Omar Acha |
Este artículo está destinado a discutir una dificultad en el marxismo
actual, o más exactamente, dentro del complejo, conflictivo e incierto
territorio que denominamos marxismo. Su redacción fue estimulada por el
contraste entre algunas de sus formas concretas y la distancia que se percibe
con los principios de la política de izquierda. En otras palabras, por la
evidencia de una colonización derechista del marxismo. Para dar cuenta del
fenómeno es necesario explicarlo, fecharlo y describirlo. Aquí sólo podré
ofrecer una perspectiva esquemática, anticipatoria de una investigación en
curso.
El punto de partida conceptual de este ensayo se legitima en
la distinción entre dos términos: marxismo e izquierda. No se
trata de sinónimos, porque se puede ser de izquierda sin ser marxista. Por
ejemplo, esto es habitual en el anarquismo. O también en algunas versiones del
cristianismo de liberación y del feminismo. El campo de la izquierda es más
extenso que el marxismo. Pero, ¿se puede ser marxista sin ser de izquierda? Esa
es justamente la brecha donde introduzco mi querella: sostengo que sí, que
existe un marxismo de derecha.
La tesis que defenderé afirma que en la situación teórica y
política contemporánea existe un tenaz marxismo de derecha, rastreable también
en la historia del movimiento revolucionario socialista. De manera subsidiaria
se verá la distancia con la alternativa de hallar una actitud de derecha en el
marxismo. La argumentación seguirá el siguiente periplo: primero, justificaré
la relevancia del concepto de "derecha" e "izquierda";
segundo, describiré las formas que adoptó en el pasado y adquiere hoy en el
marxismo, subrayando las de orden contemporáneo; tercero, propondré su crítica.
Mi conclusión dirá que la existencia predominante de un marxismo de derecha es
el indicio más evidente del carácter actual de la crisis del pensamiento y
práctica marxistas. En el tramo final explicaré por qué, en mi sentir, la neutralización
del marxismo de derecha y la desderechización del marxismo es una condición
previa a toda refiguración creativa de la política socialista.
Dos palabras sobre
derecha e izquierda
Es habitual plantear la dificultad del trazado de una
delimitación nítida entre izquierda y derecha. Sobre todo eso vale para las
ideologías y movimientos políticos. Por ejemplo: ¿es el peronismo de izquierda
o de derecha? ¿Contiene a ambas orientaciones? O bien: ¿era Américo Ghioldi un
socialista de derecha?
Las denominaciones de centro-izquierda y centro-derecha
parecen decretar el fin de la utilidad de la distinción. Incluso desde sectores
que en el viejo lenguaje se situarían en la izquierda, se llegó a proponer una
superación o una "tercera vía", pues las políticas tradicionales de
izquierda fueron consideradas insuficientes.
No obstante estas objeciones corrientes, la relevancia de la
distinción izquierda-derecha sobrevive a los múltiples ataques y refiguraciones.
Las negaciones de su pertinencia se revelan pronto limitadas. Sucede como si la
diferencia entre ambas orientaciones se reintrodujera estructuralmente, incluso
si sus rasgos sufren ciertas transformaciones.
¿Cómo definir una política o ideología de derecha? El
nacimiento de la derecha, como el de la denominación de izquierda, tuvo lugar
durante el primer tramo de la Revolución Francesa. La derecha se caracterizó
por su resistencia al cambio radical, profundo, o a toda innovación en tanto
que tal. Pronto se consolidó un perfil más claro. Se entendió que la derecha
aboga por la defensa de la autoridad establecida y de las tradiciones antiguas.
Para la derecha el igualitarismo contravenía la diferencia jerárquica entre las
personas y los "estados" sociales, y un exceso de libertad conducía a
la anarquía. Naturalmente, la derecha adquirió su perfil en combate con una
izquierda que aspiraba a una destruccción de las desigualdades sistemáticas de
la sociedad feudal y de la religión católica. La derecha fue al principio la
postura de quienes tenían que defender sus privilegios, mientras que la
izquierda se nutrió de las nacientes clases bajas.
Los rasgos definitorios de la derecha se fueron modificando
al calor de la historia. Por ejemplo, hoy no es evidente que la derecha esté
claramente orientada a la defensa del pasado. No es siempre reaccionaria, como
sí lo fue cuando el comunismo "real" competía con el capitalismo.
Después del derrumbe del bloque soviético, la derecha pudo hacerse modernizante,
no sólo en los países ex comunistas, sino en el mundo. Véase por caso la
ideología de Mauricio Macri, un representante inequívoco de la derecha
argentina. Pues bien, Macri utiliza un discurso de modernización, a veces
tecnologicista, incluso si lleva adelante políticas antipopulares,
representativas de ciertos grupos capitalistas concentrados. Lo importante aquí
es que su ideología muestra las vicisitudes del contenido nocional de lo que se
entiende por derecha. Lo mismo podría decirse de las evoluciones de la izquierda.
En efecto, antes la izquierda estaba orientada hacia el futuro, hacia la
revolución, hacia el progreso. Hoy, al menos en sectores muy significativos,
parece apresada en el pasado, sueña con los modelos revolucionarios de antaño,
es nostálgica de lo ido.
Para estas notas preliminares es suficiente señalar una
definición actual de izquierda, que será utilizada para comprender
algunas transformaciones históricas y la situación contemporánea del marxismo.
Luego del siglo XX, una concepción deseable de la izquierda debe conciliar la
lucha por la igualdad, la libertad, la democracia de base, la autonomía, la
diversidad y la protección de la naturaleza. Son incompatibles con esos
principios la defensa del capitalismo, del racismo y la xenofobia, del machismo
y las jerarquías de sexualidad, del tradicionalismo, del autoritarismo, de la
destrucción de los recursos naturales. ¿Se trata de una elucidación antojadiza?
En todo caso, es la grilla de lectura eficiente en la tesis que se defenderá,
sin duda sometible a debate. Su arbitrariedad no es inoportuna porque es
propuesta para discutir, justamente, qué valores merecen ser defendidos desde
la izquierda.
Orígenes teóricos y
políticos del marxismo de derecha
Una reflexión superficial sugiere que el marxismo es, por
definición, una ideología de izquierda. ¿Por qué? Porque el marxismo retoma las
reivindicaciones de la izquierda burguesa y pequeño-burguesa de los siglos
XVIII y XIX (al menos hasta 1848 en Europa), y las radicaliza para la época de
consolidación del capitalismo. Al transformarlas en una perspectiva ligada a la
clase productora de plusvalía en las sociedades industrializadas, el marxismo
va más allá de las exigencias "democráticas". Los reclamos de
libertad individual, separación entre iglesia y estado, voto democrático,
propios de la era de las revoluciones burguesas, son superados en el tiempo de
las revoluciones proletarias. Entonces son refiguradas las demandas
democráticas burguesas, pues junto a ellas ingresan a la agenda de la izquierda
nuevas aspiraciones que comprenden reformas y exigencias incompatibles con la
sociedad capitalista: socialización de los medios de producción, reducción al
mínimo del poder estatal, democracia popular. No obstante, estas exigencias,
con matices, fueron defendidas por al anarquismo, el socialismo y el comunismo.
El marxismo es una de las teorías fundamentales para el sostén de
conocimiento y de doctrina de esa nueva fase de la izquierda o, si se quiere,
de la extrema izquierda.
El marxismo nació como una crítica de la economía política,
pero al mismo tiempo quiso ser una teoría de la sociedad. En efecto, contra
Hegel, Marx pensaba que lo fundamental ocurría en la "sociedad civil"
(entendía por esto el sistema de clases sociales y el mundo del mercado) antes
que en el estado. Muchas veces se señaló el extravío de Marx al proponer la
imagen arquitectónica de una base estructural, compuesta por la contradicción
del desarrollo de las fuerzas productivas proliferantes y las relaciones
sociales de producción tendencialmente estables. Sobre la contradicción se
asentaría una diversidad de realidades políticas, sociales y culturales. En
realidad, el conocido pasaje de la Contribución a la crítica de la
economía política de 1859 era necesario, si es que, como se ha dicho,
es preciso respetar el otro aspecto del marxismo, que es la praxis
revolucionaria. En efecto, si el marxismo es sólo una crítica, ¿cómo se
realiza el pasaje a la acción, a la política? Allí Marx se encontró con el
límite de su propio pensamiento. Marx no era economicista, porque en realidad
en la economía residía la esencia del todo social. Es cierto que hay
iluminadores escritos marxianos sobre la política. Pensemos en El XVIII
Brumario o en los escritos sobre la Comuna de París o el Programa de
Gotha. Pero fueron textos de intervención concreta en la práctica política o
escritos periodísticos recopilados en forma de libro. A él no le estaba dado
pensar que el socialismo era una construcción de dificultad específica, pues
viviendo dos generaciones después de la Revolución Francesa creía que de las
crisis se salía con transformaciones radicales. Fueron otras generaciones de
socialistas quienes enfrentaron la evidencia de que el capitalismo no estaba
condenado a derrumbarse y la ideología burguesa a reducirse ante la evidencia
de la pauperización masiva.
El subdesarrollo del pensamiento político marxista permitió
que se introdujeran subrepticiamente elementos de derecha en su seno. Como no
había nociones sólidas para detectarlos, pasaron desapercibidos y perduraron.
El fin del siglo XIX fue ingrato para los devotos del
marxismo, porque se hizo claro que el capitalismo no estaba autodestruyéndose.
Enfrentando el revisionismo evolucionista de Eduard Bernstein, los
revolucionarios Karl Kautsky y Lenin produjeron un desplazamiento radical del
campo del marxismo, que pasó de la sociedad civil y la economía a la
política y el estado. Lenin y Kautsky aceptaron la imposibilidad de derivar la
política revolucionaria de las contradicciones económicas, pero no siguieron el
consejo reformista de Bernstein. Propusieron soluciones distintas para defender
la perspectiva de un cambio radical. Éste ya no se daría por el derrumbe de la
economía, sino por una transformación política.
Kautsky sostenía que el partido socialista en el estado
debía propender a un desarrollo de la cultura política socialista, favorecida
por reformas sociales, pero sin perder de vista el quiebre del capitalismo.
Lenin era antiparlamentarista. El agente revolucionario era el partido
político, que proveería a la clase obrera en lucha económica de una
orientación estratégica socialista. Lo común en ambos era el
"sustituismo" que se resignaba a expresar los intereses de la clase
obrera que sola no superaría el límite de la lucha sindical.
Interesa destacar que para dar cuenta de las exigencias de
la época, ambos revisaron de manera desigual, pero en todos los casos con
profundidad, distintos aspectos del marxismo heredado. Kautsky y Lenin fueron
los verdaderos "revisionistas" porque situaron la estrategia socialista
en el terreno político. Instituyeron una visión vertical de la política
revolucionaria. Determinaron que no eran las mayorías populares las que debían
conducir la revolución social deseable. Al depositar la claridad marxista en el
partido, naturalmente que con importantes matices entre ambos, sentaron las
bases de una expropiación de la voluntad política de la clase obrera.
Instalaron la noción de un credo marxista que no debía ser
"revisado". El costo de la ortodoxia marxista reclamada por Kautsky y
Lenin fue alto. Para neutralizar toda desviación del marxismo lo entendieron
como una teoría total. Fueron respuestas distintas a una de las crisis del
marxismo. Por el momento sus derivas de derecha no fueron predominantes, pero
ya eran perceptibles, tal como lo hizo el joven Trotsky al advertir del peligro
dictatorial de la primera formulación del leninismo.
La Revolución Rusa amortiguó durante algunos años el examen
de las derivas autoritarias de la reconfiguración leninista del marxismo, que
convivía con una vocación de izquierda revolucionaria sostenida en condiciones
de lucha extremadamente duras. El proceso social ruso en 1917 constriñó a los
bolcheviques a modificar sus perspectivas y les impuso renovar una agenda de
izquierda. Con su enorme olfato político, Lenin lo vio bien en sus Tesis
de Abril, mientras el resto del partido seguía con su visión conservadora de
los dogmas establecidos y no supo percibir la significación revolucionaria de
los soviets. Ante eso Kautsky se hizo reactivo, por no decir reaccionario,
porque sólo vio la entronización del estatismo. Pocos años más tarde, hacia
1924, Stalin parió un marxismo de derecha con todas las letras y
justificaciones.
A partir de allí, otras crisis del marxismo repetirían la
visión dogmática de un marxismo conservador, incluso si en muchos casos se
sostenía en una crítica del estalinismo. Buena parte de la historia del
marxismo posterior se vertebró en la doble lucha contra el capitalismo y contra
sus propias tendencias de derecha. La derechización de algunas orientaciones
marxistas se vio favorecida por las victorias de las revoluciones sociales,
dado que la toma del poder estatal facilitó el desarrollo de vetas
conservadoras y sustituistas.
Los años ochenta y noventa del siglo XX cambiaron los goznes
que definieron las inclinaciones de derecha en la comprensión del marxismo, por
razones distintas a las prevalecientes cuando fue ideología de estado. El
retroceso de la perspectiva marxista estimuló una derechización dentro del
contexto de una "defensa" de la teoría. ¿Cuáles son sus
características dominantes?
Características del
marxismo de derecha
El primer rasgo definitorio del marxismo de derecha es su actitud
idolátrica del pasado. Defiende un mundo pretérito heroico, sea el de la
revolución de octubre, la china, la cubana o los años setenta en la Argentina.
Suele identificarse con individuos (Marx, Lenin, Trotsky, Stalin, Mao o
Guevara), ante los que guarda una veneración incapaz de analizar críticamente.
Una evidencia de esa inclinación mitológica es el uso de retratos, pinturas o
fotografías, que se cuelgan en las paredes. La mirada del héroe vigila que los
hijos no se descarríen del mandato. El talante orientado al pasado es
conservador y a veces reaccionario. En la modernidad, los sujetos no se apoyan
en la autoridad del pasado para vivir. Es cierto que existe una carga de
experiencia, pero lo crucial se define en lo por venir. El historiador
Koselleck ha dicho por esto que, a diferencia del pensamiento premoderno que
aceptaba sin discusión la autoridad fundada en la tradición, el sujeto moderno
se sitúa entre un horizonte de experiencia pasada y un horizonte
de expectativafutura. Para el sujeto moderno el futuro siempre es mejor o es
una promesa de algo mejor. El marxismo revolucionario es una buena expresión,
extremada, de tal encrucijada subjetiva. Ya no se nutre el saber del pasado
porque apuesta a crear un mundo nuevo (a tal punto que hoy diríamos que incluso
Marx simplificaba en demasía el carácter retrógrado de la tradición).
Pues bien, el marxismo de derecha es incompatible con esta
estructura de modernidad radicalizada que caracteriza a la política de
izquierda. Habla y repite palabras de revolución, pero se apoya en fórmulas
añosas, asume mandatos de páginas amarillas, venera la tradición propia, pero
que es una tradición al fin. Su deseo es volver al pasado. Añora tomas del
Palacio de Invierno, asaltos al Moncada, Largas Marchas o nuevos 1968.
El segundo rasgo está determinado por el tipo de
relación con la teoría. Ésta se encuentra decidida en sus elementos centrales
por labiblioteca cerrada, sólo extensible por medio de comentarios o
aplicaciones. Incluso las contrariedades se encuentran previstas en los
meandros de las palabras expresadas en los textos consagrados. Hay una figura
literaria que suele soportar este sentimiento de completitud del saber
marxista: la intervención inoportuna de la muerte que, sin embargo, no impide
que la línea de corrección esté ya presente en el origen. Así por ejemplo, el
eurocentrismo de Marx estaría prácticamente superado en las cartas a Vera
Zasúlich sobre la comuna rusa, o el tema de las clases en el capítulo
inconcluso del tomo III de El capital, o la crítica de la burocracia en el
último Lenin que logró censurar la concentración del poder por Stalin, o el
manuscrito "perdido" de Mariátegui donde analizaba con profundidad la
producción de un marxismo situado.
Rebosantes de tesis y superaciones anticipadas de las
futuras antítesis, la teoría es la fuente de aprendizajes infinitos. El sujeto lector
mira hacia el pasado coagulado en textos, del que mama la Verdad. Con esa
munición se enfrenta a la realidad. Aunque acepta que la práctica exige una
adaptación de la teoría (una "guía para la acción"), ésta sería lo
suficientemente flexible para nutrir cualquier política marxista correcta. No
aflora el impulso crítico que pone en cuestión lo que se lee, pues esa actitud
es vista como arrogancia o traición. ¿Quién podría enmendarle la plana a Marx,
a Lenin o a Luxemburg? ¿Quién podría relativizar a Gramsci, Lukács o Trotsky?
El marxismo de derecha se zambulle en un mar textual en el que se encuentra
cómodo, intentando deletrear los folios plagados de verdades incorruptibles. Su
actitud teórica es subalterna. Para ser un buen o una buena marxista, quien
suscribe al marxismo de derecha reprime su pensamiento, porque si va muy lejos
en la crítica puede concernir al propio marxismo. Del mismo modo que el
pensamiento se aleja inconscientemente de los temas tabúes, el derechismo
marxista se abstiene de incursionar en la creación. Se recuesta en el lecho
mullido de lo sabido, que se ajustaría como un guante a la mano.
El tercer rasgo del marxismo de derecha es su
carácter defensivo. Después de transcurrido el siglo XX, es difícil
conservar la traza del militante de otros tiempos, que ante los más duros
contrastes podía señalar el triunfo de su idea en otra parte. Así como el
estalinista era inmune a las más sólidas de las críticas porque la Unión
Soviética existía y competía con los Estados Unidos, o el guevarista tenía sus
créditos político-intelectuales apostados en la realidad cubana, hoy el
derrumbe de los socialismos reales y la transformación capitalista de China,
por no hablar de Camboya o los gulags, debilitan la seguridad inconmovible del
marxismo de derecha. La aparición de estados revolucionarios fue esencial en la
constitución de los marxismos de este tipo, porque fueron estilizaciones del
marxismo que usualmente se pusieron al servicio de aparatos institucionales. La
teoría revolucionaria fue convertida, al menos en parte, en doctrina
legitimadora del poder establecido, especialmente cuando era utilizado como
sostén de la idea de "socialismo en un solo país". La grisalla cientificista
del marxismo soviético fue su concreción más neta. Dado que ese contexto ya no
existe, la facha defensiva del marxismo de derecha se sostiene en seguridades
imaginarias, es decir, sin base real. En general se apoya en lecturas
talmúdicas, como se ha comentado en el párrafo anterior, pero sobre todo se
ampara en la existencia de grupos más o menos reducidos de marxistas
convencidos de que la verdad está, en lo fundamental, de su parte.
La actitud defensiva se observa claramente en la relación con
las teorías anti- o postmarxistas, de cualquier signo que fueran. El marxismo
de derecha, puesto que no está dispuesto a reformularse, se pone en guardia.
Reemplaza el examen crítico con el rechazo de antemano. Afirma que el problema
no es el marxismo, sino la renuncia de las otras perspectivas a la crítica
radical y revolucionaria. Se trataría, en suma, de teorías derrotistas o pro
capitalistas. El marxismo de derecha es incapaz de aprender a superar los
argumentos contrarios. Se encierra en su "bibliografía" y la rumia
incansablemente. Se quiere polémica y provocadora ante las defecciones ajenas.
No se le ocurre que lo revolucionario debe estar también en el pensamiento, en
la innovación teórica y política. Por eso no produce nuevos conceptos. Hace
falta contrastar la ausencia de creación intelectual de las izquierdas
marxistas para notar inmediatamente el lugar del marxismo de derecha en la
configuración actual del movimiento revolucionario.
En cuarto lugar, es necesario que el marxismo de
derecha designe al marxismo como una teoría total. Contra el
fragmentarismo postmoderno se postula la defensa de la totalidad, como si esta
fuera una noción políticamente obvia. Se postula que la realidad tiene un
núcleo conocible. Puesto que ese sexo íntimo es accesible sólo a través del
marxismo, toda perspectiva que reconozca autonomías relativas en la praxis
social o sitúe a la teoría de Marx en una zona específica (por ejemplo, en la
economía) equivale a antimarxismo. El encadenamiento de razonamientos es
correcto si reducimos al marxismo a su comprensión derechista. Esto es así
porque si la totalidad social carece de una homogeneidad o un centro
representable por una teoría singular pero totalizante, la capacidad del
marxismo para devenir la única teoría social tambalea. Las zonas de la práctica
que se resisten a la interpretación marxista, como lo inconsciente o el arte,
negarían que el marxismo sea la teoría infinita y omnisciente que penetra todos
los rincones de lo existente. El error consiste en confundir la crítica de la
realidad global con la reducción de esa realidad a la unidad simple, o lo que
es una formulación similar, a una realidad regida por un centro esencial y
matizada por aspectos accesorios. Los efectos habituales de la ontología del
marxismo de derecha hace sistema con el economicismo y el obrerismo. La
economía es el ámbito esencial de las contradicciones y la clase obrera es el
sujeto social fundamental en combate objetivo con la burguesía. Dicha ontología
caricaturiza la realidad y extravía el entendimiento político.
El quinto rasgo del marxismo de derecha
consiste en la exclusión de toda otra teoría para el conocimiento crítico de la
realidad y para la identificación de las tareas políticas de la praxis. El
totalismo que se atribuye el marxismo produce efectos políticos detestables en
algunas actitudes que son sistemáticamente cultivadas por el marxismo de
derecha. Si el marxismo es la teoría unitaria del todo social (unificado por la
"lógica del capital", el "modo de producción" o la
"relación de fuerza entre las clases"), la "contradicción
principal", la cima de la "jerarquía de causalidades", es la que
define el marxismo, sea que lo haga en su forma habitual de la contradicción
entre las "clases fundamentales", o en sus versiones nacionalistas, en
la lucha entre nación e imperialismo. Como sea, así se toleró una serie de
actitudes típicamente derechistas, que no fueron vistas como contrarias con la
identidad de izquierda. Y no lo fueron porque en realidad eran eso, actitudes
de derecha invisibles en un campo socialista hegemonizado por una versión
derechista del marxismo.
Por ejemplo, individuos o grupos que se regodeaban (y aún se
regodean) en su deseo revolucionario podían ser machistas, racistas,
homofóbicos o xenófobos. Como lo esencial se decidía en el cuestionamiento de
la opresión de clase o en el combate contra la dependencia imperialista, se
podía ser de derecha en otros sentidos, llamados "secundarios" o
directamente denostados como preocupaciones "pequeño burguesas". Pero
no solamente ser machista es ser de derecha -porque el machismo se basa en la
subordinación y opresión de las mujeres- sino que ese talante suele ser
denegado de lo que realmente es, vale decir, una práctica de dominación
camuflada por el mencionado rasgo del marxismo de derecha. Un sujeto de derecha
en su desprecio a los homosexuales, es un sujeto completamente de derecha. No
es que su condición de izquierdista en cuanto lucha contra la explotación
burguesa lo libere de su vertiente derechista homofóbica, porque la comprensión
política que le permite esa doblez es propiamente de derecha. En efecto, en el
hecho simple de reducir las otras opresiones a lo inesencial o secundario, el
marxismo de derecha fundamenta la apología de los homofóbicos o los machistas
que sonríen cuando se les señala su práctica opresiva. ¿Acaso no estaría
probada su vocación emancipatoria por su militancia anticapitalista? La
subordinación de las opresiones distintas a las del capital (la
"centralidad de la lucha de clases") implica que el resto de las
dominaciones son secundarias, es decir, que no son tan graves. Serán resueltas
después de la revolución socialista. Tal actitud revela una indiferencia ante
las opresiones múltiples de la existencia social. Ese es un rasgo de derecha.
El marxismo de derecha tiene una especial afinidad con las
explicaciones deterministas y estructuralistas, unidireccionales y lineales,
que postulan el proceso de cambio como confrontación molar de grandes sujetos,
definidos por caracteres simples, orientados por ideologías claras. Se extasía
con los lenguajes hegelianos de Marx (las "leyes de movimiento del
capital" extendidos a la "totalidad social") o sus traducciones
positivistas ("los datos observables" de la confrontación de las
"clases fundamentales"). El marxismo de derecha suele ser idealista,
incluso en esa variante del idealismo que es el economicismo ramplón, donde la
determinación económica aparece como causa "en última instancia"
definitiva. El parentesco entre diestromarxismo y determinismo se explica
porque esta aproximación es fatalista e incorregible, permite predicciones y
anula la incertidumbre. ¿Qué otra noción de saber es más propia de la
infalibilidad? El temperamento de derecha desea la seguridad absoluta y la
complejidad del pensamiento le parece una concesión a la debilidad ideológica.
Pensar es ceder. Dudar es claudicar. Revisar es traicionar.
El quinto y último rasgo del marxismo de derecha
es su intransigencia. Despacha en dos palabras a las teorías críticas que
operan en zonas consideradas propias o en regiones sociales específicas. Así
por ejemplo, considera al psicoanálisis o al feminismo, a la crítica ecológica
o al giro lingüístico, como meras "teorías burguesas". Se resiste a
conocerlas y a conversar sin prevenciones los usos radicalizados que algunas
prácticas de esas teorías permiten. El marxismo de derecha, para conservarse
igual a sí mismo, excluye toda apertura intelectual sincera. Cuando se muestra
más astuto, acepta que se subordinen a su imperio. Por ejemplo, sucede en la
lectura del Foucault de Vigilar y castigar como demógrafo de la
acumulación del capital. La estrategia ha sido generalmente fallida porque
pocas veces hubo una auténtica vocación de intercambio que modificara a las
perspectivas en diálogo. Aconteció con el feminismo socialista o el
psicoanálisis mezclado con pavlovismo, donde tanto el feminismo como el
psicoanálisis perdían sus filos críticos. Es cierto que esto también sucedió
con las otras posiciones políticas o teóricas, cuya apología no tengo intención
de hacer. Aquí no las desarrollo porque me ocupo de una cierta forma del
marxismo.
La derecha en el marxismo está indistintamente ligada al
extremismo revolucionario o al reformismo más oportunista. Sus cualidades
pueden afectar cualquier variante de las opciones estratégicas.
El marxismo de derecha tiene la extraña virtud de procrear
antimarxistas. La experiencia subjetiva de compromiso con una práctica
derechista del marxismo es al principio el mejor de los mundos. Se posee una
teoría total, una "filosofía"; se comparte el ideal revolucionario
con un grupo de referencia, casi una secta, inmune a las seducciones burguesas;
se posee un fin paradisíaco próximo que justifica todos los sacrificios; se
sigue a líderes omniscientes que conocen la política y la historia. Se proclama
una Doctrina. El marxismo de derecha, porque es verticalista, tradicionalista,
unitario, propicia lo que en psicoanálisis se denomina transferencia, esto
es, un lazo de amor que es también un vínculo de saber. Pero si el individuo
que tanto recibió del marxismo en su versión de derecha logra comprender en qué
había creído, suele desarrollar una aversión al marxismo. Esto se vio en
innumerables conversiones de sinceros/as marxistas al campo de la
antirrevolución, por no decir de la contrarrevolución más rabiosa. Y en cierto
sentido tenían razón, porque lo que habían abrazado con amor era una ideología
peligrosa.
En resumen, el marxismo de derecha se caracteriza por
su adoración del pasado, considera a la teoría marxista completa y
autorreferente, su actitud es defensiva antes que creativa y propositiva y,
finalmente, es intransigente. Asumido en forma colectiva o individual, el
marxismo de derecha cultiva la subordinación a lo existente de la tradición
marxista, a la jerarquía de su saber insuperable y no revisable, a las
lealtades establecidas con los conceptos elaborados en los textos consagrados.
Estimo que esta configuración cultural tiene una amplia validez para captar la
manera de entender actualmente ciertos sectores que hoy se identifican con el marxismo,
pues creyendo ser catequistas de una izquierda verbal o práctica son
derechistas ideológicos.
Se podría objetar que antes que un marxismo de derecha, hay
una postura de derecha en el campo del marxismo. Como en todo área de la
política, sería posible reconocer en el mundillo del marxismo una izquierda y
una derecha, es decir, inclinaciones hacia el cambio igualitario y democrático
e inclinaciones hacia la conservación jerárquica. Por lo tanto, la noción de
marxismo de derecha se revelaría inexacta, dado que sería más riguroso destacar
una posición interna dentro del campo heterogéneo del marxismo. Esa perspectiva
tendría la ventaja de plantear una polémica dentro del marxismo y, por otra
parte, eludiría esencializar a un "marxismo de izquierda". El planteo
es interesante porque nos obliga a establecer qué es ese concepto, en
apariencia risueño, del marxismo de izquierda.
Hubo siempre una lucha entre izquierda y derecha en el
terreno de la práctica política marxista, como en cualquier otra de la era de
la modernidad. Creo que a grandes rasgos eso podría decirse de la lucha entre
el trotskismo y el stalinismo, y en algún sentido entre el maoísmo y el
sovietismo postestalinista. No obstante, estas afirmaciones son demasiado
masivas e imprecisas. Exigen un trabajo de investigación histórico-política que
desde luego aquí es imposible.
Sin embargo, si es cierto que pueden identificarse
fracciones de derecha e izquierda en la complejidad de toda obra teórica o
grupo político marxistas, hay épocas y fases históricas en que el marxismo se
derechiza. Como ya he indicado, esto no significa que una determinada
estrategia careciera de consignas identificables con la izquierda. Sucede que
el continente teórico marxista que legitimaba teóricamente esas políticas estaba
colonizado por rasgos derechistas, hasta cubrir buena parte de su realidad
discursiva y estratégica.
Pienso que el momento más propicio para el marxismo de
derecha es la época contemporánea. El fracaso de buena parte de los supuestos
teórico-políticos de la izquierda marxista y la derrota de sus proyectos
estratégicos ocurridos durante los últimos treinta años a lo largo de todo el
planeta es la circunstancia material de mediano plazo que nutre al marxismo de
derecha.
La pesadumbre de un cierre epocal suscita la reafirmación de
las antiguas creencias, defendidas como reminiscencias valiosas en un clima
reaccionario. El triunfo del capitalismo compele a proteger los restos del
naufragio, llama vacilante que merece ser conservada para encender las futuras hogueras
de la lucha de clases. La ofensiva de la globalización y la postmodernización
de la cultura inclinan a la afirmación de las críticas del capital, cuya
centralidad -proclama ese marxismo- no debería ser desplazada por el
culturalismo relativista y fragmentario que anula la totalidad, y por ende la
idea de transformación mundial. Paradójicamente, el marxismo de derecha es
solidario del postmodernismo que sostiene que si la sociedad es una totalidad
imposible, la idea de revolución global es inviable.
La situación argentina y latinoamericana añade sus propias
razones: la desaparición de buena parte de lo mejor de una generación
revolucionaria a manos de sangrientas dictaduras pro capitalistas y pro
imperialistas suscita la reafirmación de las luchas pasadas, cuya crítica
aparece como traición o cobardía; el abandono irritado y tantas veces
irreflexivo del marxismo por la intelectualidad sobreviviente de los años
setenta conduce, por reacción, a una afirmación maciza del materialismo
histórico; el cinismo postmoderno que se burla de la voluntad revolucionaria y
se afirma en lo existente; en fin, la dificultad de desarrollar teorías y
prácticas nuevas que superen la fragmentación de los sectores críticos y
radicalizados.
Existen también motivos relacionados con las necesidades
organizativas de los grupos políticos establecidos, que cultivan el marxismo de
derecha como producto de conservatismos ideológicos y de lógicas de
preservación burocrática. En esos partidos o grupos, se es diestromarxista
porque el marxismo de derecha es lo más conveniente para reproducir prácticas
anquilosadas. En efecto, se moviliza un abanico de declaraciones
revolucionarias sin calar en la realidad difícil, convenciendo a los
convencidos, con "grupos de formación", "cursos" y
"seminarios", donde se repite lo de siempre, sumando créditos para
los propietarios de la palabra autorizada, que coinciden generalmente con sus
lugares en la jerarquía burocrática. Esto ocurre en los partidos como en los
pequeños grupos. Sin embargo, no quiero decir que esto acontece en toda la
izquierda. Por fortuna, y contra quienes celebran la muerte de la izquierda y
del marxismo, hay procesos que tienden hacia otra dirección.
El marxismo de
izquierda y la sensibilidad de izquierda en el marxismo
He presentado algunos argumentos para la identificación de
la fisonomía del marxismo de derecha. Sin embargo, creo que es fundamental
recuperar creativamente, esto es, a través de reformulaciones más bien arduas,
el aliento característico de la teoría marxista, a saber, la crítica de la
economía política. Pienso que esto es imprescindible hasta que podamos ofrecer
un examen mejor del capitalismo actual. Pero por otra parte, porque creo
necesario acudir al otro momento del marxismo, heterogéneo pero solidario, que
es el de la política socialista. En este terreno se ha operado una
revisión profunda (con Lenin, con Gramsci, con Guevara, con Negri) y aún está
en curso. Porque no han faltado esfuerzos marxistas por desplegar una reflexión
sobre la política y la ideología.
La teoría verbal de la revolución, tan propia de los
pasillos y cafés universitarios, pretende que la comprensión de la política sea
fundada en cada situación concreta. Esto es una banalidad idealista, que
desconoce las estructuras sociales, políticas y económicas que configuran un
campo de producción de las situaciones. Y si éstas son irreductibles a las
estructuras, están articuladas en sus condicionamientos y recortan lo
impredecible. Por lo tanto, sin una teoría de las estructuras ninguna
inteligencia de las situaciones es políticamente relevante. Pero justamente por
ese condicionamiento es que las grandes teorías son insuficientes, y deben ser
sometidas a revisiones dramáticas, que contemplen las transformaciones de larga
y mediana duración, y sean corregidas en el corto plazo de la acción
estratégica.
La teoría socialista marxista vale algo cuando se articula,
pagando sus costos, con la crítica de la economía política. La conexión es
válida mientras no se pretenda constituir en una causalidad esencial y total.
El reconocimiento del carácter incongruente entre el origen teórico del
marxismo y su vocación política es esencial para desarrollar un marxismo de
izquierda. Porque la incompletitud del marxismo (Althusser lo nombró su
"finitud") es el prefacio a su apertura, es el envite a su
reinvención y, ¿por qué no?, a su futura superación en la praxis teórica y
política. Como estamos lejos de ese hecho, nuestras tareas próximas consisten
en el cultivo de una compostura teórico-política propia de un marxismo de
izquierda. ¿Qué significa esto?
Ser marxista de izquierda es perder el ceño de una historia
de derrotas, para elaborarlas y mirar el presente y el futuro abiertos para el
saber y la acción. Es estudiar y combatir al capital y a la explotación, pero
también adoptar como propias, sin subordinaciones, todas las luchas
emancipatorias progresivas. Es revisar sin pena ni autorrepresión los
conocimientos establecidos. Es leer las obras de la tradición como un alimento
que nutre cuando es digerido por las necesidades actuales, y reformuladas,
quizás gravemente, para ser adecuadas a las necesidades contemporáneas. Es
adoptar una cadencia creativa, innovadora, lejos de la repetición dogmática. Es
reconstruir críticamente más de un siglo y medio de luchas, donde no todo fue
error y tragedia, sino donde también hubo victorias y renovaciones. Es
multiplicar las búsquedas y alianzas con sectores inquietos y disconformes con
la realidad en sus diversas manifestaciones. Ser de izquierda es también
disfrutar de serlo, incluso en el peligro que implicará cuando llegue el
momento de la ruptura radical.
No es fortuito que el marxismo de derecha haya tendido a ser
autoritario, uniformizante, conservador y centralista. El marxismo de izquierda
es un marxismo desde abajo, democrático y revolucionario, en exploración de
nuevas formas de organización y praxis. Es un marxismo abierto y exigente, a la
vez que buceador partícipe de las infatigables vocaciones de transformación
social. Porque el marxismo de izquierda no es monógamo ni celoso. Coopera con
otras teorías críticas, en gozosa asociación, repleto de preguntas no
complacientes y propuestas de debates, porque sabe que lo crucial no es el
acatamiento de órdenes, sino la acción emancipatoria. Así entiendo la sensibilidad
de izquierda socialista.
Omar Acha es historiador y
ensayista. Doctorado en la Universidad de Buenos Aires y en la École des Hautes
Études en Sciences Sociales, es investigador del CONICET y docente en el
Departamento de Filosofía de la Facultad de Filosofía y Letras. Ha publicado
los libros El sexo de la historia
(2000), Carta abierta a Mariano Grondona:
interpretación de una crisis argentina (2003), La trama profunda (2005), La
nación futura (2006), Freud y el
problema de la historia (2007), La
nueva generación intelectual (2008), Las
huelgas bancarias, de Perón a Frondizi (2008), Historia crítica de la historiografía argentina, vol. 1, Las izquierdas
en el siglo XX (2009), Los muchachos
peronistas (2011); ha compilado en colaboración Cuerpos, géneros e identidades (2000) e Inconsciente e historia después de Freud (2010).