|
Una vista del valle del Mosela | La defensa de los viticultores de esta región por parte del joven y brioso Karl Marx fue el anticipo de una brillante carrera revolucionaria |
Luis M. Alonso | Una
pincelada para empezar. Mosel es la región vinícola más antigua de Alemania y
una de las clásicas referencias europeas. Las empinadas laderas de sus soleados
valles fluviales están densamente plantadas con vides, más que en cualquier
otro lugar del mundo. Los romanos empezaron a cultivar allí la vid dos milenios
atrás. El Mosela y sus afluentes el Sarre y Ruwer fluyen a través de campos
surcados por la Historia. Tréveris, la ciudad más antigua de Alemania, es la
capital que ya lo fue del Imperio romano y residencia del emperador Constantino
el Grande. Su hijo más famoso se llama Karl Marx y está enterrado en el
cementerio londinense de Highgate, adonde unos amigos me llevaron en una
ocasión a descorchar una botella de Riesling, de color oro y aromas de limón y
rosas, con el fin de brindar junto a su tumba a propósito no sé de qué.
En Mosel hay más de cuatro mil bodegas y un centenar de
tipos de cultivo de vino: alrededor de 8.800 hectáreas con cerca de 55 millones
de vides a lo largo de los 243 kilómetros entre Perl-Nennig, en la frontera con
Francia, y Coblenza. La variedad de uva Riesling, utilizada para uno de los
mejores vinos blancos del mundo, encuentra excelentes condiciones de
crecimiento en los suelos de pizarra de las laderas escarpadas. Los vinos del
Mosela, Sarre y Ruwer son conocidos mundialmente por su excelente sabor a
fruta. Elegantes y minerales, en el caso del Riesling. Otras variedades
importantes son Müller-Thurgau (también conocida como Rivaner), Pinot Blanc y
Pinot Noir.
No, no creo que brindásemos aquella tarde londinense de
Highgate por el hecho de que los padres de Marx fuesen propietarios de viñedos
a lo largo del Ruwer, en Mertesdorf, donde poseían varias parcelas. En aquel
tiempo -me estoy refiriendo, como ya se habrán dado cuenta, a las primeras
décadas del siglo XIX- era bastante común que las familias burguesas
adquiriesen viñedos para abastecer su propio consumo de vino, para la inversión
o con el fin de asegurarse la vejez. El viñedo de la familia Marx se encuentra
en Viertelsberg, un
terroir de
calidad media, cerca del castillo Gruenhaus. Hoy en día, el Weingut Erben von
Beulwitz produce
Spaetburgunder, el
equivalente a Pinot Noir, con una ilustración de Karl Marx en la etiqueta para
homenajear al más ilustre hijo de Tréveris. El vino no es exactamente del viejo
viñedo familiar, pero sí procede de la uva de otros cercanos.
El brindis de Highgate con el elegante Riesling no era por
el viñedo de Viertelsberg, ni siquiera por el Pinot Noir, que más tarde se
etiquetaría con el rostro del autor de El Capital, que no es precisamente una
joya enológica aunque sí un vino de precio económico, unos 10 euros,
recomendable para acompañar ciertos platos de caza tan del gusto de la región.
Tampoco brindamos en Highgate porque a Marx le gustase beber vino y lo
apreciase hasta jugar un papel decisivo en su futuro. Hay que tener en cuenta
que fue la miseria de los productores de vino de Mosela lo que incitó a
estudiar e investigar los asuntos económicos en general. Escribió en varios
periódicos sobre los problemas de los viticultores y criticó al Gobierno
prusiano por su falta de apoyo al sector. Eso le acarrearía sucesivos
conflictos con las autoridades, que en 1840 acabarían conduciéndolo al exilio,
primero París, después Bruselas y, finalmente, Londres, donde nos encontrábamos
alzando la copa al lado de su tumba sin que ello preocupase lo más mínimo a
quienes se acercaban para depositar flores, con temperamento autómata y un rictus
de estreñimiento en el rostro.
Cuando Napoleón perdió la guerra, las tierras ocupadas al
oeste del Rin fueron entregadas a los prusianos tras el congreso de paz de
Viena en 1815. Esto marcó el comienzo de una edad de oro para los productores
de vino de Mosela, que se beneficiaron de las exportaciones libres de impuestos
a Prusia. Por desgracia, la bonanza duró poco. Con la creación de la Unión
Aduanera en 1834, los viticultores de los estados alemanes del Sur se
apresuraron a desplazar con éxito a sus competidores del Mosela. Entonces el
precio de los vinos descendió. La política fiscal prusiana desfavorable, junto
con las malas cosechas, llevó al empobrecimiento a muchos viticultores de la
región. Marx, horrorizado, criticó al Gobierno, desoyó la censura de prensa y
al final tuvo que salir pitando.
En París conoció a Heine, el poeta más profundo en lengua
germánica, que había pasado a engrosar la nómina dolorosa de los inmigrantes
condenados a rumiar la podredumbre romántica en viejos apartamentos llenos de
mugre y colchones piojosos. Trabó amistad con él aunque éste sólo llegase a
identificarse con la mística revolucionaria a través de la palabra estética y
el sufrimiento humano. Alejado de cualquier concepto racionalista, Heine
escribiría, no obstante, aquello de "maldito
sea el rey, el rey del rico, insensible a nuestra miseria...", del Canto de los tejedores de Silesia.
En Highgate, aquella tarde, cuando la humedad amenazaba
hasta con erosionar la piedra, ya me acuerdo, brindábamos por los poetas
muertos.