◆ 40 Años de “Consideraciones
sobre el Marxismo Occidental”
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Louis Althusser, György Lukács & Theodor Adorno ✆ Hidra Cabero
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Ariane Díaz
En un principio fue la polémica. Lo que hoy conocemos como “Consideraciones sobre el Marxismo
Occidental”, en realidad, pretendía ser una introducción a una compilación
que estaba preparando el equipo de redacción de la conocida revista británica,
entonces dirigida por Perry Anderson, New
Left Review (NLR). El
proyecto no pudo concretarse y el texto, escrito en 1974, se publicó como libro
en 1976 con un epílogo que reflejaba las discusiones abiertas en ese colectivo
intelectual [1].
Las hipótesis del libro tenían mucho de ajuste de cuentas
con la agenda de su revista. Hay unas coordenadas que no menciona allí pero que
lo motivan: Anderson venía haciendo un balance nada halagador del marxismo
británico, para él parte de una intelectualidad atascada en una cultura
nacional conservadora y empirista que no había sabido construir ni una sociología
ni una tradición marxista sistemáticas [2]. Aquellas vertientes de lo que llamó
“marxismo continental” permitían un análisis totalizador que faltaba en la
teoría social británica. La revista había ya iniciado el trabajo de publicación
de textos de la tradición marxista francesa, italiana y alemana; desde 1966 en
adelante publicaron a Sartre, Lukács, Adorno, Benjamin, Althusser y Gramsci,
entre otros. La editorial de la
NLR,
hacia fines de 1970, contaba con más de la mitad de su catálogo dedicada a
estos autores [3]. Es decir que fue la
NLR dirigida
por Anderson la que había introducido en la isla los autores que ahora
criticaría.
Pero además, si durante los sesenta la revista había
considerado como principales tendencias del marxismo contemporáneo –donde la
diferenciación con el stalinismo tenía un lugar central– al marxismo
occidental, al maoísmo y al trotskismo, con los nuevos aires que trajo el
ascenso de la lucha de clases a partir del Mayo Francés, para Anderson había
llegado también el momento de ajustar cuentas políticas. Al marxismo occidental
ya había sido caracterizado como “esotérico” en uno de sus artículos; el
maoísmo no le parecía aplicable a las condiciones europeas –y estaba entonces
en un franco giro a la derecha–. En cambio, Anderson abogaría por recuperar una
tradición que, vía la influencia de Deutscher y Mandel, había cobrado peso en
la NLR [4]. Consideraciones… es parte de una etapa,
que podríamos extender hasta la publicación en 1983 de Tras las huellas del materialismo histórico,
en que Anderson consideró al trotskismo como una alternativa para el debate
estratégico que la nueva situación planteaba. Pero esto no fue necesariamente
compartido por sus colegas, abriendo una serie de debates internos que a su
modo Anderson intentará responder en el epílogo que agrega, al momento de su
publicación, a su libro.
Anderson resume las características de lo que va a denominar
“marxismo occidental”, opuesto a lo que considera un “marxismo clásico”, así:
Nacido del fracaso de
las revoluciones proletarias en las zonas avanzadas del capitalismo europeo
después de la primera guerra mundial, desarrolló dentro de sí una creciente
escisión entre la teoría socialista y la práctica de la clase obrera. El abismo
entre ambas, abierto originalmente por el aislamiento imperialista contra el
Estado soviético, fue ampliado y fijado institucionalmente por la
burocratización de la URSS y de la Komintern bajo Stalin. […] El resultado fue
la reclusión de los teóricos en las universidades, lejos de la vida del
proletariado de sus países, y un desplazamiento de la teoría desde la economía
y la política a la filosofía. […]. Recíprocamente, marchó a la par de un
decreciente nivel de conocimiento o comunicación internacional entre los
teóricos de los diferentes países. […] llevó a una búsqueda general
retrospectiva de antecesores del marxismo en el anterior pensamiento filosófico
europeo y a una reinterpretación del materialismo histórico a la luz de ellos.
[…] El método como impotencia, el arte como consuelo y el pesimismo como
quietud: no es difícil percibir elementos de todos ellos en el marxismo
occidental. Porque lo determinante de esta tradición fue su formación por la
derrota [5].
La definición del “marxismo clásico” y la crítica a la
división entre teoría y práctica parece haberla tomado de Deutscher, aunque el
biógrafo de Trotsky la había planteado en contraposición al “marxismo vulgar”
representado por el stalinismo [6]. La definición de “marxismo occidental”, por
su parte, había sido usada por Merleau-Ponty para destacar a un marxismo
alejado del economicismo mecánico que había cobrado peso en la socialdemocracia
y en la III Internacional stalinizada. Destacaba a las figuras de Korsch y
Lukács y una vindicación de la herencia hegeliana [7].
El agrupamiento que propone Anderson entonces es osado,
porque incluye como parte de una misma tendencia a la tradición que destacaba
Merleu-Ponty y a otros que más bien se habían enfrentado a esta lectura de
Marx: Althusser y Colletti eran abanderados, por ejemplo, de la necesidad de
extirpar del marxismo sus coqueteos hegelianos. Las críticas arreciaron desde
entonces por todos los flancos.
No faltaron los cuestionamientos por la ausencia de
marxistas que también ampliaron los horizontes del marxismo en terrenos como el
arte, la filosofía o la psicología: Jay señala que ignora a Reich, a Bloch o a
Kosik [8]. Russell Jacoby menciona a Lefort y Castoriadis [9].
Pero más debatidos aún fueron algunos de los que sí figuran,
especialmente Gramsci: el mismo Anderson lo señala como excepción tantas veces
que, terminado el libro, es difícil saber por qué lo convocó en primera
instancia.
Sus propias definiciones hubieran ameritado incluirlo en el
marxismo clásico, como la participación en las insurrecciones de los años
veinte en Italia y la importancia, alrededor de sus desarrollos sobre la
hegemonía, para el debate estratégico [10]. Su inclusión parece estar motivada
por los desarrollos que Gramsci hiciera sobre los problemas de la filosofía y
la cultura. Anderson arguye que la elección de estos temas fue una forma en que
los marxistas occidentales, incómodos con los PC, buscaron evitar una
confrontación directa con el stalinismo [11]. Pero a partir de ese atinado
señalamiento, realizará una mala generalización: no es que desdeñe los temas
ideológicos y culturales –de hecho reconoce muchas de las innovaciones
producidas allí–, pero parece no tener en cuenta que, más allá de la
oportunidad que hayan tenido para abordarlas, fueron éstas también
preocupaciones de los “clásicos”; sin ir más lejos, cuando rescata a Trotsky
destaca sus
Escritos militares y
Literatura y revolución.
Similares objeciones se han hecho respecto de Lukács, quien
también participó de la experiencia de los consejos húngaros en los veinte y
del debate estratégico en la III Internacional. Sin duda puede contarse como
aquellos marxistas que, influenciados por los escritos juveniles de Marx,
desarrollaron una serie de aspectos ligados a la alienación y las formas de la
conciencia de clase que hicieron escuela; pero si con ello bastara, Althusser
sería el que debería salir del grupo. Tampoco se le aplica el haber hecho un
camino “de la economía o la política a la filosofía”, porque Lukács fue ganado
para el marxismo cuando ya era un intelectual dedicado a esos temas. El criterio
temático, así, muchas veces tambalea.
Por el lado de los posicionamientos políticos, Anderson
apenas menciona un rasgo de los marxistas occidentales de “primera generación”:
sus posiciones teóricas se forjaron a la par de una crítica al creciente reformismo
de la socialdemocracia, alineados con la III Internacional (aunque enfrentados
con Lenin o Trotsky). Es que si bien es cierto que hubo una unidad entre la
teoría y la práctica socialdemócrata, sería difícil catalogarla de unidad
virtuosa. Y si de la distancia con el stalinismo se trata, habría que
mencionar, dice Jay, que un Althusser influenciado por el maoísmo por ejemplo
no fue, precisamente, un antistalinista [12].
La visión que planteaba Anderson sobre la tradición clásica
fue un eje de las críticas que le hicieran sus colegas de la NLR, por presentarla como homogénea y
sin cuentas pendientes. Esa será una de las lagunas que intentará enmendar en
su epílogo, autocriticándose por cierto “activismo irresponsable” y agregando
una serie de problemas irresueltos que ve en la tradición de Marx, Lenin y
Trotsky [13], a los que destaca, de todas formas, como base necesaria para el
desarrollo de un marxismo revolucionario.
Por otro lado, bien podría cuestionarse la propia práctica
política de Anderson hasta entonces: la división entre teoría y práctica que
afectaba a la propia revista no está problematizada, a pesar de que le había
sido reprochada ya por antiguos colegas. La ruptura con el primer comité
editorial en los tempranos sesenta, cuando Anderson se hizo cargo de la
publicación, había significado también un apartamiento de la organización de
estudiantes y trabajadores que había sabido animar la NLR, especializándose en el debate exclusivamente teórico que les
valiera por entonces el mote de “olímpicos” [14], habitantes de un panteón
alejado de la política terrenal. No se trata de dictaminar en qué medida
estuvieron equivocados al tomar esta decisión, ni de desconfiar de la genuina
esperanza de Anderson en que ellos mismos pudieran ser parte de un reverdecer
del marxismo que superara un divorcio. Pero es difícil justificar que Anderson,
tan perspicaz para plantear un problema que sin duda es central al marxismo,
sea tan descuidado en ver la viga en el ojo propio. La omisión del marxismo
inglés parece ser también una forma de evitar una discusión que lo incluía
especialmente.
Anderson considera que la esterilidad del marxismo
occidental en el terreno de la economía y la política tenía que ver con que la
posguerra trajo, en los principales países capitalistas, una consolidación del
capital y de la democracia representativa que parecían contradecir algunas de
las tesis manejadas hasta entonces, obligando a nuevas conceptualizaciones [15]
que, a pesar de algunos intentos, ningún marxista contemporáneo había logrado.
Pero si las características señaladas por Anderson
constituyen una dura crítica a esta tradición, no parece ser tanto un reproche
como el reconocimiento de esa cualidad “oculta” que la delimitó: ser el
“producto de una derrota”.
El núcleo de la interpretación es, entonces, una lectura
político-sociológica de la relación entre contexto histórico y desarrollo
teórico. Siguiendo la misma lógica, Consideraciones…
está motivado por la esperanza que Anderson tiene en un nuevo ascenso como
condición para superar este impasse, aunque la realidad iba poco después a
decepcionarlo, como refleja su libro, publicado poco después, Tras las huellas del materialismo histórico. Allí
deja asentado que, a pesar de haberse registrado post ‘68, como esperaba, un
reverdecer de los temas económicos, políticos e históricos –desplazados de la
Europa latina a la anglosajona–, siguió primando la división entre teoría y
práctica, y la “miseria” de un pensamiento estratégico que permitiera al marxismo,
como teoría sistemática, ser alternativa al avance del estructuralismo y del
posestructuralismo.
La relación entre las derrotas en la lucha de clases y las
modulaciones de la teoría marxista no es nueva. Lenin consideraba que así como
de la derrota podían sacarse lecciones para nuevas batallas, también de ella
provenían los intentos de combinación ecléctica del marxismo con teorías que
terminaban negándolo. Así explicaba que, por ejemplo, luego de derrotada la
Revolución de 1905, un Bogdanov intentara combinar la teoría del conocimiento
del marxismo con la de Kant. Aunque no lo menciona explícitamente, algo similar
parece tener en mente Anderson cuando señala en el marxismo occidental está
marcado por un escepticismo tan profundo como trágico [16].
De te fabula narratur,
tras el fracaso del ascenso de los setenta y la llegada del thatcherismo, la
misma característica podría atribuírsele a Anderson. En un artículo de la NLR de 1990 admite que su lectura
del marxismo occidental estaba impregnada de un “triunfalismo teórico”. Una
década después, el escepticismo había ganado derecho de ciudadanía en una nueva
etapa de la NLR que, en su
pluma, proclamaba: “ya no se dan oposiciones significativas, es decir,
perspectivas sistemáticamente opuestas, en el seno del mundo del pensamiento
occidental” frente a un neoliberalismo que “como conjunto de principios impera
sin fisuras en todo el globo: la ideología más exitosa de la historia mundial”
[17]. Keucheyan, que hace una tipología de los “teóricoscríticos”
contemporáneos, lo ubica bajo el rubro de los “pesimistas” aunque concede que
el animador de la NLR ha
mantenido también su espíritu crítico al capitalismo [18] (así como Anderson
había reconocido a los marxistas occidentales que el escepticismo los había
mantenido lejos de la tentación de pasarse al campo de la burguesía, aunque
algunos de ellos lo hicieran).
Queda preguntarse por qué las hipótesis de Anderson, que
cosecharon tantas críticas, no quedaron en el olvido sino que fueron tan
influyentes para defensores y detractores. Probablemente porque, aunque en
muchos casos fuera unilateral, se planteaba la productiva pregunta sobre la
relación entre teoría y práctica, siempre pertinente para un marxismo que no
pretenda ser un simple método de análisis.
Los marxistas revolucionarios han apelado en muchos casos a
una definición de la teoría como “guía para la acción”, no en el sentido de un
pragmatismo politicista que ofrezca una teoría para cada definición a tomar,
sino en el mismo sentido que Clausewitz: la teoría no como recetas aplicables a
toda situación, sino como un desarrollo que pueda servir de “puente” entre la
práctica previa y la actual y futura.
Se trata de una pregunta que aún hoy está pendiente de
resolución. Keucheyan señala que el marxismo occidental fue muy poco
clausewitziano –alejado del debate estratégico– y que las teorías críticas
actuales, herederas de aquél, siguen esta orientación [19]. En la etapa de
Restauración burguesa de los últimos 30 años [20], esta tendencia fue apenas
contrarrestada por débiles hilos de continuidad.
El siglo XXI llegó todavía acompañado de la reaccionaria
ideología del neoliberalismo, sin aparente rival a la vista, pero también en
crisis. La emergencia de fenómenos políticos permitió el esbozo de nuevos
intentos teóricos alternativos, como las distintas variantes del autonomismo o
de los llamados “populismos de izquierda” que se desarrollaron en paralelo, en
los países centrales, a los movimientos antiglobalización; en América latina, a
las sucesivas crisis de los regímenes neoliberales; y en África, a la Primavera
árabe. Pero, aún con la diversidad de combinaciones que le dieron origen y
marcaron su pulso, puede señalarse como rasgo común que en ninguno de estos
procesos hubo aún un desarrollo de un movimiento obrero revolucionario en el
que pudiera apoyarse un nuevo despliegue del marxismo. La tarea de forjar una
teoría que recupere esa unidad entre teoría y práctica del marxismo clásico,
que pueda dar cuenta de las condiciones en que se presentarán las nuevas
batallas entre las clases, y que supere las variantes reformistas que intentan
emparchar un capitalismo en crisis histórica, ha quedado por ahora en manos de
pequeños grupos marxistas revolucionarios que deberán aún preparar las bases
para ese momento en que, al decir de Marx, prendiendo en las masas, “la teoría
se convierte en poder material” [21].
Sin embargo, la crisis capitalista y la bancarrota del
neoliberalismo, junto con la inexistencia de grandes aparatos reformistas y
burocráticos como la socialdemocracia o el stalinismo, pueden cambiar estas
condiciones.
Así como las derrotas dejan sus marcas en la teoría, también
el ascenso de la lucha de clases cambia, a menudo de manera brusca, las
subjetividades de millones, y con ello las coordenadas del debate político y
teórico.
Trotsky decía que la conciencia teórica más elevada que se
tiene de una época, en un determinado momento, se fusiona con la acción directa
de las capas más profundas de las masas alejadas de la teoría: “La fusión
creadora de lo consciente con lo inconsciente es lo que se llama comúnmente
inspiración. La revolución es un momento de impetuosa inspiración en la
historia”. Pero toda “inspiración” histórica requiere un trabajo preparatorio
de agrupamiento de fuerzas, de búsqueda de ligazón con el movimiento obrero y
de transformación de la experiencia en teoría; aquellas tareas que Lenin y
Trotsky entendían como construcción partidaria. Una tarea que requería, según
Trotsky, “una capacidad gigantesca de imaginación creadora” [22]. Corresponderá
a nuevas generaciones de marxistas volver a poner en foco ese debate y
desplegar su imaginación teórica. Los debates y elaboraciones de Ideas de
Izquierda intentan aportar elementos y herramientas a ese objetivo.
Notas
1. La compilación
se publicará finalmente en 1977 como Western Marxism. A critical reader.
2. Ver Anderson en NLR 23,
1964; NLR 29, 1965; NLR 35, 1966; NLR 50,
1968.
3. Gregory Elliot, Perry
Anderson. The Merciless Laboratory of History, Minneapolis-Londres,
Minesotta University Press, 1998, p. 54.
4. Duncan
Thompson, Pessimism of the intellect?, Monmouth, Merlin Press,
2007, pp. 60-67.
5. Anderson, Consideraciones…,
México, Siglo XXI, 1998, pp. 115-6.
6. Elliot, ob.
cit., p.102.
7. Martin Jay, Marxism
and totality, Berkeley, University of California Press, 1984, pp.1-2.
8. Ibídem, pp.4-5.
9. Dialectic of
defeat, Cambridge, Cambridge University Press, 1981, p. 108.
10. Anderson, ob.
cit., pp. 59 y 99.
11. Ibídem, p. 53.
12. Jay, ob. cit.,
p. 192.
13. Anderson, ob.
cit., p. 132. Hobsbawm dijo entonces que con ese epílogo Anderson se retractaba
del 90 % del libro (Elliot, ob. cit., p. 105). También hubo críticas del
trotskismo inglés: Callinicos, por ejemplo, reclamaría que los representantes
del trotskismo que ofrece (Deutscher, Rosdolsky, Mandel) requerirían también
una mayor crítica (International Socialism 99, 1977).
14. Duncan
Thompson, ob. cit., p. 11.
15. Anderson, ob.
cit., pp. 57 y 61.
16. Ibídem, p. 110.
17. “A culture in
contraflow”, NLR 180 y 182, 1990 y “Renewals”, NLRII-1,
2000.
18. Razmig
Keucheyan, Hemisferio Izquierdo, Madrid, Siglo XXI, 2013, p. 87.
19. Ibídem, pp.
23-4.
20.
Matías Maiello y Emilio Albamonte, “En los
límites de la ‘Restauración burguesa’”, Estrategia Internacional 27,
2011.
21. “En torno a la Crítica
de la Filosofía del Derecho”, Escritos de juventud, México,
FCE, 1987, p. 497.
22.León Trotsky,
Mi vida, Bs.
As., IPS-CEIP, 2012, p. 349 y 358.