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Karl Marx ✆ AstoneThrown
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Rolando Astarita |
Una de las cuestiones en las que más se enfrentan las posiciones que
defiendo con las de muchas organizaciones y autores marxistas es
en torno a si existe, o no, una lógica del capital. En buena parte de la
izquierda que, de alguna manera, se referencia en la teoría de Marx, está
difundida la idea de que hablar de una lógica del capital es propio de un
marxismo mecanicista y de derecha, y que equivale a asimilar lo social al
comportamiento natural de las plantas o las bacterias. Uno de los autores que
más ha contribuido a consolidar esta visión, al menos en Argentina, es John
Holloway. El objetivo de esta nota es discutir algunas cuestiones
relacionadas con el tema, y comentar las consecuencias políticas que se
desprenden del planteo de la lógica del capital. Dada su extensión, he dividido
la nota.
¿Por qué hablamos de
una lógica?
Empecemos diciendo que, en términos generales, hablamos de
una lógica para significar que existen ciertos cursos de acción, económicos y
sociales, que tienden a establecerse como consecuencia necesaria de
las relaciones sociales predominantes. Con esto queremos decir que muchos
hechos sociales, que se repiten más o menos regularmente, ocurren según
leyes.
Esto es, hay ley cuando podemos establecer que existe una dependencia
regular de un hecho social con respecto a una determinada condición. Por
ejemplo, cuando decimos que en la sociedad capitalista los individuos que no
son propietarios de los medios de producción y de cambio, pero libres de
concurrir al mercado, están obligados a intentar vender su fuerza de trabajo a
los capitalistas, estamos estableciendo una relación regular entre
“no propietarios y libres” e “intentar vender su fuerza de trabajo”.
En otras palabras, la venta de la fuerza de trabajo ocurre
según una ley que dice que, en promedio, los no propietarios de medios de
producción están constreñidos a ofrecer su fuerza de trabajo a cambio de un
salario. Subrayamos que se trata de un promedio, ya que la existencia de
esta legalidad es compatible con la irregularidad individual (trabajadores que
logran eludir la necesidad determinada por la desposesión). Como dice Bunge en
su libro clásico sobre causalidad: “Los enunciados legales estadísticos son
válidos en situaciones en las cuales hay diversas alternativas y las
excepciones no son más que las alternativas menos frecuentes” (Causalidad. El
principio de causalidad en la ciencia moderna, Buenos Aires, Eudeba, 1961, p.
35). Así, algunos trabajadores pueden preferir caer en el pauperismo; otros
logran acceder a un status de pequeños propietarios de medios de producción,
etcétera. Pero a nivel estadístico, se verifica una relación regular y
consistente entre “desposeídos de los medios de producción y libres” y
“obligados a intentar vender su fuerza de trabajo. Por lo cual a nivel teórico
puede explicarse esta conexión como una relación de determinación: bajo el
supuesto de que la mayoría de los seres humanos prefieren trabajar a morirse de
hambre, y dado que los medios de producción son imprescindibles para conseguir
medios de consumo, en la sociedad capitalista los no propietarios de los medios
de producción, en promedio deben -es una relación denecesidad- poner
a la venta su fuerza de trabajo.
Puede verse entonces que la regularidad social se explica
según una legalidad. Para los marxistas, esta legalidad deriva de una negación
que al mismo tiempo es determinación: a un grupo social le ha sido negada la
propiedad-posesión de los medios de producción y cambio. Por eso también esta
negación determina (esto es, delimita) a un grupo como una clase
social obligada a vender su fuerza de trabajo. Por lo cual existe
una lógica de la explotación, esto es, una conexión orgánica, íntima,
entre “no propietario de los medios de producción y libre” y una consecuencia,
“intentar vender la fuerza de trabajo” que debe seguirle. La no
propiedad es la razón de esa consecuencia. No estamos ante una
relación azarosa y arbitraria, ya que existe una necesidad lógica entre una
situación social y una acción (insistimos, colectiva promedio). Necesidad
aquí es sinónimo de existencia de una razón; en nuestro ejemplo, hay una razón
para el fenómeno observado. Se trata, además, de una relación de distinto tipo
de la que se puede establecer entre, por ejemplo, “creencias religiosas” y
“vender fuerza de trabajo”; o entre “representaciones simbólicas” y “vender
fuerza de trabajo”. Lo cual conecta con las ideas básicas de la concepción
materialista.
Pues bien, los que niegan que existe una lógica del capital
(esto es, una lógica de la explotación) están diciendo que no se puede
establecer legalidad alguna del tipo de la que hemos analizado. Pero en este
caso los fenómenos sociales, del tipo “los no propietarios intentan vender su
fuerza de trabajo”, terminan siendo “eventos” de contingencia absoluta; el
hecho social (“venta de la fuerza de trabajo”) es opaco o sencillamente
incomprensible. En este respecto, valdría tanto atribuir la razón de la venta
de trabajo a la no propiedad de los medios de producción, como a cualquier otro
factor, ya que cualquier explicación sería válida; o ninguna explicación. Pero
con ello, desaparece la posibilidad misma de la crítica.
Lógica del capital
Profundizamos ahora qué es una “lógica del capital”. La
expresión alude a las conexiones internas entre fenómenos sociales que son
característicos y regulares en el modo de producción capitalista. Por caso, hay
una conexión interna entre trabajo privado (esto es, basado en la propiedad
privada) – mercado – valor. De la misma manera, hay una vinculación interna
entre valor y dinero; entre valor que se valoriza y trabajo no pagado; entre
salarios y ganancias; entre competencia y concentración del capital; entre
reproducción ampliada del capital y distribución de la riqueza cada vez más
desigual; entre interés y ganancia; entre estos y el trabajo no pagado,
etcétera.
Por supuesto, estas relaciones no son mecánicas o lineales.
Por caso, si hablamos de la concentración de la riqueza y el capital, es claro
que hubo períodos, en determinados países, en que la tendencia se debilitó, o
no operó; y períodos en que se aceleró. Sin embargo, en el largo plazo, en el
sistema capitalista, la concentración aumentó, así como lo hizo la desigualdad
de la riqueza e ingresos. De lo que se trata entonces es de entender el porqué
del fenómeno (puede verse
aquí la
discusión sobre el libro de Piketty, por caso). Además, el hecho de sostener
que existen relaciones determinadas entre fenómenos, no significa que todas las
cuestiones estén solucionadas, ni mucho menos. Sí significa que tiene sentido
intentar establecerlas y encarar discusiones científicas en torno a ellas (pero
esto es imposible si se niega, “por principio” la posibilidad misma de la
relación). Por ejemplo, la relación, establecida por Marx, entre aumento de la
productividad y la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia,
está, en nuestra opinión, seriamente cuestionada (teorema Okishio; para una
discusión, ver
aquí). Pero
esto no significa que debamos renunciar a intentar explicar cómo y por qué la
tasa de ganancia puede ser afectada por los cambios de productividad, con el
argumento de “no hay que buscar lógica alguna del capital”.
Por otra parte, es vital comprender que la posibilidad de
brindar explicaciones articuladas de los fenómenos sociales está en el centro
de la crítica radical. Al poner en evidencia que determinadas relaciones se
imponen con el carácter de necesidad, la crítica no se queda en la superficie
de los fenómenos. Así, por ejemplo, desde el marxismo, la razón de ser de la
ganancia es trabajo no pagado, lo cual permite afirmar que “la relación capitalista necesariamente es una relación de
explotación”. Esto significa que la relación de explotación no se altera,
en lo fundamental, por las variaciones ocasionales del salario, por ejemplo. O
que tampoco se altera por el hecho de que el capital sea estatal o privado,
nacional o extranjero (el reformista de izquierda frunce el ceño). De esta
manera, la relación de necesidad -el capital no puede no ser explotador- pone
en evidencia los límites de las luchas reivindicativas, salariales y de otro
tipo, al interior del sistema capitalista. Por ejemplo, a medida que se
desarrolla una acumulación de tipo extensivo, (baja relación trabajo
vivo/capital fijo), tienden(de nuevo, no es mecánico) a aumentar los
salarios. Sin embargo, pasados ciertos umbrales a partir de los cuales se puede
ver afectada seriamente la tasa de rentabilidad, se generan condiciones para
que el trabajo humano sea reemplazado por la maquinaria; o para que el capital
busque nuevas fuentes de aprovisionamiento de mano de obra barata, etcétera. La
comprensión de las relaciones entre estos fenómenos (tipo de acumulación,
presión obrera por salarios, afectación de las ganancias, reacción del capital)
puede explicarse teóricamente, y puede seguirse en la dinámica real de la
acumulación capitalista. Lo cual no es argumento para no luchar por salarios o
mejoras, pero sí es una razón para preparar políticamente la superación
definitiva del actual modo de producción (volvemos más abajo sobre esta
importante cuestión).
Fenómenos objetivos y
sociales, o plantas y bacterias
Una de las objeciones más frecuentes que se ha hecho a la
tesis de que existe una lógica del capital dice que los fenómenos sociales no
son asimilables a los fenómenos naturales. Se sostiene que no existe algo
objetivo que pueda llamarse “lógica del capital”, ya que se trata de una
“construcción histórico – simbólica”, y que en todo caso hablar de lógica del
capital sería asimilar la dinámica social al comportamiento de las bacterias, o
de las plantas.
Pues bien, empecemos por el tema de lo objetivo. ¿Qué quiere
decir que existen leyes sociales objetivas? ¿Por qué, por ejemplo, los
marxistas decimos, en oposición a los teóricos burgueses, que la ley del valor
trabajo es objetiva? ¿Acaso porque pensamos que la ley del valor trabajo puede
asimilarse a las leyes que rigen el comportamiento de las bacterias o las plantas?
La respuesta es, naturalmente, que no. Cuando decimos que la ley del valor
trabajo es objetiva no estamos negando que sea un fenómeno social. Tampoco
estamos afirmando que la ley determine el comportamiento de los
productores. Lo que decimos es que el comportamiento de los productores, en
promedio, procede de acuerdo a cierta legalidad. Esto significa que
la ley es una forma o pauta de la determinación -los tiempos de
trabajo determinan los movimientos tendenciales de precios-, y no un principio
que actúa desde fuera (Bunge precisa esta cuestión). Por eso, la determinación
de los precios por los tiempos de trabajo promedio se impone a través de la
acción de seres humanos que tienen conciencia de los precios y los mercados
(incluso aunque no logren explicarse el porqué de muchos fenómenos del
mercado). En consecuencia, cuando afirmamos que la ley del valor es objetiva,
no estamos afirmando que se trate de una ley natural, como las que encontramos
en el estudio de las plantas o las bacterias. Simplemente estamos diciendo que,
a pesar de tratarse de una ley social -esto es, producto de determinadas
relaciones sociales-, no es dominada por los seres humanos.
Tal vez la cuestión pueda entenderse mejor si analizamos el
concepto de valor. Cuando Marx dice que el valor es una propiedad objetiva (y
este es todo un punto de discrepancia con los defensores de la teoría subjetiva
del valor) no está significando que se trata de una propiedad natural de la
mercancía. Está diciendo que es una propiedad social que se ha objetivado en
un producto; por eso la objetivación no ocurre en el aire, sino a través de una
relación también social, el mercado, que articula y sanciona los trabajos
privados en tanto trabajos sociales. Por esta razón también la determinación de
los precios por los tiempos de trabajo invertidos en la producción tiende a
imponerse a los productores. Al ser el valor una propiedad que se objetiva en
cosas -por eso hablamos de relaciones sociales cosificadas- los movimientos de
los valores -expresados en precios- dominan a los productores
individuales. Más precisamente, la competencia -realizada por seres humanos con
conciencia y representaciones- es el mecanismo específico a través del cual se
impone ese carácter objetivo del valor. A través de la competencia y del
impulso a la igualación de la tasa de ganancia entre ramas, se determinan los
precios de producción que actúan como centros de gravitación hacia los cuales
tienden los precios de mercado. Estos atractores surgen a través de las
múltiples acciones individuales descoordinadas, e infinidad de movimientos
azarosos, y se imponen con la fuerza de un fenómeno objetivo, pero que es
social. Por ejemplo, si el productor A está empleando en la producción del bien
X 10 horas de trabajo promedio, y en la rama comienza a prevalecer una nueva
tecnología que reduce el tiempo de trabajo a la mitad, A se verá obligado, por
la fuerza de la competencia, a adoptar la nueva tecnología, so pena de
desaparecer como productor. Esta constricción operará sobre su actividad laboral al
margen, o por fuera, de sus gustos y preferencias por tal o cual tecnología, o
por tal o cual intensidad de trabajo (y por supuesto, por fuera y al
margen de toda otra multitud de inclinaciones espirituales, convicciones
ideológicas, etcétera). Es claro que esta presión objetiva deriva de
ciertas relaciones sociales establecidas, referidas a la propiedad de los
medios de producción y de cambio, y a las formas en que los trabajos se validan
en tanto trabajos sociales. Negar estos procesos hablando de plantas y
bacterias es no comprender lo básico.
La tesis de que existen fenómenos sociales y objetivos
permite también entender por qué es un error pretender que la relación
capitalista es mera construcción simbólica, como ha argumentado alguno en
oposición a la tesis de la lógica del capital. Es que el capital encierra una
relación de poder (ver
aquí), y este poder
no se levantó sobre construcciones simbólicas (aunque estas pudieron haber
incidido), sino sobre un fenómeno más “palpable”: la desposesión de los medios
de producción de campesinos y artesanos, por medio de la violencia, el robo y
el saqueo (cercamientos de tierras comunales, colonialismo, pillaje y robo en
la ocupación americana, y un largo etcétera). Por eso también es un error
pensar que las clases sociales son construcciones discursivas.
II
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Karl Marx ✆ AstoneThrown |
Más sobre leyes
objetivas y determinación
Al tratar la lógica del capital, y la existencia de leyes
sociales objetivas, aparece de manera repetida la cuestión de la
“determinación”. Los críticos de la tesis de la lógica del capital hacen todo
un mundo de la crítica al “determinismo”, y en particular, al “determinismo
económico”. A este fin, construyen un muñeco de paja: reducen todo determinismo
al determinismo unidireccional y mecánico, para concluir que la determinación
es propia de un marxismo “dogmático y cerrado”.
La realidad sin embargo es que la determinación juega un rol
central en las ciencias sociales. Por supuesto, es fácil acordar en que las
determinaciones que son propias de la mecánica clásica (del tipo que dice “si
en un instante dado se conocen las posiciones y velocidades de un sistema dado
finito, a partir de sus funciones se pueden determinar las velocidades y
posiciones futuras”), tienen una aplicación muy limitada, o nula, en el
análisis social. Dado que las actividades humanas se desarrollan en entornos
siempre cambiantes, y que cambian precisamente a causa de las acciones de los
seres humanos sobre esos entornos -y sus reacciones a esos cambios-, el futuro
no está determinado de ninguna manera mecánica o lineal.
Sin embargo, los tipos de determinación no se reducen a la
determinación propia de la mecánica clásica, esto es, a la determinación
lineal. Por caso, los enunciados legales estadísticos, a los que nos referimos
en la primera parte de esta nota, ponen en evidencia que existen
determinaciones estadísticas; cuando decimos que, en promedio, los no
propietarios de los medios de producción están obligados a vender la fuerza de
trabajo, estamos poniendo el acento en que esta determinación no opera de
manera lineal y mecánica. Lo mismo puede decirse de muchas otras relaciones
vinculadas con la lógica del capital y el mercado. Por ejemplo, en la teoría
del valor trabajo cuando abordamos los precios de producción -atractores- y la
tasa media de ganancia, las determinaciones también son estadísticas. En estos
campos no se puede fijar de manera determinística el movimiento real de los
precios individuales, o de las ganancias, por lo cual encontramos otra clase de
regularidad, la de los promedios. Desconocemos una importante proporción de los
datos dinámicos que permitirían determinar con exactitud la evolución de cada
precio (o del sistema en todos sus detalles), pero podemos reemplazar esa
ignorancia por distribuciones de probabilidades, susceptibles de ser explicadas
teóricamente.
Por otra parte, también hay que admitir que muchas veces
aplicamos algunas formas de determinaciones lineales, conociendo por supuesto
sus limitaciones. Por ejemplo, cuando decimos que, dados el producto neto y la
masa salarial de trabajadores productivos, se determina el excedente de una
economía, estamos estableciendo una relación determinista que orienta de manera
importante el análisis -es punto de partida de la Economía Política clásica, en
oposición a las explicaciones de la distribución de la economía vulgar, donde
precios, cantidades y variables distributivas se determinan simultáneamente-
aunque no lo agota. Por lo tanto tenemos, por lo menos, determinaciones
mecánicas, de escasa aplicación, aunque juegan un rol en determinado nivel del
análisis; y determinaciones estadísticas, cuyo ámbito de acción es más amplio,
ya que engloban la mayoría de los fenómenos tendenciales asociados al valor y
el capital.
Determinación
asociada a la lucha de opuestos
Pero además de las determinaciones mecánicas y estadísticas existe
la determinación dialéctica, también señalada por Bunge (1959), que se asocia a
la lucha de opuestos, y que por lo tanto da lugar a resultados abiertos, en un
sentido más fundamental que el que encontramos en las determinaciones
estadísticas, o de grandes números. Es el caso de la lucha de clases. Por
ejemplo, la lucha de clases puede determinar cambios al interior del modo de
producción capitalista; o cambios que impliquen la modificación misma de esa
estructura, dependiendo de su intensidad, programas y acciones de las clases
involucradas, y otros factores. En ambos casos se introduce un factor de
indeterminación que no puede ser superado ex ante.
A fin de ilustrar lo que queremos decir, damos dos casos
característicos. El primero, referido a la lucha salarial reivindicativa. En
principio, sabemos que en las fases de expansión del capitalismo, mejoran (en
promedio) las condiciones para obtener mejoras salariales (o de otro tipo); y
que lo inverso sucede en períodos de crisis y recesión. Pero dicho esto, el
resultado final en los diversos escenarios dependerá del nivel e intensidad de
la lucha de clases, que a su vez estará condicionado por muchos factores: nivel
de la desocupación, grado de organización y democracia sindical, ánimo y
disposición para luchar, política de la clase dominante o el gobierno,
etcétera. Se trata de un complejo de determinaciones e influencias recíprocas,
cuyos resultados están abiertos en muchos sentidos. Aunque también reconocen
límites; por ejemplo, las luchas salariales,dentro del modo de producción
capitalista, tropiezan con los límites de la “huelga de inversiones” del
capital (o el desplazamiento del capital hacia otras regiones o países) y de la
introducción de la maquinara, entre otros. Precisamente estas limitaciones (pero
que no pueden analizarse si se desconoce que existe una lógica del capital)
están en el centro de la crítica del marxismo al sistema capitalista.
El segundo caso se refiere a la eventualidad de que la clase
trabajadora emprenda una lucha revolucionaria y acabe con la propiedad privada
del capital y el Estado capitalista. Se abre aquí otro tipo de escenario,
completamente nuevo, cuya definición (¿cómo se organiza la producción o la
distribución? ¿Qué articulación se establece entre producción y mercado?,
etcétera) dependerá de muchos otros factores, tales como las relaciones entre
las clases sociales, el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, la
situación internacional, etcétera. Lo importante aquí es entender que al
introducir la determinación derivada del conflicto y la lucha estamos
enfatizando lo que ya habíamos visto más arriba, a saber, que las leyes del
capitalismo son histórico-sociales, y por lo tanto, pueden ser abolidas por la
acción de los seres humanos. Un conflicto salarial en determinada circunstancia
puede generalizarse y dar lugar a una transformación revolucionaria, provocando
los cambios en la estructura social que determinaba los límites de las luchas
reivindicativas al interior del sistema capitalista. Lo cual significa la emergencia
de relaciones sociales nuevas; por ejemplo, relaciones sociales basadas en la
propiedad en común y la cooperación, en lugar de las sustentadas en la
propiedad privada y la explotación. Pero este resultado no está predeterminado;
depende de cómo se resuelvan los conflictos, cuestión que a su vez se vincula a
múltiples factores sociales, ideológicos y políticos.
Por lo tanto, estamos muy lejos del determinismo fatalista o
de la predestinación. El determinismo tipo “bala de cañón” -reglas de comportamiento
perfectamente prescritas y condiciones iniciales perfectamente definidas- no
tiene lugar en la determinación dialéctica. Pero además, la compleja relación
entre lucha y condicionamientos derivados de las relaciones sociales existentes
es imposible de captar si se niega, ab initio, la posibilidad misma de
comprender la conexión interna entre los fenómenos. También pone en evidencia
que constantemente estamos hablando de fenómenos sociales, que ocurren a través
del accionar de seres conscientes, que imaginan, proyectan, elaboran esquemas
para interpretar la realidad en que actúan, etcétera. Y desmiente la idea de
que hablar de determinación implica negar la incertidumbre en el análisis
social (tampoco la niega en las ciencias naturales). Es claro que en tanto
alguno de los opuestos no se imponga al otro, el resultado puede mantenerse
incierto. Por último, dejamos anotado aquí que es muy significativo que la
crítica de la tesis de la lógica del capital, y el rechazo del determinismo, se
acompañen del no al dualismo.
Determinación,
interrelación y “reduccionismo”
Los que conciben la determinación solo como determinación
lineal y unidireccional tienden a oponerle, como alternativa, la interacción
entre todos los elementos e instancias. Según esta visión, la tesis de la
determinación llevaría a establecer una jerarquía explicativa -por ejemplo,
cuando decimos que las relaciones sociales de producción y las fuerzas
productivas tienen prioridad con respecto a las representaciones políticas para
explicar la evolución social en el largo plazo- y por lo tanto es sospechosa de
“reduccionismo economicista” y “cerrazón dogmática” (puede verse esta posición
en
Omar
Acha.
En contraposición, la interacción con igual peso de todos
los elementos del sistema social, sería propio del marxismo “abierto, crítico y
de izquierda”. Según este enfoque, dado que todos los factores cuentan igual,
la resultante está indeterminada. En otros términos, y con el argumento de
evitar la “unidireccionalidad”, no habría posibilidad de establecer
direccionalidad alguna. Por caso, estaría vedado afirmar que en el capitalismo
hay una tendencia a la concentración de la riqueza, o a la internacionalización
del capital; proposiciones de este tipo son sospechosas de “unidireccionalidad”
y “determinismo”.
Frente a esto, empecemos aclarando que la interrelación en
sí misma no es sinónimo de posiciones de izquierda, abiertas y críticas. Por
ejemplo, y como mencionamos más arriba, en la economía neoclásica los precios,
las cantidades y las variables distributivas se determinan simultáneamente, vía
la oferta y la demanda, sin que esto convierta a este enfoque en “abierto”, y
mucho menos “de izquierda y crítico”. Las teorías de Ricardo o Marx, por el
contrario, establecen un orden jerárquico -por caso, los salarios y el producto
se determinan antes que el excedente, que aparece como un resto; la oferta y la
demanda juegan un rol secundario con respecto a los tiempos de trabajo
necesarios, etcétera- y es esta jerarquización en la determinación la que
permite superar el enfoque acríticamente superficial del “todo depende
de todo por igual”. Por lo cual cabe preguntarse por qué tiene que ser
superior, y además “no dogmático” y “crítico”, el enfoque “no hay jerarquías ni
direccionalidad”, con respecto al que dice que sí hay jerarquías y
direccionalidad, ya que la interacción no anula la determinación.
Más en general, digamos que la interrelación nunca puede
agotar los problemas de la determinación, a menos que esté en juego una
simetría extrema (Bunge). Pero en este caso habría que demostrar que la
simetría efectivamente es extrema. Por ejemplo, podemos decir que las creencias
religiosas, las tradiciones culturales y/o las representaciones ideológicas
influyen en los modos y las disposiciones de los no propietarios de medios de
producción a vender su fuerza de trabajo al capital. Pero de aquí a afirmar que
esas creencias, tradiciones y representaciones tienen el mismo peso que la
relación social de no propiedad al momento de explicar por qué venden su fuerza
de trabajo, hay un salto que el crítico de la lógica del capital (y de la
determinación en general) no justifica. La realidad es que en la sociedad
capitalista el peso de la necesidad lleva al trabajador promedio al mercado
laboral, a pesar de las resistencias que pueden estar enraizadas en creencias,
tradiciones y representaciones. Lo cual no niega la autonomía relativa de
muchas prácticas humanas, ni implica afirmar que la lógica del capital explique
cualquier manifestación de la vida social. Simplemente estamos diciendo que
existen determinadas relaciones sociales que son más fundamentales, y están
asociadas a las formas en que los seres humanos producen y reproducen sus
condiciones de existencia.
Es claro, por otra parte, y contra lo que dice el crítico ad
usum de la lógica del capital, que el análisis y dilucidación de qué
variables son independientes y cuáles dependientes -esto es, el debate sobre la
direccionalidad de la determinación- está en el centro mismo de muchas
investigaciones en ciencias sociales. El caso de las teorías de la distribución
del ingreso es un ejemplo claro. Otro ejemplo lo encontramos en la famosa
fórmula de la teoría cuantitativa del dinero, masa monetaria x velocidad del
dinero = precios x transacciones. Desde el punto de vista formal, se puede
sostener que hay interrelación entre las cuatro variables; pero esto no explica
el asunto. Como sabe cualquiera que se haya asomado a las cuestiones de teoría
monetaria, la discusión entre defensores del enfoque cuantitativo y sus
críticos es sobre el orden de determinación (no es casual que en El
Capital Marx presente una ecuación prácticamente igual a la de Fisher, en
lo formal). ¿Qué solución frente a estas cuestiones es la del teórico que
irrumpe con el “no hay determinación porque toda determinación es
reduccionista”? Es un absurdo que no hay por dónde agarrarlo. En ese cuadro, no
hay posibilidad de ciencia siquiera. Es un enfoque que solo lleva a “la patente
degradación de las pautas de rigor intelectual” (Sokal, 2009) en el estudio de
las ciencias sociales.
Lo cierto es que en las ciencias sociales hay muchas
proposiciones de interdependencia compleja, sin simetría completa, pero
tampoco sin determinación lineal, o carentes de causalidad simple. Desde este
punto, podríamos aún avanzar más a fondo a otros tipos de articulación también
compleja, como los que trata Marx (inspirado en Hegel), propios de totalidades
“orgánicas”. Por ejemplo, las relaciones entre la producción, el cambio, la
distribución y el consumo en la sociedad capitalista (así, no hay
unidireccionalidad de la producción al consumo, pero tampoco es una
interrelación simétrica; véase Marx, 1980). Pero con lo que desarrollamos hasta
aquí es suficiente. Es sencillamente infantil negar estas complejidades con el
sonsonete de “no caigamos en el reduccionismo determinista”.
Determinismo y
movimientos caóticos
Los críticos de la lógica del capital identifican todo
determinismo con el determinismo mecánico y lineal, y a partir de aquí rechazan
toda determinación. Y con esto hacen todo un punto de ataque al “marxismo
dogmático y determinista”. Pero la realidad es que la mayoría de los marxistas
es consciente de que el determinismo lineal tiene aplicación muy limitada en
las ciencias sociales. Los procesos sociales jamás son lineales; están
sometidos a múltiples influencias y sus resultados la mayoría de las veces son
inciertos, o meramente probabilísticos. De hecho, el determinismo lineal
también es de aplicación limitada en las ciencias naturales, ya que en la
naturaleza los procesos tampoco son lineales. “La ciencia de hoy demuestra que
la naturaleza es inexorablemente no lineal”, anota Ian Stewart. Sin embargo,
todo esto no impide que los científicos hagan aproximaciones lineales a los
procesos que no son lineales; es legítimo en las ciencias sociales y en las
naturales, siempre que se tenga presente que se trata de aproximaciones. Por
ejemplo, la ecuación de Marx de la tasa media de ganancia es una aproximación,
muy simplificada, a la tasa de ganancia efectiva, que de todas maneras nos
permite entender algunos rasgos, de trazo grueso pero centrales, de la dinámica
de la acumulación del capital. Lo cual, por otra parte, no significa que
estemos buscando reducir la dinámica económica y social a algunas fórmulas
matemáticas (una pretensión propia de la economíamainstream). Incluso en la
naturaleza existen muchísimos fenómenos que ni siquiera se pueden traducir a
ecuaciones diferenciales; también muchos otros que se pueden expresar en
ecuaciones, pero estas no se pueden resolver. Si esto sucede en la naturaleza,
con más razón, podríamos decir, ocurre en la sociedad.
Pero vinculado a esto existe otra cuestión, y es que las
ecuaciones deterministas ni siquiera conducen siempre a comportamientos
regulares. “Los sistemas simples no poseen necesariamente propiedades dinámicas
simples” (Stewart, 2007). Por ejemplo, el resultado de iterar una sencilla
ecuación determinista como 2x2 – 1 genera un resultado sin pauta. Pequeñas
variaciones en el valor inicial dan lugar a que se pierda completamente la
pista de adónde va la serie. De manera que el caos y el orden pueden ser
manifestaciones distintas de un determinado subyacente. Una idea que puede
echar luz en el análisis de fenómenos sociales tales como las crisis
económicas. Por ejemplo, una acumulación gradual de capital fijo, acompañada de
incrementos de productividad y presiones bajistas de los precios, y crecimiento
del crédito, puede aproximarse con algunas ecuaciones lineales. Sin embargo, en
determinado punto esta evolución puede dar lugar a la emergencia (un “salto”
cualitativo) de un comportamiento caótico, cuya dinámica (profundidad de la
crisis, formas de evolución, etcétera) es impredecible. Máxime si a estas
variables se le agregan las respuestas políticas de clases y grupos sociales.
Así, relaciones deterministas relativamente simples pueden generar
movimientos tan complejos y tan sensibles a las medidas, que se los considera
caóticos. Por lo tanto es de una simpleza asombrosa sostener que, por el hecho
de que alguien plantee una relación determinista (por ejemplo, la ecuación de
la tasa media de ganancia) esté negando lo impredecible.
Las cuestiones referidas a la determinación y la lógica
social (la lógica del capital) admiten múltiples abordajes, y soluciones o
aproximaciones parciales, que permiten echar luz sobre algunos aspectos de la
realidad. ¿Con qué derecho el crítico de la lógica del capital desecha todo
este esfuerzo, so pretexto de “no hay determinismo”? Es inexplicable. Pero sin
asomarse siquiera a estas cuestiones, rechaza in limine la
posibilidad misma de hacer una discusión argumentada del asunto.
Textos citados
Bunge, M. (1959): Causalidad.
El principio de causalidad en la ciencia moderna, Buenos Aires, Eudeba.
Marx, K. (1980): “Introducción a la
Crítica de la Economía Política”, en Contribución a la Crítica de la Economía Política, México, Siglo
XXI.
Sokal, A. (2009): Más allá de las
imposturas intelectuales. Ciencia, filosofía y cultura, Barcelona, Paidós.
Stewart, I. (2007): ¿Dios juega a
los dados?, Barcelona, Paidós.
III
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Karl Marx ✆ AstoneThrown |
“No hay núcleo
unificador”
Una de las cuestiones centrales en que nos oponemos los que
sostenemos que existe una lógica del capital y los críticos de esta tesis, es
acerca de si hay una relación social núcleo, unificadora de la formación
social. En este respecto, el crítico de la lógica del capital sostiene que la
realidad social contemporánea no tiene un núcleo que sea conocible, y que
incluso no tiene importancia que sea conocible porque, de todas maneras, no
existe núcleo alguno. En consecuencia, la realidad es fragmentada: cada
instancia -la política, la economía, lo institucional, la cultura, las ideas
morales, la ideología, etcétera- es autónoma con respecto a las otras, y tiene
el mismo poder explicativo acerca de la evolución social. Por eso, ni discute
siquiera cuál puede ser la relación central; no tiene objeto analizar si la
contradicción central es “imperio – nación” o “capital – trabajo” ya que la
misma formulación de algún eje ordenador carece de sentido. Más aún, ni siquiera
es conocible. Por lo tanto, la suma de “realidad no conocible” y
“fragmentación” de instancias a igual nivel da como resultado un enfoque afín
al pensamiento posmoderno. En particular, porque se rechaza la idea de que la
economía es el ámbito central de las contradicciones sociales, y que la clase
obrera es el sujeto social fundamental enfrentado a la clase capitalista (puede
verse esta posición en Omar Acha, citado en la segunda parte de esta nota).
Esta tesis, además, se presenta como una suerte de “marxismo
crítico”. Lo cual es un sinsentido, ya que si se niega la centralidad de la
relación capital – trabajo, que está en la esencia misma de la crítica marxista
al capitalismo, ¿qué queda del marxismo? La respuesta es que nada. Ni siquiera
se podría argumentar, con Lukacs, que sería rescatable el método, ya que ¿qué
método científico sería este que habría llevado a conclusiones equivocadas en
lo que atañe a la tesis central de la teoría, a saber, que la sociedad
capitalista se basa en la explotación del trabajo? Puede verse entonces que la
negación de la lógica del capital no es políticamente neutra: se asocia a
la negación de la centralidad de la explotación del trabajo. La
negación es por partida doble: por un lado, se sostiene que no es conocible
alguna relación social esencial, y en segundo término se afirma que esa
relación no tiene centralidad alguna. Esto es, se afirma que no es conocible
una relación que al mismo tiempo se sostiene que no tiene prioridad explicativa
(a esto le llaman hoy “pensamiento no dogmático”). Pero si no hay posibilidad
de conocer siquiera la relación social sobre la que se levanta la civilización
capitalista, y si la clase obrera no es el sujeto central de oposición al
capital, no hay lugar para una estrategia unificada contra el sistema
capitalista y su Estado. Los cuestionamientos serían siempre parciales, a
fragmentos de una realidad siempre desarticulada.
El crítico de la lógica del capital disimula el carácter
conservador de su planteo hablando de la importancia de las luchas de las
mujeres, contra la opresión nacional o étnica, por la libertad sexual, y
similares. Pero no es esta la cuestión real que está en debate. Después de
todo, cualquiera sabe que la militancia socialista, radical y antiburocrática,
-esto es, aquella que critica regímenes como el de Corea del Norte y otras
variedades de burocracias- participa, en su amplia mayoría, de las luchas por
los derechos de las minorías oprimidas. Por eso, lo que en realidad se critica
es la afirmación de que la relación capital – trabajo constituye la
contradicción insuperable en tanto subsista la propiedad privada del
capital. Proposición de la que se deriva la afirmación de que el sistema no se
podrá alterar en lo esencial por el hecho de que el grupo de explotados y el
grupo de explotadores esté compuesto por miembros pertenecientes a tal o cual
minoría sexual, religiosa, nacional o étnica; o por el hecho de que estos tipos
de opresión tienden a atenuarse con la evolución del modo de producción
capitalista (como ha efectivamente ocurrido, por lo menos en los últimos 100
años). Por eso, sostenemos que la oposición binaria de clases es más
fundamental, en relación al modo de producción imperante, que las otras
oposiciones. Esta es la oposición que niega el crítico del “reduccionismo
economicista”. Su crítica es a la tesis marxista que dice que las clases están
definidas por una determinada relación con los medios de producción y por su
lugar en la estructura productiva. Por eso piensa que los nuevos movimientos
sociales podrían ocupar un rol de clase; de aquí también el énfasis en lo
cultural, en lo discursivo y retórico en la formación de los movimientos
políticos y la acción política.
Imposibilidad de
conocer y construcción discursiva
Una de las cosas que más daño hacen a un planteo crítico y
liberador es sostener que la realidad última del capitalismo -su naturaleza
explotadora- no es conocible. Es que si la realidad social, en su naturaleza
más esencial, no se puede conocer, no hay posibilidad de crítica radical. Y la
afirmación de que la realidad no es conocible es una de las tesis centrales del
posmodernismo en el terreno de la epistemología. La idea aquí es que, debido a
que todos somos miembros de comunidades discursivas, estas determinan cuáles
serán nuestras opiniones, interpretaciones y actitudes, de manera que cualquier
proposición acerca del mundo solo refleja los marcos interpretativos de las
comunidades en que vivimos y actuamos. En consecuencia, no hay verdad científica
“objetiva”, ni maneras de conocer que sean científicas y racionales. Se trata,
en el fondo, del problema epistemológico que los posmodernos heredan de los
postestructuralistas: si el conocimiento del mundo que nos rodea solo es
posible a través de estructuras conceptuales, articuladas por el habla, todo
objeto de conocimiento no es más que una construcción, una representación
particular, sea de un individuo, o un grupo (véanse los análisis críticos del
posmodernismo de Antonio, 2000; Atkinson, 2002; Mirchandani, 2005; Rush, 1998;
Sokal, 2008, en quienes nos basamos en lo que sigue). De esta manera, la
crítica, correcta, a la tesis del conocimiento como reflejo o espejo (que
subyace al positivismo) desemboca en la afirmación de la imposibilidad de conocer.
Lo cual conecta, a su vez, con el planteo de que la realidad
social es construcción discursiva. Este enlace es esencial para entender por
qué el crítico de la lógica del capital -en su versión más dogmática- afirma la
imposibilidad de conocer y al mismo tiempo niega la primacía explicativa de las
relaciones sociales de producción y la lucha de clases en el análisis social,
para poner en el mismo plano las construcciones discursivas, las formas
ideológicas o las modalidades culturales. Este es el verdadero contenido de su
crítica al “reduccionismo economicista” y a la tesis de la centralidad de la
oposición entre el capital y el trabajo. Por eso no hay rechazo de la lógica
del capital sin negación de esos puntos básicos de la crítica marxista (primacía
de las relaciones de producción, lucha de clases). Y no hay posibilidad de
negarlos sin asociar el planteo a la tesis que dice que el núcleo de la
explotación es “no conocible”. No es casual por eso que el conocimiento termine
siendo el estudio de cómo los juegos del lenguaje constituyen la
sociedad y las relaciones sociales de formas heterogéneas; de manera que todo
conocimiento de esos juegos es fracturado y diverso, y el rol del investigador
consiste en insistir en esta fragmentación para desarticular el conocimiento
ordinario (tesis de Lyotard). Las sociedades están formadas “por inmensas nubes
de materia lingüística, siendo cada nube estructurada “por un ‘juego de
lenguaje’, es decir, por pautas específicas de interrelación
lingüístico-social”. El lazo social entonces es lingüístico; es natural que en
esta visión no tenga cabida hablar de la primacía de las relaciones de clase.
La negación del realismo epistemológico, la reducción de toda discusión sobre
la verdad a juegos de lenguaje, tiene este necesario correlato.
En otra variante del mismo enfoque crítico de la tesis de la
lógica del capital, se sostiene que la realidad del capitalismo moderno se
explica por la generación infinita de signos, las nuevas fuentes de poder (por
caso, el capital financiero sería meramente generador de “signos” sin
referencia alguna a la plusvalía, esto es, a la existencia de trabajo
explotado). Esto sucedería porque, (Baudrillard dixit), la línea entre lo
real y la representación lentamente “colapsa”, y solo tenemos simulacros,
copias sin original, reproducidas hasta que se hacen reales. En la semiurgy (neologismo
francés que significa el arte de crear signos y sistemas de signos) radical que
estaríamos viviendo, la producción de mercancías habría perdido su centralidad
para dar lugar, a través de la proliferación de signos, al poder del signo y de
las simulaciones. En la misma vena, Lipovetsky sostendrá que el imaginario
social tiene prioridad explicativa sobre la lógica social, y que las relaciones
de producción son desbancadas por “las relaciones de seducción”. Todo esto
encaja en el cuadro conceptual del teórico (pos)marxista “abierto y
antidogmático” que rechaza la primacía de las relaciones sociales de producción
y de cambio, así como la centralidad del conflicto de clase entre explotadores
y explotados. Por eso su marco conceptual es tributario del posmodernismo más
ramplón. El énfasis está puesto en la fragmentación y en el “no estar seguros”,
ya que todo punto de vista es igualmente válido: el punto de vista del explotado
y del explotador; el del judío encerrado en el campo de concentración, y el del
verdugo. Son simples “perspectivas” e “interpretaciones”. Si no hay núcleo
conocible, todo está en el mismo nivel explicativo. Entre la explicación de la
crisis actual argentina por las relaciones sociales y las contradicciones de
las fuerzas productivas, y la que dice que se debe a las pulsiones
autodestructivas de la presidenta Cristina Kirchner, no habría posibilidad
alguna de decidir cuál se acerca más a un discurso científico.
De conjunto, esta perspectiva metodológica e ideológica
explica entonces una llamativa característica del discurso del crítico de la
lógica del capital: su falta de crítica específica, concreta. Rechaza in
toto que exista una lógica del capital sin tomarse la molestia siquiera de
intentar refutar “desde adentro” la tesis que rechaza. Dado que todos son
juegos discursivos, y partiendo que ha decretado ab initio la
imposibilidad misma de conocer, le basta negar de manera externa lo que
rechaza. En un mundo donde todo es discurso e interpretación de discurso, basta
oponer un discurso a otro, sin generar siquiera la posibilidad de intercambio
argumentado de razones. Serían simples juegos de poder, jugados a través de la
creación incesante de signos. Hablar de la lógica del capital, desde este
enfoque, es solo discurso del “marxismo de derecha y dogmático”, una
proposición que carece de original en el mundo real, o de la que ni siquiera se
puede hacer afirmación alguna sobre su realidad.
La naturaleza del
capitalismo es conocible
Frente a la tesis posmoderna (que adoptan alegremente los
posmarxistas) sostenemos que el mundo que nos rodea es conocible, y en
particular, que la naturaleza del sistema capitalista es conocible. También
sostenemos que la mente humana puede penetrar por detrás de las apariencias:
por ejemplo, para entender que detrás de la apariencia del salario como “valor
del trabajo” está la fuerza de trabajo; o que detrás de la ganancia como
“rendimiento de la máquina” está la creación de valor por el trabajo. Más en
general, para entender que existe una relación básica, la relación capital –
trabajo, que se ha extendido y profundizado a nivel planetario en las últimas
décadas.
Todo esto es lo básico de lo que entendemos por la actividad
científica: siguiendo a Sokal, por ciencia nos referimos a una visión que da
primacía a la razón y a la observación, y a una metodología que se caracteriza,
por sobre todo, por el espíritu crítico, esto es, que se compromete a verificar
constantemente los resultados mediante observaciones o experimentos (estos en
las ciencias naturales) y a revisar o desechar las teorías que no superen las
pruebas. Por ejemplo, si decimos que la relación capital trabajo se está
extendiendo en el mundo, esto debe poder ser comprobado mediante observaciones
-cuanto más rigurosas mejor-; y debemos tratar de explicar racionalmente el
fenómeno. Lo que sostengo es que esta realidad, a saber, la extensión de la
relación capitalista, que hasta ahora todos los datos nos la muestran como un
hecho fáctico, es conocible. Por supuesto, admitir que existe una realidad
objetiva, y que esta es conocible, no es sinónimo de adherir a una perspectiva
empirista que niegue el rol activo del sujeto que conoce. El conocimiento más
elemental, incluso el que pertenece al plano de la certeza sensible, solo es
posible a través de estructuras conceptuales, como ha demostrado Hegel.
Sin embargo, el énfasis en el rol activo del sujeto que
conoce no debe llevarnos a la idea de “todo es interpretación, todo es
perspectiva”; o que la actividad de la mente construye el objeto que se conoce,
como dice la tesis interpretacionista; o que las realidades sociales (clases
sociales, relaciones de producción, etcétera) son meras construcciones
discursivas.
En oposición a este perspectivismo e interpretacionismo, que
llegan al idealismo, y siguiendo a Westphal (inspirado, a su vez, en la
epistemología de Hegel), se puede afirmar que el conocimiento empírico es interpretativo
a fin de reconstruir, no crear, el objeto del conocimiento (en paralelo
con la idea de Marx del concreto pensado que reconstruye el concreto
representado). Por esta razón, una epistemología activista es consistente
con el realismo de sentido común.
No se trata entonces de entender “la verdad” como mera
correspondencia – existe en el mundo algo que se llama capital, que está en
correspondencia con mi representación mental, entendida como reflejo- sino de
la coherencia entre nuestras concepciones del conocimiento y del mundo, y
también entre estas y lo que nuestro conocimiento y el mundo son para nosotros.
Así, en nuestro ejemplo, lo que la relación capitalista es para nosotros
depende tanto de la noción que tenemos de capitalismo, con la que abordamos el
conocimiento del mundo social que nos rodea, como de la existencia de ese mundo
(hay trabajadores asalariados, títulos de propiedad, ganancias, etcétera) por
fuera de nuestra mente, así como de la experiencia de conocimiento que hacemos
de ese mismo conocimiento, que nos lleva a rectificar o modificar nuestras
concepciones previas, y a profundizar en el conocimiento del mundo (véase una
explicación más amplia
aquí). Es
en esta interrelación múltiple que el mundo es conocible, aunque el
conocimiento sea siempre parcial y tenga mucho de provisorio. Es a través de
este proceso que podemos reconstruir mentalmente el “núcleo ordenador”, la
relación capital trabajo, de la sociedad en la que vivimos.
Por eso, el realismo epistemológico es compatible con una
concepción histórica y social del conocimiento humano. Contra lo que dicen los
interpretacionistas, la relatividad de nuestros esquemas conceptuales o marcos
lingüísticos no elimina el externalismo del contenido mental: este último solo
puede ser especificado por sus relaciones a partes o características del
entorno del sujeto (Westphal). En particular, decimos que la realidad del
capitalismo es conocible por los seres humanos -aunque ese conocimiento,
insistimos en ello, sea siempre aproximado, y sea pasible de constantes
correcciones– y que las proposiciones acerca de esa realidad social pueden ser
sometidas a examen por el colectivo social. Por lo tanto, la noción del
capital, y la intelección de las formas de movimiento y desarrollo del capital,
no son construcciones mentales arbitrarias; tienen raíces en el mundo que nos rodea,
y en las concepciones que elaboramos para entenderlo. Y decimos por eso que es
necesario explicar que se puede conocer la naturaleza íntima del sistema
capitalista, y sostenemos que esto es altamente favorable para desarrollar una
crítica social.
Textos citados
Antonio, R.
2000, “After Posmodernism: Reactionary
Tribalism”, American Journal of Sociology, vol. 106, Nº1.
Atkinson, E. (2002): “The
responsible anarchist: postmodernism and social change”, British
Journal of Sociology of Education, 23, pp. 73-87.
Mirchandani. R. (2005): “Postmodernism and Sociology: From the
Epistemological to the Empirical”, Sociological Theory, vol. 23, pp.
86-115.
Rush, A. (1998): Latinoamérica
y el síntoma posmoderno, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional
de Tucumán.
Sokal, A. (2008): Más allá de las
imposturas intelectuales. Ciencia, filosofía y cultura, Barcelona, Paidós.
Westphal, K. R. (2003): Hegel’s
Epistemology. A Philosophical Introduction to the
Phenomenology of Spirit, Indianapolis, Cambridge.
IV
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Karl Marx ✆ AstoneThrown |
El discurso posmoderno post caída del Muro
Los críticos de la tesis de la lógica del capital sostienen
que no existe centralidad del trabajo asalariado, ni leyes objetivas de la
dinámica capitalista. Ya hemos discutido teóricamente estas cuestiones. Sin
embargo, las diferencias no deben ser dilucidadas solo a nivel teórico, sino
también en relación a datos y hechos. La pregunta entonces es acerca de la
capacidad que ha tenido la tesis “no hay leyes ni lógica del capital” para
explicar, o prever, las tendencias del desarrollo económico y social de las
últimas décadas.
En este punto tengamos presente que el posmodernismo tomó
vuelo con sus pronósticos sobre lo que venía luego del derrumbe de la URSS, la
desarticulación de los llamados Estados de bienestar, en Occidente, y el
arranque de la globalización. Por aquellos años los posmodernos plantearon que
con la caída de los regímenes stalinistas, y el fin del fordismo -producción y
consumo de masas, trabajo alienante en las líneas de montaje, cultura
conformista, control sindical y estatal- se abría una era de expansión de la
diferencia, de construcción libre de las identidades, de exaltación de la
particularidad y desarrollo de las personalidades. Según esta visión, la
posmodernidad consumista llevaría a ofrecer a cada uno la mercancía adecuada,
en tanto que en los lugares de trabajo se impondrían los horarios flexibles,
los equipos de trabajo participativos y creativos, y la especialización no
alienante. Las relaciones de producción capitalista serían flexibilizadas en
sentido libertario y democrático, y la sociedad sería abierta y plural, dando
lugar a un individuo “liberado del corsé autoritario” y focalizado en el placer
y el cuidado del cuerpo y la mente.
Por supuesto, en esta operación interpretativa de “lo nuevo” los
posmodernos no registraron la permanencia, profundización y extensión de la
matriz que subyacía al Estado de bienestar occidental: la relación capitalista
de explotación.
Por eso la idea misma de la lógica del capital era imposible
de encajar en ese discurso de la “nueva diversidad”. Y como no podía ser de
otra manera, esta operación ideológica y política fue acompañada del
rechazo de la teoría de la explotación y de la lucha de clases, y de cualquier proyecto
emancipador colectivo. Dada, además, la identificación de los regímenes
soviético y maoísta con el marxismo, la tarea fue relativamente sencilla. Por
supuesto, para eso hubo que ignorar a los marxistas revolucionarios que habían
sido críticos del stalinismo y de la utopía de construir el socialismo en un
solo país. Pero esto poco importaba a gente que estaba y está convencida de que
“no hay hechos, sino solo interpretaciones”. En consonancia con el discurso de
la clase dominante (Tatcher, Reagan, en versión criolla Menen), ya no había
alternativas sociales a lo existente. Naturalmente, la retórica de “se acabaron
las utopías” contribuía al desánimo y la desorientación de los explotados y
oprimidos. A estos se les decía que había que renunciar a la posibilidad de la
transformación revolucionaria, ya que las revoluciones del pasado simplemente
habían creado regímenes tan monstruosos como inevitables. Nutriéndose de esta
historia trágica, de ahora en más los trabajadores debían conformarse con
cambiar lo posible, en el marco de un capitalismo imposible de cuestionar en
sus raíces. La globalización, con sus infinitas posibilidades de desplegar las
diferencias, era el horizonte posible; todo lo demás pertenecía al reino de las
mega narrativas, al servicio de fanáticos y de los totalitarismos, y de los
dogmáticos defensores de la tesis de la lógica del capital y la lucha de
clases.
La realidad de la globalización
Pues bien, pasado ya un cuarto de siglo desde aquellos
pronósticos posmodernos, cabe preguntarse qué se ha verificado de los mismos.
Somos conscientes de que entramos en un terreno altamente problemático y
resbaladizo para el posmoderno y el posmarxista, quienes han decretado que no
hay hechos, sino solo interpretaciones. Pero aun a riesgo de ser acusados de
“positivistas”, es imprescindible hacer el balance. En algún punto hay que
poner límites a la palabrería que se alimenta de palabrería (y oscuridad
discursiva). Y la realidad es que el mundo de hoy se parece muy poco a lo que
pronosticaron los teóricos del “no hay leyes objetivas del capital”; la
realidad es que estamos inmersos en un mundo cada vez más uniformemente
sujeto al dominio del capital mundializado.
Efectivamente, a partir del colapso de los regímenes
burocrático stalinistas, y del retroceso de los modelos keynesianos “nacional
centrados”, las relaciones mercantiles y capitalistas se extendieron y
profundizaron a nivel planetario, generando una mayor interrelación de los
espacios nacionales de valor, y dando un carácter incluso más homogéneo a las
formas de producir, de intercambiar y consumir. A la par que hubo
diferenciación y particularización -por ejemplo, con el surgimiento de nuevos
estados nacionales en los territorios de la ex URSS y Yugoslavia- hubo un
fuerte impulso a la interdependencia y a la uniformidad. Hoy, y como nunca
antes había ocurrido en la historia del capitalismo, lo que le ocurre a la
clase obrera de un país, o a su economía, afecta a la clase obrera de otros
países, o a sus economías. Las políticas destinadas a aumentar la productividad
del trabajo y a contener salarios, tienden a parecerse a lo largo de países y
continentes. Las cadenas internacionales de producción imponen ritmos de
trabajo y métodos más o menos similares. Incluso algunos geógrafos económicos
hablan hoy de cadenas globales de mercancías que las definen como conjuntos de
redes inter-organizacionales, agrupadas en torno a un producto, que ligan
hogares, empresas y Estados dentro de la economía mundial. Por eso, no se puede
comprender el capitalismo actual si se hace abstracción de esta tendencia, y si
no se exploran sus razones últimas, que están lejos de ser meramente
culturales. Contra lo que sostienen los críticos de la lógica del capital, esta
evolución hacia una mayor interdependencia e internacionalización de las
fuerzas de la producción es imposible de explicar al margen de las leyes del
valor y la acumulación. Desmintiendo la idea de la diferenciación y diversidad
infinitas, y en el contexto de la internacionalización del capital, los métodos
de explotación de los empresarios chinos, o mexicanos, no son muy distintos de
los que aplican los capitalistas estadounidenses o franceses. Las tendencias a
la polarización de los ingresos entre el capital y el trabajo, se repiten en
más y más países. Los métodos de trabajo toyotistas, que en principio se
pensaban que emponderarían al trabajo y generarían formas laborales superadoras
del viejo fordismo y taylorismo, se revelan tan alienantes y embrutecedores,
por lo menos, como los que decían superar (y en los hechos, hoy lo que
predomina en los lugares de trabajo es una mezcla heterogénea de métodos). El
propio Lipovetsky, y otros posmodernos, tuvieron que admitir, a poco de andar
“la nueva era” post Muro de Berlín, que continuaban la polarización social, el
desempleo, la miseria, el trabajo sin perspectivas, la inseguridad, la
infelicidad y la violencia.
Por otra parte, las formas del capital financiero en Estados
Unidos y China, para tomar dos casos paradigmáticos de capitalismo, que muchos
visualizan como opuestos, se asemejan. Lo mismo ocurre con las variedades del
capital mercantil. Incluso las empresas de capitalismo de Estado de los más
diversos países se someten a la disciplina de la valorización a igual que las
empresas privadas, y los fondos de inversión gubernamentales se rigen por la
misma lógica de rentabilidad que prevalece entre los fondos privados.
La realidad entonces es que la “liberación de diversidades”
para miles de millones implicó una mayor subordinación a las leyes del mercado
laboral, y una mayor inseguridad y angustia frente a la pérdida de trabajos
(sin redes de seguros sociales), y a la marginación. Como lo constata el
posmoderno Zugmunt Bauman en Tiempos líquidos. Vivir en una época de
incertidumbre: habla de los “tiempos líquidos” para caracterizar una sociedad
dominada por el miedo y la incertidumbre, la falta de “bienestar existencial” y
de perspectivas vitales, la inestabilidad de los empleos y empresas, la
desaparición de la esperanza en el progreso, los temores existenciales y el
miedo a “perder el tren”, la sensación de desorden “que nuestras propias
acciones provocan”, la mercantilización de la seguridad, los millones de
desocupados, desplazados y refugiados, la competencia acrecentada por el
desmantelamiento del Estado de seguridad y los sistemas de seguridad colectiva,
la exigencia permanente de “mayor flexibilidad”, y atribuye la causa última de
estos fenómenos a “la nueva plenitud del planeta -el alcance de los mercados
(financiero, laboral y de bienes de consumo), de la modernización gestionada
por el capital…” (p. 46). Fenómeno que está detrás de “la propagación global de
la forma de vida moderna, que ha alcanzado a estas alturas los límites remotos
del planeta”, al punto de haber anulado “la división entre centro y periferia
o, para ser más exactos, entre formas de vida modernas (o desarrolladas) y
premodernas (o subdesarrolladas o retrasadas).
En definitiva, Bauman (un autor insospechado de
“economicismo”), sostiene que hay una realidad (conocible), que padecen miles
de millones de seres humanos, la cual es movida, en su tendencia básica, no por
el “poder del signo”, ni por la generalización del “discurso fragmentado y
diverso”, sino por la dinámica de un capital siempre ávido de más y más
valor para generar más y más valor, sin importar los costos en vidas humanas.
¿Qué queda de la diversidad que permitiría el pleno desarrollo de las
personalidades?
Producción en masa y commoditization
Tal vez uno de los terrenos en los que más se evidencia el
fracaso del pronóstico posmoderno, y su incapacidad de explicar, es en lo que
atañe a la producción de mercancías. Si bien actualmente hay una enorme
variedad de mercancías -se calcula que se producen en el mundo unos 10.000
millones de bienes diferentes cada año- esa variedad va de la mano de la
producción en masa y de poderosas tendencias a la uniformidad, cuestiones que
solo se explican a partir de la competencia entre los capitales y el
hambre de ganancia. Las discusiones en torno a la commoditization son
hoy un lugar común en las publicaciones sobre negocios, y expresan una
preocupación real de los capitalistas. Por commoditization se
entiende el proceso por el cual muchos bienes pasan a distinguirse por los
precios, y no por la marca o calidad. Es que cuando una empresa innova de
manera exitosa, la competencia imita y compite mediante guerras de precios. En
consecuencia, una amplia variedad de bienes se estandariza. El outsourcing,
al cual recurren cada vez más las grandes compañías, también impulsa a la
estandarización. E incluso los diseños se unifican. Un caso típico es la
industria automotriz: debido a que la producción está en manos de unos pocos
grupos, los fabricantes unifican y normalizan diseños, reduciendo tiempos de
desarrollo y costos.
Otros ejemplos de estandarización los encontramos en
alimentos, industria informática, servicios y en la construcción. Por ejemplo,
actualmente más del 90% de las calorías de origen vegetal que obtienen los
seres humanos provienen de no más de 30 vegetales, aunque existen más de 7000
variedades. En la industria informática, los chips de memoria, los discos
duros, los monitores, los teclados, etcétera, se producen de manera cada vez
más estandarizada, y las empresas compiten por precios. En servicios, los
proveedores de internet, los servicios de cable, de telefonía, de limpieza, de
cuidados personales, de salud y diagnóstico, de transportes (taxis, autobuses,
aviación), tienden a parecerse y también se compite por precio. En la industria
farmacéutica, cuando se acaban las protecciones de las patentes, se compite por
precio a través de los genéricos. Asimismo hay homogenización en la fabricación
de partes del automóvil, o en materiales para la construcción (pinturas,
cemento, ladrillos, cerámicos, etcétera). Pero tal vez el caso más
significativo sea la arquitectura, que inspiró decisivamente, desde fines de
los 1970, la tesis posmoderna acerca de la diversidad de estilos y el
eclecticismo, por sobre el formalismo unificador del estilo modernista. ¿Qué
sucedió en los últimas décadas? Pues que en lugar de diversidad, en los polos
urbanos desarrollados en estos últimos años proliferan las torres vidriadas,
similares en todo el mundo e imposibles de identificar en términos de
arquitectura nacional. Rem Koolhaas, reconocido arquitecto y urbanista
holandés, observa que por todos lados hay una “disneylandización” de las
ciudades históricas y una “singapurización” del urbanismo contemporáneo, y que
en ambos casos no hay lugar para los claroscuros, porque “se impone la eficacia
autoritaria y la perfección angustiante”. Y señala que estas construcciones son
hijas de la tecnología y del marketing “en una globalización emponderada por
las finanzas transnacionales” (véase la nota de Fabio Grementieri, “Arte.
Nostalgia e incertidumbre”, ADN Cultura, La Nación, 19/07/14). En lugar
del pastiche, la diferencia, el eclecticismo, tenemos la uniformidad creciente,
gobernada por “las finanzas transnacionales”.
Es necesario comprender las tendencias básicas
Lo que estamos planteando, a partir de lo anterior, es la
necesidad de explicar algunas tendencias básicas, a partir de leyes -objetivas
en tanto subsista el sistema capitalista- que permitan entender algunos rasgos
igualmente básicos, tales como el impulso a la internacionalización del
capital, la homogeninización de métodos de producción, la generalización de una
lógica financiera crecientemente articulada con la generación y distribución de
plusvalía a nivel mundial, o la uniformidad de productos. Por supuesto, esto
está lejos de agotar los múltiples problemas. Por caso, aquí no se pretende
reducir a la lógica del capital, por ejemplo, la actual guerra entre sunnitas y
chiitas, o entre jihadistas sunnitas y yazidis o kurdos. De la misma manera,
sería absurdo explicar las formas del arte contemporáneo por la dinámica del
capital (aunque se pueden explicar las tendencias a la mercantilización del
arte). Sí estamos afirmando la necesidad de ubicar en el centro del análisis de
las tendencias económico sociales actuantes hoy las leyes de la generación,
realización y acumulación de la plusvalía. En otras palabras, la lógica del
capital. No se trata de negar los cambios, de no leer las novedades, sino de
entender que cambio y continuidad se implican, y que de manera fundamental
permanece la centralidad de la relación capital – trabajo. Pero es esta
continuidad la que niegan los críticos de la lógica del capital. El resultado
en el plano del análisis y la explicación está a la vista: han sido incapaces
de explicar lo elemental.
Por el contrario, los marxistas que dijeron que continuaba
vigente la relación de explotación, pudieron prever, en sus trazos gruesos, la
evolución tendencial, de manera más acertada. Frente a los que se apresuraron a
proclamar el advenimiento de una nueva era libre de las constricciones del
capital, los marxistas dijimos que, salvo algunas experiencias parciales y más
bien episódicas, las leyes de la competencia terminarían imponiéndose sobre las
ensoñaciones idealistas y románticas. Las guerras de precios, los ritmos de
producción crecientes, las devaluaciones y bajas de salarios para sostenerse en
los mercados, no son simples “interpretaciones” ni “construcciones semánticas”.
Son hechos, experiencias reales que afectan a millones de seres humanos, que
sufren en sus prácticas diarias, de las que parecen estar alejados tantos
académicos, encerrados en sus cajas de cristales de infinitas elucubraciones,
carentes de raíz en la vida humana, real y concreta.