- Un enviado de Marx a Buenos Aires, las cartas que un
alemán afincado en San Luis cruzaba con Engels y Kautsky, la primera traducción
de El Capital de J. B. Justo, José Ingenieros, Alfredo Palacios, son algunos de
los personajes que animan “Marx en la Argentina, sus primeros lectores obreros,
intelectuales y científicos”, una nueva edición del libro de Tarcus que pronto
tendrá su secuela.
- “Hacen falta malos lectores para contrapesar tanta
ortodoxia y tanto canon”, dice el investigador
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Los primeros socialistas - 1892
Tarjeta postal editada por la Casa del Pueblo de Barracas
en homenaje al primer grupo de socialistas de Buenos Aires
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Horacio Bilbao | Horacio
Tarcus acaba de publicar la segunda edición de su investigación Marx en la
Argentina (Siglo XXI), un estudio centrado en cómo se leyó aquí a Karl Marx
entre 1870 y 1910. Va desde la primera vez que apareció la palabra Marx en una
publicación local, un artículo del diario La Nación que ya en 1871 lo veían
como una especie de Lucifer de la modernidad, hasta los años en los que el avance
arrollador de sus ideas lo convertirían en un referente del movimiento obrero.
Incluso aquí, en la austral pampa Argentina, donde se consolidaban las ciencias
sociales, y socialistas y anarquistas construían su relato y su base social
mientras leían a Marx. El libro de Tarcus bucea en esa temprana recepción del
autor de El capital, tan temprana que abruma incluso en tiempos de Internet.
Cómo lo leían los incipientes cientistas sociales, cómo los obreros y cómo los
intelectuales volcados o no al socialismo. Una historia apasionante que incluye
otras que no lo son menos. La de Reymond Wilmart, por ejemplo, el enviado de
Marx a la Argentina, los cruces epistolares entre Germán Avé-Lallemant y
Kautsky desde la periférica San Luis, los avatares que rodearon la primera
traducción de El capital al castellano, llevada a cabo por Juan B. Justo,
incluso datos colaterales que sorprenden. ¿Sabían que
José Martí escribió una
necrológica de Marx para La Nación? ¿Quién la escribiría hoy? ¿Quiénes
escribimos en la prensa argentina hoy? Por suerte Tarcus sigue avanzando con
sus investigaciones. Avanzando y retrocediendo en el tiempo, porque esta
historia tendrá una precuela, El socialismo romántico en el Río de la Plata que
cubre de 1837-1870, y también una secuela, de 1910 a 1983. ¿Qué pasó con Marx
en ese tiempo? ¿Qué pasó y qué pasará? Tarcus navega entre fuentes perdidas,
entre la escasez de datos del archivo local. Busca a sus personajes en el
Archivo Judicial
de la Nación, allí están todos aquéllos que alguna vez fueron
procesados. Pero no hay grandes archivos. Las cartas que Marx, Engels, y Laura
Lafargue le enviaron a Wilmart las quemó la hija de Wilmart. Las quemó!!! No
hay nada, aunque apenas haya pasado un siglo y medio. Pero Tarcus busca, y el
resultado es tan sorprendente como interpelador.
En el libro planteas
la recepción de Marx como problema, ¿cuál es para vos el principal de estos
problemas?
Entendía que el camino de la lectura normativa estaba
saturado. Aquéllas lecturas que habían establecido un Marx verdadero. Lecturas
correctas y otras incorrectas. Quise ver cómo se podía leer de modos tan
diversos a Marx, en parte porque soy un estudioso de los marxismos del siglo
XX, y estuve de joven embanderado con uno de esos marxismos. En el legado
literario que dejan Marx y Engels hay una enorme pluralidad de obras escritas
en distintos registros. Y son los marxismos los que construyen esa pluralidad,
un canon dentro de un sistema que es abierto. Cada discurso que quiere hacer
política con ese corpus dejado por Marx, llena los vacíos, simplifica, arma
sistemas. Todo el que quiere convertir la teoría en doctrina, simplifica,
adapta, reorienta.
¿Qué tan inmediata fue
aquí la identificación del movimiento obrero con el marxismo?
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Foto: Horacio Tarcus
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Esa clase obrera en formación de origen emigrante es
interpelada por diversas ideologías. La liberal, la socialista, la anarquista.
Para fines del período se asienta un nacionalismo patriótico, elaborado por las
élites de manera algo tardía. El socialismo aparece como una interpelación más,
pero es una interpelación muy potente. No es mayoritaria, es, junto con el
anarquismo, co-constitutivo del movimiento obrero. Marx, al principio, es sólo
uno de una pléyade de nombres de reformadores sociales que emergen a mediados
del siglo XIX en Europa y cuyas ideas llegan a la Argentina por distintos
medios. Es muy interesante seguir por qué el marxismo se convierte en la
ideología dominante del movimiento obrero tras la Segunda Internacional (1889).
Porque en la Primera Internacional (1864) era apenas una de las corrientes en
disputa. Acá llegan los alemanes que traen las ideas de Benoit Malon, los
exiliados franceses de la Comuna de París, que traen las ideas de Auguste
Blanqui. Llegan mazzinistas (Giussepe Mazzini), garibaldinos. José Ingenieros
trae una de las alas más radicalizadas de la segunda internacional, la de Jean
Allemand, el ala más antiparlamentaria y antipolítica del socialismo, un poco
como las corrientes trotskystas hoy, que no creen en la acción parlamentaria.
Está la influencia de Jean Jaures, sobre todo en Juan B. Justo. Hay quienes
dicen que hay heterogeneidad en el movimiento obrero argentino porque es
todavía un movimiento obrero muy inmaduro, una clase aún no formada, o formada
por artesanos. Esto no es así, en Europa donde el proceso de formación de la
clase obrera ya era algo consumado siguen existiendo estas tendencias. Me
interesó ver como el peso de las teorías de Marx va abriéndose camino entre
todas esas tendencias.
Esa primera oleada
migratoria es curiosamente socialista. Los comuneros expulsados de Francia, o
los lasallanos que se sacó de encima Bismark, algo que se revertirá, por
ejemplo, en la segunda guerra…
Así es. Es muy curioso. Los comunards no son ni marxistas ni anarquistas, son de algún modo
previos a la gran división. Sí son internacionalistas, partidarios de un
socialismo cuyos contornos son todavía muy difusos. Son conspiradores pero
creen en reformas, tiene un discurso revolucionario pero todavía son esos
artesanos que pueden convertirse en pequeño patrón, como dice Wilmart, el
enviado de Marx. Los alemanes también son artesanos, ya llegan como socialistas
encuadrados en el partido social demócrata alemán, pero tienen una fuerte
influencia lasallana. La principal referencia para ellos es La Salle, no Marx,
Marx es uno más. Ellos organizan el primer primero de mayo.
Pero el belga Raymond
Wilmart, el enviado de Marx, no confía demasiado en lo que se pueda armar aquí…
Aparece en la propia prensa de la época esa discusión sobre
las condiciones económico sociales del país para que arraigue una cultura
socialista. Wilmart, en tres cartas que le manda a Marx, evidencia su creciente
escepticismo respecto a la posibilidad de que crezca la sección local de la
Asociación Internacional de los Trabajadores (Primera internacional). El dice
que en Buenos Aires juegan en contra las muchas posibilidades que hay de
convertirse en pequeño patrón. Esto genera una ilusión de ascenso social que de
algún modo atenta contra la consolidación del socialismo. En cambio, Roberto
Payró, cuando Navarro Viola le pide un artículo sobre la prensa socialista en
la Argentina en la década de 1890, o sea 20 años después, necesita explicar
cómo está creciendo la prensa socialista no solamente en Buenos Aires sino en
todo el país. ¿A qué responde la multiplicación de esta prensa? El dice que han
comenzado a cerrarse los caminos para el ascenso social. Ya hay una clase
obrera que se estabiliza, que ve cerrados los caminos del progreso, y que se
constituye como clase política, como clase confrontada al capital.
Queda claro en el
libro que no sólo lo leen los obreros…
Es posible leerlo por fuera del proletariado. Marx elabora
un sistema teórico crítico que interpela a los cientistas sociales. El caso más
curioso de un uso productivo del pensamiento de Marx por fuera de la clase
obrera quizás sea el del naturalista alemán Germán Avé Lallemant, que lee a
Marx desde la periferia, desde San Luis. Un hombre que trabaja en el campo
encuentra en Marx una clave de los límites del desarrollo capitalista en la
periferia.
-Bueno, hay una fuerte
impronta científica en el marxismo…
Absolutamente, el marxismo de fuerte corte científico que
construye Kautsky en el seno de la Segunda Internacional entronca a la
perfección con ciertos sectores de la élite.
Y Lallemant se escribe
con Kautsky…
Siempre se dijo que se escribía con Engels y con Kautsky.
Las de Engels no aparecieron pero sí están en el apéndice las tres cartas que
encontré en el Instituto de Historia Social de Ámsterdam. Denotan simpatía,
pedidos de colaboración. Pero su historia es muy curiosa, porque está vinculado
al movimiento obrero. Es el fundador del primer periódico socialista, El obrero,
que se edita desde 1890 a 1893. Es la primera gran lectura marxista de la
sociedad argentina. Al mismo tiempo colabora en La Agricultura, una revista muy
progresista publicada por el grupo del diario La Nación, que le dan a redactar
a él y a otro pionero del socialismo argentino, Antonio Piñero. Piñero traduce
por primera vez al castellano los textos de Kautsky sobre la reforma agraria.
Esto es posible porque ese paradigma científico le permite a estos sectores
hablar en un lenguaje común. Es una lectura muy diferente a la de la clase
obrera.
-En relación a la
clase obrera, el internacionalismo de las ideas socialistas, sumado a predominancia
extranjera entre los trabajadores locales, ¿fueron factores que apartaron al
criollo?
En la visión más dura de Lallemant, sí. Teniendo en cuenta
que él lee el marxismo en una clave cuasi elitista. Llega a distinguir entre el
elemento alemán disciplinado laboriosos metódico frente al elemento latino,
inconsecuente. Pero él es una gran cabeza pensante, no un político, nunca se
integra. Ingenieros lo declara su maestro pero él lo rechaza como discípulo. Y
ahí tiene cabida una de las disputas más agrias en el proceso de formación del
socialismo argentino. Lallemant habla con una relativa distancia del socialismo
argentino. En el caso de Justo, no. Si bien él tiene una actitud despectiva
respecto a lo que el llama la política criolla, por los modos criollos de
encararla, reniega de la politiquería. Y plantea la necesidad de un obrero
pulcro, laborioso, metódico, estudioso, que participa de las prácticas de la
cooperación y del ahorro. Hay una perspectiva modélica, que tuvo respuesta
después del 1900, ya en los hijos de los inmigrantes y en un sector de lo que
sería la clase obrera nativa. Va a ser un esfuerzo muy grande que el obrero sea
ciudadano, se socialice y vote. Es una pulseada dentro del partido, frente a
los que quieren formar un apéndice de una organización internacionalista. El
primer nombre del partido, era Partido Socialista Obrero Internacional. No
estaba la palabra Argentina.
-Tomado del PSOE…
Sí, pero eran secciones de un movimiento internacional. Los
anarquistas lo van a mantener. Esa marca de internacionalismo, que no echa
raíces, es lo que rechazan figuras como Justo. Y de algún modo la emergencia de
líderes nativos ayuda. Por ejemplo la incorporación al partido de alguien como
Alfredo Palacios, y su elección como diputado, que contradice el modelo de
Justo. Es un romántico, mujeriego, bebedor, soletero empedernido preocupado por
su figura, vestimenta. Los otros son partidarios del ascetismo. Mientras es un
partido vivo, el socialista es un movimiento con muchas tendencias. Y Alfredo Palacios
se proyecta a nivel incluso continental mucho más que Justo, pese a que los que
rodean a Justo sostienen con mucha fuerza la dirección del partido.
Hemos hablado de
Lallemant, una de las figuras centrales de esta historia, la otra sin duda es
Wilmart, el enviado de Marx, todo un hallazgo y a la vez un personaje
contradictorio, que a su muerte termina siendo rescatado por el diario La
Nación, que le extirpa su pasado marxista…
Uno podría decir que se integra a la élite decepcionado de
las posibilidades de crear un partido socialista aquí. Pero en realidad él ya
era un hijo, rebelde, de la aristocracia belga. Rompe con su familia y
casualmente conoce en Bordeaux, Francia a Laura Marx, la hija de Marx, y al
yerno, el cubano Paul Lafargue. Ellos lo introducen en el mundo de la política,
y queda fascinado. Narra su encuentro con esa pareja como una suerte de
deslumbramiento. Su rebeldía encuentra algún sentido. Cuando relata que viaja a
Londres a encontrarse con Marx y su mujer, y a las otras hijas, omite decir que
viaja para participar del último congreso de La internacional, que enfrenta a
marxistas y a bakuninistas. El va a votar con los marxistas. En ese congreso se
anuncia una sección de emigrados franceses en Buenos Aires, los comuneros.
-Es un gran hallazgo
de tu investigación este personaje, y esas cartas…
La de estas cartas, inéditas hasta ahora, es una historia
increíble. Las encontró Marcelo Segal, un chileno exiliado en Ámsterdam, que
andaba tras las mismas pistas que yo. Y que tenía un libro muy importante
publicado sobre el tema. El identifica las cartas, y llega a publicar un
artículo en el que transcribe no más de tres renglones. Allí dice que tiene un
volumen en preparación sobre la recepción de las ideas de la Comuna de París y
La Internacional en América latina. Pero sufre un accidente automovilístico y
ya no puede volver al trabajo intelectual. Y muere años después. Esos papeles
nunca se encontraron. Yo viajé a Ámsterdam, al Instituto de Historia Social,
allí me dijeron que había un legado Segal, pero no lo encontré. Lo que me dejó
fueron las pistas, y la pica por este personaje Wilmart. El fue el primero que
dijo que se merecía una biografía, y criticó a quienes lo trataban de renegado,
para él siempre se mantuvo como un socialista.
-Ahora la biografía la
vas a escribir vos…
Sí, estoy reuniendo sus artículos.
-Es curioso, Wilmart
bocha la tesis de Palacios. A Wilmart lo acusan de renegado, mientras que
Palacios viene de los Círculos Católicos hacia el socialismo, parece un cruce
de caminos…
Y Palacios le entra al marxismo por la perspectiva de la
pobreza, que es la perspectiva del católico social, como lo sabemos bien hoy
con el papa Francisco. La perspectiva del marxismo no es la de la pobreza, es
la del proletariado contra el capital. Wilmart anota la tesis y el jurado
interpreta que esas anotaciones son un veto. Curiosamente Palacios después
asiste a las exequias de Wilmart.
-Muchas de las cosas
que vemos en el libro, nos hacen pensar en un tiempo muy rico para la cultura
argentina. Una base temprana y activa para la cultura socialista en el país,
¿qué pasó después?
Estoy preparando una segunda parte del libro, entroncó en
1910 y llegó a 1983. Podría mostrar la riqueza de los marxismos argentinos y
las lecturas que de Marx hicieron algunos no marxistas o no socialistas. Cómo
leyeron a Marx los sociólogos, académicos, filósofos, los liberales, los
católicos y además todas las familias de las izquierdas, sigo en esa tónica.
Ernesto Palacio lee a Marx, Scalabrini Ortíz
-Incluso los círculos
católicos, que toman su terminología para despistar, confundir…
Exactamente. Y el nacionalismo de los años 30 toma mucho de
su simbología, de los métodos de intervención pública, de la utilización de
banderas… con su impronta tomada de los nacionalismos europeos. Pero sí, lo que
hay en este período, es la perdida de la hegemonía respecto de la clase obrera.
-Aunque habrá habido
un mayor auge todavía con el impacto de la Revolución Rusa…
Sí, es enorme ese impacto. Allí se centra la primera parte
del libro. La revolución rusa va impactar sobre anarquistas y sindicalistas, y
de algún modo el partido Comunista va a intentar con su pequeña estructura
capitalizar ese hecho. Es muy interesante ver cómo los anarquistas empiezan a
leer a Marx vía la revolución rusa. Todavía en clave anarquista, en el 18, el
20, el 23. Hasta el ascenso del peronismo, hay una disputa entre un anarquismo
residual, y un sindicalismo que se hace cada vez más fuerte, el socialismo y el
comunismo, que han crecido enormemente en el seno de la clase obrera. Pero el
momento de quiebre es el 45, no hay duda.
-Imagino también un
momento clave en la derrota de la Guerra Civil española…
Es una derrota pero no una debacle moral o pérdida de
ascendiente sobre la clase obrera.
-Es cierto, además el
franquismo significó para la Argentina recibir a un sinfín de publicadores e
intelectuales que ya no tenían nada que hacer en España.
Argentina y México se beneficiaron con ese exilio. Y eso es
algo a documentar, las revistas y publicaciones que nacieron en ese período. O
el fascismo italiano, que expulsó nada menos que a un Rodolfo Mondolfo, una
figura clave en el marxismo argentino. Es un poco el Gramsci argentino, que lee
a Marx en clave historicista. Y sin embargo su vínculo con los gramscianos
argentinos en prácticamente nulo. El primer artículo que publica José Aricó es
contra Mondolfo.
-Hay varios temas en
el libro que son trasladables a la actualidad, debates internos en el marxismo
que siguen vigentes. El liderazgo, relacionado con el culto a la personalidad;
el proteccionismo, sobre el que hay muchas ambigüedades, y la estatización de
actividades y recursos, por ejemplo. Son temas sin solución…
Estoy de acuerdo. Cuando hacemos historia, estamos
precavidos del anacronismo, que sería el pecado más grave para un historiador,
pero al mismo tiempo la voluntad de exhumar viejos diarios y figuras olvidadas
tiene que ver con que esos debates, de algún modo, siguen estando abiertos. El
liderazgo dentro del partido, los conflictos del liderazgo intelectual frente al
liderazgo obrero, la cuestión de intelectuales como Justo, que dice, yo no soy
intelectual. Hay un anti-intelectualismo propio de los intelectuales. ¿Es
posible fundar una política emancipatoria, de resistencia, sin una creencia tan
firme? Benjamin dice: nada corrompió más al movimiento obrero alemán que creer
que la historia estaba de su parte. Ahora, es posible semejante mística,
semejante heroísmo y compromiso colectivo sin una creencia tan fuerte? Son
preguntas abiertas.
Te lo pregunto a vos,
los movimientos sociales en la actualidad no tienen esa firmeza teórica
avalando sus creencias, ¿es un impedimento para su avance?
Creo que no. Los movimientos sociales se han reinventado
según demandas mucho más específicas a donde la relación con lo utópico está
presente de modo productivo, han venido a ocupar cierta escena vacante que dejó
la vieja izquierda. El tema es cuando esos movimientos entienden que la demanda
sobre el Estado es insuficiente y se proponen hacer política sosteniendo algún
ideal de sociedad. Si nosotros queremos una sociedad con vínculos más
horizontales tenemos que empezar por gestar instituciones más horizontales, más
asambleísticas. En ese sentido tienen un elemento libertario que es oxigenante.
Ahora, cuando vos tenés un movimiento fundado en esa lógica anticipatoria y
querés jugar en el terreno político, donde te encontrás con organizaciones
verticalistas, aceitadas, estás en desventaja. La lógica del leninismo, aunque
hoy está cuestionada, tiene una razón de ser. Cuando él dice si nos enfrentamos
a un estado eficiente, jerarquizado, estructurado militarizado que funciona
como una maquinaria, tenemos que confrontarlo con otra maquinaria eficiente. El
anhelo anticipatorio, es una ilusión de los anarquistas, dice Lenin. Es
instrumental, porque hay que confrontar con algo muy poderoso si tenemos
verdadera vocación de poder. Los militantes de los 70 tomaron esa idea, que hoy
está en cuestión. Hoy los caminos son otros. Cómo gestar herramientas políticas
nuevas que respeten la lógica de los movimientos sociales es el gran
interrogante. Los viejos textos no nos dicen mucho. Nos vemos obligados a
leerlos, porque son ricos e iluminadores, pero allí no hay respuestas. Hay
preguntas, exploraciones y caminos que quizás no nos llevaron a ningún lado pero
que conviene estudiar, para no repetir errores y en todo caso poder inventar de
la manera más libre que se pueda.
¿Marx seguirá estando
en el centro de este debate, tiene asegurado su lugar como el gran pensador de
la izquierda?
Marx ha vuelto, contra cualquier pronóstico que se pudiera
haber hecho en el 89 o en el 95. A diferencia de otros teóricos marxistas,
mantiene una distancia de los fracasos del siglo XX. Pero ha vuelto de otro
modo. Más utópico, más autonomista…
¿Recontextualizado?
Sí, porque el Marx que conocimos en el siglo XX, es un Marx
leído desde el prisma del leninismo. Una lectura muy potente y exitosa, que se
derrumba del modo que ya sabemos. Al haberse roto esa matriz, hay un montón de
acercamientos posibles y las apropiaciones de Marx son todavía múltiples. Ya no
hay un canon tan fuerte como el del marxismo leninismo y tampoco hay un centro
de la revolución como fueron Moscú para los comunistas, París para los
trotskystas, La Habana para los guevaristas o Pekín para los maoístas. Hay algo
de auspicioso en esto. Marx quizás no tenga la hegemonía que tuvo en el siglo
pasado, pero va a seguir pesando en el siglo XXI.
¿Se necesitan esos
malos lectores de los que habla Harold Bloom?
Claro, hacen falta malos lectores para contrapesar tanta ortodoxia
y tanto canon.
-Más allá de la
cuestión política, el gran impacto de este libro está en la circulación de las
noticias, de las ideas, que viajaban, hace 150 años, a una velocidad increíble.
Hoy que todo es instantáneo, pero ni de cerca hay aquél nivel de debate.
Tardaban dos meses las ideas en viajar. Pero llegaban, se
traducían, se publicaban.
Y no es sólo un tema de velocidad. La publicación del
Manifiesto Comunista tenía un impacto político, era un folleto subversivo, y
hoy lo edita el diario Clarín en forma masiva, sin que esto sea una crítica al
diario. (Se refiere a una colección lanzada por Revista Ñ)
-¿Eso quiere decir que
perdió su impacto?
Es relativo, porque uno no puede controlar los efectos que
pueda tener una edición de semejante masividad. Sin duda hay una
neutralización, El Manifiesto se transforma en un clásico al lado de El
príncipe de Maquiavelo. Hay un efecto de neutralización que tiene que ver con
la emergencia de la cultura de masas. Yo me entrevisto con muchos militantes y
les pregunto cómo llegaron ellos al marxismo, a la izquierda. Y me hablan de un
librero, un compañero, una huelga en la fábrica, una biblioteca popular en el
barrio, un libro, normalmente son todas estas cosas, pero allí suele aparecer
el Manifiesto Comunista. Y quizás esta masificación sirva como texto iniciático
para las nuevas generaciones. Lenin se lee poco, pero Trotsky sigue estando
aquí. Mi vida, no, él es el gran derrotado político pero representa un triunfo
moral de algún modo. Son textos vivos, todavía nos hablan, no nos dan fórmulas,
pero pueden aportar a los movimientos emancipatorios.