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Friedrich Engels ✆ Ufuk Sucsuzer
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Ariel Mayo | Friedrich
Engels (1820-1895) escribió la Introducción a La guerra civil en Francia para
la reedición de esta obra, con motivo de la conmemoración del 20° aniversario
de la Comuna de París. (1) La guerra civil en Francia es el título del
manifiesto de la 1° Internacional dedicado a la Comuna. Fue redactado por Karl
Marx (1818-1883). En este blog dedicamos un artículo a comentar dicho manifiesto. La
“Introducción” de Engels puede dividirse en dos partes desde el punto de vista
de su estructura temática. En la primera hace la presentación de la obra de
Marx y del contexto histórico de la Comuna, así como también esboza una reseña
de la acción de ésta. En la segunda desarrolla los aportes de la Comuna en la
cuestión del Estado. En esta reseña me concentraré en esta última parte.
La experiencia de la Comuna marcó un antes y un después en
el movimiento socialista. Hasta ese momento, la cuestión del Estado era un
problema más teórico que práctico. Las distintas corrientes socialistas
(incluimos aquí al anarquismo) veían al Estado como un enemigo al que había que
destruir o procuraban ignorarlo, construyendo las bases del socialismo por fuera
de la intervención de este. La Comuna, al concretar la toma
del poder por la
clase obrera (aunque sea por un breve plazo) obligó a la militancia socialista
a plantearse (o replantearse) qué hacer con el Estado en el caso de una
revolución triunfante. Hasta ese momento, corrientes como el blanquismo (2) o
los mismos Marx y Engels defendían la idea de que había que servirse del Estado
para dirigir a la sociedad hacia el socialismo. Como tantas otras veces, la
experiencia del movimiento obrero forzó a Marx a modificar radicalmente sus
puntos de vista.
Al revisar sobre la marcha misma de los acontecimientos las
acciones de la Comuna, Marx llegó a la conclusión de que,
“la clase obrera no
puede limitarse simplemente a tomar posesión de la máquina del Estado tal y
como está y servirse de ella para sus propios fines.” (3).
Engels enfatiza esto en su “Introducción”:
“La Comuna tuvo que
reconocer desde el primer momento que la clase obrera, al llegar al poder, no
podía seguir gobernando con la vieja máquina del Estado; que, para no perder de
nuevo su dominación, recién conquistada, la clase obrera tenía, de una parte,
que barrer toda la vieja máquina represiva utilizada hasta entonces contra
ella, y, de otra parte, precaverse contra sus propios diputados y funcionarios,
declarándolos a todos, sin excepción, revocables en cualquier momento.” (p.
265).
La clase obrera no puede servirse del Estado burgués, del
Estado creado a su imagen y semejanza por la burguesía, porque dicho Estado es
una máquina de opresión. Hay que recordar que la institución estatal surgió con
la división de la sociedad en clases sociales antagónicas, y que su objetivo
primordial fue reproducir la dominación de la clase dominante en cada momento
histórico. Engels indica en el texto que el Estado, además de este objetivo,
puede transformarse en un fin en sí mismo:
“En un principio, por
medio de la simple división del trabajo, la sociedad se los órganos especiales destinados a velar por
sus intereses comunes. Pero, a la larga, estos órganos, a la cabeza de los
cuales figuraba el poder estatal, persiguiendo sus propios intereses
específicos, se convirtieron de servidores de la sociedad en señores de ella.
Esto puede verse, por ejemplo, no sólo en las monarquías hereditarias, sino
también en las repúblicas democráticas. No hay ningún país en que los
«políticos» formen un sector más poderoso y más separado de la nación que en
Norteamérica. Aquí cada uno de los dos grandes partidos que alternan en el
Gobierno está a su vez gobernado por gentes que hacen de la política un
negocio, que especulan con las actas de diputado de las asambleas legislativas
de la Unión y de los distintos Estados federados, o que viven de la agitación a
favor de su partido y son retribuidos con cargos cuando este triunfa. (…) Y es
precisamente en Norteamérica donde podemos ver mejor cómo progresa esta
independización del Estado frente a la sociedad, de la que originariamente
debía ser un simple instrumento. (…) en Norteamérica nos encontramos con dos
grandes cuadrillas de especuladores políticos que alternativamente se
posesionan del poder estatal y lo explotan por los medios y para los fines más
corrompidos; y la nación es impotente frente a estos dos grandes cárteles de
políticos, pretendidos servidores suyos, pero que, en realidad, la dominan y la
saquean.” (p. 265-266).
Más allá de que el párrafo citado contiene la tesis
(errónea) de que el Estado surgió para servir a los “intereses comunes de la
sociedad”, el énfasis de Engels acerca de la progresiva autonomía del Estado
frente a la sociedad es de rigurosa actualidad. El Estado capitalista es
inseparable del mantenimiento de la explotación de la clase trabajadora; dicho
en otros términos, desde el punto de vista de su propio financiamiento requiere
de la plusvalía extraída por los empresarios a la clase trabajadora. Esto pone
un límite a la autonomía del Estado capitalista: no le es posible “sacar los
pies del plato” del capitalismo. Pero la creciente extensión de la división del
trabajo bajo la lógica del capital hace que el Estado deba encarar tareas cada
vez más complejas de regulación; la burocracia estatal se multiplica y, como es
sabido, los burócratas pasan a considerar como un fin en sí mismo a la
conservación de sus privilegios. De este modo, a la vez que sirve al capital,
el Estado se convierte cada vez más en un parásito que succiona cada vez más
recursos de la sociedad.
El ejemplo de los EE.UU. es significativo. En la actualidad,
cuando tantos políticos e intelectuales progresistas consideran que el Estado es
el remedio para los males de la sociedad, donde se pregona la consigna “más
Estado” como antídoto frente a los estragos del “neoliberalismo”, es
conveniente volver a los clásicos. El Estado es una herramienta de dominación
aunque se vista de “nacional y popular”. El Estado capitalista es cada vez más
un parásito aunque se pregone que es un instrumento de “liberación”. Engels
sostiene que, en la medida en que se mantenga la dominación del capital sobre
el trabajo, ninguna liberación puede venir por el lado del Estado. De ahí que
la transformación de la estructura estatal y la abolición de la propiedad
privada de los medios de producción sean tareas que no pueden separarse.
“En realidad, el
Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo
mismo en la república democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los
casos, un mal que se transmite hereditariamente al proletariado triunfante en
su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, lo mismo que
lo hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los lados
peores de este mal, entretanto que una generación futura, educada en
condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo
del Estado.” (p. 267).
Engels, como Marx en el manifiesto de la 1° Internacional,
resalta la eliminación del ejército permanente y de la policía por la Comuna.
La transformación del Estado comienza por la desaparición de su aparato
represivo y su reemplazo por el armamento general del pueblo (vieja consigna
del movimiento socialista). Esto modifica radicalmente el significado de la
expresión dictadura del proletariado: ya no se trata de una dictadura a través
del aparato represivo heredado de la burguesía. No hay que temer a las
palabras. Una transformación radical de la sociedad implica modificar
radicalmente la relación de fuerzas, y la revolución socialista, si tiene algún
sentido, es precisamente la modificación más radical de esa relación de
fuerzas. Esto supone, hablando en criollo, pasar por encima de los derechos
adquiridos por la burguesía, de la legalidad desarrollada bajo el capitalismo.
Es un hecho de fuerza. Si esa supresión de la legalidad burguesa se hace con
los mismos instrumentos del Estado burgués, derivará tarde o temprano en la explotación
de la sociedad por los funcionarios. La burocracia socialista pasará a ser la
clase dominante en la sociedad y, si se mantiene la economía mercantil, tarde o
temprano retornará el viejo capitalismo.
Para que la dictadura del proletariado signifique algo
diferente a la dictadura del capital es preciso hacer pedazos el aparato
represivo del Estado capitalista y desarrollar la democracia a niveles
imposibles bajo el capitalismo. Algo de eso hizo la Comuna cuando estableció
que todos sus funcionarios serían elegidos en elecciones y que sus mandatos
podrían ser revocados si no cumplían lo prometido a sus electores. Además, la
Comuna resolvió que ninguno de sus funcionarios podría cobrar un salario
superior al de un obrero.
“Últimamente, las
palabras «dictadura del proletariado» han vuelto a sumir en santo horror al
filisteo socialdemócrata. Pues bien, caballeros, ¿queréis saber qué faz
presenta esta dictadura? Mirad a la Comuna de París: ¡he ahí la dictadura del
proletariado!” (p. 267).
Los intelectuales, ya sean marxistas, liberales o
conservadores, suelen pensar que extraen de sus cabezas toda la sabiduría del
mundo. El texto de Engels demuestra, para el caso del marxismo, que fue la
experiencia concreta del movimiento obrero la que motivó las transformaciones
fundamentales de la teoría.
Notas
(1) Utilizo la traducción española incluida en: Marx, Karl y
Engels, Friedrich. (1983). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (pp. 256-267).
(2) El blanquismo era la corriente socialista liderada por
Auguste Blanqui (1805-1881). Sostenía que un grupo de revolucionarios
profesionales tenía que tomar el poder por medio de un golpe de mano, y a
partir de allí llevar adelante la transformación socialista de la sociedad.
(3) Marx, Karl, La guerra civil en Francia, en: Marx, Karl y
Engels, Friedrich. (1983). Obras escogidas. Moscú: Progreso. (p. 295).