José A. Zamora | Este artículo analiza el concepto de
subjetivación del trabajo, con el que se da expresión a las transformaciones de
la organización del trabajo en el capitalismo neoliberal, y explora la
capacidad de otros conceptos propios de la Teoría Crítica, como “subsunción
real” o “introyección psíquica de los conflictos sociales” para mostrar la
dimensión experiencial de los antagonismos sociales y la imposibilidad de una
captura total de los individuos en razón de esos antagonismos.
Del fordismo al postfordismo: Sistema capitalista y modos de
regulación
Cuando hoy se habla de relaciones laborales subjetivadas se
está presuponiendo que ha tenido lugar un cambio en el mundo del trabajo que se
presenta asociado a un nuevo modo de regulación del sistema capitalista: la
reorganización del trabajo sería un elemento clave de ese paso de un modo de
regulación a otro. Si nos fijamos en el marco general, las diferencias
constatables en las estrategias más significativas para la reproducción del
capital y los regímenes de dominación o política de clases, así como las que
afectan a la cultura y al saber, ha llevado a la teoría de la regulación a
distinguir entre cuatro variantes de capitalismo: el pre-industrial estamental,
el liberal-industrial, el fordista y el posfordista neoliberal.1
La teoría de la regulación señala como elementos más
importantes de la formación postfordista neoliberal, entre otros, el predominio
de la ideología de la desregulación, liberalización y privatización, que
pretende dejar libres a las fuerzas del mercado y elevar la competitividad a
principio supremo, la creación de mercados de capitales y financieros a escala
global, el desarrollo de redes de producción transnacional, nuevas formas de
trabajo basadas en las nuevas tecnologías, la extensión e intensificación de la
penetración capitalista de la sociedad, la mercantilización y configuración
tecnológica de amplias áreas del trabajo, de la cotidianidad, del medio
ambiente y, finalmente, del cuerpo y el psiquismo de los individuos, la
reestructuración del Estado del Bienestar en un Estado competitivo, la
reorganización de las relaciones de clase y de género, así como la
fragmentación de la sociedad. En todo este proceso, la incorporación de los
grupos sociales más importantes a un compromiso de clases en el „nuevo centro‟ (con la consiguiente marginación de los grupos más débiles)
habría permitido que la hegemonía del neoliberalismo, ciertamente no exenta de
contestación, se haya apoyado en una amplia base social.
Sin embargo, no faltan quienes consideran insuficiente esta
teoría del nuevo modo de regulación neoliberal del capitalismo. Según estos
críticos ninguna coalición de grupos sociales ha conseguido ofrecer una forma
de regulación alternativa al régimen de acumulación fordista todavía en curso.
No han podido canalizarse ni controlarse las tendencias a las crisis, ni
tampoco reconciliar las contradicciones de modo congruente con el sistema. En
este sentido, la situación actual habría que verla como la prolongación de la
crisis del fordismo, cuyos mecanismos de regulación se han erosionado, sin que
hayan podido establecerse otros nuevos. Como prueba de esta visión se apela al
fracaso del bloque neoliberal, a las prolongadas crisis financieras, a la
pervivencia de diferentes modelos de organización del trabajo, a la falta de
unidad de los intentos de regulación, a la ausencia de claridad sobre el nivel
primario de regulación (nacional, supranacional, global), a la escasa
rentabilidad y al escaso crecimiento de la economía. Estos fenómenos indicarían
que seguimos encontrándonos en una fase de transición.
Tanto si damos crédito a la teoría de regulación como si no,
ciertamente la puesta en práctica del programa neoliberal ha llevado a una
reestructuración de la sociedad del trabajo asalariado que había encontrado
cumplimiento bajo las condiciones ofrecidas por el Fordismo en la primera mitad
del siglo XX. Las transformaciones del modelo empresarial y el progresivo
debilitamiento de los logros del Estado social han conducido a una gran
transformación del sistema laboral y de la estructura de clases de la sociedad
industrial (empresarios, cuellos blancos, cuellos azules). Una de las
consecuencias más significativas ha sido la generación de una economía
dividida, en la que el sector de las relaciones laborales normalizadas es
sometido de modo creciente a la presión por un ámbito laboral sin demasiada
protección y marginalizado (donde se incorpora la mayoría de la población
inmigrante, los jóvenes, las mujeres, etc.). Pero no se ha quedado en esta
generación de una “subclase” de constitución reciente conocida como “working poor”, sino que también se han
producido pérdidas de ingresos y empeoramiento en el régimen de trabajo y en el
estatus social, que poco a poco van incluyendo a la mayoría de los asalariados.
Otra de las consecuencias más importantes ha sido la transformación del sistema
laboral de la que pretende dar cuenta la teoría de la subjetivación del
trabajo.
“También para el movimiento obrero Auschwitz es el lugar inconfundible de un acontecimiento que ha arrancado la inocencia política a todos los conceptos que usamos desde entonces. La consigna “El trabajo libera” en las puertas del infierno de los campos de concentración no sólo se burlaba de manera inaudita de las víctimas, sino que dificulta la separación del concepto de trabajo de su captura mortal y envilecedora. Desde entonces está prohibido cualquier uso atenuador o incluso estetizante del concepto históricamente determinado y dotado de contenido.” – Oskar Negt
“Necesitamos un análisis y una interpretación de la “banalidad del mal” no sólo dentro del sistema totalitario nazi, sino dentro del sistema contemporáneo de la sociedad neoliberal, en cuyo centro se sitúa la empresa. Pues la banalidad de mal toca a todos aquellos que se transforman en colaboradores diligentes de un sistema que funciona sobre la organización regulada, concertada y deliberada de la mentira y la injusticia.” – Christophe Dejours
Trabajo y subjetividad en el capitalismo postfordista
Aunque quizás resulten inseparables, para aproximarnos a la
tesis de la subjetivación del trabajo, resulta conveniente diferenciar entre el
“Fordismo de empresa” y el “Fordismo social”. El segundo tiene que ver con un
marco institucional que pretende asegurar la relación estable entre la
producción y el consumo en masa mediante una estabilización keynesiana de la
demanda, una provisión adecuada de recursos y una amortiguación de las desigualdades
y tensiones sociales a través del Estado benefactor. El Fordismo empresarial,
que es el que nos interesa aquí, tiene que ver con la transformación del
sistema fabril del capitalismo industrial manchesteriano en una organización
calculable y previsible de la producción mediante un sistema de dominación
jerárquica, es decir, con la conversión de las empresas en un sistema de
comando. Para que esto fuera posible, la influencia de la reproducción social y
los factores individuales debían ser neutralizados en la producción. El
objetivo era realizar una producción planificada, llamada a alcanzar una
posición dominante sobre el mercado y el consumo, que deberían quedar
subordinados a aquella. Para esto resultaba esencial integrar la fuerza de
trabajo en una rígida estructura de producción de carácter técnico-organizativo
y en un sistema de poder fuertemente jerarquizado. La estructura organizativa
de la empresa se debía asemejar a una organización militar cuyo principio es la
renuncia a la propia voluntad, para hacer aquello que es mandado. Para ello
había que establecer un sistema de comando y control, así como de penalización
efectiva.
Con el apoyo de los principios de la organización científica
del trabajo (F. W. Taylor) se procedió a descomponer el proceso de trabajo
tanto horizontal como verticalmente, a someter a control directo todos los
componentes de ese proceso, a establecer una jerarquía estricta y a
estandarizar todos los pasos de la producción. Se trataba de evitar la
existencia de huecos temporales improductivos y de mejorar de esta manera el
rendimiento y la productividad de la fuerza de trabajo. Así es como la
organización taylorista del trabajo pretendía acabar con cualquier autonomía
del trabajador, por más que el funcionamiento real de dicha organización
siguiese necesitando, como constatan los estudios empíricos, de un cierto grado
de espontaneidad y autoorganización. En todo caso, las tareas asignadas a cada
trabajador estaban claramente definidas y eran lo más sencillas posible, para
que pudieran establecerse con precisión las responsabilidades y controlar
posteriormente su tiempo de ejecución. Con esta forma de organizar el trabajo
se impone una forma de control riguroso de los procedimientos burocráticamente
regulados por parte de unos cargos directivos articulados en una estructura
jerárquica fija. Al mismo tiempo se establece una separación bastante rigurosa
entre trabajo intelectual y trabajo manual, entre las tareas técnicas y el duro
trabajo físico. También se establece una separación ente vida laboral y vida
privada o “tiempo libre”, que adquiere nueva relevancia como tiempo de consumo.
La aplicación de esta forma de organización se extendió por toda Europa tras la
II Guerra Mundial, incluyendo la Unión Soviética.
La psicotécnica es la disciplina que prepara el terreno para
esta forma de organización empresarial y del trabajo. Sus fundadores, William
Stern2 y Hugo Münsterber g3 , la conciben como una rama de la psicología
experimental aplicada al conjunto de lo que ellos llaman la “vida práctica”.
Pero pronto se focaliza en las empresas productivas y en los procesos de
selección, rendimiento y organización de la fuerza de trabajo. Su primer campo
de aplicación importante son las maquinarias bélicas de la I Guerra Mundial,
conociendo su apogeo en el período de entreguerras. Todas las grandes empresas
europeas crearon institutos de investigación psicotécnica, pero su aplicación
pronto se trasladó también al sector los grandes servicios como correos,
ferrocarriles u oficinas de empleo. No fue un mero complemento de la
organización científica del trabajo. Su desarrollo contribuyó de manera muy
significativa a considerar el psiquismo humano como un factor de
racionalización, también de la racionalización del proceso productivo. El psiquismo
de los trabajadores puede ser disciplinado de tal forma que contribuya a
mejorar la organización del trabajo y la producción. En este sentido la
psicotécnica puede considerarse un eslabón en la cadena de modelos
psicopolíticos vinculados con la organización del trabajo, que pasando por el
movimiento de Human-Relations y el boom de las terapias psicológicas han
ampliado su radio de acción hasta alcanzar lo que algunos caracterizan como
“psiquiatrización de la vida cotidiana”. 4
La crisis de los años 70 revela, entre otras cosas, los
límites que la economía fordista de producción termina estableciendo a la
revalorización del capital y pone sobre la mesa de las élites económicas,
empresariales y políticas la necesidad de revolucionar las bases técnicas y
organizativas del sistema productivo con ayuda de la informatización y la
reestructuración del uso de la fuerza de trabajo. El sistema de comando se
había convertido un obstáculo para el desarrollo de la productividad de las
empresas y debía dejar paso a la refuncionalización de la propia voluntad para
el objetivo de la organización. En buena medida, ya el movimiento de
humanización del trabajo había captado la necesidad de introducir elementos
motivacionales, compensaciones individuales y reconocimientos no dinerarios
para complementar el sometimiento de la propia voluntad por medio de una
internalización de la voluntad exterior que encarna la dirección de la empresa.
La reorganización del trabajo que acompaña a la
implementación de las políticas neoliberales de privatización, desregulación y
flexibilización podría definirse con el concepto de “marketización del
trabajo”. Este neologismo pretende dar cuenta de una radicalización y
universalización del sometimiento de la organización del trabajo al mercado
como mecanismo de gobierno, asignación y organización de las actividades y las
relaciones sociales. La nueva centralidad adquirida por los mercados de
mercancías y servicios, los financieros, etc. convierte la organización del
trabajo en una variable dependiente: las estructuras internas empresariales se
ven forzadas a una permanente reorganización en función de las dinámicas y las
contingencias de los mercados, lo que termina imponiendo una nueva forma de
gestión empresarial: el gobierno indirecto. Se trata de una «forma de
heterodeterminación de la acción que se implementa mediada a través de su
propio opuesto, esto es, de la autodeterminación y la autonomía de los
individuos, y por cierto de tal manera que puede prescindir de instrucciones
explícitas, o incluso implícitas, así como de las amenazas de sanciones»5 .
Esta es la forma en que la fuerza de trabajo individual es confrontada
directamente con las exigencias y demandas provenientes de los mercados, los
clientes, los inversores, etc. De manera parecida a como se ha producido una
transformación de los Estados sociales fordistas en Estados competitivos
neoliberales6 , cuya función es velar para que se cumplan las condiciones más
favorables a las demandas de las instituciones financieras internacionales, los
mercados financieros y las grandes empresas trasnacionales, en la organización
empresarial del trabajo ha tenido lugar un desmonte del amortiguador
institucional en la empresa para convertir su gobierno en una membrana flexible
a los requerimientos inestables y cambiantes de los mercados, a los que los
trabajadores deben responder ahora con estrategias de autoorganización,
flexibilización y orientación a los resultados. La respuesta individual a la
dinámica voluble de los clientes y los mercados se convierte en el eje de
reestructuración de la organización empresarial: relativa horizontalización de
las jerarquías internas, asunción de libertades por grupos e individuos en la
toma de decisiones y en la programación, formas de trabajo más flexibles y con
mayor capacidad de reacción a las demandas variables, flexibilización de las
formas de contratación (trabajo parcial, trabajo temporal, teletrabajo, etc.),
autoorganización (trabajo en proyectos, grupos de trabajo, asociación temporal
de equipos de autónomos, etc.) y nuevas formas de retribución por consecución
de objetivos o rendimiento.
Lo más relevante de esta transformación es la suspensión,
cuando menos parcial, de la separación constitutiva de la utilización
fordista-keynesisna de la mercancía “fuerza de trabajo” entre ésta y la persona
que es su portadora. Ahora es la persona misma la que es cooptada e incorporada
al proceso productivo. La subjetividad deja de ser un “factor distorsionante”
para convertirse en un factor central de producción. Esto pasa por una
responsabilización del trabajador asalariado de los resultados y, por tanto,
del funcionamiento del proceso de producción, lo que le convierte en “sujeto”
que ha de dirigir dicho proceso. El efecto de esta activación del sujeto es la
significación que adquieren sus potenciales subjetivos y sus capacidades no
sólo laborales (relacionales, sentimentales, afectivas, motivacionales,
comunicativas, etc.). La totalidad de la persona con todo lo que constituye su
vida personal adquiere nueva relevancia en el funcionamiento de la empresa.
Existe un considerable consenso en la sociología del trabajo
sobre el papel clave que juegan el sujeto y la subjetividad en la renegociación
de la forma hegemónica de organización del trabajo en el Postfordismo7 . Esta
subjetivación del trabajo ha podido alimentarse, señalan L. Boltanski y È.
Chiapello 8 , de las exigencias de autodeterminación, responsabilidad de sí y
libertad de elección dirigida contra los rígidos encuadramientos y las
identidades fijas del capitalismo fordista, que se articulaba en las luchas de
los nuevos movimientos sociales y que fue capturada por la estrategia
neoliberal e instrumentalizada al servicio de la reproducción ampliada del
capital. La conversión de la subversión en fuerza productiva fue llevada a cabo
mediante la transformación de conceptos provenientes de esas luchas activación,
participación, innovación, flexibilidad, empoderamiento, etc. en exigencias
institucionales y expectativas normativas. El “anything goes” se convirtió en un “anything must go”9 . De
este modo la creciente precarización, la exacerbación de la competitividad, la
incertidumbre provocada por los cambios acelerados de los horizontes de
existencia y las consecuencias negativas de una desigualdad en aumento,
fenómenos que acompañan la reorganización de la producción y la distribución en
la nueva etapa, son arrojadas sobre quienes las padecen, convirtiendo en
imperativo autoritario los principios de autonomía y responsabilidad. La fuerza
de trabajo “empresarizada” es obligada a una responsabilización, mientras se
mantiene una dependencia insorteable respecto al marco de condiciones al que se
enfrenta. Se trata de una funcionalización o instrumentalización de la
autonomía para la dependencia. La transformación es perfecta: la sanción es
sustituida por fracaso, la recompensa por el éxito y el poder del directivo o
empresario se concentra en su capacidad para influir sobre las condiciones del
éxito.
La brusca transformación del sistema de empleo y de los
“vínculos sociales”, junto con una creciente individualización y pluralización
de formas y estilos de vida y de orientaciones para la acción, no sólo
cuestionan las formas tradicionales de regulación del trabajo y de lo social,
sino que imprimen nuevos contornos a las biografías individuales, a los
intereses y a las necesidades. Una nueva máxima pasa a presidir la orientación
de las biografías individuales y profesionales: ¡actúa de modo empresarial! El
“yo empresario” se define por la creatividad, la flexibilidad, la responsabilidad
individual, la conciencia del riesgo y la orientación al intercambio comercial
en todas las áreas de la vida y no sólo en la laboral10. La competitividad
somete al “yo empresario” al dictado de una permanente optimización de sí
mismo. Incluso la crisis se presenta como un reto para la gestión creativa de
las propias capacidades y ventajas comparativas, con una apelación constante a
“reinventarse” (en realidad a renunciar a toda seguridad adquirida y adaptarse
a las nuevas condiciones del mercado de trabajo). A la destrucción masiva de
empleo se responde acusando de pasividad a los desempleados y convirtiendo el
“emprendimiento” en panacea.
El relajamiento actual de las formas tayloristas de
organización del trabajo va acompañado de nuevas ofertas de cualificación y
participación por parte de los directivos de las empresas a una parte de sus
plantillas que en realidad profundizan la lógica de la identificación y el
autocontrol. Lo que del lado de las empresas se denomina corporate identity, adquiere del lado de los empleados el carácter
de self management. La
personificación de las empresas va de la mano de una reducción del yo a objeto
de planificación bajo criterios empresariales. La “personalidad” de directivos
y empleados se convierte así en blanco de infinidad de intervenciones que
promueven la identificación, estimulan la motivación, impulsan la flexibilidad,
etc. por medio del empleo sistemático de técnicas psicológicas que se presentan
como supuestas medidas de “humanización del mundo laboral” o de fomento del
“espíritu de grupo”.
Del fragmento de Marx al postoperaismo: la subsunción real
del trabajo
¿Exige este proceso de subjetivación del trabajo una ruptura
con la teoría del trabajo de proveniencia marxista o ha habido intentos de
lectura actualizada de los mismos desde categorías de la tradición marxista y
de la teoría crítica? A esto último apuntan algunas aportaciones de la
sociología industrial y del trabajo inspiradas por Marx que movilizan para ello
el concepto de subsunción, tal como señalaba Gerhard Brandt, quien fuera
director del Instituto de Investigación Social en Frankfurt, en su conferencia
ante la sección de Sociología Industrial de la Sociedad Alemana de Sociología
en octubre de 1983:
“La socialización
capitalista se presenta con ello, de manera diferente a como supone el
paradigma de la producción, no como creación de realidad social a través del
trabajo o como socialización por medio del trabajo, sino como subsunción de
todas las condiciones de vida (entre ellas también el trabajo socialmente
constituido) por las exigencias de la organización capitalista de la sociedad
recogida en la relación del valor [abstracto], es decir, como socialización a
través de la abstracción.»11 .
Como es conocido, Marx distingue entre trabajo concreto y trabajo abstracto, entre el trabajo como praxis o transformación consciente
de las condiciones de existencia humana, por un lado, y la constitución social
del trabajo asalariado, por otro. Este último es el que permite definir los
objetos de manera abstracta a través del valor de cambio, abstrayendo de las
propiedades prácticas y las posibilidades de uso de los mismos. Para comprender
la transformación de todos los productos del trabajo en mercancías
intercambiables es preciso desentrañar la mediación del sistema social que la
hace posible: del sistema capitalista. Definir al trabajador, su valor, a
través de su salario es determinarlo como parte constitutiva del capital, esto
es, como capital variable. De manera general, en el capitalismo, la conversión
de la fuerza de trabajo en mercancía produce una situación en la que la
actividad viva de los seres humanos es dominada por el trabajo muerto
acumulado, por el capital. Los efectos que esto tiene sobre la organización del
trabajo y las experiencias de los trabajadores se derivan de la forma social a
la que está sometida la actividad y las relaciones sociales en el capitalismo.
En un texto que lleva por título Resultados del proceso directo de producción12 , Marx realiza una
distinción que ha tenido relativa importancia en algunas de las lecturas
posteriores de su teoría del trabajo. Me refiero a la diferencia entre
subsunción formal y subsunción real del trabajo bajo el capital. Mientras que
en la primera no es afectado el contenido del trabajo mismo por el sometimiento
al capital (este se apropia de él y lo explota para obtener plusvalía), en la
segunda dicho sometimiento afecta a la organización misma del trabajo (al carácter
real de proceso de trabajo). Marx analiza el desarrollo de la subsunción formal
como condición para la formación de las bases de la subsunción real a través de
la concentración y la intensificación del trabajo, que llevan al desarrollo de
las tecnologías que hacen posible un sometimiento del proceso real del trabajo
al capital. La tecnologización proviene de la exigencia de producir más
plusvalía, lo que llevaría a reducir el valor del trabajo por medio de máquinas
cada vez más efectivas, por un lado, y a la sobreproducción y las crisis, por
otro.
En sus Tesis sobre la
relación genérica entre la inteligencia científica y la conciencia de clase
proletaria13, Hans-Jürgen Krahl se enfrenta a la evolución del capitalismo
monopolista y a la implementación tecnológica de los avances científicos en la
automatización de la producción, modificando para ello el concepto de
subsunción real acuñado por Marx: la creciente incorporación de la ciencia y la
técnica a la organización de la producción. La fuerza de trabajo humana, que es
la que constituye el valor, se vuelve proporcionalmente cada vez más pequeña en
relación con la creciente aplicación de la técnica. Esto obliga, según Krahl, a
plantearse de qué manera se ha transformado el concepto de productores directos
y con ello de clase trabajadora en general. El saber ha sido subsumido por el
capital y se ha convertido de esa manera en un proceso de trabajo del
“trabajador colectivo”. De modo que la vigencia de la norma cuantitativa y
deshistorizada de la medida del valor somete e incorpora el trabajo intelectual
al proceso de valorización del capital. La enajenación que sufría la fuerza de
trabajo se reproduce en un nuevo nivel: el trabajo científico es trabajo
alienado y, por tanto, percibido y experimentado por los productores como el
poder cosificado y extraño del capital.
Jean-Marie Vincent, director y fundador de la revista de
teoría crítica Variations, también
centra su trabajo de interpretación de Marx en torno a los conceptos de
fetichismo de la mercancía y de subsunción real. En su Critique du travail analiza los aspectos “estéticos, sensibles y
cognitivos” de la penetración de las relaciones sociales por el principio
fetichista del capital14. La inteligencia socializada que Marx tematiza en los Grundrisse bajo el concepto de “general intelect” es utilizada por el
capitalismo para su propio desarrollo. Esto se une en su argumentación al
concepto de subsunción real del trabajo por el capital para establecer una
conexión entre la lógica de socialización bajo la forma del mercado, su
utilización de la división del trabajo, de la técnica y de la ciencia a escala
global, así como de las formas de comunicación y las estructuras de gerencia
empresarial. Esta vinculación permite incorporar en la teoría del trabajo de
matriz marxiana los nuevos conceptos de dirección empresarial orientados a la
flexibilidad, la desregulación y la deslocalización en el marco de un comercio
y unas finanzas globalizadas. Si la distinción de Marx entre actividades
productivas e improductivas resulta claramente insuficiente para dar cuenta de
los procesos a los que asistimos en el capitalismo fordista y postfordista, la
vinculación de los conceptos de “subsunción real” y “general intelect” permite integrar la terciarización de la
economía, la intelectualización y la precarización de diferentes ámbitos laborales,
la incorporación de la informatización a la automatización de la producción y a
la distribución, así como la configuración reticular de la coordinación
globalizada de la producción y la comercialización en el modelo de subsunción
del trabajo bajo el capital.
Finalmente podemos referirnos a una última aplicación del
concepto de subsunción real, la que llevan a cabo Hardt y Negri, a las
tendencias del capitalismo a someterse cada vez más ámbitos del mundo y de la
vida en la transición del fordismo al postfordismo, es decir, de una sociedad
disciplinaria a una de control (Foucault, Deleuze, Guattari). Para ambos, esto
no sólo supone una suspensión de la ley del valor, una disolución de la
sociedad civil, una penetración de los mecanismos de dominación en los cuerpos
y las mentes de los ciudadanos, etc., sino también la conversión de la vida
misma en objeto del poder. La lucha por la fuerza de trabajo en el fordismo y
la caída de las tasas de beneficio motivaron esa transformación. Pero esto
produce una cancelación de la separación entre vida y trabajo, la vida (cuerpo,
deseos, sentimientos, relaciones, saber,…) pasa a ser producida o
productivamente utilizada por el trabajo inmaterial, que por definición es una
producción común que es apropiada posteriormente de manera privada y
parasitaria por el capital. La posición hegemónica del trabajo inmaterial
cancela las diferencias tradicionales entre economía, política, cultura y
sociedad, entre tiempo de trabajo y tiempo libre. Todo es productivo y toda producción
puede ser apropiada por el capital. El general
intelect, el intelecto asociado de individuos, se ha realizado en el
presente porque el saber socialmente producido ha devenido fuerza productiva
directa. El individuo colectivo que Marx esperaba de la realización del
comunismo se ha hecho realidad dentro del capitalismo. Esto es lo que lleva a
Hardt y Negri a suponerle a la producción inmaterial un carácter emancipador,
cuando no un potencial revolucionario. Las luchas contra los mecanismos de
apropiación por parte del capital de la producción común son ahora ubicuas,
plurales, afectan a todos los ámbitos sociales, culturales y políticos y son
más relevantes para la emancipación que la tradicional delegación política del
propio poder de acción fijada en el Estado. La cuestión es si la renuncia a una
teoría del valor y la irrelevancia de la dinámica interna del valor no lleva a
Hardt y Negri a una disolución demasiado optimista de las formas de dominación
desde el punto de vista de la teoría de la acción (luchas sociales) 15 .
La liberación de los seres humanos de las coacciones
naturales o históricas, la ampliación de sus capacidades, de sus necesidades y
posibilidades de goce, el despliegue de la potencialidad y la creatividad
subjetivas,… en el capitalismo, no son meta, sino medio para la revalorización
del capital. No es posible negar la superación que se ha producido dentro de
esta formación social de muchas limitaciones naturales, la mejora de las
condiciones materiales de vida, el desarrollo de capacidades humanas, pero al
mismo tiempo esa liberación sirve a la ampliación del poder del capital y al
sometimiento de los seres humanos de manera más intensa a las exigencias de
revaloración del capital. La coacción como forma de organización del trabajo en
el Fordismo lo que hace es reducir al individuo a una función específica y
parcial, por eso se convierte en un obstáculo cuando es todo el individuo el
que debe ser productivo. Esto es lo que pone de manifiesto la subjetivación del
trabajo.
Del carácter social autoritario al carácter flexible: el
nuevo mundo laboral
Los conceptos de cosificación
y alienación han servido en la
tradición de pensamiento que se remonta a Marx para designar la relación
instrumental consigo mismo y con el mundo que impone la conversión del
trabajador en la mercancía “fuerza de trabajo”, su subsunción bajo el capital.
Los efectos de esta cosificación no se limitan al ámbito del trabajo, sino que,
como muy pronto señaló G. Lukács, se extiende a todos los contextos de la vida
cotidiana y alcanza incluso los impulsos más íntimos de la personalidad. Erich
Fromm y el resto de miembros del Instituto de Investigación Social en Frankfurt
reconocen muy pronto la necesidad de incorporar el psicoanálisis para poder dar
cuenta de la cosificación analizada por Lukács. Para ellos resultaba claro que
la adaptación de la libido a la estructura económica a través de los mecanismos
de represión y sublimación analizados por el psicoanálisis posee un efecto
estabilizador. La racionalización funcional de los impulsos inconscientes
contribuye a enmascarar las contradicciones sociales y a mantener las
estructuras sociales de dominación.
Las estructuras familiares de socialización eran
consideradas por los miembros del Instituto como la instancia mediadora entre
las estructuras de dominación social, su evolución hacia formas autoritarias de
Estado y monopolistas de capitalismo, por un lado, y las estructuras psíquicas,
por otro. Aquello que define a un individuo y lo diferencia del resto es su carácter,
pero en la constitución del yo no sólo intervienen los conflictos entre los
impulsos libidinosos y los procesos de represión de los mismos, sino que
también confluyen en él las tensiones de la realidad social antagonista. Ésta
daña y lesiona el carácter indefectiblemente. El interés por la autonomía y la
posibilidad de afirmación de sí mismo que representa el yo se encuentran en
conflicto directo con las exigencias sociales de adaptación, que es el precio
para asegurar la autoconservación. Si no quiere ser expulsado del engranaje
social, el individuo tiene que acatar las reglas de juego que dicta la
situación dominante, pero las exigencias que se derivan de este acatamiento van
asociadas a renuncias que no son razonables a primera vista. Ante esto caben
dos posibilidades: enfrentarse de modo consciente a la represión social
poniendo en peligro la autoconservación o poner en marcha maniobras de
suavización y pacificación que impidan tener que soportar grandes mermas de la
autoestima o eviten poner en peligro la propia supervivencia.
Una manifestación de esta manera de “resolver” el conflicto
es el carácter autoritario. Su núcleo no es otro que la ambivalencia entre
sometimiento y rebelión coagulada en el psiquismo de los que se aferran al
orden existente. Dicho carácter les permite dar una salida al conflicto
interior identificándose con el dominio encarnado en una figura personal y
proyectando la agresión contra grupos identificados como más débiles. Partiendo
del análisis freudiano, es posible explicar por qué el carácter autoritario
tiene que dirigir la agresión contra grupos considerados extraños. Su debilidad
le impide dirigirla contra las autoridades del propio grupo. El conflicto
intrapsíquico se proyecta sobre la relación entre el propio grupo y los grupos
declarados ajenos, lo que permite la descarga de la agresividad y la
identificación con la autoridad. El resultado es una paradójica “rebelión
conformista”: una especie de combinación entre el placer de obedecer y la
agresión contra los indefensos.
En palabras de Th. W. Adorno, la fórmula paradójica a la
lleva la constitución de los individuos bajo el carácter autoritario es: “Selbsterhaltung verliert ihr Selbst”
(la autoconservación pierde su yo), el precio de la hiperadaptación para salvar
el yo es la pérdida de lo que se quiere salvar por ese camino. Este núcleo del
carácter autoritario, típico del fascismo, puede también considerarse el núcleo
del carácter mercantilizado del capitalismo tardío. Estaríamos ante dos
variantes en la que cristaliza la adaptación a la producción capitalista, una
adaptación que reduce a los sujetos a medios de producción. La cosificación no
queda limitada a la venta de la fuerza de trabajo, sino que alcanza a las
cualidades cognitivas, emocionales y perceptivas de los individuos. En
continuidad con este planteamiento, Johannes Gruber sostiene la tesis de que la
actual flexibilización de mundo de trabajo ha dado origen a un carácter
flexible por medio del cual los individuos se enfrentan a las nuevas exigencias
laborales y privadas16. La flexibilización a la que se refiere Gruber comprende
tanto las nuevas condiciones de contratación y sus efectos desestabilizadores,
precarización e inseguridad incluidas, como la nueva reorganización del trabajo
que hemos venido definiendo con el concepto de subjetivación. Los modelos de
competitividad, consumo y comportamiento abarcan el conjunto de la vida,
también la vida íntima, las relaciones sociales, la familia, el
entretenimiento, etc. Se produce así una congruencia entre las nuevas
exigencias y el nuevo carácter flexible en un nuevo mundo laboral. El “employable man” es flexible, autónomo y
arriesgado, busca permanentemente su autooptimización y por ello se orienta por
las demandas del mercado, trabaja en red y en base a proyectos, es espontáneo y
reacciona con prontitud a los cambios. Evidentemente estas características no
sólo son efectivas en el mundo laboral, sino que se trasladan al mundo de vida.
Resulta evidente que muchos individuos tienen enormes
dificultades para adaptarse “exitosamente” a las exigencias a las que intenta
ser una respuesta adaptativa el carácter flexible. Muchos se sienten
sobrepasados y desbordados por la coacción a una permanente autooptimización,
lo que parece ser origen de múltiples psicopatologías o comportamientos
autodestructivos. La exigencia de “ser uno mismo” y de contemplarse como una
máquina de capitalización ilimitada es puesta en relación por Alain Ehrenberg
con la expansión de la depresión. La movilización neoliberal del yo sería la
base de las condiciones de agotamiento y extenuación que son características de
la depresión.
Subjetivación del trabajo y sufrimiento: el “síndrome del
extenuado”
El 14 de Julio de 2009, Michel, técnico de France Telecom
(FT) se suicidó con barbitúricos, dejando este testimonio escrito: «Me suicido
a causa de FT. Es la única causa de mi muerte voluntaria. No puedo más con las
urgencias permanentes, el trabajo excesivo, la ausencia de formación, la
desorganización total de la empresa. Los directivos practican el “management”
del terror. Esa manera de trabajar ha desorganizado mi vida, me ha perturbado.
Me he convertido en una ruina, un desecho humano. Prefiero acabar. Poner fin a
mi vida.» La ola de 25 suicidios en la empresa francesa en poco más de año y
medio, que se convirtió en noticia mundial, había sido precedida de otra serie
de suicidios de trabajadores en grandes empresas como Renault, Peugeot o
Electricidad de Francia. Con posterioridad la prensa se haría eco de otras olas
de suicidios en una fábrica de acero en Finlandia (Diciembre 2009), en Foxconn
Technology en China (junio 2010), Disneyland París (abril 2010). En su obra
Trabajo y suicidio, Christophe Dejours y Florence Bègue realizan un análisis
global de las causas de este comportamiento y llegan a la conclusión de que han
sido los nuevos métodos de management los que han producidos efectos tan
deplorables, en la medida en que estos han conducido a un estado de degradación
muy avanzado del universo laboral17. El testimonio de Michel, el técnico de France
Telecom, es suficientemente elocuente como para que carezca de sentido atribuir
el suicidio a problemas personales de los trabajadores (ya sean conflictos en
la esfera privada o tendencia depresivas de los individuos). «Si las patologías
mentales relacionadas al trabajo se agravan actualmente, al punto que hombres y
mujeres llegan a suicidarse hasta en su lugar de trabajo, es que la
organización del trabajo ha debido transformarse»18. Dejours insiste en los
temas que constituyen la base de su análisis de la relación entre trabajo,
violencia y sufrimiento19: los nuevos métodos de gestión, el sistema de
evaluación individualizada de los rendimientos y el dispositivo para
implementar la idea de "calidad total". Frente a la contraevidencia
que ha terminado imponiéndose en la opinión pública de que los sufrimientos se
han atenuado en el mundo laboral con los avances económicos y tecnológicos,
Dejours moviliza las investigaciones clínicas y los trabajos de campo que
muestran el sufrimiento asociado a trabajos en condiciones de riesgo y peligro
para la salud (construcción, subcontrata para trabajos peligrosos, personal de
servicios degradados, cadenas de montaje, mataderos y criaderos industriales,
etc.) o aquellos que se ven sometidos a una forma de organización que hemos
caracterizado más arriba mediante el concepto de subjetivación del trabajo. Su
conclusión es inequívoca: «las nuevas formas de organización del trabajo de las
que se alimentan los sistemas de gobierno neoliberal tienen efectos
devastadores sobre nuestra sociedad»20 .
Un ejemplo recurrente parece avalar esta esta tesis es el
síndrome cada más frecuente de burnout (fundido, agotado, quemado). Una página
de internet que invita a realizar un auto-test para comprobar si nos
encontramos entre aquellas personas que lo sufren, lo define así:
“El síndrome de
burnout (desgaste profesional) hace referencia a un estado interno de
saturación. Las personas afectadas se sienten totalmente agotadas a nivel
físico, emocional y mental. También disminuye la capacidad de rendimiento. La
causa es una sobrecarga continua en el trabajo o una sobrecarga psíquica. El
síndrome de burnout se desarrolla frecuentemente como un estado latente, por lo
que no resulta fácil detectar un principio de enfermedad o una enfermedad ya
establecida.” 21
Afectados por este síndrome parecen estar no sólo aquellas
profesiones relacionadas con el cuidado y la atención a personas, sino
cualquier grupo, desde los asesores profesionales o los trabajadores de call-centers hasta los ejecutivos,
pasando por los empleados precarios o los desempleados.
En principio parece relacionado con un crecimiento de los
ritmos vitales y laborales, la intensidad del trabajo y la responsabilidad
redoblada, pero también con las presiones externas que nacen de la amenaza de
recortes de personal, deslocalización empresarial o precarización del empleo.
Para una buena parte de los trabajadores, el empleo ya no reporta ni
estabilidad ni seguridad. La extenuación se ha convertido así en una
experiencia que comparten muchos individuos en muy diferentes situaciones
vitales y laborales: estrés, desánimo y sobrecarga se unen en una alteración
depresiva22. La interiorización de una responsabilidad frente a la propia
autorrealización y la propia felicidad en un horizonte cargado de peligros de
fracaso, sin que este pueda descargarse sobre instancias externas, es la fuente
de estrés específico y de la experiencia de verse desbordado. La neurosis que
se gestaba en la sociedad disciplinaria en torno al conflicto entre el deseo de
trasgresión de la norma y el miedo al castigo ha dejado paso el cuadro
depresivo del capitalismo postdisciplinario. La crisis crónica del yo tiene su
origen en una desmesurada responsabilización de sí y una exigencia desbordada
de autenticidad e individualidad. Por un lado se alimenta la ficción de un yo
soberano y por otro se minan las posibilidades de su realización. La ampliación
formal de la capacidad de decisión y acción de los empleados y la valoración de
la subjetividad, en un marco de flexibilización, de deslocalización y de
permanente confrontación con mercados inestables, son experimentadas por los
trabajadores no como una ampliación de su autonomía sino como una
heterodeterminación que favorece el desgaste agotador. 7
Los límites de la capitalización/destrucción del yo
El ejemplo de extenuación asociada a la subjetivación del
trabajo, si no ha de ser reducido a mera manifestación singular, apunta a una
estructura contradictoria de la sociedad capitalista que se manifiesta en la
relación entre la dinámica de valorización ilimitada del capital y sus bases
materiales (naturaleza exterior e interior). El objetivo de la revalorización
es un objetivo infinito, lo que contrasta con la finitud de los medios que
definen el horizonte de escasez que determina la actividad económica. Por esa
razón, la contradicción entre el objetivo infinito de la multiplicación del
valor abstracto y la finitud de los medios para alcanzar ese objetivo supone un
sometimiento creciente de la acción humana en cada vez más ámbitos a ese
objetivo infinito. Sin embargo, la infinitud de la lógica de la acumulación del
capital, de la multiplicación del valar abstracto, no se detiene ante límite
natural o humano alguno. Sólo reconoce como meta el incremento de un quantum
abstracto. Y para esta abstracción todas las singularidades no son más que
obstáculos a superar. Como percibió K. Marx, el capital no posee ningún límite
interno, no existe un punto de equilibrio y descanso: «Para el valor multiplicar coincide con conservar y sólo se conserva
sobrepasando continuamente su límite cuantitativo, [...]. En cuanto valor [...]
es un impulso continuo a ir más allá de su límite cuantitativo; proceso
infinito»23
La potenciación de los aspectos creativos, cognitivos y
afectivos de la subjetividad sólo son fomentados por el capitalismo actual en
tanto son explotables de acuerdo con las exigencias de los mercados y en tanto
son compatibles con ellos. Pero el propio fomento de la subjetivación del
trabajo genera el conflicto entre la exigencia de ser más competitivo, de
rendir más y ser más exitoso y la exigencia de autorrealización e
intersubjetividad. Esta incongruencia está en el origen de la experiencia a la
que intenta dar nombre el síndrome-burnout y es la que pone de manifiesto al
mismo tiempo los límites de la (auto)explotación. La interrupción sintomática
que se hace presente en las supuestas “patologías” asociadas a la
reorganización del trabajo puede propiciar una reflexión sobre el carácter
finito del propio cuerpo y la propia vida, que, en el marco de una economía
juramentada con la acumulación infinita, se aferra a la posibilidad de
necesidades no aprovechables y por eso mismo no explotables. Las posibilidades
de autodeterminación de los sujetos nacen de la imposibilidad de una completa
integración en una sociedad antagonista y de las heridas y daños que la
subjetivación produce en los individuos. Esto es lo que les permite actuar
frente a los dispositivos que están implicados en su producción. Así lo
entendía Adorno, cuando hablaba del carácter como un «sistema de cicatrices, que sólo puede ser integrado con sufrimientos,
y nunca del todo»24. La idea de una subjetividad lograda y armónica en
medio de una sociedad antagónica no puede ser una clave de humanidad. Pero el
sufrimiento que produce la subjetivación coactiva es la muestra de que la
captura total no ha sido lograda.
Notas
1 Christine RESCH/Heinz STEINERT, Kapitalismus:
Porträt einer Produktionsweise, 2ª ed., Münster: Westfälisches Dampfboot,
2011, pág. 41ss.
2 William STERN, «Angewandte Psychologie», en L. W. Stern, E. Bernheim (eds.): Beiträge
zur Psy-chologie der Aussage: mit besonderer Berücksichtigung von Problemen der
Rechtspflege, Pädagogik, Psychiatrie und Geschichtsforschung, T. 1: Beiträge
zur Psychologie der Aussage, Leipzig: Barth, 1903, págs. 4−45.
3 Hugo MÜNSTERBERG: Psychologie und Wirtschaftsleben. Ein Beitrag zur
Angewandten Experimentalpsy-chologie, Leipzig: Barth,1912; Id., Grundzüge
der Psychotechnik, Leipzig: Barth, 1914.
4 Françoise CASTEL/Robert
CASTEL/Anne LOVELL, La sociedad psiquiátrica avanzada: el modelo
norte-americano, Barcelona: Anagrama, 1980; cf. Alexandra RAU,
«Psicopolitik. Macht und Subjekt in subjektivierten
Arbeitsverhältnissen», en A. Demirović et al. (eds.), Das Subjekt – zwischen
Krise und Emanzipation, Münster: Westfälisches Dampfboot, 2010, págs.
27-48.
5 Klaus PETERS/ Dieter SAUER, «Epochenbruch und Herrschaft: indirekte Steuerung
und die Dia-lektik des Übergangs», en D. Scholz et all. (ed.), Turnaround?
: Strategien für eine neue Politik der Arbeit – Herausforderungen an Gewerkschaften
und Wissenschaft, Münster: Westfälisches Dampfboot, 2006, págs. 98-125,
aquí pág. 98.
6 Cf. Joachim HIRSCH, Vom Sicherheitsstaat zum nationalen Wettbewerbsstaat.
Gesellschaft, Staat und Politik im globalen Kapitalismus, Berlin:
ID-Verlag, 1998; Id., Materialistische Staatstheorie.
Transforma-tionsprozesse des kapitalistischen Staatensystems, Hamburg: VSA,
2005.
7 Cf. Manfred MOLDASCHL/G. Günter VOß, Subjektivierung von Arbeit, 2ª
ed, München: Rainer Hampp Verlag, 2003.
8 Cf. Luc BOLTANSKI/Ève CHIAPELLO, El nuevo
espíritu del capitalismo, Madrid: Akal, 2002.
9 Roswitha SCHOLZ, Differenzen der Krise – Krise
der Differenzen. Die neue Gesellschaftskritik im globalen Zeitalter und der
Zusammenhang von „Rasse“, Klasse, Geschlecht und postmoderner
Individualisierung, Bad Honnef: Horlemann, 2005, pág. 218.
10 Cf. Ulrich BRÖCKLING, Das unternehmerische
Selbst. Soziologie einer Subjektivierungsform, Frankfurt a.M.: Suhrkamp,
2007
11 Gerhard BRANDT, Arbeit, Technik und
gesellschaftliche Entwicklung. Tansformationsprozesse des moder-nen
Kapitalismus. Aufsätze 1971-1987, Frankfurt a.M.: Suhrkamp, 1990, pág. 273.
12 Karl MARX: «Resultate des unmittelbaren
Produktionsprozesses» (1863/65), Archiv sozialistischer Literatur 17,
Frankfurt a.M.: Neue Kritik, 1968.
13 Hans-Jürgen KRAHL, “Thesen
zum allgemeinen Verhältnis von wissenschaftlicher Inteligenz und proletarischem
Klassenbewusstsein”, en Id.: Konstitution und Klassenkampf. Zur
historischen Dialektik von bürgerlicher Emanzipation. Schriften, Reden und
Entwürfe 1966-1970, Frankfurt a.M., Verlag Neue Kritik 2008, también
disponible en http://www.krahl-seiten.de/wissenschaftlicheintelligenz.htm.
14
Jean-Marie VINCENT, Critique du travail. Le faire et l’agir, Paris: PUF,
1987, pág. 108.
15
Cf. Michael HARDT/Antonio NEGRI, Multitud: Guerra y Democracia en la era del
imperio Barcelona: Debate, 2004; Id., Imperio, Barcelona: Paidós,
2005; Id., Commonwealth: El proyecto de una revolución en común, Madrid,
Akal, 2011.
16 Cf. Johannes GRUBER, Der flexible
Sozialcharakter. Eine Studie zur gegenwärtigen Transformation von
Subjektivität. Basel:
edition gesowip, 2008.
17
Cf. Christophe DEJOURS y Florence BÈGUE, Trabajo y suicidio, Madrid:
Modus Laborandi, 2010.
18
Ibíd., pág. 30.
19
Cf. Christophe DEJOURS, Trabajo y sufrimiento. Cuando la injusticia se hace
banal, Madrid: Modus Laborandi, 2009; Id., El desgaste mental en el
trabajo, Madrid: Modus Laborandi, 2009; Id., Trabajo y violencia,
Madrid: Modus Laborandi, 2009.
20
Christophe DEJOURS, Trabajo y sufrimiento, op. cit., pág. 203.
21
Cf. http://www.onmeda.es/test/burnout_test.html (última consulta 03/06/2013).
22
Cf. Alain EHRENBERG, La fatiga de ser uno mismo. Depresión y Sociedad.
Buenos Aires: Ediciones Nueva, 2000.
23 Karl MARX, Grundrisse einer Kritik der
politischen Ökonomie, MEW 21, Berlín: Dietz,1979, pág. 936.
24
Theodor W. ADORNO, «Die revidierte Psychoanalyse» (1952), en Gesammelte
Schriften. 20 tomos, ed. por R. Tiedemann. Frankfurt a.M.: Suhrkamp,
1970-1986, T. 8, págs. 20-41, aquí pág. 24; cf. José A. ZAMORA, «El enigma de
la docilidad: Teoría de la sociedad y psicoanálisis en Th. W. Ador-no», en: M.
Cabot (ed.), El pensamiento de Th. W. Adorno. Balance y perspectivas.
Palma: Universitat de les Illes Balears, 2007, págs. 27-42.