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Lenin ✆ Voskhod
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Vladimir Ilich Lenin |
La doctrina de Marx suscita en todo el mundo civilizado la mayor
hostili- dad y el mayor odio de toda la ciencia burguesa (tanto la oficial como
la liberal), que ve en el marxismo algo así como una ”secta perniciosa”. Y no
puede esperarse otra actitud, pues en una sociedad regida sobre la lucha de
clases no puede haber una ciencia social “imparcial”. De un modo u otro, toda
la ciencia oficial y liberal defiende la esclavitud asalariada, mientras que el
marxismo ha declarado una guerra implacable a esa esclavitud. Esperar una ciencia imparcial en una sociedad de esclavitud
asalariada, sería la misma pueril ingenuidad que esperar de los fabricantes
imparcialidad en cuanto a la conveniencia de aumentar los salarios de los
obreros, en detrimento de las ganancias del capital.
Pero hay más. La historia de la filosofía y la historia de
las ciencias sociales enseñan con toda claridad que no hay nada en el marxismo
que se parezca al “sectarismo”, en el sentido de una doctrina encerrada en sí
misma, rígida, surgida al margen del camino real del desarrollo de la
civilización mundial.
Al contrario, el genio de Marx estriba, precisamente, en
haber dado solución a los problemas planteados antes por el pensamiento
avanzado de la humanidad. Su doctrina apareció como continuación directa e
inmediata de las doctrinas de los más grandes representantes de la filosofía,
la economía política y el socialismo. La doctrina de Marx es todopoderosa porque es exacta. Es
completa y armónica y ofrece a los hombres una concepción del mundo íntegra,
intransigente con toda superstición, con toda reacción y con toda defensa de la
opresión burguesa. El marxismo es el sucesor legítimo de lo mejor que la
humanidad creó en el siglo XIX: la filosofía alemana, la economía política
inglesa y el socialismo francés.
Vamos a determinar brevemente en estas tres fuentes del
marxismo, que son, a la vez, sus tres partes integrantes.
Parte I
La filosofía del marxismo es el materialismo. A lo largo de
toda la historia moderna de Europa, y especialmente a fines del siglo XVIII, en
Francia, donde se libró la batalla decisiva contra la basura medieval, contra
la gazmoñería en las instituciones y en las ideas, el materialismo demostró ser
la única filosofía consecuente, fiel a todos los principios de las ciencias naturales,
hostil a la superstición, a la hipocresía, etc. Por eso, los enemigos de la
democracia trabajan con todas sus fuerzas de “refutar”, de minar, de calumniar
el materialismo, y defendían las diversas formas del idealismo filosófico, que
se reduce siempre, de un modo o de otro, a la defensa o al apoyo de la
religión.
Marx y Engels defendieron del modo más enérgico el
materialismo filosófico y explicaron reiteradas veces el profundo error que
significaba todo cuanto fuera desviarse de él. Donde con mayor claridad y
detalle aparecen expuestas sus opiniones, es en las obras de Engels Ludwig
Feuerbach y Anti-Dühring, que –al igual que el Manifiesto Comunista- son libros
que no deben faltar en las manos de ningún obrero consciente.
Pero Marx no se detuvo en el materialismo del siglo XVIII,
sino que llevó más lejos la filosofía. La enriqueció con adquisiciones de la
filosofía clásica alemana, especialmente del sistema de Hegel, que, a su vez,
había conducido al materialismo de Feuerbach. La principal de estas
adquisiciones es la dialéctica, es decir, la doctrina del desarrollo en su
forma más completa, más profunda y más exenta de unilateralidad, la doctrina de
la relatividad del conocimiento humano, que nos da un reflejo de la materia en
constante desarrollo. Los novísimos descubrimientos de las ciencias naturales
–el radio, los electrones, la transmutación de los elementos –han confirmado de
un modo admirable el materialismo dialéctico de Marx, a despecho de las
doctrinas de los filósofos burgueses, con sus nuevos retornos al viejo y
podrido idealismo.
Marx profundizó y desarrolló el materialismo filosófico, lo
llevó a su término e hizo extensivo su conocimiento de la naturaleza al
conocimiento de la sociedad humana. El materialismo histórico de Marx es una conquista
formidable del pensamiento científico. Al caos y a la arbitrariedad, que hasta
entonces imperaban en las concepciones relativas a la historia y a la política,
le sucedió una teoría científica asombrosamente completa y armónica, mostrando
que de un tipo de vida social se desarrolla, en virtud del crecimiento de las
fuerzas productivas, otro más alto, que del feudalismo, por ejemplo, nace el
capitalismo.
Del mismo modo que el conocimiento del hombre refleja la
naturaleza, que existe independientemente de él, es decir, la materia en
desarrollo, el conocimiento social del hombre (es decir, las diversas opiniones
y doctrinas filosóficas, religiones, políticas, etc.) refleja el régimen
económico de la sociedad. Las instituciones políticas son la superestructura
que se alza sobre la base económica. Así vemos, por ejemplo, que las diversas
formas políticas de los estados europeos modernos sirven para reforzar la
dominación de la burguesía sobre el proletariado.
La filosofía de Marx, es el materialismo filosófico acabado,
que ha dado una formidable arma de conocimiento a la humanidad, y sobre todo, a
la clase obrera.
Parte II
Una vez comprobado que el régimen económico es la base sobre
la que se alza la superestructura política, Marx centró su atención en el
estudio de este régimen económico. La obra principal de Marx, El Capital, está
consagrada al estudio del régimen económico de la sociedad moderna, es decir,
de la sociedad capitalista.
La economía política clásica anterior a Marx se había
formado en Inglaterra, en el país capitalista más desarrollado. Adam Smith y
David Ricardo sentaron en sus investigaciones del régimen económico los
fundamentos de la teoría del trabajo base del valor. Marx prosiguió su obra,
fundamentando con toda precisión y desarrollando consecuentemente esa teoría, y
poniendo de manifiesto que el valor de toda mercancía lo determina la cantidad
de tiempo de trabajo socialmente necesario invertido en su producción.
Allí donde los economistas burgueses veían relaciones entre
objetos (cambio de unas a mercancías por otras), Marx descubrió relaciones
entre personas. El cambio de mercancías expresa el lazo establecido por
mediación del mercado entre los distintos productores. El dinero indica que
este lazo se hace más estrecho, uniendo indisolublemente en un todo la vida
económica de los distintos productores. El capital significa un mayor
desarrollo de este lazo: la fuerza del trabajo del hombre se transforma en
mercancía. El obrero asalariado vende su fuerza de trabajo al propietario de la
tierra, de la fábrica o de los instrumentos de trabajo. Una parte de la jornada
la emplea el obrero en cubrir el coste del sustento suyo y de su familia
(salario); durante la otra parte de la jornada trabaja gratis, creando para el
capitalista la plusvalía, fuente de la ganancia, fuente de la riqueza de la
clase capitalista.
La teoría de la plusvalía es la piedra angular de la
doctrina económica de Marx.
El capital, creado por el trabajo del obrero, oprime al
obrero, arruina al pequeño patrono y crea el ejército de parados. En la
industria, el triunfo de la producción en gran escala se advierte enseguida,
pero también en la agricultura nos encontramos con ese mismo fenómeno: aumenta
la superioridad de la agricultura en gran escala capitalista, crece el empleo
de maquinaria, la hacienda campesina cae en las garras del capital dinero,
languidece y se arruina bajo el peso de la técnica atrasada. La decadencia de
la pequeña producción reviste en la agricultura otras formas, pero esa decadencia
es un hecho indiscutible.
Al aplastar la pequeña producción, el capital hace aumentar
la productividad del trabajo y crea una situación de monopolio para los
consorcios de los grandes capitalistas. La misma producción va adquiriendo cada
vez más un carácter social- cientos de miles y millones de obreros son
articulados en un organismo económico coordinado-, mientras que el producto del
trabajo común se lo apropia un puñado de capitalistas. Crecen la anarquía de la
producción, las crisis, la loca carrera en busca de mercados, la existencia de
las masas de la población se hace cada vez más precaria.
Al aumentar la dependencia de los obreros respecto al
capital, el régimen capitalista crea la gran potencia del trabajo asociado.
Marx va siguiendo la evolución del capitalismo desde la
economía mercantil, desde el simple trueque, hasta sus formas más altas, hasta
la producción en gran escala.
Y la experiencia de todos los países capitalistas, tanto de
los viejos como de los nuevos, hace ver claramente cada año a un número cada
vez mayor de obreros la exactitud de esta doctrina de Marx.
El capitalismo ha vencido en el mundo entero, pero esta
victoria no es más que el preludio del triunfo del trabajo sobre el capital.
Parte III
Cuando el régimen feudal fue derrocado y vio la luz la
“libre” sociedad capitalista, enseguida se puso de manifiesto que esa libertad
representaba un nuevo sistema de opresión y explotación de los trabajadores.
Como reflejo de esa opresión y como protesta contra ella, comenzaron
inmediatamente a surgir diversas doctrinas socialistas. Pero el socialismo
primitivo era un socialismo utópico. Criticaba a la sociedad capitalista, la
condenaba, la maldecía, soñaba con su destrucción, fantaseaba acerca de un régimen
mejor, quería convencer a los ricos de la inmoralidad de la explotación.
Pero el socialismo utópico no podía señalar una salida real.
No sabía explicar la naturaleza de la esclavitud asalariada bajo el
capitalismo, ni descubrir las leyes de su desarrollo, ni encontrar la fuerza
social capaz de emprender la creación de una nueva sociedad.
Entretanto, las tormentosas revoluciones que acompañaron en
toda Europa, y especialmente en Francia, la caída del feudalismo, de la
servidumbre de la gleba, hacían ver cada vez más palpablemente que la base de
todo el desarrollo y su fuerza motriz era la lucha de clases.
Ni una sola victoria de la libertad política sobre la clase
feudal fue alcanzada sin desesperada resistencia. Ni un solo país capitalista
se formó sobre una base más o menos libre, más o menos democrática, sin una
lucha a muerte entre las diversas clases de la sociedad capitalista.
El genio de Marx está en haber sabido deducir de ahí antes
que nadie y aplicar consecuentemente la conclusión implícita en la historia
universal. Esta conclusión es la doctrina de la lucha de clases.
Los hombres han sido siempre en política víctimas necias del
engaño de los demás y del engaño propio, y lo seguirán siendo mientras no
aprendan a discurrir detrás de todas las frases, declaraciones y promesas
morales, religiosas, políticas y sociales, los intereses de una u otra clase.
Los partidarios de reformas y mejoras se verán siempre burlados por los
defensores de lo viejo mientras no comprendan que toda institución vieja, por bárbara
y podrida que parezca, se sostiene por la fuerza de unas u otras clases
dominantes. Y para vencer la resistencia de esas clases, sólo hay un medio:
encontrar en la misma sociedad que nos rodea, educar y organizar para la lucha
a los elementos que puedan –y, por su situación social, deban- formar la fuerza
capaz de barrer lo viejo y crear lo nuevo. Sólo el materialismo filosófico de
Marx señaló al proletariado la salida de la esclavitud espiritual en que han
vegetado hasta hoy todas las clases oprimidas. Sólo la teoría económica de Marx
explicó la situación real del proletariado en el régimen general del
capitalismo.
En el mundo entero, desde Norteamérica hasta el Japón y
desde Suecia hasta el África del Sur, se multiplican las organizaciones
independientes del proletariado. Este se instruye y se educa manteniendo su
lucha de clases, se despoja de los prejuicios de la sociedad burguesa, adquiere
una cohesión cada vez mayor, aprende a medir el alcance de sus éxitos, templa
sus fuerzas y crece irresistiblemente.
Publicado en marzo de 1913 en
el Nº3 de la revista Prosveschenie,
Obras Completas, Tomo 19