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Fragmento del mural 'Detroit industry' ✆ Diego Rivera
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Oscar Barrera Sánchez | Durante la modernidad se actuó de manera
deliberada sobre el cuerpo. En el siglo XIX, Karl Marx originó la discusión en
torno al cuerpo como producto social, fruto de sus condiciones materiales de
existencia y de las relaciones sociales de producción. En el siglo XX se
actualizaron estas nociones a través de los discernimientos esgrimidos por
Pierre Bourdieu y la implicación dialéctica de las características en el campo
y el habitus en las que el cuerpo juega, se significa, siente y vive y, en las
cuales entran en juego sus capitales. Asimismo, el trabajo de Michel Foucault
entreteje al cuerpo en una telaraña microfísica de relaciones de poder, a
través de los mecanismos, dispositivos y tecnologías modernas para el gobierno
del cuerpo y su docilización, normalización y dirección. Tres autores que
difieren, pero que brindan elementos para comprender la relación del cuerpo en
la modernidad. Durante el siglo XIX y, más de la mitad del XX, el cuerpo
fue un tema poco tratado de manera directa por la Sociología.
Sin embargo, uno
de los pensadores que influyó constantemente en las obras sociológicas de
autores contemporáneos fue Karl Marx. Él abrió con los
Manuscritos económico- filosóficos de 1844 y, sobre todo en
El
Capital, el campo propicio para que en la segunda mitad del siglo pasado el
cuerpo ocupara uno de los lugares fundamentales en las Ciencias Sociales.
Derivado de los trabajos de Marx, los pensadores franceses tomaron parte de su
teoría para cuestionar su trabajo o nutrirla con algunos planteamientos contemporáneos.
Tal es el caso del
concepto de habitus de
Pierre Bourdieu, y los de
cuerpo
dócil y normado de Michel Foucault. El presente artículo busca exponer
brevemente los conceptos de los tres autores respecto al cuerpo y observar
cuáles son sus acercamientos y distancias.
El cuerpo
explotado y enajenado en Karl Marx
Como la mayor parte de los hegelianos de su tiempo, Karl
Marx estaba influido de que la filosofía de Hegel era la manifestación más
acabada a la que la filosofía podía llegar. Sin duda, Marx se distingue de
Hegel en numerosos aspectos fundamentales, sin embargo, su pensamiento guarda
el núcleo básico hegeliano. Cuando Marx habla de realidad describe siempre al
contexto histórico social y al mundo del hombre que, teniendo una estructura
dialéctica, se orienta hacia una inigualable realidad consciente.
Hegel suponía que las formas sociales y políticas de su
época eran ajustadas para el desempeño íntegro de los requerimientos
racionales, que mediante un simple desarrollo gradual del sistema político
social corriente se llegaría a la elaboración de las máximas capacidades del
hombre, pero, entonces, la dialéctica quedaba atajada y se acreditaban los
hechos e instituciones políticas y sociales existentes como si fueran
consumadamente adecuadas a la razón. A los ojos de Marx, esto involucraba una
considerable ambigüedad: si el proceso dialéctico había llegado a su momento
final, no sólo había terminado toda la filosofía sino que también, la monarquía
prusiana (conservadora y reaccionaria), el cristianismo oficial (no menos
reaccionario) quedaban consagrados. Al mismo tiempo, la dialéctica (o el
movimiento de la realidad misma) no podía interrumpirse sin que la realidad
misma desapareciera, por ende, la dialéctica debía ser substancialmente abierta
y revolucionaria.
Hegel había mencionado que lo verdadero es el todo (Hegel, 2006), pero la verdad, los
fundamentos de la razón, no parecían concordar con el orden social y político
existente. Entonces, Marx determinará que hay en el mundo humano un elemento
irracional, inadecuado con relación a la Idea, desarticulado o falto de armonía
en relación a la totalidad que no es otra cosa que un rastro que exhibe que
todavía no se ha logrado acabadamente la totalidad, aún falta recorrido para la
completa racionalidad.
La contradicción marcada por Marx en el sistema hegeliano se
materializa en la existencia del proletariado. La figura del proletariado
contradice la falsa realidad de la razón, porque la existencia de una clase
social íntegra representa la negación de la razón. Hegel aseguraba que la
propiedad es la manifestación exterior de la persona libre, pero el
proletariado es la clase completamente desposeída, la que esta privada de toda
propiedad (entonces, no es libre ni es persona):
El hombre produce al
hombre, así mismo y al otro hombre [...] Así como es la sociedad misma la que
produce al hombre en cuanto hombre, así también es producida por él. [...] Toda
la llamada Historia universal no es otra cosa que la producción del hombre en
el trabajo humano (Marx, 1976: 28)
Marx, en antagonismo a la mayor parte de la tradición
filosófica, y principalmente a Aristóteles, que había percibido la esencia del
hombre en la razón teórica en donde el final es la pura contemplación,
entenderá al hombre como un ser que se produce a sí mismo y este hecho
autogenerador del hombre es el trabajo.
Para Marx, lo que el hombre es, no puede establecerse desde
el espíritu ni de la Idea sino a partir del hombre mismo, de lo que éste es
concretamente, el hombre real, corpóreo, en pie sobre la tierra firme y
respirando y exhalando todas las fuerzas naturales. El hombre no es un ser
abstracto, exterior al mundo sino que el hombre es en el mundo, esto es el
Estado y la sociedad. Esto representa que, en vez de indagar la esencia del
hombre como determinación interior, Marx explorará en las relaciones exteriores
en virtud del intercambio que cada hombre conserva con la naturaleza y con los
otros hombres: "La esencia humana no
es algo abstracto e inherente a cada individuo, es en realidad, el conjunto de
las relaciones sociales" (Marx, 1975: 27)
Las relaciones sociales no son para Marx algo cedido o
estático, sino la realización del hombre mismo de manera tal que desde un
intercambio entre hombre y sociedad, uno y otro se crean mutuamente. Pero, para
Marx, la esencia del hombre es el trabajo. Este es el medio a partir del cual
se realizan y desarrollan sus posibilidades. A través del trabajo consigue su
satisfacción y la felicidad.
Pero lo que de
antemano distingue al peor arquitecto de la mejor abeja es que aquél ha
construido la celdilla en la cabeza antes de construirla en cera. Al fin del
proceso del trabajo surge un resultado que ya al comienzo del mismo estaba en
la representación del obrero, es decir ya existía idealmente. No es sólo que
éste opera en un cambio de forma de la materia prima; él realiza en ésta al
mismo tiempo su finalidad, que él conoce y determina como ley el modo de su
obrar, y a la cual tiene que subordinar su voluntad. (Marx, 1991: 176).
El proceso de autoproducción por razón del trabajo es un
proceso dialéctico, es un salir del sí del hombre, una exteriorización. El
trabajo enlaza una humanización de la naturaleza en tanto el hombre deja sobre
ella su propia marca, su esencia. Y esto a su vez, resuena sobre el hombre
mismo, porque la transformación que el hombre enclava en la naturaleza,
modifica las condiciones de la vida humana. “La
sociedad es pues, la plena unidad del hombre con la naturaleza, la verdadera
resurrección de la naturaleza, el naturalismo realizado del hombre y el
realizado humanismo de la naturaleza” (Marx, 1976: 31).
El ser propio del hombre pende entonces de las condiciones
materiales del trabajo en cada acontecimiento histórico. En la sociedad que
Marx relata, el hombre está alienado puesto que ignora su propia esencia. Esta
alienación está presente en todos los planos de la naturaleza humana: social,
político, religioso y filosófico.
En esta obra, las figuras del capitalista y del
terrateniente no aparecen pintadas, ni mucho menos, de color de rosa. Pero
adviértase que aquí sólo nos referimos a las personas en cuanto personificación
de categorías económicas, como representantes de determinados intereses y
relaciones de clase.
Quien como yo concibe
el desarrollo de la formación económica de la sociedad como un proceso
histórico-natural, no puede hacer al individuo responsable de la existencia de
relaciones de que él es socialmente criatura, aunque subjetivamente se
considere muy por encima de ellas (Marx, 1991: XV).
El trabajo a través de la historia, aparece como factor que
apoya en la domesticación del cuerpo —efecto de la técnica— y de la moral
social del hombre, sin embargo, este concepto enmarcado dentro de una tradición
histórica se ha ido trasformando. Será útil una nota aclaratoria respecto a la
significación y al papel del trabajo en la formación de la sociedad
capitalista, ofrecida por el análisis de Marx en El Capital:
El individuo no puede
actuar sobre la naturaleza sin poner en acción sus músculos bajo la vigilancia
de su propio cerebro. Y, así como en el sistema fisiológico colaboran y se
complementan la cabeza y el brazo, en el proceso de trabajo se aúnan el trabajo
mental y el trabajo manual. Más tarde, estos dos factores se divorcian hasta
enfrentarse como factores antagónicos y hostiles. El producto deja de ser fruto
del productor individual para convertirse en un producto social, en el producto
común de un obrero colectivo (…). Ahora, para trabajar productivamente ya no es
necesario tener una intervención manual directa en el trabajo; basta con ser
órgano del obrero colectivo, con ejecutar una cualquiera de sus funciones
desdobladas. (…) De otra parte, el concepto de trabajo productivo se restringe.
La producción capitalista no es ya producción de mercancías, sino que es,
sustancialmente, producción de plusvalía (Marx, 1995: 425).
A esta condición histórica deben añadírsele las
articulaciones de intereses que cada orden político le concede al papel del
cuerpo de las personas, puesto que esta reciente categorización, con su valor
ideológico, acaba por condicionar el trabajo en las fábricas y la vida misma
del obrero. El modo de producción capitalista como resultado transfirió una
reorientación en las relaciones del sujeto y su cuerpo. El hecho de que el
obrero haya tenido que desvencijar su sistema tradicional de vida, arrendar su
fuerza de trabajo a un sistema que demandaba generar ganancia a través de él,
debilitó las posibilidades que éste tenía para integrar todas las dimensiones
de su motricidad.
De este modo se instituyen unas reglas para el cuerpo y los
nuevos espacios donde se despliega, ya que se privilegian la rapidez, la
eficacia y su capacidad productiva y se comienza a instaurar una identidad
funcional para la motricidad del cuerpo humano.
Con el modo de producción capitalista, de forma paulatina,
el trabajo, en sentido sociológico, dejó de interesar a la satisfacción de las
necesidades de vida urgentes de la estructura social y transitó a conformarse
en mercancía y valor de cambio, implicando al cuerpo con ese mismo sentido. La
fuerza de trabajo (el cuerpo) pasa a ser un modo de subsistencia para unos y
posibilidad de acumulación para otros, siendo esta transición técnica
relacionada con el uso del cuerpo en el trabajo, un elemento primordial para restaurar
las dinámicas de la motricidad del sujeto.
Podría expresarse que la fuerza muscular entrenable del
trabajador, su energía y resistencia transitaron a ser objetos de explotación
capitalista; el cuerpo se apostó como un cuerpo objetivo, manipulable,
dominable, una herramienta para la expansión del capital. La fábrica, una
particularidad del proceso de modernización, no sólo tendrá como objetivo
aglutinar y organizar las nuevas fuerzas productivas desde una lógica rentable,
sino que en el caso concreto del cuerpo del trabajador, también deberá
emplearse en persuadir a las personas de la importancia moralizante del trabajo
para la sociedad productiva. Consecuentemente, la regulación del cuerpo, su
análisis escrupuloso, la medición y control de sus tiempos y movimientos en la
acción motriz del trabajo posee hechos que van más allá de la simple función
instrumental.
Podría expresarse que la fuerza muscular entrenable del
trabajador, su energía y resistencia transitaron a ser objetos de explotación
capitalista; el cuerpo se apostó como un cuerpo objetivo, manipulable,
dominable, una herramienta para la expansión del capital. La fábrica, una
particularidad del proceso de modernización, no sólo tendrá como objetivo
aglutinar y organizar las nuevas fuerzas productivas desde una lógica rentable,
sino que en el caso concreto del cuerpo del trabajador, también deberá
emplearse en persuadir a las personas de la importancia moralizante del trabajo
para la sociedad productiva. Consecuentemente, la regulación del cuerpo, su
análisis escrupuloso, la medición y control de sus tiempos y movimientos en la
acción motriz del trabajo posee hechos que van más allá de la simple función
instrumental.
En la lógica capitalista, el grupo social legitima la
exposición de los movimientos del cuerpo y, allí, se fabrican esbozos de
pensar, sentir y actuar que igualan a un individuo con su grupo y clase social.
Trazada la dimensión del trabajador y su cuerpo como generador de plusvalía, en
el sistema industrial se pone en marcha la serie de reglas y discursos que,
desde la ordenación productiva formalizada, se hicieron prolongables a la
cultura cotidiana en general a través de la práctica administrativa en la
empresa y al sistema educativo como lugar para la formación y la disciplina de
las personas en este nuevo contexto.
Este proceso de configuración del cuerpo productivo destaca
la relación entre trabajo y motricidad, reconociendo que los usos y las
funciones del cuerpo humano deben ser afines, claramente, con la educación, el
manejo racional del entorno, la adquisición y adecuación del ámbito laboral y
la división técnica de las ocupaciones. Y como el trabajo es la tarea propia
del hombre pero éste lo desconoce, en lugar de representar la realización
espontánea y alegre de la humanidad, el trabajo detiene las actividades
propiamente humanas y frena cualquier tipo de satisfacción intrínseca.
El trabajador no se
afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla
una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina
su espíritu. Por eso el trabajador solo siente en sí (como en su propio hogar),
fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí. Está en lo suyo cuando no
trabaja y cuando traja no está en lo suyo. Su trabajo no es, así, voluntario,
sino forzado, trabajo forzado. Por eso no es la satisfacción de una necesidad,
sino solamente un medio para satisfacer sus necesidades fuera del trabajo. [...]
Así él se relaciona con su actividad como
con una actividad no libre, se está relacionado con ella como con la actividad
al servicio de otro, bajo las órdenes, la compulsión y el yugo del otro
(Marx, 1976: 108-109).
Así, Marx ubica al cuerpo del trabajador como el material de
explotación, dominación y sujeción por parte de la burguesía y del capital.
El obrero es más pobre
cuanta más riqueza produce, cuanto más crece su producción en potencia y en
volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas
más mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón
directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce
mercancías; se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y
justamente en la proporción en que produce mercancías en general (Marx,
1976: 112).
Los capítulos restantes de este ensayo son:
◆ El habitus en el cuerpo en Pierre Bourdieu
◆ El cuerpo dócil en Michel
Foucault
◆ Conclusión