► "Con esfuerzos casi sobrehumanos, nos
entregamos en un país increíblemente arruinado, con las fuerzas del
proletariado agotadas, a la labor más difícil: colocar los cimientos de una
economía verdaderamente socialista"
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Foto: Lenin leyendo a Pravda, 1918 |
Vladimir Ilich Ulianov
– Lenin | Cada
giro singular de la historia da lugar a algunos cambios en la forma de las
vacilaciones pequeñoburguesas, que siempre existen al lado del proletariado y
penetran siempre en tal o cual grado en su medio. El reformismo pequeño
burgués, es decir, el servilismo ante la burguesía encubierto con bondadosas
frases democráticas y «social»-democráticas e impotentes deseos así como el
radicalismo pequeñoburgués, temible, inflado y vanidoso de palabra y nulidad de
división, dispersión e insensatez en realidad, son las dos «corrientes» de esas
vacilaciones. Son inevitables en tanto subsistan las raíces más profundas del
capitalismo. Su forma cambia hoy en virtud del conocido viraje de la política
económica del poder soviético.
El lema fundamental de los menchevizantes es: «Los bolcheviques han dado vuelta atrás, hacia
el capitalismo, y ahí sucumbirán. La revolución es, pese a todo, burguesa,
¡incluida la de Octubre! ¡Viva la democracia! ¡Viva el reformismo!». Se diga
esto puramente a lo menchevique o a lo eserista, en el espíritu de la II
Internacional o de la Internacional II y media, el fondo es el mismo.
El lema fundamental de los semianarquistas por el estilo del
«partido comunista obrero» alemán o de la parte de nuestra ex-oposición obrera,
que se ha salido del partido o se está saliendo de él, es: «¡Ahora los
bolcheviques no tienen fe en la clase obrera!». De ahí se deducen consignas más
o menos parecidas a «las de Cronstadt» de la primavera de 1921.
La tarea de lo marxistas es oponer de la manera más serena y
exacta la apreciación de las fuerzas reales de clase y los hechos indudables al
gimoteo y el pánico de los filisteos del reformismo y de los filisteos del
radicalismo.
Recordad las etapas principales de nuestra revolución.
La primera etapa, puramente política, por así decir,
desde el 25 de octubre hasta el 5 de enero, hasta la disolución de la Asamblea
Constituyente. En unas diez semanas hicimos cien veces más para la destrucción
verdadera y completa de los restos del feudalismo en Rusia que los mencheviques y los eseristas en los ocho meses (de febrero a octubre de 1917) que
tuvieron el poder. Los mencheviques y
los eseristas, y en el extranjero
todos los prohombres de la Internacional II y media, eran por entonces
deplorables auxiliares de la reacción. Los anarquistas o bien se mantenían
desconcertados, al margen, o bien nos ayudaban. ¿Era entonces burguesa la
revolución? Claro que sí, por cuanto nuestra obra cabal era llevar hasta el fin
la revolución democrática burguesa, por cuanto aún no había lucha de clases en
el seno del «campesinado». Pero, al mismo tiempo, hicimos mucho, de manera
gigantesca, por encima de la revolución burguesa para la revolución socialista,
proletaria: 1) Desplegamos como nunca las fuerzas de la clase obrera para que
ellas utilizasen el poder estatal. 2) Asestamos un golpe, que se notó en todo
el mundo, a los fetiches de la democracia pequeñoburguesa, a la Asamblea
Constituyente y a las «libertades» burguesas por el estilo de la libertad de
prensa para los ricos. 3) Creamos el tipo soviético de Estado, paso gigantesco
adelante después de los años 1793 y 1871.
Segunda etapa. La paz de Brest. Una desbocada
verborrea revolucionaria contra la paz, un torrente de frases semipatrióticas
de los eseristas y los mencheviques y de frases «izquierdistas»
de una parte de los bolcheviques. «Puesto que hemos hecho las paces con el
imperialismo, estamos perdidos», porfiaba, presa del pánico o de la malevolencia,
el pequeño burgués. Pero los eseristas
y los mencheviques hacían las paces
con el imperialismo como participantes en la expoliación burguesa de los
obreros. Hemos «hecho las paces», entregando al expoliador una parte de los
bienes a fin de salvar el poder de los obreros para asestar golpes más
enérgicos aún al expoliador. Entonces oímos hasta la saciedad las frases de que
«no tenemos fe en las fuerzas de la clase obrera», más no nos dejamos engañar
por ellas.
Tercera etapa. La guerra civil desde la rebelión del
cuerpo de ejército checoslovaco 1 y los partidarios de la Asamblea
Constituyente 2 hasta Wrangel, entre 1918 y 1920. Nuestro Ejército Rojo no
existía al principio de la guerra. Este ejército sigue siendo insignificante
frente a cualquier ejército de los países de la Entente, de comparar las
fuerzas materiales. No obstante, hemos vencido en la lucha contra la Entente,
poderosa a escala mundial. La alianza de los obreros y los campesinos,
dirigidos por el poder estatal del proletariado, se elevó, como conquista de la
historia universal, a una altura nunca vista. Los mencheviques y eseristas
desempeñaron el papel de auxiliares de la monarquía, tanto declarados
(ministros, organizadores, predicadores) como encubiertos (la posición más
«sutil» y ruin de los Chernov y Mártov que parecían lavarse las manos y de
hecho manejaban la pluma contra nosotros). Los anarquistas también vacilaban,
sin saber qué hacer: una parte nos ayudaba, otra nos entorpecía la labor con
sus voces contra la disciplina militar o con su escepticismo.
Cuarta etapa. La Entente está obligada a cesar (¿por
mucho tiempo?) en la intervención y el bloqueo. El país, arruinado hasta lo
indecible, apenas empieza a restablecerse, viendo sólo ahora toda la
profundidad de la ruina, sufriendo penurias muy atormentadoras, el paro de la
industria, la mala cosecha, el hambre y las epidemias.
Hemos subido al escalón más alto y, al mismo tiempo, más
difícil de nuestra lucha histórica universal. En el momento actual y en la
época actual el enemigo no es el mismo de ayer. El enemigo no lo forman hordas
de guardias blancos mandados por terratenientes y apoyados por todos los mencheviques y eseristas, por toda la burguesía internacional. El enemigo es la
rutina de la economía en un país de pequeños campesinos con una gran industria
arruinada. El enemigo es el elemento pequeñoburgués que nos rodea como el aire
y penetra con mucha fuerza en las filas del proletariado. Y el proletariado se
ha desclasado, es decir, se ha descastado. Las fábricas no funcionan, el
proletariado está debilitado, disperso, extenuado. Y al elemento pequeñoburgués
dentro del Estado lo apoya toda la burguesía internacional, aún poderosa en el
mundo entero.
¿Cómo no amilanarse así? Sobre todo prohombres como los mencheviques y los eseristas, como los caballeros de la Internacional II y media, como
los desvalidos anarquistas, como los aficionados a las frases «izquierdistas».
«Los bolcheviques dan la vuelta hacia el capitalismo, les llega el fin, la
revolución de ellos tampoco ha rebasado el marco de la revolución burguesa».
Oímos bastantes gritos de estos.
Pero ya estamos acostumbrados a ellos.
No empequeñecemos el peligro. Lo miramos cara a cara.
Decimos a los obreros y a los campesinos: el peligro es grande, tened más
cohesión, aguante y sangre fría, echad de vuestro lado con desprecio a los menchevizantes, a los eserizantes, a los que siembran el
pánico y a los que vociferan.
El peligro es grande. El enemigo es mucho más fuerte que
nosotros en el aspecto económico, lo mismo que ayer lo fue en el aspecto
militar. Lo sabemos, y en saberlo está nuestra fuerza. Hemos hecho ya tantísimo
para depurar a Rucia del feudalismo, para desarrollar todas las fuerzas de los
obreros y los campesinos, para desplegar la lucha universal contra el
imperialismo e impulsar el movimiento proletario internacional, libre de las
trivialidades y vilezas de la II Internacional y de la Internacional II y media
que los gritos de pánico no nos producen efecto. Hemos «justificado» ya del
todo y con creces nuestra actividad revolucionaria, demostrando con hechos a
todo el mundo de qué es capaz el espíritu revolucionario del proletariado, a
deferencia de la «democracia» menchevique-eserista y del cobarde reformismo
encubierto con frases de gala. Quien teme la derrota, antes de empezar la gran
lucha, no se puede llamar a sí mismo socialista sin hacer escarnio de los
obreros.
Precisamente porque no tememos mirar cara a cara el peligro
empleamos mejor nuestras fuerzas para la lucha, somos más seremos, más
cautelosos, más comedidos en sopesar la posibilidades, hacemos todas las
concesiones que nos robustecen a nosotros y dividen las fuerzas del enemigo
(como hasta el último tonto ha visto ahora que la «paz de Brest» fue una
concesión que nos reforzó a nosotros y dividió las fuerzas del imperialismo
internacional).
Los mencheviques gritan
que el impuesto en especie, la libertad de comercio, el arrendamiento de
empresas en régimen de concesión y el capitalismo de Estado son la bancarrota
del comunismo. En el extranjero, el ex-comunista Levi ha sumado su voz a la de
estos mencheviques; a este mismo Levi
había que defenderlo mientras era posible explicar sus errores como una
reacción frente a los que cometieron los comunistas de «izquierda», en especial
en Alemania en marzo de 1921, pero este mismo Levi no tiene defensa cuando, en
vez de reconocer su error, cae de lleno en el menchevismo.
A los mencheviques
chillones les diremos simplemente que ya en la primavera de 1918 los comunistas
proclamaron y defendieron la idea de un pacto, de una alianza con el
capitalismo de Estado contra el elemento pequeñoburgués. ¡Hace ya tres años!
¡En los primeros meses de la victoria bolchevique! Los bolcheviques ya eran
sensatos a la sazón, Y desde entonces nadie ha podido rebatir la exactitud de
nuestro sereno cálculo de las fuerzas existentes.
Levi, que ha ido a parar al menchevismo, aconseja a los bolcheviques (¡«predice» que los
vencerá el capitalismo, lo mismo que predecían nuestra destrucción todos los
pequeñoburgueses, los demócratas, los socialdemócratas, etc., en caso de que
disolviéramos la Asamblea Constituyente!) ¡pedir ayuda a toda la clase obrera!
¡Porque, fíjense, sólo una parte de la clase obrera ayudaba hasta ahora a los
comunistas.
Aquí Levi coincide de una manera sorprendente con lo que
dicen los semianarquistas y vociferadores, y también algunos miembros de la ex
«oposición obrera», aficionados a las frases altisonantes de que ahora los
bolcheviques «han perdido la fe en las fuerzas de la clase obrera». Tanto los mencheviques como lo elementos
anarquizantes hacen del concepto «fuerzas de la clase obrera» un fetiche, y no
son capaces de captar su significado real y concreto. Sustituyen el estudio y
el análisis de su significado con retórica.
Los señores de la Internacional II y media se presentan como
revolucionarios; pero en toda situación seria demuestran ser
contrarrevolucionarios, pues temen la destrucción violenta de la vieja máquina
del Estado, no tienen fe en las fuerzas de la clase obrera. Cuando lo decíamos
de los eseristas y Cía., no eran
palabras vacías. Todo el mundo sabe que la Revolución de Octubre ha dado paso a
fuerzas nuevas, a una nueva clase: y todo el mundo sabe que los mejores
representantes del proletariado gobiernan ahora en Rusia, han constituido un
ejército, lo mandan, han montado la administración local, etc., dirigen la
industria y demás. Y si en esta administración existen deformaciones
burocráticas, no ocultaremos el mal, sino que lo ponemos al desnudo y lo
combatimos. Quienes, con la lucha contra las deformaciones del nuevo régimen,
olvidan su contenido, olvidan que la clase obrera ha creado y dirige un Estado
de tipo soviético, son simplemente incapaces de pensar y claman al viento.
Pero las «fuerzas de la clase obrera» no son ilimitadas. Si
hoy acuden pocas y a veces incluso poquísimas fuerzas nuevas de la clase
obrera; si a pesar de todos nuestros decretos, llamamientos y agitación, si a
pesar de todas nuestras disposiciones de «promover a gente sin partido» siguen
acudiendo pocas fuerzas, salir del paso con retóricas de que «se ha perdido la
fe en las fuerzas de la clase obrera» significa caer tan bajo como para
pronunciar frases vacías. Sin cierta «tregua» no tendremos esas nuevas fuerzas;
sólo podrán aumentar con mucha lentitud y teniendo por base la reconstrucción
de la gran industria (es decir, para ser más concreto y exacto, la
electrificación), no hay ninguna otra fuente de donde puedan salir.
Después de esfuerzos inmensos, inauditos, la clase obrera de
un país arruinado, de pequeños campesinos, que ha sufrido un gran
desclasamiento, necesita tiempo para que las nuevas fuerzas puedan crecer y
elevarse, para que las fuerzas viejas y consumidas puedan «recobrarse». La
creación de la máquina militar y del Estado, capaz de salir triunfante de las
pruebas de 1917-1921, fue un gran esfuerzo que ocupó, absorbió y agotó las
verdaderas «fuerzas de la clase obrera» (y no las existentes en las
declamaciones de los voceras). Esto hay que comprenderlo y hay que tener en
cuenta la retardación necesaria o, más bien, inevitable del crecimiento de las
nuevas fuerzas de la clase obrera.
Cuando los mencheviques
vociferan contra el «bonapartismo» de los bolcheviques (diciendo que estos se
apoyan en el ejército y en la máquina del Estado contra la voluntad de la
«democracia»), expresan magníficamente la táctica de la burguesía, y Miliukov
no se equivoca al sostenerla y apoyar las consignas de «lo de Cronstadt»
(primavera de 1921). La burguesía tiene bien en cuenta que las verdaderas
«fuerzas de la clase obrera» se componen hoy de la poderosa vanguardia de esta
clase (el Partido Comunista de Rusia, que se ha ganado, y no de golpe, sino en
el transcurso de veinticinco años y con sus obras, el papel, el título, la
fuerza de «vanguardia» de la única clase revolucionaria) y de los elementos más
debilitados por el desclasamiento, más susceptibles de caer en vacilaciones mencheviques y anarquistas.
Ahora la consigna de «más fe en las fuerzas de la clase
obrera», se refuerza, en realidad, la influencia de los mencheviques y anarquistas; Cronstadt lo ha demostrado y probado
del modo más evidente en la primavera de 1921. Todo obrero consciente debe
desenmascarar y mandar a paseo a los que vociferan que «hemos perdido la fe en
las fuerzas de la clase obrera», pues los voceras no son sino cómplices de la
burguesía y de los terratenientes, interesados en debilitar al proletariado en
beneficio propio, propagando la influencia menchevique y anarquista.
¡He ahí dónde «está el gato encerrado», de calar con
serenidad en el verdadero significado del concepto «fuerzas de la clase
obrera»!
¿Qué hacen ustedes, estimado señores, para llevar a los sin
partido al «frente» más importante en el momento actual, al frente económico, a
la obra de organizar la economía? Esta es la pregunta que los obreros
conscientes deben hacer a los voceras. Así es como se puede y se debe
desenmascarar siempre a los bocazas, así es como se puede probar siempre que en
realidad no ayudan, sino que obstaculizan la organización de la economía; que
no ayudan, sino que obstaculizan la revolución proletaria; que no persiguen
objetivos proletarios, sino pequeñoburgueses, y que sirven a una clase ajena.
Nuestras consignas son: ¡Abajo los voceras! ¡Abajo los
cómplices inconscientes de los guardias blancos, que repiten los errores de los
miserables sediciosos de Cronstadt en la primavera de 1921! ¡Adelante el
trabajo práctico, serio, que sabe tener presentes los rasgos específicos y las
tareas del momento actual! No necesitamos frases, sino hechos.
Una apreciación sensata de estos rasgos específicos y de las
fuerzas de clase verdaderas, no imaginarias, nos dice:
Después de un periodo
de logros proletarios sin precedentes en el terreno de organización militar,
administrativa y política se ha entrado —y no por casualidad, sino de manera
inevitable, no debido a determinadas personas o partidos, sino a causas
objetivas— en un periodo de crecimiento mucho más lento de las nuevas fuerzas.
En el terreno económico es inevitable una estructuración más difícil, más
lenta, más paulatina, propia del fondo de las actividades de este terreno en
comparación con la labor militar, administrativa y política. Ello se deriva de
la dificultad específica de esa estructuración, de su profunda raigambre, valga
la expresión.
Por eso procuraremos con el mayor cuidado, con un cuidado
triple, determinar nuestras tareas en esta etapa de lucha nueva y más elevada.
Las determinaremos de la manera más moderada posible; haremos el mayor número
de concesiones, claro que sin rebasar los límites de lo que el proletariado
puede conceder, sin dejar de ser la clase dominante. Recaudaremos con la mayor
rapidez posible un impuesto en especie moderado y permitiremos la máxima
libertad posible para el desarrollo, consolidación y restablecimiento de la
hacienda campesina; entregaremos en arriendo, incluso a capitalistas privados y
a concesionarios extranjeros, las empresas que no son absolutamente
imprescindibles para nosotros. Necesitamos un pacto o una alianza del Estado
proletario con el capitalismo de Estado contra el elemento pequeñoburgués.
Tenemos que llevar a cabo esta alianza con tacto, según el refrán «en cosa alguna,
pensar mucho y hacer una». Concentraremos en menos terreno las fuerzas
debilitadas de la clase obrera, pero consolidaremos en cambio nuestras
posiciones y probaremos nuestras fuerzas, no una ni dos veces, sino muchas, en
la labor práctica. Las «tropas» que tenemos ahora a nuestra disposición no
pueden avanzar por el difícil camino que debemos transitar, en las duras
condiciones en que vivimos y en medio de los peligros que debemos afrontar, si
no es paso a paso, palmo a palmo. A quien «aburre», a quien «no interesa», a
quien «no comprende» este trabajo, frunce la nariz, es presa del pánico o se le
suben a la cabeza sus propias declamaciones de que ya no existe el «auge
anterior», el «entusiasmo de antes», etc., es mejor «dejarlo cesante» y
arrinconarlo para que no perjudique, pues no quiere o no es capaz de pensar en
los rasgos específicos de la fase actual, de la etapa actual de la lucha.
Con esfuerzos casi sobrehumanos, nos entregamos en un país
increíblemente arruinado, con las fuerzas del proletariado agotadas, a la labor
más difícil: colocar los cimientos de una economía verdaderamente socialista,
organizar un intercambio normal de mercancías (mejor dicho, un intercambio de
productos) entre la industria y la agricultura. El enemigo sigue siendo mucho
más fuerte que nosotros; el intercambio de mercancías anárquico, individual,
que realizan los especuladores, socava nuestra labor de cada paso. Percibimos
con claridad las dificultades y las superaremos metódica y tenazmente. Más
iniciativa e independencia local, más fuerzas para las localidades, más
atención a su experiencia práctica. La clase obrera podrá curar sus heridas,
restablecer su «fuerza de clase» proletaria y ganarse la confianza del
campesinado en su dirección proletaria sólo en la medida en que se obtengan
éxitos verdaderos en el restablecimiento de la industria y en el logro de un
adecuado intercambio estatal de productos que beneficie a los campesinos y a
los obreros. En la medida en que lo consigamos, lograremos la afluencia de
nuevas fuerzas, tal vez no tan pronto como cada uno de nosotros quisiera, pero,
no obstante, lo lograremos.
¡A trabajar, pues, con paso más lento y cauteloso, con
aguante y perseverancia!
Publicado el 28 de agosto de 1921 en
el N° 190 de ‘Pravda’.
Notas
1 Se trata de la contrarrevolucionaria sublevación armada
del cuerpo de ejército checoslovaco, urdida por los imperialistas de la Entente
con la participación activa de los
mencheviques y los
eseristas: El cuerpo de
ejército checoslovaco se formó en Rusia antes aún del triunfo de la Revolución
Socialista de octubre con prisioneros checos y eslovacos. En el verano de 1918
había en él mas de 60.000 hombres (en Rusia de encontraban en total unos 20.000
prisioneros checos y eslovacos). Cuando se hubo instaurado el poder soviético,
el cuerpo de ejército checoslovaco se integró en el ejército francés y los
representantes del la Entente plantearon el problema de evacuarlo a Francia.
Según el acuerdo del 26 de marzo de 1915, el cuerpo de ejército se le dio la
posibilidad de salir de Rusia por Vladivostok, previa condición de que
entregara las armas. Pero el mando contrarrevolucionario del cuerpo infringió
pérfidamente el convenio concertado con el gobierno soviético sobre la entrega
de armas y, por indicación de los imperialistas de la Entente, provocó a fines
de mayo una sublevación armada. Operando en estrecho contacto con los guardias
blancos y los
kulaks, los checos
blancos ocuparon una parte considerable de los Urales, de la región del Volga y
de Siberia, restableciendo por doquier el poder de la burguesía. La mayoría de
los prisioneros de guerra checos y eslovacos simpatizaban con el poder soviético
y no se dejaron arrastrar por la propaganda antisoviética del mando.
2 Se alude al gobierno de guardias, eseristas y menchevistas
formado en Samara, el llamado Comité de Miembros de la Asamblea Constituyente o
«Constituyente de Samara».