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Mundo ecológico ✆ Anahí Rivera
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Juan Luis Hernández |
La palabra Ecología (del griego oikos, casa u hogar, y logos,
estudio) fue acuñada por el filósofo y biólogo alemán Ernst Haekel, quien la
utilizó por primera vez en su obra Morfología general de los organismos (1866).
En un sentido amplio, remite a la interacción de los seres vivos con el medio
ambiente y su transformación a través del tiempo por las comunidades
biológicas.
1. Años antes, en 1852, el químico británico Robert Angus
Smith observó que en la ciudad de Manchester caían precipitaciones que corroían
metales, desteñían las ropas, dañaban los vegetales y enfermaban personas y
animales. Las denominó “lluvias ácidas”, y encontró su origen en la reacción
producida por los gases expulsados por las chimeneas de las fábricas al entrar
en contacto con el agua y el oxígeno de la atmósfera, generando ácidos que al
precipitarse producían los efectos descriptos. Como vemos, la preocupación por
el impacto de las actividades del hombre en el medio ambiente es contemporánea
al desarrollo de la Revolución industrial. Pero es a partir del agravamiento
dramático e incesante de los problemas ambientales a escala mundial en los
últimos cuarenta años, que los temas ecológicos pasaron a concitar la máxima
atención. En este contexto surgió una corriente de pensamiento de raíz marxista
empeñada en abrir un diálogo con la ecología. Michael Löwy, en su obra Ecosocialismo. La alternativa radical a la
catástrofe ecológica capitalista (Ediciones Herramienta y Editorial El
Colectivo, Buenos Aires, 2011), nos ofrece una primera aproximación a esta
problemática, por lo que consideramos útil abordar su discusión en este
artículo.
2. ¿Qué es el
ecosocialismo? Löwy lo define como
…una corriente
política basada en una constatación esencial: la protección de los equilibrios
ecológicos del planeta, la preservación de un medio favorable para las especies
vivientes –incluida la nuestra– son incompatibles con la lógica expansiva y
destructiva del sistema capitalista.
La idea central de esta corriente es la incompatibilidad
entre la subsistencia del capitalismo y la búsqueda de un punto de equilibrio
medioambiental. Una clase dirigente obsesionada por el consumo suntuoso y la
acumulación, permanece indiferente ante la degradación de las condiciones de
vida de la mayoría de la humanidad, como quedó demostrado por el fracaso de las
conferencias internacionales sobre el cambio climático, en las cuales Estados
Unidos, China y Europa se niegan a reducir las emisiones de los gases
responsables del calentamiento global o efecto invernadero.
Löwy sostiene que una política ecologista no socialista
resulta incapaz de solucionar los problemas atacando sus raíces: la
priorización de la ganancia y la acumulación, el despilfarro de la gestión no
planificada de los recursos naturales. A su vez, cualquier proyecto socialista
que no se plantee la resolución de los problemas medioambientales termina
convirtiéndose en un callejón sin salida. El ecosocialismo, síntesis dialéctica
de los principios fundamentales del ecologismo y de la crítica marxista a la
economía y a la explotación capitalista, es al mismo tiempo una crítica a la
“ecología de mercado”, que termina siendo funcional al capitalismo, y a las
variantes “socialistas productivistas” del siglo XX (socialdemócratas o
stalinistas), basadas en una supuesta expansión cuantitativa ilimitada de las
fuerzas productivas, sin tener en cuenta el equilibrio necesario con el medio
ambiente. Por el contrario, el ecosocialismo postula una transición al
socialismo basada en la protección del medio ambiente, en el cual sea la propia
población la que defina democráticamente las prioridades mediante una
planificación racional a nivel local, nacional e internacional. El inicio de un
proceso de transición al socialismo requiere, junto con la supresión de las
relaciones de producción capitalistas y la propiedad colectiva de los medios de
producción, el reemplazo de la energía proveniente de la incineración de
combustibles fósiles por fuentes de energía renovables (eólica/solar), la
reestructuración de ramas enteras de la producción que deberán ser reemplazadas
y/o abandonadas, y cambios estructurales en los patrones de consumo societales.
Löwy critica a la publicidad, un “sistema de manipulación
mental” propio del capitalismo, dando como ejemplo el automóvil individual, que
responde a una necesidad real, pero que se convirtió en un bien de prestigio.
En un proyecto ecosocialista se privilegiaría un sistema de transporte gratuito
o de muy bajo costo, donde el automóvil individual ocuparía un lugar más
acotado. Defiende la planificación centralizada de la economía, afirmando el
derecho del conjunto de la población a decidir en forma democrática los ejes
centrales de la actividad económica. En el capitalismo, el valor de uso está
subordinado al valor de cambio y a la rentabilidad, por eso hay productos
superfluos e inútiles o con obsolescencia programada, en una economía
socialista, la producción de bienes y servicios responderá exclusivamente al
criterio del valor de uso, privilegiando lo cualitativo por sobre lo
cuantitativo, poniendo fin al despilfarro de recursos. La planificación no es
contradictoria con la autogestión de los trabajadores: la sociedad en su
conjunto decide qué y cuánto producir, pero la organización y el funcionamiento
de las fábricas estarán bajo control obrero.
Para Löwy, el ecosocialismo se inspira en una premisa de
Marx: la predominancia, en una sociedad sin clases, del ser por sobre el tener.
Marx era consciente que, de subsistir el capitalismo, las fuerzas productivas
podían devenir “fuerzas destructivas”. Consideraba que el objetivo del
socialismo no era producir una cantidad cada vez mayor de bienes, sino reducir
el tiempo social de trabajo, ampliando el tiempo libre de los seres humanos
(Crítica al Programa de Gotha). La crítica al “productivismo socialista” exige
una renovación del pensamiento marxista y una ruptura radical con la ideología
del progreso lineal, heredada del positivismo del siglo XIX.
3. En algunos
escritos de Marx se observa una tendencia a convertir “el desarrollo de las
fuerzas productivas” en el principal vector del progreso humano. En el célebre
pasaje del Prefacio a la Contribución a la Crítica de la Economía Política de
1859, Marx describe la mutación de las relaciones de producción existentes de
formas de desarrollo a obstáculos del crecimiento de las fuerzas productivas,
no haciendo ninguna evaluación crítica cualitativa de las mismas. En este texto
como en otros de Engels (el Anti-Duhring), se puede inferir que la tarea de la
revolución se limitará a liberar las fuerzas productivas de las relaciones
sociales de producción arcaicas para permitir, superado el “obstáculo”, su
desarrollo ilimitado, lo cual constituye la interpretación básica del
“productivismo socialista”. La experiencia de la Unión Soviética ilustra los
problemas derivados de una apropiación colectivista del aparato productivo
capitalista sin gestionarlo democráticamente, sin tener en cuenta el cuidado
del medio ambiente, sin elaborar un análisis cualitativo de qué y para qué
producir. Sin embargo, en otros textos de Marx y Engels podemos encontrar
cierta conciencia del carácter depredador de algunas prácticas económicas, como
las críticas a la degradación y agotamiento de los suelos o la destrucción de
los bosques, resultado de una contradicción insalvable entre la lógica
inmediatista del capital y el interés general de la humanidad. En El
Capital, Marx opondrá a la lógica depredadora del suelo del capitalismo,
el tratamiento racional de la tierra
…como eterna propiedad
comunitaria, y como condición inalienable de la existencia de la reproducción
de la cadena de las generaciones humanas sucesivas.
La tierra no es propiedad de nadie, todas las sociedades son
sus usufructuarias, con la obligación de conservarla y dejarla en mejores
condiciones a las futuras generaciones. Si bien la reflexión ecológica no ocupó
un lugar central en las obras de Marx y Engels, lo que escribieron sobre la
relación entre las sociedades humanas y la naturaleza no tiene un contenido
unívoco. Expresiones que remiten al “control”, “dominio” o “dominación” de la
naturaleza por el hombre, muchas veces no apuntan a aspectos patrimoniales sino
al beneficio que el conocimiento de las leyes de la naturaleza procura a los
seres humanos. En síntesis, podemos afirmar que en Marx se puede visualizar una
contradicción entre el núcleo crudamente productivista de algunos textos y la
constatación, en otros, de que el progreso puede ser la fuente de destrucción
irreversible del medio ambiente natural.
Asumiendo esta contradicción, los escritos de Marx nos
pueden orientar en la construcción de categorías desde donde reflexionar sobre
los problemas medioambientales, que junto con las reivindicaciones sociales
constituyen la plataforma de lucha contra el Capital en el siglo XXI.
4. El
calentamiento global está empujando hacia arriba la temperatura del planeta a
un ritmo cada vez más intenso. El resultado inmediato es el derretimiento de
los glaciares de Asia, Europa y América, del casquete Ártico y de la Antártida.
La consecuencia es el aumento del nivel de los océanos, que en pocos
años/décadas anegarán las ciudades costeras donde vive la mayor parte de la
población humana. En lo que respecta a la Antártida, los últimos estudios de la
NASA dan cuenta del inicio de un proceso irreversible de retroceso de los
glaciares próximos al Mar de Amundsen (Antártida Occidental). En Groenlandia y
el casquete Artico la situación es aún peor. Año a año, el deshielo de la
banquisa –como se llama la capa de hielo que flota sobre el océano– alcanza
nuevos récords, afectando el hábitat de la fauna ártica, contribuyendo al
aumento del nivel de los océanos y disminuyendo la capacidad de refracción
solar de la banquisa. Este fenómeno se llama albelo, y consiste en la
refracción del calor solar hacia el espacio en la forma de corrientes más frías
de aire, ayudando al mantenimiento y estabilización de los sistemas
meteorológicos globales. Como consecuencia del mayor deshielo, las superficies
reflectantes son reemplazadas por superficies oscuras con menor capacidad de
absorción del calor solar. En suma, el deshielo creciente del Artico y de la
Antártida, provocado por una mayor emisión de gases de efecto invernadero, es
consecuencia de, y a la vez retroalimenta, el desajuste climático global.
5. En Sudamérica,
entre los problemas medioambientales más urgentes se destacan la deforestación
de la Amazonia y la minería a cielo abierto. A pesar de su frondosidad, la
floresta amazónica es un ecosistema muy frágil. Su carpeta vegetal tiene un
espesor de apenas 30 a 40 cm. de humus (contra 90 a 120 de las llanuras o
praderas). Por este motivo, las raíces de los árboles se extienden en forma
horizontal, cuando se lo tala se pierden muchos metros cúbicos de tierra,
arrancados con las raíces. En la superficie deforestada es muy difícil el
cultivo de soja o cereales, ya que en poco tiempo se agotan las nutrientes; si
se introduce ganado, éste come el pasto desde las raíces y destruye con las
pezuñas la débil carpeta vegetal. En suma, en pocos años solo queda tierra
árida, como se puede apreciar a simple vista en las orillas del Amazonas. Desde
hace siglos, los grupos étnicos y los caboclos (mestizos) que habitan la
Amazonia cultivan mandioca, maíz y yuca sobre el igaporé, las tierras
inundables en donde las crecidas de los ríos depositan un limo superfértil,
bajo la sombra protectora de los árboles. Estos métodos sencillos siguen dando
mejores resultados que los del “agrobussiness”, haciendo realidad la hipótesis
de Walter Benjamin: los supuestos impulsores del progreso propagan en realidad
la barbarie. En manos de terratenientes y capitalistas, que sólo apuntan a
maximizar ganancias en el corto plazo, la Amazonia corre el riesgo de
desertificarse en poco tiempo, con consecuencias incalculables sobre el clima
de todo el planeta, del cual constituye hoy el principal pulmón productor de
oxígeno.
La megaminería o minería a cielo abierto no debe ser
confundida con la minería tradicional, una antigua y noble actividad humana con
la que poco tiene que ver. La minería tradicional contaminaba, pero por lo
general no producía modificaciones drásticas e irreversibles en el territorio.
La minería a cielo abierto implica, por el contrario, la voladura con toneladas
de explosivos de las montañas, la pulverización de las rocas y la separación,
mediante caldos químicos, de las sustancias que componen los metales de la
“ganga” o escoria residual. Este proceso provoca la destrucción irreversible
del entorno natural e insume enormes cantidades de agua. En definitiva, consume
los recursos fundamentales de un territorio para la reproducción de la vida en
todas sus formas, en aras de explotaciones mineras intensivas que no persisten
más de dos o tres décadas. El proyecto Conga, en el departamento de Cajamarca,
en la Sierra Norte peruana, es un buen ejemplo. Su versión original preveía
disecar dos de las cuatro lagunas con que cuenta la región para el suministro
de agua potable, extraer polvo de oro del fondo de las mismas, y utilizar los otros
dos reservorios de agua para separar el metal del limo y volcar los desechos
contaminados.
La concesión preveía la explotación del yacimiento durante
veinte años, tras los cuales, agotados los recursos hídricos, ninguna vida
humana, animal o vegetal podría prosperar. Las comunidades vienen luchando
contra este proyecto desde hace años, con una consigna muy simple: “el agua
vale más que el oro”, logrando en parte frenar su implementación.
Desde Cajamarca hasta Esquel, y aún más al norte y más al
sur, las luchas de las comunidades indígenas y rurales por la defensa de su
territorio, contra las multinacionales depredadoras de la megaminería, se
multiplican a lo largo de los Andes sudamericanos.
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Michael Löwy |
6. Löwy plantea
un extenso debate con diversas corrientes, intelectuales y organizaciones
“verdes” europeas ecologistas-reformistas, señalando las limitaciones de sus
concepciones políticas. Sostiene con razón que un proyecto ecosocialista sólo
es posible en el contexto de un cambio revolucionario de las estructuras
sociales y políticas. Sin embargo, aun cuando insiste en que la revolución
social es la condición de posibilidad de un cambio de esta naturaleza, no está
del todo claro cuál es el sujeto social al que interpela. En este sentido, su
discurso parece orientado más hacia los movimientos sociales y a los “verdes”
que a la clase trabajadora y a las organizaciones del movimiento obrero. No
negamos la relevancia que tienen los movimientos medioambientales movilizándose
detrás de objetivos precisos y concretos, ni tampoco las dificultades que
pueden presentarse en el movimiento sindical con estas problemáticas. Pero a
nuestro entender, la centralidad de la clase obrera en las luchas
contemporáneas sigue siendo decisiva, no sólo por la fuerza social que expresa
e irradia, sino porque el saber obrero resulta clave para la viabilidad de un
proyecto de reorganización social no-capitalista alternativo. Sin el concurso
de los trabajadores de la industria, del transporte, de la educación, de la
sanidad, del trabajo rural y de los servicios, es imposible crear otro modelo
de producción y de consumo. Las revoluciones del siglo XX levantaron como
banderas de redención la lucha por el pan, la tierra, la libertad, la paz entre
los pueblos. Las revoluciones del siglo XXI deben ampliar la agenda, incluyendo
otros horizontes, entre ellos, la preservación del medio ambiente en el cual la
humanidad construye, día a día, su presente y su porvenir.