- No es casual que los documentos de Santa Fe IV,
elaborados por los estrategas político-militares del Pentágono, identifiquen a
Simón Bolívar (junto con la teología de la liberación y Antonio Gramsci) como
uno de los principales enemigos actuales de Estados Unidos.
-¿Qué pensó Marx sobre
el problema nacional?
-La posición histórica del marxismo no ha sido unívoca ni
uniforme. En sus primeros escritos Marx y Engels tenían, junto a su humanismo
universalista y al internacionalismo, un punto de vista cosmopolita,
sintetizado en la expresión “los trabajadores no tienen patria” del Manifiesto
comunista (1848). Ese mismo año Engels escribía: “En América hemos
presenciado la conquista de México la que nos ha complacido. Constituye un
progreso, también, que un país ocupado hasta el presente exclusivamente de sí
mismo, desgarrado por perpetuas guerras civiles e impedido de todo desarrollo,
un país que en el mejor de los casos estaba a punto de caer en el vasallaje
industrial de Inglaterra, que un país semejante sea lanzado por la violencia al
movimiento histórico. Es en interés de su propio desarrollo que México estará
en el futuro bajo la tutela de los Estados Unidos” (1848). Apenas un año
después Engels se pregunta: “¿O acaso es una desgracia que la magnífica
California haya sido arrancada a los perezosos mexicanos, que no sabían qué
hacer con ella?" (1849). En sus artículos sobre “La dominación británica
en la India” (1853) Marx justifica la penetración del colonialismo inglés en el
oriente en nombre del “progreso histórico” (aún cuando se queja en el terreno
ético de los métodos salvajes de los británicos).
En ese horizonte Engels hacía suya la concepción de Hegel
sobre los “Pueblos sin historia”, naciones periféricas condenadas,
supuestamente, a no tener un estado propio. El triste y erróneo artículo de
Marx sobre Simón Bolívar (enero de 1858) constituye probablemente la última
prolongación de ese paradigma eurocéntrico, moderno, cosmopolita y progresista
del Manifiesto comunista.
A partir de allí Marx y Engels revisan su propia teoría,
amplían notablemente su mirada del mundo (empiezan a hacerlo estudiando el
comercio exterior de Inglaterra y sus colonias), comienzan a simpatizar con las
rebeldías del mundo periférico, colonial y dependiente y reflexionan agudamente
sobre el problema nacional desde un ángulo completamente distinto. Desde fines
de la década de 1850 y sobre todo en las de 1860 y 1870, abandonan el
cosmopolitismo, conservando el internacionalismo, pero articulado ahora con una
mayor comprensión del problema nacional. En su trayectoria teórica y científica
se produce una fuerte discontinuidad y un viraje donde radicalizan su crítica
del capital europeo occidental y su expansión “progresista” que aplasta los
pueblos y somete las naciones de la periferia colonial o dependiente. Irrumpen
entonces en su producción teórica India, China, Birmania, Rusia, Persia, islas
Jónicas, América Latina, África e incluso en el interior de Europa las
“atrasadas” Irlanda, Polonia y España.
-¿A qué conclusión
política llegan Marx y Engels a partir de ese viraje teórico?
-Estudiando en 1854 la revolución española Marx lee una
frase programática y emblemática que lo deslumbra, pronunciada en 1810 por el
indio americano Dionisio Inca Yupanqui en las cortes de Cádiz: “Un pueblo que
oprime a otro pueblo no puede ser libre” (Yupanqui se refiere a la opresión del
pueblo español sobre los pueblos indígenas y mestizos de Nuestra América). Marx
la hace suya y la aplicará en 1869 cuando se ocupe de Irlanda, reformulando la
expresión de Yupanqui para el caso del proletariado inglés y el pueblo de su
colonia Irlanda (Lenin utilizará reiteradamente la expresión que Marx adopta
del indígena Yupanqui en sus escritos sobre la cuestión nacional, lo cual
demuestra que los americanos hemos contribuido también a la gestación del
marxismo, incluso del marxismo clásico europeo). El proletariado inglés
—supuestamente depositario de “la misión civilizadora del progreso”— no
liberará las colonias; son las colonias las que se liberarán a sí mismas,
posibilitando la emancipación del proletariado metropolitano. Una inversión
completa del eurocentrismo colonial y del cosmopolitismo “progresista”.
Esa crítica ácida contra el eurocentrismo y el
euroccidentalismo desarrollada en sus escritos sobre China de 1853 y en los Grundrisse [primeros
borradores de 1857-58 de El Capital] se profundizará aún más en la carta
de Marx de 1877 a la redacción del periódico ruso Anales de la patria y
en los extensos borradores de su correspondencia de 1881 con Vera Zasulich, así
como también en sus Apuntes etnológicos de 1880-1882. En todos esos
materiales de madurez Marx ubica en el centro de sus reflexiones teóricas a la
periferia del sistema mundial capitalista, al mundo colonial y dependiente, sometiendo
a crítica la mirada cosmopolita, ingenuamente apologista del “progreso”.
Abandona terminantemente el cosmopolitismo y defiende con entusiasmo las causas
nacionales de Irlanda, Polonia y otros países sometidos que luchan por su
liberación nacional. Incluso en esa época, según revela su correspondencia,
simpatiza abiertamente con los métodos de lucha armada de los irlandeses y los
populistas rusos que realizan atentados contra el zar. En su corpus teórico de
madurez el eje se desplazó del centro europeo a las periferias coloniales y
dependientes. Marx no duda en apoyar la lucha armada de estos pueblos rebeldes.
¡Cuánto desconocimiento y cuanta ignorancia sobre Marx
tienen los supuestos “eruditos” académicos del marxismo que utilizan frases
sueltas y descontextualizadas de este genio del pensamiento para desconocer el
papel del imperialismo contemporáneo, apoyando bochornosamente con jerga “de
izquierda” y poses supuestamente “internacionalistas” los bombardeos
neocoloniales del Pentágono y la OTAN en Libia, las guerras de saqueo en
Afganistán e Irak, las intervenciones norteamericanas en Siria y Venezuela y
muchas otras hazañas “humanitarias” del imperialismo! Desde ese ángulo,
pretendidamente cosmopolita y eurocéntrico, han llegado a apoyar a Margaret
Thatcher y su aventura neocolonial en nuestras islas Malvinas, donde la OTAN
construyó una base militar nuclear.
-¿Cuáles han sido los
debates históricos en el marxismo posterior a Marx en torno a la cuestión
nacional?
-Después de Marx lamentablemente la Segunda Internacional
desconoce el viraje teórico del maestro, retrocede y vuelve a incurrir en el
peor eurocentrismo. Para la socialdemocracia el socialismo es cuestión de gente
blanca, urbana y europea. Así pensaban H. van Kol, Emilio Vandervelde y muchos
otros reformistas. En el congreso de la II Internacional de 1907, en Stuttgart,
las posiciones que declaraban “no repudiar ni en principio ni para siempre toda
forma de colonialismo, el cual, bajo un sistema socialista, podría cumplir una
misión civilizadora” ganaron la adhesión de casi la mitad de la Internacional.
Patético. Sólo Lenin y Rosa Luxemburg (aún discrepando entre sí sobre Polonia)
se animaron a arremeter contra semejante engendro eurocéntrico. Lenin fue el
más radical planteando como programa político estratégico la doctrina de la
autodeterminación de las naciones, sin vasallaje imperial o colonial de ningún
tipo, ni “humanitario”, ni “civilizado” ni “socialista”. De este modo Lenin
abre el comunismo e incorpora en la revolución mundial a todas las culturas y
naciones del Tercer Mundo. Ho Chi Minh recuerda en sus memorias cómo se puso a
llorar de emoción cuando leyó a Lenin, pues hasta ese momento la Internacional
era cosa de “blancos europeos y civilizados”. Los amarillos, los negros, los indígenas,
los mestizos y todo el mundo colonial, semicolonial y dependiente no entraban
en “el colonialismo socialista” de la Segunda Internacional.
Pero la apertura y el brillo de Lenin duraron poco. Tras su
muerte, Stalin sacrifica el internacionalismo alcanzado subordinándolo a la
razón de Estado y al interés estatal de Rusia con su doctrina del “socialismo
en un solo país” que no sólo no resolvió el problema nacional sino que
multiplicó una serie infinita de discordias y odios nacionales en los pueblos y
culturas a los que se les negó la autodeterminación y se les impuso el idioma
ruso por la fuerza.
En términos generales, en todos esos casos—desde el
eurocentrismo occidentalista hasta la posición leninista de la
autodeterminación de las naciones— la disyuntiva giraba en torno a naciones ya
constituidas oprimidas por grandes potencias.
En Nuestra América Mariátegui aborda el problema desde un
nuevo ángulo, ya que en nuestro continente las naciones no están plenamente
constituidas. Las repúblicas heredadas de las primeras guerras de independencia
(donde Bolívar y San Martín triunfan sobre el colonialismo europeo) son
repúblicas bananeras hegemonizadas por las mezquinas y miopes clases dominantes
criollas, patrias chicas y retazos fragmentados de la Patria Grande
bolivariana. De la gran nación unificada a escala continental con la que soñaba
Bolívar pasamos —gracias a la mano pérfida de Inglaterra y Estados Unidos— a
más de 20 republiquetas, enemistadas entre sí (a tal punto que en Centro
América hubo guerras hasta por el fútbol), que además oprimen a los pueblos
originarios con una institucionalidad burguesa y oligárquica. Por eso
Mariátegui reformula “la cuestión nacional” de los clásicos del marxismo
europeo desde un ángulo muy novedoso. A partir de la revolución cubana y el
auge de la insurgencia continental de los 60 y 70, comienzan a reivindicarse
las primeras guerras de independencia de la Patria Grande como parte
constitutiva del proyecto socialista y comunista contemporáneo.
-¿Cómo pensás que
pueden articularse las luchas de liberación nacional o las reivindicaciones
identitarias particulares, con la lucha anticapitalista y por el socialismo que
es profundamente internacionalista?
-La fórmula clásica según la cual la revolución socialista
es “internacional por el contenido, nacional por la forma” me resulta hoy un
poco esquemática. No creo que la identidad nacional latinoamericana sea
simplemente un problema de “forma”, una presentación “folclórica”, externa y
decorativa de algo que ya está completamente masticado y acabado. No existe un
modelo universal (extraído de Europa occidental) que “se aplica” mecánicamente
país por país, según las variaciones idiosincráticas del folclore local. La
historia nacional está presente también en el contenido de las revoluciones de
liberación nacional y social. Ejemplo: para la revolución cubana la herencia de
Martí no es un adorno decorativo externo sino parte de su misma conformación y
gestación histórica.
Por otro lado, no pondría en el mismo plano las luchas de
liberación nacional a escala continental —sobre todo en perspectiva
bolivariana, a escala de la Patria Grande— y los conflictos de dominación
clasista —la lucha de clases— junto con los problemas de reivindicaciones
identitarias, como la cuestión de género y las múltiples opciones de diversidad
sexual, la cuestión del racismo u otras análogas. Todas esas perspectivas de
análisis son legítimas y validas ya que abordan distintos tipos de opresión
bajo el capitalismo pero se desarrollan y despliegan en planos diferentes de la
lucha, no siempre equivalentes ni simétricos. ¿Dónde estaría la diferencia
específica entre estas problemáticas? En su capacidad de aglutinar, convocar y
articular rebeldías diversas contra el sistema capitalista.
La Academia norteamericana y la francesa han elaborado y
difundido una cantidad abrumadora de literatura teórica y política destinada a
convencer al movimiento popular de que el mejor de los mundos posibles gira en
torno a las luchas de gueto, a las reformas institucionales puntuales, a los
juegos de lenguajes recíprocamente ajenos, intraducibles e inconmensurables de
cada movimiento social. Esas academias y el pensamiento posmoderno han
insistido durante 30 años que cualquier articulación totalizante que reúna las
múltiples rebeldías en un frente común contra el capitalismo y el imperialismo
es... “opresiva”, “sustitucionista” y en última instancia “totalitaria”.
Curiosamente para ser libertario y políticamente “radical”... hay que
conformarse con reformas institucionales que den cuenta de identidades
particulares (por ejemplo, leyes antirracistas que protejan al pueblo judío de
la marginación, ley del matrimonio igualitario para el movimiento gay,
programas de discriminación positiva para los negros y negras
afrodescendientes, etc.). Reformas institucionales en defensa de “la
diversidad” plenamente compatibles con el sistema capitalista. No casualmente
en EEUU, la potencia imperialista más opresiva, vigilante y represora del mundo
(como reconocen el más teórico Noam Chomsky o el más práctico Snowden), hay
generales gays, un presidente negro, ministros de origen judío y torturadoras
mujeres. Un gran respeto por “la diversidad”... siempre dentro del capitalismo
y el imperialismo, por supuesto.
A contramano de posmodernos y multiculturalistas, el gran
desafío del marxismo revolucionario latinoamericano consiste en poder articular
todas las rebeldías multicolores en un proyecto colectivo de hegemonía
socialista apuntando a construir a escala de la Patria Grande ese sueño
inacabado e inconcluso de Simón Bolívar cuando dijo “Para nosotros la patria es
América”, así como para Martí “Patria es humanidad”. El socialismo y el
comunismo internacionalistas no son grises, tienen múltiples colores. El rojo,
si quiere triunfar sobre el capitalismo y el imperialismo, tiene que ser la
síntesis integradora y aglutinadora de ese arco iris multicolor donde no pueden
estar ausentes la identidad cultural de nuestros pueblos y la emancipación
nacional de la Patria Grande, proyecto todavía inconcluso de nuestros primeros
libertadores y libertadoras.
-¿Cómo se ha pensado
la cuestión nacional desde el guevarismo? ¿Cómo la abordó el PRT de Argentina?
-El Che Guevara no es una estrella solitaria, sino uno de
los máximos exponentes de la revolución cubana y latinoamericana. Esa
revolución se inspira, ya desde el asalto al cuartel Moncada de 1953, en el
programa de José Martí. Más tarde, habiendo triunfado sobre el enemigo
imperialista y la burguesía lumpen, mafiosa y prostituída de la isla, la
revolución cubana sintetiza su mirada del problema nacional en la Segunda
Declaración de La Habana, combinando tareas nacionales-antimperialistas con las
específicamente socialistas. Hijo de ese horizonte, el Che comunista e
internacionalista, recupera al mismo tiempo a San Martín (discurso del 25 de
mayo de 1962 en La Habana), a Bolívar (en sus Cuadernos de lectura de
Bolivia) y a Martí (en “Notas para el estudio de la ideología de la
revolución cubana”). Según Pombo, sobreviviente de la guerrilla de Bolivia, el
Che compartía con sus compañeros las lecturas sobre Juana Azurduy y la guerra
de guerrillas de las republiquetas del Alto Perú contra el colonialismo
español.
Aprendiendo del Che, diversos exponentes del guevarismo
latinoamericano se esforzaron por sintetizar el método, la concepción del mundo
y de la vida y la ideología marxista con las tradiciones nacionales
indo-latino-nuestroamericanicanas. Desde Carlos Fonseca a Miguel Enríquez,
desde Raúl Sendic a Roque Dalton, desde Camilo Torres a Manuel Marulanda Velez,
incluyendo en esa familia continental al argentino Mario Roberto Santucho.
No casualmente el PRT [Partido Revolucionario de los
Trabajadores] elige la bandera latinoamericana (no sólo argentina) del ejército
de los Andes de San Martín para identificar sus emblemas en la fundación del
ERP [Ejército Revolucionario del Pueblo].
Plantear que “no hay nada que reivindicar de la lucha
independentista del siglo 19 porque allí no había obreros” me parece expresión
de una aguda ignorancia e incomprensión del marxismo y de su metodología
histórica. Ese internacionalismo abstracto, pretendidamente cosmopolita e
ignorante de nuestra historia en nombre del “clasismo”, está más cerca del
tímido reformista Juan B. Justo (que nunca entendió ni al colonialismo ni al
imperialismo) que del Che Guevara, Lenin y sobre todo del propio Marx.
-¿En qué sentido
pensás que los sentidos atribuidos y asignados a la noción de patria, a los
símbolos nacionales, forman parte de la disputa ideológica?
-Julio Antonio Mella solía repetir que la palabra “patria”
en manos de la burguesía es como un tambor, suena muy fuerte pero está vacía.
En cambio cuando son los sectores populares los que apelan a la tradición
patriótica y nacional, el concepto de “patria” adquiere un sentido
completamente distinto. Fundamentalmente en países como los nuestros, donde la
dependencia jamás desapareció (incluso se profundizó), aunque la palabra
“dependencia” haya circulado menos en la academia de los últimos 30 años. Que
se utilice menos la palabra no significa que haya desaparecido la realidad que
ese término designa. Lejos estamos del giro lingüístico donde todo queda
prisionero del lenguaje y se evapora la realidad social. Más allá de los
discursos y las palabras hay un mundo. En ese mundo social existe lucha de
clases. En el ámbito de la cultura y la reproducción cotidiana del orden
social, nada queda al margen de esa lucha de clases. Incluyendo la historia
nacional y sus símbolos patrios. El San Martín de Videla (supuestamente un
general blanquito y europeo, enemigo de Bolívar) y el de Robi Santucho o
Rodolfo Walsh (concebido como un patriota latinoamericano, defensor de la
Patria Grande, amigo y compañero de Bolívar) no sólo son distintos sino
opuestos y antagónicos. El mismo año (1970) en que el genocida y torturador
ejército argentino financiaba y producía la películaEl Santo de la Espada sobre
San Martín, el ERP adoptaba su bandera como símbolo revolucionario. Quien
controle el pasado, manejará el presente escribía George Orwell. Emancipar el
pasado para liberar el futuro es la tarea del momento. La disputa del año 2010
por el Bicentenario de la independencia lo ha demostrado de manera muy clara.
-¿Qué baches
encontraste en la historia oficial cuando estudiaste los procesos de
revoluciones de independencia en América latina y en el Río de la Plata?
-En primer lugar, el eurocentrismo, que sigue gozando de
prestigio hoy en día, bajo diversos ropajes. “Nuestra América se liberó... gracias a la invasión napoleónica de
España. Napoleón es un derivado de la revolución francesa. Por lo tanto, sin
revolución francesa, no existiría la independencia de Nuestra América”. Un
relato sesgado, unilateral, deformado, que desconoce 500 años de resistencia
continental y el ciclo que inician Tupac Amaru en 1780 y Haití una década
después y que sólo concluye en 1824 con la batalla de Ayacucho. El historiador
francés Pierre Chaunu —repetido en las academias hasta el cansancio— lo
sintetizó diciendo que los latinoamericanos no nos independizamos, recibimos
(como un regalo) la independencia. Falso, miserable, altanero y petulante.
En segundo lugar, la construcción de mitos, falsas
dicotomías y panteones de la escuela del general Bartolomé Mitre, continuados
por Sarmiento y Levene, a quienes se agregaron la Academia Argentina de la
Historia (núcleo del gorilaje académico) y el Instituto Nacional Sanmartiniano
(fundado por el ultracatólico José Pacífico Otero en el Círculo Militar). Esta
corriente opone San Martín contra Bolívar, pretende desconocer el Plan
revolucionario de operaciones de Mariano Moreno y condensa un elitismo
insoportable. Eso en cuanto a la historia oficial, de factura
liberal-conservadora y brutalmente eurocéntrica.
Por oposición a ella, el revisionismo rosista y católico,
invirtió la ecuación liberal dejando intactos los términos. San Martín se
convierte en un represor, la mazorca rosista en un modelo a imitar y así de
seguido.
La historiografía mitrista liberal fue luego reemplazada en
la historia oficial y en la Academia por el relato posmoderno según el cual
rastrear las raíces de las luchas independentistas es incurrir en un supuesto “mito
del origen”, una impugnación que apunta a deslegitimar todo lo que contribuya a
la fortalecer la memoria histórica y la autoestima popular, dimensiones
fundamentales de cualquier resistencia y proyecto revolucionario. Para el
posmodernismo todo es “mito” menos… el mercado, la republica parlamentaria y el
capitalismo.
Finalmente me encontré con la producción historiográfica de
gente bien intencionada, con voluntad de fidelidad a Marx (en general al Marx
cosmopolita previo a su viraje sobre el problema colonial y nacional), pero que
seguía presa de modelos eurocéntricos y tipos ideales extraídos de la
revolución industrial inglesa y la revolución política francesa. Una
metodología que les impedía, a pesar de sus buenas intenciones, ajustar cuentas
y hacer un beneficio de inventario con la historia apologética y oficial de la
burguesía argentina. Para esta corriente, Sarmiento es un ídolo (tanto en el
caso de la historiografía del stalinismo como en la del trotskismo), Bolívar un
populista bonapartista y la clave de nuestra historia está en.... “el
desarrollo de las fuerzas productivas”. Por lo tanto, la mayor parte de las
resistencias frente al colonialismo europeo terminan condenadas “porque no
tenían un programa para desarrollar las fuerzas productivas”. En nombre de
Marx, se termina coincidiendo con el aplauso apologético a los vencedores y la
condena a los que resistieron. En algunos casos extremos se termina insultando
a Bolívar para aplaudir a Bernardino Rivadavia (su gran enemigo argentino,
paralelo a su enemigo colombiano Santander) o incluso se festeja la feroz y
mugrienta guerra al Paraguay porque supuestamente.... “desarrolló las fuerzas
productivas”.
Frente a tantos equívocos historiográficos defendemos la
pertinencia de una nueva mirada de nuestra historia, desde abajo y desde un
ángulo marxista latinoamericano y descolonizador. Una nueva mirada de nuestras
guerras de independencia y de nuestra lucha de clases, que reivindique con
orgullo y con honor a nuestros miles y miles de masacradas y asesinados
mientras resistían y luchaban heroicamente contra el colonialismo, hayan tenido
o no un programa completo y explicitado hasta el más mínimo detalle para
desarrollar las fuerzas productivas.
-¿Por qué y qué
reivindicar de la figura de Bolívar?
-De Bolívar reivindicamos su proyecto de liberación
continental (independencia de España pero también integración regional y unidad
continental), la conjugación de la lucha nacional y social (liberación de la
esclavitud 50 años antes que EEUU y emancipación de la servidumbre de los
pueblos originarios), su antimperialismo (identifica estratégicamente a EEUU
como enemigo histórico de Nuestra América) y su doctrina político militar
revolucionaria del pueblo en armas, condición de su triunfo sobre el
colonialismo europeo luego de varias derrotas.
Bolívar constituye hoy un símbolo de rebeldía continental,
como el Che Guevara quien, dicho sea de paso, era un convencido bolivariano (en
su mochila guerrillera de Bolivia Guevara tenía reproducido el poema de Neruda
en homenaje a Bolívar donde éste declara “despierto cada 100 años cuando
despierta el pueblo”). Su visionario proyecto de Patria Grande, todavía
inconcluso y pendiente, se ha tornado más actual que nunca en tiempos de
globalización. La Patria Grande soñada por Bolívar (compartida por Miranda, San
Martín, Mariano Moreno, Artigas y tantos otros y otras) nace en sus escritos en
la Carta de Jamaica de 1815 y en el Congreso de Panamá de 1826
enfrentando la doctrina Monroe de 1823 cuyo lema “América para los americanos”
condensa el proyecto geoestratégico del imperialismo norteamericano. No es
casual que los documentos de Santa Fe IV, elaborados por los estrategas
político-militares del Pentágono, identifiquen a Simón Bolívar (junto con la
teología de la liberación y Antonio Gramsci) como uno de los principales
enemigos actuales de Estados Unidos.