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El ojo, la mano... | Serie: Los refugiados ✆ Anabell Guerrero |
John Berger | 1. Alguien pregunta: ¿todavía eres
marxista? La devastación que produce la obtención de beneficios, según la
define el capitalismo, es hoy mucho mayor que nunca. Casi todo el mundo lo
sabe. ¿Cómo es posible, entonces, no hacerle caso a Marx, quien profetizó y
analizó esta devastación? Se podría responder que la gente, mucha gente, ha
perdido sus coordenadas políticas. Sin mapa alguno, no saben a dónde se
dirigen.
2 | Cotidianamente,
la gente sigue señales que apuntan a algún sitio que no es su hogar, sino un
destino elegido. Señales en carreteras, señales de embarque en los aeropuertos,
avisos en las terminales. Algunos están de viaje por placer, otros por
negocios, muchos motivados por la pérdida o la desesperación. Al llegar,
terminan por darse cuenta de que no están en el lugar que indicaban las señales
que siguieron. Donde se encuentran tiene la latitud, la longitud, el tiempo
local y la moneda correctos, y, sin embargo, no tiene la gravedad específica
del destino que escogieron. Se encuentran junto al lugar al que escogieron llegar. La
distancia que los separa de éste es incalculable. Puede ser tan solo la del
ancho de una calle o puede estar a un mundo de distancia. El sitio ha perdido
lo que lo convertía en un
destino. Ha perdido su territorio de experiencia.
A veces, algunos de estos viajeros emprenden un viaje
privado y hallan el lugar que anhelaban alcanzar, el cual, aunque lo descubran
con un alivio infinito, es con frecuencia más rudo de lo que imaginaban, .
Muchos nunca lo logran. Aceptan los signos que siguieron y es como si no
viajaran, como si se quedaran siempre donde ya estaban.
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John Berger ✆ Fernando Vicente |
3. Los detalles
de la imagen que aparece en esta página fueron tomados por Anabelle
Guerrero en un centro de acogida para refugiados y emigrantes que tiene la Cruz
Roja en Sangatte, cerca de Calais y del túnel del Canal de la Mancha.
Obedeciendo las órdenes de los gobiernos británico y francés, el centro fue
recientemente clausurado. En ese momento el centro daba albergue a varios
cientos de personas; muchas de ellas tenían la esperanza de llegar al Reino
Unido. El hombre de las fotografías –Guerrero prefiere no revelar su nombre-
proviene de la República Democrática de Congo (el antiguo Zaire).
Millones de personas abandonan su país todos los meses. Se
van porque allí no hay nada, excepto su todo, que no ofrece lo suficiente
para alimentar a sus niños. Alguna vez lo hizo. Esta es la pobreza del nuevo
capitalismo.
Después de largos y terribles viajes, después de sufrir la
bajeza de la que otros son capaces, después de haber llegado a confiar en
su propia valentía, una valentía obstinada e incomparable, los emigrantes se
encuentran esperando en alguna estación de tránsito extranjera , y entonces lo
único que les queda de su continente natal es su propia persona: sus
manos, sus ojos, sus pies, sus hombros, sus cuerpos, la ropa que usan y aquello
con lo que se tapan por las noches para dormir, a falta de techo.
Gracias a la imagen de Guerrero tenemos un testimonio de
cómo los dedos del hombre son todo lo que queda de una parcela de tierra
cultivada; sus palmas, lo que queda del lecho de algún río, de cómo sus ojos
son las reuniones familiares a las que no asistirá. El retrato de un continente
emigrado.
4. “Estoy bajando
las escaleras del metro para tomar la línea B. Esto está de bote en bote.
¿Dónde estás tú? ¿De veras? ¿Y qué tiempo hace? Ya me tengo que subir al tren,
luego te hablo...”.
De los miles de millones de conversaciones por telefonía
móvil que ocurren cada hora en las ciudades y suburbios del mundo, la mayoría,
sean privadas o de negocios, comienzan con una declaración del paradero o la
ubicación aproximada de quien llama. La gente necesita identificar de inmediato
y con la precisión dónde se encuentra. Es como si les persiguiera la duda de
que tal vez no estén en ninguna parte. Circundados por tantas abstracciones,
tienen que inventarse y compartir unos puntos de referencia transitorios.
Hace más de treinta años Guy Debord se mostraba profético
cuando escribía:
La acumulación de
mercancías producidas en serie para el espacio abstracto del mercado no
solamente tuvo que vencer todas las barreras legales y regionales, así como
todas las restricciones corporativas medievales que defendían la calidad de la
producción artesanal, sino que también tuvo que disolver las cualidades y la
autonomía de los lugares.[1]
El término clave del caos global actual es la
deslocalización o la relocalización. Esto no se refiere únicamente a la
práctica de trasladar la producción a donde quiera que la mano de obra sea más
barata y las regulaciones, mínimas. Contiene también el sueño demente del nuevo
poder: el paraíso fiscal; el sueño de minar el estatus y la confianza de todos
los lugares fijos previos, de tal manera que el mundo entero sea un solo
mercado fluido.
El consumidor es esencialmente alguien que se siente perdido
(o a quien se le hace sentir perdido) a menos que consuma. Las marcas y
logotipos de las mercancías son el sitio que nombra esa ninguna parte.
Otros signos que anuncian la Libertad y la Democracia,
términos robados de periodos históricos previos, se usan también para
confundir. En el pasado, fue una táctica común de quienes defendían su país
contra los invasores el cambiar las señales camineras, de tal modo que la que
indicaba ZARAGOZA apuntara en la dirección opuesta, hacia BURGOS. Hoy no son
quienes se defienden, sino los invasores extranjeros, los que invierten los
signos para confundir a las poblaciones locales, para confundirlas acerca de
quién gobierna a quién, acerca de la naturaleza de la felicidad, del alcance
del quebranto o de dónde ha de hallarse la eternidad. El propósito de estas
direcciones falsas es persuadir a la gente de que ser un cliente es la
salvación última.
Sin embargo, a los clientes no los define el lugar donde
viven y mueren, sino donde compran y pagan.
5. Extensas áreas
que en su día fueron rurales las están convirtiendo en zonas. Los
detalles de este proceso varían según el continente: África, América Central o
el sureste asiático. El desmembramiento inicial, sin embargo, siempre proviene
de otra parte y es efectuado por los intereses corporativos que dan rienda
suelta a su apetito de acumulación, lo que significa apoderarse de los recursos
naturales (pescado en el Lago Victoria, madera en el Amazonas, petróleo donde
quiera que haya, uranio en Gabón, etcétera), sin importarles a quién pertenezca
la tierra o el agua. La explotación resultante enseguida exige la construcción
de aeropuertos y de bases militares y paramilitares, a fin defender lo que
sacan, y la colaboración de los mafiosos locales. Pueden darse entonces guerras
tribales o intercomunitarias, hambrunas y genocidio. Los pobladores
de estas zonas pierden todo sentido de residencia: los niños se vuelven
huérfanos (aunque no lo sean), las mujeres se vuelven esclavas, los hombres,
desesperados. Una vez que esto ocurre, llevará generaciones restaurar toda idea
de domesticidad. Cada año que pasa de esta acumulación prolonga en el tiempo y
el espacio esa ninguna parte.
6. Entretanto –y
la resistencia política comienza con frecuencia en un entretanto– lo que hay
que entender y recordar fundamentalmente es que aquellos que se lucran del caos
actual no hacen más que desinformar y crear confusión, sirviéndose para ello de
los comentaristas incrustados en los medios. Nunca se debe parar uno a discutir
sus afirmaciones y esos puntos de vista robados que tanto les gusta usar. Hay
que rechazarlos y abandonarlos categóricamente. No llevan a nadie a ningún
lado.
La tecnología de la información desarrollada por las
corporaciones y sus ejércitos para poder dominar su ninguna parte con
más velocidad, la usan otros como medio de comunicación de una punta a la otra
del en todas partes por el que luchan.
El escritor caribeño Edouard Glissant lo dice muy bien: “...para resistir la globalización no hay
que negar la globalidad, sino imaginar que es la suma finita de todas las
particularidades posibles y luego hacernos a la idea de que, mientras falte
alguna particularidad, la globalidad no será para nosotros lo que debería ser”.
Estamos estableciendo nuestros propios asideros, nombrando
lugares, encontrando poesía. Sí, en ese entretanto, debemos encontrar la
poesía. Dice Gareth Evans:
Mientras el ladrillo
de la tarde
guarda el calor rosa del viaje
Mientras la rosa
germina
un invernadero para respirar
y florece como el viento
Mientras los esbeltos
abedules
murmuran sus historias
del viento a lo urgente
en los camiones
Mientras las hojas de
los setos
guardan la luz
el pensamiento del día
que perdieran
Mientras el cuenco de
su muñeca
pulsa como el pecho
de un gorrión
en el aire ondulante
Mientras el coro de la
tierra
encuentra sus ojos en el cielo
y los devela para uno y para otra
en la rebosante oscuridad
aprécialo todo.
7. Su ninguna
parte genera una conciencia del tiempo extraña, por no tener precedente.
Tiempo digital. Continúa por siempre, ininterrumpido durante días y noches, de
una estación a otra, del nacimiento a la muerte. Tan indiferente como el
dinero. Y, sin embargo, aunque continuo, es profundamente singular. Es el
tiempo del presente, que se mantiene separado del pasado y del futuro. En su
interior, sólo el presente tiene peso, los otros dos carecen de gravedad. El
tiempo ya no es una columnata, sino una única columna de unos y ceros. Un
tiempo vertical sin nada que lo circunde, excepto la ausencia.
Lean unas cuantas páginas de Emily Dickinson y luego vayan a
ver Dogville, de
Lars Von Trier. En la poesía de Dickinson la presencia de
lo eterno concurre en todas las pausas. Por el contrario, el filme muestra
inexorablemente lo que sucede cuando se borra de la vida cotidiana todo rastro
de lo eterno. Lo que pasa es que todas las palabras y el lenguaje entero se quedan
sin sentido.
Con un solo presente, en el tiempo digital, no puede
hallarse ni establecerse localización o ubicación alguna.
8. Nos guiaremos
por otro sistema temporal. Lo eterno, según Spinoza (que fuera el filósofo más
querido de Marx) es ahora. No es algo que nos aguarde, sino algo que
encontramos durante esos momentos, breves y, no obstante,
intemporales, en los que todo tiene en cuenta a todo lo demás y ningún
intercambio es inadecuado.
En Hope in the Dark, un libro completamente
necesario, Rebecca Sonit cita a la poeta sandinista Gioconda Belli, quien
describe el momento en que derrocaron la dictadura de Somoza en Nicaragua con
estas palabras: “dos días que fueron como si nos hubieran hecho un
encantamiento ancestral, regresándonos al Génesis, al sitio exacto de la
creación del mundo”. El hecho de que Estados Unidos y sus mercenarios
destruyeran después a los sandinistas no disminuye en medida alguna ese momento
que existe en el pasado, el presente y el futuro.
9. A un kilómetro
de distancia de donde escribo hay un prado donde pastan cuatro burros, dos
hembras y dos burritos. Son de una especie particularmente pequeña. Cuando las
madres alzan sus orejas ribeteadas de negro, me llegan a la altura del mentón.
Los burritos, de unas cuantas semanas de edad, son del tamaño de unos
perros terrier grandes, con
la diferencia de que sus cabezas son casi tan grandes como sus costados.
Brinco sobre la barda y me siento con la espalda apoyada en
el tronco de un manzano. Ya tienen trazadas sus sendas por todo el prado y
pasan por debajo de unas ramas tan bajas que yo tendría que pasar a gatas. Me
observan. Hay dos áreas en donde no hay hierba, sólo tierra rojiza, y es a uno
de estos anillos a donde vienen varias veces al día a revolcarse. Primero las
madres, luego los burritos. Éstos tienen ya una franja negra en los lomos.
Ahora se aproximan. Llega el olor de los burros y el salvado
–no es el olor de los caballos, que es más discreto. Las madres rozan mi cabeza
con sus quijadas. Son blancos sus hocicos. Las moscas les revolotean alrededor
de sus ojos, mucho más agitadas que sus propias miradas interrogantes.
Cuando se quedan a la sombra, en el lindero del bosque, las
moscas se marchan, y pueden quedarse casi inmóviles durante media hora. En la
sombra del medio día, el tiempo se ralentiza. Cuando uno de los burritos mama
(la leche de burra es la más semejante a la humana), las orejas de la madre se
echan hacia atrás y apuntan a la cola.
Rodeado de los cuatro burros en plena luz del día, mi
atención se fija en sus patas, dieciséis de ellas. Son esbeltas, contundentes,
contienen concentración, seguridad. (Las patas de los caballos parecen
histéricas en comparación.). Estas son patas para cruzar montañas que
ningún caballo se atrevería a cruzar, patas para soportar cargas inimaginables
si se consideran tan sólo las rodillas, las espinillas, las cernejas, los
jarretes, las canillas, los cuartos, las pezuñas. Patas de burro.
Deambulan con la cabeza baja, pastando, mientras sus orejas
no se pierden nada; los observo, atento. En nuestros intercambios, tal como
ocurren, en la compañía que nos ofrecemos a medio día, hay un sustrato de algo
que sólo puedo describir como gratitud. Cuatro burros en un prado, mes de
junio, año 2005.
10. Sí, entre
otras muchas cosas, sigo siendo marxista.
Nota
[1] Hemos optado por no retraducir del inglés la
cita que corresponde al original francés. En su lugar, empleamos la versión en
castellano de la tesis nº 165, tomada de Debord, Guy. La sociedad del
espectáculo. Prólogo, traducción y notas de José Luis Pardo. 2ª edición.
Valencia, PRE-TEXTOS, 2003. 176 p.
[Nota del Editor]
John Berger es escritor, poeta,
crítico de arte, ensayista y pintor. Entre sus libros destacan De sus fatigas:
Puerca tierra, Una vez en Europa, y Lila y Flag; G., Hacia la boda, Páginas de
la herida, Modos de ver y Algunos pasos hacia una pequeña teoría de lo visible.
En FronteraD ha publicado Los
bosques.