Había nacido en el año de 1940, en el seno de una familia judía, en el barrio del Bronx en Nueva York y vino a morir el 11 de septiembre de 2013 en esa misma ciudad. Hizo de esa ciudad su escenario literario y así como Woody Allen realizó poesía cinematográfica con Manhattan; Marshall Berman puso a confluir en el Bronx toda la historia de la modernidad. El paseante de Baudelaire y de Walter Benjamin por los “pasajes” de París del II Imperio, o las calles como sitios para el ejercicio del totalitarismo en San Petersburgo, a través de las novelas y los poemas de
Dostoievski, se terminan convirtiendo en geografías próximas, que por las afinidades culturales, por los programas de vanguardia y de política en común, transgreden los límites del territorio y confabulan la ciudad de Nueva York de los años sesenta, con su dosis de protesta social, de multiculturalidad, de luchas renovadas contra el autoritarismo o la pobreza, protagonizadas desde el corazón mismo, hermoso y podrido de la capital de la modernidad tardía.
No publicó en vida muchos libros. Fue suficiente con unos cuantos ensayos acerca de la calle moderna, sobre la experiencia de la modernidad en la vida urbana y acerca del papel que esta ha representado. “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, una frase tomada del “Manifiesto del Partido Comunista” encabezó esta colección de ensayos, publicados en el año de 1982 en uno de los momentos más dramáticos para la izquierda mundial, debido a la crisis inminente del paradigma comunista de estado de la Europa oriental. En su prosa de ensayista, Marx no fue solo un economista o un filósofo que nos enseñó a entender las desigualdades y buscar la manera de cambiarla; en su literatura Marx es un verdadero artista moderno, en la tradición de Charles Baudelaire o de Walter Benjamin, pues su experiencia de la revolución está unida a la vida de la calle, a los movimientos sociales que hermanan al París de las barricadas, a los negros rebeldes de Haití, a los guevaristas de Bolivia, a los comunistas de Cuba, a los sandinistas de Nicaragua, a los Zapatistas de México, a los indignados de todas las ciudades del planeta hoy, etc., etc. Donde haya malestar, donde se erija una barricada o haya un alzamiento, una “minga”, un mínimo brote malestar con la injusticia social, estamos participando de la experiencia de ser moderno que es como tomar el cielo por asalto.
He vuelto a abrir las páginas de “Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad”. Al hacerlo algunas páginas han caído, como quien entra a los interiores de un edificio en ruinas. He revisado de nuevo algunos subrayados míos, comentarios a pié de página: el Fausto como desarrollista y modernizador del territorio. El amor y la política al analizar la imagen del poema de Baudelaire donde unos amantes se descubren incómodos de su felicidad ante la mirada del pordiosero que los observa a través de los vidrios del Boulevard. Esa reunión de ensayos suyos, tejidos por el hilo de la pregunta acerca del significado de la modernidad, han bastado para que en diversos cursos universitarios: de a arquitectura a la literatura, de la filosofía a la historia de los movimientos sociales, este libro encuentre un sitio en la mesa de los lectores.