la base por medio de las superestructuras, por lo tanto
«quieren» y «hacen» las superestructuras «útiles». Más aún, éstas constituirían
el elemento de aproximación y de acción —voluntarismo— de los hombres sujetos
sobre una base «opaca» y «obstinada» —economismo— cuya manipulación sólo sería
posible por la mediación de unas superestructuras que podrían hacerse o
deshacerse a voluntad. La base plantearía problemas que no podría resolver ella
misma (economismo) y a los cuales sólo la superestructura podría dar respuesta
(voluntarismo). La problemática marxista de una relación objetiva entre
estructuras prácticas objetivas de la base y de la superestructura escamoteada
en beneficio de una escisión radical de
los estatutos respectivos de la base —economismo— y de la superestructura —voluntarismo—,
escisión que sólo puede conducir a monismos simplicistas en la medida en que
esas dos concepciones antidialécticas, que están necesariamente ligadas, se
complementan mutuamente, a fin de constituir una concepción global del proceso
histórico. Productos de una voluntad de clase-sujeto de la historia, los
dominios de la superestructura no presentarían, dentro de esta visión finalista
de la historia, una realidad objetiva propia engendrada a partir de la base. En
el proceso histórico de una voluntad sujeto de factura idealista de la historia
en su conjunto, sujeto que produciría y totalizaría los diversos niveles de
prácticas sociales, las superestructuras revisten el estatuto de una simple
objetivación de la conciencia-voluntad de una clase cuya eficacia sobre la base
sería explicable por un retorno circular del fenómeno sobre la esencia en el
despliegue propio del sujeto. Las superestructuras aparecerían sucesiva e indiferentemente
—paralelamente— como simples fenómenos-objetivaciones reductibles a la base,
«producto» ella misma de una «praxis» voluntarista; o también como el factor determinante
del conjunto de una formación social como en la concepción stalinista del
Estado. Ese papel determinante puede, en efecto, ser invertido en la relación
unilineal de esos dos dominios constituida por la praxis-voluntad de clase
sujeto de la historia. Es que, en realidad, el economismo, corolario invariable
del voluntarismo, sólo puede llevar a una concepción voluntarista global del
conjunto de las relacionen de una formación social. En una concepción economista
del marxismo, correspondiente a un monismo vulgar, la relación objetiva entre
los diversos niveles de realidad de las prácticas sociales que funda
precisamente el proceso dialéctico histórico, es abandonada en beneficio de un
determinismo unilineal: las superestructuras son reducidas a la base, la
práctica es diluida en beneficio de una consideración mecanicista de las
fuerzas productivas. En ese caso, el proceso histórico puede ser explicado sólo
en la medida en que es «actuado», sólo introduciendo una voluntad conciencia-sujeto,
totalizante y motora, a la manera del ejemplo hegeliano. Esta voluntad-conciencia
no es simplemente un nexo de mediación entre base —en su concepción economista—
y superestructura, el principio de gestación de las superestructuras a partir
de la base, sino que reviste necesariamente el papel de agente «productor» —y
por medio de las superestructuras— de las mismas estructuras objetivas de la
base. En una palabra, esta estructura teórica invariable
«voluntarismo-economismo» se sitúa globalmente en la lógica de una concepción
de la Idea-totalidad hegeliana presentándose la base y la superestructura como indistintamente
intercambiables en su papel de instancia determinante del proceso dialéctico, dado
que en realidad, dentro de esta voluntad-conciencia-praxis, motor de este
proceso esférico y circular, la necesidad
de una instancia determinante es inexistente.
De este modo, para situar la problemática marxista original
del Estado, convendría volver a las primeras obras de Marx, donde se ocupa del
Estado político moderno y ver cuál puede ser su relación con la evolución del
pensamiento de Marx referido más particularmente al problema de la relación
entre la base y la superestructura. Sólo así podremos delimitar los presupuestos
del concepto de hegemonía.
El presente trabajo ha sido extraído
del libro ‘Sobre el Estado capitalista’ de Nicos Poulantzas, Editorial Laia,
España, 1ª edición, 1974. Editado y Digitalizado por Ediciones del Centro de
Documentación y Análisis Materialista (CDAM-México)