"No hay porvenir sin Marx. Sin la memoria y sin la herencia de Marx: en todo caso de un cierto Marx: de su genio, de al menos uno de sus espíritus. Pues ésta será nuestra hipótesis o más bien nuestra toma de partido: hay más de uno, debe haber más de uno." — Jacques Derrida

"Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal" Karl Marx

3/3/15

¿Por qué nos conviene estudiar la revolución rusa?

Lenin en el cuartel general de los blocheviques
✆ Ivan Serov
Josep Fontana   |  Hay varias razones que hacen necesario que estudiemos de nuevo la historia de la revolución rusa. La primera de ellas, que nos hace falta hacerlo para dar sentido a la historia global del siglo XX. Una historia que, tal como la podemos examinar ahora, desde la perspectiva de los primeros años del siglo XXI, nos muestra un enigma difícil de explicar. Si utilizamos un indicador de la evolución social como es el de la medición de las desigualdades en la riqueza, podemos ver que el siglo XX comienza en las primeras décadas con unas sociedades muy desiguales, donde la riqueza y los ingresos se acumulan en un tramo reducido de la población. 

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Esta situación comienza a cambiar en los años treinta y lo hace espectacularmente en los cuarenta, que inician una época en que hay un reparto mucho más equitativo de la riqueza y de los ingresos. Una situación que se mantiene estable hasta 1980: es la edad feliz en que se desarrolla en buena parte del mundo el estado del bienestar, un tiempo de salarios elevados y mejora de los niveles de vida de los trabajadores, en el que un presidente norteamericano se propone incluso iniciar un programa de guerra contra la pobreza.

Todo esto se acabó en los años ochenta, a partir de los cuales vuelven a crecer los índices de desigualdad, que superan los del inicio del siglo, hasta llegar a un punto que ha llevado a Credit Suisse a denunciar hace pocos meses que el setenta por ciento más pobre de la población del planeta no llega hoy a tener en conjunto ni el tres por ciento de la riqueza total, mientras el 8'6 por ciento de los más ricos acumulan el 85 por ciento.

¿Qué ha pasado que pueda explicar esta evolución? Thomas Piketty sostiene que la desigualdad ha sido una característica permanente de la historia humana. Os leo sus palabras: "En todas las sociedades y en todas las épocas la mitad de la población más pobre en patrimonio no posee casi nada (generalmente apenas un 5% del patrimonio total), la décima parte superior de la jerarquía de los patrimonios posee una neta mayoría del total (generalmente más de un 60% del patrimonio total, y en ocasiones hasta un 90%)".

La desigualdad de los patrimonios, que se traduce en una desigualdad de los ingresos, marca, según Piketty, el curso entero de la historia, en la que las tasas de crecimiento de la población y de la producción no han pasado generalmente del 1% anual, mientras el "rendimiento puro" del capital se ha mantenido entre el 4% y el 5%. Estas consideraciones le llevan a una interpretación formulada rotundamente: "Durante una parte esencial de la historia de la humanidad el hecho más importante es que la tasa de rendimiento del capital ha sido siempre menos de diez a veinte veces superior a la tasa de crecimiento de la producción y del ingreso. En eso se basaba, en gran medida, el fundamento mismo de la sociedad: era lo que permitía a una clase de poseedores consagrarse a algo más que a su propia subsistencia". Que es tanto como decir que la civilización, la ciencia y el arte son hijos de la desigualdad.

Después habría venido, en el siglo XX, una etapa en la que las reglas del juego parecían estar cambiando, como consecuencia sobre todo, sostiene, de las destrucciones causadas por las dos guerras mundiales y por las conmociones sociales, que llevaron a ese mínimo de la desigualdad que se ha producido entre 1945 y 1980. Pero la normalidad se restableció a partir de los años ochenta, hasta llegar a la extrema desigualdad actual. De este hecho arranca su previsión de que en el transcurso del siglo XXI, es decir hasta 2100, el crecimiento de la producción será apenas de un 1,5 por ciento y nos encontraremos en una situación en que la superioridad de los rendimientos del capital volverá a ser como antes y se habrá restablecido la normalidad. Todo lo que termina con una conclusión pesimista: "No hay ninguna fuerza natural que reduzca necesariamente la importancia del capital y de los ingresos procedentes de la propiedad del capital a lo largo de la historia".

Ahora bien, yo he vivido en esta edad anterior a 1980 en que éramos muchos, yo diría que muchos millones en todo el mundo, los que pensábamos que las reglas del juego estaban cambiando permanentemente en favor de un reparto más justo de la riqueza, y que valía la pena esforzarse para seguir avanzando en esta dirección. Es por eso que me niego personalmente a aceptar que lo que pasó en este medio siglo de mejora colectiva fuera simplemente un accidente, y pienso que hay que examinar de cerca los acontecimientos del período que va de 1914 a 1980, introduciendo en el análisis los factores políticos que carecen por completo el libro de Piketty, donde, por poner un ejemplo, la palabra "sindicatos" aparece una sola vez (en la página 471 de la edición original francesa).

Esta otro tipo de exploración de la evolución de la desigualdad en el siglo XX, en clave política, debe comenzar forzosamente por el gran cambio que representó la revolución rusa de 1917. ¿Por qué digo un "gran cambio"? En 1917 había una larga tradición de luchas obreras encaminadas a mejorar las condiciones de vida de los trabajadores, y existía una amplia tradición en apoyo del "socialismo", aunque sólo un intento de aplicarlo a la realidad había llegado a cuajar, el de la Commune de París de 1871, que duró poco más de dos meses y nos dejó como legado un himno, la Internacional, que anunciaba que "el mundo cambiará de base".

Pero la verdad era que, desde finales del siglo XIX, tanto la lucha de los sindicatos como la actuación política de los partidos llamados socialistas o socialdemócratas había renunciado a los programas revolucionarios para dedicarse a la pugna por la mejora de los derechos sociales dentro de los marcos políticos existentes, con voluntad de reformarlos, pero no de derribarlos. El caso del SPD alemán, del partido socialdemócrata que podía considerarse como legítimo heredero de Marx y de Engels, es revelador. En los años anteriores al inicio de la Primera Guerra Mundial era el partido que tenía más diputados en el parlamento alemán, contaba con más de un millón de afiliados y con un centenar de periódicos, pero no se proponía hacer la revolución, sino que aspiraba a obtener un triunfo parlamentario que le permitiera reformar y democratizar el estado. De modo que, cuando se produjo la declaración de guerra, los socialistas votaron los créditos y procuraron mantener la paz social, aconsejando a los trabajadores que, mientras durase la guerra, dejaran de lado las huelgas y los conflictos.

Situados en esta perspectiva no cuesta entender que lo que pasó en Rusia en el transcurso de 1917 significara una ruptura, un paso adelante inesperado, que mostraba que un movimiento surgido de abajo, de la revuelta de los trabajadores y de los soldados, podía llegar a hacerse con el control de un país y hacerlo funcionar de acuerdo con unas reglas nuevas. Porque lo más innovador de este movimiento fue que, desde los primeros momentos, desde febrero -o marzo, según nuestro calendario- de 1917 no actuaba solamente a partir de un parlamento, sino que se basaba en un doble poder, una parte esencial del cual la formaban los consejos de trabajadores, soldados y campesinos, que comenzaron entonces a construir una especie de contraestado.

Añadamos a esto que el proceso aceleró rápidamente, sobre todo por iniciativa de Lenin, que proponía renunciar al programa de una asamblea constituyente, es decir, el sistema parlamentario burgués donde todo contribuía, decía él, a establecer "una democracia sólo para los ricos "- y pasar directamente a otra forma de organización en que el poder debía estar en manos de consejos elegidos desde abajo, con una etapa transitoria de dictadura del proletariado - porque no era previsible que los privilegiados del viejo sistema aceptaran su desposesión sin resistencias- que llevaría finalmente a establecer una sociedad sin estado y sin clases.

Para los millones de europeos en 1917 estaban combatiendo en los campos de batalla, y que habían descubierto ya que esa guerra no se hacía en defensa de sus intereses, la imagen de lo que estaba pasando en Rusia era la de un régimen que había liquidado la guerra de inmediato, que había repartido la tierra a los campesinos, que otorgaba a los obreros derechos de control sobre las empresas y que daba el poder a consejos elegidos que debían ejercer de abajo arriba.

El nuevo emperador de Austria-Hungría, Carlos I, le escribía el 14 de abril de 1917 al Kaiser: "Estamos luchando ahora contra un nuevo enemigo, más peligroso que las potencias de la Entente: contra la revolución internacional". Carlos -que, por cierto, fue beatificado en 2004 por el papa Woytila- había sabido entender la diferencia que representaba lo que estaba pasando en Rusia: se había dado cuenta de que aquel era un enemigo "nuevo", que no había que confundir con lo que significaban las revueltas, manifestaciones y huelgas que se habían producido, y seguían produciéndose en aquellos momentos, en Austria y Alemania.

Porque es verdad que en los dos países se estaban produciendo tantos movimientos de protesta que hicieron nacer entre los bolcheviques rusos la ilusión, totalmente equivocada, de que la revolución se podía extender fácilmente en la Europa central. No llegó a haber una revolución ni siquiera en Alemania, que era donde parecía más inminente. Pero el miedo de que pudiera producirse fue lo que explica que a principios de noviembre de 1918 los jefes militares alemanes decidieran que habían de acabar la guerra para poder destinar las fuerzas a aplastar la revolución. Fueron los militares los que, ante la necesidad de satisfacer las exigencias que el presidente norteamericano Wilson ponía para negociar la paz, destituyeron el emperador y optaron por pasar el poder a un gobierno integrado por socialistas, con la condición, pactada previamente entre los jefes del ejército y el del Partido socialista, Friedrich Ebert, que "el gobierno cooperará con el cuerpo de oficiales en la supresión del bolchevismo".

Los temores de los militares tenían suficiente fundamentos, ya que parecía que si en algún lugar podía repetirse la experiencia soviética era en la Alemania de noviembre y diciembre de 1918, cuando en Baviera y Sajonia se proclamaban "repúblicas socialistas", y en Berlín se reunía un congreso de los representantes de los Consejos de trabajadores y de soldados de Alemania donde, entre otras cosas, se reivindicaba que la autoridad suprema del ejército pasara a manos de los consejos de soldados y que se suprimieran los rangos y las insignias. La gran victoria de Friedrich Ebert fue conseguir que el congreso de los consejos aceptara la inmediata elección de unas cortes constituyentes, que permitieron asentar un gobierno de orden y desvanecieron la amenaza de una vía revolucionaria.

Mientras tanto los Freikorps, unos cuerpos paramilitares de voluntarios reclutados por los jefes del ejército, que estaban integrados por soldados desmovilizados, estudiantes y campesinos, dirigidos por tenientes y capitanes, y que actuaban con el apoyo del ministro de Defensa, el socialista Gustav Noske, hacían el trabajo sucio de liquidar la revolución. Comenzaron reprimiendo a sangre y fuego un intento prematuro de revuelta que tuvo lugar en Berlín el 5 de enero de 1919, y que terminó con el asesinato de Karl Liebknecht y de Rosa Luxemburgo, y siguieron luego disolviendo violentamente los consejos de trabajadores y de soldados y liquidando la república soviética de Baviera. No se suele destacar lo suficiente la importancia que tuvo este movimiento contrarrevolucionario que se extendió por Alemania, Austria, Hungría y los países bálticos, con la estrecha colaboración de unos dirigentes políticos que estaban movidos por un terror obsesivo de la revolución rusa. Quizás os sirva para valorarlo saber que estos cuerpos llegaron a contar entre 250.000 y 400.000 miembros.

La revolución quedó así aislada en Rusia, lo que no preocupaba demasiado. Ingleses y franceses se cansaron pronto de apoyar a los ejércitos blancos que luchaban contra los soviéticos y lo dejaron correr, preocupados por reacciones como la revuelta de los marineros de la flota que los franceses habían enviado el mar Negro. Lo que realmente les preocupaba era la posibilidad de que el ejemplo soviético se extendiera a sus países: temían sobre todo el contagio.

El malestar de los años que siguieron al fin de la Gran Guerra en Francia, en Inglaterra (donde en 1926 se produjo la primera huelga general de su historia), en España (donde de 1918 a 1921 se desarrolla lo que se llama habitualmente el "trienio bolchevique") o en Italia (con las ocupaciones de fábricas de 1920) no llevó a ninguna parte a movimientos revolucionarios que aspiraran a tomar el poder. En Italia, por ejemplo, tanto el partido socialista como el sindicato mayoritario se negaron a apoyar actuaciones encaminadas a la toma del poder. De esta manera la ocupación de las fábricas no podía llevar más allá de la obtención de algunas concesiones de los patrones. Pero el miedo a la revolución "à la rusa" estaba muy presente en el imaginario de los dirigentes de la Europa burguesa, y los sindicatos aprendieron pronto a usarla para negociar con mayor eficacia las condiciones de trabajo y los salarios.

Las mejoras en el terreno de la desigualdad que se fueron consiguiendo posteriormente, desde la década de los treinta, no se explicarían suficiente sin el pánico al fantasma soviético. Cuando la crisis mundial creó una situación de desempleo y de pobreza extremas, se recurrió a dos tipos diferentes de soluciones. En países donde la amenaza parecía más grande, como eran Italia y Alemania, los movimientos de signo fascista comenzaron disolviendo los partidos y sindicatos izquierdistas violentamente.

En el caso de Alemania, Hitler repitió en 1934 el pacto con el ejército que Ebert había hecho en noviembre de 1918. Ante la amenaza que representaban las tropas de las SA, que querían sacar adelante las promesas revolucionarias de los programas nazis, los militares avisaron a Hitler de que o bien detenía el asunto él o lo haría el ejército por su cuenta. Los militares colaboraron dando armas a las SS para el exterminio de las SA que se produjo a partir de la noche de los cuchillos largos, el 30 de junio de 1934. Pero quizá lo más interesante sea la justificación que Hitler dio de su actuación en este caso, al decir que había querido evitar que se volviera a producir en Alemania un nuevo 1918.

En otro caso en que las consecuencias de la crisis eran de una gravedad extrema, como era el de los Estados Unidos, la solución consistió en establecer una política de ayudas y de concesiones en el terreno social, dentro del programa del New Deal. Se suele ignorar que los años que van de 1931 a 1939 fueron un tiempo en los Estados Unidos de grandes huelgas y de graves conmociones sociales. Con motivo de una de estas huelgas, Los Angeles Times escribía: "La situación (...) no se puede describir como una huelga general. Lo que hay es una insurrección, una revuelta organizada por los comunistas para derribar el gobierno. Sólo se puede hacer una cosa: aplastar la revuelta con toda la fuerza que sea necesaria".

Aparte de estas luchas, los trabajadores estadounidenses utilizaban también para defenderse de la crisis medidas de auto-organización: en Seattle el sindicato de los pescadores intercambiaba pescado para frutas, verduras y leña. Había 21 locales, con un comisario delante, para hacer estos intercambios. A finales de 1932 había 330 organizaciones varias de auto-ayuda para todo el país, con 300.000 miembros.

Sin este contexto de luchas sociales no hay forma de encontrar una explicación racional del New Deal y de sus medidas de ayuda, como la Civil Works Administration, que llegó a dar empleo a 4 millones de trabajadores, o el Civilian Conservation Corps, que cogía jóvenes solteros y los llevaba a trabajar en los bosques pagándoles un salario de un dólar al día para trabajos de recuperación o de protección contra las inundaciones. Todo esto se hacía bajo la vigilancia inquieta de los empresarios, que veían por todas partes la amenaza del socialismo. De hecho, el miedo a la clase de giro a la izquierda que les parecía que se estaba produciendo con Roosevelt generó una fuerte reacción que es lo que explica que en 1938 se fundara el Comité del congreso sobre actividades anti-americanas, encargado de descubrir subversivos en los sindicatos o entre las organizaciones del New Deal. El macartismo no es un producto de la guerra fría, sino la continuación del pánico contra lo rojo nacido en los años treinta.

Tras el fin de la segunda guerra mundial, en 1945, el miedo a la extensión del comunismo en Europa parecía justificada por el hecho de que los años 1945 y 1946 los comunistas obtuvieron más del 20 por ciento de los votos en Checoslovaquia, en Francia (donde fueron el partido más votado) y en Finlandia, y muy cerca del 20 por ciento en Islandia o en Italia. No había en ninguno de estos casos propósitos revolucionarios por parte de los comunistas, porque, paradójicamente, el propio Stalin se había convertido a la opción parlamentaria, y aconsejaba a los partidos comunistas europeos que no se embarcaran en aventuras revolucionarias.

La guerra fría tenía el objetivo de crear una solidaridad en la que los Estados Unidos ofrecerían a sus aliados la protección contra el enemigo revolucionario, del que sólo ellos podían salvar, con su superioridad militar, reforzada por el monopolio de la bomba atómica. Detrás de este ofrecimiento de protección había el propósito de construir un mundo de acuerdo con sus reglas, en el que no sólo tendrían una hegemonía militar indiscutible, sino también un dominio económico.

Mantener este clima de miedo a un choque global contra un enemigo, el soviético, que podía aplastar cualquier país que no estuviera bajo la protección de los estadounidenses y de sus fuerzas nucleares, era necesario para sostener este control político global, y para hacer negocio, de paso.

Aparte de eso, sin embargo, la necesidad de hacer frente a lo que temían realmente, que no eran las armas soviéticas, sino la posibilidad de que ideas y movimientos de signo comunista se extendieran por los países "occidentales", los llevó a todos a recurrir a políticas que favorecían un reparto más equitativo de los beneficios de la producción y a un abastecimiento más amplio de servicios sociales universales y gratuitos: son los años del estado del bienestar, los años en que encontramos los valores mínimos en la escala de la desigualdad social.

Desde 1968, sin embargo, se empezó a ver que no había que temer ningún tipo de amenaza revolucionaria, porque ni los mismos partidos comunistas parecían proponérselo. En el París de mayo de 1968, en plena euforia del movimiento de los estudiantes, que estaban convencidos de que, aliados con los trabajadores, podían transformar el mundo, el partido comunista y su sindicato impidieron cualquier posibilidad de alianza y se contentaron pactando mejoras salariales con la patronal y recomendando a los estudiantes que se fueran a hacer la revolución a la Universidad. Al mismo tiempo, los acontecimientos de Praga demostraban que el comunismo soviético no aspiraba a otra cosa que a mantenerse a la defensiva, sin tolerar cambios que pusieran en peligro su estabilidad.

A mediados de los años setenta, a medida que resultaba cada vez más evidente que la amenaza soviética era inconsistente, los sectores empresariales, que hasta entonces habían aceptado pagar la factura de unos costes salariales y unos impuestos elevados, comenzaron a reaccionar. La ofensiva comenzó en tiempos de Carter, impidiendo que se creara una Oficina de representación de los consumidores, por un lado, y abandonando los sindicatos en la defensa de sus derechos, por otra, y prosiguió con Reagan en Estados Unidos, y con la señora Thatcher en Gran Bretaña, luchando abiertamente contra los sindicatos. Como consecuencia de esta política comenzaba de nuevo el crecimiento de la curva de la desigualdad, que se alimentaba de la rebaja gradual de los costes salariales y fiscales de las empresas.

¿Se puede considerar una simple coincidencia que la mejora de la igualdad se haya producido coetáneamente a la expansión de la amenaza comunista -o, más exactamente, del miedo a la amenaza comunista- y que el cambio que ha llevado al retorno a las graves proporciones de desigualdad que estamos viviendo hoy coincida con la desaparición de este factor?

Y déjenme insistir: no me estoy refiriendo a la amenaza de la Unión Soviética como potencia militar, que nunca existió (las diferencias de potencial militar en favor de los Estados Unidos eran enormes, pero eso se escondía al público, que de otro modo quizá no habría aceptado tan mansamente los gastos y las restricciones que comportaba la guerra fría). Me estoy refiriendo a la amenaza, para decirlo con los términos usados para afianzar estos miedos, del "comunismo internacional"; al miedo a la subversión revolucionaria.

Dejadme que cite un testimonio de extraña lucidez que supo ver por dónde podían ir las cosas muy bien, ya en el año 1920. El testigo es el de Karl Kraus, que escribió entonces: "Que el diablo se lleve la praxis del comunismo, pero, en cambio, que Dios nos lo conserve en su condición de amenaza constante sobre las cabezas de los que tienen riquezas; los que, a fin de conservarlas, envían implacables los otros a los frentes del hambre y del honor de la patria, mientras pretenden consolarlos diciendo y repitiendo que la riqueza no es lo más importante de esta vida. Dios nos conserve para siempre el comunismo para que esa chusma no se vuelva aún más desvergonzada (...) y que, al menos, cuando se vayan a dormir, lo hagan con una pesadilla".

Y es que buena parte de lo que llamamos progresos sociales, desde la revolución francesa hasta la fecha, está estrechamente asociado a las pesadillas de las clases acomodadas, obligadas a hacer concesiones como consecuencia del miedo a perderlo todo a manos de los bárbaros. La abolición de la esclavitud, por ejemplo, no se explicaría sin el pánico que produjo la matanza de los colonos en Haití durante la revolución de 1791. Que resulte que en la actualidad hay en el mundo más esclavos que en 1791 (la cifra actual de los trabajadores forzados se calcula que oscila entre los 13 y los 27 millones) obliga a hacer algunas reflexiones sobre el significado de lo que los libros de historia llaman abolición de la esclavitud.

Nada comparable, sin embargo, con el pánico que provocó desde su inicio la revolución rusa, y que se ha mantenido persistentemente tanto en el terreno de la propaganda política como en el de la historia. Aún hoy los hechos de Ucrania son aprovechados para rehacer la misma historia de la amenaza al mundo libre. En un artículo de una revista erudita de historia de la guerra fría que estudia las organizaciones stay behind, que Estados Unidos y Gran Bretaña montaron en Europa para poder oponerse a un posible ascenso comunista, la más conocida de las cuales es Gladio, que preparaba una respuesta violenta en Italia si los comunistas ganaban unas elecciones, el autor trata de justificar que siguieran incluso después de la desaparición de la Unión Soviética y argumenta que, con la agresión rusa actual en Ucrania, tiene lógica mantener "algunos de los mismos elementos de seguridad" de la guerra fría. O sea que el anticomunismo dura incluso después de la muerte del comunismo.

Nos hemos nutrido de la historia criminal del comunismo, que se nos sigue repitiendo cada día, y nos ha faltado, en cambio, conocer en paralelo una historia criminal del capitalismo que permitiera situar las cosas en un contexto más equilibrado. El estudio de la revolución rusa, como veis, es necesario para entender la historia del siglo XX, y la situación a la que esta historia nos ha llevado.

Hay, sin embargo, más motivos que hacen necesario este estudio, a los que me referiré brevemente porque el tiempo no da para más. Uno de los más importantes es el de dilucidar porqué el proyecto social de 1917 terminó fracasando. Y no me refiero al hundimiento final de la estructura política de la Unión Soviética después de 1989, sino a la incapacidad de construir ese modelo de una sociedad libre y sin clases que se había planteado al inicio de la revolución.

Es un tema que nos obligará a revisar toda una serie de cuestiones, empezando por la crisis de marzo de 1921, cuando se celebraba el décimo congreso del partido comunista, mientras los trabajadores de Petrogrado se declaraban en huelga, con el apoyo de los marineros de la base de Kronstadt, no sólo por razones económicas, sino en demanda de más derechos de participación, y de nuevas elecciones a los soviets, que se habían convertido, en el transcurso de la guerra civil, en una simple cadena de transmisión de las órdenes dadas desde arriba por unos mandos que no habían sido elegidos.

Tendremos que explorar después qué significaba realmente el programa de la planificación tal como lo estaban elaborando, hasta 1928, los hombres que trabajaban en el Gosplan, y la forma en como su proyecto fue pervertido por Stalin, que lo convirtió en un instrumento para un proyecto de industrialización forzada, que tenía que ir acompañado de una política de terror encaminada a someter a amplias capas de la población a unas condiciones de trabajo y de explotación inhumanas.

O tendremos que investigar las razones del fracaso del proyecto de las democracias populares en 1945, del que hablaba Manfred Kossok, que lo vivió, evocando "aquellos años de las grandes esperanzas, de las visiones, de las utopías -la fin del imperialismo en 10 o 20 años, liberación de todos los pueblos, bienestar universal, paz eterna- unos años de ilusiones heroicas: el socialismo real como el mejor de los mundos". Un proyecto del que decía Edward Thompson: "este fue un momento auténtico, y no creo que la degeneración que siguió, en la que hubo dos actores, el estalinismo y occidente, fuera inevitable. Pienso que hay que volver a ocuparse de esto y explicó que este momento existió". Hay, en efecto, que estudiar todos estos momentos diversos en que las cosas pudieron ser diferentes.

Y hay un aspecto central de esta cuestión que habría que examinar con detenimiento. ¿Tenía viabilidad el proyecto de Lenin de crear una sociedad sin clases, que implicaba abolir no sólo el aparato del estado sino el trabajo asalariado? No hace mucho que Richard Wolff, profesor emérito de Economía de la Universidad de Massachusetts, repasaba diversos momentos de la historia de las revoluciones –la avolición de la esclavitud, el fin del feudalismo, la revolución socialista de 1917- y mostraba que cada una de ellas había aportado beneficios y libertades, pero que todas habían acabado dejando el terreno abierto a una nueva forma de explotación (en el caso de 1917, la de un capitalismo de Estado) porque no habían sabido entender que la sola forma de abolir la explotación es acabar con la extracción de los excedentes del trabajo de las manos de los que lo producen.

Para Wolff esto se consigue con formas de organización cooperativas y apunta a un movimiento bastante interesante de formación de pequeñas cooperativas que se desarrolla actualmente en los Estados Unidos. Pero olvida un aspecto que Lenin tenía suficientemente en cuenta: que a fin de abolir la explotación lo primero que hace falta es haber despojado del poder político a los que resultarían perjudicados con este cambio. Podría servir de ejemplo lo ocurrido con Mondragón, que muchos, incluyendo el mismo Wolff, presentaban como el modelo de una alternativa. Puedes hacer lo que quieras montando cooperativas, grandes o pequeñas, pero no cambiará nada si mientras tanto tienes en Madrid un Montoro que tiene a su disposición todo el poder del estado para modificar las reglas como le convenga.

Otra propuesta que sería interesante considerar, pero de la que conocemos todavía demasiado poco, es la de Abdullah Öcalan, el dirigente del PKK kurdo, aprisionado por los turcos desde 1999, que hace unos años propuso la fórmula del confederalismo democrático, que propone reemplazar el estado-nación por un sistema de asambleas o consejos locales que generen autonomía sin crear el aparato de un estado. Hoy este proyecto tiene una primera plasmación en Rojava, la zona del norte de Siria donde se ha instalado el que un reportaje de la BBC califica como "un mini-estado igualitario, multi-étnico (porque encierra en pie de igualdad kurdos, árabes, y cristianos), gobernado comunitariamente". Son justamente los que están combatiendo para reconquistar la ciudad de Kobane. Os recomiendo que veáis este documental de la BBC -lo encontrareis tanto en Google como en YouTube, con el título de "Rojava: Sirya’s secret revolution".

¿Por qué hablo de estas cosas, que parecen muy lejos del estudio de la revolución de 1917? He dicho antes que debíamos estudiarla para llegar a entender nuestra propia historia; pero es evidente que este estudio no lo veo como un puro ejercicio intelectual sin fines prácticos. La utilidad que puede tener, que debe tener, es la de ayudarnos a rescatar de aquellos proyectos que no tuvieron éxito -por errores internos y por la hostilidad de todas las fuerzas que se oponían a los avances sociales que promovían - lo que pueda servirnos aún para el trabajo de construir una sociedad más libre y más igualitaria. Porque me parece indiscutible que el propósito que movió a los hombres de 1917 era legítimo. Como dijo Paul Eluard: "Había que creer, era necesario / creer que el hombre tiene el poder / de ser libre y de ser mejor que el destino que le ha sido asignado". Y pienso que necesitamos seguirlo creyendo hoy.

Josep Fontana es catedrático emérito de Historia y dirige el Instituto Universitario de Historia Jaume Vicens i Vives de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Maestro indiscutible de varias generaciones de historiadores y científicos sociales, investigador de prestigio internacional e introductor en el mundo editorial hispánico, entre muchas otras cosas, de la gran tradición historiográfica marxista británica contemporánea, Fontana fue una de las más emblemáticas figuras de la resistencia democrática al franquismo y es un historiador militante e incansablemente comprometido con la causa de la democracia y del socialismo.
Traducción de Daniel Raventós



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◆ El que busca, encuentra...

Todo lo sólido se desvanece en el aire; todo lo sagrado es profano, y los hombres, al fin, se ven forzados a considerar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocasKarl Marx

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Emmanuel Laurentin: Le Capital, toujours utile pour penser la question économique et sociale? — France Culture
J.M. González Lara: 150 años de El Capital — Vanguardia
Roberto Giardina: Il Capitale di Marx ha 150 anni — Italia Oggi
Alejandro Cifuentes: El Capital de Marx en el siglo XXI — Voz
Marcela Gutiérrez Bobadilla: El Capital, de Karl Marx, celebra 150 años de su edición en Londres — Notimex
Mario Robles Roberto Escorcia Romo: Algunas reflexiones sobre la vigencia e importancia del Tomo I de El Capital — Memoria
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Jorge Vilches: El Capital: el libro de nunca acabar — La Razón
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Rodolfo Bueno: El Capital cumple 150 años — Rebelión
Diego Guerrero: El Capital de Marx y el capitalismo actual: 150 años más cerca — Público
José Sarrión Andaluz & Salvador López Arnal: Primera edición de El Capital de Karl Marx, la obra de una vida — Rebelión
Sebastián Zarricueta: El Capital de Karl Marx: 150 años — 80°
Marcello Musto: La durezza del 'Capitale' — Il Manifesto
Esteban Mercatante: El valor de El Capital de Karl Marx en el siglo XXI — Izquierda Diario
Michael Roberts: La desigualdad a 150 años de El Capital de Karl Marx — Izquierda Diario
Ricardo Bada: El Capital en sus 150 años — Nexos
Christoph Driessen: ¿Tenía Marx razón? Se cumplen 150 años de edición de El Capital — El Mundo
Juan Losa: La profecía de Marx cumple 150 años — Público
John Saldarriaga: El Capital, 150 años en el estante — El Colombiano
Katia Schaer: Il y a 150 ans, Karl Marx publiait ‘Le Capital’, écrit majeur du 20e siècle — RTS Culture
Manuel Bello Hernández: El Capital de Karl Marx, cumple 150 años de su primera edición — NotiMex
Ismaël Dupont: Marx et Engels: les vies extravagantes et chagrines des deux théoriciens du communisme! — Le Chiffon Rouge
Jérôme Skalski: Lire Le Capital, un appel au possible du XXIe siècle - L’Humanité
Sebastiano Isaia: Il Capitale secondo Vilfredo Pareto — Nostromo

— Notas y reportajes de actualidad
Román Casado: Marx, Engels, Beatles, ese es el ritmo de Vltava — Radio Praga
María Gómez De Montis: El Manifiesto Comunista nació en la Grand Place — Erasmus en Flandes
Enrique Semo: 1991: ¿Por qué se derrumbó la URSS? — Memoria
Michel Husson: Marx, un économiste du XIXe siècle? A propos de la biographie de Jonathan Sperber — A L’Encontre
César Rendueles: Todos los Marx que hay en Marx — El País
Alice Pairo: Karl Marx, Dubaï et House of cards: la Session de rattrapage — France Culture
Sebastián Raza: Marxismo cultural: una teoría conspirativa de la derecha — La República
Samuel Jaramillo: De nuevo Marx, pero un Marx Nuevo — Universidad Externado de Colombia
Sergio Abraham Méndez Moissen: Karl Marx: El capítulo XXIV de El Capital y el “descubrimiento” de América — La Izquierda Diario
Joseph Daher: El marxismo, la primavera árabe y el fundamentalismo islámico — Viento Sur
Francisco Jaime: Marxismo: ¿salvación a través de la revolución? — El Siglo de Torreón
Michel Husson: Marx, Piketty et Aghion sur la productivité — A l’encontre
Guido Fernández Parmo: El día que Marx vio The Matrix — Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires
Cest: Karl Marx y sus "Cuadernos de París" toman vida con ilustraciones de Maguma — El Periódico
Leopoldo Moscoso: 'Das Kapital': reloading... — Público
Laura "Xiwe" Santillan: La lucha mapuche, la autodeterminación y el marxismo — La Izquierda Diario
José de María Romero Barea: Hölderlin ha leído a Marx y no lo olvida — Revista de Letras
Ismaël Dupont: Marx et Engels: les vies extravagantes et chagrines des deux théoriciens du communisme! — Le Chiffon Rouge Morlai
Francisco Cabrillo: Cómo Marx cambió el curso de la historia — Expansión
El “Dragón Rojo”, en Manchester: Cierran el histórico pub donde Marx y Engels charlaban "entre copa y copa" — BigNews Tonight
Marc Sala: El capitalismo se come al bar donde Marx y Engels debatían sobre comunismo — El Español

— Notas sobre debates, entrevistas y eventos
Fabrizio Mejía Madrid: Conmemoran aniversario de la muerte de Lenin en Rusia — Proceso
Segundo Congreso Mundial sobre Marxismo tendrá lugar en Beijing — Xinhua
Debate entre Andrew Kliman & Fred Moseley — Tiempos Críticos
David McNally & Sue Ferguson: “Social Reproduction Beyond Intersectionality: An Interview” — Marxismo Crítico
Gustavo Hernández Sánchez: “Edward Palmer Thompson es un autor que sí supo dar un giro copernicano a los estudios marxistas” — Rebelión
Alberto Maldonado: Michael Heinrich en Bogotá: El Capital de Marx es el misil más terrible lanzado contra la burguesía — Palabras al Margen
Leonardo Cazes: En memoria de Itsván Mészáros — Rebelión (Publicada en O Globo)
Entrevista con István Mészáros realizada por la revista persa Naghd’ (Kritik), el 02-06-1998: “Para ir Más allá del Capital” — Marxismo Crítico
Rosa Nassif: “El Che no fue solo un hombre de acción sino un gran teórico marxista” Agencia de Informaciones Mercosur AIM
Entrevista a Juan Geymonat: Por un marxismo sin citas a Marx — Hemisferio Izquierdo
Juliana Gonçalves: "El Capital no es una biblia ni un libro de recetas", dice José Paulo Netto [Português ] — Brasil de Fato
Entrevista a Michael Heinrich: El Capital: una obra colosal “para desenmascarar un sistema completo de falsas percepciones” — Viento Sur
Alejandro Katz & Mariano Schuster: Marx ha vuelto: 150 años de El Capital. Entrevista a Horacio Tarcus — La Vanguardia
Salvador López Arnal: Entrevista a Gustavo Hernández Sánchez sobre "La tradición marxista y la encrucijada postmoderna" — Rebelión
Jorge L. Acanda: "Hace falta una lectura de Marx que hunda raíces en las fuentes originarias del pensamiento de Marx" — La Linea de Fuego

— Notas sobre Lenin y la Revolución de Octubre
Guillermo Almeyra: Qué fue la Revolución Rusa — La Jornada
Jorge Figueroa: Dos revoluciones que cambiaron el mundo y el arte — La Gaceta
Gilberto López y Rivas: La revolución socialista de 1917 y la cuestión nacional y colonial — La Jornada
Aldo Agosti: Repensar la Revolución Rusa — Memoria
Toni Negri: Lenin: Dalla teoria alla pratica — Euronomade
Entretien avec Tariq Ali: L’héritage de Vladimir Lénine — Contretemps
Andrea Catone: La Rivoluzione d’Ottobre e il Movimento Socialista Mondiale in una prospettiva storica — Marx XXI
Michael Löwy: De la Revolución de Octubre al Ecocomunismo del Siglo XXI — Herramienta
Serge Halimi: Il secolo di Lenin — Rifondazione Comunista
Víctor Arrogante: La Gran Revolución de octubre — El Plural
Luis Bilbao: El mundo a un siglo de la Revolución de Octubre — Rebelión
Samir Amin: La Revolución de Octubre cien años después — El Viejo Topo
Luis Fernando Valdés-López: Revolución rusa, 100 años después — Portaluz
Ester Kandel: El centenario de la Revolución de octubre — Kaos en la Red
Daniel Gaido: Come fare la rivoluzione senza prendere il potere...a luglio — PalermoGrad
Eugenio del Río: Repensando la experiencia soviética — Ctxt
Pablo Stancanelli: Presentación el Atlas de la Revolución rusa - Pan, paz, tierra... libertad — Le Monde Diplomatique
Gabriel Quirici: La Revolución Rusa desafió a la izquierda, al marxismo y al capitalismo [Audio] — Del Sol

— Notas sobre la película “El joven Karl Marx”, del cineasta haitiano Raoul Peck
Eduardo Mackenzie:"Le jeune Karl Marx ", le film le plus récent du réalisateur Raoul Peck vient de sortir en France — Dreuz
Minou Petrovski: Pourquoi Raoul Peck, cinéaste haïtien, s’intéresse-t-il à la jeunesse de Karl Marx en 2017? — HuffPost
Antônio Lima Jûnior: [Resenha] O jovem Karl Marx – Raoul Peck (2017) — Fundaçâo Dinarco Reis
La película "El joven Karl Marx" llegará a los cines en el 2017 — Amistad Hispano-Soviética
Boris Lefebvre: "Le jeune Karl Marx": de la rencontre avec Engels au Manifeste — Révolution Pernamente

— Notas sobre el maestro István Mészáros, recientemente fallecido
Matteo Bifone: Oltre Il Capitale. Verso una teoria della transizione, a cura di R. Mapelli — Materialismo Storico
Gabriel Vargas Lozano, Hillel Ticktin: István Mészáros: pensar la alienación y la crisis del capitalismo — SinPermiso
Carmen Bohórquez: István Mészáros, ahora y siempre — Red 58
István Mészáros: Reflexiones sobre la Nueva Internacional — Rebelión
Ricardo Antunes: Sobre "Más allá del capital", de István Mészáros — Herramienta
Francisco Farina: Hasta la Victoria: István Mészáros — Marcha
István Mészáros in memoriam : Capitalism and Ecological Destruction — Climate & Capitalism.us