Holly Case | Joseph Djugashvili era un estudiante en un
seminario teológico cuando se encontró con los escritos de Vladimir Lenin y
decidió convertirse en un revolucionario bolchevique. A partir de entonces,
además de hacer explotar cosas, robar bancos y organizar huelgas, se convirtió
en editor, trabajando en dos periódicos en Baku y luego en el primer
diario bolchevique, Pravda. Lenin admiraba la labor editorial de
Djugashvili; Djugashvili admiraba a Lenin, y rechazó 47 artículos que este
presentó a Pravda.
Djugashvili (más tarde Stalin) era una persona cruel, y un
editor serio. El historiador soviético Mikhail Gefter ha escrito sobre la
llegada de un manuscrito sobre el estadista alemán Otto von Bismarck editado
por la propia mano de Stalin. La copia manuscrita data de 1940, cuando la Unión
Soviética estaba aliada con la Alemania nazi. Sabiendo que Stalin fue
responsable de tantas muertes y sufrimientos, Gefter busca “las huellas de esas
cosas horribles en el libro.” No encontró ninguna. Lo que vio, en cambio, fue
una “edición razonable, que apunta a un muy buen gusto y a la comprensión de la
historia”. Stalin también hizo un cambio sorprendente en el manuscrito.
En la conclusión, el autor terminaba con una advertencia a los alemanes para
que no renegaran de la alianza y no atacaran a Rusia. Stalin lo
cortó. Cuando
el autor se opuso, alegando que tal advertencia era el asunto central de la
obra, Stalin respondió:
“Pero, ¿por qué les asusta? Que lo intenten ….” Y de
hecho lo hicieron, con un coste de más de 30 millones de vidas, la mayoría de
ellas soviéticas. Pero, al final, la gloria fue para Stalin.
El editor es una mano invisible con el poder de cambiar el
significado y el mensaje, incluso el curso de la historia. Antes, cuando las
pruebas todavía se hacían manualmente, cortando, pegando y fotografiando antes
de la impresión, un lápiz azul era el instrumento elegido por los editores
porque el azul no era visible cuando se fotografiaba. La intervención editorial
era invisible para el diseño.
Stalin siempre parecía tener un lápiz azul a mano, y muchas
de las formas que utilizó quedan en directo contraste con los supuestos comunes
acerca de su persona y pensamientos. Eliminó ideología o le restó importancia,
cortó referencias a sí mismo y a sus logros, e incluso mostró flexibilidad
mental, revirtiendo parte de anteriores ediciones.
Así, mientras la voz de Stalin sonaba en todos los oídos, su
retrato colgaba en todas las oficinas y fábricas y se balanceaba en cada
desfile coreografiado, el Stalin tras el lápiz azul permanecía invisible. Lo
que es más, permitió que muy pocos detalles de su vida privada fueran de
conocimiento público, lo que lleva s su biógrafo
Robert Service a comentar la notable “austeridad” del
“culto a Stalin”.
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Alemanes y soviéticos dividieron Polonia en dos partes. Este mapa, firmado por Stalin (lápiz azul) y Ribbentrop (rojo) indica la frontera germano-soviética
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Pero no hay que confundir la humildad de Stalin con la
modestia. Aunque tendemos a asociar la invisibilidad con los humildes, hay un
lado negativo que el artista de graffiti
Banksy entiende
mejor que nadie: “la invisibilidad es una superpotencia”.
Para Stalin, editar era una pasión que se extendía más allá
del ámbito de los textos publicados. Las huellas de su lápiz azul se pueden ver
en los memorandos y discursos de funcionarios de alto rango del partido
(“¿contra quién se dirige esta tesis?”) y en las caricaturas cómicas dibujadas
por miembros de su círculo íntimo durante sus interminables reuniones nocturnas
(“¡Correcto!” o “Mostrar a todos los miembros del Buró Político”). Durante el
asedio alemán de Stalingrado (1942-1943), rodeó la ciudad desde el oeste con su
lápiz azul sobre un gran mapa mural en el Kremlin, y, en el verano de 1944,
volvió a dibujar las fronteras de Polonia en azul. En una reunión con Winston
Churchill unos meses más tarde, el primer ministro británico vio cómo Stalin
“tomó su lápiz azul e hizo una gran marca”, indicando su aprobación al “acuerdo
de porcentajes” para la división de Europa en esferas de influencia
occidentales y soviéticas tras la guerra.
Los pocos que visitaban al líder soviético en su estudio del
Kremlin mencionan el lápiz azul en sus memorias.
Georgy
Zhukov, comandante del ejército soviético durante la Segunda Guerra
Mundial, observó que “Stalin, por lo general, tomaba notas con lápiz azul y
escribía muy rápido, con una mano firme y legible”. El comunista yugoslavo
Milovan
Dilas se sorprendió al ver que Stalin no era el hombre tranquilo y
seguro de sí mismo que él conocía de fotografías y noticieros:
“No estaba quieto ni
un momento. Jugaba con su pipa … o dibujaba círculos con un lápiz azul
alrededor de las palabras que indicaban los principales temas de debate, que
cruzaba con líneas oblicuas a medida que cada parte de la discusión se acercaba
a su fin, y no dejaba de volver la cabeza hacia unos y otros mientras se movía
en su silla”.
El historiador de Stanford
Norman
Naimark describe las marcas dejadas por el lápiz de Stalin como
“grasientas” y “gruesas y pastosas”. Señala que Stalin editó “todos los
documentos internos de importancia”, y el alcance de lo que él consideraba
interno e importante era muy amplio. Para la edición de un discurso de un
biólogo para una conferencia internacional en 1948, Stalin utilizó una serie de
lápices de colores: rojo, verde, azul, para despojar a la charla de referencias
a la ciencia “soviética” y a la filosofía “burguesa”. También tachó una página
entera de cómo la ciencia es “clasista por naturaleza” y escribió en el margen
“Ha-ha-ha! ¡¡¡Y qué pasa con las matemáticas? ¿Y el darwinismo?”
Incluso cuando no manejaba el lápiz azul, el celo editorial
de Stalin lo consumía por entero. Extirpaba a gente -en realidad a pueblos
enteros- de los manuscritos de la existencia mundana, los hacía desaparecer de
fotografías y léxicos, cambiaba las palabras y ssu significado, editaba las
conversaciones a medida que transcurrían, llevando a sus interlocutores hacía
formulaciones más deseables (para él) . “Los polacos nos han estado visitando”,
le dijo al antiguo jefe del Comintern
Georgi
Dimitroven 1948. “Yo les pregunté: ¿Qué piensan de la declaración de
Dimitrov? Me dicen: está bien. Y yo les digo que no, entonces responden
que ellos también piensan que no… “
Todos los editores, escribió el historiador de la cultura
Jacques
Barzun, “muestran una tendencia común: … lo que el editor preferiría es
preferible”. Ser un autor está muy bien, y Stalin escribió varios libros -la
palabra “autor”, al fin y al cabo, comparte raíz con la palabra
“autoridad”-, pero él sabía que la edición era un poder superior. Naimark
argumenta que la edición era una parte importante de la ideología estalinista,
como todo lo que dijo o escribió. Esto garantiza la amplificación. Bajo el
estalinismo, nadie podía hablar ni escribir, pero ya que Stalin era el guardián
supremo de la censura y del sistema de gulag, el poder de editar era el poder
mismo.
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Copia de una lista de ejecuciones, con las anotaciones azules de Stalin © Foto del Museo Estatal de Rusia de Historia Socio-Política |
Publicado en 1938, la Historia del Partido Comunista de
la Unión Soviética (Bolchevique): Curso Breve es una de las más famosas
obras ideológicas del siglo pasado. Como escribió el historiador
Walter Laqueur en sus
memorias: “Todo Comunista tuvo que leerlo en su época; era citado en cada
artículo, traducido a todos los idiomas; la circulación total fue de decenas de
millones”. La historia de cómo llegó a existir dice mucho sobre el poder de los
escritores y editores y, por otra parte, sobre la inescrutable personalidad
editorial de Stalin.
Una nueva edición del Curso Breve, editada por los
historiadores David
Brandenberger y Mikhail Zelenov, aparecerá en Yale
University Press con el título de Stalin’s Catechism: A Critical Edition
of the Short Course on the Communist Party of the Soviet Union. Muestra
muchas de las revisiones que Stalin hizo a la obra junto con historia detallada
de su producción y recepción. El libro promete ser una revelación, ya que hará
que el Stalin editor sea crudamente visible.
Antes de que el partido en el poder tuviera una historia oficial, la
Unión Soviética ya tenía casi 20 años. Aunque brigadas enteras de historiadores
(y se les llamaba brigadas) habían estado trabajando desde la revolución de
1917, Stalin no estaba de acuerdo con sus esfuerzos. En 1931 los humilló en un
discurso, llamándolos “ratas de archivos” que no habían podido reunir un relato
convincente de los logros del partido.
Eso fue antes de la purga
En 1934 fue asesinado un miembro de alto rango del Partido Comunista,
Sergei
Kirov. Su muerte, probablemente orquestada por el propio Stalin, se utilizó
para iniciar una persecución masiva que daría lugar a más de un millón presos y
a cientos de miles de muertos. Entre los objetivos estaban los miembros de la
élite burocrática del partido. Fueron interrogados, torturados y obligados a
ofrecer confesiones públicas antes de recibir un disparo en la nuca.
Es difícil escribir una historia convincente y sin un elenco
fijo de los personajes. Ningún autor puede mantenerse al día en lo referente a
las eliminaciones. (“El arma secreta del editor”, escribe la autoraa y editora
Harriet Rubin, “es el botón de eliminar”). A pesar de todo
esto, o quizás por ello, el reemplazo de Kirov en la jerarquía del partido
aseguró a Stalin que una “entera granja colectiva” de historiadores estaba
trabajando en una historia oficial. Dos hombres – Yemelyan
Yaroslavsky y
Pyotr
Pospelov-
dirigían el equipo. Juntos produjeron un manuscrito de 800 páginas, que
presentaron a Stalin a finales de 1937. Su primera respuesta le sonará familiar
a cualquiera que haya trabajado con un editor: “Redúzcanlo a la mitad”. Lo
hicieron: con gran dificultad, en un tiempo récord y sin quejarse.
Cuando Stalin recibió el manuscrito reducido, todavía no
quedó complacido: “Ningina granja colectiva va a ser capaz de hacerlo bien”,
dijo con enojo, y comenzó a escribirlo él mismo. Todo esto se llevó a cabo
durante el tercer proceso de Moscú, en el que
Nikolai
Bujarin, un destacado exsimpatizante bolchevique y de Stalin, fue acusado
de participar en una amplia conspiración para acabar con el régimen soviético.
El juicio terminó con la “declaración final” de Bujarin -la confesión que
inspiró en 1940 la novela de Arthur Koestler El cero y el infinito- y su
ejecución. En extensas notas marginales al manuscrito del Curso Breve,
Stalin instruyó a los autores para que ampliaran el aura de conspiración que
amenazaba tanto al partido como al Estado desde fuera y desde dentro. La purga
era historia en la fabricación.
Revisar, vuelva a
enviar
Pero Stalin todavía no estaba satisfecho. En la próxima
ronda de modificaciones sustanciales, utilizó el lápiz azul para silenciar la
conspiración que había hecho ampliar previamente a los autores (la
cursiva indica una inserción):
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Carta de Beria a Stalin (marzo de 1940) sobre la masacre de Katyn |
La reversión adquiere pleno sentido a la luz de otros
cambios que Stalin hizo en el manuscrito, en su mayoría supresiones.
(Yaroslavsky:. “Nunca en mi vida he visto tanta edición”). Cortó el elenco de
personajes a la mitad, disminuyendo la importancia de ambos, héroes y villanos:
“¿Qué nos aportan realmente los individuos ejemplares ?” , se preguntó. “Son
las ideas lo que realmente importa, no los individuos”. Como ofreciendo la
confirmación definitiva de esta afirmación, eliminó la mayoría de las
referencias a sí mismo.
Yaroslavsky protestó por esas autoeliminaciones. “Esto es,
desde luego, un ejemplo de su gran modestia”, le escribió al secretario
general”, lo que es un maravilloso rasgo para cualquier bolchevique. Pero usted
pertenece a la historia y su participación en la construcción del partido debe
quedar plenamente representada”. Stalin no se inmutó.
El lápiz azul de Stalin era un instrumento que utilizaba
para transformarse a sí mismo en una idea y, en definitiva, en una ideología.
De Marx había venido el marxismo, el leninismo de Lenin; tal era la puesta en
escena mediante la que Stalin -a través de sus incansables modificaciones- se estaba
convirtiendo en estalinismo. Escribiendo sobre memorias soviéticas de la época
estalinista y de la época posterior,
Irina Paperno, una eslavista de la Universidad de
California en Berkeley, señala que el editor “no es una persona o personas
reales, sino una función o personaje”. En su biografía del Stalin posterior a
1936,
Henri
Barbusse escribió: “Stalin es el Lenin de hoy”. Quería decir que
Stalin se había convertido efectivamente en un personaje, en una idea que
trascendía a la persona. Era un cumplido. Y otros sintieron su fuerza. Antes de
reunirse con él en 1943, Dilas imaginó al líder soviético como una “idea pura,
… algo infalible e inmaculado”.
De los doce capítulos del Curso Breve, escribió Stalin
a los autores tras recibir el manuscrito, “resultó necesario revisar
fundamentalmente once de ellos”. La suya fue una revisión casi total. El
marxismo-leninismo -y, por, tanto, también el estalinismo representado por el Curso
Breve- nació de lo que Hannah Arendt llamó “la negativa a ver o aceptar
cualquier cosa tal como es y de … la interpretación uniforme de cualquier cosa
como una mera etapa de cierto desarrollo ulterior”. Representó un cambio hacia
una visión del mundo con los ojos de un editor. Literalmente. Como Jonathan
Sperber señala en su reciente libro,
Karl Marx: A
Nineteenth-Century Life, la carrera de Marx como editor fue “siempre una de
sus principales formas de activismo político”.
Hubo aquellos -especialmente su antagonista supremo, Leon
Trotsky- que afirmaron que Stalin era ideológicamente torpe, “absolutamente
incapaz de teorizar, es decir, de tener pensamiento abstracto”. El estalinismo
no era más que una revisión egoísta del pasado y el futuro, escribió Trotsky en
1930, diseñado “para justificar zigzags tras un evento, para ocultar los
errores de ayer y, por tanto, preparar los del mañana”. Aunque Trotsky tuviera
razón en que las ideas de Stalin fueron en gran medida correcciones, ediciones
de un modelo existente, se equivó al suponer que la teoría era algo
intrínsecamente puro, un nuevo nacimiento aún no contaminado por la revisión.
La ideología de Stalin era la obsesiva edición del proyecto socialista, una
manifestación de la idea de que la versión final de la historia podría ser solo
una edición.
“Todavía carecemos de una teoría satisfactoria del
estalinismo”, escribe Slavoj Žižek. Tal vez esa teoría, cuando se encuentre,
deba tomarse en serio la manía editorial de Stalin, no solo como un tic
personal, sino como una manera de ver el mundo y de comprender la historia.
Tras la publicación del Curso Breve, que el autor
ofreció como “Una comisión del Comité Central del ACP(b)”, Stalin explicó: “Se
nos presentó … un proyecto de texto y nosotros fundamentalmente lo revisamos”.
El uso por parte del líder soviético del “real nosotros” sugiere que sufrió de
lo que Koestler llamó el “pudor de la primera persona del singular, que el
Partido había inculcado en sus discípulos”. (Una vez un joven que estaba al
frente de un departamento -y futuro yerno de Stalin- se atrevió a hablar por el
partido “en su propio nombre”. “Ha-ha-ha!”, marcó el grasiento lápiz.
“¡Tonterías!” y “¡Fuera !”).
Su inicial adición al Curso Breve fue una larga
sección sobre la filosofía del materialismo dialéctico, que todos, Marx (y
Engels), Lenin y Stalin, vieron como el principio subyacente a la realidad.
Stalin citó a Lenin: “En su sentido propio … la dialéctica es el estudio de la
contradicción en la esencia misma de las cosas“. Una de esas
contradicciones se encuentra en el corazón del empeño editorial del
marxismo-leninismo, porque a pesar de su “negativa a ver o aceptar cualquier
cosa tal como es”, el marxismo-leninismo -y, sobre todo, el estalinismo-
siempre persiguió la edición objetivamente perfecta, la que no admitía ninguna
revisión ulterior; la redacción final de la historia. Como Stalin escribió en
el Curso Breve, “por consiguiente, el Socialismo pasa de ser un sueño
de un futuro mejor para la humanidad a una ciencia”. El deseo de poner fin al,
por otro lado, interminable proceso editorial acaso sea el motivo por el que
las víctimas de Stalin en la Gran Purga -los presuntos peores enemigos del
marxismo-leninismo- fueron llamadas “revisionistas”. Nadie puede editar al
editor.
Sin embargo, la revisión continúa, exponiendo una
imperfección fatal en el espíritu editorial de la era moderna, que hace que el
todopoderoso editor quede, al final, impotente. Friedrich Nietzsche lo
describió de esta manera en sus Consideraciones intempestivas (1876):
Sobre la más flamante escritura colocan ellos su papel
secante, y estropean el más delicado dibujo con groseras pinceladas, queriendo
hacer pasar éstas por correcciones. Desde ese momento, todo se acabó. Su pluma
de críticos no se detendrá ya ni un instante, porque han perdido todo dominio
sobre ella, y es ella la que los dirige, en lugar de obedecer a su mano.
Justamente en estas efusiones críticas, en lo que tienen de desmesurado, en su
incapacidad de dominarse, en lo que los romanos llamaban “impotentia”, es donde
se revela la flojedad de la personalidad moderna.
Lo ocurrido con el Curso Breve confirma la crítica
de Nietzsche, pues la manía editorial desatada por Stalin consumió su propio
legado.
Una vez publicado, algunos cuadros del partido se quejaron
de que el Curso Breve era demasiado obtuso. ¿Dónde estaban los
héroes, dónde la patria soviética y, por supuesto, dónde estaba Stalin? Stalin
reaccionó a esas críticas con irritación y puso en marcha una reforma radical
del sistema educativo soviético para fomentar el auto-estudio del texto en
lugar de dejar que instructores poco calificados lo discutieran en las aulas y
en los círculos de lectura. Los lectores deberían abordar el Curso Breve de
la manera que Lutero entendía que los laicos se acercaban a la Biblia: sin el
intermediario.
Pero no funcionó. Poco más de un año después, las viejas
redes de círculos de estudio y de cursos ad hoc reaparecieron,
“complementados”, señalan Brandenberger y Zelenov en su próxima edición, “con
decenas de improvisados lectores y de textos auxiliares publicados en
provincias”, todo con el propósito de iluminar el Curso Breve. Esto
revisión desde abajo del plan de Stalin significaba el regreso de los héroes de
la historia de la evolución del partido, y un tenaz apego al culto a la
personalidad de Stalin.
La segunda revisión, aún más abierta, se produjo tras la
muerte de Stalin. En el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión
Soviética, celebrado en febrero de 1956, el sucesor de Stalin, Nikita
Khrushchev, presentó su propia edición radical del legado de Stalin. En su “
Informe secreto”
-quizá el más famoso ejemplo, si no el único, de un jefe de Estado que
reflexiona explícitamente sobre la práctica editorial-, condenó la arrogancia y
la crueldad de Stalin, apuntando al Stalin editor: “Camaradas … es ajeno al
espíritu del marxismo-leninismo elevar a una persona hasta transformarla en
superhombre, dotado de características sobrenaturales semejantes a las de un
dios. A un hombre de esta naturaleza se le supone dotado de un conocimiento
inagotable, de una visión extraordinaria, de un poder de pensamiento que le
permite prever todo, y, también, de un comportamiento infalible”, comenzó
Khrushchev. “¿Quién lo hizo? Stalin mismo y no mientras actuaba como estratega,
sino cuando operaba como autor y editor”.
A ello siguió una amarga condena del Curso Breve,
durante la cual Kruschev mostró un cierto Stalin, apoyando al líder muerto en
una posición contraria a los hechos:
¿Refleja este libro en
debida forma los esfuerzos del Partido por lograr la transformación socialista
de este país, por construir el Estado Socialista, por completar la
industrialización y colectivización del país, y tantos otros pasos dados por el
camino señalado por Lenin? Este libro habla ante todo de Stalin, contiene sus
discursos y sus informes. Todo sin la menor excepción, se halla ligado a su
nombre. Y cuando Stalin afirma que él mismo escribió «Breve Curso de la
Historia del Partido Comunista Bolchevique», nos llenamos de asombro. ¿Es
posible que un marxista-leninista escriba así de su persona, poniéndose por los
cielos?
Él, que vivió sustentado en el lápiz azul, debía saber que
la historia está sujeta a revisión.
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