- “Nos encontramos en definitiva, en un proceso de cambio
de régimen donde las fuerzas de izquierda intentan organizar y articular la
contestación de los actores populares, para evitar como bien decía Gramsci, que
en el claroscuro surjan los monstruos.”
- “En muchos
aspectos hoy estamos más cerca de las cuestiones del siglo XIX que de la
historia revolucionaria del XX. Una amplia variedad de fenómenos del siglo XIX
está volviendo a aparecer: vastas zonas de pobreza, desigualdades crecientes,
una política disuelta en el “servicio de la riqueza”, el nihilismo de partes
considerables de la juventud, el servilismo de buena parte de la
intelligentsia; el experimentalismo, asediado y circunscrito, de unos cuantos
grupos que tratan de expresar la hipótesis comunista…” | Alain Badiou [1]
|
Charles Chaplin en una escena de 'Tiempos Modernos' |
Adrián Carmona |
Vivimos tiempos convulsos, donde amplias masas de la población del
epicentro capitalista son sometidas a un terrible proceso de pauperización
mientras asistimos atónitos a una acumulación por desposesión de proporciones
colosales donde sanidad, educación, pensiones …, (1) son arrebatadas a la
posesión colectiva de los trabajadores para el beneficio del capital financiero
y una mal entendida “recuperación económica”. Sólo en España, en el periodo
2008-2012 se realizaron unas 416.000 ejecuciones hipotecarias [2], mientras el
número de familias con todos sus miembros en paro roza ya los dos millones,
según la última Encuesta de Población Activa (EPA) [3]. Una situación que no
sólo se circunscribe a nuestro país, y que es fácilmente extrapolable al resto
de la periferia de la Unión Europea e incluso a países de su núcleo industrial
como Francia y Alemania. En los últimos nueve años, el número de personas
pobres en Francia aumentó en 1’2 millones, de los cuales más de 800.000 sólo en
el periodo de 2008 a 2011 [4]. Mientras tanto, en Alemania, según una encuesta
del pasado año del Banco Central Europeo, la mediana de los ingresos netos por
hogar es
mucho menor que la de Grecia, con un 25% de la población activa
cobrando menos de 9.54 euros la hora [5]. La situación no mejora si nos fijamos
en los Estados Unidos, que a pesar de ser una de las fuerzas motrices del
capitalismo internacional posee al menos 16’4 millones de niños bajo el umbral
de la pobreza [6] (aproximadamente un cuarto de todos los niños del país). Si
nos fijamos en las mal llamadas minorías, la cifra aumenta a un 33’8% y 36’7%
de niños latinos y afroamericanos, respectivamente [7]. Todo ello, en un país
donde el 95% de la riqueza producida desde 2009 ha ido a parar a las manos del
1% más rico de la población y 3’6 millones de trabajadores cobran una cantidad
igual o inferior al salario mínimo federal: 7’25 dólares la hora [7].
Esta situación de evidente recrudecimiento de la lucha de
clases se ve acompañada de una intensa repolitización de amplias capas de la
sociedad y de un creciente descrédito del entramado político e institucional
que sustenta estos constantes ataques a las clases populares. En España en
particular, el relato edulcorado de “la Transición” — uno de los pilares
fundacionales del sistema bipartidista actual y su política hiperconsensual —
se desmorona a marchas forzadas arrastrando consigo a la Casa Real, piedra de
bóveda del sistema de partidos actual, fielmente escenificado en los pactos de
la Moncloa. A este cuadro de cambio, debemos sumar la contestación al actual
modelo de Estado bajo las crecientes demandas de auto determinación en
Cataluña, un proceso que socava aún mas si cabe la legitimidad del marco institucional
actual. Nos encontramos en definitiva, en un proceso de cambio de régimen donde
las fuerzas de izquierda intentan organizar y articular la contestación de los
actores populares, para evitar como bien decía Gramsci, que en el claroscuro
surjan los monstruos.
En la situación actual de cierto “experimentalismo” político
(si se me permite la expresión) decimonónico, tras la transfiguración radical
del panorama político y económico europeo de posguerra acometida por la
contrarrevolución neoliberal de los últimos 30 años y la desaparición del
bloque soviético, la cuestión de la validez de la clase trabajadora como sujeto
histórico y materialización objetiva de las contradicciones del sistema
capitalista toma una relevancia primordial. Sobre todo puesto que cierta
premura ante la situación de emergencia actual hace que en ocasiones elevemos
algunos fetiches a categorías políticas y, haciendo de la necesidad virtud,
convirtamos algún que otro ejercicio de marketing político en la nueva fórmula
mágica para el análisis social. Siempre son útiles al respecto las palabras de
César Rendueles [8],
Los discursos
ideológicos y políticos, en cambio, son harina de otro costal. El materialismo
marxista fue, sobre todo, una respuesta al discurso ideológico de moda en la
Alemania de aquella época. Hoy el posthegelianismo no le interesa a nadie, pero
la tentación de creer que los problemas prácticos se pueden resolver
conceptualmente es más fuerte que nunca, y en eso consiste el idealismo que
atacaba Marx. Basta pensar en toda esa gente que cree que la crisis económica
actual es, sobre todo, un problema de actitud, de mentalidad. Ahí es nada: el
corolario de un macroproceso económico, social y político que ha configurado el
mundo tal y como lo conocemos en los últimos cuarenta años reducido a un
problema de motivación, tal vez solucionable con una buena estrategia de
coaching colectivo. Los materialistas, en cambio, somos unos pelmazos
aguafiestas. No nos convence la idea de que los problemas se desvanecen
reformulándolos en términos más interesantes, emocionantes o novedosos. Así que
no somos una compañía muy grata para los de la economía del conocimiento, la
psicología positiva, las clases creativas, el empoderamiento o la multitud en
devenir.
En particular, muchas de las críticas que intentan
“actualizar” y/o superar el concepto de clase obrera, en el primer caso con el
objetivo de liberarla de algunas de sus caricaturas que ciertamente la
constriñen y en el segundo simplemente dándola por muerta como categoría de
análisis o sujeto político, no hacen sino repetir de forma más o menos
explícita aquello que se dice criticar. Siendo un poco más explícito, en
ciertos análisis que se quieren críticos pareciera que la clase obrera como
sujeto de la acción política revolucionaria en el marco de un análisis marxista
tuviera su origen en el capitalismo fordista que surgió tras la segunda guerra
mundial. Como señala acertadamente el marxista británico Terry Eagleton en su
crítica de una de las últimas obras del historiador británico Eric Hobsbawm,
How to Change the World: Marx and Marxism 1840-2011, (la traducción es mía)
Estamos hablando,
notemos, de alrededor de 1986, pocos años antes de que el bloque soviético se
derrumbara. Como Eric Hobsbawm señala en esta colección de ensayos, eso no fue
lo que causó a tantos antiguos creyentes tirar a la basura sus carteles del Ché
Guevara. El marxismo ya estaba en una situación desesperada algunos años antes
de que cayera el Muro de Berlín. Una razón que se dio fue que el agente
tradicional de la revolución marxista, la clase obrera, había sido barrida por
los cambios en el sistema capitalista – o por lo menos ya no se encontraba en
mayoría. Es cierto que el proletariado industrial había disminuido, pero el
propio Marx no creía que la clase obrera se limitara a este grupo. En El
Capital, él coloca los trabajadores del comercio en el mismo nivel que los
industriales. También era consciente de que, con mucho, el mayor grupo de
trabajadores asalariados en su día no fue la clase obrera industrial, sino el
servicio doméstico, la mayoría de los cuales eran mujeres. Marx y sus
discípulos no imaginaban que la clase obrera podía hacerlo solo, sin alianzas
con otros grupos oprimidos. Y aunque el proletariado industrial tendría un
papel principal, Marx no parece haber pensado que tenía que constituir la
mayoría social, a fin de hacerlo. [9]
En efecto, si leemos a Marx en El Capital, vemos que el
revolucionario alemán era plenamente consciente de la relativa importancia
cuantitativa de la clase obrera industrial con respecto a otros sectores
todavía no incorporados a la esfera capitalista de producción [10],
el extraordinario
aumento de las fuerzas productivas en las esferas de la gran industria,
acompañado, como lo está, de una explotación cada vez más intensiva y extensa
de la fuerza de trabajo en todas las demás esferas de la producción, permite
emplear de un modo improductivo a una parte cada vez mayor de la clase obrera,
reproduciendo así, principalmente, y a una escala cada vez mayor, bajo el
nombre de “clase doméstica”, los antiguos esclavos domésticos: criados,
doncellas, lacayos, etc. Según el censo de 1861, [...] quedan, en números
redondos, unos 8 millones de personas de ambos sexos y de las más diversas
edades, incluyendo a todos los capitalistas que de alguna manera intervienen en
la producción, el comercio, las finanzas, etc. Estos 8 millones se distribuyen
del modo siguiente:- Obreros agrícolas
[...] : 1.098.261- Todos los que
trabajan en las fábricas de algodón [...] : 642.607- Todos los que
trabajan en las minas de carbón y metal : 565.835- Los ocupados en el
conjunto de plantas metalúrgicas [...] : 396.998- Clase doméstica:
1.208.648.Sumando el personal
ocupado en todas las fábricas textiles junto con los que trabajan en las minas
de carbón y metalúrgicas tenemos la cifra de 1.208.442; sumándolo con los que
trabajan en plantas metalúrgicas y las manufacturas, tenemos un total de
1.039.605; en ambos casos una cifra menor que la de los modernos esclavos
domésticos. ¡Qué edificante resultado de la maquinaria explotada al modo
capitalista!
Sobre esto comenta David Harvey en su magnífico A Companion to Marx’s Capital [11] (de
nuevo la traducción es mía),
Solemos pensar que el
gran desplazamiento de la manufactura al sector servicios se dio en el siglo
pasado, pero lo que muestran estas cifras es que no es para nada un nuevo
sector. La gran diferencia es que la clase servil/doméstica de Marx no se
encontraba en su mayoría organizada en líneas capitalistas (muchos sirvientes
vivían con los capitalistas). No había tiendas con letreros anunciando
“Pedicura”, “Servicio de Limpieza”, “Salón de Peluquería” o lo que fuera. Pero
las cifras de población involucradas en estos trabajos fueron siempre grandes y
muy a menudo despreciadas en los análisis económicos (incluso en el de Marx),
incluso aunque su número superara los de la clase trabajadora en el sentido
clásico de trabajadores de fábrica, mineros y similares.
En definitiva, no sólo no estamos hablando de un fenómeno
nuevo, sino que a diferencia de lo que ocurría en tiempos de Marx, a día de
hoy, aquellos trabajadores ajenos al sector industrial, han sido incorporados
al proceso de valorización del capital y se encuentran organizados en líneas
capitalistas (con todo lo que eso conlleva en términos de jerarquía, uso del
tiempo, intensificación de la jornada laboral,…). De hecho, las cifras del
porcentaje de asalariados sobre el total de la población ocupada tanto a nivel
nacional como internacional confirman de forma inequívoca dicha tendencia. Así,
en España [12] “la relación empleadores-autónomos/conjunto salarial, o sí se
prefiere burguesía-pequeña burguesía/asalariados ha pasado de 25/75 (hace
aproximadamente una década) a 20/80, es decir el conjunto salarial, la tasa de
salarización en la población activa es cada vez mayor, España es cada vez más
una sociedad de trabajadores que dependen de un salario”. Podemos fijarnos
también en Francia, país con un mayor peso específico del sector industrial y
que pasó por lo que suele conocerse como Les trente glorieuses, i.e., el
periodo expansivo de aproximadamente tres décadas que tuvo lugar tras la
segunda guerra mundial; de acuerdo con los datos del
Institut
National de la Statistique et des Études Économiques, el equivalente de
nuestro Instituto Nacional de Estadística, el porcentaje de no asalariados
sobre el total pasó de más de un 18% en 1972 a casi la mitad en 2012. A nivel
internacional, la tendencia es parecida, aunque las cifras son todavía más
espectaculares si consideramos países de la periferia capitalista [13],
Los datos de la OIT
permiten una estimación del número de asalariados a escala mundial. En los
países “avanzados”, ha aumentado alrededor de un 20% entre 1992 y 2008, para
luego estancarse desde la entrada en la crisis. En los países “emergentes”, ha
aumentado cerca de un 80% en el mismo periodo.Se encuentra el mismo
tipo de resultado, aún más marcado, para el empleo en la industria manufacturera:
entre 1980 y 2005, la mano de obra industrial ha aumentado un 120% en los
países “emergentes”, pero ha bajado un 19% en los países “avanzados”.
Podemos concluir de dichas cifras que la evolución de la
clase obrera durante los últimos 30 años ha consistido fundamentalmente en el
incremento cuantitativo de sus miembros — en parte mediante la absorción de
esferas anteriormente ajenas al proceso de valorización del capital y en parte
gracias a la inserción en el mercado de trabajo global de poblaciones provenientes
de países de la periferia capitalista o del antiguo bloque soviético — y en una
profundización de la división espacial del trabajo, acentuando aún mas la
concentración geográfica de los núcleos de producción industrial, en este caso
con un peso mucho mayor de los países emergentes debido a una fuerza de trabajo
mucho más “económica”. Resulta de todos modos curioso que se recurra a este
argumento sobre el menor peso específico del asalariado industrial con respecto
al total de la clase trabajadora en un país como España, que nunca destacó por
su gran potencia industrial, que desarrolló un tímido sector manufacturero,
concentrado especialmente en ciertas regiones del norte y el este del país,
relativamente tardío con respecto a los países de su entorno y tras una
terrible posguerra donde primó fundamentalmente la economía de subsistencia en
el sector agrario. Por esa regla de tres, cabría preguntarse de qué hablaban en
las reuniones del Comité Central del PCE en los años 40 y porqué no decidieron disolvieron
si su “sujeto histórico” sólo existiría en números relativamente aceptables,
como mínimo, un par de décadas más tarde.
Otro argumento recurrente a la hora de poner en tela de
juicio a la clase obrera, y que ha motivado la invención de términos como el
famoso precariado es el (ciertamente) importante cambio cualitativo de las
relaciones laborales tras 30 años de flexibilización del mercado laboral, y que
ha terminando poniendo en entredicho cierto modelo de sindicalismo de clase
“fordista”, sobre el que se apoyaban en parte las organizaciones políticas de
masas de corte marxista. Sin negar ni un ápice la importancia cardinal que
dichas transformaciones han tenido (y siguen teniendo) sobre el tejido
productivo, las relaciones sociales de producción, el sindicalismo de clase,
las organizaciones políticas de masas e incluso nuestras relaciones humanas y
afectivas, lo cierto es que de nuevo, el marxismo no nació con las Comisiones
Obreras de los años 70 (2). Creo que sería un ejercicio muy interesante para
aquellos que usan este argumento con frecuencia, preguntarse como eran las
relaciones laborales, por ejemplo, en la España de los años 30, cuando la UGT
rebasaba el millón de afiliados y la CNT alcanzaba el millón y medio (sobre una
población activa muchísimo menos numerosa que la actual). Sin ir más lejos,
Pepe Díaz, el Secretario General del PCE durante gran parte de la II República
y la Guerra, y que llevó al partido a una de sus mayores expansiones
cuantitativas de su historia, se curtió en el sindicato de panaderos de
Sevilla, La Aurora (que posteriormente se incorporaría a la CNT), un oficio que
no destacaba precisamente por la estabilidad de sus relaciones laborales ni
tampoco por ser un ejemplo de industria manufacturera con cientos de obreros trabajando
codo a codo, sino más bien por su pertenencia a una economía informal de
pequeños patrones que abusaban de sus escasos empleados y aprendices.
Otro argumento de peso contra el papel relevante de la clase
trabajadora en los procesos de cambio actuales (en alianza claro está con
multitud de otros sectores con los que se compartan problemáticas de forma
objetiva) es el del cambio cualitativo del proceso de producción actual debido
a los importantísimos cambios tecnológicos y la creciente financiarización. Uno
de los ejemplos más articulados de dicho argumento lo encontramos en Toni
Negri, cuando afirma que [14] “a día de hoy, la producción de cerebros, la
invención, la investigación, el cine, producen más valor que las industrias
tradicionales”. La consecuencia directa de dicha afirmación es clara, puesto
que la producción de valor ya no es una prerrogativa del proceso de producción
“material” (división que ya es en cierta manera arbitraria), no tiene sentido
que la clase trabajadora en su sentido clásico juegue un papel central en un
proceso de emancipación, ya que deben ser los nuevos productores de valor en su
conjunto los que están llamados a cambiar las cosas, lo que Negri y Hardt han
venido a llamar “la multitud”. Una primera objeción a dicha conceptualización
del proceso de valorización la encontramos en el filósofo Alberto Toscano (3),
cuando nota que [14] “los trabajadores de un call center, que puede que se
encuentren realizando una actividad a la que podemos referirnos como cognitiva
o inmaterial, están también, y lo que es más importante, trabajando en un
entorno que está organizado en términos de formas muy clásicas de despotismo
laboral, en formas muy clásicas que tratan de extraer cada segundo o
milisegundo, que tratan de hacer de forma científica que cada trabajador sea
más productivo y de esta manera que la tasa de explotación sea intensificada”.
Por otro lado, como señala César Rendueles,
las propias nociones
de trabajo inmaterial o economía cognitiva son confusas. Agrupan bajo una misma
etiqueta procesos muy heterogéneos. Es posible que el desarrollo de software
requiera importantes habilidades creativas, aunque no necesariamente más que,
por ejemplo, la ingeniería de principios de siglo XX. En cambio, el trabajo de
teleoperador, igualmente inmaterial, se parece bastante más al tipo de
actividades típico de una cadena de montaje fordista. [...] Por otro lado, no
es posible establecer una distinción clara entre el trabajo inmaterial creativo
y el parasitario, cercano a las prácticas especulativas. Seguramente en un
extremo estará la invención de una vacuna para una enfermedad intratable y en
el otro la biopiratería, pero entre medias se extiende un amplio repertorio de
prácticas ambiguas, como el desarrollo de tecnologías con restricciones de
acceso muy agresivas. Dicho de otra forma, es imposible aislar la centralidad
del conocimiento en las cadenas de valor contemporáneas de la división del
trabajo en un entorno de competencia internacional. [...] Lo que determina
quien gana qué en la economía cognitiva global es la lucha de clases, no una
evaluación ciega en la revista Nature. [15]
Como bien señala César Rendueles y ha apuntado en más de una
ocasión Zizek, gran parte de los beneficios generados en la economía cognitiva
no son sino una manifestación más de prácticas especulativas o rentistas de
origen nada reciente. Así, no es descabellado pensar que una gran parte de los
ingresos de Microsoft no son sino el fruto de una constante práctica
monopolista que, compra tras compra, permitió a la compañía californiana ser de
forma efectiva la única vía de acceso posible a una nuevo bien común, que
aunque inmaterial (4) a diferencia de la tierra, la vivienda o el agua, también
determina en la práctica de que manera se reparten las plusvalías generadas en
el proceso de producción. Esto no significa, que la lucha por el Copyleft, o
contra las prácticas especulativas y rentistas de cierta industria audiovisual
o las grandes compañías de Silicon Valley carezca de relevancia, de la misma
manera que la lucha contra la especulación urbanística en los núcleos urbanos
de mediados del siglo XIX (o a día de hoy) tampoco lo hizo, al poner sobre la
mesa reivindicaciones del movimiento obrero contra estas formas específicas de
explotación (y ayudarle a tejer alianzas concretas). Sin embargo, es también
muy importante que intentemos ser algo más cautos a la hora de librarnos a la
caza de nuevas categorías de análisis que nos sirvan de brújula en una
transformación revolucionaria de la sociedad.
Notas
(1) Gran parte de lo cual lo podemos resumir en una
reducción brutal del salario diferido.
(2) Ni siquiera con la CGT francesa en las postrimerías de
la Revolución Rusa.
(3) Traductor de Alain Badiou y miembro del comité de
redacción de la fantástica revista Historical Materialism: Research in Critical
Marxist Theory.
(4) Como bien señala Marx [16], “la mercancía es, en primer
lugar, un objeto externo, una cosa que por sus propiedades satisface
necesidades humanas de cualquier clase. La índole de estas necesidades, ya sean
del estómago o de la fantasía, no cambia nada las cosas”.
[1] A. Badiou, La hipótesis comunista, New Left Review (en
español) (2008) 27–40.
[2] A. Colau and A. Alemany, 2007-2012: Retrospectiva sobre
deshaucios y ejecuciones hipotecarias en España, estadísticas oficiales e
indicadores, Plataforma de afectados por la hipoteca (2008).
[3] M. G. C., España roza los dos millones de hogares con
todos sus miembros en paro, Expansión (23 Enero, 2014).
[4] L. Mouloud, La pauvreté continue de gagner du terrain en
France, l’Humanité (7 Noviembre, 2013).
[5] K. Connolly and L. Osborne, Low-paid Germans mind
rich-poor gap as elections approach, The Guardian (30 Agosto, 2013).
[6] L. Leopold, America’s Greatest Shame: Child Poverty
Rises and Food Stamps Cut While Billionaires Boom, The Huffington Post (11
Agosto, 2013).
[7] T. Dickinson, 27 Shocking Numbers That Reveal the True
State of the Union, Rolling Stone (28 Enero, 2014).
[8] C. Rendueles, Entrevista a César Rendueles sobre la
edición de ”Escritos sobre materialismo histórico” de Karl Marx, Rebelión (31
Octubre, 2012).
[9] T. Eagleton, Indomitable, London Review of Books (3
Marzo, 2011).
[10] K. Marx, El Capital, Akal Libro I, Tomo II (2007)
177–178.
[11] D. Harvey, A Companion to Marx’s Capital, Verso (2010).
[12] D. Lacalle, La clase obrera en España: continuidades,
transformaciones, cambios, El Viejo Topo (2006).
[13] M. Husson, La formación de una clase obrera mundial,
Viento Sur (6 Enero, 2014).
[14] J. Barker, Marx Reloaded, Documental (2008).
[15] C. Rendueles, Sociofobia, el cambio político en la era
de la utopía digital, Capitan Swing (2013).
[16] K. Marx, El Capital, Akal Libro I, Tomo I (2007) 55.